Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
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carlos el ivan
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podra el gobierno mexicano terminar con tanta historia
El origen del narcotráfico en México viene de muchos años atrás iniciando en el estado de Sinaloa (Véase Narcotráfico en México), sin embargo, los detonantes y los muchos factores que han contribuido a la escalada de la violencia, según los analistas de seguridad de la Ciudad de México se le atribuyen a hechos más recientes, en particular a la terminación del arreglo implícito existente entre los traficantes de drogas y los gobiernos locales o estatales, principalmente los gobernados por el Partido Revolucionario Institucional[21] que pierde su hegemonía política en el año 2000. Éste consistía en permitir el libre paso de cargamentos de droga desde Sudamérica hacia Estados Unidos por rutas definidas en parte del territorio mexicano transportadas principalmente por tierra. Además se toleraba la producción en México de drogas como la mariguana y la amapola cultivadas principalmente en los estados de Sinaloa, Guerrero, Chiapas y Veracruz, todo a cambio de sobornos que variaban según el cargo de la autoridad a sobornar. La parte más violenta se encuentra hasta la actualidad, en la frontera norte para lograr burlar las autoridades estadounidenses e introducir la droga.[22]
A partir del año 1492 cuando Cristobal Colón llega a América, trae entre sus carabelas 20 toneladas de productos derivados de la marihuana.[23] Casi desde tiempos inmemoriales, los antiguos mexicanos consumían varios tipos de estupefacientes para diversos ritos antiguos, los chamanes eran los principales hasta la caída de Tenochtitlán.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX se vendian cigarros de marihuana y se hacian canciones de corrido dedicadas a ésta sustancia que entonces, no era prohibida, y en el año 1919 se filma "Puño de acero" en el que se centra su temática en el consumo de Heroína.
Durante el gobierno del presidente mexicano Miguel Alemán, nació la desaparecida "Dirección Federal de Seguridad" que se encargó del espionaje político principalmente contra comunistas mexicanos y enemigos del régimen del PRI así como el combate al narcotráfico, sin embargo, mas adelante se comprobó que altos mandos de la dirección se involucraron en el narco e incluso lo permitieron.[24] Hacia los años 60's durante el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, se distribuye droga entre los jóvenes para poder castigarlos ante la sociedad mexicana[25] durante esas épocas sonaba el singular tema "Mari, marihuana" a ritmo de rock.
En 1963 Alberto Mariscal, rueda la película "División narcóticos" donde retrata parte de la ilegal actividad en México del tráfico de estupefacientes.
En esa misma década, había señalamientos del gobierno de Estados Unidos sobre México de permitir con la venia del estado, el libre paso de diferentes drogas hacia Estados Unidos entre ellos las mas populares como la mariguana y el LSD no obstante firmado el tratado entre estas dos naciones de la "Convención Única sobre Estupefacientes" con los presidentes Lyndon B. Johnson y Gustavo Díaz Ordaz, de lo cual el presidente Jhonson reprochó al presidente mexicano de la situación ante lo que Díaz Ordaz reviró la frase memorable a Estados Unidos de que "México es el trampolín de la droga hacia Estados Unidos, cierren su alberca y se acaba el trampolín".[26] Hacia 1970 se emprende la Campaña contra la siembra y el tráfico.[27]
La "Operación intercepción" de Estados Unidos fue un fracaso, operación que hostigó a México a detener el paso de drogas e indocumentados hacia su país en 1969 que fue secreta por el gobierno de Richard Nixon.[28]
Hacia 1976, en pleno régimen del partido oficial PRI, José López Portillo tomó el cargo de presidente de la república, inmediatamente mandó a llamar y "apadrinó" a un viejo amigo que le defendía de los golpes de otros cuando niños y era momento de agradecer el favor, se trató del sonorense Arturo Durazo Moreno un ex-inspector de tránsito capitalino, dándole la posición jefe de la Dirección General de Policía y Tránsito de la Ciudad de México, lo cual le dio pie a convertir a la institución que comandaba en el símbolo de la corrupción, ya que se enriqueció ilícitamente por varios medios entre los que se encontraba permitir y colaborar en el tráfico de armas y drogas, además de enviar a sus oficiales de policía a asaltar bancos y extorsionar a diestra y siniestra a la ciudadanía capitalina para la obtención de recursos financieros para su propio beneficio.
En 1982, varios miembros del regimen castrista comunista cubano fueron sentenciados en Estados Unidos acusados de narcotráfico desde México.[29]
En 1983 fue apresado por el gobierno del ex-presidente Miguel de la Madrid quien fincó su relación con el narcotráfico, esto como parte de sus promesas de compaña para presidente en el que cambiaría al país erradicando la corrupción con su "renovación moral".
Las confrontaciones entre cárteles rivales empezaron de lleno después del arresto de Miguel Ángel Félix Gallardo en 1989, quien controlaba el negocio de la cocaína en México.[30]
Desde 1987, informaciones de inteligencia de la CIA de Estados Unidos tenía sospechas de que el candidato presidencial por el PRI, Carlos Salinas de Gortari tenía junto con su hermano Raúl, vínculos con narcotraficantes,[31] en particular con el Cártel del Golfo y Juan García Abrego[32] además de que, posiblemente Carlos Salinas había ganado la presidencia mediante un megafraude, pero sólo quedó en presunciones que jamás pudieron ser probadas por el ocultamiento de información apoyado por expresidente Miguel de la Madrid.
En 1989, Jesús Gutierrez Rebollo quien comandaba la zona militar 9, detuvo a Amado Carrillo Fuentes el "Señor de los cielos"[33] conocido narcotraficante, esto le valió su reconocimiento por el gobierno federal. Se le dio un alto puesto en las esferas militares y grado de General, se convirtió en director del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas. Sin embargo, en el sexenio Zedillista en 1997 fue acusado y encontrado culpable de estar vinculado con el narcotraficante a quien había detenido, "El señor de los cielos", desde entonces se le condenó a 31 años de prisión a purgar en el Penal federal del Altiplano. En ese mismo año Irma Lizette Ibarra Naveja fue asesinada en Guadalajara debido a que fue quien esparció la información de que el General Gutierrez Rebollo tenía dichos nexos con el narco.[34] [35]
En Mayo de 1993 en el estacionamiento del Aeropuerto Internacional de Guadalajara se realizó una balacera en la que fue asesinado el cardenal católico Juan Jesús Posadas Ocampo en una acción directa en contra de su persona. Las versiones oficiales del la PGR indicaron por varios años que el asesinato ocurrió al enfrentarse con armas de alto poder dos bandas de sicarios de narcotraficantes, las de los Arrellano Félix que buscaban matar al Chapo Guzmán que supuestamente estaría en el aeropuerto. Posteriormente saldría a la luz una versión de que, el asesinato ocurrió por que se le entregaron documentos que demostraban los nexos de varios políticos mexicanos con varios cárteles del narcotráfico, asesinato realizado por un tercer grupo armado que utilizaría como coartada el enfrentamiento entre los Arrellano y el Chapo. Nunca se esclareció las verdaderas razones de su muerte.[36]
Hacia 1994, en plena campaña para presidente por el partido oficial PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta antiguo colaborador del presidente Carlos Salinas de Gortari, fue asesinado en la colonia Lomas Taurinas de la ciudad de Tijuana. El discurso de campaña del 6 de Marzo de 1994[37] fue calificado por muchos como un desmarque del régimen hegemónico de su partido y una amenaza para las cúpulas de poder[38] relacionadas con el crimen organizado y narcotráfico[39] [40] implícitamente mencionados en "“¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!”" De su asesinato se generaron hasta 24 líneas de investigación para su esclarecimiento, dentro de éstas una línea de investigación apunta al narcotráfico.[41] [42] [43] [44] Antes de finalizar el gobierno Zedillista, se publicó por la procuraduría de la república un informe en el que se presume el financiamiento de su campaña presidencial desde Cárteles colombianos de la droga, esto basado en investigaciones colaborativas con las agencias policiales de Colombia y Perú, según pues, se presume una conspiración entre cárteles de la droga para el control de tráfico hacia Estados Unidos. En contraparte el diario El Financiero publicó una nota en la cual según cita como a la CIA de Estados Unidos como fuente para afirmar que el narcotráfico fue el ejecutante del asesinato por una presunción de que les combatiría siendo ya presidente de México.[45]
En ese mismo año, siendo procurador de la República, Mario Ruíz Massieu, le fue asignado investigar la muerte de su hermano José Francisco Ruiz Massieu ex-gobernador del Estado de Guerrero, cuyo móvil aparentemente fue político,[46] por lo que, Mario señaló a altas esferas del gobierno de perpretarlo, por lo cual fue acusado Raúl Salinas de Gortari como autor intelectual, a quien en 1995 se le condenó a 27 años de prisión, en represalia, Mario fue acusado por el gobierno federal de recibir sobornos y tener nexos con el narcotráfico gracias a su puesto de procurador, fue perseguido hasta ser prisionero en Estados Unidos, donde finalmente se suicidó en 1999 según fuentes oficiales estadounidenses y mexicanas.[47] Raúl Salinas de Gortari está libre y el ex-presidente Carlos Salinas de Gortari regresó a México después de su controvertido mandato. Quince años después, el expresidente Miguel de la Madrid mencionó en una entrevista con Carmen Aristegui que el expresidente Salinas y su hermano tenían "alguna relación con narcotraficantes" ya que según él, Raúl Salinas recibía dinero y lo lavaba a través de bancos de Estados Unidos,[48] además de según él, robarse la "partida secreta" (recursos financieros libres a disposición del presidente). Ésta declaración fue subestimada por el expresidente Salinas, quien señaló que De la Madrid "estaba enfermo y que no podían tomarse sus declaraciones como verosímiles proviniendo de un hombre senil".[49]
En 1999 previo a las elecciones presidenciales del año 2000, en la transitada avenida Anillo Periférico de la Ciudad de México y a plena luz del día, fue asesinado a quemarropa con varios tiros en la cabeza, el reconocido conductor de televisión Paco Stanley quien entonces laboraba en un programa popular llamado "Una tras otra" para Televisión Azteca.[50] El entonces gobierno que presidía Cuauhtémoc Cárdenas opositor al partido oficial y cofundador del PRD, asignó a Samuel del Villar y su procuraduría para investigar. A Paco Stanley se le hicieron estudios forenses, y en su cadáver se le encontró cocaína entre sus pertenencias[51] y los estudios químicos de la necropsia además de testimonios en la investigación determinaron que era asiduo consumidor de ésta droga,[52] además de encontrársele varias identificaciones otorgadas irregularmente con el permiso de portar armas y que lo acreditaban como oficial de la Secretaría de Gobernación cuando Francisco Labastida la presidía.[53] La trascendencia del asesinato aumentó debido a que en las investigaciones se determinó que Paco Stanley estaba íntimamente relacionado con Amado Carrillo Fuentes uno de los mas poderosos narcotraficantes de la época,[54] ésta pues, fue la narcoejecución mas importante de su tiempo por su impacto mediático que fue adjudicado a la inseguridad de la capital, pero pronto se sabría oficialmente que fue perpretado directamente contra su persona por sicarios del narcotráfico, además de que, develó acentuadamente la cadena de corrupción con instituciones gubernamentales del partido oficial en la expedición de permisos y documentos oficiales para portar armas de fuego impumente a individuos "apadrinados" por el gobierno y evitar ser molestados por las autoridades. Ante la rivalidad por el control televisivo de México entre Televisa y Televisión Azteca, el caso fue aprovechado con diversos fines, principalmente políticos y económicos, ya que las noticias ocuparon por meses los espacios noticiosos de Televisa que difundía la versión oficial del gobierno capitalino que relacionaba con el narcotráfico al conductor de Televisión Azteca, contrastando con el arrebato de Ricardo Salinas Pliego dueño Televisión Azteca quien en un mensaje en cadena nacional a las 9 de la noche sostenía la versión de que la inseguridad de la capital fue la razón de la muerte de Paco Stanley y ésta, era culpa del gobierno capitalino opositor perredista.[55] Televisa difundía ese mismo día por la noche la versión de vínculos con el narcotráfico. Instantes después, el mismo Ricardo Salinas Pliego exigía la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas derivado del resultado de las investigaciones, además que marcó a sus espacios noticiosos la línea de no mencionar que el asesinato tuvo que ver con el narcotráfico y no tomar como verídicas las versiones oficiales de la investigación del gobierno capitalino y ponerlas en duda como "una salida rápida" para cerrar el caso. Ricardo Salinas no deseaba se ventilase que en Televisión Azteca había entre sus colaboradores un oscuro personaje relacionado con el narcotráfico, siendo éste favorito del dueño de la televisora a quien cariñosamente se refería como "nuestro Paco" que contrastaría con su campaña televisiva "vive sin drogas",[56] y así evitar además, investigaciones más profundas en otros colaboradores del Grupo Salinas[57] que destapara algo más grande,[58] que incluso, le hicieran perder su concesión como televisora. Por otra parte, la narcoejecución fue aprovechada para denostar al futuro candidato favorito del partido opositor PRD Cuauhtémoc Cárdenas[59] a las elecciones presidenciales por la percepción ciudadana de inseguridad de la capital durante su gestión en curso,[60] así como al candidato por el PRI Francisco Labastida por la cadena de corrupción priísta[61] que permitió a Paco Stanley tener muchos privilegios por su también militancia como priísta, ambos candidatos fueron vencidos finalmente por Vicente Fox Quesada.[62]
Medios de comunicación nacionales comenzaron a presentar pruebas que involucraban a Mario Villanueva Madrid gobernador del estado de Quintana Roo con el narcotráfico, señalando que daba facilidades para el transporte de droga de Colombia a Estados Unidos a través de su territorio. Él siempre negó los cargos, pero desde el Gobierno Federal se iniciarion investigaciones que llegaron incluso al envío del entonces Subprocurador Mariano Herrán Salvati a interrogar a Villanueva al Palacio de Gobierno de Chetumal.
Ante las pruebas encontradas, todo hacía suponer la detención de Villanueva en el momento en que entregara el cargo de Gobernador, en el que perdía la inmunidad procesal del cargo. Esto ocurriría el 5 de abril de 1999. Finalmente, Villanueva desapareció dos días antes, llegando incluso a estar ausente en la ceremonia de transmisión de mando a Joaquín Hendricks Díaz. Permaneció prófugo de la justicia varios años, hasta finalmente ser capturado en el poblado de Alfredo V. Bonfil, donde transitaba en una camioneta Pick Up de color gris propiedad de Manuel Chan Rejón (ex judicial). En dicho lugar, Agente de la DEA (por sus siglan en inglés) acompañados de agentes de la PGR, logran la detención. Acompañaban a Villanueva, Ramiro de la Rosa Bejarano, un ex Priísta renegado, quien se agrupó al PRD y a cualquier partido de Izquierda. Se dice en la entidad que existió un 4to pasajero. Se habla de Irving Trigo, quien según información en el periódico Que Quintana Roo se entere, formaba parte de una célula de agentes de la DEA, altamente entrenados y preparados para la captura del ex-mandatario. Irving Trigo, empresario local de la seguridad y vigilancia, desapareció de Quintana Roo, 22 días después de haber capturado a Mario Villanueva Madrid. Fue ingresado por algún tiempo al Penal del Altiplano y posteriormente se le extraditó a Estados Unidos.
Hubo una disminución en la intensidad de la violencia durante el final de la década de 1990 pero la violencia ha empeorado de manera consistente desde el año 2000 año en que Vicente Fox Quesada toma el cargo, mismo que tuvo una controversial y deficiente gestión gubernamental que para muchos fue de total innacción ante el crimen organizado y que fue el detonante de la situación actual del país. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el trasiego de drogas hacia los Estados Unidos por los cárteles mexicanos se hizo muy difícil gracias a que la nación estadounidense sella sus fronteras y refuerza y controla cualquier intento de paso de criminales, tráfico de estupefacientes y cacería de terroristas hacia su país. Ésta situación hizo que parte de la droga que se producía en México o la traída desde sudamérica, al no poder introducirla en Estados Unidos, comienza de manera obligada a tratar de distribuirse y venderse en territorio mexicano, haciendo que, México que tradicionalmente era un país de paso de drogas, lo obliga a convertirse en un país consumidor de drogas[63] debido a que en décadas pasadas, sólo una minoría identificada era consumidora, mientras que en la actualidad la juventud es el principal objetivo para hacerles adictos ofreciendoles dosis gratuitas para que una vez cautivos de su consumo, tengan asegurado el mercado.[64] [65]
El ex presidente Vicente Fox envió durante su mandato pequeños números de tropas a Nuevo Laredo, en la frontera de México con Estados Unidos, para pelear contra los cárteles, logrando apenas algunos efectos. Se estima que aproximadamente 110 personas murieron en Nuevo Laredo solo durante el período de agosto a enero de 2005 como consecuencia de la lucha entre los cárteles del Golfo y Sinaloa.[66] En 2005 hubo un aumento de la violencia al tratarse de establecer un cártel en el estado de Michoacán. Aunque la violencia entre los cárteles inició mucho antes de que comenzara la guerra, el gobierno mantuvo una actitud pasiva en general con la violencia de los cárteles durante el decenio de 1990 y principios del año 2000. Esta situación cambió el 11 de diciembre de 2006, cuando el nuevo Presidente electo Felipe Calderón envió 6,500 tropas federales a Michoacán para frenar la violencia generada en esa entidad.
Esta acción es considerada el primer enfrentamiento directo contra la violencia generada por los carteles, y es generalmente considereda el inicio de la guerra entre el gobierno mexicano y los cárteles de drogas. Con el paso del tiempo, el Presidente Calderon continuó incrementando su campaña anti-drogas, llegando a envolver directamente a 45,000 efectivos además de las fuerzas policiacas federales y locales. Sin embargo, un factor limitante a la efectividad de la campaña, es la perduración de la impunidad y la corrupción de varios funcionarios públicos.[67] [68]
Se ha reportado que los cárteles usan armas como ametralladora de alto poder, bazucas e incluso granadas de fragmentación. Tanto autoridades estadounidenses como mexicanas reconocen que México es la ruta principal por la que transita la cocaína y otras drogas hechas en México que tienen como destino Estados Unidos, y que Colombia es donde crecen la mayoría de las plantas de coca para ser éstas procesadas y enviadas a México a través de Centroamérica.[69] El Ejército Mexicano está usando puntos de revisión, vehí&^%!@#$% armados y blindados, helicópteros armados y navíos en sus operativos.[70] La ofensiva militar realizada por Calderón ha sido la más grande desde inicios del conflicto.
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carlos el ivan- Recluta
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Héctor Aguilar Camín
Nexos Mayo, 2007
Cuna
La noche del 21 de febrero de 1944, durante las fiestas del carnaval mazatleco, es muerto a tiros en el patio andaluz del Hotel Belmar de Culiacán el gobernador de Sinaloa, coronel Rodolfo Tirado Loaiza, alguna vez agitador estudiantil.
El rumor público dice que lo ha matado Rodolfo Valdez, El Gitano, conocido pistolero de la región. El Gitano se da a la fuga y sale de Sinaloa. Meses después, prófugo aún, sostiene una entrevista con el secretario de la Defensa, el ex presidente Lázaro Cárdenas, y señala al general Pablo Macías Valenzuela, ex secretario de la Defensa y gobernador de Sinaloa, sucesor de Loaiza, como autor intelectual del homicidio.
En noviembre de 1947 el periodista Armando Rivas narra en Excélsior que durante una gira de funcionarios de la Procuraduría General de la República por Sinaloa, el gobernador Pablo Macías Valenzuela es mencionado “por mucha gente como uno de los cabecillas de la banda de traficantes de drogas”. En los archivos de la Secretaría de la Defensa hay la constancia de un juicio militar contra Macías Valenzuela por la autoría intelectual del homicidio de Loaiza. El tribunal militar lo halla culpable, pero la ruleta política favorece al general quien es nombrado comandante de la primera zona militar, la más importante del país. No se sabe qué fue del juez militar que lo declaró culpable. Al final de su vida, el general Macías Valenzuela recibe la medalla Belisario Domínguez que otorga el Senado de la nación al mérito ciudadano.
La historia semiolvidada de Macías Valenzuela es parte de una historia mayor que tampoco termina de hacerse pública. Es la siguiente:
Durante la Segunda Guerra Mundial las batallas en el frente oriental cortan el flujo de amapola y hachís que viene a Occidente de Turquía. Las drogas turcas son materia prima de la morfina, alivio insustituible de los hospitales de guerra. Para suplir la ruta turca, Estados Unidos llega a un acuerdo secreto con México: ampliar los sembradíos silvestres de amapola de la sierra madre occidental. La sierra sinaloense se llena de instructores inoficiales de los dos países que enseñan a los pueblos a sembrar amapola. La amapola cunde, la prosperidad llega con sus brillos dorados a los pueblos perdidos de la sierra.
Un día la guerra termina y los gobiernos deciden que no hay razón para seguir las siembras. Levantan el campo, declaran ilegal lo que han creado y se van. Pero lo sembrado sigue ahí. Los particulares reemplazan a los gobiernos y el auge de la amapola toma su propio rumbo en Sinaloa. El jefe estadunidense del combate a las drogas, Harry Aislinger, advierte en la posguerra contra “los bribones que tratan de convertir a México en una fuente de drogas”. Aislinger dice que Lucky Luciano, a través de Bugsy Siegel, el legendario inventor de Las Vegas, financia la siembra de adormidera en Sinaloa. La refinancia, en realidad, luego de que los gobiernos la han inventado. Manuel Lazcano, ex procurador de Sinaloa, recuerda la época (1948): “Políticos, comerciantes, empresarios, policías, campesinos, todo el mundo sabe que se siembra amapola, y se sabe quiénes son los que se dedican a la siembra. Vecinos conocidos, campesinos, pequeños propietarios. La policía judicial sabe quiénes son los productores. El jefe de policía es el que va y controla el por ciento que les toca, a cambio del disimulo, el apoyo o lo que se quiera”.
El tráfico que empieza con el auspicio oficial en las barrancas sinaloenses durante los cuarenta, termina en persecución oficial durante los ochenta. Y hasta ahora. La droga cruza al norte protegida por redes clandestinas que repiten, a su manera, las confabulaciones del origen.1
Gobernador
En el año del olvido de 1952, el general Miguel Henríquez Guzmán es candidato a la presidencia de la República por una Federación de Partidos del Pueblo. La candidatura termina en una matanza en la Alameda Central de la ciudad de México. Los henriquistas son perseguidos, presos, muertos. Uno de los presos es Enrique Peña Bátiz, presidente de la federación de partidos henriquistas. 33 años después de aquellos hechos, Peña Bátiz le cuenta al reportero Elías Chávez:
“Fue durante el gobierno de Leopoldo Sánchez Celis, entre 1963 y 1969, cuando surgió abiertamente en Sinaloa el tráfico de drogas. Sánchez Celis empezó a rodearse de pistoleros. Uno de ellos fue Hugo Izquierdo Hebrard. Yo conocí a Hugo Izquierdo en la cárcel de Lecumberri. Él estaba preso por la muerte del senador Mauro Angulo, yo por el movimiento henriquista. Salí de la cárcel y regresé a Culiacán. Un día entré al bar El Quijote y me encontré con un funcionario de Sánchez Celis que había sido alumno mío. Me invitó a sentarme a su mesa. Lo acompañaba una persona que me preguntó: ‘¿No me conoces?’. ‘Sí’, le dije. ‘Eres Hugo Izquierdo Hebrard’. ‘Cierto’, me dijo. ‘Pero aquí soy el capitán José Chávez. El gobernador me excarceló y me trajo a trabajar con él. Oficialmente colaboro en el Plan de Superación Campesina, pero, como todavía estoy sentenciado, necesito actuar con otro nombre’. Estaba bebiendo brandy con cerveza. Se le subió pronto. Sacó una pistola nuevecita y me la ofreció. Le dije que no usaba armas, pero él insistió. Luego me pidió que lo llevara a su casa y empezó a preguntarme por los narcos de aquí, de Sinaloa. Le dije lo poco que sabía. Luego estuvimos recordando nuestra época en Lecumberri. A mí me detuvieron dos personas: el ahora director del Reclusorio Norte, Jesús Miyazawa, y un asesino europeo que se hacía llamar Jorge Lavín, a quien la Federal de Seguridad habilitó como agente. En ese tiempo asesinaron a Marco Antonio Lanz, el primer mártir del henriquismo. Izquierdo Hebrard me dijo, en la cárcel, que Lavín lo había matado. Me ofreció vengarlo. Le dije que no, pensé que era una trampa. Esa noche en Culiacán, cuando lo llevaba a mi casa, le recordé a Izquierdo Hebrard su ofrecimiento. Me contestó: ‘No quisiste entonces, pero si quieres lo hago ahora’. Lo que quiero decir es que Sánchez Celis estaba rodeado de pistoleros. Fue durante su gobierno cuando en Sinaloa surgieron abiertamente el narcotráfico y la violencia. Fue la época en que se inició Miguel Ángel Félix Gallardo, a quien Sánchez Celis hizo su ahijado: lo apadrinó en su boda. Años más tarde, Félix Gallardo apadrinó a su vez la boda del hijo menor de Sánchez Celis, Rodolfo Sánchez Duarte. Yo no puedo asegurar que Sánchez Celis sea narcotraficante, pero sus tratos con los narcos son evidentes“.2
Félix Gallardo
Miguel Ángel Félix Gallardo (n.1946) acaba de cumplir 17 años cuando entra a la policía judicial de Sinaloa. Ha sobrevivido hasta entonces como vendedor ambulante. Compra en los ranchos quesos y gallinas que revende en los pueblos. En la ruleta de la suerte es elegido para servir en la casa de gobierno como custodio de los jóvenes hijos del entonces gobernador Leopoldo Sánchez Celis. La custodia derivará en amistad, la amistad en negocio, el negocio en prisión y muerte.
Félix Gallardo se hace traficante de la savia de la amapola, que en Sinaloa llaman goma, madre natural de la heroína y Valdez Montoya (1969-1975) y Alfonso G. Calderón (1975- 1981). Llega a un oscuro esplendor con el gobierno de Antonio Toledo Corro (1981-1986), en cuyo rancho Las Cabras Félix Gallardo se refugia para eludir la cacería que se desata sobre su imperio a raíz de los asesinatos del agente de la Drug Enforcement Agency, Enrique Camarena Salazar, y de su piloto mexicano, Alfredo Zavala Avelar, en Guadalajara, en febrero de 1985. El agente y el piloto son muertos en sangrienta tortura por el ahijado, socio y protegido de Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, quien venga en sus prisioneros la pérdida de una cosecha fabulosa de mariguana, denunciada por Camarena, a quien Caro trata como “dedo” (delator). Para ese momento, Félix Gallardo es no sólo el mayor traficante de México sino uno de los más grandes del continente americano. Embarca y hace pasar a Estados Unidos tonelada y media de cocaína al mes.
El mercado de la cocaína ha cambiado. Desde fines de los setenta, los barones colombianos buscan nuevos caminos para llegar a la insaciable nariz de Norteamérica. Las rutas tradicionales están deshechas. La DEA ha roto el imperio de Carlos Lehder en las Bahamas. Dos sicarios jóvenes han ametrallado en el centro de Bogotá al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. En respuesta, el gobierno de Belisario Betancur ha empezado a aplicar un tratado de extradición con Estados Unidos, vigente desde el gobierno anterior.
Los barones de la droga colombianos se refugian en Panamá. Se dividen. De un lado quedan Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y los hermanos Ochoa Vázquez. Del otro, los hermanos Rodríguez Orijuela. Los primeros, al frente del Cártel de Medellín, toman el camino de los atentados y los ajusticiamientos. Los segundos, cabezas del Cártel de Cali, toman el camino de la negociación.
Gonzalo Rodríguez Gacha nace en Cundinamarca, una de las zonas más pobres de Colombia. Sabe, dice, de “los sotes, las niguas y los piojos” antes de saber del contrabando y de la venta ilegal de esmeraldas, que transforma en tráfico ilegal de cocaína. Vive suntuosa y ostentosamente desde entonces. Tiene como apodo El Mexicano por su afición a los mariachis y al tequila, y por los nombres que ha puesto a sus haciendas: Chihuahua, Sonora, Mazatlán, Cuernavaca. Un 15 de diciembre del año 89, El Mexicano es cercado en su finca La Lucha de la costa colombiana y ametrallado desde un helicóptero. Una bala le atraviesa el cráneo y unos cohetes vuelan su propiedad. Antes de alcanzar ese fin, Rodríguez Gacha es el pionero de las rutas de la cocaína a través de México, el país de sus amores, junto con el hondureño Ramón Matta Ballesteros.3
La conexión mexicana
Ramón Matta Ballesteros es sobreviviente de una niñez pobre, precozmente ilegal, dedicada a cambiar maíz y frijol por aguardiente, y de una juventud rica en aventuras y en contrabando de esmeraldas. En la cúspide de su poder, el director del Tiempo de Honduras, Manuel Gamero, describe a Matta Ballesteros como un “hombre de mirada huidiza”, “ampulosos ademanes”, “brusca arrogancia que esconde timidez”, “voz ronca apagada”, un “carácter violento y una personalidad en la que se mezclan la sencillez de su origen y una vivacidad aguzada por su contacto con el hampa”.
En 1977 Matta Ballesteros presenta a Rodríguez Gacha con su amigo mexicano, Miguel Ángel Félix Gallardo, figura central aunque invisible de las drogas en Sinaloa. (Los colombianos llaman a sus colegas mexicanos “Los magos”: todo mundo puede verlos menos la policía.) Matta ha sido hasta entonces la conexión sudamericana de Alberto Sicilia Falcón, el primer narcotraficante que sienta sus reales en la ciudad de Guadalajara, la perla del occidente mexicano. Según el testimonio del pistolero Michael Decker, Sicilia Falcón llega a tener en su nómina a media ciudad.
Decker es un asesino a sueldo de la CIA. Sicilia Falcón lo alquila como ejecutor. Le paga ocho mil dólares por su primer trabajo: matar a un Alberto Barrueta. En su primer mes con Sicilia Falcón Decker dice haber ganado 200 mil dólares: 25 ejecuciones. En su libro Underground Empire, James Mills describe a Decker como “un asesino diabólico, frío como el acero, con cara de inocente estrella de cine”. “Lo de Sicilia era increíble”, dice Decker a Mills. “Toda la ciudad en la nómina de un hombre. Guadalajara comprada por Sicilia Falcón”.
Sicilia es aprehendido en 1976, pero los que están en el secreto de su red saben cómo seguirla usando. Matta Ballesteros conoce la red de Sicilia. También la conocen los policías que lo han servido, a quienes Sicilia ha sobornado. Félix Gallardo hereda las dos vertientes e inicia una mudanza de Culiacán a Guadalajara.
Desde 1975 el gobierno mexicano ha lanzado sobre las barrancas del noroeste la Operación Cóndor, una agresiva campaña de erradicación de cannabis y amapola. Infatigables helicópteros artillados sobrevuelan la sierra, echan defoliantes sobre los plantíos (una nube naranja llamada paraquat), ametrallan sembradores.
Rodríguez Gacha visita la casa de playa de Félix Gallardo en Altata, cerca de Culiacán. Es agasajado con mariachis, tequila y mujeres. Pacta ahí con Félix Gallardo el paso de la coca por México hacia Estados Unidos. El pacto es sencillo porque reúne dos poderes reales: los hombres de Rodríguez Gacha pueden poner la droga en México, los hombres de Félix Gallardo pueden llevarla a Estados Unidos. Félix Gallardo cobra por el traslado una comisión del 25 o 30 por ciento (los cronistas difieren en esto) sobre el precio de venta.
Nadie hay tan preparado en México para cumplir ese trato como Miguel Ángel Félix Gallardo. Durante sus días de contrabandista de goma y mariguana, ha montado una red de distribución que une al noroeste mexicano con el suroeste de Estados Unidos. Pasa la yerba y la goma por un archipiélago de contactos en Sonora, Baja California, Arizona, Nuevo México y California. Para estos efectos, la frontera empieza en las barrancas de la sierra mazatleca y termina en el corazón de las grandes ciudades de Norteamérica: Nueva York y Los Angeles, Miami y Chicago, Washington y Detroit.
Félix Gallardo cambia su red de paso de goma y mariguana a una red de paso de cocaína. Le conviene hacerlo.
Los plantíos de amapola y cannabis necesitan muchos cómplices (cómplices que siembran, que transportan, que compran) y durante mucho tiempo (siembra, floración, cosecha). El paso de la cocaína necesita menos cosas durante menos tiempo: pistas de aterrizaje, aviones, camiones, y cómplices de unas horas: soldados o policías que miran a otro lado cuando la carga pasa por su territorio. La cocaína es más rentable que la mariguana o la goma, y menos vulnerable. Las flotillas de la Operación Cóndor no pueden tocarla desde el cielo, ni quieren verla en la tierra.
Poco después del pacto de Altata, dicen los cronistas, Félix Gallardo mueve al norte cantidades de cocaína que hasta entonces sólo ha movido el Cártel de Medellín. Es parte de una red que nace en Los Andes y termina en el sur de Estados Unidos. Ha penetrado dos bancos, tiene una flotilla aérea, una red telefónica, está montando sus propias refinerías de cocaína y extendiendo su red de distribución hacia Europa.
Es el hombre más buscado y menos perseguido del noroeste de México. Todo el mundo sabe de sus negocios y de su vida. Aparece en fiestas, bodas y bautizos, que la prensa local reseña rumbosamente. Su naturalidad social alcanza un clímax el 28 de mayo de 1983, cuando funge como padrino de boda de su antiguo custodiado, Rodolfo Sánchez Duarte. El obispo auxiliar de Culiacán celebra la misa.4
Padrinos
En 1982 la Drug Enforcement Agency (DEA) organiza la Operación Padrino para rastrear a Félix Gallardo. Descubre entonces que el padrino ha tenido buenos padrinos: los comandantes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política de México.
En 1986 la DEA recluta un informante que ha trabajado en la DFS entre 1973 y 1981. Ha sido contratista, consejero en finanzas y proveedor de armas de Miguel Nazar, cabeza de la DFS. Según ese informante, a mediados de los años setenta, cuando las bandas de Sinaloa se hacen la guerra unas a otras, además de la guerra que tienen con la policía y con el ejército por la Operación Cóndor, los comandantes Esteban Guzmán y Daniel Acuña, ambos de la DFS, van a ver a los jefes narcos Félix Gallardo y Ernesto Fonseca, Don Neto. Les aconsejan cuatro cosas: 1) poner fin a su guerra intestina, 2) montar una base de operaciones en Estados Unidos, 3) salir de Sinaloa, 4) guarecerse en Guadalajara.
La DFS presenta a los narcos con la gente influyente de Guadalajara, dicen los cronistas. Les buscan casas, les asignan guardaespaldas. “Los traficantes”, escribe Elaine Shannon en su libro Desperados, “aportan la fuerza y la sangre. La DFS aporta la inteligencia, la coordinación y la protección contra otras agencias de gobierno”. Los anfitriones de la mudanza a Guadalajara tienen su propia historia. Son miembros de la policía política del gobierno federal, radicada en la Secretaría de Gobernación. Desde ahí los comandos de una brigada especial, llamada Brigada Blanca, toman a su cargo, con licencia para matar, la guerra sucia de los años setenta contra la guerrilla urbana. Aquella guerra, librada en los sótanos, termina con una amnistía decretada en 1978.
Un movimiento de familiares de las víctimas elabora una lista de desaparecidos (más de 500) y exige un parte oficial de su paradero. El 24 de enero de 1979 se da un informe oficial sobre el tema. El procurador general de la República, Óscar Flores Sánchez, reconoce que hay 314 casos de desaparecidos en conocimiento de las autoridades: 154 han sido muertos por la policía o el ejército, 89 se encuentran en la clandestinidad, 58 han perdido la vida en actos de violencia entre guerrilleros rivales.
El gobierno nunca admite oficialmente la existencia de la Brigada Blanca, pero algunos de sus miembros ocupan en los años siguientes puestos policiacos clave, terminan sus vidas de policías como delincuentes, encarnan a plenitud el dicho de que donde está la ley está el delito, y crimen donde está la policía.
Entre los métodos de la Brigada Blanca denunciados por Amnistía Internacional se incluyen golpes de puño y cachiporra, toques eléctricos en ojos, dientes y genitales; aspersión de agua mineral por la nariz, inmersión de la cabeza o el cuerpo en agua sucia. Durante las sesiones de tortura hay médicos presentes. Los testimonios recogidos por Amnistía Internacional incluyen el de Bertha Alicia López García de Zazueta, cuya hija de un año de edad es víctima de choques eléctricos en presencia de su madre.5
Cuerpos cruzados
La noche del 30 de enero de 1985 son asesinados en Guadalajara dos ciudadanos estadunidenses, Alberto Radelat y John Walker. Hay tres versiones de su muerte: la del mesero del restaurante La Langosta Loca donde se perpetra el crimen, la del gerente del mismo sitio y la de sus asesinos.
Según el mesero, Radelat y Walker se asoman sobre la puerta de resorte de dos hojas de La Langosta Loca, son metidos violentamente al lugar, derribados a golpes y, en el suelo, pateados y navajeados. Mal heridos y sangrantes, son puestos de pie, les tapan las cabezas con chamarras, los sacan andando del lugar y los suben a los autos de sus agresores: un Grand Marquis negro, con teléfono, y dos camionetas Bronco, una blanca y otra negra.
Según el gerente, los norteamericanos entran tarde al restaurante, les dicen que no hay servicio y tratan de retirarse. Al oír su español de acento americano, los hombres que ocupan desde la comida unas mesas del lugar (beben una larga sobremesa) saltan sobre los turistas, los someten y empiezan a golpearlos. Los llevan a una bodega contigua a la cocina. Allí los agreden a puntapiés, los hieren con picahielos (buscan el hueso, pinchan el hueso, raspan el hueso cuando lo encuentran). Todos los comensales agresores, unos 20 jóvenes con camisas abiertas y collares en el pecho, circulan por la bodega. El jefe de todos ellos se da sus vueltas también, permanece en la bodega unos minutos, sale después a tomar algo y regresa a la bodega.
Según el mesero, la golpiza dura cinco minutos. Según el gerente, una hora, al cabo de la cual sacan a los turistas de la bodega arrastrándolos de los pies. Van sin conocimiento, dejando un rastro de sangre. Les tapan la cabeza con manteles del restaurante, los suben a los autos. Antes de marcharse, ordenan al velador que limpie la bodega. El velador encuentra la bodega llena de sangre, regada por todo el piso.
Estas son las versiones del mesero y el gerente sobre lo ocurrido esa noche en La Langosta Loca. Hay también la versión de los homicidas, hecha tiempo después, cuando caen presos y confiesan sus culpas.
Según los homicidas, la agresión dura más de tres horas y tiene lugar en la cocina. No atacan a sus víctimas en grupo sino por turnos. Usan picahielos, cuchillos y navajas. El hombre llamado Walker muere allí. El llamado Radelat sale del lugar con vida, pero inconsciente.
En el predio donde los entierran les dan el tiro de gracia.
Walker es un veterano de Vietnam con media pensión de invalidez por una herida de bomba. Reside en Guadalajara desde 1983, dedicado a escribir una novela sobre un asesinato en Minnesota cuya intriga toca al equipo de futbol americano profesional de la ciudad. Alberto Radelat es hijo de cubanos de Houston y ha venido a inscribirse para estudiar odontología en una universidad tapatía. Walker, su amigo de adolescencia, lo ha invitado a quedarse con él en su departamento. Un día antes de que Radelat vuelva a casa, Walker lo invita a cenar en el mejor restaurante de mariscos de Guadalajara, La Langosta Loca.
Llegan tarde al restaurante, cuando están por cerrar. Se hacen sospechosos a los ojos de la pandilla alcoholizada que ocupa el sitio por ser americanos y venir a deshoras. La pandilla es de narcotraficantes. Libra una guerra secreta en la ciudad con los agentes de la oficina de narcóticos estadunidense. En la euforia de una larga sobremesa, la pandilla confunde a los dos amigos con dos miembros de la agencia, sus enemigos jurados a quienes en esos días quieren escarmentar. El jefe de la pandilla se llama Rafael Caro Quintero.
No son los primeros muertos locos en La Langosta Loca, propiedad subterránea aunque ostentosa de Caro. Algunos cronistas atribuyen la propiedad a un lugarteniente de Félix Gallardo: Manuel Salcido, El Cochiloco. Meses atrás, en noviembre de 1984, han muerto en un tiroteo en el mismo lugar dos miembros de la policía judicial federal, encargada de combatir el narcotráfico en México. Los agentes aparecen muertos en su auto, uno de ellos con 28 sobres de cocaína que la policía juzga puestos por los asesinos, como una burla y una afrenta para sus víctimas.
Los cuerpos de los turistas confundidos, John Walker y Alberto Radelat, son llevados a enterrar al Parque Primavera, el gran parque público de Guadalajara. No son los primeros enterrados clandestinos del sitio. Tampoco serán los últimos. Días después, la misma banda lleva al mismo lugar los cadáveres correctos: el de un agente y un colaborador de la agencia de narcóticos estadunidense, a quienes dan muerte luego de torturarlos en busca de una información y una venganza.6
Caro Quintero
Para el momento en que su gente confunde fatídicamente a John Walker y Alberto Radelat con agentes de la Drug Enforcement Agency (DEA), Caro Quintero tiene 29 años. Tiene también una fortuna que la prensa calcula o inventa en 500 millones de dólares. Es el socio más visible de Félix Gallardo. Se dice que es dueño de 36 casas y accionista de 300 empresas en Guadalajara, entre ellas las distribuidoras de autos Country Motors, los hoteles Holiday Inn y el Fiesta Americana.
Ha comprado terrenos para hacer su casa: una superficie de 150 mil metros cuadrados, mayor que el área del Estadio Jalisco, templo del futbol local, uno de los más grandes de México. La más grande de sus propiedades, dicen los cronistas, está en Caborca, en el norteño estado de Sonora. Viniendo por aire de Hermosillo, a 25 minutos de Caborca, puede verse la hacienda de Caro llamada El Castillo. Semeja en efecto un castillo medieval. Tiene dos mil cabezas de ganado, pista aérea, caballerizas, corrales y una iglesia. Su costo, dicen, es de 700 millones de pesos (unos cuatro millones de dólares). Está registrada a nombre de Genaro Caro Quintero, hermano de Rafael.
Desde El Castillo, según los cronistas, Caro controla la siembra de mariguana en los cuatro puntos del estado: al norte, en Sonoíta; al sur, en los municipios de Altar y Pitiquito; al oriente, en El Arenoso; al poniente, en el valle de Caborca. Su dominio de la zona, aseguran, es absoluto. Cuando llega su grupo, se corre la voz y nadie se les cruza en el camino. Las huellas de su actividad son visibles para todos. Caborca encabeza la venta de automóviles lujosos en el estado, siendo modesta villa de ganaderos. Se venden ranchos rústicos al doble de su precio. Y los compradores no son de ahí.
Cuando están en Caborca, Caro y su grupo alquilan completo un hotel, El Camino, con 70 habitaciones y suites de lujo. El hotel se convierte entonces en cuartel provisional del narcotráfico en la zona norte del país. Caro ha donado al municipio 100 millones de pesos para obras sociales (unos 500 mil dólares). Con dinero que él dio, dicen los cronistas, se está construyendo un hospital.
El dinero parece estorbarle, tiene la compulsión de ostentarlo. En 1984 y 1985 compra 40 automóviles Grand Marquis y camionetas Bronco para regalar a parientes, amigos y policías. Con los empresarios Javier y Eduardo Cordero Staufert, forma una red de empresas dedicadas a lavar dinero. Pero lo socios clave de Caro Quintero no son empresarios, son policías. Su negocio es de alta visibilidad: exige grandes superficies de cultivo y la complicidad de muchos.
En 1985, año de su cólera funesta, Caro paga cifras millonarias a sus cómplices, en particular a la Dirección Federal de Seguridad, su sombra protectora. Ha sobornado a comandantes de todo el país, principalmente en el norte y el noroeste. También en Guanajuato, Zacatecas, Jalisco. En Jalisco tiene bajo su mando al jefe de la policía judicial Víctor Manuel López Rayón, y a los agentes Juan Rufo Solorio, Víctor López Malo, Raúl López Álvarez, Gerardo Lepe. Al comandante Daniel Acuña, de Tijuana, le paga cinco millones por cada envío de mariguana que deja pasar a Estados Unidos (un dólar= 200 pesos). Cinco millones semanales pagan en Sonora a Moisés Calvo, otro comandante, que le cuida sembradíos de mariguana. Da 10 millones de pesos semanarios (unos 50 mil dólares) al comandante Alberto Arteaga García de la policía judicial federal en Chihuahua. Arteaga le asegura discreción para la siembra de mariguana en ese estado donde Caro ha puesto en marcha la más grande siembra de mariguana hecha hasta entonces: la siembra de El Búfalo.7
El Búfalo
Rafael Caro Quintero tiene a sus órdenes, según los cronistas, mil hombres armados. ¿Qué ha hecho para tener tanto? ¿De dónde tanta riqueza, tanto poder?
Caro ha inventado la cosecha agroindustrial de la mariguana sin semilla, favorita de California, el gran estado moto de la unión americana. Caro, dice Elaine Shannon, “transforma la mariguana mexicana de hierba común en humo de conocedores”. En Oregon y California se crea la técnica de pinchar las plantas hembras de la cannabis común para inhibir la floración y lograr que la resina se concentre en las hojas. Los pioneros de la yerba sin semilla en Estados Unidos cultivan pequeñas parcelas. Venden cortes exquisitamente presentados a dos mil 500 dólares la libra, ocho veces el precio de la mota comercial mexicana.
Caro va al desierto a cavar pozos para sembrar en México grandes llanadas de mariguana sin semilla. Abandona las barrancas perdidas de la sierra y siembra en planicies humidificadas de Sonora, Zacatecas, Jalisco, Nuevo León, San Luis Potosí. A principios de los ochenta empieza a colonizar Chihuahua. Compra con sus socios predios colindantes en las cercanías de un poblado llamado El Búfalo. Perfora pozos, irriga las tierras secas, produce un oasis agroindustrial de 12 kilómetros cuadrados, una enorme mancha fértil, oscura de tan verde, en medio de la aridez leonada y calcárea del desierto.
Cada unidad del complejo consta de varios cobertizos. Hay casas especiales para guardias y trabajadores, pequeñas presas, pozos con bombeo automático, riego por aspersión. Han traído maquinaria agrícola y usan fertilizantes. Los supervisores vienen en helicóptero a ver los plantíos. Las cosechas salen en camiones cerrados y luego en tráilers hacia Estados Unidos. El Búfalo es lugar de cosecha y punto de acopio. A sus galpones y bodegas llega mariguana de otros estados. En noviembre de 1984 hay en las bodegas de El Búfalo el equivalente a la producción de 15 mil hectáreas. Cientos de guardias vigilan a 11 mil cosechadores, campesinos jóvenes, enganchados para sembrar mariguana, igual que los enganchan para cortar caña o pizcar tomate en otros puntos de México.
Un piloto de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), Alfredo Zavala Avelar, es el primero en ver desde el aire aquel ajedrez verde en medio del desierto. Ha aprendido a volar en el ejército, del que se retira como capitán segundo piloto aviador, en 1963. Desde entonces trabaja como piloto en la SARH. Lleva y trae ingenieros y funcionarios a diferentes lugares de la República. Va a cumplir 58 años.
Volando para la SARH, dice su hermano Mario Zavala, también piloto, Alfredo conoce todo el país, sus sierras, sus valles, sus llanos, sus barrancas. Se da cuenta de “las anomalías”, como llama a las siembras clandestinas de amapola y cannabis, y las comunica a sus amigos. Tiene muchos amigos en Guadalajara, entre ellos algunos miembros de la policía judicial del estado. Les dice lo que ve en sus vuelos, hasta que uno le pide que no siga informándoles, porque hay cosas que ellos no pueden arreglar. Le sugieren dar sus informes al consulado norteamericano. El consulado lo remite al grupo de la DEA que opera en Guadalajara.
En 1984 la DEA tiene cuatro agentes radicados en Guadalajara, y 30 más repartidos en la ciudad de México, Monterrey, Hermosillo, Mazatlán y Mérida. Otros 20 van y vienen en tareas temporales. El jefe de la DEA en Guadalajara es Roger Knapp, de 40 años, agente antinarcóticos desde 1967, cabeza de la Operación Padrino diseñada para atrapar a Félix Gallardo. El segundo de a bordo es James Kuykendall, agente desde 1957, casado con una tamaulipeca de Matamoros llamada María Consuelo. Los agentes restantes son nacidos en Calexico, ex marines, ex miembros de la policía municipal de Calexico y ahora destacados en Guadalajara: Víctor Shaggy Wallace, y Enrique Kiki Camarena, a quien llaman también El Gallo Prieto.8
El agente y el piloto
Los agentes de la DEA destacados en México no pueden portar pistola ni participar en acciones directas de persecución de narcos o destrucción de plantíos. Tampoco pueden realizar vuelos de inspección sobre territorio mexicano. Sólo pueden investigar para informar a los cuerpos policiacos mexicanos, y que éstos actúen. Alfredo Zavala Salazar puede hacer lo que ellos no: volar e informarles directamente. Puede también llevarlos en vuelos de reconocimiento como pasajeros. Zavala ve el campo de Chihuahua antes que nadie. Lo informa a la DEA. La DEA informa de su hallazgo a las autoridades mexicanas.
La noche del 6 de noviembre de 1984, las fuerzas policiacas del gobierno federal caen sobre El Búfalo en una operación que moviliza a 270 soldados del 35 batallón de infantería del ejército, 170 agentes de la judicial federal, 35 agentes del ministerio público, 50 agentes auxiliares, 15 helicópteros y tres aviones Cessna.
Se decomisan ocho mil 500 toneladas de mariguana que hay en las bodegas de El Búfalo y dos mil 400 que aún crecen en los plantíos.
La reacción de Caro es radical. No es la primera gran siembra que le roba la combinación DEA/Camarena/Zavala. En septiembre de 1982, por información de Camarena, le han confiscado 220 hectáreas en San Luis Potosí. La caída de El Bufalo, infinitamente mayor, desata la cólera de Caro, la cólera que ha de ser su perdición.
A las dos de la tarde de un jueves 7 de febrero de 1985, el agente de la DEA Enrique Camarena es secuestrado en el centro de Guadalajara, a dos calles del consulado americano. Lo abordan cinco hombres cuando se dispone a abrir su camioneta en el estacionamiento del bar Camelot, un sitio familiar para él, donde los agentes de la DEA van a tomar cerveza.
Según la versión oficial de los hechos, al frente de los hombres que abordan a Camarena está José Luis Gallardo Parra, El Güero, lugarteniente de Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto. Con él vienen dos policías judiciales de Jalisco y dos matones profesionales. Uno de ellos, Samuel El Samy Ramírez Razo, muestra una chapa, una credencial, de la DFS. “Seguridad federal”, dice. “El comandante quiere verte”. Los hombres meten a Camarena en un volkswagen Atlantic color beige. El Samy le cubre la cabeza con un saco. El Güero Gallardo da orden de partir.
A las cuatro de la tarde del mismo día, Alfredo Zavala aterriza en su pequeño avión en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara. Regresa de Durango con un ingeniero de la SARH y otros dos hombres. La esposa de uno de ellos ha venido a recogerlo, espera en el hangar. Le ofrecen a Zavala llevarlo a su casa. Zavala acepta. Ya está en el coche cuando llega un ford Galaxy rechinando las llantas. Dos hombres bajan del Galaxy armados con metralletas AR 15. Apuntan a Zavala y le ordenan bajar. Lo meten a empujones en la parte trasera del Galaxy, quitan a la pareja las llaves del coche y se van a toda prisa.
Camarena y Zavala son llevados a una casa de Caro, en la calle de Lope de Vega 881. Caro los espera para interrogarlos.
Caro graba parte del interrogatorio a que sujetan a Camarena. No hay en esa grabación ruidos de golpes, gritos de tortura. Le piden a Camarena que dé nombres de agentes e informantes de la DEA. Camarena los da. Hay muchas voces en el cuarto, pero sólo dos interrogadores. Uno es duro y crudo. El otro suave, paciente, profesional. Camarena le responde una vez llamándolo “comandante”.
No hay cintas grabadas del interrogatorio paralelo de Alfredo Zavala. Tampoco hay grabación de la tortura, pero ésta queda impresa en los cuerpos de las víctimas. No hay disparos ni cuchillos. Sólo golpes, huesos rotos, tejidos macerados. Camarena muere al parecer de un golpe que hiende su cráneo, dado quizá con una espátula o una cruceta para cambiar llantas. Se sabe después que durante los interrogatorios de Camarena y Zavala hay un médico presente, que revive a los interrogados inyectándoles xilocaína cuando el dolor los desmaya.
A Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, le avisan que Caro tiene a Camarena en su casa el mismo día del secuestro, jueves 7 de febrero. Don Neto va a casa de Caro a la hora de la comida y ve a Camarena, pero se siente cansado y no quiere hablar con el agente. Al día siguiente, viernes 8, Don Neto vuelve a la casa. Es recibido con aspereza por el mismo Caro.
—¿Qué hacen aquí, a qué vienen? —le pregunta Caro. —A entrevistarme con Camarena —responde Don Neto. —Pues a ver si lo alcanzas, porque ya no habla —se burla Caro.
Don Neto ve al agente golpeado y moribundo. Caro y dos de sus ayudantes lo han golpeado. Don Neto se enoja y le da dos bofetadas a Caro. Caro se enfurece. Don Neto prefiere dejar la casa y preparar su huida. Sabe que la muerte de Camarena traerá muchos problemas. Al salir de la casa, Don Neto ve un cuerpo tirado en un cuarto oscuro.
—Es un “dedo” —dice Caro—, por “delator”. Es el cadáver del piloto Alfredo Zavala.9
El Mareño, 1
Caro sale de Guadalajara el 9 de febrero rumbo a su rancho El Castillo, de Caborca. Los cuerpos de Camarena y Salazar son llevados a enterrar al Parque Primavera de Guadalajara, al mismo lugar donde la gente de Caro ha enterrado a John Walker y Alberto Radelat. Entierran los nuevos cuerpos junto a los viejos, pero Caro lo piensa dos veces y decide separar los entierros. No quiere que nadie piense que hay tumbas colectivas de gringos en Guadalajara.
Javier Vázquez Velázquez confiesa años después su participación en los hechos. Es el encargado de llevar los cuerpos de Walker y Radelat al Parque Primavera y enterrarlos. Es el encargado también de desenterrar los cuerpos de Camarena y Zavala. Los cuerpos de Camarena y Zavala aparecen un mes después del secuestro en un rancho llamado El Mareño, en el kilómetro 36 de la carretera Zamora-La Barca, a unos 100 kilómetros de Guadalajara. El Mareño es propiedad del ex diputado local michoacano Manuel Bravo Cervantes, vecino del pueblo de La Angostura del municipio de Vista Hermosa.
El jueves 28 de febrero el comandante Armando Pavón Reyes, jefe de la judicial federal en Jalisco, muestra a los agentes de la DEA, James Kuykendall y Tony Ayala, una carta anónima que dice que Camarena está detenido en El Mareño.
El sábado 2 de marzo Leonel Godoy, subprocurador de Michoacán, recibe una llamada de la agente de ministerio público de Tanhuato, Lidia Vega. Le dice que ese día, como a las siete de la mañana, un grupo de agentes federales ha rodeado el rancho El Mareño y cercado la carretera federal Zamora-La Barca. Impiden el paso de coches y gente. A gritos exigen entregarse al dueño, Manuel Bravo Cervantes, a la sazón director de la Productora Nacional de Semillas de Apatzingán. Bravo Cervantes se asoma por una ventana de la casa de dos plantas y pide a los policías que se identifiquen. Exige luego la presencia de la policía vecina de Vista Hermosa o Zamora.
En la planta baja de la casa duermen dos nietos y el menor de los tres hijos de Bravo Cervantes, Rigoberto Bravo Segura, un muchacho de 20 años de edad, mermado en sus facultades físicas y mentales. Los nietos, Hugo y Manuel, tienen 11 años, son primos entre sí, hijos de los hijos mayores del jefe de casa. El escándalo los despierta, gritan a su abuelo que hay ladrones. Los hombres que rondan irrumpen en el cuarto donde los oyen gritar, los toman como rehenes, los sacan al patio delantero del rancho y exigen a Bravo Cervantes que se entregue.
Versiones discordantes refieren lo que sigue. Una versión dice que el matrimonio se entrega y es ejecutado a sangre fría, en el patio, cuando sale de la casa. Otra versión dice que los federales golpean a Rigoberto, el hijo minusválido de Bravo Cervantes, y éste dispara entonces de la casa. Cae muerto un policía. Los otros policías disparan contra la casa hasta matar a Bravo Cervantes y su esposa. Ejecutan después a Rigoberto. El hecho es que hay una nutrida balacera y ninguno de los ocupantes de la casa queda vivo, salvo los nietos, que han sido amordazados y llevados a un auto.
Cuando empiezan los disparos, un cuñado de Bravo Cervantes, Wenceslao Segura, vecino de El Mareño, llama por teléfono a su sobrino Hugo, que vive en Zamora. Le dice a gritos que el rancho está siendo asaltado. Hugo va en busca de su hermano Manuel, el mayor, que vive a dos cuadras de su casa. Salen en una camioneta hacia El Mareño. Las esposas de Hugo y Manuel, Celia Navarro y Eleuteria Torres, cuyos hijos duermen en el rancho, van a la oficina de la procuraduría local y consiguen que les comisionen seis agentes para llevarlas al rancho.
Llegan al rancho como a las nueve de la mañana. Hay muchos coches alrededor de la casa. Se oyen disparos. Varios hombres armados se deslizan atrás de ellos, se identifican como federales y ordenan entregar sus armas a los policías del estado. Sorprendidos, los policías locales obedecen. Los federales vendan a las mujeres, las cachetean y las meten a un cobertizo. Celia alcanza a ver un cuerpo en el patio frontal del rancho. Piensa que puede ser su marido. Luego oye a alguien decir. “Dale” y un disparo. Más tarde oye a otro decir “Muy hombrecito. Murió sin decir nada”.
Celia Navarro y Eleuteria Torres, las nueras de Manuel Bravo Cervantes, son llevadas a Guadalajara. Las acusan de haber ido al rancho en un auto robado con 30 cargadores de distintos calibres para sus parientes. Son puestas en libertad por la tarde, luego de varios golpes y preguntas sobre el paradero de Enrique Camarena. Al ser liberadas se encuentran con sus hijos, que están aterrorizados pero ilesos. Les confirman lo que sospechaban. En el asalto a El Mareño han sido muertos Manuel Bravo Cervantes, su esposa María Luisa Segura, y los tres hijos de ambos: Hugo, Manuel y Rigoberto.10
El Mareño, 2
El martes 5 de marzo de 1985 el gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas, recibe una llamada. Le dicen que en El Mareño nuevamente hay agentes federales y de la policía antimotines de Jalisco, escarbando en la parte trasera de la casa. Cárdenas se traslada en avioneta al rancho con algunos colaboradores. Llega como a las cuatro de la tarde. Los federales le impiden el paso. El gobernador se identifica y exige una explicación. Le informan que buscan droga y los cadáveres de Camarena y Salazar. No encuentran nada.
Al día siguiente, 6 de marzo, el gobernador de Michoacán da a conocer en un desplegado de prensa su “enérgica y respetuosa” protesta por el “atropello” policiaco en su entidad. Ese mismo día, como a las 18:00 horas, la delegación de la procuraduría estatal de Zamora recibe un informe del síndico de Vista Hermosa: gente del pueblo de La Angostura ha encontrado dos bolsas grandes de plástico con dos cadáveres. Están a flor de tierra, en avanzado estado de descomposición, en un lugar conocido como “El Potrero Mareño”, a 12 metros de la carretera Zamora-Vista Hermosa, a la altura del kilómetro 36, a tres metros de la cerca de la propiedad de la familia Bravo Cervantes.
Los cuerpos han sido encontrados por Antonio Navarro Rodríguez, un campesino del lugar. Dice que cualquiera los hubiera encontrado porque despedían malos olores a 50 metros a la redonda. Al toparse con los cadáveres, Navarro iba en su bicicleta a cortar alfalfa. Al informar de su descubrimiento, deja constancia judicial de que el lugar donde aparecen los cuerpos es paso de gente que va a su jornal por la mañana y regresa a las dos de la tarde, por lo que si esos cuerpos hubieran estado allí desde la mañana, hubieran sido vistos por los caminantes. Los cuerpos de Zavala y Camarena, entonces, deben haber sido tirados ahí entre las dos y las seis de la tarde.
A la una de la madrugada del 6 de marzo se levanta la fe de lesiones y la descripción de los cadáveres. A partir de las 2:45, dos médicos legistas practican una “necrocirugía a los cadáveres”. “A las cinco de la mañana”, dice Godoy, “se termina de practicar la última prueba a los cadáveres. Ambos presentan evidentes huellas de haber sido torturados, así como síntomas de asfixia. Hay indicios para suponer que son los de Camarena y Salazar. Se hacen estudios de la tierra encontrada en las bolsas y la tierra de El Mareño. Se comprueba que los cuerpos no estuvieron sepultados nunca en El Mareño.
En Guadalajara, en una segunda autopsia, los cuerpos son identificados “plenamente” como los del piloto mexicano Alfredo Zavala y el agente de la DEA Enrique Camarena.11
Sara
Caro Quintero sale de México rumbo a Costa Rica el 17 de marzo de 1985. El avión en que se fuga pertenece a la Compañía Proveedora de Servicios de Guadalajara, cuyos propietarios, los hermanos Eduardo y Javier Cordero Staufert, son detenidos el 1 de abril, acusados de ser cómplices de Caro en el “lavado” de cinco mil millones de pesos, invertidos en diversos negocios. Esta cantidad forma parte de la fortuna de Caro Quintero, que se estima o se inventa en 100 mil millones de pesos (550 millones de dólares: 200 pesos el dólar). Caro es además accionista o propietario de por lo menos 300 empresas.
Caro sale de México con su rugosa comitiva sin papeles, pasaportes ni visas. Quien facilita su internación ilegal en Costa Rica es Rubén Matta Ballesteros, dueño de buenas propiedades en este país. Según la DEA, Matta Ballesteros sale de México a principios de marzo, con la complicidad de la policía mexicana.
Caro se refugia en una villa al noroeste de San José, con sus pistoleros Miguel Ángel Lugo Vega, Albino Bazán Padilla, José Luis Beltrán Acuña y Juan Francisco Hernández Ochoa. Está con él también Sara Cristina Cosío Gaona, hija de una prominente familia de Guadalajara, cuyo padre ha sido secretario de Educación del estado de Jalisco. Su tío, Guillermo Cosío Vidaurri, es un conocido político jalisciense, que será años después gobernador del estado.
Según la familia de Sara, Caro la ha secuestrado en Guadalajara el 8 de marzo. Según la versión de Caro, ha recogido a Sara en Culiacán y ha venido con él voluntariamente. La procuraduría de Jalisco dice que no se trata de un plagio sino de un “rapto generado por el entendimiento emocional de las dos personas de referencia”. Desde hace un tiempo, Caro corteja a Sara Cosío con regalos millonarios: autos Grand Marquis, Cadillacs, joyas preciosas, relojes Rolex. Ninguno de esos regalos es aceptado, dice la familia Cosío. Sara es novia de Martín Curiel, miembro de una de las familias más conocidas de Guadalajara.
Sara Cosío ya ha sido plagiada antes por Caro Quintero. En diciembre de 1984, según las denuncias, la joven queda libre del primer rapto porque la policía acosa a Caro Quintero en su castillo plebeyo de Caborca, Sonora. Caro ofrece entregar a Sara a cambio de que dejen de asediarlo. Pero poco después, el 8 de marzo de 1985, Caro vuelve a robarse a Sara Cosío en las calles de Guadalajara. Esta vez Caro no está dispuesto a devolverla. El padre de Sara explica que Caro quiere retener a su hija a como dé lugar. Sara conoce a Caro, admite el padre, pero Sara estudia el sexto semestre de bachillerato y pretende seguir estudiando diseño. “Su carácter es muy fuerte,” dice el padre, “tan es así que en alguna ocasión increpó al propio Caro diciéndole: ‘Deja de molestarme. No te quiero. Nunca te he querido, no te puedo querer. Yo no te conocía y no debo ni puedo casarme contigo’ ”. El padre de Sara denuncia el plagio para que le devuelvan a su hija, de 17 años de edad.
La versión de Caro es distinta:
—La muchacha se fue a Culiacán y fui por ella. No era la primera vez, ¿eh? Yo no la secuestré, fui a buscarla. ¿Cómo iba a dejarla sola en las calles de Culiacán? Tenía viviendo conmigo como tres años. Su papá y su tío, el político ese (Cosío Vidaurri, ex alcalde de Guadalajara, ex dirigente del PRI capitalino, en ese tiempo secretario de gobierno de la ciudad de México), quisieron taparlo todo. En primer lugar, el papá de Sara trae un carro Cougar que yo le regalé. Y el tío trae otro Cougar que yo le había dado a su sobrina. Si ella se lo regaló o no, mis respetos. El papá y la mamá andaban conmigo dondequiera. Nos vieron en todos lados. Nada más que se hicieron las víctimas cuando yo caí. Pero los entiendo, estaban tensos.
—¿Contrajo matrimonio con Sara? —No. Para allá íbamos, pero no llegamos.12
Caída
Una llamada de Sara Cosío a su casa, para decir a sus padres que está bien, permite a la DEA tener el número de origen de la llamada. Viene de un lugar cercano a San José de Costa Rica, una hacienda cafetalera llamada La Quinta. Dos mexicanos, Inés Calderón y Jesús Félix Gutiérrez, han comprado la finca en 800 mil dólares.
Dos agentes de la DEA en Costa Rica, Sandalio González y Víctor Mullins, sobrevuelan el sitio. Es una magnífica propiedad, de altos muros, con una mansión central, una casa de invitados, una cabaña, jacuzzi, piscina y un jardín lleno de flores y mariposas, junto a grandes árboles con copas llenas de pájaros. La DEA investiga la casa. Algún vecino dice haber visto entrar a ella a una mujer parecida a Sara Cosío. El jefe de la DEA en Costa Rica, Don Clements, obtiene la autorización de su embajada para tomar la casa. Obtiene también, sobre todo, la colaboración del ministro de Seguridad Pública de Costa Rica, Benjamín Pizá. Pizá pone a disposición del operativo el equipo antiterrorista del Departamento de Inteligencia y Seguridad (DIS), única e ignorada unidad de acción militar en un país sin ejército.
En la madrugada del 4 de abril todo está listo para la toma de La Quinta. Ha sido rodeada por agentes de la DIS y la gente de la DEA. Falta sólo la orden de cateo del juez. El juez se niega a darla la noche anterior, pues la ley le obliga a hacerlo en horas del día. El juez es levantado al alba y firma la orden, que se transmite por radio a los sitiadores. Lo que sigue es el estallido de la puerta de La Quinta y la entrada de los comandos hasta la mansión principal, cuyas puertas derriban. Entran disparando al aire. Sorprenden a los ocupantes dormidos, hay botellas de whisky por todas partes. En dos minutos, cinco de los ocupantes están boca abajo, esposados. Todos dicen llamarse Juan o José. En la recámara principal hay otro ocupante de la casa y una mujer. Ése dice llamarse Marco Antonio Ríos Valenzuela, y su pasaporte también. Ninguno de los ocupantes sometidos se parece a las fotos borrosas que han llegado desde México de Caro Quintero. La mujer, sin embargo, es igual a sus fotos: voluptuosa y bella. Sara Cosío. El pelo le cae sobre los hombros, su piel brilla, tiene ojos claros, y tiembla, aterrada, ante lo que sucede.
—¿Quién es éste, querida? —le pregunta el agente Sandalio González, apuntando a Marco Antonio Ríos. —Caro Quintero —susurra Sara. —¿Quién? —insiste González. —Rafael Caro Quintero —dice ella, más alto. —%$#@ —le dice Caro, y escupe.
Los ocupantes recogen en la casa 40 mil dólares en efectivo, 150 mil en travel checks y todo un arsenal de armas, entre ellas una pistola Colt 45 con cachas de oro, incrustaciones de diamantes y el monograma R-1 (Rafael número 1). Hay otra Colt 45 con el sello de la DFS. Otra arma automática tiene la insignia de la Guardia Nacional de Nicaragua. Viendo consumados los hechos, Caro dice: —Ya sé quiénes fueron. Me la van a pagar.13
Detención de Félix Gallardo
Miguel Ángel Félix Gallardo es capturado el sábado 8 de abril de 1989. Son las diez y media de la mañana. Varios autos, una Combi, 30 policías vestidos de civil, con armas largas, llegan al número 2718 de la calle Cosmos esquina con avenida Arcos, colonia Jardines del Bosque, en Guadalajara. Suben a las azoteas, cubren las salidas, cortan cartucho. Los vecinos oyen gritos de gente peleando. Pero no hay un solo tiro. La acción es rápida y sin problemas. Los guardaespaldas de Félix no responden. Los policías sacan a un hombre encapuchado y esposado, lo meten en la Combi. Minutos después sale de la casa una mujer rubia con dos niños pequeños. Corre por la calle y pide a una vecina que le ayude a conseguir un taxi. Es la esposa de Félix Gallardo.
“Yo la vi varias veces con quien parecía ser su esposo”, dice un testigo. “Era gente amable. No hacían ostentación de nada, ni se metían con nadie”.
La casa tiene 12 metros de frente y un portón de madera para el coche. Félix Gallardo la compró apenas hace unos tres meses, dicen los vecinos. Casi nunca había luz en la casa, no se oían ruidos, ni el ruido de los niños.
A las nueve de la noche los agentes vuelven al lugar. Abren las puertas y catean la casa.
Es el fin a 18 años de impunidad. Desde 1971 se han librado contra Félix Gallardo 14 órdenes de aprehensión. Al momento de ser detenido Félix Gallardo tiene 43 años y una fortuna que los cronistas calculan o inventan en 50 millones de dólares.
El detenido es presentado a la prensa dos días más tarde, el lunes 10 de abril, en la sede de la policía judicial federal de la calle de López, primer piso, corazón de la ciudad de México. Los reporteros Raúl Monge y Hermenegildo Olguín ven salir por la puerta que custodia una docena de agentes a “un hombre espigado, alto, despeinado, demacrado… Apenas puede hilar palabras, las piernas se le doblan, tiene que recargarse en la pared... Los flashes lo deslumbran, agacha la cabeza. Frente a él la policía ha desplegado los revólveres, rifles, granadas y cocaína que hallaron en su casa el día de su captura. Félix Gallardo dice después que le han dado una pastilla para poder enfrentar a la prensa, ya que lo han mantenido en pie todo un día”.
Siguen Olguín y Monge: El procurador de la República Enrique Álvarez del Castillo, cita a la rueda de prensa sobre la detención del “número uno de los narcotraficantes a nivel internacional”. Según él, Félix Gallardo ha aceptado que se dedica al narcotráfico desde 1971 y que en todo este tiempo tuvo la protección de diversas autoridades. Con Félix Gallardo han caído Gregorio Corza Marín, subdelegado de la Campaña contra el Narcotráfico en Sinaloa, confeso de haber recibido en los últimos dos meses 55 millones de pesos por mantener a Félix al tanto de las operaciones de la PGR.
También son detenidos: Arturo Moreno Espinosa, jefe de la policía judicial de Sinaloa; Robespierre Lizárraga Coronel, jefe de la policía judicial de Culiacán; Ernesto Fernández Cadena, de la Policía Federal de Caminos a cargo del destacamento de la ciudad de México; Ramón Medina Carrillo, comandante regional de Tamaulipas, y Hugo Alberto Palazuelos Soto, oficial destacado en Nuevo León.
En la conferencia, dice Álvarez del Castillo: “Tuve la mala fortuna, porque esas cosas nunca son afortunadas, de conocer en mi gestión como gobernador de Jalisco que Miguel Félix Gallardo era la cabeza intelectual del grupo formado por Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto”.
Al día siguiente, Félix niega todo. No reconoce su firma ni sus huellas digitales. Dice no recordar nombres, lugares, fechas, ni conocer droga alguna, ni a Caro Quintero, ni a Matta Ballesteros, ni a Ernesto Fonseca. Lo obligaron a firmar, dice, y niega todo.
La memoria regresa a él cuando su abogado defensor, Federico Livas, pregunta:
—¿En qué lugar se llevó a cabo la detención? —En la ciudad de Guadalajara. No me acuerdo de la calle. Era la casa de un amigo de nombre Budy (Bernardo) Ramos —Después de su detención ¿a dónde lo llevaron? —No vi. Me pusieron una funda de almohada en la cabeza. Me golpearon y ya no supe más de mí. Luego me percaté de que estábamos en el aeropuerto, por el ruido de turbinas.
Terminado el interrogatorio, Félix Gallardo dice:
—Me siento mal, necesito un médico.
Repuesto y desenvuelto aparece al día siguiente en la rejilla de prácticas del décimo juzgado de distrito. Carrillo, secretario del primer juzgado, lee un informe judicial y el acta ministerial. Ahí Félix Gallardo acepta su responsabilidad en los delitos de tráfico y posesión de cocaína, acopio de armas y cohecho.
Según el informe judicial, con fecha 9 de abril de 1989, al momento de capturar a Félix Gallardo, éste entrega un recipiente con cocaína, un rollo de papel con polvo blanco, armas, metralletas, cartuchos y dos granadas de mano. Acepta. En su declaración, Félix Gallardo asegura que “las firmas y huellas digitales fueron hechas sin su consentimiento” y denuncia que fue torturado en las oficinas de la PJF. Se levanta la camisa y muestra el abdomen al secretario del juzgado Salvador Castillo, quien hace una revisión ocular en privado. Comprueba que el detenido presenta moretones en abdomen y brazos.
Según Herbert Felipe López, agente del MPF adscrito al juzgado primero, Félix Gallardo podría ser condenado a 40 años de prisión por acopio de armas, posesión de cocaína y delitos contra la salud. Pero tiene pendientes otros procesos: tres en Guadalajara, uno en Tijuana, 10 en Culiacán.
En Washington la noticia de la captura de Félix Gallardo provocó reacciones diversas, todas favorables.14
Caro en su laberinto
Sin bigote, “con el cabello lacio que antes tuvo ensortijado, casi completamente cano”, Rafael Caro Quintero, a sus 38 años de edad, “parece mayor de 50”. Le da la impresión al reportero Carlos Marín de “vivir en el espanto”. Dice:
—Toda la gente aquí anda, andamos, mejor dicho, idos de la cabeza. No tiene usted idea de lo que es esto…
Por los orificios de la mica que separa a los encarcelados de sus visitantes, Caro dice que su prioridad es salir de este lugar, que Marín metaforiza como un “laberinto hermético”. Almoloya no es una cárcel de alta seguridad, dice Caro, sino un “encierro de segregación donde no se respetan los derechos humanos”.
—Nos despiertan a las seis de la mañana. A las ocho nos bajan al comedor. Desayunamos. Nos vuelven a subir a la celda después de desayunar. A las 10 nos bajan al patio. Permanecemos ahí hasta la una de la tarde. Nos suben de vuelta a la celda. Como a las tres nos bajan al comedor. Subimos a la celda otra vez. Nos bajan al patio a las cinco. Y como a las seis entramos a clases. A las 11 de la noche nos dejan que nos duérmamos.
—¿De qué toma clases? —pregunta Marín. —De primaria, primer año —dice Caro—. Porque estuve nueve años en el primer año de primaria y los nueve los reprobé.
Describe su celda “igual que un pasillo”, “muy reducida”, con una ventana que da al patio, pero “el patio no tiene nada, unas bancas, nada más”. Almoloya “no es para estar mucho tiempo”, dice Caro: “Toda la gente anda mal de la cabeza”.
Es el año de 1992. A Caro le faltan 92 años de cárcel en este “laberinto hermético”, cuyo menú describe así: “Chilaquiles en el desayuno, chilaquiles al mediodía, chilaquiles en la cena. Y qué bueno si fueran chilaquiles, son tortillas hechas atole. Comemos arroz y salchichas en caldo. Yo nunca había visto las salchichas en caldo. Pero aquí hay. Nunca pensé que hubiera un lugar así en México, nunca lo imaginé. No puedo describir la situación, pero Almoloya no es para estar mucho tiempo”.15
Nota Bene
No puedo decir que todo lo que aquí se asienta es cierto, pero no me ha atraído la verdad, sino la desmesura de estas historias. Los detalles consignados —nombres, cifras, pesos, kilos, muertos— pueden ser inexactos. El mundo desmesurado que registran es, en esencia, verdadero.
Casi todo lo que se narra aquí fue recogido en la prensa, de un puñado de reporteros y escritores, todos ellos de la revista Proceso (salvo indicación en contrario). Son los autores secretos de este texto y a ellos está dedicado: Carlos Acosta, Gerardo Albarrán, Carlos Camacho (La Jornada), Miguel Cabildo, Guillermo Correa, Salvador Corro, Elías Chávez, Emilio Hernández, Carlos Marín, Enrique Maza, Raúl Monge, Hermenegildo Olguín, Óscar Enrique Ornelas (El Financiero), Fernando Ortega Navarro, Francisco Ortiz Pinchetti, Carlos Puig, Ignacio Ramírez, Rafael Rodríguez Castañeda, Ramón Alfonso Sallard, Ciro Pérez Silva (La Jornada).
1 Óscar Enrique Ornelas, “En México, la ‘ley del silencio’ es más fuerte que en Sicilia: Luis Astorga”, El Financiero, 16 agosto 1986. Luis Astorga, estudioso del narcotráfico, dice en esa entrevista: “Estados Unidos le pidió a México, en la época de la Segunda Guerra mundial, que sembrara amapola para fines médicos. Manuel Ávila Camacho era presidente y Miguel Alemán era secretario de Gobernación. En una época se cultivaba amapola como flor de ornato. Hasta hay una canción a la amapola que cantaba Tito Guízar. En Xochimilco había flores de ésas. Ya no se ven. Terminada la guerra, México suspendió la siembra de amapola, según sé”. Carlos Monsiváis y Elmer Mendoza, “Vivir del narco”, Proceso, 31 julio 2004, núm. 1448. Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437.
2 Elías Chávez, “Sinaloa en manos de narcos aliados a políticos”, Proceso, 27 de abril de 1985, núm. 443.
3 Samuel Máynes Puente, “La drogada familia”, Proceso, 22 abril de 1989, núm. 651. Gerardo Albarrán de Alba, “Norman, la isla misteriosa de los narcos en las Bahamas” e Ignacio Ramírez “Según la Interpol “falta llegar al corazón de la organización”, Proceso 19 junio 93, núm. 868. Fernando Ortega Pizarro “Caro y Fonseca no tienen capacidad para dirigir el narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
4 Ignacio Ramírez, “Según la Interpol falta llegar al corazón de la organización”, Proceso, 19 de junio de 1993, núm. 868. Francisco Ortiz Pinchetti, “Alternaba públicamente con políticos y funcionarios”, Proceso, 15 de abril de 1989, núm. 650. Elaine Shannon, Desperados. Latin Drug Lords, U.S. Lawmen, and the War America can’t Win, Viking, New York, 1988, pp. 114. “El rancho Camino Real, de Gallardo, fue de Arturo Izquierdo y en él estuvo oculto Arturo Durazo”, Proceso 13 de mayo de 1989, núm. 654. Fernando Ortega Pizarro, “Caro y Fonseca no tienen capacidad para dirigir el narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
5 Elaine Shannon, op. cit. Enrique Maza, “Hasta banco propio tuvo en la capital tapatía”, Proceso, 15 de abril de 1989, núm. 650. Rafael Rodríguez Castañeda, “Ocupa ahora el lugar donde él colocaba a sus víctimas”, Proceso, 12 de agosto de 1989, núm. 667. Rafael Rodríguez Castañeda, “En Amnistía Internacional está su récord de represor”, Proceso, 7 de enero de 1989, núm. 636.
6 Carlos Acosta Córdova, “Radelat y Walker, hallados, muertos, en un día; negligencias de autoridades”, Proceso, 22 de junio de 1985, núm. 451. Fernando Ortega Pizarro, “Washington cedió un peón, Mullen, pero acusó a autoridades mexicanas de complicidad con cabezas del narcotráfico”, Proceso, 2 de marzo de 1985, núm. 435. Carlos Puig, “El asesinato del agente, en telenovela”, Proceso, 16 de diciembre de 1989, núm. 685. Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Fernando Ortega Pizarro, “Caro Quintero, mandón de la droga y prominente empresario de Guadalajara”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437.
7 Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Ramón Alfonso Sallard, “Puso a Banpacífico al servicio de Félix Gallardo y Caro Quintero”, Proceso, 30 de enero de 1993, núm. 848. Ignacio Ramírez, “Los capos regresan a casa”, Proceso, 5 de noviembre de 1988, núm. 627.
8 Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437. Elaine Shannon, op. cit. pp. 3 , 13-4, 19, 119. Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
9 Fernando Ortega Pizarro, “Escepticismo en Chihuahua; cayó infantería, ningún jefe”, Proceso, 17 de noviembre de 1984, núm. 420. Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 marzo de 1985, núm. 437. Elaine Shannon, op. cit., pp. 9-10, 13-4, 19, 119, 231. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 3 de marzo de 1993, núm. 854. Emilio Hernández, “El caso Camarena destapó el gran problema: la cantidad de policías al servicio del narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
10 Raúl Monge, “El que era subprocurador de Michoacán habla de la matanza en El Mareño”, Proceso, 26 de mayo de 1990, núm. 708. Elaine Shannon, op. cit., pp. 271 y ss.
11 Raúl Monge, “El que era subprocurador de Michoacán habla de la matanza en El Mareño”, Proceso, 26 de mayo de 1990, núm. 708. Carlos Marín, “ ‘Me quieren secuestrar’, denuncia el ex comandante Pavón Reyes y cuenta entretelones del caso Camarena”, Proceso, 22 de octubre de 1995, núm. 990. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 13 de marzo de 1993, núm. 854.
12 Fernando Ortega Pizarro e Ignacio Ramírez, “Su captura, golpe al centro del narcotráfico”, Proceso, 6 de abril de 1985, núm. 440. Fernando Ortega Pizarro, “Caro Quintero, mandón de la droga y prominente empresario de Guadalajara”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437. Ignacio Ramírez, “¿Qué buscan?, ¿qué quieren?, ¿qué ocultan?”, Proceso, 23 de abril de 1988, núm. 599. Francisco Ortiz Pinchetti, “Demanda en Guadalajara: que la pesquisa llegue a los capos de cuello blanco”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Fernando Ortega Pizarro, “Washington cedió un peón, Mullen, pero acusó a autoridades mexicanas de complicidad con cabezas del narcotráfico”, Proceso, 2 de marzo de 1985, núm. 435.
13 Shannon, op. cit., pp. 250-253. Fernando Ortega Pizarro e Ignacio Ramírez, “La presión y la acción de la DEA, vitales en la caída de Caro Quintero. Su captura, golpe al centro del narcotráfico”, Proceso, 6 de abril de 1985, núm. 440. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 13 de marzo de 1993, núm. 854.
14 Hermenegildo Olguín y Raúl Monge, “Catorce órdenes de aprehensión contra Félix, tres no cumplidas,
Héctor Aguilar Camín ( Ver todos sus artículos )
Narco Historias extraordinarias
Héctor Aguilar Camín
Nexos Mayo, 2007
Cuna
La noche del 21 de febrero de 1944, durante las fiestas del carnaval mazatleco, es muerto a tiros en el patio andaluz del Hotel Belmar de Culiacán el gobernador de Sinaloa, coronel Rodolfo Tirado Loaiza, alguna vez agitador estudiantil.
El rumor público dice que lo ha matado Rodolfo Valdez, El Gitano, conocido pistolero de la región. El Gitano se da a la fuga y sale de Sinaloa. Meses después, prófugo aún, sostiene una entrevista con el secretario de la Defensa, el ex presidente Lázaro Cárdenas, y señala al general Pablo Macías Valenzuela, ex secretario de la Defensa y gobernador de Sinaloa, sucesor de Loaiza, como autor intelectual del homicidio.
En noviembre de 1947 el periodista Armando Rivas narra en Excélsior que durante una gira de funcionarios de la Procuraduría General de la República por Sinaloa, el gobernador Pablo Macías Valenzuela es mencionado “por mucha gente como uno de los cabecillas de la banda de traficantes de drogas”. En los archivos de la Secretaría de la Defensa hay la constancia de un juicio militar contra Macías Valenzuela por la autoría intelectual del homicidio de Loaiza. El tribunal militar lo halla culpable, pero la ruleta política favorece al general quien es nombrado comandante de la primera zona militar, la más importante del país. No se sabe qué fue del juez militar que lo declaró culpable. Al final de su vida, el general Macías Valenzuela recibe la medalla Belisario Domínguez que otorga el Senado de la nación al mérito ciudadano.
La historia semiolvidada de Macías Valenzuela es parte de una historia mayor que tampoco termina de hacerse pública. Es la siguiente:
Durante la Segunda Guerra Mundial las batallas en el frente oriental cortan el flujo de amapola y hachís que viene a Occidente de Turquía. Las drogas turcas son materia prima de la morfina, alivio insustituible de los hospitales de guerra. Para suplir la ruta turca, Estados Unidos llega a un acuerdo secreto con México: ampliar los sembradíos silvestres de amapola de la sierra madre occidental. La sierra sinaloense se llena de instructores inoficiales de los dos países que enseñan a los pueblos a sembrar amapola. La amapola cunde, la prosperidad llega con sus brillos dorados a los pueblos perdidos de la sierra.
Un día la guerra termina y los gobiernos deciden que no hay razón para seguir las siembras. Levantan el campo, declaran ilegal lo que han creado y se van. Pero lo sembrado sigue ahí. Los particulares reemplazan a los gobiernos y el auge de la amapola toma su propio rumbo en Sinaloa. El jefe estadunidense del combate a las drogas, Harry Aislinger, advierte en la posguerra contra “los bribones que tratan de convertir a México en una fuente de drogas”. Aislinger dice que Lucky Luciano, a través de Bugsy Siegel, el legendario inventor de Las Vegas, financia la siembra de adormidera en Sinaloa. La refinancia, en realidad, luego de que los gobiernos la han inventado. Manuel Lazcano, ex procurador de Sinaloa, recuerda la época (1948): “Políticos, comerciantes, empresarios, policías, campesinos, todo el mundo sabe que se siembra amapola, y se sabe quiénes son los que se dedican a la siembra. Vecinos conocidos, campesinos, pequeños propietarios. La policía judicial sabe quiénes son los productores. El jefe de policía es el que va y controla el por ciento que les toca, a cambio del disimulo, el apoyo o lo que se quiera”.
El tráfico que empieza con el auspicio oficial en las barrancas sinaloenses durante los cuarenta, termina en persecución oficial durante los ochenta. Y hasta ahora. La droga cruza al norte protegida por redes clandestinas que repiten, a su manera, las confabulaciones del origen.1
Gobernador
En el año del olvido de 1952, el general Miguel Henríquez Guzmán es candidato a la presidencia de la República por una Federación de Partidos del Pueblo. La candidatura termina en una matanza en la Alameda Central de la ciudad de México. Los henriquistas son perseguidos, presos, muertos. Uno de los presos es Enrique Peña Bátiz, presidente de la federación de partidos henriquistas. 33 años después de aquellos hechos, Peña Bátiz le cuenta al reportero Elías Chávez:
“Fue durante el gobierno de Leopoldo Sánchez Celis, entre 1963 y 1969, cuando surgió abiertamente en Sinaloa el tráfico de drogas. Sánchez Celis empezó a rodearse de pistoleros. Uno de ellos fue Hugo Izquierdo Hebrard. Yo conocí a Hugo Izquierdo en la cárcel de Lecumberri. Él estaba preso por la muerte del senador Mauro Angulo, yo por el movimiento henriquista. Salí de la cárcel y regresé a Culiacán. Un día entré al bar El Quijote y me encontré con un funcionario de Sánchez Celis que había sido alumno mío. Me invitó a sentarme a su mesa. Lo acompañaba una persona que me preguntó: ‘¿No me conoces?’. ‘Sí’, le dije. ‘Eres Hugo Izquierdo Hebrard’. ‘Cierto’, me dijo. ‘Pero aquí soy el capitán José Chávez. El gobernador me excarceló y me trajo a trabajar con él. Oficialmente colaboro en el Plan de Superación Campesina, pero, como todavía estoy sentenciado, necesito actuar con otro nombre’. Estaba bebiendo brandy con cerveza. Se le subió pronto. Sacó una pistola nuevecita y me la ofreció. Le dije que no usaba armas, pero él insistió. Luego me pidió que lo llevara a su casa y empezó a preguntarme por los narcos de aquí, de Sinaloa. Le dije lo poco que sabía. Luego estuvimos recordando nuestra época en Lecumberri. A mí me detuvieron dos personas: el ahora director del Reclusorio Norte, Jesús Miyazawa, y un asesino europeo que se hacía llamar Jorge Lavín, a quien la Federal de Seguridad habilitó como agente. En ese tiempo asesinaron a Marco Antonio Lanz, el primer mártir del henriquismo. Izquierdo Hebrard me dijo, en la cárcel, que Lavín lo había matado. Me ofreció vengarlo. Le dije que no, pensé que era una trampa. Esa noche en Culiacán, cuando lo llevaba a mi casa, le recordé a Izquierdo Hebrard su ofrecimiento. Me contestó: ‘No quisiste entonces, pero si quieres lo hago ahora’. Lo que quiero decir es que Sánchez Celis estaba rodeado de pistoleros. Fue durante su gobierno cuando en Sinaloa surgieron abiertamente el narcotráfico y la violencia. Fue la época en que se inició Miguel Ángel Félix Gallardo, a quien Sánchez Celis hizo su ahijado: lo apadrinó en su boda. Años más tarde, Félix Gallardo apadrinó a su vez la boda del hijo menor de Sánchez Celis, Rodolfo Sánchez Duarte. Yo no puedo asegurar que Sánchez Celis sea narcotraficante, pero sus tratos con los narcos son evidentes“.2
Félix Gallardo
Miguel Ángel Félix Gallardo (n.1946) acaba de cumplir 17 años cuando entra a la policía judicial de Sinaloa. Ha sobrevivido hasta entonces como vendedor ambulante. Compra en los ranchos quesos y gallinas que revende en los pueblos. En la ruleta de la suerte es elegido para servir en la casa de gobierno como custodio de los jóvenes hijos del entonces gobernador Leopoldo Sánchez Celis. La custodia derivará en amistad, la amistad en negocio, el negocio en prisión y muerte.
Félix Gallardo se hace traficante de la savia de la amapola, que en Sinaloa llaman goma, madre natural de la heroína y Valdez Montoya (1969-1975) y Alfonso G. Calderón (1975- 1981). Llega a un oscuro esplendor con el gobierno de Antonio Toledo Corro (1981-1986), en cuyo rancho Las Cabras Félix Gallardo se refugia para eludir la cacería que se desata sobre su imperio a raíz de los asesinatos del agente de la Drug Enforcement Agency, Enrique Camarena Salazar, y de su piloto mexicano, Alfredo Zavala Avelar, en Guadalajara, en febrero de 1985. El agente y el piloto son muertos en sangrienta tortura por el ahijado, socio y protegido de Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, quien venga en sus prisioneros la pérdida de una cosecha fabulosa de mariguana, denunciada por Camarena, a quien Caro trata como “dedo” (delator). Para ese momento, Félix Gallardo es no sólo el mayor traficante de México sino uno de los más grandes del continente americano. Embarca y hace pasar a Estados Unidos tonelada y media de cocaína al mes.
El mercado de la cocaína ha cambiado. Desde fines de los setenta, los barones colombianos buscan nuevos caminos para llegar a la insaciable nariz de Norteamérica. Las rutas tradicionales están deshechas. La DEA ha roto el imperio de Carlos Lehder en las Bahamas. Dos sicarios jóvenes han ametrallado en el centro de Bogotá al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. En respuesta, el gobierno de Belisario Betancur ha empezado a aplicar un tratado de extradición con Estados Unidos, vigente desde el gobierno anterior.
Los barones de la droga colombianos se refugian en Panamá. Se dividen. De un lado quedan Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y los hermanos Ochoa Vázquez. Del otro, los hermanos Rodríguez Orijuela. Los primeros, al frente del Cártel de Medellín, toman el camino de los atentados y los ajusticiamientos. Los segundos, cabezas del Cártel de Cali, toman el camino de la negociación.
Gonzalo Rodríguez Gacha nace en Cundinamarca, una de las zonas más pobres de Colombia. Sabe, dice, de “los sotes, las niguas y los piojos” antes de saber del contrabando y de la venta ilegal de esmeraldas, que transforma en tráfico ilegal de cocaína. Vive suntuosa y ostentosamente desde entonces. Tiene como apodo El Mexicano por su afición a los mariachis y al tequila, y por los nombres que ha puesto a sus haciendas: Chihuahua, Sonora, Mazatlán, Cuernavaca. Un 15 de diciembre del año 89, El Mexicano es cercado en su finca La Lucha de la costa colombiana y ametrallado desde un helicóptero. Una bala le atraviesa el cráneo y unos cohetes vuelan su propiedad. Antes de alcanzar ese fin, Rodríguez Gacha es el pionero de las rutas de la cocaína a través de México, el país de sus amores, junto con el hondureño Ramón Matta Ballesteros.3
La conexión mexicana
Ramón Matta Ballesteros es sobreviviente de una niñez pobre, precozmente ilegal, dedicada a cambiar maíz y frijol por aguardiente, y de una juventud rica en aventuras y en contrabando de esmeraldas. En la cúspide de su poder, el director del Tiempo de Honduras, Manuel Gamero, describe a Matta Ballesteros como un “hombre de mirada huidiza”, “ampulosos ademanes”, “brusca arrogancia que esconde timidez”, “voz ronca apagada”, un “carácter violento y una personalidad en la que se mezclan la sencillez de su origen y una vivacidad aguzada por su contacto con el hampa”.
En 1977 Matta Ballesteros presenta a Rodríguez Gacha con su amigo mexicano, Miguel Ángel Félix Gallardo, figura central aunque invisible de las drogas en Sinaloa. (Los colombianos llaman a sus colegas mexicanos “Los magos”: todo mundo puede verlos menos la policía.) Matta ha sido hasta entonces la conexión sudamericana de Alberto Sicilia Falcón, el primer narcotraficante que sienta sus reales en la ciudad de Guadalajara, la perla del occidente mexicano. Según el testimonio del pistolero Michael Decker, Sicilia Falcón llega a tener en su nómina a media ciudad.
Decker es un asesino a sueldo de la CIA. Sicilia Falcón lo alquila como ejecutor. Le paga ocho mil dólares por su primer trabajo: matar a un Alberto Barrueta. En su primer mes con Sicilia Falcón Decker dice haber ganado 200 mil dólares: 25 ejecuciones. En su libro Underground Empire, James Mills describe a Decker como “un asesino diabólico, frío como el acero, con cara de inocente estrella de cine”. “Lo de Sicilia era increíble”, dice Decker a Mills. “Toda la ciudad en la nómina de un hombre. Guadalajara comprada por Sicilia Falcón”.
Sicilia es aprehendido en 1976, pero los que están en el secreto de su red saben cómo seguirla usando. Matta Ballesteros conoce la red de Sicilia. También la conocen los policías que lo han servido, a quienes Sicilia ha sobornado. Félix Gallardo hereda las dos vertientes e inicia una mudanza de Culiacán a Guadalajara.
Desde 1975 el gobierno mexicano ha lanzado sobre las barrancas del noroeste la Operación Cóndor, una agresiva campaña de erradicación de cannabis y amapola. Infatigables helicópteros artillados sobrevuelan la sierra, echan defoliantes sobre los plantíos (una nube naranja llamada paraquat), ametrallan sembradores.
Rodríguez Gacha visita la casa de playa de Félix Gallardo en Altata, cerca de Culiacán. Es agasajado con mariachis, tequila y mujeres. Pacta ahí con Félix Gallardo el paso de la coca por México hacia Estados Unidos. El pacto es sencillo porque reúne dos poderes reales: los hombres de Rodríguez Gacha pueden poner la droga en México, los hombres de Félix Gallardo pueden llevarla a Estados Unidos. Félix Gallardo cobra por el traslado una comisión del 25 o 30 por ciento (los cronistas difieren en esto) sobre el precio de venta.
Nadie hay tan preparado en México para cumplir ese trato como Miguel Ángel Félix Gallardo. Durante sus días de contrabandista de goma y mariguana, ha montado una red de distribución que une al noroeste mexicano con el suroeste de Estados Unidos. Pasa la yerba y la goma por un archipiélago de contactos en Sonora, Baja California, Arizona, Nuevo México y California. Para estos efectos, la frontera empieza en las barrancas de la sierra mazatleca y termina en el corazón de las grandes ciudades de Norteamérica: Nueva York y Los Angeles, Miami y Chicago, Washington y Detroit.
Félix Gallardo cambia su red de paso de goma y mariguana a una red de paso de cocaína. Le conviene hacerlo.
Los plantíos de amapola y cannabis necesitan muchos cómplices (cómplices que siembran, que transportan, que compran) y durante mucho tiempo (siembra, floración, cosecha). El paso de la cocaína necesita menos cosas durante menos tiempo: pistas de aterrizaje, aviones, camiones, y cómplices de unas horas: soldados o policías que miran a otro lado cuando la carga pasa por su territorio. La cocaína es más rentable que la mariguana o la goma, y menos vulnerable. Las flotillas de la Operación Cóndor no pueden tocarla desde el cielo, ni quieren verla en la tierra.
Poco después del pacto de Altata, dicen los cronistas, Félix Gallardo mueve al norte cantidades de cocaína que hasta entonces sólo ha movido el Cártel de Medellín. Es parte de una red que nace en Los Andes y termina en el sur de Estados Unidos. Ha penetrado dos bancos, tiene una flotilla aérea, una red telefónica, está montando sus propias refinerías de cocaína y extendiendo su red de distribución hacia Europa.
Es el hombre más buscado y menos perseguido del noroeste de México. Todo el mundo sabe de sus negocios y de su vida. Aparece en fiestas, bodas y bautizos, que la prensa local reseña rumbosamente. Su naturalidad social alcanza un clímax el 28 de mayo de 1983, cuando funge como padrino de boda de su antiguo custodiado, Rodolfo Sánchez Duarte. El obispo auxiliar de Culiacán celebra la misa.4
Padrinos
En 1982 la Drug Enforcement Agency (DEA) organiza la Operación Padrino para rastrear a Félix Gallardo. Descubre entonces que el padrino ha tenido buenos padrinos: los comandantes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política de México.
En 1986 la DEA recluta un informante que ha trabajado en la DFS entre 1973 y 1981. Ha sido contratista, consejero en finanzas y proveedor de armas de Miguel Nazar, cabeza de la DFS. Según ese informante, a mediados de los años setenta, cuando las bandas de Sinaloa se hacen la guerra unas a otras, además de la guerra que tienen con la policía y con el ejército por la Operación Cóndor, los comandantes Esteban Guzmán y Daniel Acuña, ambos de la DFS, van a ver a los jefes narcos Félix Gallardo y Ernesto Fonseca, Don Neto. Les aconsejan cuatro cosas: 1) poner fin a su guerra intestina, 2) montar una base de operaciones en Estados Unidos, 3) salir de Sinaloa, 4) guarecerse en Guadalajara.
La DFS presenta a los narcos con la gente influyente de Guadalajara, dicen los cronistas. Les buscan casas, les asignan guardaespaldas. “Los traficantes”, escribe Elaine Shannon en su libro Desperados, “aportan la fuerza y la sangre. La DFS aporta la inteligencia, la coordinación y la protección contra otras agencias de gobierno”. Los anfitriones de la mudanza a Guadalajara tienen su propia historia. Son miembros de la policía política del gobierno federal, radicada en la Secretaría de Gobernación. Desde ahí los comandos de una brigada especial, llamada Brigada Blanca, toman a su cargo, con licencia para matar, la guerra sucia de los años setenta contra la guerrilla urbana. Aquella guerra, librada en los sótanos, termina con una amnistía decretada en 1978.
Un movimiento de familiares de las víctimas elabora una lista de desaparecidos (más de 500) y exige un parte oficial de su paradero. El 24 de enero de 1979 se da un informe oficial sobre el tema. El procurador general de la República, Óscar Flores Sánchez, reconoce que hay 314 casos de desaparecidos en conocimiento de las autoridades: 154 han sido muertos por la policía o el ejército, 89 se encuentran en la clandestinidad, 58 han perdido la vida en actos de violencia entre guerrilleros rivales.
El gobierno nunca admite oficialmente la existencia de la Brigada Blanca, pero algunos de sus miembros ocupan en los años siguientes puestos policiacos clave, terminan sus vidas de policías como delincuentes, encarnan a plenitud el dicho de que donde está la ley está el delito, y crimen donde está la policía.
Entre los métodos de la Brigada Blanca denunciados por Amnistía Internacional se incluyen golpes de puño y cachiporra, toques eléctricos en ojos, dientes y genitales; aspersión de agua mineral por la nariz, inmersión de la cabeza o el cuerpo en agua sucia. Durante las sesiones de tortura hay médicos presentes. Los testimonios recogidos por Amnistía Internacional incluyen el de Bertha Alicia López García de Zazueta, cuya hija de un año de edad es víctima de choques eléctricos en presencia de su madre.5
Cuerpos cruzados
La noche del 30 de enero de 1985 son asesinados en Guadalajara dos ciudadanos estadunidenses, Alberto Radelat y John Walker. Hay tres versiones de su muerte: la del mesero del restaurante La Langosta Loca donde se perpetra el crimen, la del gerente del mismo sitio y la de sus asesinos.
Según el mesero, Radelat y Walker se asoman sobre la puerta de resorte de dos hojas de La Langosta Loca, son metidos violentamente al lugar, derribados a golpes y, en el suelo, pateados y navajeados. Mal heridos y sangrantes, son puestos de pie, les tapan las cabezas con chamarras, los sacan andando del lugar y los suben a los autos de sus agresores: un Grand Marquis negro, con teléfono, y dos camionetas Bronco, una blanca y otra negra.
Según el gerente, los norteamericanos entran tarde al restaurante, les dicen que no hay servicio y tratan de retirarse. Al oír su español de acento americano, los hombres que ocupan desde la comida unas mesas del lugar (beben una larga sobremesa) saltan sobre los turistas, los someten y empiezan a golpearlos. Los llevan a una bodega contigua a la cocina. Allí los agreden a puntapiés, los hieren con picahielos (buscan el hueso, pinchan el hueso, raspan el hueso cuando lo encuentran). Todos los comensales agresores, unos 20 jóvenes con camisas abiertas y collares en el pecho, circulan por la bodega. El jefe de todos ellos se da sus vueltas también, permanece en la bodega unos minutos, sale después a tomar algo y regresa a la bodega.
Según el mesero, la golpiza dura cinco minutos. Según el gerente, una hora, al cabo de la cual sacan a los turistas de la bodega arrastrándolos de los pies. Van sin conocimiento, dejando un rastro de sangre. Les tapan la cabeza con manteles del restaurante, los suben a los autos. Antes de marcharse, ordenan al velador que limpie la bodega. El velador encuentra la bodega llena de sangre, regada por todo el piso.
Estas son las versiones del mesero y el gerente sobre lo ocurrido esa noche en La Langosta Loca. Hay también la versión de los homicidas, hecha tiempo después, cuando caen presos y confiesan sus culpas.
Según los homicidas, la agresión dura más de tres horas y tiene lugar en la cocina. No atacan a sus víctimas en grupo sino por turnos. Usan picahielos, cuchillos y navajas. El hombre llamado Walker muere allí. El llamado Radelat sale del lugar con vida, pero inconsciente.
En el predio donde los entierran les dan el tiro de gracia.
Walker es un veterano de Vietnam con media pensión de invalidez por una herida de bomba. Reside en Guadalajara desde 1983, dedicado a escribir una novela sobre un asesinato en Minnesota cuya intriga toca al equipo de futbol americano profesional de la ciudad. Alberto Radelat es hijo de cubanos de Houston y ha venido a inscribirse para estudiar odontología en una universidad tapatía. Walker, su amigo de adolescencia, lo ha invitado a quedarse con él en su departamento. Un día antes de que Radelat vuelva a casa, Walker lo invita a cenar en el mejor restaurante de mariscos de Guadalajara, La Langosta Loca.
Llegan tarde al restaurante, cuando están por cerrar. Se hacen sospechosos a los ojos de la pandilla alcoholizada que ocupa el sitio por ser americanos y venir a deshoras. La pandilla es de narcotraficantes. Libra una guerra secreta en la ciudad con los agentes de la oficina de narcóticos estadunidense. En la euforia de una larga sobremesa, la pandilla confunde a los dos amigos con dos miembros de la agencia, sus enemigos jurados a quienes en esos días quieren escarmentar. El jefe de la pandilla se llama Rafael Caro Quintero.
No son los primeros muertos locos en La Langosta Loca, propiedad subterránea aunque ostentosa de Caro. Algunos cronistas atribuyen la propiedad a un lugarteniente de Félix Gallardo: Manuel Salcido, El Cochiloco. Meses atrás, en noviembre de 1984, han muerto en un tiroteo en el mismo lugar dos miembros de la policía judicial federal, encargada de combatir el narcotráfico en México. Los agentes aparecen muertos en su auto, uno de ellos con 28 sobres de cocaína que la policía juzga puestos por los asesinos, como una burla y una afrenta para sus víctimas.
Los cuerpos de los turistas confundidos, John Walker y Alberto Radelat, son llevados a enterrar al Parque Primavera, el gran parque público de Guadalajara. No son los primeros enterrados clandestinos del sitio. Tampoco serán los últimos. Días después, la misma banda lleva al mismo lugar los cadáveres correctos: el de un agente y un colaborador de la agencia de narcóticos estadunidense, a quienes dan muerte luego de torturarlos en busca de una información y una venganza.6
Caro Quintero
Para el momento en que su gente confunde fatídicamente a John Walker y Alberto Radelat con agentes de la Drug Enforcement Agency (DEA), Caro Quintero tiene 29 años. Tiene también una fortuna que la prensa calcula o inventa en 500 millones de dólares. Es el socio más visible de Félix Gallardo. Se dice que es dueño de 36 casas y accionista de 300 empresas en Guadalajara, entre ellas las distribuidoras de autos Country Motors, los hoteles Holiday Inn y el Fiesta Americana.
Ha comprado terrenos para hacer su casa: una superficie de 150 mil metros cuadrados, mayor que el área del Estadio Jalisco, templo del futbol local, uno de los más grandes de México. La más grande de sus propiedades, dicen los cronistas, está en Caborca, en el norteño estado de Sonora. Viniendo por aire de Hermosillo, a 25 minutos de Caborca, puede verse la hacienda de Caro llamada El Castillo. Semeja en efecto un castillo medieval. Tiene dos mil cabezas de ganado, pista aérea, caballerizas, corrales y una iglesia. Su costo, dicen, es de 700 millones de pesos (unos cuatro millones de dólares). Está registrada a nombre de Genaro Caro Quintero, hermano de Rafael.
Desde El Castillo, según los cronistas, Caro controla la siembra de mariguana en los cuatro puntos del estado: al norte, en Sonoíta; al sur, en los municipios de Altar y Pitiquito; al oriente, en El Arenoso; al poniente, en el valle de Caborca. Su dominio de la zona, aseguran, es absoluto. Cuando llega su grupo, se corre la voz y nadie se les cruza en el camino. Las huellas de su actividad son visibles para todos. Caborca encabeza la venta de automóviles lujosos en el estado, siendo modesta villa de ganaderos. Se venden ranchos rústicos al doble de su precio. Y los compradores no son de ahí.
Cuando están en Caborca, Caro y su grupo alquilan completo un hotel, El Camino, con 70 habitaciones y suites de lujo. El hotel se convierte entonces en cuartel provisional del narcotráfico en la zona norte del país. Caro ha donado al municipio 100 millones de pesos para obras sociales (unos 500 mil dólares). Con dinero que él dio, dicen los cronistas, se está construyendo un hospital.
El dinero parece estorbarle, tiene la compulsión de ostentarlo. En 1984 y 1985 compra 40 automóviles Grand Marquis y camionetas Bronco para regalar a parientes, amigos y policías. Con los empresarios Javier y Eduardo Cordero Staufert, forma una red de empresas dedicadas a lavar dinero. Pero lo socios clave de Caro Quintero no son empresarios, son policías. Su negocio es de alta visibilidad: exige grandes superficies de cultivo y la complicidad de muchos.
En 1985, año de su cólera funesta, Caro paga cifras millonarias a sus cómplices, en particular a la Dirección Federal de Seguridad, su sombra protectora. Ha sobornado a comandantes de todo el país, principalmente en el norte y el noroeste. También en Guanajuato, Zacatecas, Jalisco. En Jalisco tiene bajo su mando al jefe de la policía judicial Víctor Manuel López Rayón, y a los agentes Juan Rufo Solorio, Víctor López Malo, Raúl López Álvarez, Gerardo Lepe. Al comandante Daniel Acuña, de Tijuana, le paga cinco millones por cada envío de mariguana que deja pasar a Estados Unidos (un dólar= 200 pesos). Cinco millones semanales pagan en Sonora a Moisés Calvo, otro comandante, que le cuida sembradíos de mariguana. Da 10 millones de pesos semanarios (unos 50 mil dólares) al comandante Alberto Arteaga García de la policía judicial federal en Chihuahua. Arteaga le asegura discreción para la siembra de mariguana en ese estado donde Caro ha puesto en marcha la más grande siembra de mariguana hecha hasta entonces: la siembra de El Búfalo.7
El Búfalo
Rafael Caro Quintero tiene a sus órdenes, según los cronistas, mil hombres armados. ¿Qué ha hecho para tener tanto? ¿De dónde tanta riqueza, tanto poder?
Caro ha inventado la cosecha agroindustrial de la mariguana sin semilla, favorita de California, el gran estado moto de la unión americana. Caro, dice Elaine Shannon, “transforma la mariguana mexicana de hierba común en humo de conocedores”. En Oregon y California se crea la técnica de pinchar las plantas hembras de la cannabis común para inhibir la floración y lograr que la resina se concentre en las hojas. Los pioneros de la yerba sin semilla en Estados Unidos cultivan pequeñas parcelas. Venden cortes exquisitamente presentados a dos mil 500 dólares la libra, ocho veces el precio de la mota comercial mexicana.
Caro va al desierto a cavar pozos para sembrar en México grandes llanadas de mariguana sin semilla. Abandona las barrancas perdidas de la sierra y siembra en planicies humidificadas de Sonora, Zacatecas, Jalisco, Nuevo León, San Luis Potosí. A principios de los ochenta empieza a colonizar Chihuahua. Compra con sus socios predios colindantes en las cercanías de un poblado llamado El Búfalo. Perfora pozos, irriga las tierras secas, produce un oasis agroindustrial de 12 kilómetros cuadrados, una enorme mancha fértil, oscura de tan verde, en medio de la aridez leonada y calcárea del desierto.
Cada unidad del complejo consta de varios cobertizos. Hay casas especiales para guardias y trabajadores, pequeñas presas, pozos con bombeo automático, riego por aspersión. Han traído maquinaria agrícola y usan fertilizantes. Los supervisores vienen en helicóptero a ver los plantíos. Las cosechas salen en camiones cerrados y luego en tráilers hacia Estados Unidos. El Búfalo es lugar de cosecha y punto de acopio. A sus galpones y bodegas llega mariguana de otros estados. En noviembre de 1984 hay en las bodegas de El Búfalo el equivalente a la producción de 15 mil hectáreas. Cientos de guardias vigilan a 11 mil cosechadores, campesinos jóvenes, enganchados para sembrar mariguana, igual que los enganchan para cortar caña o pizcar tomate en otros puntos de México.
Un piloto de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), Alfredo Zavala Avelar, es el primero en ver desde el aire aquel ajedrez verde en medio del desierto. Ha aprendido a volar en el ejército, del que se retira como capitán segundo piloto aviador, en 1963. Desde entonces trabaja como piloto en la SARH. Lleva y trae ingenieros y funcionarios a diferentes lugares de la República. Va a cumplir 58 años.
Volando para la SARH, dice su hermano Mario Zavala, también piloto, Alfredo conoce todo el país, sus sierras, sus valles, sus llanos, sus barrancas. Se da cuenta de “las anomalías”, como llama a las siembras clandestinas de amapola y cannabis, y las comunica a sus amigos. Tiene muchos amigos en Guadalajara, entre ellos algunos miembros de la policía judicial del estado. Les dice lo que ve en sus vuelos, hasta que uno le pide que no siga informándoles, porque hay cosas que ellos no pueden arreglar. Le sugieren dar sus informes al consulado norteamericano. El consulado lo remite al grupo de la DEA que opera en Guadalajara.
En 1984 la DEA tiene cuatro agentes radicados en Guadalajara, y 30 más repartidos en la ciudad de México, Monterrey, Hermosillo, Mazatlán y Mérida. Otros 20 van y vienen en tareas temporales. El jefe de la DEA en Guadalajara es Roger Knapp, de 40 años, agente antinarcóticos desde 1967, cabeza de la Operación Padrino diseñada para atrapar a Félix Gallardo. El segundo de a bordo es James Kuykendall, agente desde 1957, casado con una tamaulipeca de Matamoros llamada María Consuelo. Los agentes restantes son nacidos en Calexico, ex marines, ex miembros de la policía municipal de Calexico y ahora destacados en Guadalajara: Víctor Shaggy Wallace, y Enrique Kiki Camarena, a quien llaman también El Gallo Prieto.8
El agente y el piloto
Los agentes de la DEA destacados en México no pueden portar pistola ni participar en acciones directas de persecución de narcos o destrucción de plantíos. Tampoco pueden realizar vuelos de inspección sobre territorio mexicano. Sólo pueden investigar para informar a los cuerpos policiacos mexicanos, y que éstos actúen. Alfredo Zavala Salazar puede hacer lo que ellos no: volar e informarles directamente. Puede también llevarlos en vuelos de reconocimiento como pasajeros. Zavala ve el campo de Chihuahua antes que nadie. Lo informa a la DEA. La DEA informa de su hallazgo a las autoridades mexicanas.
La noche del 6 de noviembre de 1984, las fuerzas policiacas del gobierno federal caen sobre El Búfalo en una operación que moviliza a 270 soldados del 35 batallón de infantería del ejército, 170 agentes de la judicial federal, 35 agentes del ministerio público, 50 agentes auxiliares, 15 helicópteros y tres aviones Cessna.
Se decomisan ocho mil 500 toneladas de mariguana que hay en las bodegas de El Búfalo y dos mil 400 que aún crecen en los plantíos.
La reacción de Caro es radical. No es la primera gran siembra que le roba la combinación DEA/Camarena/Zavala. En septiembre de 1982, por información de Camarena, le han confiscado 220 hectáreas en San Luis Potosí. La caída de El Bufalo, infinitamente mayor, desata la cólera de Caro, la cólera que ha de ser su perdición.
A las dos de la tarde de un jueves 7 de febrero de 1985, el agente de la DEA Enrique Camarena es secuestrado en el centro de Guadalajara, a dos calles del consulado americano. Lo abordan cinco hombres cuando se dispone a abrir su camioneta en el estacionamiento del bar Camelot, un sitio familiar para él, donde los agentes de la DEA van a tomar cerveza.
Según la versión oficial de los hechos, al frente de los hombres que abordan a Camarena está José Luis Gallardo Parra, El Güero, lugarteniente de Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto. Con él vienen dos policías judiciales de Jalisco y dos matones profesionales. Uno de ellos, Samuel El Samy Ramírez Razo, muestra una chapa, una credencial, de la DFS. “Seguridad federal”, dice. “El comandante quiere verte”. Los hombres meten a Camarena en un volkswagen Atlantic color beige. El Samy le cubre la cabeza con un saco. El Güero Gallardo da orden de partir.
A las cuatro de la tarde del mismo día, Alfredo Zavala aterriza en su pequeño avión en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara. Regresa de Durango con un ingeniero de la SARH y otros dos hombres. La esposa de uno de ellos ha venido a recogerlo, espera en el hangar. Le ofrecen a Zavala llevarlo a su casa. Zavala acepta. Ya está en el coche cuando llega un ford Galaxy rechinando las llantas. Dos hombres bajan del Galaxy armados con metralletas AR 15. Apuntan a Zavala y le ordenan bajar. Lo meten a empujones en la parte trasera del Galaxy, quitan a la pareja las llaves del coche y se van a toda prisa.
Camarena y Zavala son llevados a una casa de Caro, en la calle de Lope de Vega 881. Caro los espera para interrogarlos.
Caro graba parte del interrogatorio a que sujetan a Camarena. No hay en esa grabación ruidos de golpes, gritos de tortura. Le piden a Camarena que dé nombres de agentes e informantes de la DEA. Camarena los da. Hay muchas voces en el cuarto, pero sólo dos interrogadores. Uno es duro y crudo. El otro suave, paciente, profesional. Camarena le responde una vez llamándolo “comandante”.
No hay cintas grabadas del interrogatorio paralelo de Alfredo Zavala. Tampoco hay grabación de la tortura, pero ésta queda impresa en los cuerpos de las víctimas. No hay disparos ni cuchillos. Sólo golpes, huesos rotos, tejidos macerados. Camarena muere al parecer de un golpe que hiende su cráneo, dado quizá con una espátula o una cruceta para cambiar llantas. Se sabe después que durante los interrogatorios de Camarena y Zavala hay un médico presente, que revive a los interrogados inyectándoles xilocaína cuando el dolor los desmaya.
A Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, le avisan que Caro tiene a Camarena en su casa el mismo día del secuestro, jueves 7 de febrero. Don Neto va a casa de Caro a la hora de la comida y ve a Camarena, pero se siente cansado y no quiere hablar con el agente. Al día siguiente, viernes 8, Don Neto vuelve a la casa. Es recibido con aspereza por el mismo Caro.
—¿Qué hacen aquí, a qué vienen? —le pregunta Caro. —A entrevistarme con Camarena —responde Don Neto. —Pues a ver si lo alcanzas, porque ya no habla —se burla Caro.
Don Neto ve al agente golpeado y moribundo. Caro y dos de sus ayudantes lo han golpeado. Don Neto se enoja y le da dos bofetadas a Caro. Caro se enfurece. Don Neto prefiere dejar la casa y preparar su huida. Sabe que la muerte de Camarena traerá muchos problemas. Al salir de la casa, Don Neto ve un cuerpo tirado en un cuarto oscuro.
—Es un “dedo” —dice Caro—, por “delator”. Es el cadáver del piloto Alfredo Zavala.9
El Mareño, 1
Caro sale de Guadalajara el 9 de febrero rumbo a su rancho El Castillo, de Caborca. Los cuerpos de Camarena y Salazar son llevados a enterrar al Parque Primavera de Guadalajara, al mismo lugar donde la gente de Caro ha enterrado a John Walker y Alberto Radelat. Entierran los nuevos cuerpos junto a los viejos, pero Caro lo piensa dos veces y decide separar los entierros. No quiere que nadie piense que hay tumbas colectivas de gringos en Guadalajara.
Javier Vázquez Velázquez confiesa años después su participación en los hechos. Es el encargado de llevar los cuerpos de Walker y Radelat al Parque Primavera y enterrarlos. Es el encargado también de desenterrar los cuerpos de Camarena y Zavala. Los cuerpos de Camarena y Zavala aparecen un mes después del secuestro en un rancho llamado El Mareño, en el kilómetro 36 de la carretera Zamora-La Barca, a unos 100 kilómetros de Guadalajara. El Mareño es propiedad del ex diputado local michoacano Manuel Bravo Cervantes, vecino del pueblo de La Angostura del municipio de Vista Hermosa.
El jueves 28 de febrero el comandante Armando Pavón Reyes, jefe de la judicial federal en Jalisco, muestra a los agentes de la DEA, James Kuykendall y Tony Ayala, una carta anónima que dice que Camarena está detenido en El Mareño.
El sábado 2 de marzo Leonel Godoy, subprocurador de Michoacán, recibe una llamada de la agente de ministerio público de Tanhuato, Lidia Vega. Le dice que ese día, como a las siete de la mañana, un grupo de agentes federales ha rodeado el rancho El Mareño y cercado la carretera federal Zamora-La Barca. Impiden el paso de coches y gente. A gritos exigen entregarse al dueño, Manuel Bravo Cervantes, a la sazón director de la Productora Nacional de Semillas de Apatzingán. Bravo Cervantes se asoma por una ventana de la casa de dos plantas y pide a los policías que se identifiquen. Exige luego la presencia de la policía vecina de Vista Hermosa o Zamora.
En la planta baja de la casa duermen dos nietos y el menor de los tres hijos de Bravo Cervantes, Rigoberto Bravo Segura, un muchacho de 20 años de edad, mermado en sus facultades físicas y mentales. Los nietos, Hugo y Manuel, tienen 11 años, son primos entre sí, hijos de los hijos mayores del jefe de casa. El escándalo los despierta, gritan a su abuelo que hay ladrones. Los hombres que rondan irrumpen en el cuarto donde los oyen gritar, los toman como rehenes, los sacan al patio delantero del rancho y exigen a Bravo Cervantes que se entregue.
Versiones discordantes refieren lo que sigue. Una versión dice que el matrimonio se entrega y es ejecutado a sangre fría, en el patio, cuando sale de la casa. Otra versión dice que los federales golpean a Rigoberto, el hijo minusválido de Bravo Cervantes, y éste dispara entonces de la casa. Cae muerto un policía. Los otros policías disparan contra la casa hasta matar a Bravo Cervantes y su esposa. Ejecutan después a Rigoberto. El hecho es que hay una nutrida balacera y ninguno de los ocupantes de la casa queda vivo, salvo los nietos, que han sido amordazados y llevados a un auto.
Cuando empiezan los disparos, un cuñado de Bravo Cervantes, Wenceslao Segura, vecino de El Mareño, llama por teléfono a su sobrino Hugo, que vive en Zamora. Le dice a gritos que el rancho está siendo asaltado. Hugo va en busca de su hermano Manuel, el mayor, que vive a dos cuadras de su casa. Salen en una camioneta hacia El Mareño. Las esposas de Hugo y Manuel, Celia Navarro y Eleuteria Torres, cuyos hijos duermen en el rancho, van a la oficina de la procuraduría local y consiguen que les comisionen seis agentes para llevarlas al rancho.
Llegan al rancho como a las nueve de la mañana. Hay muchos coches alrededor de la casa. Se oyen disparos. Varios hombres armados se deslizan atrás de ellos, se identifican como federales y ordenan entregar sus armas a los policías del estado. Sorprendidos, los policías locales obedecen. Los federales vendan a las mujeres, las cachetean y las meten a un cobertizo. Celia alcanza a ver un cuerpo en el patio frontal del rancho. Piensa que puede ser su marido. Luego oye a alguien decir. “Dale” y un disparo. Más tarde oye a otro decir “Muy hombrecito. Murió sin decir nada”.
Celia Navarro y Eleuteria Torres, las nueras de Manuel Bravo Cervantes, son llevadas a Guadalajara. Las acusan de haber ido al rancho en un auto robado con 30 cargadores de distintos calibres para sus parientes. Son puestas en libertad por la tarde, luego de varios golpes y preguntas sobre el paradero de Enrique Camarena. Al ser liberadas se encuentran con sus hijos, que están aterrorizados pero ilesos. Les confirman lo que sospechaban. En el asalto a El Mareño han sido muertos Manuel Bravo Cervantes, su esposa María Luisa Segura, y los tres hijos de ambos: Hugo, Manuel y Rigoberto.10
El Mareño, 2
El martes 5 de marzo de 1985 el gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas, recibe una llamada. Le dicen que en El Mareño nuevamente hay agentes federales y de la policía antimotines de Jalisco, escarbando en la parte trasera de la casa. Cárdenas se traslada en avioneta al rancho con algunos colaboradores. Llega como a las cuatro de la tarde. Los federales le impiden el paso. El gobernador se identifica y exige una explicación. Le informan que buscan droga y los cadáveres de Camarena y Salazar. No encuentran nada.
Al día siguiente, 6 de marzo, el gobernador de Michoacán da a conocer en un desplegado de prensa su “enérgica y respetuosa” protesta por el “atropello” policiaco en su entidad. Ese mismo día, como a las 18:00 horas, la delegación de la procuraduría estatal de Zamora recibe un informe del síndico de Vista Hermosa: gente del pueblo de La Angostura ha encontrado dos bolsas grandes de plástico con dos cadáveres. Están a flor de tierra, en avanzado estado de descomposición, en un lugar conocido como “El Potrero Mareño”, a 12 metros de la carretera Zamora-Vista Hermosa, a la altura del kilómetro 36, a tres metros de la cerca de la propiedad de la familia Bravo Cervantes.
Los cuerpos han sido encontrados por Antonio Navarro Rodríguez, un campesino del lugar. Dice que cualquiera los hubiera encontrado porque despedían malos olores a 50 metros a la redonda. Al toparse con los cadáveres, Navarro iba en su bicicleta a cortar alfalfa. Al informar de su descubrimiento, deja constancia judicial de que el lugar donde aparecen los cuerpos es paso de gente que va a su jornal por la mañana y regresa a las dos de la tarde, por lo que si esos cuerpos hubieran estado allí desde la mañana, hubieran sido vistos por los caminantes. Los cuerpos de Zavala y Camarena, entonces, deben haber sido tirados ahí entre las dos y las seis de la tarde.
A la una de la madrugada del 6 de marzo se levanta la fe de lesiones y la descripción de los cadáveres. A partir de las 2:45, dos médicos legistas practican una “necrocirugía a los cadáveres”. “A las cinco de la mañana”, dice Godoy, “se termina de practicar la última prueba a los cadáveres. Ambos presentan evidentes huellas de haber sido torturados, así como síntomas de asfixia. Hay indicios para suponer que son los de Camarena y Salazar. Se hacen estudios de la tierra encontrada en las bolsas y la tierra de El Mareño. Se comprueba que los cuerpos no estuvieron sepultados nunca en El Mareño.
En Guadalajara, en una segunda autopsia, los cuerpos son identificados “plenamente” como los del piloto mexicano Alfredo Zavala y el agente de la DEA Enrique Camarena.11
Sara
Caro Quintero sale de México rumbo a Costa Rica el 17 de marzo de 1985. El avión en que se fuga pertenece a la Compañía Proveedora de Servicios de Guadalajara, cuyos propietarios, los hermanos Eduardo y Javier Cordero Staufert, son detenidos el 1 de abril, acusados de ser cómplices de Caro en el “lavado” de cinco mil millones de pesos, invertidos en diversos negocios. Esta cantidad forma parte de la fortuna de Caro Quintero, que se estima o se inventa en 100 mil millones de pesos (550 millones de dólares: 200 pesos el dólar). Caro es además accionista o propietario de por lo menos 300 empresas.
Caro sale de México con su rugosa comitiva sin papeles, pasaportes ni visas. Quien facilita su internación ilegal en Costa Rica es Rubén Matta Ballesteros, dueño de buenas propiedades en este país. Según la DEA, Matta Ballesteros sale de México a principios de marzo, con la complicidad de la policía mexicana.
Caro se refugia en una villa al noroeste de San José, con sus pistoleros Miguel Ángel Lugo Vega, Albino Bazán Padilla, José Luis Beltrán Acuña y Juan Francisco Hernández Ochoa. Está con él también Sara Cristina Cosío Gaona, hija de una prominente familia de Guadalajara, cuyo padre ha sido secretario de Educación del estado de Jalisco. Su tío, Guillermo Cosío Vidaurri, es un conocido político jalisciense, que será años después gobernador del estado.
Según la familia de Sara, Caro la ha secuestrado en Guadalajara el 8 de marzo. Según la versión de Caro, ha recogido a Sara en Culiacán y ha venido con él voluntariamente. La procuraduría de Jalisco dice que no se trata de un plagio sino de un “rapto generado por el entendimiento emocional de las dos personas de referencia”. Desde hace un tiempo, Caro corteja a Sara Cosío con regalos millonarios: autos Grand Marquis, Cadillacs, joyas preciosas, relojes Rolex. Ninguno de esos regalos es aceptado, dice la familia Cosío. Sara es novia de Martín Curiel, miembro de una de las familias más conocidas de Guadalajara.
Sara Cosío ya ha sido plagiada antes por Caro Quintero. En diciembre de 1984, según las denuncias, la joven queda libre del primer rapto porque la policía acosa a Caro Quintero en su castillo plebeyo de Caborca, Sonora. Caro ofrece entregar a Sara a cambio de que dejen de asediarlo. Pero poco después, el 8 de marzo de 1985, Caro vuelve a robarse a Sara Cosío en las calles de Guadalajara. Esta vez Caro no está dispuesto a devolverla. El padre de Sara explica que Caro quiere retener a su hija a como dé lugar. Sara conoce a Caro, admite el padre, pero Sara estudia el sexto semestre de bachillerato y pretende seguir estudiando diseño. “Su carácter es muy fuerte,” dice el padre, “tan es así que en alguna ocasión increpó al propio Caro diciéndole: ‘Deja de molestarme. No te quiero. Nunca te he querido, no te puedo querer. Yo no te conocía y no debo ni puedo casarme contigo’ ”. El padre de Sara denuncia el plagio para que le devuelvan a su hija, de 17 años de edad.
La versión de Caro es distinta:
—La muchacha se fue a Culiacán y fui por ella. No era la primera vez, ¿eh? Yo no la secuestré, fui a buscarla. ¿Cómo iba a dejarla sola en las calles de Culiacán? Tenía viviendo conmigo como tres años. Su papá y su tío, el político ese (Cosío Vidaurri, ex alcalde de Guadalajara, ex dirigente del PRI capitalino, en ese tiempo secretario de gobierno de la ciudad de México), quisieron taparlo todo. En primer lugar, el papá de Sara trae un carro Cougar que yo le regalé. Y el tío trae otro Cougar que yo le había dado a su sobrina. Si ella se lo regaló o no, mis respetos. El papá y la mamá andaban conmigo dondequiera. Nos vieron en todos lados. Nada más que se hicieron las víctimas cuando yo caí. Pero los entiendo, estaban tensos.
—¿Contrajo matrimonio con Sara? —No. Para allá íbamos, pero no llegamos.12
Caída
Una llamada de Sara Cosío a su casa, para decir a sus padres que está bien, permite a la DEA tener el número de origen de la llamada. Viene de un lugar cercano a San José de Costa Rica, una hacienda cafetalera llamada La Quinta. Dos mexicanos, Inés Calderón y Jesús Félix Gutiérrez, han comprado la finca en 800 mil dólares.
Dos agentes de la DEA en Costa Rica, Sandalio González y Víctor Mullins, sobrevuelan el sitio. Es una magnífica propiedad, de altos muros, con una mansión central, una casa de invitados, una cabaña, jacuzzi, piscina y un jardín lleno de flores y mariposas, junto a grandes árboles con copas llenas de pájaros. La DEA investiga la casa. Algún vecino dice haber visto entrar a ella a una mujer parecida a Sara Cosío. El jefe de la DEA en Costa Rica, Don Clements, obtiene la autorización de su embajada para tomar la casa. Obtiene también, sobre todo, la colaboración del ministro de Seguridad Pública de Costa Rica, Benjamín Pizá. Pizá pone a disposición del operativo el equipo antiterrorista del Departamento de Inteligencia y Seguridad (DIS), única e ignorada unidad de acción militar en un país sin ejército.
En la madrugada del 4 de abril todo está listo para la toma de La Quinta. Ha sido rodeada por agentes de la DIS y la gente de la DEA. Falta sólo la orden de cateo del juez. El juez se niega a darla la noche anterior, pues la ley le obliga a hacerlo en horas del día. El juez es levantado al alba y firma la orden, que se transmite por radio a los sitiadores. Lo que sigue es el estallido de la puerta de La Quinta y la entrada de los comandos hasta la mansión principal, cuyas puertas derriban. Entran disparando al aire. Sorprenden a los ocupantes dormidos, hay botellas de whisky por todas partes. En dos minutos, cinco de los ocupantes están boca abajo, esposados. Todos dicen llamarse Juan o José. En la recámara principal hay otro ocupante de la casa y una mujer. Ése dice llamarse Marco Antonio Ríos Valenzuela, y su pasaporte también. Ninguno de los ocupantes sometidos se parece a las fotos borrosas que han llegado desde México de Caro Quintero. La mujer, sin embargo, es igual a sus fotos: voluptuosa y bella. Sara Cosío. El pelo le cae sobre los hombros, su piel brilla, tiene ojos claros, y tiembla, aterrada, ante lo que sucede.
—¿Quién es éste, querida? —le pregunta el agente Sandalio González, apuntando a Marco Antonio Ríos. —Caro Quintero —susurra Sara. —¿Quién? —insiste González. —Rafael Caro Quintero —dice ella, más alto. —%$#@ —le dice Caro, y escupe.
Los ocupantes recogen en la casa 40 mil dólares en efectivo, 150 mil en travel checks y todo un arsenal de armas, entre ellas una pistola Colt 45 con cachas de oro, incrustaciones de diamantes y el monograma R-1 (Rafael número 1). Hay otra Colt 45 con el sello de la DFS. Otra arma automática tiene la insignia de la Guardia Nacional de Nicaragua. Viendo consumados los hechos, Caro dice: —Ya sé quiénes fueron. Me la van a pagar.13
Detención de Félix Gallardo
Miguel Ángel Félix Gallardo es capturado el sábado 8 de abril de 1989. Son las diez y media de la mañana. Varios autos, una Combi, 30 policías vestidos de civil, con armas largas, llegan al número 2718 de la calle Cosmos esquina con avenida Arcos, colonia Jardines del Bosque, en Guadalajara. Suben a las azoteas, cubren las salidas, cortan cartucho. Los vecinos oyen gritos de gente peleando. Pero no hay un solo tiro. La acción es rápida y sin problemas. Los guardaespaldas de Félix no responden. Los policías sacan a un hombre encapuchado y esposado, lo meten en la Combi. Minutos después sale de la casa una mujer rubia con dos niños pequeños. Corre por la calle y pide a una vecina que le ayude a conseguir un taxi. Es la esposa de Félix Gallardo.
“Yo la vi varias veces con quien parecía ser su esposo”, dice un testigo. “Era gente amable. No hacían ostentación de nada, ni se metían con nadie”.
La casa tiene 12 metros de frente y un portón de madera para el coche. Félix Gallardo la compró apenas hace unos tres meses, dicen los vecinos. Casi nunca había luz en la casa, no se oían ruidos, ni el ruido de los niños.
A las nueve de la noche los agentes vuelven al lugar. Abren las puertas y catean la casa.
Es el fin a 18 años de impunidad. Desde 1971 se han librado contra Félix Gallardo 14 órdenes de aprehensión. Al momento de ser detenido Félix Gallardo tiene 43 años y una fortuna que los cronistas calculan o inventan en 50 millones de dólares.
El detenido es presentado a la prensa dos días más tarde, el lunes 10 de abril, en la sede de la policía judicial federal de la calle de López, primer piso, corazón de la ciudad de México. Los reporteros Raúl Monge y Hermenegildo Olguín ven salir por la puerta que custodia una docena de agentes a “un hombre espigado, alto, despeinado, demacrado… Apenas puede hilar palabras, las piernas se le doblan, tiene que recargarse en la pared... Los flashes lo deslumbran, agacha la cabeza. Frente a él la policía ha desplegado los revólveres, rifles, granadas y cocaína que hallaron en su casa el día de su captura. Félix Gallardo dice después que le han dado una pastilla para poder enfrentar a la prensa, ya que lo han mantenido en pie todo un día”.
Siguen Olguín y Monge: El procurador de la República Enrique Álvarez del Castillo, cita a la rueda de prensa sobre la detención del “número uno de los narcotraficantes a nivel internacional”. Según él, Félix Gallardo ha aceptado que se dedica al narcotráfico desde 1971 y que en todo este tiempo tuvo la protección de diversas autoridades. Con Félix Gallardo han caído Gregorio Corza Marín, subdelegado de la Campaña contra el Narcotráfico en Sinaloa, confeso de haber recibido en los últimos dos meses 55 millones de pesos por mantener a Félix al tanto de las operaciones de la PGR.
También son detenidos: Arturo Moreno Espinosa, jefe de la policía judicial de Sinaloa; Robespierre Lizárraga Coronel, jefe de la policía judicial de Culiacán; Ernesto Fernández Cadena, de la Policía Federal de Caminos a cargo del destacamento de la ciudad de México; Ramón Medina Carrillo, comandante regional de Tamaulipas, y Hugo Alberto Palazuelos Soto, oficial destacado en Nuevo León.
En la conferencia, dice Álvarez del Castillo: “Tuve la mala fortuna, porque esas cosas nunca son afortunadas, de conocer en mi gestión como gobernador de Jalisco que Miguel Félix Gallardo era la cabeza intelectual del grupo formado por Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto”.
Al día siguiente, Félix niega todo. No reconoce su firma ni sus huellas digitales. Dice no recordar nombres, lugares, fechas, ni conocer droga alguna, ni a Caro Quintero, ni a Matta Ballesteros, ni a Ernesto Fonseca. Lo obligaron a firmar, dice, y niega todo.
La memoria regresa a él cuando su abogado defensor, Federico Livas, pregunta:
—¿En qué lugar se llevó a cabo la detención? —En la ciudad de Guadalajara. No me acuerdo de la calle. Era la casa de un amigo de nombre Budy (Bernardo) Ramos —Después de su detención ¿a dónde lo llevaron? —No vi. Me pusieron una funda de almohada en la cabeza. Me golpearon y ya no supe más de mí. Luego me percaté de que estábamos en el aeropuerto, por el ruido de turbinas.
Terminado el interrogatorio, Félix Gallardo dice:
—Me siento mal, necesito un médico.
Repuesto y desenvuelto aparece al día siguiente en la rejilla de prácticas del décimo juzgado de distrito. Carrillo, secretario del primer juzgado, lee un informe judicial y el acta ministerial. Ahí Félix Gallardo acepta su responsabilidad en los delitos de tráfico y posesión de cocaína, acopio de armas y cohecho.
Según el informe judicial, con fecha 9 de abril de 1989, al momento de capturar a Félix Gallardo, éste entrega un recipiente con cocaína, un rollo de papel con polvo blanco, armas, metralletas, cartuchos y dos granadas de mano. Acepta. En su declaración, Félix Gallardo asegura que “las firmas y huellas digitales fueron hechas sin su consentimiento” y denuncia que fue torturado en las oficinas de la PJF. Se levanta la camisa y muestra el abdomen al secretario del juzgado Salvador Castillo, quien hace una revisión ocular en privado. Comprueba que el detenido presenta moretones en abdomen y brazos.
Según Herbert Felipe López, agente del MPF adscrito al juzgado primero, Félix Gallardo podría ser condenado a 40 años de prisión por acopio de armas, posesión de cocaína y delitos contra la salud. Pero tiene pendientes otros procesos: tres en Guadalajara, uno en Tijuana, 10 en Culiacán.
En Washington la noticia de la captura de Félix Gallardo provocó reacciones diversas, todas favorables.14
Caro en su laberinto
Sin bigote, “con el cabello lacio que antes tuvo ensortijado, casi completamente cano”, Rafael Caro Quintero, a sus 38 años de edad, “parece mayor de 50”. Le da la impresión al reportero Carlos Marín de “vivir en el espanto”. Dice:
—Toda la gente aquí anda, andamos, mejor dicho, idos de la cabeza. No tiene usted idea de lo que es esto…
Por los orificios de la mica que separa a los encarcelados de sus visitantes, Caro dice que su prioridad es salir de este lugar, que Marín metaforiza como un “laberinto hermético”. Almoloya no es una cárcel de alta seguridad, dice Caro, sino un “encierro de segregación donde no se respetan los derechos humanos”.
—Nos despiertan a las seis de la mañana. A las ocho nos bajan al comedor. Desayunamos. Nos vuelven a subir a la celda después de desayunar. A las 10 nos bajan al patio. Permanecemos ahí hasta la una de la tarde. Nos suben de vuelta a la celda. Como a las tres nos bajan al comedor. Subimos a la celda otra vez. Nos bajan al patio a las cinco. Y como a las seis entramos a clases. A las 11 de la noche nos dejan que nos duérmamos.
—¿De qué toma clases? —pregunta Marín. —De primaria, primer año —dice Caro—. Porque estuve nueve años en el primer año de primaria y los nueve los reprobé.
Describe su celda “igual que un pasillo”, “muy reducida”, con una ventana que da al patio, pero “el patio no tiene nada, unas bancas, nada más”. Almoloya “no es para estar mucho tiempo”, dice Caro: “Toda la gente anda mal de la cabeza”.
Es el año de 1992. A Caro le faltan 92 años de cárcel en este “laberinto hermético”, cuyo menú describe así: “Chilaquiles en el desayuno, chilaquiles al mediodía, chilaquiles en la cena. Y qué bueno si fueran chilaquiles, son tortillas hechas atole. Comemos arroz y salchichas en caldo. Yo nunca había visto las salchichas en caldo. Pero aquí hay. Nunca pensé que hubiera un lugar así en México, nunca lo imaginé. No puedo describir la situación, pero Almoloya no es para estar mucho tiempo”.15
Nota Bene
No puedo decir que todo lo que aquí se asienta es cierto, pero no me ha atraído la verdad, sino la desmesura de estas historias. Los detalles consignados —nombres, cifras, pesos, kilos, muertos— pueden ser inexactos. El mundo desmesurado que registran es, en esencia, verdadero.
Casi todo lo que se narra aquí fue recogido en la prensa, de un puñado de reporteros y escritores, todos ellos de la revista Proceso (salvo indicación en contrario). Son los autores secretos de este texto y a ellos está dedicado: Carlos Acosta, Gerardo Albarrán, Carlos Camacho (La Jornada), Miguel Cabildo, Guillermo Correa, Salvador Corro, Elías Chávez, Emilio Hernández, Carlos Marín, Enrique Maza, Raúl Monge, Hermenegildo Olguín, Óscar Enrique Ornelas (El Financiero), Fernando Ortega Navarro, Francisco Ortiz Pinchetti, Carlos Puig, Ignacio Ramírez, Rafael Rodríguez Castañeda, Ramón Alfonso Sallard, Ciro Pérez Silva (La Jornada).
1 Óscar Enrique Ornelas, “En México, la ‘ley del silencio’ es más fuerte que en Sicilia: Luis Astorga”, El Financiero, 16 agosto 1986. Luis Astorga, estudioso del narcotráfico, dice en esa entrevista: “Estados Unidos le pidió a México, en la época de la Segunda Guerra mundial, que sembrara amapola para fines médicos. Manuel Ávila Camacho era presidente y Miguel Alemán era secretario de Gobernación. En una época se cultivaba amapola como flor de ornato. Hasta hay una canción a la amapola que cantaba Tito Guízar. En Xochimilco había flores de ésas. Ya no se ven. Terminada la guerra, México suspendió la siembra de amapola, según sé”. Carlos Monsiváis y Elmer Mendoza, “Vivir del narco”, Proceso, 31 julio 2004, núm. 1448. Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437.
2 Elías Chávez, “Sinaloa en manos de narcos aliados a políticos”, Proceso, 27 de abril de 1985, núm. 443.
3 Samuel Máynes Puente, “La drogada familia”, Proceso, 22 abril de 1989, núm. 651. Gerardo Albarrán de Alba, “Norman, la isla misteriosa de los narcos en las Bahamas” e Ignacio Ramírez “Según la Interpol “falta llegar al corazón de la organización”, Proceso 19 junio 93, núm. 868. Fernando Ortega Pizarro “Caro y Fonseca no tienen capacidad para dirigir el narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
4 Ignacio Ramírez, “Según la Interpol falta llegar al corazón de la organización”, Proceso, 19 de junio de 1993, núm. 868. Francisco Ortiz Pinchetti, “Alternaba públicamente con políticos y funcionarios”, Proceso, 15 de abril de 1989, núm. 650. Elaine Shannon, Desperados. Latin Drug Lords, U.S. Lawmen, and the War America can’t Win, Viking, New York, 1988, pp. 114. “El rancho Camino Real, de Gallardo, fue de Arturo Izquierdo y en él estuvo oculto Arturo Durazo”, Proceso 13 de mayo de 1989, núm. 654. Fernando Ortega Pizarro, “Caro y Fonseca no tienen capacidad para dirigir el narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
5 Elaine Shannon, op. cit. Enrique Maza, “Hasta banco propio tuvo en la capital tapatía”, Proceso, 15 de abril de 1989, núm. 650. Rafael Rodríguez Castañeda, “Ocupa ahora el lugar donde él colocaba a sus víctimas”, Proceso, 12 de agosto de 1989, núm. 667. Rafael Rodríguez Castañeda, “En Amnistía Internacional está su récord de represor”, Proceso, 7 de enero de 1989, núm. 636.
6 Carlos Acosta Córdova, “Radelat y Walker, hallados, muertos, en un día; negligencias de autoridades”, Proceso, 22 de junio de 1985, núm. 451. Fernando Ortega Pizarro, “Washington cedió un peón, Mullen, pero acusó a autoridades mexicanas de complicidad con cabezas del narcotráfico”, Proceso, 2 de marzo de 1985, núm. 435. Carlos Puig, “El asesinato del agente, en telenovela”, Proceso, 16 de diciembre de 1989, núm. 685. Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Fernando Ortega Pizarro, “Caro Quintero, mandón de la droga y prominente empresario de Guadalajara”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437.
7 Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Ramón Alfonso Sallard, “Puso a Banpacífico al servicio de Félix Gallardo y Caro Quintero”, Proceso, 30 de enero de 1993, núm. 848. Ignacio Ramírez, “Los capos regresan a casa”, Proceso, 5 de noviembre de 1988, núm. 627.
8 Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437. Elaine Shannon, op. cit. pp. 3 , 13-4, 19, 119. Salvador Corro, “En Caborca, donde reinaba Caro Quintero, nadie acepta conocerlo; ni siquiera se acercan a su rancho”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
9 Fernando Ortega Pizarro, “Escepticismo en Chihuahua; cayó infantería, ningún jefe”, Proceso, 17 de noviembre de 1984, núm. 420. Fernando Ortega Pizarro, “Alfredo Zavala, informador espontáneo, dice su hermano”, Proceso, 16 marzo de 1985, núm. 437. Elaine Shannon, op. cit., pp. 9-10, 13-4, 19, 119, 231. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 3 de marzo de 1993, núm. 854. Emilio Hernández, “El caso Camarena destapó el gran problema: la cantidad de policías al servicio del narcotráfico”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441.
10 Raúl Monge, “El que era subprocurador de Michoacán habla de la matanza en El Mareño”, Proceso, 26 de mayo de 1990, núm. 708. Elaine Shannon, op. cit., pp. 271 y ss.
11 Raúl Monge, “El que era subprocurador de Michoacán habla de la matanza en El Mareño”, Proceso, 26 de mayo de 1990, núm. 708. Carlos Marín, “ ‘Me quieren secuestrar’, denuncia el ex comandante Pavón Reyes y cuenta entretelones del caso Camarena”, Proceso, 22 de octubre de 1995, núm. 990. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 13 de marzo de 1993, núm. 854.
12 Fernando Ortega Pizarro e Ignacio Ramírez, “Su captura, golpe al centro del narcotráfico”, Proceso, 6 de abril de 1985, núm. 440. Fernando Ortega Pizarro, “Caro Quintero, mandón de la droga y prominente empresario de Guadalajara”, Proceso, 16 de marzo de 1985, núm. 437. Ignacio Ramírez, “¿Qué buscan?, ¿qué quieren?, ¿qué ocultan?”, Proceso, 23 de abril de 1988, núm. 599. Francisco Ortiz Pinchetti, “Demanda en Guadalajara: que la pesquisa llegue a los capos de cuello blanco”, Proceso, 13 de abril de 1985, núm. 441. Fernando Ortega Pizarro, “Washington cedió un peón, Mullen, pero acusó a autoridades mexicanas de complicidad con cabezas del narcotráfico”, Proceso, 2 de marzo de 1985, núm. 435.
13 Shannon, op. cit., pp. 250-253. Fernando Ortega Pizarro e Ignacio Ramírez, “La presión y la acción de la DEA, vitales en la caída de Caro Quintero. Su captura, golpe al centro del narcotráfico”, Proceso, 6 de abril de 1985, núm. 440. Carlos Marín, “Documentos inéditos enrarecen aún más una oscura investigación”, Proceso, 13 de marzo de 1993, núm. 854.
14 Hermenegildo Olguín y Raúl Monge, “Catorce órdenes de aprehensión contra Félix, tres no cumplidas,
Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Una historia de Narcopolítica.
Juan Nepomuceno Guerra creó una red de contubernio para llevar a sus afines al gobierno y a cargos clave.
Domingo 17 de junio de 2012
Ignacio Alvarado Álvarez | El Universal
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El episodio parece retrato de una película mexicana de machos agraviados: El hombre celoso sorprende a su mujer platicando con otro sujeto y sin más descarga su pistola hasta matarla. El homicidio, que ocurrió en julio de 1947, en Matamoros, Tamaulipas, entraña sin embargo algo mucho más oscuro y complejo. Es la historia que revela la consolidación de un régimen político, no sólo corrupto, sino con intereses concretos sobre el lucrativo tráfico de drogas y de otras mercancías ilegales, que interviene para dejar sin castigo al asesino, Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas, para entonces el señor todopoderoso del mundo criminal en el estado.
Guerra había desposado a Gloria Landeros, una actriz parcialmente alejada de los escenarios. Ella platicaba con el cómico Adalberto Martínez, "Resortes", cuando fue asesinada. Las autoridades juzgaron el caso como un acto de defensa personal, sin ofrecer evidencia convincente sobre ello. El asesinato cimbró a la opinión pública. Generó encabezados en los principales diarios, que dieron cuenta incluso de cómo el padre de la víctima, Carlos Landeros, escribió al Presidente de la República, Miguel Alemán, en busca de justicia. Pero la cobertura sobre lo ocurrido duró poco debido a la mordaza impuesta por el mismo gobierno.
La trayectoria delictiva de Guerra había comenzado desde su adolescencia, en 1929. Traficaba alcohol junto con dos de sus hermanos, aprovechando, como muchos otros fronterizos, la era de la Prohibición en Estados Unidos. En menos de dos décadas, el adolescente no sólo terminó capitaneando esa rama del negocio familiar, sino que tejió redes de complicidad con las camarillas que serían parte fundacional del régimen político mexicano, y del cual emergerían a lo largo de 60 años gobernadores, alcaldes, legisladores, procuradores de justicia, administradores de aduanas, dirigentes de partido y hasta un Presidente de la República.
Los cimientos del Estado mafioso estaban ahí, señala Carlos Antonio Flores Pérez, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), quien prepara un libro sobre la imbricación histórica de políticos y criminales en Tamaulipas. Se trata, dice, de una dinastía local que no ha permitido la alternancia en el gobierno y que mantiene hasta hoy el poder, heredándolo junto con los mecanismos que mantuvieron intactos sus intereses personales hasta hace poco más de una década, cuando dos hechos significativos tienen lugar: el nacimiento de un grupo criminal ajeno a ellos, encabezado por Osiel Cárdenas Guillén, y el arribo del PAN al gobierno federal, lo que termina con los privilegios emanados de su relación con el centro.
El escándalo generado por la presunta implicación de dos ex gobernadores de Tamaulipas -Tomás Yarrington y Eugenio Hernández- en lavado de dinero, no puede explicarse como un acto de generación espontánea. Detrás hay una historia de élites políticas y empresariales que fomentaron por décadas negocios criminales, haciendo de ese estado en particular una suerte de cápsula del tiempo en el que la falta de alternancia política revela, en todo caso, la monopolización de los recursos económicos, de acuerdo con Israel Covarrubias, profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
"En este caso habría de analizarse hasta qué punto se está constatando un síntoma fehaciente, no de regresión política, sino de algo que está quebrado desde su nacimiento como democracia. Porque a partir del 2000 el PRI pierde la Presidencia de la República, pero no el poder. Entonces, ¿qué es lo que pasó en Tamaulipas para que no haya enraizado ninguna otra fuerza contraria a esos hombres del régimen? La respuesta es la clave para la comprensión sobre lo que ahora estamos viendo: un sistema de violencia feudal del que forman parte, no sólo criminales organizados, sino funcionarios y ex funcionarios de muy alto nivel".
Empoderamiento
El esplendor de la organización de García Ábrego sucede durante las administraciones de Américo Villarreal Guerra y Manuel Cavazos Lerma. Pero es entonces que comienzan los cambios sustanciales que definirán el futuro, dice Israel Covarrubias. Arriba una clase política y empresarial nueva que asalta el mercado económico a partir de las prebendas del poder público.
García Ábrego es apresado en 1996. Su captura y extradición dejan un vacío de poder que en poco tiempo disputa Osiel Cárdenas Guillén, un antiguo agente de policía local. No puede hablarse, sin embargo, de una herencia criminal. El nuevo grupo carece de las relaciones políticas y empresariales del pasado, pero inicia a consolidar su propia hegemonía de poder basándose en el ejercicio de la violencia territorial, para lo cual se arma de un grupo de seguridad con adiestramiento militar. Son actores nuevos a quienes no les importa demasiado la lógica empresarial que funcionó hasta entonces. Al mismo tiempo, en el 2000, el PAN toma la Presidencia y con ello pone en juego otras dinámicas del poder.
"En principio permite la dispersión de los poderes públicos", comenta Covarrubias. "Pero desde luego no se disminuye la ilegalidad, sino todo lo contrario: se ahonda en ella. En la escena hay nuevos actores políticos, empresariales y criminales a quienes la democracia no dice absolutamente nada. Esa intensificación de la atomización del poder permite otra cláusula de exclusividad sobre quién puede o no participar del negocio criminal, y entonces se territorializan los mercados ilegales. Tamaulipas no es sólo un coto de poder: además del territorio existen también cuentas bancarias, negocios para el lavado de dinero, un nuevo orden de corrupción que no respeta pactos como en el pasado".
Juan N. Guerra y sus hermanos eran distribuidores de cerveza Carta Blanca. Un claro ejemplo de cómo funcionan los intereses legales con los ilegales. Son la muestra de muchos otros casos que existen dentro de Tamaulipas. Y es donde uno y otro investigador encuentra la razón fundamental que explica lo que hoy ocurre en la entidad: hay grupos que quieren una vuelta al pasado, al antiguo orden.
Cómo cambiaron las cosas
En aquel primer hecho de sangre, en el que públicamente se vio expuesto Juan N. Guerra, operó la maquinaria oficial en su defensa. Desde el gobernador, el general Raúl Gárate Legleu, hasta un viejo conocido del traficante, Francisco Castellanos Tuexi, quien era procurador estatal y que hasta un año antes había desempeñado el mismo cargo en el Distrito Federal, donde Guerra fue uno de sus agentes de la Policía Judicial.
Castellanos previamente había gobernado Tamaulipas, de 1929 a 1933, y entre 1952 y 1958 fungió como administrador de la aduana de Matamoros.
El homicidio de Gloria Landeros fue un hecho personal, hasta cierto punto fácil de encubrir. Pero en abril de 1960, el aparato debió aplicarse a fondo y librar una batalla interna entre miembros del gabinete presidencial, que terminó con la exculpación de Guerra en un asesinato de mayor envergadura, el del comandante del Resguardo Aduanal, Octavio Villa Coss, hijo del revolucionario Francisco Villa, quien presumiblemente rechazó un soborno para abandonar una investigación contra uno de los hermanos del traficante, Roberto Guerra Cárdenas, a quien se decomisó un cargamento de café que pretendía internar ilegalmente por la aduana de Cd. Miguel Alemán.
Villa Coss murió por los disparos que, de acuerdo con pruebas periciales, disparó Juan N. Guerra en el interior de su restaurante Piedras Negras. Quien se inculpó, sin embargo, fue su chofer, Carlos García, apodado La Máquina. La defensa de Juan N. Guerra para este caso estuvo encabezada por Francisco Castellanos, ex gobernador, ex procurador estatal y ex administrador de la aduana.
Sobre el hecho escribió Manuel Rafael Rangel Escamilla, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía del régimen: "Roberto y Juan N. Guerra están considerados en el norte de la República como los más grandes contrabandistas en armas, artículos comerciales y drogas enervantes", escribió Rangel. "En épocas pasadas desarrollaron una labor de terrorismo y se encuentran implicados como los autores intelectuales de varios crímenes, entre ellos el del presidente municipal Ernesto Elizondo (Administración municipal de Matamoros 1949-1951, acribillado mientras conducía su automóvil), además del que ya dije anteriormente, o sea, el Tte. Cnel. Octavio Villa Coss, a quien dieron muerte en el interior de una cantina de la población, crimen que hasta la fecha permanece impune, ya que el lic. Raúl Morales Farías, asesor jurídico de los hermanos Guerra, logró mediante una maniobra sucia, que la responsabilidad de dicho asesinato la aceptara un chofer de Juan N. Guerra, haciéndolo aparecer únicamente como encubridor". El memorándum se encuentra en el Archivo General de la Nación (AGN), integrado al expediente que la DFS abrió sobre el homicidio de Villa Coss.
Al quedar fuera del poder presidencial, la camarilla alemanista mantuvo por casi 40 años el control de los circuitos financieros del país, a través de la Secretaría de Hacienda, de la que depende el sistema aduanal. Pero algo poco explorado, señala Flores Pérez, es la influencia que mantuvo en los circuitos judiciales, tanto en la PGR como en Tribunales de Justicia estatales y en la Suprema Corte.
Raúl Morales Farías, el hombre que plantó la estrategia de defensa de Juan N. Guerra, junto con Francisco Castellanos Tuexi, es padre de Raúl Morales Cadena, el hombre que primero fue subprocurador de Justicia con Américo Villarreal Guerra y a quien después Manuel Cavazos Lerma (1993-1999) nombró como primer procurador de su sexenio.
La línea que divide al poder legal del poder ilegal es un trazo invisible desde el nacimiento mismo de la estructura del gobierno local.
El peso del pasado
Reseñas históricas refieren la dependencia casi exclusiva que tuvieron del contrabando muchos pueblos fronterizos durante el siglo XIX. Pero es hasta la década de 1920 cuando esas viejas redes se vuelven sofisticadas al iniciarse en el tráfico de alcohol, tras el decreto de la Ley Volstead, vigente hasta 1933 en Estados Unidos. El desarrollo de los contrabandistas ocurre en un momento clave de México, justo cuando se integra el régimen post revolucionario, algunos de cuyos artífices nacieron en Tamaulipas.
El más notable de ellos, Emilio Portes Gil, fundó en mayo de 1924 el Partido Socialista Fronterizo, un año antes de convertirse en gobernador constitucional de Tamaulipas. Nacido en Ciudad Victoria, en 1890, Portes Gil había ocupado para entonces una diputación federal y respaldado el último de los movimientos armados de la Revolución, el levantamiento encabezado por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles en Agua Prieta, Sonora, contra Venustiano Carranza, en 1920.
Pero su rol definitivo ocurrió tras el asesinato de Obregón, quien había sido electo Presidente de la República, por segunda ocasión, en 1928. Portes Gil, quien fungió como secretario de Gobernación con Calles, asumió como interino hasta 1930. Siendo Presidente fundó, junto con Calles, el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI.
El grupo de Portes Gil será entonces una fuerza dominante en Tamaulipas en esos años en que los criminales comenzaban a organizarse. En el ejercicio de su poder, nombra como sucesor en el gobierno local a Francisco Castellanos Tuexi, quien lo traicionaría al poco tiempo, pero quien sobre todo se convertiría en uno de los protectores de Juan Nepomuceno Guerra.
Portes Gil intentó retomar el gobierno de Tamaulipas en 1933, pero fue obstaculizado por Calles, quien se valió de Castellanos para escindir a su camarilla política. El golpe que termina por devastar al portesgilismo ocurre en 1947, bajo la presidencia de Miguel Alemán, dice Israel Covarrubias, el profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
El grupo alemanista ejerce el control absoluto en Tamaulipas después de que deponen al último gobernador ligado a Portes Gil, Hugo Pedro González. En su relevo entra el general Raúl Gárate Legleu. Desde el gobierno estatal hasta las alcaldías y aduanas fronterizas quedan bajo tutela del grupo de Alemán.
La política y el crimen eran una misma cosa. Al menos es lo que indican documentos de la DFS alojados en el Archivo General de al Nación. Uno de ellos narra cómo, en 1962, se realiza una consulta con las "fuerzas vivas" del estado. La auscultación tenía como propósito saber cuáles eran las preferencias de la militancia, de cara a la sucesión de gobernador. Se indagó en las camarillas de Raúl Gárate Legleu, de Tiburcio Garza Zamora, la de Francisco Castellanos Tuexi y también a la que comandaba Roberto Guerra Cárdenas, el dueño del cargamento de café que costó la vida a Octavio Villa Coss. El informe lo recibió Fernando Gutiérrez Barrios, entonces subdirector de la DFS.
Todos respaldaron la candidatura de Praxedis Balboa Gojón, quien fue electo gobernador para el periodo 1963-1969. Una vez en funciones, Roberto Guerra Cárdenas fue nombrado titular de la Oficina Fiscal del Estado. Sería el primer cargo público ostentado por un miembro de la familia. En 1984, su hijo, Jesús Roberto Guerra Velasco, sería electo alcalde de Matamoros y le tocaría proteger -dice el investigador Carlos Flores Pérez- los intereses del clan, ahora comandado por uno de sus primos: Juan García Ábrego.
"Ahí se puede ver con toda claridad la imbricación de actividades ilícitas e intereses políticos que se mantienen hasta el presente casi de manera dinástica en el estado. Y hay una dinámica de impunidad tremenda que también continúa", señala.
A finales de la década de 1960, un personaje fraguado en Matamoros y estrechamente relacionado con Juan N. Guerra irrumpe en la política nacional, al ser nombrado secretario particular del presidente Gustavo Díaz Ordaz: Emilio Martínez Manatou.
El expediente que le arma a Martínez Manatou la DFS da cuenta de reuniones que entonces celebraban alcaldes, mandos aduanales y personajes neoloneses con Juan N. Guerra, para acordar estrategias de contrabando. De acuerdo con el mismo documento, Guerra incluso llegó a financiar parte de la precampaña de Martínez Manatou, quien buscaba ser candidato presidencial del PRI en 1970. Pierde la contienda interna con Luis Echeverría, pero mantiene el control político del estado.
Martínez Manatou impulsó la candidatura al gobierno tamaulipeco de Enrique Cárdenas González (1975-1981), quien había fungido como subsecretario de Hacienda. La DFS también le señala nexos con los hermanos Guerra. El clan pasa así otro sexenio sin sobresaltos.
En 1976, José López Portillo es nombrado candidato presidencial. Él había sido subordinado de Martínez Manatou. Lo revive políticamente al nombrarlo Secretario de Salud, y cinco años más tarde impulsa su candidatura para el gobierno de Tamaulipas, que administrará hasta 1987.
Martínez Manatou forma parte de una camarilla en la que también se encontraban Carlos Hank González, Tiburcio Garza Zamora y Leopoldo Sánchez Celis, quien fue gobernador de Sinaloa y cuya desgracia política inició tras la captura del capo Miguel Ángel Félix Gallardo, quien fue su jefe de escoltas. Todos ellos se habían conocido durante el sexenio de Adolfo López Mateos.
Es en 1984 cuando Martínez Manatou palomea la candidatura del sobrino de Juan N. Guerra para la alcaldía de Matamoros. Es la época, también, en la que cambian los circuitos del tráfico de cocaína. Los narcotraficantes colombianos dejaron la ruta del Caribe y se concentraron en buscar socios mexicanos. Entran en contacto con la gente de Sinaloa, asentada entonces en Guadalajara. Ellos empleaban sin contratiempos la vía de Tamaulipas, que para entonces ofrecía, acaso como ningún otro estado del norte, condiciones ideales para hacer negocios sin riesgo.
Son años en los que Juan García Ábrego asume el control de la organización. Y es el inicio de disputas a sangre y fuego cuando traficantes menores asociados a lo que se comienza a conocer como cártel del Golfo, desafían el poder establecido.
"Lo que uno va apreciando, para resumir en términos teóricos, es cómo la evidente falla del Estado que podemos apreciar en el caso de Tamaulipas no surgió de la noche a la mañana, sino que es un proceso del bloqueo permanente de las instituciones", comenta Flores Pérez.
"El caso es significativo por ocurrir en un estado que tampoco ha tenido alternancia y en el que se puede apreciar -salvo algunas disputas internas- que prácticamente ha sido el mismo grupo dominante desde hace 60 años", agrega el experto.
Y concluye que, por lo tanto, es imposible interpretar los actuales niveles de violencia y colapso institucional sin entender previamente cómo este tipo de vinculaciones fueron sesgando de origen el funcionamiento institucional hasta provocar que ahora no exista un Estado de Derecho.
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Juan Nepomuceno Guerra creó una red de contubernio para llevar a sus afines al gobierno y a cargos clave.
Domingo 17 de junio de 2012
Ignacio Alvarado Álvarez | El Universal
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El episodio parece retrato de una película mexicana de machos agraviados: El hombre celoso sorprende a su mujer platicando con otro sujeto y sin más descarga su pistola hasta matarla. El homicidio, que ocurrió en julio de 1947, en Matamoros, Tamaulipas, entraña sin embargo algo mucho más oscuro y complejo. Es la historia que revela la consolidación de un régimen político, no sólo corrupto, sino con intereses concretos sobre el lucrativo tráfico de drogas y de otras mercancías ilegales, que interviene para dejar sin castigo al asesino, Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas, para entonces el señor todopoderoso del mundo criminal en el estado.
Guerra había desposado a Gloria Landeros, una actriz parcialmente alejada de los escenarios. Ella platicaba con el cómico Adalberto Martínez, "Resortes", cuando fue asesinada. Las autoridades juzgaron el caso como un acto de defensa personal, sin ofrecer evidencia convincente sobre ello. El asesinato cimbró a la opinión pública. Generó encabezados en los principales diarios, que dieron cuenta incluso de cómo el padre de la víctima, Carlos Landeros, escribió al Presidente de la República, Miguel Alemán, en busca de justicia. Pero la cobertura sobre lo ocurrido duró poco debido a la mordaza impuesta por el mismo gobierno.
La trayectoria delictiva de Guerra había comenzado desde su adolescencia, en 1929. Traficaba alcohol junto con dos de sus hermanos, aprovechando, como muchos otros fronterizos, la era de la Prohibición en Estados Unidos. En menos de dos décadas, el adolescente no sólo terminó capitaneando esa rama del negocio familiar, sino que tejió redes de complicidad con las camarillas que serían parte fundacional del régimen político mexicano, y del cual emergerían a lo largo de 60 años gobernadores, alcaldes, legisladores, procuradores de justicia, administradores de aduanas, dirigentes de partido y hasta un Presidente de la República.
Los cimientos del Estado mafioso estaban ahí, señala Carlos Antonio Flores Pérez, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), quien prepara un libro sobre la imbricación histórica de políticos y criminales en Tamaulipas. Se trata, dice, de una dinastía local que no ha permitido la alternancia en el gobierno y que mantiene hasta hoy el poder, heredándolo junto con los mecanismos que mantuvieron intactos sus intereses personales hasta hace poco más de una década, cuando dos hechos significativos tienen lugar: el nacimiento de un grupo criminal ajeno a ellos, encabezado por Osiel Cárdenas Guillén, y el arribo del PAN al gobierno federal, lo que termina con los privilegios emanados de su relación con el centro.
El escándalo generado por la presunta implicación de dos ex gobernadores de Tamaulipas -Tomás Yarrington y Eugenio Hernández- en lavado de dinero, no puede explicarse como un acto de generación espontánea. Detrás hay una historia de élites políticas y empresariales que fomentaron por décadas negocios criminales, haciendo de ese estado en particular una suerte de cápsula del tiempo en el que la falta de alternancia política revela, en todo caso, la monopolización de los recursos económicos, de acuerdo con Israel Covarrubias, profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
"En este caso habría de analizarse hasta qué punto se está constatando un síntoma fehaciente, no de regresión política, sino de algo que está quebrado desde su nacimiento como democracia. Porque a partir del 2000 el PRI pierde la Presidencia de la República, pero no el poder. Entonces, ¿qué es lo que pasó en Tamaulipas para que no haya enraizado ninguna otra fuerza contraria a esos hombres del régimen? La respuesta es la clave para la comprensión sobre lo que ahora estamos viendo: un sistema de violencia feudal del que forman parte, no sólo criminales organizados, sino funcionarios y ex funcionarios de muy alto nivel".
Empoderamiento
El esplendor de la organización de García Ábrego sucede durante las administraciones de Américo Villarreal Guerra y Manuel Cavazos Lerma. Pero es entonces que comienzan los cambios sustanciales que definirán el futuro, dice Israel Covarrubias. Arriba una clase política y empresarial nueva que asalta el mercado económico a partir de las prebendas del poder público.
García Ábrego es apresado en 1996. Su captura y extradición dejan un vacío de poder que en poco tiempo disputa Osiel Cárdenas Guillén, un antiguo agente de policía local. No puede hablarse, sin embargo, de una herencia criminal. El nuevo grupo carece de las relaciones políticas y empresariales del pasado, pero inicia a consolidar su propia hegemonía de poder basándose en el ejercicio de la violencia territorial, para lo cual se arma de un grupo de seguridad con adiestramiento militar. Son actores nuevos a quienes no les importa demasiado la lógica empresarial que funcionó hasta entonces. Al mismo tiempo, en el 2000, el PAN toma la Presidencia y con ello pone en juego otras dinámicas del poder.
"En principio permite la dispersión de los poderes públicos", comenta Covarrubias. "Pero desde luego no se disminuye la ilegalidad, sino todo lo contrario: se ahonda en ella. En la escena hay nuevos actores políticos, empresariales y criminales a quienes la democracia no dice absolutamente nada. Esa intensificación de la atomización del poder permite otra cláusula de exclusividad sobre quién puede o no participar del negocio criminal, y entonces se territorializan los mercados ilegales. Tamaulipas no es sólo un coto de poder: además del territorio existen también cuentas bancarias, negocios para el lavado de dinero, un nuevo orden de corrupción que no respeta pactos como en el pasado".
Juan N. Guerra y sus hermanos eran distribuidores de cerveza Carta Blanca. Un claro ejemplo de cómo funcionan los intereses legales con los ilegales. Son la muestra de muchos otros casos que existen dentro de Tamaulipas. Y es donde uno y otro investigador encuentra la razón fundamental que explica lo que hoy ocurre en la entidad: hay grupos que quieren una vuelta al pasado, al antiguo orden.
Cómo cambiaron las cosas
En aquel primer hecho de sangre, en el que públicamente se vio expuesto Juan N. Guerra, operó la maquinaria oficial en su defensa. Desde el gobernador, el general Raúl Gárate Legleu, hasta un viejo conocido del traficante, Francisco Castellanos Tuexi, quien era procurador estatal y que hasta un año antes había desempeñado el mismo cargo en el Distrito Federal, donde Guerra fue uno de sus agentes de la Policía Judicial.
Castellanos previamente había gobernado Tamaulipas, de 1929 a 1933, y entre 1952 y 1958 fungió como administrador de la aduana de Matamoros.
El homicidio de Gloria Landeros fue un hecho personal, hasta cierto punto fácil de encubrir. Pero en abril de 1960, el aparato debió aplicarse a fondo y librar una batalla interna entre miembros del gabinete presidencial, que terminó con la exculpación de Guerra en un asesinato de mayor envergadura, el del comandante del Resguardo Aduanal, Octavio Villa Coss, hijo del revolucionario Francisco Villa, quien presumiblemente rechazó un soborno para abandonar una investigación contra uno de los hermanos del traficante, Roberto Guerra Cárdenas, a quien se decomisó un cargamento de café que pretendía internar ilegalmente por la aduana de Cd. Miguel Alemán.
Villa Coss murió por los disparos que, de acuerdo con pruebas periciales, disparó Juan N. Guerra en el interior de su restaurante Piedras Negras. Quien se inculpó, sin embargo, fue su chofer, Carlos García, apodado La Máquina. La defensa de Juan N. Guerra para este caso estuvo encabezada por Francisco Castellanos, ex gobernador, ex procurador estatal y ex administrador de la aduana.
Sobre el hecho escribió Manuel Rafael Rangel Escamilla, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía del régimen: "Roberto y Juan N. Guerra están considerados en el norte de la República como los más grandes contrabandistas en armas, artículos comerciales y drogas enervantes", escribió Rangel. "En épocas pasadas desarrollaron una labor de terrorismo y se encuentran implicados como los autores intelectuales de varios crímenes, entre ellos el del presidente municipal Ernesto Elizondo (Administración municipal de Matamoros 1949-1951, acribillado mientras conducía su automóvil), además del que ya dije anteriormente, o sea, el Tte. Cnel. Octavio Villa Coss, a quien dieron muerte en el interior de una cantina de la población, crimen que hasta la fecha permanece impune, ya que el lic. Raúl Morales Farías, asesor jurídico de los hermanos Guerra, logró mediante una maniobra sucia, que la responsabilidad de dicho asesinato la aceptara un chofer de Juan N. Guerra, haciéndolo aparecer únicamente como encubridor". El memorándum se encuentra en el Archivo General de la Nación (AGN), integrado al expediente que la DFS abrió sobre el homicidio de Villa Coss.
Al quedar fuera del poder presidencial, la camarilla alemanista mantuvo por casi 40 años el control de los circuitos financieros del país, a través de la Secretaría de Hacienda, de la que depende el sistema aduanal. Pero algo poco explorado, señala Flores Pérez, es la influencia que mantuvo en los circuitos judiciales, tanto en la PGR como en Tribunales de Justicia estatales y en la Suprema Corte.
Raúl Morales Farías, el hombre que plantó la estrategia de defensa de Juan N. Guerra, junto con Francisco Castellanos Tuexi, es padre de Raúl Morales Cadena, el hombre que primero fue subprocurador de Justicia con Américo Villarreal Guerra y a quien después Manuel Cavazos Lerma (1993-1999) nombró como primer procurador de su sexenio.
La línea que divide al poder legal del poder ilegal es un trazo invisible desde el nacimiento mismo de la estructura del gobierno local.
El peso del pasado
Reseñas históricas refieren la dependencia casi exclusiva que tuvieron del contrabando muchos pueblos fronterizos durante el siglo XIX. Pero es hasta la década de 1920 cuando esas viejas redes se vuelven sofisticadas al iniciarse en el tráfico de alcohol, tras el decreto de la Ley Volstead, vigente hasta 1933 en Estados Unidos. El desarrollo de los contrabandistas ocurre en un momento clave de México, justo cuando se integra el régimen post revolucionario, algunos de cuyos artífices nacieron en Tamaulipas.
El más notable de ellos, Emilio Portes Gil, fundó en mayo de 1924 el Partido Socialista Fronterizo, un año antes de convertirse en gobernador constitucional de Tamaulipas. Nacido en Ciudad Victoria, en 1890, Portes Gil había ocupado para entonces una diputación federal y respaldado el último de los movimientos armados de la Revolución, el levantamiento encabezado por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles en Agua Prieta, Sonora, contra Venustiano Carranza, en 1920.
Pero su rol definitivo ocurrió tras el asesinato de Obregón, quien había sido electo Presidente de la República, por segunda ocasión, en 1928. Portes Gil, quien fungió como secretario de Gobernación con Calles, asumió como interino hasta 1930. Siendo Presidente fundó, junto con Calles, el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI.
El grupo de Portes Gil será entonces una fuerza dominante en Tamaulipas en esos años en que los criminales comenzaban a organizarse. En el ejercicio de su poder, nombra como sucesor en el gobierno local a Francisco Castellanos Tuexi, quien lo traicionaría al poco tiempo, pero quien sobre todo se convertiría en uno de los protectores de Juan Nepomuceno Guerra.
Portes Gil intentó retomar el gobierno de Tamaulipas en 1933, pero fue obstaculizado por Calles, quien se valió de Castellanos para escindir a su camarilla política. El golpe que termina por devastar al portesgilismo ocurre en 1947, bajo la presidencia de Miguel Alemán, dice Israel Covarrubias, el profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
El grupo alemanista ejerce el control absoluto en Tamaulipas después de que deponen al último gobernador ligado a Portes Gil, Hugo Pedro González. En su relevo entra el general Raúl Gárate Legleu. Desde el gobierno estatal hasta las alcaldías y aduanas fronterizas quedan bajo tutela del grupo de Alemán.
La política y el crimen eran una misma cosa. Al menos es lo que indican documentos de la DFS alojados en el Archivo General de al Nación. Uno de ellos narra cómo, en 1962, se realiza una consulta con las "fuerzas vivas" del estado. La auscultación tenía como propósito saber cuáles eran las preferencias de la militancia, de cara a la sucesión de gobernador. Se indagó en las camarillas de Raúl Gárate Legleu, de Tiburcio Garza Zamora, la de Francisco Castellanos Tuexi y también a la que comandaba Roberto Guerra Cárdenas, el dueño del cargamento de café que costó la vida a Octavio Villa Coss. El informe lo recibió Fernando Gutiérrez Barrios, entonces subdirector de la DFS.
Todos respaldaron la candidatura de Praxedis Balboa Gojón, quien fue electo gobernador para el periodo 1963-1969. Una vez en funciones, Roberto Guerra Cárdenas fue nombrado titular de la Oficina Fiscal del Estado. Sería el primer cargo público ostentado por un miembro de la familia. En 1984, su hijo, Jesús Roberto Guerra Velasco, sería electo alcalde de Matamoros y le tocaría proteger -dice el investigador Carlos Flores Pérez- los intereses del clan, ahora comandado por uno de sus primos: Juan García Ábrego.
"Ahí se puede ver con toda claridad la imbricación de actividades ilícitas e intereses políticos que se mantienen hasta el presente casi de manera dinástica en el estado. Y hay una dinámica de impunidad tremenda que también continúa", señala.
A finales de la década de 1960, un personaje fraguado en Matamoros y estrechamente relacionado con Juan N. Guerra irrumpe en la política nacional, al ser nombrado secretario particular del presidente Gustavo Díaz Ordaz: Emilio Martínez Manatou.
El expediente que le arma a Martínez Manatou la DFS da cuenta de reuniones que entonces celebraban alcaldes, mandos aduanales y personajes neoloneses con Juan N. Guerra, para acordar estrategias de contrabando. De acuerdo con el mismo documento, Guerra incluso llegó a financiar parte de la precampaña de Martínez Manatou, quien buscaba ser candidato presidencial del PRI en 1970. Pierde la contienda interna con Luis Echeverría, pero mantiene el control político del estado.
Martínez Manatou impulsó la candidatura al gobierno tamaulipeco de Enrique Cárdenas González (1975-1981), quien había fungido como subsecretario de Hacienda. La DFS también le señala nexos con los hermanos Guerra. El clan pasa así otro sexenio sin sobresaltos.
En 1976, José López Portillo es nombrado candidato presidencial. Él había sido subordinado de Martínez Manatou. Lo revive políticamente al nombrarlo Secretario de Salud, y cinco años más tarde impulsa su candidatura para el gobierno de Tamaulipas, que administrará hasta 1987.
Martínez Manatou forma parte de una camarilla en la que también se encontraban Carlos Hank González, Tiburcio Garza Zamora y Leopoldo Sánchez Celis, quien fue gobernador de Sinaloa y cuya desgracia política inició tras la captura del capo Miguel Ángel Félix Gallardo, quien fue su jefe de escoltas. Todos ellos se habían conocido durante el sexenio de Adolfo López Mateos.
Es en 1984 cuando Martínez Manatou palomea la candidatura del sobrino de Juan N. Guerra para la alcaldía de Matamoros. Es la época, también, en la que cambian los circuitos del tráfico de cocaína. Los narcotraficantes colombianos dejaron la ruta del Caribe y se concentraron en buscar socios mexicanos. Entran en contacto con la gente de Sinaloa, asentada entonces en Guadalajara. Ellos empleaban sin contratiempos la vía de Tamaulipas, que para entonces ofrecía, acaso como ningún otro estado del norte, condiciones ideales para hacer negocios sin riesgo.
Son años en los que Juan García Ábrego asume el control de la organización. Y es el inicio de disputas a sangre y fuego cuando traficantes menores asociados a lo que se comienza a conocer como cártel del Golfo, desafían el poder establecido.
"Lo que uno va apreciando, para resumir en términos teóricos, es cómo la evidente falla del Estado que podemos apreciar en el caso de Tamaulipas no surgió de la noche a la mañana, sino que es un proceso del bloqueo permanente de las instituciones", comenta Flores Pérez.
"El caso es significativo por ocurrir en un estado que tampoco ha tenido alternancia y en el que se puede apreciar -salvo algunas disputas internas- que prácticamente ha sido el mismo grupo dominante desde hace 60 años", agrega el experto.
Y concluye que, por lo tanto, es imposible interpretar los actuales niveles de violencia y colapso institucional sin entender previamente cómo este tipo de vinculaciones fueron sesgando de origen el funcionamiento institucional hasta provocar que ahora no exista un Estado de Derecho.
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Última edición por Lanceros de Toluca el Agosto 7th 2013, 23:01, editado 1 vez
Historia del Cartel del Golfo
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Cártel del Golfo (I)
Alberto Islas
septiembre 18, 2012 1:22 am
El Cártel del Golfo se remonta a los años 70, bajo las ordenes del contrabandista Juan Nepomuceno Guerra, quien contaba con el apoyo de algunos integrantes de la Policía Judicial. Sin embargo fue su sobrino Juan García Ábrego, que expandió las líneas de negocio. En lugar de cobrar un porcentaje por cargas ilegales de contrabando, coches robados o droga, el decidió incursionar en este negocio como inversionista. En 1989, García Ábrego ya había establecido relaciones importantes con el entonces denominado Cártel de Colombia, donde la cocaína desplazo a la marihuana debido a su menor tamaño y mayor margen de utilidad. El 14 de enero de 1996 García Ábrego fue detenido en una finca localizada a las afueras de Monterrey, Nuevo León, antes de ser deportado al día siguiente a EU.
Su principal colaborador, Óscar Malherbe de León, reemplazó a Juan García Ábrego, en tanto, Humberto García Ábrego, su hermano, fungió como subalterno; ambos se encargaron de coordinar la introducción de cocaína a territorio estadounidense un año más. El 27 de febrero de 1997, justo en el periodo en el que el Congreso de Estados Unidos estudiaba certificar la lucha contra el tráfico de drogas en México, la Procuraduría General de la República (PGR) informó de la detención de Malherbe de León. Fue entonces que Salvador “El Chava” Gómez Herrera, ex investigador de la Policía Ministerial de Tamaulipas, tomó el mando de la organización. “El Chava” Gómez estaba identificado como el líder visible del “Cártel del Golfo”, pero este liderazgo sólo duró unos meses al frente de la organización delictiva ya que este fue asesinado por Osiel Cárdenas Guillén en 1998.
Osiel Cárdenas Guillén (a) El Matamigos, asumió la jefatura del Cártel del Golfo. Él había ingresado a la compañía debido a su trabajo en la PGR como entrenador de perros, y sabía como esconder los cargamentos de cocaína para no ser detectados. Esto redujo la merma del Cártel y llamo la atención de García Abrego que le encomendó la tarea de cooptar más “técnicos” de la PGR.
Una de las primeras acciones que hizo Cárdenas Guillén fue la creación de una escolta personal conformada por militares de élite del Ejército mexicano que en los años siguientes, después de su detención en 2003, iniciarían un camino propio en el mundo del narcotráfico, al grado de convertirse a finales de 2007, en una estructura delictiva independiente, cuyos integrantes eran conocidos como “Los Zetas”.
De forma análoga se crearon diversos grupos cuyo objetivo era mejorar las operaciones y asegurar la continuidad del negocio a través de la instalción de procesos y división del trabajo. Con esto se pretendía garantizar el tránsitode drogas observando una reducción en los riesgos de traslado.
Después de meses de labores de investigación e inteligencia —que incluyó la infiltración de agentes encubiertos—, el operativo para capturar a Cárdenas Guillén se efectuó el viernes 14 de marzo de 2003, cuando efectivos militares rodearon una casa situada frente a un jardín de niños del fraccionamiento Satélite de Matamoros.
El lugar de Osiel fue asumido temporalmente por Jorge Eduardo Costilla (a) El Coss y Ezequiel Cárdenas que pactaron con Heriberto Lazcano Lazcano y Miguel Treviño Morales la formación de La Compañía, sociedad entre el Cártel y su otrora brazo armado Los Zetas. La Compañía operó con El Coss, Tony Tormenta y El Lazca como consejo gobernante o triunvirato; bajo este esquema, mantuvieron controladas las plazas localizadas a lo lardo del litoral del Golfo de México y la frontera noreste del país. De acuerdo con información de la DEA, La Compañía llevó a cabo la transportación de grandes volúmenes de cocaína y mariguana a través de las tres modalidades de tráfico —marítima, aérea y terrestre— desde Colombia, Venezuela y Guatemala hacia Texas, mismo que fungía como centro de acopio y distribución de los cargamentos, los cuales una vez en territorio estadounidense, eran enviados a distintos puntos de este país.
La Compañía utilizó programas sofisticados para controlar embarques, empleo, salarios y pagos realizados a agentes de las fuerzas del orden público, así como cuentas a cobrar y a pagar.
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Cartel del Golfo (2)
Alberto Islas Septiembre 25, 2012 1:20 am
Desde 2003, Jorge Eduardo Costilla Sánchez (a) “El Coss” había sido la verdadera cabeza operativa de la organización desde la caída de Osiel Cárdenas, los integrantes de la organización lo identifican con la clave Sombra, y a pesar de que casi no se conocián fotografías la prensa nacional y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, difundían carteles donde se aprecian que los rasgos de Costilla erán muy similares a su apariencia actual. Se sabe que contaba con credencial del IFE y que esta probablemente fue utilizada en 2006.
De 1992 a 1995, “El Coss” trabajó como policía municipal en Matamoros. Sus antecedentes se remontan a la época en la que Osiel y él eran vendedores de grapas de cocaína; los dos solían delatar a los “narcomenudistas” rivales. Esta actividad hizo que pronto se convirtieran en soplones de la Policía Judicial Federal en Tamaulipas.
Eduardo Costilla y “Los Zetas” intentaron rescatar a Osiel del Penal de Máxima Seguridad del Altiplano. “Los Zetas” habían sobornado a decenas de custodios y a funcionarios del penal; pero todo se frustró tras la detención de varios integrantes del Golfo en la ciudad de Toluca, Estado de México, involucrados también en el operativo de rescate.
En 2006, las diferencias entre lo que quedaba de la cúpula del “Cártel del Golfo” y su brazo armado “Los Zetas”, fueron intensificándose, toda vez que, se había perdido el dominio sobre “Los Zetas” y paulatinamente, Ezequiel Cárdenas Guillen y Jorge Eduardo Costilla Sánchez (a) El Coss dejaron de operar a gran escala, por la caída de sus socios colombianos, así como un aumento en los decomisos en los EE.UU. por parte de la DEA, disminuyendo su actividad delictiva al municipio de Matamoros, Tamaulipas. El Cartel del Golfo tenía un problema de flujo de efectivo, el cual aumentaría con la intervención del Gobierno de los EE.UU. al banco Stanford. Esto provoco que no se cubrieran los gastos fijos de la organización, esto fue el inicio de su debilitamiento como Cartel.
Como consecuencia, gran parte del personal operativo prefirió trabajar con “Los Zetas” debido a que ellos tenían incentivos más claros para ascender de puesto, ya que las metas eran basadas en resultados por plaza. En cambio la falta de coordinación entre Ezequiel Cárdenas Guillen y el Coss aumentaban las fricciones entre sus subalternos.
El quiebre con Los Zetas fue porque a Heriberto Lazcano le molestó el hecho de que “El Coss” intentara negociar con el “Cártel de Sinaloa” para terminar con la violencia. Según indagaciones de la DEA, Costilla Sánchez fue una pieza clave para el acercamiento del “Cártel del Golfo” con la organización liderada por Joaquín “El Chapo” Guzmán. “El Coss” se entrevistó en varias ocasiones con Ignacio Coronel e Ismael “El Mayo” Zambada con el propósito de sellar una alianza para controlar el tráfico de drogas y conformar un “megaconsorcio” delictivo que pusiera fin a las “ejecuciones” al menos en los territorios dominados por ambos grupos.
Después de la ruptura con “Los Zetas”, el “CDG” con “El Coss” al frente, quedó conformado por los hermanos Héctor Manuel y Gregorio Sauceda Gamboa; Zeferino Peña Cuéllar, Alfonso Lam Liu (a) El Gordo Lam, y un individuo conocido como “El Gringo”, quien solamente actúa en Nuevo León y Tamaulipas, donde reside.
El 18 de febrero de 2010 en Reynosa se difundió en medios abiertos la presunta colocación de una manta en cuyo texto se señalaba lo siguiente: “Si no se van los marinos vamos a secuestrar niños”, hecho que generó psicosis entre la población. Cuatro días después, en diversas ciudades de Tamaulipas se avistaron convoyes de camionetas con las siglas “CDG” en los costados, la “aparente calma” que hasta entonces prevalecía, se vio interrumpida. Unas semanas antes, la DEA había informado de esta ofensiva, lo que coincidió con la divulgación en México de la declaración de Osiel Cárdenas Guillén como parte del proceso que se le seguía en Estados Unidos, donde recibió una sentencia mínima, resultado de una presunta “negociación” en la que el narcotraficante colaboró aportando información sustantiva para desarticular a “Los Zetas”, lo que el grupo armado increpó de “traición”.
Es probable que el Coss sea extraditado a los EE.UU. dentro de un par de meses, y que sus abogados traten de llegar a un acuerdo similar al que obtuvo Osiel Cárdenas Guillen. Y esto hará que continúe la historia del Cartel del Golfo.
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Última edición por Lanceros de Toluca el Noviembre 10th 2013, 19:14, editado 1 vez
La Tormenta Perfecta (Reseñas historicas del narco en Mexico)
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]México: la tormenta perfecta
Octubre 2012
Por Enrique Krauze
La violencia que enfrenta México tiene una historia que se remonta a un siglo y, al mismo tiempo, es producto de hechos concretos sucedidos durante la actual administración. El tiempo largo y el tiempo corto de la mal llamada “guerra contra el narco” en este texto de interpretación global.
Pareciera que cada cien años México tiene una cita con la violencia. La guerra de independencia estalló en 1810, costó al menos doscientos mil muertos (5% de la población total) y desplegó una ferocidad extrema: los insurgentes recurrieron al saqueo y al degüello, los realistas exhibían los cadáveres y cráneos de sus adversarios, para “escarmiento público”. Aunque la independencia se decretó en 1821, el país no se pacificó hasta 1876.
La Revolución mexicana, que duró igualmente una década, cobró no menos de un millón de muertos, el 7% de la población: la tercera parte, víctima de tifo e influenza, el resto por hambre y muerte violenta. Las tropas incendiaron casi todo el país practicando el fusilamiento a nivel masivo. Todavía en los años veinte, México vivió la guerra cristera, que dejó setenta mil muertos. E igual que en el siglo XIX, los caminos se volvieron intransitables, las ciudades riesgosas y el poder se concentró en los caudillos locales.
En ambos ciclos históricos, la violencia fue política y se resolvió con el advenimiento de regímenes autoritarios. En el primero, el general Porfirio Díaz concentró el poder absoluto subordinando a los caciques regionales. En el segundo, el general Plutarco Elías Calles integró a las fuerzas revolucionarias en un partido hegemónico, usó al ejército federal para someter o matar a los caudillos rebeldes y ordenó el acceso a la Presidencia mediante un sistema cuasi monárquico.
De pronto, la violencia ha vuelto a desatarse dejando hasta ahora un saldo aterrador de más de sesenta mil muertos en cinco años (no hay cifras exactas: recientemente el gobierno anunció, contra lo prometido, que no daría la “cifra oficial” de homicidios ligados al narco.) Pero, a diferencia de las dos experiencias históricas anteriores, México no puede resolver o acotar el problema del crimen organizado mediante una centralización absoluta del poder en las manos de un dictador o de un presidente todopoderoso. México tiene que encarar el problema en el marco legal de la democracia. Y la salida no puede ser mágica, sencilla o inmediata.
La violencia que enfrentamos ahora no es política ni revolucionaria pero tampoco es meramente delincuencial: es una compleja guerra civil –con fuegos cruzados y alianzas turbias e inestables–, entre los grupos organizados del crimen y el narcotráfico, y también una guerra entre estos y las fuerzas del gobierno federal y los gobiernos estatales y municipales. En algunos puntos del país, los grupos criminales amenazan a los gobiernos locales hasta casi suplantarlos. Aunque en relación a la población total esta violencia es menor que la de Honduras, Guatemala, Venezuela o Brasil, lo que sorprende es su omnipresencia y su crueldad. Solo algunas regiones del país (la península de Yucatán, algunos estados del centro, y notoriamente el Distrito Federal) permanecen a salvo... por lo pronto. Vivimos una vuelta al pasado, pero en vivo y en YouTube: ejecuciones, decapitaciones, mutilaciones, secuestros, extorsiones, masacres colectivas. Día tras día, en México, no en Afganistán.
Hemos llegado a la cita con la violencia. No es producto de una súbita erupción sino de una “tormenta perfecta” que se fue formando a lo largo de décadas de paz, y que casi nadie vislumbró.
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El narco, del periodista inglés Ioan Grillo, narra con claridad, lujo de detalle y mesura la historia de esa tormenta perfecta, que comenzó a formarse a fines del siglo XIX en el rincón noroeste de México que Grillo llama “la Sicilia mexicana”. Los trabajadores chinos que llegaron a tender la vías férreas que unirían norte y sur del país plantaron el opio en la propicias sierras de Sinaloa. A partir de entonces hasta los años setenta del siglo XX, alrededor del opio (cuyo consumo fue prohibido en Estados Unidos desde 1908) ocurrieron presagios de lo que, a una escala infinitamente superior, sobrevendría después.
Hacia 1918, un gobernador de Baja California, el general Esteban Cantú, incurrió en el primer caso de complicidad política con los cultivadores y exportadores chinos. Al levantarse la prohibición del alcohol, sobrevino el primer apoderamiento hostil de la industria a manos de los rancheros sinaloenses en contra de los chinos, a quienes acosaron, despojaron, expulsaron y aun exterminaron. Durante la Segunda Guerra Mundial aparecieron las primeras teorías de la conspiración –en este caso particular, no inverosímiles– sobre la connivencia oficial norteamericana en la importación de opio (base de la morfina) para proveer a los hospitales militares. En los años cincuenta (cuando nacieron en Sinaloa muchos de los grandes capos del narcotráfico, como Joaquín “el Chapo” Guzmán), el cultivo del opio (popularmente conocido como “la goma”) se había vuelto una tradición practicada por generaciones: hasta un equipo local de beisbol se llamaba Los Gomeros. Una década más tarde, con la llegada de los hippies y el frenesí de la mariguana, aparecieron los primeros oscuros personajes de esta que podría parecer una novela sangrienta. Uno de ellos, el cubano Alberto Sicilia Falcón (amigo de Irma Serrano, la amante oficial del presidente Gustavo Díaz Ordaz), fue probable cómplice de Sam Giancana, el capo de la mafia escondido en Cuernavaca, con quien colaboró en una operación encubierta para canalizar dinero del narcotráfico sinaloense a la CIA.
En 1976, tras la guerra frontal que declaró Nixon al tráfico y uso de drogas, un hecho acabó con la edad de la inocencia en nuestro país: oficiales mexicanos entraron en complicidad con los narcotraficantes. Con apoyo americano, el gobierno envió a Sinaloa una flota aérea y diez mil efectivos del ejército para destruir plantíos y apresar a cientos de traficantes. Aunque la operación pareció un éxito, bajo la superficie los militares y policías se hicieron del mando de las ciudades o pueblos estratégicos (las llamadas “plazas”), no para destruir el cultivo, la producción y el tráfico sino para controlarlos. Según testimonios recogidos por la periodista Anabel Hernández en su libro Los señores del narco, el arreglo consistía inicialmente en cobrarles un “impuesto” que se utilizaba para la lucha contra las guerrillas de la época. La colusión era natural. En un sistema no democrático donde los políticos no tenían que rendir cuentas, la corrupción era consustancial. Si el presidente en turno tenía ya bajo su poder el petróleo, la electricidad, las minas, el manejo del banco central y la hacienda pública, nada impedía tolerar y aun alentar el negocio secreto de la droga. Muy pronto, la cadena del poder (políticos, militares, policías) comenzó a entender que el dinero del narcotráfico podía “aceitar” muchas manos, hasta las más encumbradas.
En el tema de la corrupción, el libro de Hernández complementa el tratamiento más amplio de Grillo. Los “señores” a los que se refiere el título no son solo los narcos sino sus cómplices o socios en los sucesivos gobiernos. Aunque deshilvanado y difícil de seguir por la cantidad de personas que cita, ha vendido en México alrededor de ciento setenta mil ejemplares. En su peor instancia –la correspondiente a los sexenios de Fox y Calderón– es un puñado de teorías de conspiración basadas en testimonios o declaraciones parciales, insuficientes cuando no fantasiosas. Pero para los años del PRI el libro es una mina de información verificada, o al menos verosímil. En cualquier caso, la periodista (premiada internacionalmente por su valeroso ejercicio de la libertad de expresión) ha sufrido amenazas de muerte y trabaja en la ciudad de México protegida por una guardia personal.
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La historia empieza a calentarse al doblar los ochenta, con el “boom de la cocaína” (“The all American drug”, tituló el Time en 1981). El 90% del consumo americano se surtía a través del corredor marítimo y aéreo Colombia-Miami, con conexiones en la Cuba de Castro y servicios de lavado financiero en el Panamá de Manuel Noriega. Miami se convirtió en la capital de la corrupción policiaca y el crimen, un ensayo de lo que sería el México de nuestros días. En enero de 1982, el gobierno de Reagan controló la crisis con el uso de la South Florida Task Force, pero para entonces un nuevo personaje de novela (el hondureño Ramón Matta Ballesteros, preso desde 1988 en Estados Unidos) había puesto en contacto a los traficantes de Sinaloa con los cárteles colombianos, en particular con el de Pablo Escobar en Medellín. Esta traslación del eje de la droga al Pacífico mexicano fue el siguiente cambio cualitativo: convirtió a los mexicanos en transportistas exclusivos. En los ochenta, Matta y Miguel Ángel Gallardo Félix, su socio mexicano, pasaban cinco millones de dólares de cocaína por semana “al otro lado”. Y el negocio estaba en pañales.
En febrero de 1985, ocurrió en Guadalajara el secuestro, tortura y asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena por parte de un cuñado del expresidente Luis Echeverría y sus socios traficantes. Hernández documenta los escalofriantes detalles del caso. En noviembre de 1984, Camarena había descubierto las operaciones del rancho “El Búfalo” en Chihuahua, enorme plantío de mariguana en el que trabajaban casi diez mil personas. Tras el inevitable decomiso de casi ocho mil millones de pesos, los narcos juraron venganza. Ante la presión americana, dos capos mayores fueron arrestados y extraditados a los Estados Unidos, pero el narcotráfico recibió un apoyo inesperado en las operaciones encubiertas e ilegales de la CIA, cuyo combate a la guerrilla centroamericana y a los sandinistas se financió –en parte, a través de Matta– con dinero de la droga mexicana. El caso, citado por Grillo y detallado por Hernández, no admite dudas. Ya en 1986, tres comisiones del Congreso (Tower, Walsh y Kerry) habían concluido que “existió tolerancia para que diversos capos traficaran drogas hacia Estados Unidos, a cambio de que donaran recursos a la Contra nicaragüense”.
La caída del Muro de Berlín llegó cargada de acontecimientos que oscurecieron cada vez más la nube del Occidente mexicano. El corredor del Caribe se cerró definitivamente. En una historia sombría (omitida por Grillo y Hernández) Fidel Castro ejecutó a los militares que manejaban la operación (sus chivos expiatorios). Estados Unidos, que en 1988 había atrapado a Matta en Honduras, hizo lo propio con Noriega en Panamá. Tras la toma de posesión de su cargo, el presidente Carlos Salinas de Gortari mandó apresar a Miguel Ángel Félix Gallardo, el último gran capo involucrado en el asesinato de Camarena, que como el Padrino de la película de Coppola concitaba la lealtad y obediencia de todas las organizaciones. La captura tuvo un efecto de hidra que se replicaría en el futuro: la narcotribu sinaloense que manejaba el tráfico ilegal a lo largo de la frontera (con excepción de Nuevo Laredo, en el extremo noreste, territorio perteneciente al cártel del Golfo) se reunió para repartirse pacíficamente el territorio, pero a pesar de sus vínculos de familia, el pacto entre ellos duraría poco tiempo.
En la década de los noventa, Salinas pudo mantener todavía el control del aparato político, policial y militar sobre el negocio del tráfico ilegal (quizá con ganancias personales para su hermano Raúl, según sugiere la investigación de los bancos suizos que Grillo cita). Tras la puesta en vigor del Tratado de Libre Comercio (1994), el tránsito (lícito e ilícito) entre los dos países se multiplicó exponencialmente. Ese crecimiento, y la eficacia de la guerra del gobierno colombiano contra los narcos (Pablo Escobar fue abatido en 1993), animó a los narcos mexicanos a ejecutar un apoderamiento decisivo. Creyendo reducir sus riesgos de captura y extradición, los productores colombianos cometieron el error de convertir a los transportistas mexicanos en distribuidores, pagándoles con droga, lo cual volvió a estos primero competidores y finalmente dueños del negocio.
Para México –explica Gabriel Zaid (Reforma, 31/X/10)– esta mutación fue una desgracia, porque indujo el desarrollo de “un mercado interno masivo de drogas, integrado desde la producción hasta el menudeo, el contrabando (de armas, materias primas, productos terminados y dólares en efectivo), la operación de filiales en Estados Unidos y el lavado de dinero”. Todo ello aunado a la plaga mayor de narcomenudeo, que años después manifestaría sus letales efectos: “el narcomenudeo –apunta Zaid– multiplica los cómplices (requiere varias veces más personal que el mayoreo), refuerza la corrupción tradicional, daña a las familias y facilita el desarrollo de otros servicios: secuestros, extorsiones, asaltos, trata de personas... En algunas localidades los narcos dejan de ser empresarios al margen de la ley para convertirse en las autoridades y la ley”.
Nada de eso parecía inminente a final del siglo, entre otras cosas por la captura reciente (1996) de Juan García Ábrego, gran capo del cártel del Golfo (que operaba en Nuevo Laredo), la reclusión (desde 1993) del ya entonces famoso “Chapo” y la patética muerte (en una cirugía plástica) del poderoso líder del cártel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, apodado “el Señor de los Cielos” por su uso inventivo e intensivo del traslado aéreo de droga de Colombia a Estados Unidos.
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México inauguró el siglo XXI con una tersa y festiva transición a la democracia. La derrota del PRI tuvo varios efectos positivos (división de poderes, plena libertad de expresión, elecciones libres, Ley de Transparencia en el gobierno federal) y uno inesperado: al limitar el poder presidencial, la democracia desató a los poderes locales, los legales (gobernadores, alcaldes) y los ilegales, los capos y los criminales. “Con el derrumbe del PRI –escribe Grillo, con razón– las bases del sistema de poder se derrumbaron. Esa fue la clave de la quiebra mexicana.” Sin el control político y policiaco central que se ejercía desde la Presidencia, las condiciones para la guerra hobbesiana de todos contra todos estaban dadas. Solo era cuestión de tiempo que estallara.
Ioan Grillo llegó a México precisamente en el año 2000. Periodista con un grado en Historia (su tesis fue sobre la Falange fascista en España), se empleó en un diario local en inglés y pronto se vio atrapado por el candente tema de las drogas, cuyo consumo había abatido a amigos suyos en Brighton, su ciudad natal. Para comprenderlo se propuso conocerlo de primera mano. Su primera estación fue Tijuana, donde trató al heroico periodista Jesús Blancornelas, director del semanario Zeta y víctima de diversos atentados. Dominada por los sangrientos hermanos Arellano Félix, Tijuana era el escenario donde se ensayó lo que vendría después, una capital del tráfico, el secuestro y el asesinato (del subdirector de Zeta, por ejemplo) que Grillo reporteó puntualmente y en cuya tragedia Blancornelas (que murió en 2004) leyó la escritura en la pared: “Pronto el narco tocará la puerta de la residencia presidencial [...] Lo cual traerá consigo enormes peligros.”
En enero de 2001 ocurrió la misteriosa fuga del Chapo Guzmán de una prisión de alta seguridad. De manera profusa pero no convincente, Hernández la atribuye a una complicidad total y directa con las más altas esferas del nuevo gobierno de Vicente Fox. Lo que sin duda ocurrió fue la participación de mandos inferiores comprados por el Chapo, quien, tras su reciente fuga, convocó a una nueva cumbre de la tribu sinaloense (compuesta por amigos y parientes) para repartirse pacíficamente el negocio. El resultado fue una fugaz “Federación”, integrada por el cártel de Sinaloa (comandado por el Chapo y otros socios experimentados), el de Juárez (encabezado por Vicente Carrillo Fuentes, hermano de Amado), los Beltrán Leyva (primos de Guzmán Loera, que operaban en Sinaloa), y representantes de un grupo heterodoxo, con extrañas inspiraciones místicas, al que ni Grillo ni Hernández prestan suficiente atención: “la Familia Michoacana”.
El objetivo de la “Federación” era establecer una alianza contra los dos cárteles rivales más poderosos: los Arellano Félix en Tijuana y el cártel del Golfo, de Osiel Cárdenas, heredero de García Ábrego, cuya ferocidad estaba inscrita en su apodo: “el Mata Amigos”. En 2002, la captura y extradición de Benjamín Arellano Félix (el Michael Corleone del grupo) y la muerte de su hermano Ramón (un iracundo Sonny que disolvía con ácido a sus víctimas) alimentó la teoría de que el gobierno cooperaba con la “Federación”. En 2003, el gobierno apresó y extraditó a Osiel Cárdenas. Parecía que la “Federación” se consolidaba.
No ocurrió así. En 2004 la administración americana levantó la prohibición de venta de armas de alto poder, que pronto inundaron México. Grillo no duda de sus efectos: “el relajamiento del control de armas no fue la causa principal del conflicto pero sin duda arrojó gasolina al fuego”. Y ese mismo año, como sucedía siempre, la “Federación” se rompió por rencillas internas. Se abrieron dos frentes: uno en Ciudad Juárez, donde el asesinato de Rodolfo Carrillo Fuentes (atribuido al Chapo), encendió la guerra de este contra los Carrillo Fuentes. Y el otro en Nuevo Laredo, la joya de la corona del cártel del Golfo, ciudad por la que trasladaban anualmente seiscientos mil millones de dólares (el doble de Ciudad Juárez y cuatro veces más que Tijuana). La captura del Mata Amigos había resultado contraproducente, porque alentó a un nuevo y temible protagonista, que cambió desde entonces las reglas del juego. Contratado por el Houston Chronicle, Grillo estuvo ahí para contarlo.
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Lo que encontró fue la sorprendente irrupción de un grupo de desertores del Ejército mexicano que habían sido contratados por Osiel Cárdenas para defenderse del cártel de Sinaloa. Aunque en un principio se trataba de un contingente pequeño, el grupo (autodenominado los “Zetas”) crecería hasta la actual cifra de aproximadamente diez mil efectivos. En sus orígenes, se trataba de un cuerpo de élite entrenado en Estados Unidos (en Fort Bragg, Carolina del Norte, entre otros sitios) para la lucha contrainsurgente. “Los ‘Zetas’ –explica Grillo– no estaban pensando como gángsters sino como un grupo paramilitar.” Su objetivo desde entonces fue ocupar territorios del país mediante tácticas de terror (decapitaciones, ejecuciones masivas, propaganda en mantas y sitios de internet) que les permiten desplegar toda una gama de operaciones delictivas que va más allá de la droga y el narcomenudeo (que son sus intereses mayores), como la extorsión, el tráfico de migrantes, la piratería, la trata de blancas, el robo de autos. Los Zetas tomaron el control del cártel del Golfo y harían sentir su presencia en todo el noreste y no pocos estados del sureste, el centro y sur del país, con ramificaciones en Centroamérica.
En enero de 2007, el presidente Calderón declaró la “guerra contra el narco” y ordenó al Ejército mexicano combatir a la Familia Michoacana. Los primeros resultados (decomisos, capturas) fueron prometedores, y eso lo animó a generalizar la estrategia, no solo con fines de salud pública sino políticos: lograr una legitimidad que, tras las disputadas elecciones de julio del año anterior, muchos le regateaban. Pero Calderón no contaba, ni remotamente, con una fuerza policiaca como la americana. Muchos mexicanos piensan que fue una medida precipitada e irresponsable: había que priorizar el problema, recabar información, trazar una estrategia, focalizar la acciones. Calderón ha respondido a sus críticos que no tenía más remedio que actuar de inmediato, y que “si solo hubiera tenido piedras con las que pelear, con piedras lo habría hecho”. En opinión de Grillo, fue un “serio error de cálculo”. “Puede ser que Calderón sea honesto –escribe Grillo, que entonces trabajaba para Associated Press– pero declaró la guerra a los cárteles del narco con un aparato estatal podrido, que ni siquiera estaba bajo su entero control.” El resultado inmediato fue una nueva cumbre de los capos (en agosto de 2007) seguida de la previsible ruptura. Y a principios de 2008, México comenzó a vivir lo que Grillo llama “una explosión criminal a gran escala”: el estallido final de la tormenta perfecta.
La chispa fue la aprensión de Alfredo Beltrán Leyva, “el Mochomo”, uno de los hermanos Beltrán Leyva, cuya organización atribuyó a una filtración del Chapo. En represalia, aquellos acribillaron a un hijo del Chapo y a altos agentes de la Policía Federal. Al poco tiempo, en la alguna vez apacible ciudad de Cuernavaca, cayó abatido por la Marina Arturo Beltrán Leyva, “el Barbas”. Una guerra enormemente confusa se generalizó entre los propios cárteles (aliados a diversas policías locales) y entre los cárteles y el Ejército, la Marina Armada y la Policía Federal. Las principales zonas de acción fueron Culiacán, Tijuana y Ciudad Juárez (convertida en un infierno con bandas juveniles exterminándose indiscriminadamente). Grillo estuvo en todas ellas, recogiendo testimonios directos de testigos, periodistas, familiares de víctimas, drogadictos, “halcones”, pequeños traficantes callejeros, sicarios presos.
Los años siguientes verían el debilitamiento relativo de los cárteles de Tijuana, el Golfo, Juárez, el grupo de los Beltrán Leyva y la Familia Michoacana. Otro fenómeno evidente ha sido la fragmentación y la aparición de grupos criminales que actúan por cuenta propia, o amparados por una “franquicia”. Esta ha sido una de las razones que explican la expansión de los Zetas. En la antesala de las elecciones de 2012, ellos y el cártel de Sinaloa escenificaban una guerra sin cuartel. Pero la diferencia entre ambos es esencial: el clan del Chapo se ha concentrado en el negocio de la droga, mientras que los Zetas –comandados por el exmilitar de 38 años llamado Heriberto Lazcano, alias “el Lazca”, al que la Marina acaba de abatir– se diversificaron a todos los ramos criminales: el secuestro (de empresarios, profesionistas, migrantes), la extorsión a escala masiva y sistemática, el asesinato colectivo (de migrantes, de bandas contrarias), la corrupción de policías locales para enfrentarlos con los policías federales, y el cuantiosísimo robo de gasolina en oleoductos de Pemex (3,700 millones de pesos en 2011). “Durante los años del PRI –escribe Grillo– se escenificó una delicada danza de corrupción; en los años de la democracia, presenciamos una danza de corrupción con la muerte.”
Una de las mayores fortalezas de los Zetas es el reclutamiento de efectivos en zonas pobres de México (como Oaxaca). Otra ha sido la contratación de los kaibiles, los salvajes paramilitares guatemaltecos entrenados en el descuartizamiento, la decapitación y la tortura de indígenas y campesinos. La presencia de los Zetas se ha hecho sentir como una ominosa mancha de sangre, no solo en todo el noreste del país (Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Durango) sino en Veracruz y estados del sur como Guerrero, donde aterrorizan a los cultivadores de mariguana. Actuando como una guerrilla (con células autónomas, mensajes encriptados, apoyo de las policías locales, etcétera) los Zetas –sostiene Grillo– representan “una captura en vivo del Estado”, un riesgo mayor para la supervivencia del Estado mexicano, una “narco-insurgencia”. Tiene razón en cuanto al peligro que representan, pero el término “narco-insurgencia” parece inadecuado. En Colombia existe una liga directa entre el narco y la guerrilla. En México la guerrilla es marginal y no tiene nexos semejantes. Los Zetas no parecen interesados en el alcanzar el poder sino en la expoliación de los territorios que dominan.
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La historia que narra Grillo es un macabro thriller de “Sopranos” narcotraficantes y brutales paramilitares, políticos corruptos y conspiradores internacionales, todos compitiendo (pactando o matándose entre sí) por un mercado de sesenta mil millones de dólares al año, la mitad para los criminales. Pero esa élite encontró en México un terreno propicio, no solo por la vecindad con el mayor mercado de drogas (y exportador de armas) sino por las condiciones de pobreza, falta de oportunidades y desigualdad que empujan a muchos jóvenes a delinquir. En Ciudad Juárez, por ejemplo, generaciones de chavos han crecido sin más hogar que las bandas criminales que los acogen. El resultado es que el narco es hoy un sofisticado negocio enraizado en la sociedad no solo por motivos económicos: ha engendrado una auténtica cultura de la muerte, cuyo análisis necesitaba la mirada de un antropólogo. Hijo de un profesor de antropología de la Universidad de Sussex, Grillo pasa la prueba: su “anatomía” del narco es la parte más sustancial y aterradora del libro.
“El negocio consiste en el movimiento de narcóticos, simple y llanamente, y moverlos 365 días al año”, escribe Grillo, para luego detallar minuciosamente la operación y el tráfico: sus diversas formas de movilidad, sus sistemas de almacenamiento, distribución y lavado de dinero; el arte con que disfrazan su producto (velas, balones de futbol, muñecas), el personal que emplea (espías en las esquinas, policías corruptos, asesinos de distintas especialidades etcétera). Son escalofriantes las conversaciones que sostuvo en la cárcel de Ciudad Juárez con “Gonzalo”, de 38 años, encargado de coordinar secuestros para el cártel de Juárez, y con “el Frijol” (sicario del mismo cártel, de diecisiete años y miembro de una banda con decenas de muertos en su historial). Recobran la atracción siniestra de vivir peligrosamente, en un sórdido ambiente de placeres fáciles y muertes súbitas. “Cobrar 85 dólares por víctima –la cuota del Frijol, explica Grillo– es muestra de una terrible degradación en la sociedad.”
Pero debajo de los protagonistas y del negocio, trabajando también para ellos, está la cultura, que en México –a diferencia de muchos países de Latinoamérica– ha mantenido una antigua familiaridad con la muerte. Es sabido que buena parte de la Revolución mexicana perduró en la memoria colectiva gracias a los corridos, baladas de viejo cuño que recuerdan la vida de héroes gigantescos o villanos célebres. Ahora los “narcocorridos” combinan la reverencia por el hombre fuerte, el macho entre machos, con la admiración por el “bandido social” que se preocupa por los pobres (imagen que muchos capos tratan de cultivar). Grillo ofrece una visión breve pero penetrante de este género musical que promete gratificaciones inmensas a quienes, con gran riesgo, lo practican. Sinaloa es el paisaje de estas épicas canciones, con sus ritmos bailables y sus letras feroces sobre capos y balaceras. Los capos sienten una macada debilidad por estos corridos y los pagan generosamente, más aún cuando el compositor tiene fama:
Armas de grueso calibre,
rifle de alto poder,
mucho dinero en la bolsa [...]
Primero mandaban kilos,
ahora ya son toneladas.
Pero siempre se corre el riesgo de que una balada particular (sobre todo si se canta en un territorio rival) pueda ser el canto del cisne de un autor. “El riesgo de morir asesinado te acompaña siempre –confiesa un músico ligado al cártel de Sinaloa– pero es preferible ser una estrella por unos años que vivir miserablemente toda tu vida.” Sinaloa, sobre todo sus mujeres, han llorado a varios famosos músicos, entre ellos a Valentín Elizalde, “el Gallo de Oro”, asesinado en Reynosa por un miembro de los Zetas.
En todo México, desde tiempos inmemoriales, la celebración del Día de Muertos marca el encuentro natural de los vivos con los muertos. Pero en Sinaloa todos los días son día de muertos. En los “narco-cementerios” que visitó –con gran riesgo personal– Grillo atestiguó el número creciente de lujosas tumbas y mausoleos (con sus mármoles italianos y sus paredes incrustadas de joyas) y vio las peregrinaciones familiares que a toda hora las frecuentan para honrar a sus muertos y departir con ellos, en un marco festivo de música y comida.
Pero la violencia ha alimentado fenómenos mucho más macabros. En Sinaloa, de tiempo atrás, se rinde culto al bandido Jesús Malverde, un Robin Hood que supuestamente vivió en tiempos de Porfirio Díaz y cuya fama, en años recientes, ha traspasado fronteras. No es un santo oficial, pero –según Grillo– la Iglesia no lo repudia. Los narcos lo adoran, casi tanto como a la aterradora imagen de la “Santa Muerte”, calaca de elaborado y colorido atuendo cuya devoción se ha expandido enormemente en solo una década.
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El presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, se ha comprometido a mejorar la seguridad nacional. Una de las medidas que ha anunciado es la contratación, como su asesor, del prestigiado general colombiano Óscar Naranjo, que con 36 años de experiencia tuvo una participación sobresaliente en el combate al crimen en su país. Pero Naranjo tendrá frente a sí un problema fundamental: la policía mexicana no está, ni remotamente, a la altura de la colombiana. Aunque en años recientes ha recibido –sobre todo a nivel federal– una atención particular y ha mejorado sustancialmente su condición, entrenamiento y equipo, la corporación mexicana es mucho menos numerosa, profesional, honesta y apreciada (por el público, y hasta por sí misma) que su contraparte colombiana. En el nivel estatal y municipal el contraste es aún mayor, lo cual es grave, porque en este ámbito los problemas locales reclaman soluciones locales.
Además de fortalecer y profesionalizar a las policías, el nuevo gobierno necesitará alentar significativamente la participación social y buscar un imprescindible consenso contra el crimen que ahora, por desgracia, no existe. No le será sencillo por el recelo que despierta el PRI, con su conocida historia de pactos con el crimen. Y México requiere además la convergencia de muchas otras reformas: en su lento y anticuado aparato judicial, en sus porosas aduanas y en sus cárceles, que son, a un tiempo, escuelas y oficinas corporativas del crimen organizado. Desde ellas se ejerce la extorsión telefónica y se planea el secuestro.
La experiencia de Estados Unidos en Colombia es relevante. Implica preguntarnos si conviene librar simultáneamente (o con igual intensidad) la batalla contra el narcotráfico y la batalla contra la violencia extrema. Colombia ha alcanzado un éxito considerable en limitar la violencia asociada al narco, pero el país sigue exportando cantidades enormes de cocaína e incluso ha extendido sus actividades al vecino Perú. A los mexicanos, no hay duda, nos preocupa más detener la violencia que acotar el tráfico de drogas. ¿Permitiríamos, para lograrlo, un involucramiento mayor de las agencias norteamericanas, como ocurrió en Colombia? Todo dependerá del ánimo público y de los eventuales avances en un tema muy sensible: el control de armas de alto poder. Tiempos extraordinarios reclaman medidas extraordinarias, y tal vez la siguiente administración estadounidense se resuelva a reponer la prohibición de armas de asalto. No es probable que ocurra –así de poderoso es el lobby de la Asociación Nacional del Rifle– pero el debate comienza a abrirse paso.
De cualquier forma, en los próximos años la disposición mexicana a colaborar y a pedir colaboración en los ámbitos policiacos y de inteligencia será mayor, con un límite infranqueable: el uso de tropas norteamericanas en territorio mexicano, que deberá descartarse siempre por profundas y justificadas razones históricas. Y de acuerdo con los argumentos de Anabel Hernández en el capítulo de su libro, una zona de particular interés mutuo deberá ser el rastreo del lavado de dinero en uno y otra lado de la frontera.
Grillo comparte con varios expresidentes latinoamericanos la idea de que, a la larga, solo la legalización de la mariguana podría contribuir a derrumbar (como el alcohol en tiempos de la Prohibición) el negocio de la droga. Muchos mexicanos estarían de acuerdo. Con todo (a pesar de la libertad en el uso médico de la mariguana en veinte estados de la Unión Americana), las posibilidades actuales son muy remotas. Pero aun ahí el ánimo del electorado podría cambiar. Además de la presencia creciente de los narcos mexicanos en el comercio de la droga (e incluso en el cultivo mismo) dentro de territorio estadounidense, Grillo apunta a un peligro que los Estados Unidos no pueden soslayar:
Ahí donde prospera el tráfico ilegal de drogas, las organizaciones rebeldes tratarán de aprovecharlo. En algunos casos, como los Contras nicaragüenses, pueden ser aliados de los Estados Unidos. Pero pueden resultar sus enemigos, como el caso de las FARC colombianas o los talibanes. Y alguna vez ese dinero podría incluso caer en las manos de adversarios aún más peligrosos.
La expansión del narco mexicano a Centro y Sudamérica y sus vínculos con otros continentes representa un peligro global. Pronto sabremos si el nuevo gobierno de México logra instrumentar un programa de largo aliento que lo limite antes de que escape de todo control, y no solo en México sino en el mundo. ~
Agradezco el apoyo de Eduardo Guerrero, Fernando García Ramírez y Hank Heifetz en la elaboración de este texto.
Conspiró EU contra doctor mexicano que abogaba por legalizar la mariguana
Milenio | 2013-05-05 | 11:36
Washington— Esa caja de cartón amarillento contenía las evidencias condenatorias. Todo lo necesario para comprender un complot diplomático urdido por las más altas figuras de Washington. Tenía en mis manos las claves para descifrar la increíble historia de cómo Estados Unidos orquestó la caída de un científico mexicano que buscaba legalizar la mariguana en México. Todo un escándalo.
La caja pesaba unos cinco kilos y tenía el número 35 escrito con rotulador negro en el dorso. No me la dio un espía. Quisiera decir que fue un trueque llevado a cabo en un puente oscuro junto al Potomac, o en el estacionamiento 32 D del edificio Rosslyn, en donde Garganta profunda y Bob Woodward intercambiaron todos los datos sobre Watergate. La verdad es que me fue entregada de mala gana por un adolescente. Un asistente de biblioteca con cara de aburrido y enormes audífonos colgándole del cuello.
—Tiene que regresarla antes de las cinco— me dijo antes de marcharse.
Cuando me aseguré que ya se había ido, destapé la urna de cartón con cierta reverencia, sin saber lo que podría encontrar en su interior. Por única guía tenía lo que me insinuaba la respuesta a una solicitud de acceso a la información que había hecho semanas antes en el Archivo Nacional de Estados Unidos: “Estimado señor Michel, el tema 1916-1970 del Buró Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD) incluye un expediente titulado Cabezas de Opio en México”.
Y en efecto, ahí, entre polvo y cartón desintegrado, estaba ese expediente del Buró, el tatarabuelo de la DEA. Justo entre los archivos de la M de Manchuria y la P de Perú. Toda una colección de cables diplomáticos, memorandos y cartas acumuladas a lo largo de medio siglo de política antinarcóticos estadunidense en territorio mexicano. Un caudal de información sensible que ha estado resguardado por años en la bóveda climatizada de la sede alterna del Archivo Nacional de Estados Unidos, en el adormilado pueblo estudiantil de College Park, a una hora de Washington DC.
La recopilación arrancaba en los años finales de la Revolución Mexicana y se extendía hasta los inicios de la presidencia de Luis Echeverría. Hoja tras hoja, era confirmación histórica del intervencionismo ejercido por Washington en México para que sus autoridades se plegaran a políticas dictadas desde la Casa Blanca. Había documentos que hasta permitían reconstruir la presión ejercida para que el gobierno mexicano eliminara su Reglamento Federal de Toxicomanías de 1938, una ley que por un breve espacio permitió el consumo legal de mariguana en nuestro país.
Sorpresivamente, muchos de los despachos diplomáticos tenían estilo propio, casi forma narrativa. Algunos parecían fragmentos de novelas de aventuras. Eran historias con principio, clímax y desenlace, surgidas del puño y letra de funcionarios que sabían escribir. Les imaginé como hombres de acción con una vena eminentemente epistolar, algo que tendría lugar en una novela de John Le Carré.
La caja 35 era una especie de Wikileaks antediluviano, una mina de oro con anécdotas como la de la bustona contrabandista rubia que solía embobar a la Patrulla Fronteriza en Arizona mientras sus cómplices cruzaban embarques de opio, o una red de cocaína que se extendía desde París hasta Mazatlán vía romántico barco de vapor. Pero de entre esa montaña de documentos, uno terminó atrapando mi atención. Tenía la carátula café. Se titulaba: “Dr. Salazar Viniegra-México”.
El folder, repleto de papeles cebolla que ya se habían tornado amarillos en las esquinas, desprendía un tufo arqueológico. A leguas era posible ver que no había sido abierto en un buen rato, aunque en algunos trazos con pluma roja que salpicaban distintos párrafos se podía apreciar que su contenido no era virgen. Ya había sido espulgado antes.
Metódicamente, un investigador se había dado a la tarea de subrayar ese nombre —Leopoldo Salazar Viniegra— una y otra vez.*
Sobre los demás, el dossier destacaba porque era el único dedicado a un solo hombre. Había fácilmente unos 100 documentos de la embajada de Estados Unidos, el Departamento de Estado, el FBI, el Buró de Narcóticos y Drogas Peligrosas y el Departamento del Tesoro sobre las actividades de Salazar Viniegra. Había estado sometido a un trato inusual, digno solo de una persona de gran interés en Washington.
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Leopoldo Salazar Viniegra fue director del Departamento de Salubridad Pública durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Hoy, este hombre es recordado entre los simpatizantes de la mariguana como una especie de gurú, todo un personaje adelantado a su tiempo por varias décadas. Quizá se le podría definir como un científico loco (ciertamente cubría el arquetipo). Pero si una palabra puede enmarcarle, es la de paria.
El doctor verde entró al radar de Washington en agosto de 1938, cuando un agente aduanal estadunidense que estaba por reunirse con él recibió una carta del Departamento del Tesoro con instrucciones precisas sobre no aceptar ningún cigarrillo, pues podría estar mezclado con cannabis. “Se le recomienda tener cuidado por si trata de darle uno para fumar”, alertaba la misiva.
La carta estaba dirigida al agente H.S. Creighton, del servicio de Aduanas; se le pedía indagar reportes sobre un científico mexicano indebidamente interesado en el “tabaco del diablo”. Durante varias sesiones del Comité Mexicano de Drogas y Narcóticos, este investigador supuestamente había distribuido cigarrillos de mariguana para demostrar que no causaba daño alguno.
Casi un mes después, el 15 de septiembre, Creighton comunicó los resultados de su indagatoria y la conversación que sostuvo con Salazar Viniegra, charla en la que éste le dejó literalmente en shock al proponer —¡blasfemia!— que la mariguana fuese vendida en los estanquillos de la esquina, como se hacía y se hace con el tabaco.
“El doctor Salazar me dijo que su experiencia en torno al uso de la mariguana le había convencido de que en sí no era dañina y que no generaba ningún efecto negativo, más allá de los causados por la sugestión psicológica”, resumió el agente. En un párrafo subsecuente puede notarse su indignación, luego de que Salazar Viniegra confesara que experimentaba los efectos de la cannabis consigo mismo.
“La fuma con impunidad”, informó.
En otro punto, el dossier continúa con un discurso que Salazar Viniegra envió en octubre a la embajada mexicana en Suiza, para ser presentado ante la Liga de las Naciones. Por recomendación suya, México debía asumir la defensa internacional de la “mota”.
Esto fue lo que declaró el gobierno mexicano, ante los demás países, a instancias de Salazar Viniegra:
“… la mayoría de las sensaciones y acciones que los fumadores de mariguana le atribuyen a la droga son, en realidad, resultado de la imaginación (…) en ningún caso ha ocurrido jamás que un adicto a la mariguana, ya supiera que la fumaba o no y estando bajo la influencia de sus supuestas alucinaciones, perdiera su poder mental de razonamiento o su capacidad de pensar. Por ende, no es legítimo atribuir actos criminales cometidos bajo la influencia de esa droga”.
Una declaración así no podía pasar desapercibida en Washington. El 21 de octubre de 1938, el asunto llegó a ojos del secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell Hull. Arribó en la forma de una carta enviada por el consulado estadunidense en la Ciudad de México, donde se advertía que las ideas del doctor habían entrado de lleno al terreno de lo peligroso.
Salazar Viniegra la había hecho grande. Su fama y sus tesis ya estaban en el escritorio de uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos.
***
El primero de noviembre de 1938, la embajada de Estados Unidos remitió a Washington un recorte de prensa titulado: “Serias acusaciones contra Salazar Viniegra”. Narraba una nota aparecida días antes en el diario Excélsior, que reproducía una denuncia formulada por el padre de un paciente del asilo mental de La Castañeda, en ese entonces bajo el mando del equipo de Salazar Viniegra. La queja apuntaba a que todos los enfermos ahí recluidos estaban siendo obligados a fumar mariguana como parte de un experimento.
Media docena de recortes de prensa fueron enviados al despacho de Hull en esos días. Eran extractos de artículos altamente críticos a Salazar Viniegra, todos vinculados al caso La Castañeda. Uno, aparecido en El Universal, tenía el siguiente encabezado: “Un Monumento para el doctor Viniegra en Mariguanalandia”.
Para el 15 de noviembre, Washington ya había indagado a fondo sobre los experimentos y lo hizo presencialmente. Envío a uno de sus diplomáticos a visitar a los todos colaboradores del doctor verde en el manicomio.
Como resultado de esa visita, se remitió al norte un despacho marcado como “confidencial” y del cual se desprende una escena que bien pudo haber sido extraída de una novela de humor negro. Se desarrolla en la oficina del director de La Castañeda.
El funcionario estadunidense lo interroga sobre los experimentos que se han realizado en el sanatorio, la metodología, los efectos detectados entre los usuarios. El mexicano replica que no se ha registrado ningún brote psicótico y que los pacientes que han fumado mariguana solo reportaron “tener la boca seca”.
Acto seguido, el diplomático expresó su deseo de atender uno de los experimentos, solicitud que le fue concedida. Un cable posterior revelaría que el nombre de ese funcionario estadunidense tan curioso era el de Norman L. Christensen. Nada más y nada menos, que el vicecónsul de Estados Unidos en México.
Esto informa el reporte de su visita al manicomio: “El ‘experimento en sí fue superficial. Tres pacientes molieron la hierba y tiraron las semillas que, argumentaron, les daban dolores de cabeza. Hicieron cigarros rudimentarios y comenzaron a fumar. Uno de los pacientes dio un cigarrillo de mariguana al señor Christensen, que fue fumado algunas veces y después fue regresado al paciente”.
La redacción del cable deja abierta la duda. Del inglés al español no se traduce bien. Y no permite definir por completo si Christensen solo tomó un “churro” que había sido fumado unas veces por los pacientes o si lo fumó y lo roló, convirtiéndose quizá en uno de los primeros burócratas estadounidenses que debió drogarse por la patria.
***
Eventualmente, Washington comenzó a tramar la caída de Salazar Viniegra. El comisionado del Buró Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas, Harry J. Anslinger, orquestó una campaña internacional para desacreditar sus teorías de cara a la 24 reunión del Comité de Tráfico de Opio y Otras Drogas Peligrosas de la Liga de las Naciones, prevista para junio de 1939. En el encuentro, que se llevaría a cabo en Ginebra, el mexicano estaba inscrito como orador central de la delegación mexicana. Expondría su tesis ante delegaciones de todo el mundo. La mariguana, plantearía, debía estar abierta a la humanidad.
Según consta en distintas cartas incluidas en la caja 35, Anslinger pidió a especialistas afines redactar artículos críticos, buscando enrarecer el ambiente lo más posible y al mismo tiempo echar por tierra la teoría del doctor mexicano sobre que la mariguana no era dañina. Los artículos fueron ampliamente distribuidos en las semanas previas a la cumbre.
El clímax de la presión vino en julio de ese año. Justo a unos días de su participación en el encuentro, Salazar Viniegra fue invitado al consulado de Estados Unidos en Ginebra. La minuta de esa reunión, llevada a cabo el 27 de mayo, da cuenta de lo que sobre él opinaban los diplomáticos de Washington en Suiza: “Es un novato y no tiene experiencia. La forma en la que habla indica una inestabilidad de carácter y pensamiento”.
Este es el momento clave del relato del complot. Por alguna razón, luego de ese encuentro Salazar Viniegra regresó a México. No pronunció su discurso ante la Liga de las Naciones, según se aprecia en la transcripción de la cumbre. Su lugar fue tomado por el representante alterno mexicano, quien simplemente señaló: “Ojalá hubiera sido posible que el doctor Leopoldo Salazar Viniegra (…) hubiera podido explicar el propósito y el objetivo de distintas leyes. Pero ha sido compelido a dejar Ginebra antes de lo esperado”.
Meses más tarde, El doctor verde renunciaría a su cargo y México daría un giro marcadamente prohibicionista. En la caja 35, el gurú, el paria, no vuelve a aparecer sino hasta en noviembre de 1939, cuando una carta suya fue entregada, de todas las personas posibles, a Anslinger.
Quizá Salazar Viniegra no sabía que el temido comisionado había sido uno de los principales responsables de su caída. Pero el doctor pedía su intervención para ayudarle a participar en las investigaciones que estaba realizando la Universidad de Harvard en torno a los efectos del cannabis.
“Siempre suyo, doctor Leopoldo Salazar Viniegra”, firmó en la carta que terminó en manos nada menos que de su némesis.
*El reconocido investigador Luis Astorga tuvo acceso a los documentos muchos años antes. Publicó una extensa crónica sobre Sánchez Viniegra y la política antinarcóticos de Estados Unidos en México en su libro El siglo de las drogas, editorial Espasa. 1991.
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Washington— Esa caja de cartón amarillento contenía las evidencias condenatorias. Todo lo necesario para comprender un complot diplomático urdido por las más altas figuras de Washington. Tenía en mis manos las claves para descifrar la increíble historia de cómo Estados Unidos orquestó la caída de un científico mexicano que buscaba legalizar la mariguana en México. Todo un escándalo.
La caja pesaba unos cinco kilos y tenía el número 35 escrito con rotulador negro en el dorso. No me la dio un espía. Quisiera decir que fue un trueque llevado a cabo en un puente oscuro junto al Potomac, o en el estacionamiento 32 D del edificio Rosslyn, en donde Garganta profunda y Bob Woodward intercambiaron todos los datos sobre Watergate. La verdad es que me fue entregada de mala gana por un adolescente. Un asistente de biblioteca con cara de aburrido y enormes audífonos colgándole del cuello.
—Tiene que regresarla antes de las cinco— me dijo antes de marcharse.
Cuando me aseguré que ya se había ido, destapé la urna de cartón con cierta reverencia, sin saber lo que podría encontrar en su interior. Por única guía tenía lo que me insinuaba la respuesta a una solicitud de acceso a la información que había hecho semanas antes en el Archivo Nacional de Estados Unidos: “Estimado señor Michel, el tema 1916-1970 del Buró Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD) incluye un expediente titulado Cabezas de Opio en México”.
Y en efecto, ahí, entre polvo y cartón desintegrado, estaba ese expediente del Buró, el tatarabuelo de la DEA. Justo entre los archivos de la M de Manchuria y la P de Perú. Toda una colección de cables diplomáticos, memorandos y cartas acumuladas a lo largo de medio siglo de política antinarcóticos estadunidense en territorio mexicano. Un caudal de información sensible que ha estado resguardado por años en la bóveda climatizada de la sede alterna del Archivo Nacional de Estados Unidos, en el adormilado pueblo estudiantil de College Park, a una hora de Washington DC.
La recopilación arrancaba en los años finales de la Revolución Mexicana y se extendía hasta los inicios de la presidencia de Luis Echeverría. Hoja tras hoja, era confirmación histórica del intervencionismo ejercido por Washington en México para que sus autoridades se plegaran a políticas dictadas desde la Casa Blanca. Había documentos que hasta permitían reconstruir la presión ejercida para que el gobierno mexicano eliminara su Reglamento Federal de Toxicomanías de 1938, una ley que por un breve espacio permitió el consumo legal de mariguana en nuestro país.
Sorpresivamente, muchos de los despachos diplomáticos tenían estilo propio, casi forma narrativa. Algunos parecían fragmentos de novelas de aventuras. Eran historias con principio, clímax y desenlace, surgidas del puño y letra de funcionarios que sabían escribir. Les imaginé como hombres de acción con una vena eminentemente epistolar, algo que tendría lugar en una novela de John Le Carré.
La caja 35 era una especie de Wikileaks antediluviano, una mina de oro con anécdotas como la de la bustona contrabandista rubia que solía embobar a la Patrulla Fronteriza en Arizona mientras sus cómplices cruzaban embarques de opio, o una red de cocaína que se extendía desde París hasta Mazatlán vía romántico barco de vapor. Pero de entre esa montaña de documentos, uno terminó atrapando mi atención. Tenía la carátula café. Se titulaba: “Dr. Salazar Viniegra-México”.
El folder, repleto de papeles cebolla que ya se habían tornado amarillos en las esquinas, desprendía un tufo arqueológico. A leguas era posible ver que no había sido abierto en un buen rato, aunque en algunos trazos con pluma roja que salpicaban distintos párrafos se podía apreciar que su contenido no era virgen. Ya había sido espulgado antes.
Metódicamente, un investigador se había dado a la tarea de subrayar ese nombre —Leopoldo Salazar Viniegra— una y otra vez.*
Sobre los demás, el dossier destacaba porque era el único dedicado a un solo hombre. Había fácilmente unos 100 documentos de la embajada de Estados Unidos, el Departamento de Estado, el FBI, el Buró de Narcóticos y Drogas Peligrosas y el Departamento del Tesoro sobre las actividades de Salazar Viniegra. Había estado sometido a un trato inusual, digno solo de una persona de gran interés en Washington.
***
Leopoldo Salazar Viniegra fue director del Departamento de Salubridad Pública durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Hoy, este hombre es recordado entre los simpatizantes de la mariguana como una especie de gurú, todo un personaje adelantado a su tiempo por varias décadas. Quizá se le podría definir como un científico loco (ciertamente cubría el arquetipo). Pero si una palabra puede enmarcarle, es la de paria.
El doctor verde entró al radar de Washington en agosto de 1938, cuando un agente aduanal estadunidense que estaba por reunirse con él recibió una carta del Departamento del Tesoro con instrucciones precisas sobre no aceptar ningún cigarrillo, pues podría estar mezclado con cannabis. “Se le recomienda tener cuidado por si trata de darle uno para fumar”, alertaba la misiva.
La carta estaba dirigida al agente H.S. Creighton, del servicio de Aduanas; se le pedía indagar reportes sobre un científico mexicano indebidamente interesado en el “tabaco del diablo”. Durante varias sesiones del Comité Mexicano de Drogas y Narcóticos, este investigador supuestamente había distribuido cigarrillos de mariguana para demostrar que no causaba daño alguno.
Casi un mes después, el 15 de septiembre, Creighton comunicó los resultados de su indagatoria y la conversación que sostuvo con Salazar Viniegra, charla en la que éste le dejó literalmente en shock al proponer —¡blasfemia!— que la mariguana fuese vendida en los estanquillos de la esquina, como se hacía y se hace con el tabaco.
“El doctor Salazar me dijo que su experiencia en torno al uso de la mariguana le había convencido de que en sí no era dañina y que no generaba ningún efecto negativo, más allá de los causados por la sugestión psicológica”, resumió el agente. En un párrafo subsecuente puede notarse su indignación, luego de que Salazar Viniegra confesara que experimentaba los efectos de la cannabis consigo mismo.
“La fuma con impunidad”, informó.
En otro punto, el dossier continúa con un discurso que Salazar Viniegra envió en octubre a la embajada mexicana en Suiza, para ser presentado ante la Liga de las Naciones. Por recomendación suya, México debía asumir la defensa internacional de la “mota”.
Esto fue lo que declaró el gobierno mexicano, ante los demás países, a instancias de Salazar Viniegra:
“… la mayoría de las sensaciones y acciones que los fumadores de mariguana le atribuyen a la droga son, en realidad, resultado de la imaginación (…) en ningún caso ha ocurrido jamás que un adicto a la mariguana, ya supiera que la fumaba o no y estando bajo la influencia de sus supuestas alucinaciones, perdiera su poder mental de razonamiento o su capacidad de pensar. Por ende, no es legítimo atribuir actos criminales cometidos bajo la influencia de esa droga”.
Una declaración así no podía pasar desapercibida en Washington. El 21 de octubre de 1938, el asunto llegó a ojos del secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell Hull. Arribó en la forma de una carta enviada por el consulado estadunidense en la Ciudad de México, donde se advertía que las ideas del doctor habían entrado de lleno al terreno de lo peligroso.
Salazar Viniegra la había hecho grande. Su fama y sus tesis ya estaban en el escritorio de uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos.
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El primero de noviembre de 1938, la embajada de Estados Unidos remitió a Washington un recorte de prensa titulado: “Serias acusaciones contra Salazar Viniegra”. Narraba una nota aparecida días antes en el diario Excélsior, que reproducía una denuncia formulada por el padre de un paciente del asilo mental de La Castañeda, en ese entonces bajo el mando del equipo de Salazar Viniegra. La queja apuntaba a que todos los enfermos ahí recluidos estaban siendo obligados a fumar mariguana como parte de un experimento.
Media docena de recortes de prensa fueron enviados al despacho de Hull en esos días. Eran extractos de artículos altamente críticos a Salazar Viniegra, todos vinculados al caso La Castañeda. Uno, aparecido en El Universal, tenía el siguiente encabezado: “Un Monumento para el doctor Viniegra en Mariguanalandia”.
Para el 15 de noviembre, Washington ya había indagado a fondo sobre los experimentos y lo hizo presencialmente. Envío a uno de sus diplomáticos a visitar a los todos colaboradores del doctor verde en el manicomio.
Como resultado de esa visita, se remitió al norte un despacho marcado como “confidencial” y del cual se desprende una escena que bien pudo haber sido extraída de una novela de humor negro. Se desarrolla en la oficina del director de La Castañeda.
El funcionario estadunidense lo interroga sobre los experimentos que se han realizado en el sanatorio, la metodología, los efectos detectados entre los usuarios. El mexicano replica que no se ha registrado ningún brote psicótico y que los pacientes que han fumado mariguana solo reportaron “tener la boca seca”.
Acto seguido, el diplomático expresó su deseo de atender uno de los experimentos, solicitud que le fue concedida. Un cable posterior revelaría que el nombre de ese funcionario estadunidense tan curioso era el de Norman L. Christensen. Nada más y nada menos, que el vicecónsul de Estados Unidos en México.
Esto informa el reporte de su visita al manicomio: “El ‘experimento en sí fue superficial. Tres pacientes molieron la hierba y tiraron las semillas que, argumentaron, les daban dolores de cabeza. Hicieron cigarros rudimentarios y comenzaron a fumar. Uno de los pacientes dio un cigarrillo de mariguana al señor Christensen, que fue fumado algunas veces y después fue regresado al paciente”.
La redacción del cable deja abierta la duda. Del inglés al español no se traduce bien. Y no permite definir por completo si Christensen solo tomó un “churro” que había sido fumado unas veces por los pacientes o si lo fumó y lo roló, convirtiéndose quizá en uno de los primeros burócratas estadounidenses que debió drogarse por la patria.
***
Eventualmente, Washington comenzó a tramar la caída de Salazar Viniegra. El comisionado del Buró Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas, Harry J. Anslinger, orquestó una campaña internacional para desacreditar sus teorías de cara a la 24 reunión del Comité de Tráfico de Opio y Otras Drogas Peligrosas de la Liga de las Naciones, prevista para junio de 1939. En el encuentro, que se llevaría a cabo en Ginebra, el mexicano estaba inscrito como orador central de la delegación mexicana. Expondría su tesis ante delegaciones de todo el mundo. La mariguana, plantearía, debía estar abierta a la humanidad.
Según consta en distintas cartas incluidas en la caja 35, Anslinger pidió a especialistas afines redactar artículos críticos, buscando enrarecer el ambiente lo más posible y al mismo tiempo echar por tierra la teoría del doctor mexicano sobre que la mariguana no era dañina. Los artículos fueron ampliamente distribuidos en las semanas previas a la cumbre.
El clímax de la presión vino en julio de ese año. Justo a unos días de su participación en el encuentro, Salazar Viniegra fue invitado al consulado de Estados Unidos en Ginebra. La minuta de esa reunión, llevada a cabo el 27 de mayo, da cuenta de lo que sobre él opinaban los diplomáticos de Washington en Suiza: “Es un novato y no tiene experiencia. La forma en la que habla indica una inestabilidad de carácter y pensamiento”.
Este es el momento clave del relato del complot. Por alguna razón, luego de ese encuentro Salazar Viniegra regresó a México. No pronunció su discurso ante la Liga de las Naciones, según se aprecia en la transcripción de la cumbre. Su lugar fue tomado por el representante alterno mexicano, quien simplemente señaló: “Ojalá hubiera sido posible que el doctor Leopoldo Salazar Viniegra (…) hubiera podido explicar el propósito y el objetivo de distintas leyes. Pero ha sido compelido a dejar Ginebra antes de lo esperado”.
Meses más tarde, El doctor verde renunciaría a su cargo y México daría un giro marcadamente prohibicionista. En la caja 35, el gurú, el paria, no vuelve a aparecer sino hasta en noviembre de 1939, cuando una carta suya fue entregada, de todas las personas posibles, a Anslinger.
Quizá Salazar Viniegra no sabía que el temido comisionado había sido uno de los principales responsables de su caída. Pero el doctor pedía su intervención para ayudarle a participar en las investigaciones que estaba realizando la Universidad de Harvard en torno a los efectos del cannabis.
“Siempre suyo, doctor Leopoldo Salazar Viniegra”, firmó en la carta que terminó en manos nada menos que de su némesis.
*El reconocido investigador Luis Astorga tuvo acceso a los documentos muchos años antes. Publicó una extensa crónica sobre Sánchez Viniegra y la política antinarcóticos de Estados Unidos en México en su libro El siglo de las drogas, editorial Espasa. 1991.
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La escuela de “Los Zetas”
Todas eran mujeres. Traían una camioneta Chevrolet Traiblazer del año. Negra. Sin placas. Andaban en el centro de Ciudad Miguel Alemán, Tamaulipas. Se aparecían como si nada. Calmaditas. Parecía que anduvieran paseando. Pero de repente aceleraba la conductora. Se pasaba los altos y la policía ni se movía. También circulaban los sábados por la noche. Precisamente cuando las vueltecitas de la plebada. Si alguien les miraba admirado rezongaban. Sacaban medio cuerpo en las ventanillas. Con la mano derecha cerrada, dedo cordial único bien tieso y un sonoro rayamadrerío. Desde mayo supe de ellas. Pregunté quiénes eran. Y me quedé asombrado al escuchar: “Son Las Zetas”. ¿Cómo que “Las Zetas”? Mi amigo explicó: “Son las viejas de ‘Los Zetas’…casi todas”. Me contó: Ya tienen como dos meses que aparecieron. Si alguna mujer habla mal de sus hombres la “levantan”. Se la llevan a Sugar Lake. Allí les dan su golpiza. Rapada rigurosa y a tirarlas en el centro de la ciudad. Alguien me informó desde Nuevo Laredo y comprobé con otro amigo en Ciudad Miguel Alemán. Por esos tiempos hubo una escandalera. Secuestraron a la dueña de un restaurante famoso. Golpeada, rapada y por fortuna no asesinada. Supe cuando se daban sus vueltecitas por Camargo y hacían cuanto querían. Se sosegaron en julio o agosto. Ya cuando algunos de “Los Zetas” salieron de Miguel Alemán.
Tamaulipas ha sido el huerto donde se cosecha esta amarga fruta de grupos asesinos. “Los Texas” fueron famosos y sanguinarios. Nacieron de la unión Juan García Ábrego-Guillermo González Calderoni. Uno heredero del Cártel del Golfo. Otro policía federal. Los dos terminaron en Texas. Narco prisionero y polizonte ejecutado. Esos “Texas” se amafiaron con “Los Chachos” al servicio de Edelio López Falcón. Pero apareció Osiel Cárdenas Guillén con Zeferino Peña Cuéllar. Primero rompieron con González Calderoni y todo lo que oliera a García Ábrego, heredero del Cártel del Golfo creado por don Juan N. Guerra. Un don que por los años sesentas ya tenía la complicidad de Rafael Chao López y Rafael Aguilar Guajardo de la Dirección Federal de Seguridad. Tres grupos más se unieron a Osiel (1998 y 99): Los Flores Soto, Los Ortiz Medina y La Mexican Mafia. Pero a Cárdenas Guillén se le ocurrió: Un solo grupo y formado por militares. Los engatusó entre 1999 y 2000. Nada de acarrear droga. Simplemente operar con sus tácticas de asalto. Matar enemigos. Policías traidores. Deudores y ejecutar “rajones”. La ex soldadiza se acomodó a las órdenes de un solo patrón y recibían su buena paga. Originalmente se asentaron en Matamoros. Pero como allí hay una gran presencia militar le “sacaron la vuelta”. Se fueron a Ciudad Miguel Alemán.
Los ZETASDos problemas grandes tuvieron “Los Zetas”. Cuando perdieron a su inmediato superior Arturo Guzmán Decenas. El Ejército le mató en noviembre del 2002. Este gatillero fue a ver a su amada. Ordenó cerrar las calles. Con toda la policía comprada nadie intervino. Los vecinos se quejaron al Ejército. Atendieron el llamado. Y tras fuerte tiroteo Guzmán Decenas fue muerto. Varios meses después hubo misa para recordarlo. Al lugar donde murió llevaron coronas. Una enorme con vistoso moño: “Te llevaremos siempre en el corazón. Tu familia de Los Zetas”. El otro problema fue en marzo del 2003. Otra vez no pudieron con el Ejército. Capturaron a su jefe Osiel. Se quedaron sin patrón y órdenes. Entonces decidieron matar un mes después a siete narcos competidores. El prestigiado investigador Carlos Resa Nestares escribió: “Su reacción estratégica a la pérdida del patrón fue una intensificación de una actividad que les había proporcionado ingresos marginales desde 2001. Aceleraron el ritmo de recaudación de impuestos entre pequeños delincuentes de Nuevo Laredo. Desde transportistas y pequeños vendedores de droga hasta apostadores ilegales, prostíbulos y contrabandistas de todo pelaje. El cambio de actividad fue coronado por el éxito. Su prestigio como prestadores de servicios de violencia les abrió muchas puertas”. Por eso entraron en pleito con los funcionarios y policías que manejaban esa protección y los mataron. Luego se dedicaron al secuestro con éxito. Hasta que Osiel se repuso y pudo dar órdenes desde “La Palma”. Llegaron al punto de casi liberarlo. Solamente el Ejército se los impidió. Pero Cárdenas Guillén aumentó su poder. Hasta se dio el lujo de utilizar a cierto custodio para darle una tunda a Benjamín Arellano. De paso ordenó asesinar a parientes y amigos encarcelados de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Todo en venganza porque este capo quería e insiste arrebatarle “la plaza” de Nuevo Laredo.
“Los Zetas” empezaron a perder fuerza en septiembre. Precisamente luego del accidente donde murió Ramón Martín Huerta, Secretario de Seguridad Pública. Se lo achacaron a Osiel y le refundieron más. Ya no pudo remitir órdenes desde el penal. Ni siquiera faroleó en Chiapas y Cancún como en años pasados envió dos tráilers repletos de alimentos para damnificados en Coahuila. A eso se agregó el refuerzo policiaco en Nuevo Laredo bajo mando militar. “Los Zetas” sabían a lo que se atenían. Por eso prefirieron emigrar. Hasta Acapulco y cada vez menos. No fueron los 200 que anuncios defeños soltaron por esos días. De no ser por el famoso video del The Dallas Morning News tales matones estarían desde hace rato en el tobogán del olvido. Renació el nombre pero no el grupo.
Pero el mugrero del narcotráfico parió otras bandas. En Río Bravo, Tamaulipas, funcionan “Los Équiz” que actúan en una curiosa combinación con las identificaciones de “Los Números” sonorenses. “El 1” y “El 2” son los jefes. Normalmente se les ve con mucha “escolta”. Radios y “cuernos de chivo”. De “Los Papas Calientes” todo mundo sabe. Son policías y oficiales de tránsito. Actúan a sus anchas. También están “Los de la Guardia”. Son medio raros: Se plantan a la salida y llegada de Río Bravo, a veces Miguel Alemán y pocas Nuevo Laredo. Cualquier auto transportando sospechosos lo detienen. Roban, golpean o matan a sus ocupantes. También les pasa eso a los transportadores de droga ya conocidos. Leí sobre “Los Zetillas”. Nada. El nombre correcto es “Zetías”. Muy del norte tamaulipeco. Quieren ser los sucesores pero no ligados. Se protegen con otro grupo de chamacos y jóvenes. Les llaman “Halcones”. Ésos nada más andan rondando por las calles. Sin arma pero con radio. Avisan de cualquier movimiento.
“Esto crecerá en Tamaulipas” me dijo un amigo. Todo mundo les conoce. La policía no los toma en cuenta. Por eso hacen de las suyas. Sin ninguna relación con “Los Zetas”. Pero sí quieren imitarlos. Ser mejores. Seguro que podrán hacerlo al paso que van si no los paran. Tal vez algún día los veremos en un video.
Texto tomado de la Colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 13 de diciembre de 2005, propiedad de Jesús Blancornelas
FUENTE:
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D.E.P chuyito, muy buena nota
Tamaulipas ha sido el huerto donde se cosecha esta amarga fruta de grupos asesinos. “Los Texas” fueron famosos y sanguinarios. Nacieron de la unión Juan García Ábrego-Guillermo González Calderoni. Uno heredero del Cártel del Golfo. Otro policía federal. Los dos terminaron en Texas. Narco prisionero y polizonte ejecutado. Esos “Texas” se amafiaron con “Los Chachos” al servicio de Edelio López Falcón. Pero apareció Osiel Cárdenas Guillén con Zeferino Peña Cuéllar. Primero rompieron con González Calderoni y todo lo que oliera a García Ábrego, heredero del Cártel del Golfo creado por don Juan N. Guerra. Un don que por los años sesentas ya tenía la complicidad de Rafael Chao López y Rafael Aguilar Guajardo de la Dirección Federal de Seguridad. Tres grupos más se unieron a Osiel (1998 y 99): Los Flores Soto, Los Ortiz Medina y La Mexican Mafia. Pero a Cárdenas Guillén se le ocurrió: Un solo grupo y formado por militares. Los engatusó entre 1999 y 2000. Nada de acarrear droga. Simplemente operar con sus tácticas de asalto. Matar enemigos. Policías traidores. Deudores y ejecutar “rajones”. La ex soldadiza se acomodó a las órdenes de un solo patrón y recibían su buena paga. Originalmente se asentaron en Matamoros. Pero como allí hay una gran presencia militar le “sacaron la vuelta”. Se fueron a Ciudad Miguel Alemán.
Los ZETASDos problemas grandes tuvieron “Los Zetas”. Cuando perdieron a su inmediato superior Arturo Guzmán Decenas. El Ejército le mató en noviembre del 2002. Este gatillero fue a ver a su amada. Ordenó cerrar las calles. Con toda la policía comprada nadie intervino. Los vecinos se quejaron al Ejército. Atendieron el llamado. Y tras fuerte tiroteo Guzmán Decenas fue muerto. Varios meses después hubo misa para recordarlo. Al lugar donde murió llevaron coronas. Una enorme con vistoso moño: “Te llevaremos siempre en el corazón. Tu familia de Los Zetas”. El otro problema fue en marzo del 2003. Otra vez no pudieron con el Ejército. Capturaron a su jefe Osiel. Se quedaron sin patrón y órdenes. Entonces decidieron matar un mes después a siete narcos competidores. El prestigiado investigador Carlos Resa Nestares escribió: “Su reacción estratégica a la pérdida del patrón fue una intensificación de una actividad que les había proporcionado ingresos marginales desde 2001. Aceleraron el ritmo de recaudación de impuestos entre pequeños delincuentes de Nuevo Laredo. Desde transportistas y pequeños vendedores de droga hasta apostadores ilegales, prostíbulos y contrabandistas de todo pelaje. El cambio de actividad fue coronado por el éxito. Su prestigio como prestadores de servicios de violencia les abrió muchas puertas”. Por eso entraron en pleito con los funcionarios y policías que manejaban esa protección y los mataron. Luego se dedicaron al secuestro con éxito. Hasta que Osiel se repuso y pudo dar órdenes desde “La Palma”. Llegaron al punto de casi liberarlo. Solamente el Ejército se los impidió. Pero Cárdenas Guillén aumentó su poder. Hasta se dio el lujo de utilizar a cierto custodio para darle una tunda a Benjamín Arellano. De paso ordenó asesinar a parientes y amigos encarcelados de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Todo en venganza porque este capo quería e insiste arrebatarle “la plaza” de Nuevo Laredo.
“Los Zetas” empezaron a perder fuerza en septiembre. Precisamente luego del accidente donde murió Ramón Martín Huerta, Secretario de Seguridad Pública. Se lo achacaron a Osiel y le refundieron más. Ya no pudo remitir órdenes desde el penal. Ni siquiera faroleó en Chiapas y Cancún como en años pasados envió dos tráilers repletos de alimentos para damnificados en Coahuila. A eso se agregó el refuerzo policiaco en Nuevo Laredo bajo mando militar. “Los Zetas” sabían a lo que se atenían. Por eso prefirieron emigrar. Hasta Acapulco y cada vez menos. No fueron los 200 que anuncios defeños soltaron por esos días. De no ser por el famoso video del The Dallas Morning News tales matones estarían desde hace rato en el tobogán del olvido. Renació el nombre pero no el grupo.
Pero el mugrero del narcotráfico parió otras bandas. En Río Bravo, Tamaulipas, funcionan “Los Équiz” que actúan en una curiosa combinación con las identificaciones de “Los Números” sonorenses. “El 1” y “El 2” son los jefes. Normalmente se les ve con mucha “escolta”. Radios y “cuernos de chivo”. De “Los Papas Calientes” todo mundo sabe. Son policías y oficiales de tránsito. Actúan a sus anchas. También están “Los de la Guardia”. Son medio raros: Se plantan a la salida y llegada de Río Bravo, a veces Miguel Alemán y pocas Nuevo Laredo. Cualquier auto transportando sospechosos lo detienen. Roban, golpean o matan a sus ocupantes. También les pasa eso a los transportadores de droga ya conocidos. Leí sobre “Los Zetillas”. Nada. El nombre correcto es “Zetías”. Muy del norte tamaulipeco. Quieren ser los sucesores pero no ligados. Se protegen con otro grupo de chamacos y jóvenes. Les llaman “Halcones”. Ésos nada más andan rondando por las calles. Sin arma pero con radio. Avisan de cualquier movimiento.
“Esto crecerá en Tamaulipas” me dijo un amigo. Todo mundo les conoce. La policía no los toma en cuenta. Por eso hacen de las suyas. Sin ninguna relación con “Los Zetas”. Pero sí quieren imitarlos. Ser mejores. Seguro que podrán hacerlo al paso que van si no los paran. Tal vez algún día los veremos en un video.
Texto tomado de la Colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 13 de diciembre de 2005, propiedad de Jesús Blancornelas
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D.E.P chuyito, muy buena nota
Invitado- Invitado
Memorias de un Yankee
¿Cuáles son los episodios que hacen que un viejo comandante de la antigua Policía Judicial Federal, ex convicto por vínculos con el narco, se mueva de su asiento con orgullo?
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Miguel Aldana Ibarra tiene un fuerte dolor en la pierna derecha que le impide estar de pie. Sentado en un acojinado sillón de su oficina, ubicada por el rumbo de la zona industrial de Azcapotzalco, el antiguo director de Interpol, durante la primera mitad del gobierno del presidente Miguel de la Madrid (1982-1988), no puede moverse del todo bien, pero cuando comienza a relatar lo que pasó aquel noviembre de 1984, su mirada se clava en su interlocutor como si cada palabra fuera desempolvada de manera meticulosa de algún lugar de su memoria.
Aldana era en aquel año primer comandante de la antigua Policía Judicial Federal y había sido nombrado por el presidente De la Madrid, jefe de la oficina de Interpol en México. Recuerda que en los meses del verano de aquel año, había comenzado una campaña contra las mafias del tráfico de droga en Tijuana. Los había “barrido” de tal forma que le dieron claves y señales de dónde tenían sus centros de producción. El principal se localizaba en Jiménez, Chihuahua. Por esos días, un grupo de sus agentes se desplazó a aquella ciudad y capturó a un grupo de 16 individuos a quienes les decomisó dos toneladas de mariguana y varios lotes de armas.
De aquella detención, surgió un dato que lo hizo dejar Tijuana y trasladarse a la región donde se localizan las ciudades de Parral y Jiménez. Iban por la pista de un sitio donde les habían informado, operaba un “confederación de bandas dedicadas al tráfico de drogas, tanto de Centroamérica como de todo el país”, y que tenían comprada a toda la autoridad.
Eran 114 bandas, dice Aldana, se habían unido para levantar una planta de procesamiento y almacenamiento de mariguana lo más cercana a la frontera con Estados Unidos. Peinaron la zona durante varios días pero no encontraban nada. Hasta que un “informante” les avisó de un laboratorio de droga sintética a las afueras de Parral. Llegó al mando de una treintena de agentes de la Judicial Federal y detuvieron a varias personas, desmantelaron el lugar y encontraron la pista que les ahorraría días de búsqueda.
“Ahí fue donde nos dijeron todo. Ellos nos llevan. Si no, no hubiéramos dado”. Aldana encabezó a un grupo de agentes de la Judicial Federal, de la DEA, la agencia estadounidense antinarcóticos, y del ejército, para entrar la madrugada del 7 de noviembre de 1984 al rancho El Búfalo. Era el decomiso de mariguana más grande la historia, se calculó, entonces, que eran 11 mil toneladas listas para embarcarse en 450 trailers, algunas ya estaban empacadas en cajas de 20 kilos. Otras estaban en secaderos dispersos en las 84 hectáreas, donde los sembradíos abarcaban alrededor de la mitad de la superficie. Varios de los casi ocho mil campesinos, reclutados en los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango, lograron salir antes de la llegada de los helicópteros, otros fueron detenidos en el lugar. Lo que más llamó la atención fue que, entre los capturados, había varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la antigua policía política del régimen priísta, y el complejo se localizaba muy cerca de la zona de operaciones de la base militar de Santa Gertrudis.
Aldana imprime más claridad a lo ronco de su voz cuando se detiene en esta parte del relato. A contra corriente de lo que por casi 30 años se ha publicado de aquel episodio, es decir, que el Búfalo era un rancho custodiado por elementos del ejército, que era propiedad de Rafael Caro Quintero y que su ubicación se debió a un “pitazo” de agentes de la DEA, el viejo comandante de 68 años de edad, no duda al momento de exponer su versión.
“Muchos dicen: ‘no es que eran un rancho que estaba ahí de hace tiempo, y nadie lo tocaba, porque era de Arévalo Gardoqui (el general Juan Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa Nacional en el sexenio de De la Madrid), era del ejército’. No fue cierto, ni era de Arévalo, ni era un rancho, ni era nada. Era un mundo. No había nada, salvo las bodegas, tenían secándose como una hectárea, era un concentrado, que ellos habían pagado para que no tuvieran ningún problema y compraran a las autoridades. Cuando yo llegué, dimos una barrida completa”.
Aldana asegura que cuando llegó, los encargados del lugar le informaron que para ese momento ya habían pasado tres mil toneladas por Ciudad Juárez, y otras tres mil por Ojinaga. “Ya habían hecho todo el movimiento, ahí mismo estaban haciendo las cajas de 20 kilogramos que se iban a embarcar en 450 trailers, con los que hacían los traslados”.
Aldana podría parecer un microcosmos de lo que eran los jefes de la Judicial Federal en aquella época. En la jerga de la vieja guardia policiaca, un comandante de la Judicial Federal con cargo de subdelegado en cualquier estado del país, que en la práctica lograba acumular mayor poder que el delegado en esa entidad de la Procuraduría General de la República (PGR), era conocido como “Yankee”, debido a que en las claves su insignia era la “y” griega. En su carrera policial y en los órganos de seguridad del gobierno, Aldana pasó por ahí y fue uno de los “Yankees”, que marcaron época. Cuando fue detenido, años después de la operación en el Búfalo, acusado de diversos delitos entre los que estaban sus presuntos vínculos con el narcotráfico, Aldana terminó sus estudios de derecho mientras estaba recluido, hizo su doctorado y cuando fue liberado, hace algunos años, montó un despacho jurídico y creó la Confederación Nacional de Seguridad y Justicia A.C. que se dedica, entre otras cosas, a dar asesoría legal a ex agentes y elementos en activo de las diversas policías en el país.
Tras el episodio del Búfalo, Aldana recuerda que fue “obligado” a solicitar licencia, sabía que había afectado intereses pero no tenía idea de hasta dónde. “Sabes demasiado”, rememora que le dijeron en la PGR.
“Cuando les di en la madre, pensaron que me tenían comprado. Como premio me dieron una licencia por un año. Me mandan concentrar, el de prensa de la procuraduría me dice: no vayas a hacer ninguna declaración ni nada, porque te van a matar. Desde un principio, ellos sabían que andaba sobre ellos. Vi al procurador y le dije: si usted me concentra, van a pensar que yo les tengo miedo”.
Dice que cuando en 1984 comenzó la que llamó “Operación Pacífico, dentro de la cual estuvo el desmantelamiento del Búfalo, antes de llegar a cualquier estado del país le hablaba al jefe de la zona militar, al procurador del estado y les decía: si tienen compromisos, cancélelos. “Aquí no hay transas, les doy 24 horas”.
A la distancia, casi 30 años después, Aldana se regodea, dice que el Búfalo fue el decomiso más grande del mundo. “Hasta la fecha, nadie me lo ha opacado. En toda la Operación Pacífico fueron alrededor de 60 mil detenidos en todo el país. Ahí en el Búfalo fueron siete mil detenidos y ocho mil armas. No hubo bajas. Me dieron 150 hombres y entregué 150 hombres vivos. A los que detuvimos en el Búfalo, ya después los dejan libres, que dizque porque eran de la pisca de la manzana”.
El trago más amargo de su vida dice que comenzó cuando, tras la operación, fue llamado por Sergio García Ramírez, titular de la PGR en ese entonces.
—Vas a solicitar una licencia por un año, ya es demasiado cabrón—le dijo el procurador.
—Ya no me diga nada, lo entiendo señor procurador—, respondió.
Fosa Común
Eran otros tiempos, era la época que durante décadas el subdelegado de la Policía Judicial Federal, el “Yankee” era quien encabezaba los “arreglos” con los narcos en cada entidad del país. Los nombres, sus tropelías y corruptelas aparecen en casi todos los libros que sobre el narco se han publicado en las últimas dos décadas en el país. Los “Yankees” decían que solo aplicaban “las reglas” que venían dictadas desde las altas esferas. Estas podrían resumirse así:
1.- No pases la droga por aquí, porque te la tengo que decomisar.
2.- No te pongas donde estoy porque te voy a detener.
3.- No me generes problemas en las ciudades porque te voy a joder.
4.- Que tu mercancía se vaya para el otro lado, no me la dejes aquí.
5.- Y cada mes, me mandas mi lana, hijo de la ch…
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Miguel Aldana Ibarra tiene un fuerte dolor en la pierna derecha que le impide estar de pie. Sentado en un acojinado sillón de su oficina, ubicada por el rumbo de la zona industrial de Azcapotzalco, el antiguo director de Interpol, durante la primera mitad del gobierno del presidente Miguel de la Madrid (1982-1988), no puede moverse del todo bien, pero cuando comienza a relatar lo que pasó aquel noviembre de 1984, su mirada se clava en su interlocutor como si cada palabra fuera desempolvada de manera meticulosa de algún lugar de su memoria.
Aldana era en aquel año primer comandante de la antigua Policía Judicial Federal y había sido nombrado por el presidente De la Madrid, jefe de la oficina de Interpol en México. Recuerda que en los meses del verano de aquel año, había comenzado una campaña contra las mafias del tráfico de droga en Tijuana. Los había “barrido” de tal forma que le dieron claves y señales de dónde tenían sus centros de producción. El principal se localizaba en Jiménez, Chihuahua. Por esos días, un grupo de sus agentes se desplazó a aquella ciudad y capturó a un grupo de 16 individuos a quienes les decomisó dos toneladas de mariguana y varios lotes de armas.
De aquella detención, surgió un dato que lo hizo dejar Tijuana y trasladarse a la región donde se localizan las ciudades de Parral y Jiménez. Iban por la pista de un sitio donde les habían informado, operaba un “confederación de bandas dedicadas al tráfico de drogas, tanto de Centroamérica como de todo el país”, y que tenían comprada a toda la autoridad.
Eran 114 bandas, dice Aldana, se habían unido para levantar una planta de procesamiento y almacenamiento de mariguana lo más cercana a la frontera con Estados Unidos. Peinaron la zona durante varios días pero no encontraban nada. Hasta que un “informante” les avisó de un laboratorio de droga sintética a las afueras de Parral. Llegó al mando de una treintena de agentes de la Judicial Federal y detuvieron a varias personas, desmantelaron el lugar y encontraron la pista que les ahorraría días de búsqueda.
“Ahí fue donde nos dijeron todo. Ellos nos llevan. Si no, no hubiéramos dado”. Aldana encabezó a un grupo de agentes de la Judicial Federal, de la DEA, la agencia estadounidense antinarcóticos, y del ejército, para entrar la madrugada del 7 de noviembre de 1984 al rancho El Búfalo. Era el decomiso de mariguana más grande la historia, se calculó, entonces, que eran 11 mil toneladas listas para embarcarse en 450 trailers, algunas ya estaban empacadas en cajas de 20 kilos. Otras estaban en secaderos dispersos en las 84 hectáreas, donde los sembradíos abarcaban alrededor de la mitad de la superficie. Varios de los casi ocho mil campesinos, reclutados en los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango, lograron salir antes de la llegada de los helicópteros, otros fueron detenidos en el lugar. Lo que más llamó la atención fue que, entre los capturados, había varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la antigua policía política del régimen priísta, y el complejo se localizaba muy cerca de la zona de operaciones de la base militar de Santa Gertrudis.
Aldana imprime más claridad a lo ronco de su voz cuando se detiene en esta parte del relato. A contra corriente de lo que por casi 30 años se ha publicado de aquel episodio, es decir, que el Búfalo era un rancho custodiado por elementos del ejército, que era propiedad de Rafael Caro Quintero y que su ubicación se debió a un “pitazo” de agentes de la DEA, el viejo comandante de 68 años de edad, no duda al momento de exponer su versión.
“Muchos dicen: ‘no es que eran un rancho que estaba ahí de hace tiempo, y nadie lo tocaba, porque era de Arévalo Gardoqui (el general Juan Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa Nacional en el sexenio de De la Madrid), era del ejército’. No fue cierto, ni era de Arévalo, ni era un rancho, ni era nada. Era un mundo. No había nada, salvo las bodegas, tenían secándose como una hectárea, era un concentrado, que ellos habían pagado para que no tuvieran ningún problema y compraran a las autoridades. Cuando yo llegué, dimos una barrida completa”.
Aldana asegura que cuando llegó, los encargados del lugar le informaron que para ese momento ya habían pasado tres mil toneladas por Ciudad Juárez, y otras tres mil por Ojinaga. “Ya habían hecho todo el movimiento, ahí mismo estaban haciendo las cajas de 20 kilogramos que se iban a embarcar en 450 trailers, con los que hacían los traslados”.
Aldana podría parecer un microcosmos de lo que eran los jefes de la Judicial Federal en aquella época. En la jerga de la vieja guardia policiaca, un comandante de la Judicial Federal con cargo de subdelegado en cualquier estado del país, que en la práctica lograba acumular mayor poder que el delegado en esa entidad de la Procuraduría General de la República (PGR), era conocido como “Yankee”, debido a que en las claves su insignia era la “y” griega. En su carrera policial y en los órganos de seguridad del gobierno, Aldana pasó por ahí y fue uno de los “Yankees”, que marcaron época. Cuando fue detenido, años después de la operación en el Búfalo, acusado de diversos delitos entre los que estaban sus presuntos vínculos con el narcotráfico, Aldana terminó sus estudios de derecho mientras estaba recluido, hizo su doctorado y cuando fue liberado, hace algunos años, montó un despacho jurídico y creó la Confederación Nacional de Seguridad y Justicia A.C. que se dedica, entre otras cosas, a dar asesoría legal a ex agentes y elementos en activo de las diversas policías en el país.
Tras el episodio del Búfalo, Aldana recuerda que fue “obligado” a solicitar licencia, sabía que había afectado intereses pero no tenía idea de hasta dónde. “Sabes demasiado”, rememora que le dijeron en la PGR.
“Cuando les di en la madre, pensaron que me tenían comprado. Como premio me dieron una licencia por un año. Me mandan concentrar, el de prensa de la procuraduría me dice: no vayas a hacer ninguna declaración ni nada, porque te van a matar. Desde un principio, ellos sabían que andaba sobre ellos. Vi al procurador y le dije: si usted me concentra, van a pensar que yo les tengo miedo”.
Dice que cuando en 1984 comenzó la que llamó “Operación Pacífico, dentro de la cual estuvo el desmantelamiento del Búfalo, antes de llegar a cualquier estado del país le hablaba al jefe de la zona militar, al procurador del estado y les decía: si tienen compromisos, cancélelos. “Aquí no hay transas, les doy 24 horas”.
A la distancia, casi 30 años después, Aldana se regodea, dice que el Búfalo fue el decomiso más grande del mundo. “Hasta la fecha, nadie me lo ha opacado. En toda la Operación Pacífico fueron alrededor de 60 mil detenidos en todo el país. Ahí en el Búfalo fueron siete mil detenidos y ocho mil armas. No hubo bajas. Me dieron 150 hombres y entregué 150 hombres vivos. A los que detuvimos en el Búfalo, ya después los dejan libres, que dizque porque eran de la pisca de la manzana”.
El trago más amargo de su vida dice que comenzó cuando, tras la operación, fue llamado por Sergio García Ramírez, titular de la PGR en ese entonces.
—Vas a solicitar una licencia por un año, ya es demasiado cabrón—le dijo el procurador.
—Ya no me diga nada, lo entiendo señor procurador—, respondió.
Fosa Común
Eran otros tiempos, era la época que durante décadas el subdelegado de la Policía Judicial Federal, el “Yankee” era quien encabezaba los “arreglos” con los narcos en cada entidad del país. Los nombres, sus tropelías y corruptelas aparecen en casi todos los libros que sobre el narco se han publicado en las últimas dos décadas en el país. Los “Yankees” decían que solo aplicaban “las reglas” que venían dictadas desde las altas esferas. Estas podrían resumirse así:
1.- No pases la droga por aquí, porque te la tengo que decomisar.
2.- No te pongas donde estoy porque te voy a detener.
3.- No me generes problemas en las ciudades porque te voy a joder.
4.- Que tu mercancía se vaya para el otro lado, no me la dejes aquí.
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Uff! Dos días leyéndome estos artículos. El de Aldana, buenísimo. Gracias, compañero.
La Historia de la detencion de Caro Quintero.
Caro Quintero: el prisionero callado; Chihuahua y la deuda externa
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Publicado el 09/08/2013.- En el rancho El Búfalo en Chihuahua, Rafael Caro Quintero y sus socios instalaron un sistema de producción agrícola industrial de mariguana como hacen los grandes agricultores de Sinaloa, pero tenían un terreno que sólo se puede conseguir en la tradición megalómana de los terrateniente chihuahuenses. Era noviembre de 1984. La policía llegó al rancho e incautó alrededor de 8,000 toneladas de mariguana, pero los gringos que proporcionaron la información para el operativo policíaco no quedaron muy contentos.
Por lo menos diez horas antes, autoridades mexicanas avisaron a los traficantes sobre el operativo. Por eso no aprehendieron a ningún líder importante. El operativo casi se cancela, porque los camiones que abastecerían el combustible fueron enviados “por error” al lugar equivocado. Los gringos pusieron doce helicópteros, pero sólo uno estuvo listo. No llegó la gasolina.
Y el colmo: ya en El Bufalo encontraron a ocho agentes de la Dirección Federal de Seguridad trabajando para los traficantes.
Poco después, el 7 febrero de 1985, hombres armados secuestraron al agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar mientras salía del consulado estadounidense en Guadalajara. A las dos horas también secuestraron al piloto mexicano, Alfredo Zavala Avelar en la carretera Guadalajara-Chapala.
El 12 de febrero, el embajador John Gavin y el titular de la DEA Francis Mullen dijeron que el operativo de El Búfalo se realizó gracias a su información. Guadalajara era el principal centro de operaciones del narcotráfico nacional e internacional. Introducía 38% de la heroína consumida en Estados Unidos. Ofrecieron una recompensa para encontrar a Camarena. Al poco tiempo, cerraron la frontera con la operación Intercepción II y luego la operación Leyenda.
La DEA estaba en guerra.
El 24 de febrero de 1985, Mullen declaró que la Dirección Federal de Seguridad protegía a Caro Quintero, y que la Policía Judicial Federal, al mando de Armando Pavón Reyes, había ayudado a su escape en el aeropuerto de Guadalajara.
En marzo, encontraron los cadáveres torturados de los secuestrados en el rancho El Mareño de Michoacán. La PGR recibió un anónimo desde Los Ángeles con la localización de los cuerpos. El gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas se quejó de los judiciales: cien agentes al mando de Pavón llegaron a El Mareño y sin decir agua va mataron a cinco miembros de la familia Bravo.
Las denuncias de la DEA no pararon.
Habían localizado al traficante hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros en un departamento de la ciudad de México el 14 de febrero de 1985, pero el titular de la policía judicial, Manuel Ibarra Herrera, retrasó el operativo casi un día y huyó.
La PGR cesó a Pavón porque le “perdió la confianza”. Puso a Florentino Ventura en su lugar. El cambio fue exitoso. El 4 de abril de 1985, Caro Quintero fue aprehendido por la policía de Costa Rica, gracias a la información proporcionada por la DEA. Lo encontraron echadote en la cama con Sara Cossío, sobrina del presidente del PRI en el Distrito Federal. Ventura se los trajo a México. Mandó a Caro Quintero al Reclusorio Norte de la ciudad de México y regresó a Sarita a su casa paterna. Al poco tiempo, en Puerto Vallarta aprehendieron a Ernesto Fonseca, supuesto cómplice de Caro Quintero en el asesinato de Camarena.
Luego de la aprehensión de Rafael Caro Quintero en 1985 circularon de mano en mano algunas grabaciones en que supuestamente afirmaba que él pagaría la deuda externa si lo dejaban trabajar en paz. Muchas gente pensó que se trataba realmente de Caro Quintero, pero era una parodia de un comediante. El comentario tocó las fibras de los mexicanos en un momento en que “la deuda externa” se había convertido en la culpable de las dificultades económicas de la gente durante las crisis.
En la parodia de Caro Quintero se planteaba un trueque, en que pedía cambiar el discurso criminalizador de las drogas y su tráfico hacia Estados Unidos a cambio de una agenda social más efectiva y profunda que la ofrecida por los políticos —involucrados o no en el narcotráfico. Quizá sin quererlo estas grabaciones se convirtieron en un símbolo de orgullo popular ante la crisis y un sistema político tan inepto como insensible a las necesidades sociales durante los años 1980. Lo curioso es que Caro Quintero no buscó crear esta mitología. Fueron los policías quienes lo empujaron a hablar con periodistas, para publicitar la aprehensión. Un 18 de abril, según una nota de Rafael Medina y Tomás Cano en Excelsior, el director del Reclusorio Norte pidió que platicara con la prensa en su sala de juntas. Se ve la fascinación por el carismático campesino sinaloense que apenas había estudiado hasta primero de primaria en su pueblo natal La Noria. Fueron estas conversaciones las que apuntalaron a uno de los personajes más prominente de la narcocultura mexicana de finales del siglo XX.
-Queremos que nos platique de su niñez…
-Mi niñez fue muy triste y de eso
no quiero hablarles. No quiero acordarme de eso.
-¿No puede describir cómo es su familia?
-No. No quiero.
-¿De qué quiere hablar?
-Pues no sé de qué, porque la he pasado muy difícil aquí. Esa es la verdad. No tengo nada, ni comida, ni nada. El señor director quiso hablar conmigo ayer y dijo que ya estaba solucionado el problema, pero no veo nada claro. Sólo me encuentro a todos ustedes aquí queriendo hablar conmigo.
-Nosotros lo hemos visto muchas veces reír ¿Se considera un tipo simpático?
-No, no simpático, nada más que me siento seguro de mí mismo y muy contento. Ahora estoy aquí adentro, pero he de salir. No debo nada. El dicho dice: el que nada debe, nada teme. A mi me agarraron con nada. No sé cuál es la causa del trato que se me está dando. Me han dado un trato que no creo que a nadie se lo hayan dado: inclusive hasta este momento todavía no como. Un trato… el señor director parece que agarró conmigo un problema personal.
-¿Cree que con usted tratan de justificar una problemática más grande?
-Por lo que estoy viendo, creo que sí. Me tienen no sé cuántos días queriendo pasar ropa mis familiares. Fue hasta anoche cuando lo lograron; no sé a qué horas. Estoy enfermo desde que entré.
-¿De qué está enfermo?
-Pues de gripa, calentura y esas cosas.
El director del Reclusorio, obviamente, no se dio cuenta de que estaba creando a un héroe popular. Quería hacer publicidad a la aprehensión de los sinaloenses, pero le salió el tiro por la culata. Caro Quintero atrajo atención mediática por meses. Y la gente, mis vecinos de infancia en Mazatlán por ejemplo, se encargaron de grabar de una casete a otra la supuesta palabra del nuevo héroe.
-Como ciudadano mexicano ¿Qué piensa de la crisis que vive el país?
-Creo que va a salir adelante. Por ahora no se ve nada claro. Creo que se desvían los problemas y todo recae en mi situación. Todo lo que se dice de mi es la nota importante; se olvidan de los aumentos a los alimentos y a otros servicios.
-¿Cree que es un problema político?
-Yo creo que sí. A mi no me agarraron con nada y ya ven todo el escándalo. No tengo que ver con las acusaciones que se me están acumulando. Ahora veo la cosa un poco dura. ¿Me entiende? El trato que se me dado no es de gentes.
-Su fama de narcotraficante trascendió ya las fronteras del país ¿Qué opina de eso?
-Pues es una cosa muy mala que no debió haber sucedido, porque yo soy una persona igual que cualquier otra, que cualquier campesino.
-¿Qué nos puede decir de los otros campesinos que siguen trabajando como usted hacía?
-Pura gente noble. Como lo soy yo y mis compañeros. Como lo es el señor Ernesto (Fonseca) y toda su gente… mandé construir escuelas, edificar clínicas, introducir luz, agua potable y otros servicios en poblados marginado en Sinaloa, Chihuahua y Jalisco… lo que el gobierno no hace lo hacemos nosotros. Pero lo que hacemos no lo hacemos para que todo el mundo nos tome en cuenta; nada más porque nos sentimos bien con nosotros mismos.
-¿Con qué fondos hacía estas obras?
-Yo tengo engordas de ganado; tengo ranchos ganaderos en donde gano mucho dinero. Me quieren poner como que todo lo he ganado del narcotráfico y en realidad no es así.
-¿En realidad qué tan rico es?
-No, no. Yo no soy tan rico. No tengo todo lo que dicen. Vivo bien, como la gente, gracias a Dios, como cualquiera.
-¿Podría hacer un cálculo de su fortuna?
-No, eso no puedo.
-De lo que deja la ganadería y agricultura ¿usted vivía como lo hacía?
-Todo se lo quieren atribuir al narcotráfico. Nada meten de que he ganado en ganadería. Tampoco meten lo de mi línea de trailers, ni mis fábricas bloqueras. Hago como 100,000 bloques diarios; sin embargo, de eso no dicen nada. Todo se lo atribuyen al narcotráfico.
-¿Entonces no hay anda de narcotráfico?
-Pues no, así como lo dicen no.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Quiero decir que de siete casa que tengo, dos podrían ser del narcotráfico, pero cinco no.
-¿Por qué se dedicó al narcotráfico?
-Porque me gustó.
-¿El narcotráfico le daba dinero fácil?
-No. Nada es fácil. Todo cuesta trabajo.
-Entonces ¿qué lo motivó?
-Realmente nada.
-¿Se siente arrepentido?
-Pues qué le dijera. Arrepentido, arrepentido, nunca estoy. Lo hecho, hecho está y ya. Ahora estoy aquí ¿Qué quiere que le diga?
-¿Por qué nunca lo agarraron?
-Porque no querían. Yo allí estaba y me podían agarrar.
Especialmente las periodistas hacían preguntas de su vida romántica. Caro Quintero era la reencarnación de su coterráneo, el actor sinaloense Pedro Infante. Un personaje cinematográfico redondo: campesino que migra a la ciudad, macho juguetón, simpático, rico pero sencillo, carismático y mujeriego.
-¿Está usted enamorado?
-Siempre vivo enamorado.
-¿Está enamorado de varias mujeres o de una sola?
-Las quiero a todas, porque nací de una mujer.
-Rafael, ¿se considera un ser malo?
-No, no… si algo tengo es corazón para todo el mundo.
-¿Y qué hay de su relación con Sarita?
-No tengo nada que explicar sobre eso. De eso nada, por favor.
-¿Cuántos hijo tiene?
-Ya ni me acuerdo… tengo 4 hijos, una niña y tres niños.
-¿Es cierto que se divorció?
-Eso no lo puedo decir, es mi vida privada.
-¿Qué recomienda a los jóvenes que son adictos a las drogas?
-Que no lo hagan. Es lo único que puedo decirles, porque son cosas que no llevan a ningún lado.
-¿Ya se va a retirar del negocio de las drogas?
-Sí, ya me voy a retirar. Quise entrar pero no pude.
-¿Qué le dio por ir a Costa Rica?
Me decía que era un país muy tranquilo, pero por la que veo…
-¿Cuántos años tienes?
-29… más el IVA.
-¿Y te vas a casar?
-A según como me traten las mujeres. Si no me quiere una, pues a lo mejor encuentro otra. Con la que me quiera me voy a quedar. Eso ya lo pensaré. Ahora por lo pronto, no me quiero ni yo solo.
-¿Te consideras broncudo?
-No nada de eso. Bronco sí soy porque nací en un rancho pero broncudo no.
Entonces una reportera de televisión hace una última pregunta.
-¿Qué podría decirle al público que ha seguido su caso?
Rafael miró fijamente al lente de la cámara y sonrientes dijo:
-Estoy con todo mundo y el día que salga quiero ser amigo de todos y muchas gracias por andarme acompañando hasta donde estoy.
Entrevista por:
Froylán Enciso
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Publicado el 09/08/2013.- En el rancho El Búfalo en Chihuahua, Rafael Caro Quintero y sus socios instalaron un sistema de producción agrícola industrial de mariguana como hacen los grandes agricultores de Sinaloa, pero tenían un terreno que sólo se puede conseguir en la tradición megalómana de los terrateniente chihuahuenses. Era noviembre de 1984. La policía llegó al rancho e incautó alrededor de 8,000 toneladas de mariguana, pero los gringos que proporcionaron la información para el operativo policíaco no quedaron muy contentos.
Por lo menos diez horas antes, autoridades mexicanas avisaron a los traficantes sobre el operativo. Por eso no aprehendieron a ningún líder importante. El operativo casi se cancela, porque los camiones que abastecerían el combustible fueron enviados “por error” al lugar equivocado. Los gringos pusieron doce helicópteros, pero sólo uno estuvo listo. No llegó la gasolina.
Y el colmo: ya en El Bufalo encontraron a ocho agentes de la Dirección Federal de Seguridad trabajando para los traficantes.
Poco después, el 7 febrero de 1985, hombres armados secuestraron al agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar mientras salía del consulado estadounidense en Guadalajara. A las dos horas también secuestraron al piloto mexicano, Alfredo Zavala Avelar en la carretera Guadalajara-Chapala.
El 12 de febrero, el embajador John Gavin y el titular de la DEA Francis Mullen dijeron que el operativo de El Búfalo se realizó gracias a su información. Guadalajara era el principal centro de operaciones del narcotráfico nacional e internacional. Introducía 38% de la heroína consumida en Estados Unidos. Ofrecieron una recompensa para encontrar a Camarena. Al poco tiempo, cerraron la frontera con la operación Intercepción II y luego la operación Leyenda.
La DEA estaba en guerra.
El 24 de febrero de 1985, Mullen declaró que la Dirección Federal de Seguridad protegía a Caro Quintero, y que la Policía Judicial Federal, al mando de Armando Pavón Reyes, había ayudado a su escape en el aeropuerto de Guadalajara.
En marzo, encontraron los cadáveres torturados de los secuestrados en el rancho El Mareño de Michoacán. La PGR recibió un anónimo desde Los Ángeles con la localización de los cuerpos. El gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas se quejó de los judiciales: cien agentes al mando de Pavón llegaron a El Mareño y sin decir agua va mataron a cinco miembros de la familia Bravo.
Las denuncias de la DEA no pararon.
Habían localizado al traficante hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros en un departamento de la ciudad de México el 14 de febrero de 1985, pero el titular de la policía judicial, Manuel Ibarra Herrera, retrasó el operativo casi un día y huyó.
La PGR cesó a Pavón porque le “perdió la confianza”. Puso a Florentino Ventura en su lugar. El cambio fue exitoso. El 4 de abril de 1985, Caro Quintero fue aprehendido por la policía de Costa Rica, gracias a la información proporcionada por la DEA. Lo encontraron echadote en la cama con Sara Cossío, sobrina del presidente del PRI en el Distrito Federal. Ventura se los trajo a México. Mandó a Caro Quintero al Reclusorio Norte de la ciudad de México y regresó a Sarita a su casa paterna. Al poco tiempo, en Puerto Vallarta aprehendieron a Ernesto Fonseca, supuesto cómplice de Caro Quintero en el asesinato de Camarena.
Luego de la aprehensión de Rafael Caro Quintero en 1985 circularon de mano en mano algunas grabaciones en que supuestamente afirmaba que él pagaría la deuda externa si lo dejaban trabajar en paz. Muchas gente pensó que se trataba realmente de Caro Quintero, pero era una parodia de un comediante. El comentario tocó las fibras de los mexicanos en un momento en que “la deuda externa” se había convertido en la culpable de las dificultades económicas de la gente durante las crisis.
En la parodia de Caro Quintero se planteaba un trueque, en que pedía cambiar el discurso criminalizador de las drogas y su tráfico hacia Estados Unidos a cambio de una agenda social más efectiva y profunda que la ofrecida por los políticos —involucrados o no en el narcotráfico. Quizá sin quererlo estas grabaciones se convirtieron en un símbolo de orgullo popular ante la crisis y un sistema político tan inepto como insensible a las necesidades sociales durante los años 1980. Lo curioso es que Caro Quintero no buscó crear esta mitología. Fueron los policías quienes lo empujaron a hablar con periodistas, para publicitar la aprehensión. Un 18 de abril, según una nota de Rafael Medina y Tomás Cano en Excelsior, el director del Reclusorio Norte pidió que platicara con la prensa en su sala de juntas. Se ve la fascinación por el carismático campesino sinaloense que apenas había estudiado hasta primero de primaria en su pueblo natal La Noria. Fueron estas conversaciones las que apuntalaron a uno de los personajes más prominente de la narcocultura mexicana de finales del siglo XX.
-Queremos que nos platique de su niñez…
-Mi niñez fue muy triste y de eso
no quiero hablarles. No quiero acordarme de eso.
-¿No puede describir cómo es su familia?
-No. No quiero.
-¿De qué quiere hablar?
-Pues no sé de qué, porque la he pasado muy difícil aquí. Esa es la verdad. No tengo nada, ni comida, ni nada. El señor director quiso hablar conmigo ayer y dijo que ya estaba solucionado el problema, pero no veo nada claro. Sólo me encuentro a todos ustedes aquí queriendo hablar conmigo.
-Nosotros lo hemos visto muchas veces reír ¿Se considera un tipo simpático?
-No, no simpático, nada más que me siento seguro de mí mismo y muy contento. Ahora estoy aquí adentro, pero he de salir. No debo nada. El dicho dice: el que nada debe, nada teme. A mi me agarraron con nada. No sé cuál es la causa del trato que se me está dando. Me han dado un trato que no creo que a nadie se lo hayan dado: inclusive hasta este momento todavía no como. Un trato… el señor director parece que agarró conmigo un problema personal.
-¿Cree que con usted tratan de justificar una problemática más grande?
-Por lo que estoy viendo, creo que sí. Me tienen no sé cuántos días queriendo pasar ropa mis familiares. Fue hasta anoche cuando lo lograron; no sé a qué horas. Estoy enfermo desde que entré.
-¿De qué está enfermo?
-Pues de gripa, calentura y esas cosas.
El director del Reclusorio, obviamente, no se dio cuenta de que estaba creando a un héroe popular. Quería hacer publicidad a la aprehensión de los sinaloenses, pero le salió el tiro por la culata. Caro Quintero atrajo atención mediática por meses. Y la gente, mis vecinos de infancia en Mazatlán por ejemplo, se encargaron de grabar de una casete a otra la supuesta palabra del nuevo héroe.
-Como ciudadano mexicano ¿Qué piensa de la crisis que vive el país?
-Creo que va a salir adelante. Por ahora no se ve nada claro. Creo que se desvían los problemas y todo recae en mi situación. Todo lo que se dice de mi es la nota importante; se olvidan de los aumentos a los alimentos y a otros servicios.
-¿Cree que es un problema político?
-Yo creo que sí. A mi no me agarraron con nada y ya ven todo el escándalo. No tengo que ver con las acusaciones que se me están acumulando. Ahora veo la cosa un poco dura. ¿Me entiende? El trato que se me dado no es de gentes.
-Su fama de narcotraficante trascendió ya las fronteras del país ¿Qué opina de eso?
-Pues es una cosa muy mala que no debió haber sucedido, porque yo soy una persona igual que cualquier otra, que cualquier campesino.
-¿Qué nos puede decir de los otros campesinos que siguen trabajando como usted hacía?
-Pura gente noble. Como lo soy yo y mis compañeros. Como lo es el señor Ernesto (Fonseca) y toda su gente… mandé construir escuelas, edificar clínicas, introducir luz, agua potable y otros servicios en poblados marginado en Sinaloa, Chihuahua y Jalisco… lo que el gobierno no hace lo hacemos nosotros. Pero lo que hacemos no lo hacemos para que todo el mundo nos tome en cuenta; nada más porque nos sentimos bien con nosotros mismos.
-¿Con qué fondos hacía estas obras?
-Yo tengo engordas de ganado; tengo ranchos ganaderos en donde gano mucho dinero. Me quieren poner como que todo lo he ganado del narcotráfico y en realidad no es así.
-¿En realidad qué tan rico es?
-No, no. Yo no soy tan rico. No tengo todo lo que dicen. Vivo bien, como la gente, gracias a Dios, como cualquiera.
-¿Podría hacer un cálculo de su fortuna?
-No, eso no puedo.
-De lo que deja la ganadería y agricultura ¿usted vivía como lo hacía?
-Todo se lo quieren atribuir al narcotráfico. Nada meten de que he ganado en ganadería. Tampoco meten lo de mi línea de trailers, ni mis fábricas bloqueras. Hago como 100,000 bloques diarios; sin embargo, de eso no dicen nada. Todo se lo atribuyen al narcotráfico.
-¿Entonces no hay anda de narcotráfico?
-Pues no, así como lo dicen no.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Quiero decir que de siete casa que tengo, dos podrían ser del narcotráfico, pero cinco no.
-¿Por qué se dedicó al narcotráfico?
-Porque me gustó.
-¿El narcotráfico le daba dinero fácil?
-No. Nada es fácil. Todo cuesta trabajo.
-Entonces ¿qué lo motivó?
-Realmente nada.
-¿Se siente arrepentido?
-Pues qué le dijera. Arrepentido, arrepentido, nunca estoy. Lo hecho, hecho está y ya. Ahora estoy aquí ¿Qué quiere que le diga?
-¿Por qué nunca lo agarraron?
-Porque no querían. Yo allí estaba y me podían agarrar.
Especialmente las periodistas hacían preguntas de su vida romántica. Caro Quintero era la reencarnación de su coterráneo, el actor sinaloense Pedro Infante. Un personaje cinematográfico redondo: campesino que migra a la ciudad, macho juguetón, simpático, rico pero sencillo, carismático y mujeriego.
-¿Está usted enamorado?
-Siempre vivo enamorado.
-¿Está enamorado de varias mujeres o de una sola?
-Las quiero a todas, porque nací de una mujer.
-Rafael, ¿se considera un ser malo?
-No, no… si algo tengo es corazón para todo el mundo.
-¿Y qué hay de su relación con Sarita?
-No tengo nada que explicar sobre eso. De eso nada, por favor.
-¿Cuántos hijo tiene?
-Ya ni me acuerdo… tengo 4 hijos, una niña y tres niños.
-¿Es cierto que se divorció?
-Eso no lo puedo decir, es mi vida privada.
-¿Qué recomienda a los jóvenes que son adictos a las drogas?
-Que no lo hagan. Es lo único que puedo decirles, porque son cosas que no llevan a ningún lado.
-¿Ya se va a retirar del negocio de las drogas?
-Sí, ya me voy a retirar. Quise entrar pero no pude.
-¿Qué le dio por ir a Costa Rica?
Me decía que era un país muy tranquilo, pero por la que veo…
-¿Cuántos años tienes?
-29… más el IVA.
-¿Y te vas a casar?
-A según como me traten las mujeres. Si no me quiere una, pues a lo mejor encuentro otra. Con la que me quiera me voy a quedar. Eso ya lo pensaré. Ahora por lo pronto, no me quiero ni yo solo.
-¿Te consideras broncudo?
-No nada de eso. Bronco sí soy porque nací en un rancho pero broncudo no.
Entonces una reportera de televisión hace una última pregunta.
-¿Qué podría decirle al público que ha seguido su caso?
Rafael miró fijamente al lente de la cámara y sonrientes dijo:
-Estoy con todo mundo y el día que salga quiero ser amigo de todos y muchas gracias por andarme acompañando hasta donde estoy.
Entrevista por:
Froylán Enciso
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Epsilon- Miembro Honorario
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Fecha de inscripción : 25/10/2009
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Ojalá todos leyeran esto... Lástima que somos raza de huevones. Lo único que dejo la revolución fue el PRI... "Dale poder a la burguesía, y resulta algo peor que los dictadores y la nobleza"
Powah- Miembro Honorario
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Fecha de inscripción : 22/10/2010 Edad : 92
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
el hecho es que está ampliamente probado, y no solo por los gringos, que la mariguana es dañina. Para empezar, es más dañina para los pulmones que el tabaco. Produce depresión, deterioro intelectual, falta de apetito, apatía, y definitivamente sí se relaciona con mayor criminalidad además de que hace que una persona que la consume se descuide en todo sentido y deje de importarle familia, trabajo y todas sus demas responsabilidades. Ese Dr. Salazar Viniegra no tenía nada de científico, era simplemente un mariguano.
Centurio- Miembro Honorario
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Fecha de inscripción : 18/12/2011
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Centuria me gustaria ver algunos de esos datos, (en el tema de la legalizacion de la mariguana obviamente) por favor.
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
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La gran traición: La inteligencia en manos del narco
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Señaleros coloquen la nota, con todas las imagenes. Cuiden el formato.
Es un pedazo de historia bien interesante, este.
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Es un pedazo de historia bien interesante, este.
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
LA GRAN TRAICIÓN: LA INTELIGENCIA EN MANOS DEL NARCO
Por: Humberto Padgett - septiembre 5 de 2013 - 0:00 INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL, Último minuto
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Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbargo).– Si se revisan los expedientes abiertos por el Ejército Mexicano contra sus efectivos levados por el narcotráfico, se crea la idea de que los cárteles desarrollaron la habilidad de infiltrarse hasta uno de los órganos más sensibles del Estado, en el centro neurológico de la institución de las armas, su sistema de inteligencia.
Si se observan los documentos iniciados por el sistema de justicia civil contra los agentes policíacos, se piensa que los narcotraficantes invadieron áreas tan delicadas como la Dirección Federal de Seguridad, el servicio secreto mexicano durante los años de la Guerra Fría.
Pero si se analizan los expedientes particulares de los hombres que vendieron trozos del Estado y los legajos de quienes los compraron, se concluye que la filtración fue en el sentido contrario: los hombres de las armas infiltraron al narcotráfico no favor del interés público, sino del suyo propio.
La bola se fue pa’ Juárez
CONSEJO DE GUERRA
Con la cara rígida, perfectamente rasurada sobre los uniformes tapizados de insignias, los generales reunidos el 10 de julio de 2006 en Consejo de Guerra en El Salto, Jalisco, se preguntaron:
“¿Es el sargento segundo escribiente Marcelino Alejo Arroyo López culpable de que, perteneciendo a la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos de la Secretaría de la Defensa Nacional, haberse incorporado a la organización criminal Cártel de Juárez, del cual era el dirigente, cabecilla o jefe narcotraficante Ismael Zambada García El Mayo Zambada y otros individuos, intermediarios de Arturo Hernández González El Chaky, quien dirigía una de las células del cártel también denominado La Empresa, con la intención de realizar labores de contrainteligencia?”.
Los militares ya habían hojeado el grueso legajo de la causa penal 2491/2005, el expediente con decenas de declaraciones, partes policíacos de investigación e intervenciones telefónicas. El mismo documento que da santo y seña de cómo el Cártel de Juárez y sus ex socios del Cártel de Sinaloa infiltraron al ejército y del que SinEmbargo posee copia.
Arroyo López habló. Se defendió.
Los generales lo escucharon y luego respondieron su propia pregunta.
***
El sargento Arroyo López causó alta el 21 de noviembre de 1987 como policía militar.
En enero de 1990 tomó una vacante en la Policía Judicial Militar. Inició como cabo policía militar, siguió como agente con el mismo rango y, poco después, lo ascendieron a sargento segundo escribiente. Estuvo en esa corporación hasta septiembre de 1995.
“No sé si por selección o azar me enviaron junto con otros nueve elementos de la Policía Judicial Militar a causar alta en el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN). Efectivamente he recibido dinero a cambio de información que sustraía de la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos donde laboro para hacerla llegar a una organización dedicada a dar seguridad a narcotraficantes”.
Arroyo nunca efectuó curso alguno de inteligencia. Y así quedó directamente subordinado al CIAN, dependiente de la secretaría particular del Secretario de la Defensa, entonces Enrique Cervantes Aguirre, designado por el Presiente Ernesto Zedillo.
Marcelino Arroyo coincidió en el CIAN con Pedro Bárcenas, Capitán Perico, de quien se hizo compadre y quien luego desertó para integrarse al Cártel de Juárez. Aunque no se tienen datos detallados de cómo ocurrió, lo cierto es que Arroyo se convirtió en informante del crimen organizado. Y justo por estar en esa oficina fue blanco de los esfuerzos por comprarlo. No fue nada difícil.
Arroyo operó en una rústica estructura de inteligencia en que los reportes eran entregados por escrito, a manera de informes o, en casos de emergencia, dictados por teléfono a Bárcenas. Éste informaba a Francisco Tornez Castro El Pancho, quien reportaba a Arturo Hernández González El Chaky, jefe de sicarios de Amado Carrillo El Señor de los Cielos.
El sargento segundo escribiente obtenía información cuando los analistas del CIAN le comisionaban recabar datos de domicilios, números telefónicos fijos o celulares, vehículos. Tras clasificarla, la entregaba a su contacto. ¿Qué clase de información entregaba el sargento Arroyo al narcotráfico?
***
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Mes y medio antes de la detención de Arroyo, el cártel se inquietó.Se rumoraba de una andanada de cateos a las casas del Mayo Zambada en Culiacán, Sinaloa.
–¿Sabes si hay personal trabajando en Sinaloa? –preguntó Perico a Arroyo.
–Sí. Hay una base de trabajo de aquí, de la oficina (del Distrito Federal), en Sinaloa. Va un capitán al mando
–respondió el militar activo.
–¿Cómo se llama?
–Es un capitán segundo de zapadores.
–¿Es el que lleva el asunto del Chaky?
–Ese asunto lo lleva el teniente de arma blindada de apellido Ornelas.
–¿Quién está de jefe de cubículo del Cártel de Juárez.
–El capitán Ornelas.
Perico aseguró que buscaría al capitán encargado de la investigación en Sinaloa para sobornarlo. Arroyo no supo más. No debía saber nada más. Era sólo una de varias piezas.
El flujo de datos era permanente. Nombres de adversarios o socios de Juárez eran entregados en condición de incógnita a los militares y volvían al cártel con domicilios, números telefónicos y detalles de las investigaciones en su contra.
Otro ejemplo. A Perico le urgía tener información sobre un capitán aviador diplomado del Estado Mayor infiltrado por el Cártel de Juárez, pero integrado a otra célula. Competencia interna. Arroyo escuchó atentamente en la oficina. Se encontró con el tema y anotó todo en una libretita.
Reportó: “Me dijo que la revisaría con su patrón, pero que lo más interesante para ellos era toda la información relacionada con el Cártel de Juárez y, particularmente, con El Chaky”.
Era una maraña de espías contra espías. En otra ocasión, Arroyo López fue buscado por Perico. Le advirtió sobre un teniente de infantería que anteriormente estuvo en el CIAN. Le describió su auto y domicilio. Se debían cuidar de él: estaba empleado por otro cártel.
Bárcenas también proporcionó dos sobrenombres: El Yeyo y El Chacho, gente de Osiel Cárdenas Guillén, entonces capo del Cártel del Golfo. Había guerra. El tamaulipeco había mandado matar al Chaky. Y esos apodos eran dos de los sicarios que iban tras la vida del jefe de sicarios de Juárez, cabeza de la red de informantes de Amado.
El sargento Arroyo nunca conoció personalmente al Chaky, excepto por las referencias que de él hacían Pancho Tornez y Perico como “el patrón”. Arroyo, en el escalafón más bajo del cártel, cobraba directamente de la mano de Capitán Perico en las estaciones del metro Panteones, Normal o Cuitláhuac.
Él mismo dio los detalles: “En tres años recibí dinero en 25 ocasiones. Las cantidades iban desde 500 a mil dólares”.
Así de barato.
***
¿Ante la deslealtad a las armas había lealtad al narcotráfico? En su declaración ante el Ministerio Público Militar, Arroyo López deja claro que tampoco. El sargento también actuaba como correo para la entrega de sobornos a otro militar antinarcóticos, Pedro González Franco, quien causó baja de esa área por reprobar un examen de polígrafo –se entiende que Marcelino sí aprobaba ese filtro de seguridad– y, en vez de despedirlo, se le trasladó a la Zona Militar de Toluca, en el Estado de México.
Pero los sobres a su favor seguían llegando. Pedro Bárcenas Perico recomendó a Arroyo quedarse con el dinero. “Me dijo que yo aportaba más datos para la organización y que tenía derecho a cobrarlo”, se justificó el sargento segundo.
Los beneficios que dio Arroyo fueron más allá de la entrega de datos. También participó en el reclutamiento de más informantes. Uno de ellos fue el propio González Franco, a quien se reclutó por tener acceso a información del Cártel de Tijuana.
El CIAN se divide o dividía en módulos de análisis para cada cártel de las drogas.
A González Franco le pidieron antecedentes de Fabián Martínez El Tiburón, jefe de los Narcojuniors, cuerpo de sicarios y contrabandistas de clase media y alta reclutados por los Arellano Félix durante la década pasada. El Chaky “se lo quería chingar”, aclaró González Franco al ministerio público.
“En otra ocasión que regresé a Tijuana, el sargento Marcelino me dijo que Pedro (Perico) le había comentado que necesitaban información del Metro. Después regresé a mi base en Tijuana y por esas fechas agarraron a Alcides Ramón Magaña, narcotraficante del Cártel de Juárez”.
El Metro, quien a la muerte del Señor de los Cielos se apoderó del control del tráfico en la región sureste del país, fue detenido en 2001.
“(Luego) me dijo Perico que su compadre Pancho, Francisco Tornez, me mandaba dinero. Sacó un periódico que llevaba doblado con 5 mil dólares y que era por el trabajo para que aprehendieran al Metro. Un premio para nosotros, ya que con la captura del Metro se les había quitado un peso de encima”. La Procuraduría General de la República (PGR) emitió un boletín de prensa cuando, en 2007, el traficante fue condenado en definitiva a 47 años de prisión en 2007:
“Con esta sanción (…) Durante la administración del presidente Felipe Calderón, el gobierno de México refrenda su compromiso de aplicar la ley con todo vigor y energía en contra de cualquier manifestación de la delincuencia organizada”.
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EL INGENIERO AGRÓNOMO
El asunto de los espías del cártel de Juárez detonó el 19 de octubre de 2001, cuando una patrulla del ejército circulaba por un camino de terracería en el municipio de Cosalá, Sinaloa.
Los soldados observaron dos camionetas, una Suburban roja y GM negra granito, ambas con vidrios polarizados. Las siguieron y en segundos el seguimiento se hizo persecución. Quienes llevaban las camionetas frenaron en seco, las abandonaron y huyeron a pie.
Los militares revisaron los vehículos y encontraron 60 mil 400 dólares y 34 mil 400 pesos. También un anillo de oro blanco con nueve incrustaciones de piedras preciosas, una pulsera de oro de 14 kilates, dos bolsas con 34 gramos de cocaína y nueve estuches para el polvo o periqueras.
Tres cuernos de chivo, una pistola Colt con las cachas grabadas con figuras de tiburones y cientos de balas. Siete teléfonos celulares y uno satelital. Y documentos a nombre de Jerónimo López Landeros.
La camioneta negra granito, que resultó blindada, era propiedad de Javier Torres Félix. Su esposa se presentó al Ministerio Público para reclamar la devolución del vehículo y aseguró que su marido era agricultor y ganadero.
Torres Félix era un viejo conocido de la policía. En la tierra del Mayo se le tenía como su lugarteniente y sólo fue asunto de revisar los expedientes.
A finales de mayo de 1997, Torres Félix fue detenido en Cancún, Quintana Roo, con otros tres traficantes y 380 kilos de coca empaquetada en plástico transparente y hule amarillo. Sin embargo, Torres Félix resultó absuelto, salió de prisión al año y reanudó la operación para los Carrillo Fuentes en un momento en que, debe quedar claro, personajes hoy identificados plenamente en el bando de Sinaloa, mantenían operación para Juárez.
Esto, antes de dos hechos fundamentales para el presente del narco mexicano: la muerte de Amado Carrillo y la fuga de Joaquín Guzmán Loera, con quien luego se alinearía El Mayo Zambada y Juan José Esparragoza Moreno El Azul, entre otros.
Como con cualquier trabajo, una de las ventajas de ser un narco viejo es ir y venir por los cárteles con una gruesa agenda de contactos en el bolsillo.
***
Vale la pena comentar, al menos de manera resumida, el perfil de Javier Torres Félix, uno de los más reputados sicarios al servicio de los capos de Sinaloa, incluso antes de la existencia del cartel propiamente establecido.
Por eso y porque era el hombre sentado a la derecha de El Mayo.
Segundo de cinco hermanos, El JT nació el 19 de octubre de 1960. Abandonó la escuela en el segundo año de primaria y más o menos por ese tiempo comenzó a trabajar en el campo. A los 17 años ya inhalaba de la cocaína que luego vendería por toneladas. Como todos los narcotraficantes sinaloenses de la época, se presentaría como agricultor y ganadero.
En 1984, a sus 24 años de edad fue aprehendido en Sinaloa por el rapto de su novia. Meses después quedó en libertad.
Seis años más tarde, ya estaba formalmente instalado en el narcotráfico. Según la indagatoria de la Procuraduría General de la República (PGR), en 1990 era el operador de Manuel Salcido El Cochiloco, colocado en la segunda línea de mando del ya extinguido Cártel de Guadalajara, liderado por Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo.
En junio de 1990 el JT fue detenido por el Ejército en Mazatlán, Sinaloa, en posesión de más de 800 kilos de mariguana y cuatro rifles AK-47, por segunda vez fue encarcelado. Un año después quedó en libertad.
Desde 1992 la DEA lo ubicaba ya como lugarteniente del Mayo Zambada.
Volvió a prisión en 2005. Fue internado en el Reclusorio Norte, la misma cárcel que años antes albergara a Caro y a Don Neto. Ahí coincidió con José Alberto Márquez Esqueda El Bat, ex jefe de sicarios del Cárrtel de Tijuana y enemigo suyo a muerte. La cercanía de ambos ocasionaba la inmediata sensación de muerte.
El JT compartió dormitorio con Carlos Ahumada Kurtz, el empresario que destapó los videoescándalos. En una ocasión, durante un carcelazo o depresión relacionada con el encarcelamiento, Ahumada lloraba de manera desconsolada.
–Ya, cabrón, no llores– decía el sicario en cuclillas frente un anafre en el que cocinaba. Visto en esa posición, quedaban al descubierto las cicatrices en la coronilla de la cabeza por el implante de cabello que se hizo.
Pero el complotista de Andrés Manuel López Obrador no podía contener el llanto.
–Mira, tranquilo, te hice una quesadilla– extendió El JT la tortilla doblada con queso adentro.
Curioso detalle proveniente de un hombre cuya personalidad le fue advertida a su juez:
“Esquizo-paranoide con características antisociales: sujeto impulsivo con conflictos con la figura de autoridad, suspicaz, manipulador, racionalista y egocéntrico. No aprovecha la experiencia siendo híper vigilante (sic) ante cualquier amenaza percibida manejando ideas megalómanas de logro y realización personal con los que encubre sentimientos de minusvalía”.
***
En junio 2001, agentes de la Federal de Investigación que dieron seguimiento al caso y fe de los objetos encontrados en las camionetas de Cosalá reportaron otras cantidades de dinero: 70 mil 400 pesos y 20 mil dólares.
Reiteraron que entre los documentos encontrados, entre estos la licencia de conducir a nombre de Jerónimo López Landeros, cuya fotografía era la imagen del Mayo Zambada”.
No fue el único papel con el pseudónimo del Mayo.
Se encontró una tarjeta blanca enmicada impresa con la oración “H. Ayuntamiento del municipio de Durango 1998-2001” y un escudo. Tenía escrito a máquina:
“El portador de la presente, Ing. Agrónomo Jerónimo López L me ha sido recomendado ampliamente, por lo que pido a los elementos de la dirección de Seguridad Pública de Vialidad que, en caso de cualquier incidente en que se vea involucrado, antes de proceder en su contra, se comuniquen con el suscrito”.
Lic. Raúl Obregón A. (director general de la Policía Judicial del estado), una firma ilegible, un sello en color azul y en la parte inferior un lema: “Durango, tarea de todos”.
***
Otro hallazgo importante fue el de los teléfonos celulares, propiedad de Javier Torres Félix, el segundo del Mayo Zambada en ese momento.
Uno de los números mantenía comunicación con otro a nombre de Karla María Monge Corral, con domicilio en apartado postal 28, Culiacán, Sinaloa, propiedad del gobierno del estado de Sinaloa.
Desde este teléfono, a su vez, se establecía contacto frecuente con un teléfono fijo registrado a nombre de María Teresa Zambada Niebla, hija del Mayo, en la colonia Colinas de San Miguel, en Culiacán.
También por las conexiones telefónicas se ubicó otra casa en Las Quintas, misma ciudad, a nombre de Miriam Patricia Zambada Niebla y Mónica del Rosario Zambada Niebla. Los policías vigilaron, preguntaron a los vecinos y pronto apareció el nombre Ismael Zambada Niebla El Vicentillo.
En esta casa había alrededor de 15 vigilantes y desfile permanente de las Suburban, las Gran Cherokee y las Cheyennes sin placas, nunca detenidas por los retenes semifijos de la Policía Ministerial, la Policía Estatal Preventiva y Policía Inrtermunicipal.
Todas las residencias quedaron bajo vigilancia. Los agentes anotaron:
“El 3 de junio de 2002 arribó un convoy de las Bases de Operaciones Mixtas Urbanas, así como un vehículo Hummer del ejército mexicano y cuatro patrullas de la Policía Ministerial, Estatal y Preventiva. Del domicilio salió un hombre de 28 años y 1.75 metros. Moreno claro, complexión regular y cabello corto. Platicó con los elementos y luego regresó a la casa. La patrulla se fue”.
También se vigiló al menos una casa a la que vieron llegar, en una Ford Lobo Harley, a Édgar Guzmán López, hijo del Chapo Guzmán. Se le siguió al Tec de Monterrey, unidad noroeste, en donde estudiaba.
Los mismos teléfonos incautados dejaron bien clara la relación entre El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán. Las llamadas de uno de esos aparatos conectaba con Griselda López Pérez, entonces esposa del Chapo y socia de restaurante de comida china en la calle Álvaro Obregón del centro de Culiacán.
Los federales siguieron las pistas de los teléfonos. Encontraron uno más en la colonia Las Flores, en Ciudad Lerdo, Durango. Pero esta línea estaba desviada a otra casa en la misma ciudad a donde llegaba un hombre al que todos reverenciaban y llamaban El General.
Otros teléfonos registraban comunicación con varias casas de Culiacán y la empresa Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán, con domicilios en Carretera Internacional Norte 1207, Venadillo, Mazatlán, cuya principal accionista es Rosario Niebla Cardoza, ex esposa del Mayo Zambada.
“La señora Ana María Zambada García –hermana del Mayo– registra comunicación con el número telefónico perteneciente a Karla María Monge y, a su vez, éste con el que está a nombre de José Luis Castro Soto, personas que registra comunicación con el ingeniero Domingo Silva Monter”.
El ingeniero Silva sería pieza clave en la investigación para desarticular a los infiltrados. Silva vendía equipo de comunicación e intercepción de llamadas directamente al cuerpo de seguridad del Mayo. A la vez, tenía relación con la célula de contrainteligencia compuesta por militares y ex militares subordinados al Chaky.
Tras los seguimientos que se hicieron de los teléfonos de Torres Félix y las casas con que mantenían comunicación, la policía federal dibujó la red completa.
La descripción del hombre de 28 años coincidía con la del Vicentillo, primogénito del Mayo, cuya primera esposa e hijas fueron ubicadas perfectamente de manera física en ese momento y luego ubicadas por agencias mexicanas y estadounidenses como principales lavadores de dinero del capo sinaloense. Estaba dada la posibilidad de capturar a familiares del Chapo presuntamente participantes de sus actividades ilegales.
EL CAPITÁN PERICO
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Si es cierto lo dicho por Iván Castro Sánchez o Pedro Bárcenas –las autoridades civil y militar creyó en su declaración del 13 de octubre de 2002–Comandante Perico, conoció en la neblina de tabaco y sudor del bar Pacinco, en el Distrito Federal, a un hombre que lo llevó ante Francisco Tornez.
Pancho y Perico compartían un par de cosas: ambos habían pertenecido al ejército, los dos se hacían pasar aún por capitanes y los dos tenían modos de vender inteligencia militar al narco.
Perico compraba la información a los militares del CIAN que luego entregaba los datos a Pancho Tornez. Al inicio de la relación recibía 2 mil o 3 mil pesos; al final, hasta 2 mil dólares por reporte.
Las relaciones descritas por el militar desertor abarcaban generales. Uno de ellos fue Guillermo Álvarez Nahara, ex director de la policía judicial federal.
“Lo fui a ver en compañía de Venancio Bustos, ex militar –también con pasado en Inteligencia Antinarcóticos del ejército–, y Carlos Águila, agente federal de investigaciones en activo. Fuimos a ver al general, porque existe el rumor que lo iban a nombrar titular de la PFP. Lo visitamos en sus oficinas ubicadas a un lado del Banco del Ejército, pero el general nos dijo que ni siquiera sabía la existencia de ese rumor.
“También recibo llamadas a mi celular de Adrián y El Brandon, quienes trabajaron anteriormente en el Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional (CISEN)”.
Otra muestra de que Perico no sólo incorporó militares en activo a las filas de Juárez es Rubén Escalante Camarillo El Lobo, quien inició carrera en las armas en 1993 asignado como auxiliar de administración en el Campo Militar Uno de la Ciudad de México, donde conoció a Marcelino Arroyo López y a Perico.
En 1996, El Lobo se empleó en una empresa relacionada con recursos humanos que era propiedad de la familia de Miguel de la Madrid como chofer escolta de los hijos del ex presiente –uno de ellos, Enrique, fue designado por el Presidente Enrique peña Nieto como director general de Banco Nacional de Comercio Exterior–. Perdió el trabajo el día en que la familia ex presidencial dejó México y se asentó en Europa.
Lobo ingresó al CISEN como agente investigador. Salió en 2000 de manera directa a la Policía Federal Preventiva donde estuvo adscrito como suboficial, hasta su detención, en octubre de 2002, a la Dirección General de Operaciones Especiales.
Desde ahí sirvió al Cártel de Juárez. Formalmente apoyaba el cumplimiento de órdenes de aprehensión del fuero común y del federal. Entre las revelaciones aportadas por El Lobo están los detalles que aportó sobre un cateo masivo previsto por la PFP en Culiacán.
Perico fue también quien advirtió de la inminente persecución contra Javier Torres Félix, a quien se le imputó una masacre de 12 personas en Sinaloa.
Las infidencias de los militares no sólo actuaban a favor de la seguridad de los líderes del Cártel de Juárez. Perico declaró que Arturo Hernández González El Chaky ofrecía dinero por la muerte de Osiel Cárdenas Guillén, el ex capo extraditado del Golfo.
En la libretita con espirales de Perico, los policías encontraron un par de direcciones Paseos de Churubusco y Polanco, en el Distrito Federal. En ambas se leía un nombre, escrito con su propia mano: Osiel. Los domicilios eran las oficinas de Cárdenas Guillén en la capital. Le fueron proporcionados por Marcelino Arroyo y terminaron en manos de Francisco Tornez.
Otro nombre investigaba Perico en la red de infiltrados. Le fue anotado por Francisco Tornez en un trozo de papel de estraza: “Jerónimo López Landeros Mayo”, uno de los seudónimos con que las agencias estadounidenses identifican al Mayo Zambada.
EL CAPITÁN PANCHO
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Francisco Tornez Castro también se llamó Víctor Manuel Llamas Escobar. Pero le gustaba más ser el Capitán Pancho.
Ingresó al ejército mexicano en el complicado 1968, año de la represión en Tlatelolco, y causó baja en 1975 con el grado de sargento primero, cuando se adhirió al grupo ENLACE –así lo identificó en su declaración– como miembro de la Policía Judicial de Guerrero.
En ese grupo, puntualizó, participaban elementos de la PGR, la Policía Judicial Militar, la Policía Estatal de Guerrero y la Dirección Federal de Seguridad. Su función era combatir los restos de la guerrilla de Lucio Cabañas, muerto en 1974.
Pancho entró por recomendación de un general sin mayor trascendencia y recomendado por el entonces teniente coronel Arturo Acosta Chaparro, director de la Policía Judicial y Seguridad Pública en Guerrero durante los años de la Guerra Sucia.
ENLACE, pues, fue una denominación de la Brigada Blanca. A Tornez le tocó seguir al segundo en mando después de Lucio Cabañas. Al año y medio dejó la Brigada Blanca de manera formal y se convirtió en policía judicial de Durango gracias a la recomendación, esta vez, del propio Acosta Chaparro.
Como judicial de Guerrero conoció a los hermanos Gustavo, Alfredo, Manuel, Otoniel Tarín Chávez, todos de la máxima confianza de Acosta Chaparro. También a Germán Bello Salgado, sargento segundo del ejército quien, al poco tiempo se convirtió en comandante de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Cuando la DFS desapareció en 1985, tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena por órdenes de Ernesto Fonseca –bajo cuyas órdenes inició carrera en el narcotráfico El Mayo Zambada–y Rafael Caro Quintero dadas a agentes y agentes de la misma policía política, el comandante Bello se mudó con mismo cargo a la Policía Judicial Federal hasta 1997, cuando fue dado de baja por un delito no especificado en el expediente de la justicia militar.
Ese mismo año era ya “el secretario particular del Chaky”, según Pancho Tornez quien, para hablar con el jefe de sicarios del Señor de los Cielos, antes debía hablar con Bello y a éste le reportaba toda la información recolectada por la red de militares, agentes del CISEN, de la Federal Preventiva, de la Fiscalía de Delitos contra la Salud y de las judiciales estatales a los que Juárez tuvo en su nómina entre mediados de los noventa y mediados de esta década.
“También conozco a Juan Parra Cortés. Es mi amigo y me presentó a Perico. También fue quien me consiguió la credencial de la Secretaría de la Defensa que me acredita como policía judicial militar. Es amigo del general Acosta Chaparro.
“Y a Jaime Delgado. Es subsecretario de Seguridad Pública en Acapulco, Guerrero, ya que fue chofer de Acosta Chaparro y es a quien llamo para cuestiones de licencias y trámites administrativos”, declaró Tornez ante el ministerio público federal.
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El Capitán Pancho vivía bien, al menos a su entender. Tenía dos mujeres con relaciones fijas lo que, explicó Perico, le impuso la necesidad de tener dos nombres.
Nunca dejó de presentarse como capitán del Ejército, aun cuando ni sus novias lo vieran alguna vez uniformado. Decía estar comisionado en alguna operación que le imponía dejar el uniforme en el clóset. Tenía cuatro casas en Cuernavaca, otra rentada en el DF y un departamento también alquilado en la ciudad de México y cuatro vehículos, incluidos una camioneta 4×4 y un Trans Am.
Empleaba una cocinera de Guerrero y su chofer era un ex militar dado de baja por violación sexual.
El Capitán Pancho tenía su caballo en el club hípico de Santo Tomás Ajusco, donde también solía montar el director de la Dirección Federal de Seguridad comprado por el narco, José Antonio Zorrilla Pérez, y era propietario de un rancho de borregos.
Pero Pancho era sobre todas las cosas un hombre de relaciones. Entre sus amigos estaba Julián Marín Ávila, jefe de la policía motorizada de Seguridad Pública de Chilpancingo, Guerrero.
“Me ayudó a causar alta en esta corporación como oficial comandante, donde recibo un sueldo de 4 mil pesos mensuales sin acudir a trabajar. Mi amigo Julián Marín se encarga de que me pasen lista. Únicamente me presento en las quincenas para cobrar mi sueldo.
Así, utilizaba a la vista una pistola escuadra grande de cargo en su calidad de comandante de la policía de Chilpancingo y se ocultaba una pequeña calibre .25.
“Marín me invitó a financiar la campaña política de su compadre Gonzalo Gallardo como candidato del PRI a la presidencia municipal de Copala, Guerrero. A cambio me daría todas las obras públicas de ese municipio. Aporté 300 mil pesos”, confesó Pancho Tornez 12 de octubre de 2002.
Ante la perspectiva del gran negocio de ser contratista de gobierno, Tornez compró maquinaria para la construcción.
Pero Gonzalo Gallardo perdió. En aquel momento. Hoy es el alcalde de Copala.
No hay espía sin libretita. La de Tornez era de una agenda dorada con el logotipo de Mexicana de Aviación. Los nombres en el cuadernillo incluían a Agustín Montiel López, ex director de la Policía Judicial en Morelos, y a Humberto Fernández, custodio de la penitenciaría de Cuernavaca.
Otro apunte decía simplemente “Granados”.
El ex militar perseguidor de comunistas explicó: “Corresponde al general Luis Enrique Granados Alamillo. Lo conozco porque fue mi comandante en la brigada del ejército en 1970; a la fecha le sigo hablando, porque fue mi padrino de bodas”.
Granados fue cuarto paracaidista en la historia de la aviación mexicana y amigo personal de otro general, Mario Arturo Acosta Chaparro.
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Los contraespías eran espiados. Entre mediados de septiembre y mediados de octubre de 2002, la Agencia Federal de Investigación interceptó cientos de llamadas entre Perico y Pancho Tornez, entre éste y Germán Bello, así como de personajes secundarios.
Una de las intervenciones registró el diálogo entre Capitán Perico y Capitán Pancho, Francisco Tornez sobre dos colombianos de quienes habían hablado en conversaciones anteriores.
Perico: Son dos hermanos. Te voy a platicar de dónde procede este pedo. ¿Te acuerdas que hace como mes y medio o dos meses agarraron a dos viejas en un avión con 2 millones de dólares?
Pancho: Ajá.
Perico: Al parecer una era vieja de este cabrón. Y estos güeyes están relacionados con una organización que está trabajando en Hermosillo, Sonora. ¿Te acuerdas que me habías dicho que había unos güeyes muy bravos, que estaban ahí?
Pancho: Ándale, sí.
Perico: Estos güeyes son, pero resulta que de este lado todo el pedo lo hizo la AFI. Pero ahorita están relacionando a estos dos cabrones con El Minino –como en clave se referían al Azul; en otras ocasiones, en referencia a la misma persona, la transcripción consigna el apodo de Mi Niño.
Pancho: Sí.
Perico: Entonces están movilizando gente, porque son más de 200 casas de estos güeyes.
Pancho: ¡Hijo de la c******a! ¿Tanto?
Perico: Doscientas veintitantas, ¿eh? No están encausadas todas, porque, pues tú sabes, el p****e MP no autoriza o el juez no autoriza los cateos ni nada.
Pancho: ¡Ajá!
Perico: Entonces mira: el nombre es Juan Diego Espinoza Ramírez y su hermano Mauricio con los mismos apellidos –y repite para que Tornez tome nota.
Pancho: Ajá.
Perico: Bueno, la esposa de Juan Diego se llama…
Pancho: Sí…
Perico: Sandra…
Pancho: Sí…
Perico: Ávila.
Pancho: Sí…
Perico: Beltrán –pronunció el ex militar el nombre de la Reina del Pacífico.
Pancho: Sí…
Perico: Esta p****e vieja está atorada. Se sabe que todas las casas son de ella. Están a su nombre y tiene varios nombres. Pero yo los sacaría ya. Estos cabrones estaban trabajando sin pedo alguno y andaban muy recio…
Pancho: Muy recio.
Perico: Al primer güey, a Juan Diego, le dicen El Tigre.
Pancho: ¿Entonces cuando empiezan?
Perico: Los asuntos ya empezaron, pero hay muchos pendientes que tiene que avalar el juez. No es tan fácil, pero están esperando.
Pancho: Bueno.
Perico: A todos los relacionan con El Mayo Zambada.
Pancho: ¡Hummmmu! Te encargo mucho. Estate al pendiente, estate al pendiente de los otros asuntos.
Perico: Sí. Y lo que sigue es Guadalajara. Sandra Ávila Beltrán, sobrina del viejo capo Miguel Ángel Félix Gallardo, y su novio El Tigre –a quien conoció por medio de Ignacio Coronel, el único capo de Sinaloa muerto durante los últimos tres sexenios– serían capturados hasta finales de septiembre de 2007 en el centro comercial de San Jerónimo, en la Ciudad de México.
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La Agencia Federal de Investigación grabó una llamada entre Francisco Tornez Capitán Pancho y el Comandante Bello.
Pancho: ¿Dónde anda ese hombre?– preguntó por el Chaky.
Bello: No está ‘orita.
Pancho: Mire, pa’ que tome nota, a ver si estos muchachos son de la empresa.
Bello: Permítame…
Pancho: Juan Diego Espinoza Ramírez El Tigre y su esposa Sandra Ávila Beltrán. Al parecer a ella ya le hicieron su fiesta. Y el hermano de Juan Diego es Mauricio.
Bello: ¿Cuándo le hicieron la fiesta?
Pancho: No se sabe, pero a estos dos se la van a hacer mañana o pasado en Hermosillo y de ahí se vienen a Jalisco. Ya están los muchachos allá para llevar a cabo la pachanga. Entonces los muchachos quieren saber si son gente de allá, de la misma empresa de nosotros o no, para que dejen trabajar a estos muchachos.
Bello: ¿Entonces van a hacer la fiesta en Hermosillo y Guadalajara?
Pancho: Entonces, pero los están relacionando con gente del Minino. Al parecer sí, pero ellos quieren saber, porque quieren meter trabajo ellos. Ya están allá y van con gente de la AFI.
Bello: ¿Ah sí?
Pancho: Y quieren saber si son gente de la familia, si es la empresa, pues, ¡para que les avisen ustedes que les van a hacer su fiesta! Y si no son, pues callados van a trabajar.
***
Pancho: Aquí los muchachos se van hoy y mañana se van muchos guachos. Puros de inteligencia… militar. Yo ahorita acabo de hablar con el capitán que va al mando.
Bello: ¿De hoy y mañana sale gente o llega gente?
Pancho: ¡Llega genta allá ya pa’ reventar! Hoy y mañana, porque el lunes van a reventar. Una de las casas que van a reventar… está la señora del Mayo. ¡Sáquenla!
Bello: ¿Entonces es el domicilio de la señora?
Pancho: Sí, uno de los domicilios, ¿se acuerda de los tres domicilios que le mandé?
Bello: Mmmjm. Pero no dicen qué domicilio es…
Pancho: ¡No! ¡No! ¡No dicen!
Bello: Permítame tantito, que estoy cuadrando aquí bien.
Pancho: ¡Sí, sí! Y van a reventar el lunes. ¡El lunes!
Bello: ¡El lunes!
Bello: ¿La esposa del Nino (sic), verdad?
Pancho: ¡Sí! Bueno, yo acabo de hablar con el capitán. Ahí le va el nombre del capitán que va al mando. Va el capitán Ornelas. Yo ya hablé con él y me dijo que nos dan chance de abandonarlo todo. Pero va reforzado por el general brigadier, anótelo ahí, director de la Policía Judicial Federal Militar (se omite nombre). Este general llegó la semana pasada de un curso en Colombia.
Bello: ¡Uhmmmm!
Pancho: Entonces al tiro, porque vienen bien reforzados. Van perros, ¡no hay tregua aquí! ¿Eh? Ahorita con el único que pude hablar fue con el capitán. Me mandó a llamar tempranito.
Bello: ¡Uhmmmm!
Pancho: Me dijo: “Mira, quiero que lo hagan hoy mismo, que abandonen todo, porque no sea que el p****e general se vaya a calentar y quiera empezar a catear desde el domingo, desde mañana”.
Bello: ¡Hey!
Pancho: Pero él mismo va a trazar la gente para que no se catee mañana, se catee hasta el lunes, pero dijo que no quiere que corramos riesgos. ¡Trata de hacerlo hoy mismo, cabrón!
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Marcelino Arroyo fue quien informó de que su oficina había colocado vigilancia al capitán Salvador Ortega Barrera, piloto de la Fuerza Aérea adscrito a la Dirección de Erradicación de la PGR.
Salvador también colaboraba, aunque en otra nómina, para el mismo Cártel. Ortega Bernal, según el conjunto de declaraciones, proporcionó la primera alerta a Javier Torres Félix, lugarteniente del Mayo Zambada, de que ocurriría una andanada de cateos a casas de su propiedad en Culiacán.
El asunto trascendió y fue motivo de otra conversación entre Pancho y Bello.
Pancho: Ustedes deben tener un amigo, gente del Mininio.
Bello: ¡Sí!
Pancho: Un capitán piloto aviador de la Fuerza Aérea…
Bello: ¡Ajá!
Pancho: Salvador Ortega Bernal. Le doy todos los datos. A este capitán le agarraron la llamada dando información a la gente de allá. ¡Cuidado! Ya le pusieron cola y se lo van a chupar.
Pero quienes tardaron años en ser “chupados” fueron los hijos del Chapo y del Mayo, cuya red de lavado de dinero, encabezada por sus hijas se vigente hasta hoy, según la DEA.
EL INGENIERO
Domingo Silva Montaner, ingeniero de profesión, dedicó toda su vida al espionaje. Primero lo hizo para la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política que desapareció cientos de disidentes y guerrilleros durante los 70, y luego para el Cártel de Juárez.
Uno de los teléfonos encontrados en las camionetas de Cosalá mantenía comunicación con otro celular de la zona metropolitana de la Ciudad de México a nombre suyo con domicilio en la colonia Portales del DF, que coincidía con la dirección de la empresa Enlaces de Comunicaciones.
Los agentes federales de investigación también probaron su relación directa con la empresa Comunicaciones Culiacán. Y, para entonces, ya estaba relacionado mediante intercepciones telefónicas con Germán Bello, secretario particular del Chaky y Pancho Tornez.
“Por medio de las investigaciones realizadas se sabe que el Ing. Domingo Silva es quien proporciona asistencia técnica y el equipo de comunicaciones a Ismael Zambada por medio de sus empresas”, reportaron los policías.
Domingo Silva era una parte fundamental en la organización de inteligencia del cártel, tanto que los infiltrados recibieron la consigna de ubicar su expediente en la PGR y desaparecerlo.
Según Francisco Tornez, la averiguación previa estuvo disponible gracias a una agente del ministerio público federal de nombre Leticia Gutiérrez, quien solicitó 30 mil pesos por entregar el documento.
“Le llamé al Chaky para comentarle de esta situación. Me contestó el comandante Germán Bello y me dijo que los mandara a la c******a, porque ellos tienen gente más cercana que podía conseguir el expediente”, declaró Tornez.
EL DISCÍPULO DEL DIABLO
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El Chaky se deslumbró con el poder de las insignias: barras y estrellas y estriadas de cinco picos en las sobrehombreras, aunque las veía generalmente bordadas en negro, porque eran vestidas con el uniforme de campaña. Y la campaña era la persecución de los guerrilleros dispersos en la montaña de Guerrero.
Arturo Hernández González, un muchachito acapulqueño medio desarrapado de 10 o 12 años, no podía más que maravillarse por esos años, la primera mitad de la década de los 70, ante el paso desafiante de los jefes militares.
Uno de ellos, al que lavaba el auto en la comandancia de la Policía Judicial de Guerrero, lo adoptó. En ese tiempo, el militar llevaba dos estrellas doradas. Era teniente coronel. El tiempo le traería la estrella plateada y solitaria sobre el escudo nacional, seña distintiva de un general brigadier: Mario Arturo Acosta Chaparro.
En esos años, el jovencito también conoció a unos hermanos que serían definitivos en su vida de apellidos Tarín Chávez.
Uno de ellos, Manuel, trabajó en 1972 como ayudante de la Policía Judicial de Chihuahua. Tres años después, entre 1975 y 1981, causó alta en la Policía Judicial de Guerrero como jefe de grupo bajo las órdenes de Acosta Chaparro, padrino de su hermano Ezequiel. Otros dos hermanos suyos, Otoniel y Gustavo, estuvieron en la misma corporación con igual asignación, pero comisionados por la Policía Judicial Militar.
“Estuve asignado a un grupo que combatía las células guerrilleras directamente con el general Acosta Chaparro, a quien frecuento todas las veces que vengo a la Ciudad de México”, declaró Manuel Tarín en abril de 1989.
Pocos años después, su hermano Gustavo se convertiría en testigo protegido y uno de los principales acusadores de los generales Acosta Chaparro y Francisco Quirós Hermosillo en los procesos que se le siguieron por la matanza de disidentes políticos y por narcotráfico.
Manuel Tarín y Arturo González se odiaban como sólo pueden quienes bien se conocen. En 1975, el lavacoches se convirtió en chofer de la familia del primero, hasta que Arturo y una hermana de los Tarín Chávez se enamoraron. La muchacha resultó embarazada.
Manuel relató el momento:
“Mis hermanos Gustavo y Otoniel lo golpearon. Lo amarraron y lo colgaron en los separos de la Policía Judicial de Acapulco. Abogó por él su madre, que en realidad era su hermana mayor. También Acosta Chaparro, que en ese tiempo ya era mayor”.
El honor se resarció en el altar. Pero sólo el de la familia. Según Manuel Tarín, desde el día de la boda entre su hermana y el sicario, éste la golpeó hasta el momento de su separación.
De aquellos años y de su inclusión al mundo compartido entre narcotraficantes, policías y anticomunistas Arturo González El Chaky recordaría una estampa:
“Conocí a Juan José Esparragoza Moreno El Azul cuando trabajé en la Dirección Federal de Seguridad. Estaba en Tuxtepec, Oaxaca. Ahí se sembraba marihuana. El Azul llegaba con mucha gente en camionetas y él también sembraba. El comandante de la Federal de Seguridad, que entonces era Tomás Morlet, les daba chance para la siembra”.
En 1985, el comandante de la región norte de la agencia de la Dirección Federal de Seguridad y narcotraficante confeso, Rafael Chao López, señaló a su compañero Tomás Morlet como uno de los comandantes que con regularidad entregaban dinero del narcotráfico al director de la agencia mexicana de espionaje en ese momento, José Antonio Zorrilla Pérez, encarcelado por el asesinato del periodista Manuel Buendía y vendedor de protección a Rafael Caro Quintero.
Tomás Morlet fue uno de los hombres que abrieron la conexión entre la DFS y el futuro Cártel de Juárez, en primera instancia. Se asoció con Rafael Aguilar Guajardo, ex comandante de la corporación de inteligencia y cofundador del Cártel de Juárez desde donde operó un equipo de contrainteligencia implantado en el CISEN. Tomás murió como uno de los jefes de sicarios del Cártel del Golfo.
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La siguiente viñeta de la vida del Chaky existente en el expediente de los narcoespías militares le coloca, a principios de los 90, como integrante del Grupo Palma de la Policía Judicial Federal, creado por la PGR en 1987, y Guillermo González Calderoni, quien luego vendería protección al Cártel del Golfo.
El quinteto de Los Tigres del Norte incluyó en recopilación de sus 20 Corridos Prohibidos, las canciones Pacas de a Kilo, Jefe de Jefes y Gabino Barreda. Y El Discípulo del Diablo, dedicada a Guillermo González Calderoni.
“En 1994 conocí a Amado y Vicente Carrillo Fuentes en una carrera de caballos en la ciudad de Chihuahua”, declararía el propio Chaky.
Sin embargo, Pancho Tornez describió al Chaky tiempo antes, en 1991, volcado a la riqueza, olvidado el aspecto costeño, vestido como vaquero del norte. Un servidor de Juárez.
Admitió que recibía tráileres cargados de cocaína o marihuana en Durango para escoltarlos con dos o tres vehículos de la de la caseta de Cuencame, Durango, a los límites de este estado con Chihuahua.
El propio Arturo explicaría su apodo: “Tengo como apodo El Muñeco, aunque alguien después de una fiesta me dijo que me parecía al Chuky –palabra transformada en Chaky por la repetición– y así se me quedó de apodo. Soy adicto desde hace muchos años a la cocaína”.
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El Señor de los Cielos murió y se convirtió para siempre en leyenda de la mafia. Falleció en la mesa del quirófano, en 1997, cuando cuatro cirujanos plásticos se afanaban en transformar todos sus rasgos. El Chaky, presumió la PGR, asesinó a los médicos, segmentó los cuerpos y los sumergió en un tambo de cemento y dejó los cadáveres en la Autopista del Sol.
También se le atribuye el asesinato de 10 pistoleros rivales en Ciudad Juárez a quienes habría enterrado en el Rancho La Campana.
Se le acusó del asesinato de Carlos Ventura Moussong, hombre de confianza de la DEA, aprehensor de Ernesto Fonseca, Caro Quintero, El Azul Esparragoza y el ex Gobernador de Quintana Roo Mario Villanueva. El agente del MP le preguntó sobre el asunto.
“Con el comandante Ventura Moussong tuve gran amistad”. Tanta que, según él, le avisó cuando un amigo lo quiso delatar en la PGR. Traicionado, El Chaky ordenó la muerte del soplón.
“Se anda diciendo que yo lo mandé a matar. Esto es falso y explico por qué: cuando detuvieron a mi sobrino, me dijeron que lo había detenido Ventura Moussong. Y sí dije: lo voy a matar. Pero Ventura me mandó a decir que él no había sido, que conocía a Jorge desde pequeño y que él no me haría algo así. Y ahí quedó todo”.
El Chaky dio detalles de su personalísima nómina. La que le mantenía salvo en Gómez Palacio los años que ahí vivió. Había un policía municipal, quien lo alertaba de la presencia de policías extraños a cambio de 4 mil o 5 mil pesos.
Habló de Víctor Blancas, comandante de la Policía Judicial Federal en la misma ciudad, encargado de avisar cuando la policía no comprada se le acercaba demasiado. “A este sujeto yo mismo le daba cada vez 5 mil dólares”.
Cuando la Policía Judicial Federal se convirtió en la Agencia Federal de Investigación, reclutó al agente federal de investigación Néstor Tobías de la Cruz a quien se retribuía con 3 mil o 4 mil dólares cuando avisaba de operativos.
En la oficina de Gómez Palacio tenía un hombre, sólo identificado como Amado, a quien daba 8 mil o 10 mil pesos por cada línea segura que desviaba: se contrataban líneas telefónicas a registrarse en un domicilio, pero se desviaban a otro para que no fueran ubicables.
Y habló de sus cuñados, los Tarín Chávez. Los que lo colgaron con el cuerpo hinchado de tanta tunda en los separos de Acapulco. Apuntó especialmente a Gustavo, convertido en testigo protegido y principal acusador de Acosta Chaparro.
“Efectivamente conoció a Amado y a su hermano Vicente, con quienes trabajó. Pero no le tienen confianza, porque asesinó a su hermano”. (El fratricidio entre los Tarín fue el mismo argumento invocado por Acosta Chaparro para denostar las palabras de Gustavo cuando le tocó turno de ir al banquillo).
Lo detuvieron con su sombrero y sus botas. Traía documentación de su deportación de Estados Unidos por estar en ese país sin papeles. Se sentía mal por su hipertensión y el dolor que le recordaba una vieja lesión en la pierna izquierda. Al final de su declaración, el Chaky buscó la influencia de su pasado.
“Mi conducta puede ser avalada por los generales Mario Arturo Acosta Chaparro y Francisco Quiroz Hermosillo”.
EL GENERAL
¿Quién era Mario Arturo Acosta Chaparro Escapite en Guerrero, en los mismos años en que los narcotraficantes relacionados con él iniciaron su desarrollo empresarial hasta ser hoy los capos, los fundadores de la República de las Drogas? ¿Qué cimientos hubo para que ese estado sea zona de guerra de los cárteles modernos?
El espionaje de Estado es un sistema que por naturaleza se espía a sí mismo. Acosta Chaparro fue seguido con atención por la Federal de Seguridad y se escribieron decenas de reportes sobre sus actividades policíacas en Guerrero, en esos años gobernado por la familia Figueroa. Uno de ellos, Rubén, candidato en 1974 a la gubernatura del estado, fue secuestrado por la gente de Lucio Cabañas.
Luis Echeverría, identificado como colaborador directo de la CIA, pero también amigo cercano de Rubén Figueroa, enfureció y lanzó a “los tigres” en su contra. El maestro guerrerense se convirtió en una de las prioridades de Acosta Chaparro, en ese momento con grado de teniente coronel del Ejército, y ese mismo año, en diciembre, fue cazado y su cadáver fotografiado con sus captores alrededor a manera de muestra del trofeo conseguido.
Acosta se convirtió en una especie de policía plenipotenciario. En algún momento de 1976 ya era director de la Policía y Tránsito de Acapulco y fue nombrado, a la vez, jefe de grupo de la Policía Judicial del estado en este puerto. En la época, el cultivo de marihuana y amapola a gran escala era extendida por los narcos sinaloenses hacia el Pacífico Sur.
Respecto al nombramiento, el órgano de vigilancia de la Secretaría de Gobernación anotó:
“Se ha rumorado insistentemente que esta actitud del gobernador del estado Rubén Figueroa Figueroa se debe a que uno de sus hijos fue secuestrado, indicando que con esta acción el mencionado mayor se encargará de las investigaciones al respecto”.
Con frecuencia, Acosta enfrentó acusaciones por las desapariciones ocurridas en Guerrero. En noviembre de 1976, el militar retuvo a ocho policías de Acapulco. La detención fue pública y las familias de los uniformados reclamaron la entrega de los detenidos, quienes permanecieron en calidad de desaparecidos durante un mes. La presión creció y el responsable de la Brigada Blanca en el sitio los debió presentar:
“Estaban sujetos a investigación por delitos cometidos contra la sociedad”, legisló Acosta al momento. A continuación lo designaron jefe de la Policía Judicial de Guerrero, encargo que incluía mandato sobre todas las demás policías, es decir, también la de Tránsito y Seguridad Pública.
Acosta Chaparro pertenecía, al mismo tiempo, a la DFS. Su desempeño le llevaría a llevar el cargo de Jefe del Departamento de Asuntos Exteriores de la Dirección Federal de Seguridad. En otras palabras: discutía y acordaba con funcionarios de otros países asuntos relacionados con la contención “del terrorismo”, término ya utilizado desde entonces.
Llama la atención un diagnóstico político de Guerrero realizado por la Dirección Federal de Seguridad, en que consignan las otras actividades de Acosta Chaparro, además de integrante de la Brigada Blanca o Especial. Tiene fecha de 14 de mayo de 1976:
“El mayor Arturo Acosta Chaparro es atacado por sus manejos turbios que le reditúan fuertes sumas de dinero al mes, comentándose que tiene protección incondicional del Lic. Rubén Figueroa Alcocer, hijo del gobernador del estado –y futuro mandatario del mismo, responsable político de la matanza de Aguas Blancas”.
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¿Cómo operaba Acosta la contrainsurgencia? De acuerdo a los documentos recabados de los archivos de la DFS, el militar también desarrollaba tareas de propaganda.
En 1977, las organizaciones sociales de Guerrero acusaban la desaparición de 150 personas a causa de su posición política. A principios de marzo, convocaron a una concentración en el puerto de Acapulco para el día cuatro de ese mes y reclamar la presentación de sus compañeros y el freno a la persecución.
En la víspera de la manifestación, la patrulla 105 de Policía y Tránsito de Acapulco, a cargo de Acosta, repartió un volante que, en síntesis, decía:
“¡La hora de iniciar la guerrilla urbana en Guerrero ha llegado!
“Brutalmente soberbio ha regresado el burgués José López Portillo (Presidente de México) después de su entrevista con (Jimmy) Carter (Presidente de Estados Unidos) que sostuviera en los Estados Unidos y aquí en Guerrero han radicalizado sus procedimientos los defensores del sistema capitalista encabezados por el oligarca monopolista y explotador Rubén Figueroa.
“¡Te invitamos al mitin más violento que se haya realizado en Acapulco! ¡Debemos desenmascarar a todos los peleles del régimen!
“El 4 de marzo es el día fijado para iniciar la guerrilla urbana en el puerto. Estamos estrechamente unidos con nuestros heroicos compañeros de la Liga Comunista 23 de Septiembre (…) Estamos dispuestos a que renazca la acción armada que dejaron trunca nuestro héroes Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos.
“¡Los comunistas te convocamos a la revolución armada! ¡Con el fusil en la mano salvarás a tus hermanos!”.
***
El 14 de marzo de 1972 fue secuestrado Cuauhtémoc García Terán, hijo del cafeticultor Carmelo García Paniagua por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres que comanda Lucio Cabañas.
Los guerrilleros solicitaron 3 millones de pesos de rescate, no dar aviso a las autoridades y publicar el ideario de la agrupación. El 8 de junio de ese mismo año García Terán recuperó su libertad una vez que su familia pagó 500 mil pesos en efectivo y 800 mil pesos en documentos.
El siguiente reporte de la Dirección Federal de Seguridad da cuenta de cómo se operó el rescate. Es, también un indicio del supuesto manual de operaciones para la captura de los comunistas. Un ex agente del servicio secreto mexicano explicó que las técnicas del secuestro en México devienen de las tácticas empleadas por la Dirección Federal de Seguridad.
El informe, fechado en Acapulco el 15 de abril de 1972. Está firmado por el capitán Luis de la Barreda Moreno, director de la DFS y hombre de todas las confianzas de Fernando Gutiérrez Barrios. De la Barreda fue un hombre a quien el primer –o penúltimo–gobierno panista intentó llevar a prisión por la desaparición del activista Jesús Piedra.
El texto se transcribe a continuación:
Con motivo de que los secuestradores de Cuauhtémoc García Terán dirigieron a la familia de éste el cuarto comunicado, la Comandancia de la 27 Zona Militar elaboró la siguiente directiva:
Misión.
Efectuar operaciones a partir de las siete horas del 15 de abril de 1972 sobre el camino de Atoyac de Álvarez-El Paraíso con el fin de localizar a los secuestradores y proceder a su captura o exterminio y rescatar al joven.
Concepto de la operación.
a) La efectuará el persona del 50 Batallón de Infantería, reforzado con personal de los 27 y 48 Batallones de Infantería ayudados por el personal de la Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial del Puerto de Acapulco.
b) A partir de las 7 de la mañana del 15 de abril se despacharán diez patrullas motorizadas en el tramo comprendido entre San Andrés de la Cruz-El Paraíso, con cinco patrullas en cada uno de los sentidos de dicho camino con el fin de hacer presión sobre los elementos maleantes obligándolos a colocar señalas o actuar en el tramo comprendido entre Atoyac de Álvarez-San Andrés de la Cruz.
c) Las patrullas se moverán en cada sentido con un intervalo de tres kilómetros entre cada patrulla a partir de las siete de la mañana del 15 de abril de 1972 hasta las tres de la tarde del 17 de abril de 1972.
d) El tramo entre Atoyac de Álvarez-San Andrés de la Cruz deberá quedar totalmente despejad9o de toda vigilancia ya sea por parte de las tropas como de otras fuerzas de seguridad.
e) Una vez que salga de Atoyac el coche VW color amarillo, el cual irá equipado con una estación de radio PRC77, le precederá a una distancia de un kilómetro un vehículo civil con un pelotón de fusileros vestidos de civiles manteniendo una velocidad igual a la que se desplaza el VW.
f) La retaguardia del coche VW a una distancia de un kilómetro se desplazará a otro vehículo civil y con otro pelotón de fusileros en la misma forma que antecede al coche.
g) Cada uno de los vehículos que transporte a los dos pelotones deberá ir equipado con una estación de radio PRC77 manteniendo la comunicación con la estación que se transporte en el coche VW.
h) Una vez que el coche durante su recorrido llegue al lugar en donde se encuentra la señal convenida de inmediato lo reportará el personal que se transporte tanto a su vanguardia como a su retaguardia mediante una señal convenida.
i) Al recibir el personal la señal del coche de inmediato desmontará de su vehículo e iniciará su desplazamiento hacia la dirección en que se encuentre el coche, moviéndose a campo traviesa como eje de la carretera y desplegados.
j) A partir de las 9 horas del 15 de abril se establecerá una vigilancia discreta con personal de la Policía Judicial sobre el domicilio de Carmelo García con la misión de interceptar cualquier otro comunicado que pudieran enviar los secuestradores.
k) El comandante del 50 Batallón de Infantería mantendrá una reserva móvil en condiciones de acudir al punto que se requiera en el menor tiempo posible.
l) Se establecerá en forma escalonada y a una distancia convenientes estaciones de radio fijas para complementar la comunicación entre los elementos participantes.
m) En caso de haber detenciones, los detenidos serán interrogados por los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, capitán Acosta Chaparro y agente Bravo, así como por el comandante de la Policía Judicial de Acapulco, Wilfrido Castro y el jefe de grupo Isidoro Galeana Abarca.
El anterior instructivo es firmado por el general de división Joaquín Solano Chagoya.
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Ya nada se escribió de la suerte de los guerrilleros secuestradores. La rutina era torturarlos, golpearlos.
Y los hombres de la DFS sabían golpear. Los entrenaba el hombre mejor preparado para esto, quizá el mejor karateka en la historia de México, un médico que se volvería, décadas después, en un funcionario crucial en el tema de las drogas.
Quizá el destino de los “subversivos” fue el del avión Aravá, perteneciente a la Defensa Nacional y desde el cual en los setenta se lanzaron al mar guerrilleros sin vida. Hablaría de la aeronave el general Francisco Quirós Hermosillo, jefe de la Brigada Especial, dependencia dedicada a trabajos contrainsurgentes, y mancuerna de Acosta en los asuntos de la Guerra Sucia y del narcotráfico también:
“Estaba a disposición de la brigada (Blanca) que comandaba”. La tripulación del Aravá fue detenida en noviembre de 1979 por transportar droga de la base militar de Pie de la Cuesta, Guerrero, a Laredo, Texas.
El primero de diciembre de 1984, la DFS estaba particularmente atenta a los rumores relacionados consigo misma. Se discutía en corredores y se insinuaba en columnas periodísticas la sustitución de su director, José Antonio Zorrilla Pérez, ya sujeto de sospechas por su colaboración con Rafael Caro Quintero y el asesinato del periodista Manuel Buendía.
Los rumores tomaron forma en un memorándum redactado por el agente de la DFS adscrito a Acapulco, Guerrero, quien redactó:
“En el Hotel Las Brisas –cuartel y despacho de uso frecuente de Acosta– de este puerto, el teniente oficinista encargado del departamento de seguridad de dicho hotel manifestó que debían prepararse para trasladarse a la Ciudad de México ya que el coronel paracaidista Mario Arturo Acosta Chaparro será próximamente director Federal de Seguridad (…)”.
***
El Frente Estatal contra la Represión en Guerrero acusó a Acosta Chaparro de ser responsable de dos desapariciones en las que intervino personalmente. El organismo, apoyado por investigadores de la Universidad Autónoma de Guerrero ofreció en julio de 1981 un listado de oficiales y civiles integrantes de la Brigada Blanca responsables de secuestros y detenciones ilegales en ese estado, Oaxaca y Morelos. Fueron mencionados los hermanos Tarín Chávez, Francisco Barquín y el policía estatal Isidro Galeana Abarca al que acusaron del “secuestro de 10 personas”.
Guerrero estaba demasiado harto de Arturo Acosta Chaparro, a quien el cambio de sexenio, a favor de Miguel de la Madrid, no le llevaría hacia arriba en su carrera política. Los propios reportes de la DFS señalaban su enriquecimiento inexplicable, la extorsión como forma habitual de comportamiento de sus policías y los constantes señalamientos de su protección al narcotráfico.
Al siguiente año, ya fungía en Veracruz, en similares tareas antiguerrilleras.
El 7 de julio de 1982 fue nombrado como director de la policía de Coatzacoalcos, Veracruz, al mayor Gustavo Tarín Chávez por orden del director de Seguridad Pública de Veracruz, el teniente coronel Mario Arturo Acosta Chaparro. Tarín fue nombrado además delegado del Quinto Distrito, que comprendió la supervisión de todas las policías preventivas del sur del estado.
Tarín, pues, era un hombre cercano a Acosta, lo suficiente como para decir, 18 años después, que su general era un hombre del Cártel de Juárez.
EL KARATEKA
El 27 de julio de 1977, Manuel Mondragón aparecía en los informes de la Dirección Federal de Seguridad como presidente de la Federación Mexicana de Karate. El médico cardiólogo e internista era seguido desde años atrás por la policía secreta.
En esa fecha, el actual Comisionado Nacional de Seguridad envió una carta a la propia DFS en que expuso su preocupación por la falta de regularización de algunas escuelas de karate.
Escribió a Fernando García Paniagua, en ese momento director Federal de Seguridad, y dueño de otro dato interesante en su biografía: fue hijo del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en medio de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Mondragón fue al grano en la misiva: “El propósito de esta comunicación es reiterar a la Dirección federal de Seguridad nuestro vivo deseo de continuar otorgándole la colaboración y asesoría técnica en materia de karate, tae kwon do, kung-fu y artes marciales semejantes y afines y, en consecuencia, recibir el apoyo de ese prestigiado organismo para el mejor cumplimiento de los estatutos, normas y reglamentos de nuestra Federación”.
Dicho de otra manera: el cardiólogo e internista Mondragón y Kalb enseñaba cómo golpear y defenderse a algunos de los agentes responsables de cientos de desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, encarcelamientos por delitos del orden político, secuestros, violaciones y torturas ocurridas durante la Guerra Sucia de los setenta.
***
Dos años después, en 1984, Mondragón lucía un nuevo sombrero. El procurador general de la República, Sergio García Ramírez, lo designó coordinador social. Eran años en que la función pública y, en particular, la administración de la justicia, acumulaba un claro rechazo social.
El narcotráfico estaba asentado en Guadalajara y la nómina de agentes de la DFS y de la Policía Judicial Federal pertenecía, en buena medida, a los capos Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo y Rafael Caro Quintero. Tanto, que ambas corporaciones desaparecieron años después por esta causa. El retrato documental más puntual de la connivencia de autoridades hacia criminales organizados de esos días está plasmada en el libro Desperados. Los caciques de la droga, los agentes de la ley y la guerra que Estados Unidos no puede ganar, de Elaine Shannon (Lasser Press, 1989).
El médico aseveró el 12 de mayo de 1984:
“El procurador general de la República se ha preocupado por hacer valer la justicia y aplicarla con neutralidad y honor por medio de la consulta popular (…) En México ya se inició la reforma de la justicia y demanda social, pues se han preocupado las autoridades competentes de quitar los velos de misterio a las policías del Ministerio Público Federal, como son la Policía Judicial Federal y como auxiliares a los policías judiciales de los estados, ya que se ha puesto un hasta aquí a los malos representantes de la ley sea cual fuere su jerarquía. Las puertas de la inconformidad de las injusticias están abierta
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]El sargento segundo escribiente había declarado antes de la instauración del consejo de guerra en su contra: “Efectivamente he recibido dinero a cambio de información que sustraía de la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos donde laboro para hacerla llegar a una organización dedicada a dar seguridad a narcotraficantes”.
Tras su juicio, el 10 de julio de 2006, se instauró el Consejo de Guerra en su contra. “¿Es el sargento segundo escribiente Marcelino Alejo Arroyo López culpable de que perteneciendo a la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos de la SEDENA haberse incorporado a la organización criminal Cártel de Juárez (…) con la intención de realizar labores de contrainteligencia (…)?”.
Los militares, al menos un general y ninguno con menor rango de coronel, se respondieron a sí mismos. El rostro perfectamente rasurado. El tono invariablemente marcial. En quince letras resumieron que el narcotráfico había tomado por asalto no a todo al cuerpo del ejército, sino su parte más delicada, su inteligencia:
“Sí, por unanimidad”. *
EPÍLOGO
Arroyo López dijo en su defensa que fue entregado a autoridades civiles de la UEDO, mismas que oficialmente aparecen como responsables de su detención. Aseguró que, bajo la supervisión de un coronel de Artillería de Diplomado de Estado Mayor y un mayor de Zapadores, fue torturado mediante asfixia y amenazas de muerte o daños a su familia durante días en las mismas instalaciones del Ejército.
Pero el sargento segundo escribiente Arroyo López fue condenado por un juez militar a 23 años y 4 meses de prisión el 11 de julio de 2006 por delitos contra la salud en su modalidad de colaboración al fomento y delincuencia organizada. Un juzgado civil lo dejó a salvo de las acusaciones de lavado de dinero.
También se le impuso una multa de 11 mil 922 pesos, se le dio de baja y se le inhabilitó para pertenecer al ejército durante los siguientes diez años. Fue preso en la prisión federal de Almoloya de Juárez, hoy llamada del Altiplano, a donde también llegó El Chaky.
A mayor jerarquía, más impunidad, parece ser la lección del caso de los infiltrados. El Chaky fue absuelto en definitiva por narcotráfico y una acusación por delincuencia organizado. Otra acusación por este último delito continúa en trámite y fue condenado con 10 años de cárcel por lavado de dinero. No hay más en su contra.
En septiembre de 2000, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Mario Acosta Chaparro fueron encarcelados en el Campo Militar número acusados de narcotráfico, asociación delictuosa, por presuntos vínculos con el Cártel de Juárez.
Atravesaron su consejo de guerra con cinco generales. También del asesinato de un número no determinado de guerrilleros, entre 1975 y 1979. Se presume que pudieron ser alrededor de 143 víctimas. Fueron de sentenciados el Día de Muertos de 2002 a 15 y 16 años de prisión por el delito de narcotráfico. En el deshonor, se les arrancaron las insignias que maravillaran al Chaky.
Quirós Hermosillo murió de cáncer y en el deshonor. Acosta Chaparro fue exonerado de todas las imputaciones en 2007 y quedó en libertad. El 23 de abril de 2008, vivió su ceremonia de retiro. Fue condecorado por 45 años de servicio “con patriotismo, lealtad, abnegación, dedicación y espíritu de servicio a México y sus instituciones”.
Murió hace un par de años de un tiro que le dieron en el abdomen en la colonia Condesa del DF. En el ambiente de los servicios de inteligencia se decía que Acosta Chaparro había vuelto a la operación, ahora en asistencia a un gobierno surgido del PAN.
Y sigue libre El Mayo Zambada, dueño de militares y asesinos. Un capo por cuya entrega el gobierno mexicano ofrece 30 millones de pesos y el estadounidense 5 millones de dólares. Un hombre que infiltró la inteligencia militar, cuyos agentes le dieron la libertad a cambio de mil dólares.*
Fuentes:
*Causa penal 2491/2005 llevada por el Tribunal Superior de Justicia Militar
*Expediente 564/05 abierto por el Juzgado Tercero de Distrito en Materia de Procesos Penales abierto contra Javier Torres Félix
*Causa penal 99/2002-D del Juzgado Tercero de Distrito con Sede en Culiacán, Sinaloa, abierta contra Domingo Silva Monter
*Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Mario Arturo Acosta Chaparro. Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información
*Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Francisco Quiroz Hermosillo. Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información *Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Manuel Mondragón y Kalb. Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información
P.D: No pude insertar el ultimo documento, parece ser un pdf, si alguien sabe, pongalo porfavor, yo nomas no supe, al igual que respetar el formato, estuve un ratooote tratando de hacerlo y nomas no ( es un placer volver, ya se les extrañaba cabrones jeje)
GAFE- Comisario [Policia Federal]
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Bienvenido de regreso. Pero caon cuando me refiero a "respetar el formato" me refiero tambien a poner los puntos y aparte y a separar los Parrafos, para que los que leen no les explote el cerebro de tanta informacion junta.
Y es que carajo este si que es un articulo kilometico.
Y es que carajo este si que es un articulo kilometico.
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Ayer yo me lo estaba chingando, pero me gano el sueño. Como dato, no fuera Carlos Ventura Moussong el de las detenciones de Caro Quintero, El Azul y Don Neto. Fue su padre, el celebre Cmdte. Florentino Ventura (PJF). Aunque el hijo (posteriormente AFI), estaba presente, ambos ejecutados.
Obviamente se ve mucha crap en este arículo, aunque hay algunos errores, no dudo que algunas cosas sean ciertas.
Obviamente se ve mucha crap en este arículo, aunque hay algunos errores, no dudo que algunas cosas sean ciertas.
belze- Staff
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El nacimiento de un ejército criminal
01/09/2013
El nacimiento de un ejército criminal
Guillermo Valdés Castellanos
A fines de los años ochenta el narcotráfico llega a la frontera noreste de México y Estados Unidos. Si desde las primeras décadas del siglo pasado existían en el resto del país organizaciones poderosas dedicadas a exportar drogas, es extraño que no hubieran ampliado sus actividades a esa parte de la frontera, considerando que Texas y el este de la Unión Americana (con ciudades como Nueva York) eran un mercado de primera magnitud. Es cierto que en materia de crimen organizado hubo en Tamaulipas una figura legendaria, Juan Nepomuceno Guerra: desde los años cuarenta controló el contrabando de todo tipo de artículos provenientes de Estados Unidos, cuando México vivía el modelo económico de fronteras cerradas, el cual prohibía importar casi todo. Por tanto, vender electrodomésticos, televisiones, todo tipo de aparatos electrónicos, vinos y licores extranjeros, fue un gran negocio en México hasta que el país se abrió al comercio mundial. Sin embargo, ese tipo de contrabando y el narcotráfico no eran incompatibles. ¿Por qué Guerra no entró al narcotráfico o por qué los narcotraficantes de Sinaloa o Chihuahua no se aliaron con él o lo desplazaron para aprovechar sus redes políticas y exportar drogas? Habría que estudiarlo, pero el hecho es que en las ciudades fronterizas de esa región —Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo— no existen indicios característicos de la presencia del narcotráfico: decomisos, violencia, capos, cultura del narcotráfico.
Es hasta finales de la década de los ochenta cuando se da el profundo reacomodo en el tráfico de drogas en México (provocado por el descabezamiento de la organización de Sinaloa y la desaparición de la Dirección Federal de Seguridad), que Tamaulipas aparece en el mapa de esta actividad. Otro hecho que se debe investigar es: ¿por qué en el reparto de plazas que se hizo después del encarcelamiento de Miguel Ángel Félix Gallardo para fragmentar su organización, no permitieron que alguna de las familias sinaloenses se encargara de Tamaulipas, sino que se impulsó el establecimiento de una nueva organización dedicada exclusivamente al narcotráfico, liderada por un sobrino de Juan Nepomuceno Guerra, Juan García Ábrego? Y digo que no permitieron, pensando que existió algún tipo de injerencia gubernamental, pues si el reparto se hubiera hecho únicamente con la participación de los capos sinaloenses, es decir, sin autoridades gubernamentales, no hay duda de que éstos hubieran incluido las plazas tamaulipecas; o al menos hubieran intentado disputar su control, pues para esas fechas el cacique Guerra ya era un viejo muy enfermo. Puesto que el desenlace es conocido —el “Cártel” del Golfo dirigido por Juan García Ábrego, sin participación sinaloense—, adquiere más solidez la versión de Miguel Ángel Félix Gallardo de que en la distribución de plazas en aquella reunión en Acapulco sí participó el comandante de la Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni.
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De ser cierta esta hipótesis, estamos frente a un dato de enorme trascendencia. Así se fortalecería la versión de que la fragmentación del narcotráfico en México se habría dado con la venia y la participación directa de un sector del aparato estatal en una de las organizaciones; pues en la del Golfo varios miembros destacados de la Policía Judicial Federal tendrían participación “accionaria”, por llamarla de algún modo (el mismo Guillermo González Calderoni y Carlos Aguilar Garza —el coordinador de la PGR en la Operación Cóndor— varios años después fueron acusados con claras evidencias de ser parte de ella; el primero huyó a Estados Unidos y se convirtió en testigo protegido de la DEA, el segundo acabó asesinado). Es necesario remarcar el hecho de que, si desde la Policía Judicial Federal y con los restos y sucesores de la Dirección Federal de Seguridad (en el reparto de plazas también participaron Rafael Aguilar Guajardo y Rafael Chao López, dos ex comandantes de la DFS)1 se optó por un modelo de narcotráfico fragmentado, ello no significa que el Estado en su conjunto y en sus jerarquías superiores hayan sido partícipes de esa decisión. Sólo significa que en el Estado había grupos con cierta autonomía y capacidad para tomar esas decisiones contrapuestas a las políticas gubernamentales. Lo importante era señalar cómo en el origen de la organización criminal del Golfo, en su vertiente de narcotráfico, hubo una participación de agentes del Estado.
El liderazgo del Golfo no ha sido ejercido por un clan familiar, una clara diferencia con las otras organizaciones del narcotráfico mexicano. Que los líderes de una empresa criminal tengan vínculos de parentesco entre sí es importante, porque garantiza la presencia de una de las variables fundamentales que explican la duración de la organización: confianza y lealtad. Condenadas a la ilegalidad y, por tanto, a la persecución por las autoridades estatales, el silencio, la complicidad y la fidelidad son condiciones esenciales para la supervivencia y tienen más probabilidades de que se den cuando quienes la dirigen tienen lazos familiares; la cercanía y el cariño entre ellos suelen operar como defensas contra la traición, quizá son falibles, pero no tanto como cuando no existe dicho parentesco. Es probable que la ausencia de esos vínculos sea una variable que explique la fragilidad y lo efímero de los liderazgos de la organización del Golfo, y las luchas violentas entre los candidatos a suceder al líder capturado o muerto. Juan García Ábrego, sobrino de Juan Nepomuceno, nacido en el poblado de Las Palomas, Texas, en 1944, fue el primer jefe del narcotráfico en Tamaulipas. Considerado heredero de su tío, pues comenzó a trabajar con él desde muy joven (a los 15 años abandonó la escuela y se dedicaba a la vagancia con sus primos, hijos de don Juan), pronto aprendió la operación de los negocios ilegales. El imperio del contrabando que construyó Juan N. Guerra sólo fue posible gracias a las relaciones políticas: su alianza y amistad con dos caciques sindicales de Tamaulipas (Agapito Hernández Cavazos, líder de la CTM en el estado, que controlaba a un gremio fundamental para el contrabando, los transportistas, y Pedro Pérez Ibarra, dirigente sindical de los trabajadores de la Aduana de Nuevo León) y otros políticos estatales, como el gobernador Enrique Cárdenas González. Se ha señalado que Juan N. Guerra también era amigo de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, y tenía buenas relaciones con Raúl Salinas Lozano, originario de Nuevo León como él y padre de Carlos y Raúl Salinas de Gortari.
En 1990, con La Quina en la cárcel y Agapito Hernández en desgracia, Jorge Fernández señala en su libro que era tiempo de un relevo generacional en el crimen organizado de Tamaulipas. Por ello Juan N. Guerra es detenido nada más y nada menos que por Guillermo González Calderoni (su detención fue más mediática que real, pues casi no se le acusó de nada, y por su edad y enfermedad nunca pisó la cárcel).2 Más que relevo generacional, la llegada de Juan García Ábrego a la dirección del Golfo de la mano de González Calderoni3 era la pieza que hacía falta para completar la fragmentación del narcotráfico con la participación de grupos policiales en el nuevo mapa criminal del país. Curiosamente, su liderazgo iba a durar sólo un poco más que el sexenio de Carlos Salinas de Gortari: pues apenas 13 meses después de terminado éste, sería detenido el 14 de enero de 1996 y al día siguiente deportado a Estados Unidos por su calidad de ciudadano estadunidense. No obstante, los siete años que estuvo al frente de la organización fueron suficientes para armar una boyante empresa exportadora de drogas, especialmente de cocaína, a Estados Unidos gracias a la sólida red de protección policiaca y política de la que gozó.4 Desde 1989, un año antes de la detención de su tío, había comenzado a exportar cocaína y fue en ese año que autoridades estadunidenses registraron la existencia de un nuevo capo debido al decomiso de nueve toneladas de cocaína en Texas. La cantidad revela que desde sus comienzos las operaciones serían en gran escala. Presionado por el gobierno de Estados Unidos que deseaba atrapar al capo, el entonces procurador general de la República, Jorge Carpizo, creó en 1993 un equipo especial de 50 gentes al mando del cual estaría su asesor personal, Eduardo Valle Espinosa. Con todos los recursos e información que demandara, Valle se lanza a su captura y en varias ocasiones lo tuvo en la mira; pero siempre falló algo y se les escapó todas las veces que realizó operativos para detenerlo. Años después, Eduardo Valle reconocería que García Ábrego siempre fue alertado desde el mismo gobierno.5 En la presidencia de Ernesto Zedillo ya no ocurrió lo mismo y fue detenido en enero de 1996, sin violencia, cuando llegaba a su rancho en Villa Juárez, Nuevo León.
Acéfala la organización por la detención de García Ábrego, su hermano Humberto hubiera sido el sucesor natural, pero estaba preso desde 1994 acusado de lavado de dinero; aunque logró salir de la cárcel en 1997 por falta de pruebas, prefirió retirarse del narcotráfico para disfrutar de las ganancias obtenidas, que no eran pocas: casas de cambio, ranchos, cuentas bancarias en Estados Unidos y Europa. Nunca más se supo de él.
Como ya no había más familia que heredara el negocio, García Ábrego prefirió que a mediados de 1996 Óscar Malherbe, uno de sus operadores estrella, se quedara al frente y así fue; pero el gusto sólo le duró unos cuantos meses, ya que durante una visita que hizo a la ciudad de México, en febrero de 1997, fue arrestado. La organización volvió a quedar sin dirección y en disputa, a la deriva, sujeta a los vaivenes propios de la lucha entre subalternos; su futuro dependería de la ambición y las habilidades que tuvieran sus miembros para pactar, sobornar, engañar y… matar. Eso fue lo que hicieron, durante 1997 y buena parte de 1998, tres aspirantes a convertirse en dueños de la organización del Golfo: Baldomero Medina, alias El Rey de los Tráileres, Salvador Chava Gómez y Osiel Cárdenas. Chava tramó el asesinato de Baldomero, pero el plan no resultó como esperaba y el especialista en acarrear cocaína en tráilers sólo quedó mal herido; lo suficiente para retirar su candidatura, pero no tanto como para abandonar el negocio, por lo que se estableció en Tampico desde donde continuó traficando. Chava y Osiel decidieron dirigir en conjunto el negocio para lo cual tuvieron primero que asesinar a un policía judicial federal, Antonio Dávila, El comandante Toño, que también tenía sueños de poseer una empresa de narcotráfico y estaba planeando eliminarlos. Un colaborador de Osiel declararía ante el Ministerio Público que tuvieron que sobornar con 50 mil dólares al procurador de Tamaulipas, Guadalupe Herrera, para que frenara la investigación del asesinato; el intermediario del pago fue el hermano del procurador que trabajaba como sicario para Chava.
La codirección funcionó hasta que Osiel se convenció de que en esa actividad es muy difícil que haya dos jefes. Mientras recomponía la parte operativa (restablecer los contactos con los proveedores de cocaína; definir rutas y comprar protección; organizar el traslado por la frontera, etcétera), Chava puso orden entre los grupos que trabajaban por la libre hasta someterlos y obligarlos a pagar el derecho de piso. Una vez que lo logró, se dedicó a la fiesta a expensas de su codirector, al cual le pedía cada vez más dinero para mantener su ritmo y nivel de vida, pues se creía el jefe máximo y consideraba a Osiel como su empleado hasta que éste se cansó y lo despachó al otro mundo en el verano de 1999. El homicidio de su socio le valió el apodo que lo acompañaría el resto de su liderazgo: El mata amigos. Osiel fue detenido en marzo de 2003 dejando la organización en manos de su hermano Ezequiel Cárdenas, alias Tony Tormentas, y de Eduardo Costilla, alias El Cos. Pero en realidad habría cinco líderes, pues Osiel seguiría dando órdenes desde Almoloya y dos miembros más de la organización se sentían con derecho a tener voz y voto en las principales decisiones: Miguel Ángel Treviño, el Z-40, y Heriberto Lazcano, El Lazca, quienes dirigían el primer grupo paramilitar creado para la defensa y expansión de una empresa de narcotráfico, Los Zetas. Si dos jefes eran problema, cinco lo serían mucho más. Seguirían las discrepancias y los conflictos hasta que las rupturas fueron inevitables. Por lo pronto, lo que debe quedar señalado como una característica del Cártel del Golfo es la existencia de liderazgos sin relaciones familiares, múltiples, efímeros, conflictivos y violentos entre ellos.
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Para entender su estructura organizativa deben tomarse en cuenta dos datos básicos. Primero, el Golfo no era concesionario de una plaza, sino que en un principio operaba en todo un estado, Tamaulipas, con cuatro cruces fronterizos relevantes —Nuevo Laredo, Reynosa, Miguel Alemán y Matamoros— por lo que el control territorial era mucho más complicado que cuando sólo se trata de una ciudad fronteriza, como Tijuana. Segundo, una parte importante de la cocaína la traían desde Guatemala por vía terrestre; el resto les llegaba por vía marítima a las costas de Campeche, Veracruz o al puerto de Tampico-Altamira, lo que suponía disposición de una red de transporte y protección que cruzaba todo el país, desde Chiapas y Campeche hasta Tamaulipas, pasando por Tabasco y Veracruz. Posteriormente, abrieron la ruta Pacífico-Tamaulipas, que iniciaba en Guerrero y Michoacán, cruzaba el Bajío, seguía por San Luis Potosí y Zacatecas hasta Torreón, luego Saltillo, Monterrey; de allí a cualquiera de las fronteras tamaulipecas.
Estos dos hechos permiten entender por qué el Golfo era una organización mucho más grande en personal operativo de todo tipo (choferes, mecánicos, operadores de sistemas de comunicación, recolectores de cuotas, contadores, burreros que pasaban la droga al otro lado); en su estructura de seguridad (informantes, sicarios, capacitadores de sicarios, compradores de armas, etcétera) y, por tanto, mucho más costosa. Pero también necesariamente sería una organización agresiva, guerrera; tenía que arrebatar el control de rutas y territorios al resto de las empresas criminales que desde muchos años antes ya operaban en todo el país. Al mismo tiempo, una organización de esas dimensiones enfrentaría más problemas de control de todas sus líneas de operación en un territorio que abarcaba muchos estados de la República. Además, sin relaciones familiares de por medio que ayudaran a generar confianza, lealtad y complicidad al interior de la organización, la otra manera de hacerlo era a través de la violencia y el terror: Los Zetas, grupo paramilitar profesional cuya tarea sería el ejercicio de la violencia, eran un componente obligado en una organización de esas dimensiones que necesitaba abrirse paso entre las otras empresas del narcotráfico que la aventajaban en experiencia y control territorial y enfrentaba serios problemas de control interno en un territorio enorme.
Esa empresa de narcotráfico iniciada por García Ábrego con el cobijo de la Policía Judicial Federal se expandió bajo la dirección de Osiel Cárdenas. En cuanto tomó el control de la organización formó un equipo cercano de colaboradores y les repartió plazas y responsabilidades: Matamoros para Eduardo Costilla, El Cos; Gilberto García Mena, El June, en Miguel Alemán; Gregorio Sauceda, El Goyo o El Caramuelas, se queda con Reynosa; en Díaz Ordaz pone a Efraín Torres, el Z-14. A su círculo íntimo se sumó su hermano Ezequiel, Tony Tormentas. También incorporó periodistas, contadores y abogados, y comenzó a incursionar en el trasiego de droga por avión por lo que contrató algunos pilotos. El crecimiento de la organización se facilitó por el hecho de que tras las capturas de García Ábrego y Óscar Malherbe, y el asesinato de Chava, las autoridades la creyeron desmantelada y sin posibilidades de rehacerse; aunque Osiel Cárdenas tenía antecedentes penales y era conocido de las autoridades, éstas no pensaban que pudiera convertirse en un líder de importancia; incluso, cuenta Ricardo Ravelo,6 que el mismo Osiel pagó a varios periodistas para que difundieran una historia de él como simple ladrón de coches de poca monta, sin el perfil de narcotraficante.
Sin embargo, Osiel era un excelente operador, había comenzado desde cero. Nacido en un rancho cerca de Matamoros, se mudó a esta ciudad donde se puso a trabajar en un pequeño taller mecánico; a los 18 años compró un terrenito donde puso su propio taller. Vivía unas temporadas en casa de su hermana Lidia y otras en su taller. Conoció a Celia Salinas Aguilar, trabajadora de una maquiladora; vivió con ella, la embarazó y más tarde se casaron; tuvieron una hija, Celia Marlén Cárdenas Salinas. Rafael, su hermano, lo introduce entonces en el narcomenudeo. Su taller es la fachada de su narcotiendita y actúa de manera independiente, protegido por policías locales. Su hermano Mario le enseña cómo cortar la cocaína. En febrero de 1989 es detenido en Matamoros y acusado de homicidio, abuso de autoridad y daño en propiedad ajena. Mediante fianza, sale libre. En marzo de 1990 nuevamente es detenido, acusado de lesiones y amenazas, pero sale inmediatamente. En agosto de 1992, a los 25 años, es detenido en Estados Unidos por intentar introducir dos kilos de cocaína y es sentenciado a cinco años de cárcel. En enero de 1994 es trasladado a la cárcel de Matamoros como parte de un intercambio de reos entre México y Estados Unidos. Se hace amigo del director del penal, lo que le permite convertirse en líder de los distribuidores de droga y hace nuevas relaciones delictivas, como la de Rolando Gómez Garza, esposo de La Güera, Hilda Flores González. Sale libre el 12 de abril de 1995, 16 meses después de llegar de Estados Unidos. Enganchado de manera completa al narcomenudeo se traslada a Miguel Alemán, ciudad fronteriza ubicada entre Reynosa y Nuevo Laredo, donde es admitido como “madrina” de unos policías judiciales federales; se hace de mayores cargamentos de droga y comienza a destacar. Conoce a Gilberto García Mena, El June, jefe de la plaza para García Ábrego, quien tenía gran aceptación social en esa comunidad fronteriza. Pronto se gana la confianza del mismo García Ábrego debido a la eficacia de sus operaciones y a su red de contactos con policías locales y federales.
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En la versión del periodista Ravelo, Osiel siempre fue un líder autoritario, violento y paranoico, características que se acentuaron por la forma como se hizo del mando de la organización (asesinando y engañando a su compadre Chava) por lo que vivía con el temor de ser asesinado por cualquiera de sus subalternos. Ésa habría sido la razón por la cual tenía especial interés en contar con un servicio de protección personal y de contrainteligencia… y dormir tranquilo, ya que pasaba las noches en vela atrapado por su paranoia: el miedo lo paralizaba. Así fue como se le ocurrió crear una guardia personal que lo cuidara y mantuviera informado de los movimientos de sus colaboradores más cercanos: Los Zetas.
Una decisión en apariencia intrascendente —crear un grupo de guardaespaldas— que obedecía no sólo a la paranoia del líder, sino también a las dimensiones y a la complejidad de la estructura organizacional del Golfo y a su naturaleza guerrera, a la que me refería en párrafos anteriores, pronto se convertiría en un punto de inflexión en la historia del narcotráfico en México. No se trataba sólo de un problema de la personalidad de Osiel Cárdenas, sino de la situación del crimen organizado en Tamaulipas (desde la caída de García Ábrego en enero de 1996 hasta mediados de 1999, cuando Osiel se queda con el control absoluto en las principales plazas del estado, pulularon bandas de delincuentes ordinarios y de narcotraficantes que habían quedado sin control, además de pandillas que aprovechaban el descontrol para apoderarse de pedazos de los mercados ilegales); así que los principales capos que se encontraban a su alrededor también crearon guardias pretorianas para que los cuidaran. Eduardo Costilla, El Cos, y Víctor Manuel Vázquez, El Meme, contrataron a dos bandas, Los Sierras y Los Tangos como guardaespaldas; Ezequiel, el hermano de Osiel, se hizo de Los Escorpiones. Pero la idea de Osiel era que sus cuidadores fueran los mejores y por eso contrató en 1998, en primer lugar, a Arturo Guzmán Decena, quien sería el Z-1. Desertó de su puesto de teniente en el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) del ejército mexicano para convertirse en jefe de la guardia personal del capo del Golfo. La primera orden que recibió fue contratar a otros miembros del ejército. En poco tiempo, más de 50 miembros de esa unidad de elite del ejército y de otras áreas del instituto armado —del 7º Batallón de Infantería, del 15º Regimiento de Caballería Motorizada— conformaban la guardia pretoriana de Osiel Cárdenas. Después, contrataron en Guatemala kaibiles, soldados de elite del ejército guatemalteco que libró la guerra de exterminio contra la población indígena de su país en la década de los ochenta y que eran más salvajes y despiadados en sus métodos de lucha contra quienes fueran señalados como enemigos. En 2003 ya eran más de 300 zetas. Luego, el reclutamiento local para apoyar las operaciones por todo el territorio del Golfo. Algunas mantas utilizadas para invitar a los soldados en activo o dados de baja a unirse a Los Zetas eran las siguientes: “El grupo operativo Los Zetas te necesita, soldado o ex soldado”. “Te ofrecemos un buen salario, comida y atención para tu familia: Ya no sufras hambre y abusos nunca más”. Otra decía: “Únete al Cártel del Golfo. Te ofrecemos beneficios, seguro de vida, casa para tu familia. Ya no vivas en los tugurios ni uses los peseros. Tú escoges el coche o la camioneta que quieras”. Esto último introdujo la necesidad de crear campos de entrenamiento en Tamaulipas, Guerrero, Veracruz para los nuevos sicarios; ya se había terminado la época de delincuentes amateurs y de policías municipales o judiciales violentos y decididos pero mal entrenados.
Decir que en ella participaban los ex miembros del GAFE, significaba que entrenados en todo tipo de habilidades por militares estadunidenses e israelíes —sobrevivir en las circunstancias más adversas; inteligencia, contrainteligencia y contrainsurgencia; diseño y ejecución de operativos de ataque y rescate; telecomunicaciones; técnicas diversas para “eliminar” enemigos; tácticas de interrogatorio; fabricación de explosivos— pondrían todos sus conocimientos y experiencia al servicio de una organización criminal. Fue un cambio cualitativo señalado por Ioan Grillo: muchos soldados de diferentes niveles de la escala militar habían recibido sobornos para proteger al narco, pero era impensable la posibilidad de deserción y su incorporación al lado de los delincuentes; los soldados podían ser corruptos, pero no traidores al Estado y a la Patria. Guzmán Decena dio el paso.7 De militares a mercenarios del narcotráfico; de la omisión a la acción. La aportación que harían a la organización del Golfo sería trascendental para su proyecto expansionista, pues llevarían la guerra entre organizaciones a un nivel desconocido hasta entonces. Un par de ejemplos ilustrarán lo anterior. En 1999 Osiel instruyó a Guzmán Decena asesinar a Rolando López Salinas, El Rolys. Lo encontraron en una casa con toda su banda; el Z-1 y sus hombres la rodearon y para terminar rápido con el asunto volaron los tanques de gas, la casa y a todos los que estaban adentro.8 En 2001, después de la fuga de El Chapo Guzmán del penal de Puente Grande, éste y Arturo Beltrán Leyva creyeron que sería fácil tomar Nuevo Laredo. Mandaron algunas de sus gentes y ya en esa ciudad fronteriza se dedicaron a reclutar pandilleros centroamericanos (maras) y delincuentes locales con reputación de violentos para dar la batalla por la plaza. Fue un error grave no saber a quién se enfrentarían. Sus gentes comenzaron a aparecer muertas en las puertas de las casas de seguridad de los sinaloenses. Los cadáveres de los pandilleros eran aventados por las mañanas y en una ocasión lo hicieron con una manta que decía: “Chapo Guzmán y Arturo Beltrán. Manden más pendejos como estos para seguirlos matando”.9 Los sicarios tradicionales y los pandilleros, por más violentos que fueran, no tenían nada que hacer contra Los Zetas, un grupo paramilitar profesional con el mejor entrenamiento. Las demás organizaciones tendrían que invertir más en ampliar, desarrollar y profesionalizar sus ejércitos de sicarios si querían ser competitivos. Recuérdese que los mercados ilegales tienden a ser monopólicos y la condición fundamental para ser la empresa dominante en éstos es la violencia, no es el precio ni la calidad de los servicios. Quien tiene mayor capacidad para ejercerla o para amenazar con usarla tarde o temprano se impone al resto de las demás. La creación y expansión de Los Zetas a fines de los noventa y los primeros años de este siglo fue un verdadero punto de inflexión que daría paso a un nuevo momento en la historia de la delincuencia organizada en México: el de organizaciones criminales apoyadas en verdaderas maquinarias para matar. Fueron a partir de entonces otras organizaciones, tenían otra densidad criminal; una capacidad logística y militar muy superior a la de cualquier policía estatal o municipal. Sólo faltaba que se recrudecieran las guerras entre ellas para que el polvorín estallara.
A partir del año 2000 Los Zetas se convirtieron en los posibilitadores del fortalecimiento de la organización del Golfo en sus territorios originales: desde Chiapas hasta Tamaulipas, y de su expansión hacia los estados del centro del país hasta llegar a Michoacán y Guerrero. Debe mencionarse que del proceso expansionista realizado a partir de ese año, lo más relevante fue la ocupación de la plaza de Michoacán. Hasta ese momento el trasiego de la cocaína se hacía básicamente por vía marítima hacia las costas de Veracruz y Tampico o, por vía terrestre, desde Chiapas o Tabasco cuando la droga era dejada en territorio guatemalteco. Con el control de Michoacán, el Cártel del Golfo pudo abrir la ruta marítima de cocaína por el Pacífico que era desembarcada en el puerto de Lázaro Cárdenas o en cualquier otro punto de la costa michoacana, desde donde era llevada a Tamaulipas; con la ventaja de que la distancia desde ese estado hasta la frontera con Texas es más corta que la que recorrían desde Chiapas o Tabasco. Pero más que esa ruta, los beneficios para la organización de Osiel se derivaron de la diversificación de las drogas comercializadas, puesto que Michoacán era un productor histórico de marihuana y amapola, y también se había convertido en uno de los principales centros productores de metanfetaminas (los laboratorios donde se fabricaban pululaban por todo el territorio michoacano, especialmente en la región de Tierra Caliente) cuyas materias primas arribaban desde Asia vía el puerto de Lázaro Cárdenas. De esta manera, el Cártel del Golfo garantizó y diversificó el abasto de los estupefacientes
Que Los Zetas fueran la punta de lanza de la expansión representó un cambio organizacional relevante pues, en primer lugar, sin dejar de ser los guardaespaldas de Osiel Cárdenas, comenzaron a asumir las funciones de defensa y ataque de toda la organización, el brazo armado, desplazando a los otros grupos que cuidaban a los lugartenientes de Osiel. Además, pronto el papel de sicarios les quedaría chico, ya que no sólo acompañaban, defendían y abrían camino a la parte operativa de la organización, sino que los mismos Zetas se irían convirtiendo en operadores de las actividades criminales. Fue la fusión de dos tareas o funciones en un solo aparato: ejercicio de la violencia y operación criminal. Mientras en las otras organizaciones esas dos áreas permanecieron más delimitadas, Los Zetas fueron adquiriendo capacidades operativas no sólo de trasiego de drogas, también de otros crímenes como venta de protección, extorsión, secuestro, etcétera. Y ésta fue la segunda innovación que introdujeron Los Zetas en la historia de la delincuencia organizada mexicana: la de ampliar la infraestructura de las organizaciones del narcotráfico para la venta de protección al crimen local y la extracción de rentas sociales, es decir, para obtener dinero de la sociedad.
Al ser una organización con operaciones tan extendidas territorialmente por el curso de los trasiegos terrestres de cocaína, desde Guatemala hasta la frontera tamaulipeca, Los Zetas aprovecharon sus capacidades militares para someter a cuanto grupo criminal había en las entidades donde operaba el Cártel del Golfo. El modo de operación era más o menos el siguiente: en cualquier ciudad grande o pequeña de las diversas rutas de trasiego (Villahermosa, Macuspana, Coatzacoalcos, Veracruz, Poza Rica, Tampico, etcétera) identificaban a las bandas de robacoches, de secuestradores, de ladrones de casas, de robo de hidrocarburos, de traficantes de indocumentados centroamericanos, de narcomenudistas y les fijaban un impuesto o el cobro de piso por dejarlos trabajar a cambio de protección; si se rehusaban mataban al líder o a sus guardaespaldas (su superioridad en armamento y en experiencia era muy evidente) y al día siguiente tenían sometido al grupo. Además, los obligaban a abrir nuevas líneas de negocio: el narcomenudeo pero ya controlado por ellos, la extorsión a los pequeños negocios comenzando por los giros negros (bares, cantinas, prostíbulos, table dance) y siguiendo después con farmacias, fondas y restaurantes; gasolineras, hoteles, talleres mecánicos, etcétera. Parte de las ganancias de esas nuevas actividades eran para ellos. Para que el modelo funcionara nombraban un jefe de plaza de Los Zetas que se convertía en el zar de todo el crimen de la ciudad y varias unidades militares, llamadas “estacas”, que vigilaban al resto de bandas de delincuentes y las sometían si no pagaban su derecho de piso. Un contador completaba el equipo de trabajo.
Además, compraban a la policía municipal entera para que no estorbara sus operaciones, protegiera a quienes trabajaban bajo la tutela de Los Zetas, hostigara a quienes no lo hacían y aportaran información sobre los operativos de las autoridades federales (Policía Judicial Federal o ejército). En otras palabras, implantaron un modelo nuevo: sin dejar de operar el tráfico de drogas se dedicaron a quitarle una parte de los ingresos y del patrimonio a los ciudadanos, potenciando las capacidades de la delincuencia ya existente, al mismo tiempo que anulaban a las policías y en muchas ocasiones las sumaban a las actividades criminales. Crimen fuerte, Estado anulado y débil en sus instituciones responsables de la seguridad y justicia, y la sociedad totalmente indefensa. El infierno. Porque conforme pasaron los años y el Cártel del Golfo y Los Zetas fueron ampliando su presencia, lo que construyeron fue una enorme federación criminal de alcance casi nacional, pues por medio de la red de líderes y sicarios que dejaban en las plazas de decenas de ciudades de 16 estados de la República (Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Hidalgo, Puebla, Michoacán, Guanajuato, Guerrero, Veracruz, Tabasco, Campeche, Quintana Roo, Chiapas) controlaban cientos de bandas delincuenciales de extorsionadores, secuestradores, ladrones de todo tipo, de tráfico de personas y trata de mujeres, redes de narcomenudeo. Un verdadero imperio del crimen creado mediante el terror y la violencia para someter a cuanto delincuente pudiera ser extorsionado. Un crimen de segundo piso. El mismo nombre de la organización daba cuenta de ese nuevo modelo operativo: ya no se le denominaba el Golfo, sino en todos lados se le comenzó a llamar Golfo-Zetas, cosa que no ocurrió con las otras organizaciones. El Pacífico nunca sería Pacífico-Los Pelones, o el de Juárez, Juárez-La Línea, pues en éstas los brazos armados permanecieron subordinados.
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¿Por qué Los Zetas desarrollaron este modelo de crimen depredador de los ingresos de la sociedad? La hipótesis que me parece más aceptable es que en un principio Osiel Cárdenas, líder del Golfo, no tenía con qué o no quería financiar un aparato militar tan grande y les permitió buscar sus propias fuentes de financiamiento. Los Zetas comenzaron siendo asalariados. En el libro de Ravelo se afirma que a los kaibiles guatemaltecos los contrataron por seis mil pesos mensuales con la posibilidad de incrementos al poco tiempo. No se sabe cuánto le pagaba Osiel al Z-1 y al resto de sus compañeros. Por los testimonios de otros soldados que llegaron a ser guardaespaldas de importantes capos, se sabe que les pagaban el doble (entre 25 mil y 30 mil pesos) de lo que ganaban en el ejército, sueldo que para comenzar les debe haber parecido muy bueno. Sin embargo, al pasar el tiempo e incrementarse la relevancia de las tareas desempeñadas y la dependencia que tenía toda la organización del Golfo de la fuerza y la violencia de su ejército privado, es muy probable que los líderes de Los Zetas ya no quisieran ser asalariados sino socios de Osiel. Tenían con qué negociar. Y por lo que han hecho desde entonces Los Zetas es razonable deducir que los jefes del Golfo les dieron manos libres para hacer su propia empresa criminal sin entrar de lleno, quizá sólo marginalmente, al negocio del trasiego de droga a Estados Unidos que, definitivamente, era mucho más rentable que las extorsiones y el secuestro.
De ser cierta esta hipótesis, ello podría explicar la diversificación criminal que desarrollaron Los Zetas y, además, la audacia y voracidad con que lo hicieron por todo el país sería el método para compensar el desequilibrio respecto a los ingresos que dejaba el narcotráfico. Quizá ellos no podían traficar una tonelada de cocaína, lo que les redituaría varios millones de dólares en una sola operación, pero extorsionaban a cientos de bandas criminales que a su vez extorsionaban a miles de negocios o secuestraban a miles de migrantes centroamericanos, que les dejaban millones pero de pesos, no de dólares, producto de cientos o miles de acciones delictivas, no de una sola operación. No sería raro, desde esta perspectiva, que el deseo de participar en el gran negocio de la exportación de drogas siguiera siendo una aspiración de los líderes de Los Zetas y que detrás de la ruptura que se da entre el Golfo y Los Zetas en enero de 2010 estuviera esa ambición de coronar su empresa delictiva con el negocio del narcotráfico, apoderándose de las plazas fronterizas de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
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En síntesis, la historia de la delincuencia organizada le debe mucho a la organización Golfo-Zetas. En primer lugar, rompió con el predominio de la organización de Sinaloa aun después del proceso de fragmentación, pues con el ascenso de García Ábrego —apoyado por comandantes de la Policía Judicial Federal y por algunas figuras del gobierno de Carlos Salinas de Gortari—10 significó un freno al control de todas las plazas por los clanes familiares que integraban aquella organización y con el tiempo se convertiría en el rival indiscutible de Sinaloa. En segundo lugar, extienden la presencia del narcotráfico por todo el este y sureste del país; en tercero, es un liderazgo que sustituye las relaciones de confianza propias de las familias de narcotraficantes por el ejercicio de la violencia como método de disciplina y control entre la cúpula dirigente que, sin embargo, no ha evitado rupturas y traiciones entre ellos; eso explicaría la menor permanencia de los liderazgos (García Ábrego, siete años; Osiel, cinco, contra casi 20 años de los hermanos Arellano Félix, de los Carrillo Fuentes y de los Guzmán Loera). En cuarto lugar, la profesionalización de la violencia mediante la incorporación de ex militares de elite a la creación de verdaderos grupos paramilitares sin ningún escrúpulo en lo que se refiere a quién y cómo asesinar. Finalmente, la transformación del modelo de organización criminal al combinar el narcotráfico con el saqueo de los ingresos y el patrimonio de los ciudadanos, mediante la organización de una federación nacional del crimen con la que pusieron a trabajar para ellos a cientos de bandas de delincuentes comunes de decenas de ciudades.
La Familia Michoacana
No obstante que Michoacán es un estado con una larga historia en el narcotráfico pues la producción de marihuana es bastante antigua, su incorporación al circuito de las grandes organizaciones nacionales del narcotráfico se dio de la mano de Los Valencia que, además de aprovechar la producción local de marihuana, incorporaron al estado en el trasiego de cocaína gracias a su ubicación geográfica. La creciente importancia del puerto de Lázaro Cárdenas y las vías de comunicación que se construyeron para conectarlo con las ciudades de México y Guadalajara, y con el resto del país, dieron a Michoacán una ventaja estratégica en materia de trasiego de estupefacientes. Para la organización del Golfo la posibilidad de controlar esa entidad le daría grandes ventajas: una nueva ruta para la cocaína colombiana y abasto abundante de marihuana. Además, Michoacán no estaba controlado por Sinaloa, sino por una pequeña organización local que no presentaría gran resistencia a la clara superioridad militar de Los Zetas. No había tiempo que perder. Carlos Rosales Mendoza, gente muy cercana a Osiel Cárdenas, con el apoyo de dos comandantes zetas, Efraín Teodoro Torres, el Zeta 14, y Gustavo González Castro, El Erótico, al mando de un grupo de paramilitares, llegaron en 2001 a tomar la plaza y lo lograron varios cientos de muertos después. En una versión, escribe Finnegan, fueron ex líderes de la organización de Los Valencia, también bautizada como Milenio, descontentos con sus jefes, quienes pidieron ayuda al Cártel del Golfo para derrocar a los líderes de Milenio. Otra versión dice que fue iniciativa del Cártel del Golfo para hacer realidad su expansión hacia el occidente, y la situación interna de Milenio sólo fue un incentivo. En cualquier caso, Los Valencia fueron derrotados por Los Zetas, quienes comenzaron a dominar la región de la manera brutal como suelen hacerlo, con el respaldo del Cártel del Golfo. La implacable ley del más fuerte y violento propia de los mercados ilegales.
Michoacán sería la plaza piloto para experimentar el modelo criminal descrito en el apartado anterior: producción y trasiego de droga más expoliación de la sociedad vía las milicias de zetas y las bandas delincuenciales locales. El Golfo tendría suficiente marihuana y amapola michoacana que exportar; pero ante la diversificación de drogas para vender en Estados Unidos, también hicieron de ese estado su centro de producción de metanfetaminas. Puesto que por Lázaro Cárdenas podrían llegar las materias primas, esencialmente la efedrina, para producir drogas sintéticas (el cristal), no fue problema construir decenas de laboratorios donde producir metanfetaminas. Y como el ingreso para Los Zetas —no para el Cártel del Golfo— no provenía de las exportaciones sino del narcomenudeo, asimismo se dedicaron a crear el mercado interno de metanfetaminas y pronto miles de jóvenes habían caído en la adicción.
Aunque el centro de operaciones de Los Zetas estaba en Apatzingán, pronto se extendieron a todo el estado y las extorsiones se expandieron como plaga: los productores de aguacate eran de los blancos prioritarios, pero no eran los únicos; negocios grandes y pequeños engrosaron las filas de contribuyentes forzados del impuesto zeta. Fueron cinco años de brutal dominio, y el descontento social brotó por todos lados.
Entonces, los michoacanos que colaboraban con Los Zetas decidieron que era necesario hacer algo para modificar el esquema de la criminalidad. Se rebelaron contra sus jefes, se presentaron como una organización nueva, La Familia, y le declararon la guerra a Los Zetas para expulsarlos de Michoacán. La Familia se presentó ante los michoacanos con dos sucesos en 2006 (para 2008 prácticamente los habían expulsado de la entidad). El primero, el 6 de septiembre, un comando del nuevo grupo irrumpió en un centro nocturno de Uruapan y lanzó a la pista de baile seis cabezas decapitadas de miembros de Los Zetas. Dejaron una nota que decía: “La Familia no mata por dinero, no asesina mujeres, ni gente inocente; sólo ejecuta a quienes merecen morir. Todos deben saber esto… esto es justicia divina”. Un par de semanas después publicaron un desplegado en varios periódicos michoacanos en el que expresarían, por un lado, las razones y los objetivos de su organización: imponer el orden en Michoacán, erradicar el secuestro, la extorsión telefónica y de persona a persona, los asesinatos por paga, los asaltos en carretera y el robo a casas habitación; añaden que van a terminar con la venta en las calles de la droga conocida como ice (una metanfetamina) con lo cual aludían a lo realizado por Los Zetas y el Cártel del Milenio en su entidad. En la definición de quiénes la conformaban, el desplegado dice que La Familia está integrada por “trabajadores de la región Tierra Caliente organizados por la necesidad de terminar con la opresión, la humillación a la que han estado sometidos por la gente que siempre ha detentado el poder”, y aseguraba que en ese momento su organización ya cubría todo el estado de Michoacán en su cruzada contra el crimen. El manifiesto termina con un llamado a la sociedad michoacana para que otorgue su comprensión y ayuda a la cruzada de La Familia contra el crimen. Todo fue inédito: las cabezas cercenadas, la presentación pública y, a través de los periódicos locales, el discurso utilizado (la mezcla de un lenguaje de banda criminal paramilitar y grupo guerrillero), el llamado a la sociedad a unirse y apoyarlos. La Familia inauguraría, sobre la base del modelo criminal instaurado por Los Zetas (narcotráfico más extracción de rentas sociales), un nuevo estilo delincuencial con una estrategia diferente: a) un discurso novedoso en el cual La Familia dice ser una organización producto de la misma sociedad para defenderla de los criminales fuereños y los malos gobiernos que la oprimen, y b) el intento de esconder su naturaleza criminal detrás de una supuesta base social de apoyo, construida mediante el reparto de algunos beneficios sociales (centros de atención a drogadictos, negocios con empresarios locales; obras públicas en ayuntamientos controlados por La Familia). Pero bajo la piel de oveja permanece el lobo: la participación en mercados ilegales y actividades delictivas mediante el uso indiscriminado y brutal de la violencia… aunque la llamen justicia divina.
El liderazgo de La Familia, como el del Cártel del Golfo, y a diferencia de las otras organizaciones de narcotráfico, no sería familiar aunque sí compartido. Los dos principales dirigentes fueron Nazario Moreno González, alias El Chayo o El Más Loco, y Jesús Méndez Vargas, alias El Chango (Carlos Rosales, el impulsor de la ruptura con Los Zetas fue detenido en 2004). En un escalón inferior, el tercer hombre en importancia era Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, que sería como el director general adjunto. El Chayo fue un personaje carismático con aptitudes de líder espiritual que quiso imprimirle a La Familia una mística y una orientación de secta religiosa. Publicó un libro, Pensamientos de la Familia, firmado por El Más Loco, de lectura obligatoria para todos sus miembros, inspirado —según investigó George Grayson— en las enseñanzas de un líder cristiano estadunidense, John Eldredge (liberar a los hombres y las mujeres para que puedan vivir acatando los dictados de su corazón, como aliados de Dios; todo hombre y mujer tienen que ser rescatados y tienen una batalla que pelear, una aventura que vivir), fundador en el estado de Colorado de una secta llamada los Ministerios de los Corazones Rescatados. El libro de Moreno es casi un plagio de otro de Eldredge titulado Sé todo lo que puedes ser. Moreno convocaba a los jóvenes michoacanos, especialmente a los adictos a las drogas, a incorporarse a La Familia con un mensaje de salvación y superación personal, para liberarlos de la esclavitud de las drogas y al mismo tiempo reclutarlos; los admitían en centros de rehabilitación para adictos financiados por La Familia. Allí los adoctrinaban con las tesis de Moreno-Eldredge y les prohibían el consumo de drogas, alcohol y tabaco.
Por su parte, La Tuta era un maestro normalista que participó en el movimiento magisterial de izquierda en los estados de Michoacán y Guerrero, movimiento cercano a las ideas y prácticas de la guerrilla presente en el vecino estado de Guerrero: el Ejército Popular Revolucionario (EPR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). La Tuta conocía las estrategias de penetración social de la izquierda; las tácticas de lucha guerrillera (emboscadas, por ejemplo, que utilizan regularmente contra la Policía Federal) y las formas de sobrevivir en la clandestinidad. La mezcla de pensamiento y prácticas de secta religiosa con las de la guerrilla le dieron a La Familia un perfil muy especial, pues ambas tradiciones manejan un mensaje de “liberación” (personal desde la óptica religiosa y social desde la óptica política de la izquierda revolucionaria) que hace atractiva la pertenencia a la organización (los fines criminales se enmascaran por medio de un discurso de salvación personal y de liberación de la opresión social y política); al mismo tiempo, fundamentan la solidez de la organización implementando una relación muy estrecha con un sector de la población, es decir, la construcción de una base social que los defienda y en la cual fundirse y esconderse.
Durante su recorrido por Tierra caliente, el reportero de The New Yorker, William Finnegan, es conducido por dos michoacanos seguidores o miembros de La Familia que le explican los beneficios aportados por la organización a esa región del estado e insisten en demostrarle que la gente está de su lado: la guerra del presidente Calderón contra los narcotraficantes ha arruinado la economía de Tierra Caliente y roto la paz social, le asegura a Finnegan su guía, Verónica Medina. “La Familia ha creado empleos, garantizado la seguridad pública y ayudado a los pobres. Si te enfermas y no tienes dinero, ellos [los de La Familia] te llevan al hospital y pagan las medicinas. Si no tienes para comprar tortillas, ellos te las compran”. El despliegue del ejército y de la Policía Federal ha forzado a La Familia a retraerse y ha tenido que cerrar algunos centros de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos. La policía local estaba muy mal pagada y, por tanto, es incompetente y corrupta. Cuando La Familia estaba al mando, nadie rompía las reglas. Tú no necesitabas cerrar las puertas de tu casa en las noches. “Si te encontraban borracho en la noche te golpeaban con un garrote”. Una anécdota platicada por el reportero estadunidense revela cómo ganaban adeptos entre la población con el tema de la seguridad: una señora ya mayor de Morelia dice que tiene el teléfono de un miembro de La Familia y cuando oye algo raro en las noches fuera de su casa le habla; éste se comunica con la policía municipal para que atienda de inmediato a la señora y así sucede; la policía a las órdenes de los jefes mafiosos. Es innegable que La Familia logró el apoyo de una parte de la sociedad, especialmente en la región de Tierra Caliente y en particular de Apat-zingán, pero en no todo Michoacán. Fueron varias las marchas de cientos de personas de esa ciudad pidiendo la salida de la Policía Federal y del ejército, pues eran vistas, según palabras de Finnegan, como fuerzas de ocupación. Sin embargo, el mismo reportero asegura que en Zitácuaro, al norte del estado, La Familia era la fuerza de ocupación repudiada por la población.
Para entender el perfil completo de La Familia hay que añadir dos elementos. Uno aportado por el otro líder, Jesús Méndez, El Chango, quien estaba al frente de las operaciones de narcotráfico. Si bien tenían prohibido comercializar las metanfetaminas entre la población michoacana (una de sus banderas consistía en liberar a los miles de jóvenes que se volvieron adictos a esa droga, producto de la estrategia comercial de Los Zetas), eso no les impidió operar una pujante y muy rentable empresa de narcotráfico con dos vertientes, la exportación y la del mercado interno. Pero La Familia también tenía una división responsable de la producción de tres drogas: marihuana, amapola-opio y metanfetaminas. Miles de campesinos de Tierra Caliente incorporados a la siembra de marihuana y amapola eran parte de la base social (voluntaria o involuntariamente) de la organización, y los financiaba y mantenía hasta que recibían el ingreso producto de su cosecha. Además, construyeron una industria de metanfetaminas. Que en los primeros años del gobierno de Felipe Calderón se hayan destruido más de 400 laboratorios donde se producía la droga sintética da una idea del tamaño de esa industria. Es probable que la guía de Finnegan se refiriera a los trabajadores de esos laboratorios, cuando hablaba de los empleos creados por La Familia, además de los de la producción, empaquetamiento, almacenaje y traslado de marihuana y amapola.
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Por tratarse de una organización regional alejada de la frontera norte, para introducir las cuatro drogas (marihuana, amapola, cocaína y metanfetaminas) a territorio estadunidense, además de una red de transporte considerable, debía establecer alianzas con los dueños de alguna plaza fronteriza. Todo indica que La Familia lo hizo con la organización de Sinaloa de manera que su mercancía era exportada por Sonora, probablemente a cambio de compartir el estratégico puerto de Lázaro Cárdenas. Además, La Familia también incursionó en la parte más rentable del mercado interno, la zona metropolitana de la ciudad de México. La cercanía de Michoacán con el Estado de México y los municipios conurbados del Distrito Federal facilitó su tarea. A principios de 2007 ya había reportes de gente de La Familia comenzando a controlar el narcomenudeo y las extorsiones en municipios del oriente de la ciudad de México, como Nezahualcóyotl, exactamente con el mismo esquema que utilizaban Los Zetas en otras zonas del país: someter por medio de la violencia a las bandas de delincuentes locales para convertirlas en parte de su organización, imponerles el pago de una cuota y ampliar las actividades criminales con la extorsión de negocios locales y el secuestro. Ya metidos en el negocio, establecieron bases de operación —con los consecuentes conflictos— con otras organizaciones en los estados de Jalisco, Guerrero, México y Guanajuato. Pero fue en Michoacán donde con mayor fuerza desplegaron su modo de operación. Finnegan narra de qué modo lo hicieron en Zitácuaro.
Identificaron el problema más grave de la población y lo resolvieron para ganarse la simpatía de la gente; en el caso de Zitácuaro, eliminaron a los agiotistas y los taladores ilegales de madera y luego tomaron el control de esas actividades mediante impuestos.
La Familia es muy adicta a cobrar impuestos y lo hace mejor que la tesorería municipal y estatal. Pero la estrategia va acompañada de mostrar seriedad en la imposición de castigos, de mostrar fuerza para ganarse el respeto y la obediencia. Asesinaron a un colaborador del alcalde Antonio Orihuela, quien andaba en negocios ilegales y mostraron su cabeza decapitada. Era un mensaje para el alcalde y su familia.
Comenzaron a aplicar la extorsión directa a los nuevos ricos de los pueblos y empezaron a secuestrar a los propietarios de negocios prósperos.
Otra vía con la que se entretejen en la sociedad de Zitácuaro es por medio de matrimonios entre miembros de la dirección de La familia con las hijas de las familias distinguidas de la ciudad y crear nuevas alianzas. La contratación de obra pública en Michoacán es percibida como controlada y dirigida por La Familia. La gente de Zitácuaro le comentó al autor lo difícil que se ha vuelto ganarse la vida sin conexiones con La Familia.
Como se puede apreciar en el relato anterior, es el modelo diseñado por Los Zetas pero perfeccionado, pues introdujeron estrategias de vinculación con la sociedad, otorgando algunos beneficios para, por un lado, manejar el discurso de que La Familia es una organización benéfica para la sociedad y opuesta a los malos gobiernos y, por el otro, reducir la resistencia y el descontento social por sus actividades. En el colmo del cinismo, para aparentar que La Familia estaba del lado de la sociedad, Rafael Cedeño, mano derecha de Nazario Moreno hasta 2009 cuando fue detenido, aseguraba ser observador permanente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y llegó a encabezar manifestaciones en Morelia que exigían la salida de la Policía Federal de la entidad.
Pero hay un elemento adicional en el modelo michoacano de delincuencia organizada. Al igual que las otras organizaciones de narcotraficantes, necesitaban y conseguían la colaboración de las policías municipales y de la estatal, pero La Familia fue más allá y se apoderó de los ayuntamientos enteros. No se trataba de incorporar a su nómina al director de Seguridad Pública municipal, sino al alcalde mismo para nombrar ellos a otros funcionarios municipales y abarcar nuevas áreas de negocio, como las obras públicas municipales. La forma como conseguían dominar a los ayuntamientos pequeños era simple: llegaba a la presidencia municipal un convoy de sicarios formado por 10 camionetas cada una con cuatro sicarios armados hasta los dientes; la policía municipal no podía hacer nada, pues eran encañonados. Luego llamaban al alcalde y le dictaban las reglas que iban a seguir; a la gente reunida le prometían acabar con borrachos y rateros; si sabían de algún joven que golpeara a su mamá, lo castigaban públicamente; si lo hacía de nuevo, lo mataban. Ganaban simpatía y miedo al mismo tiempo. A los alcaldes les pagaban por su hospitalidad. La ley de plata o plomo en pleno. Para ahorrarse el trabajo de ir de ayuntamiento en ayuntamiento, en los primeros meses de 2008, poco después de haber asumido el puesto de presidentes municipales, La Tuta convocó con amenazas (plata o plomo) a más de 20 alcaldes de la región de Tierra Caliente para informarles de las reglas que debían cumplir para no ser asesinados: designar en las secretarías de Seguridad Pública y Obras Públicas a los miembros de La Familia que él les indicaría. Además, colocaban a jóvenes reclutados por ellos en puestos de oficina para allegarse información. Sin ninguna posibilidad de defenderse ante tales amenazas (aun pensando que las policías municipales no estuvieran compradas, estaban muy lejos de disponer de las capacidades y el equipamiento para enfrentar a los sicarios de La Familia; la policía estatal obedecía a La Tuta), los alcaldes electos estaban completamente indefensos, nadie a quien recurrir. Nunca informaron oficialmente de la reunión y de las amenazas recibidas, simplemente se doblegaron.
Era un paso más. Del control de las instituciones de seguridad y justicia al sometimiento y la privatización de ayuntamientos enteros; es decir, la apropiación del presupuesto, las políticas y las obras públicas. No importaba de qué partido fueran los alcaldes; eventualmente, podían apoyar y financiar a algún candidato afín para convertirlo en alcalde suyo; en ocasiones lo hacían para impedir la llegada de otro con el que pudieran tener más problemas; pero sabían que tenían los medios para someterlos, ganara quien ganara. Anulaban de paso la incipiente democracia. ¿De qué servía hacer elecciones para que la gente decidiera quién los gobernaría, si La Familia anulaba todo eso y de manera violenta se apropiaba del gobierno municipal entero?
Y es que en realidad, por mucho discurso religioso y social que manejaran El Chayo y sus seguidores, el modelo criminal de La Familia se sustentaba en una violencia indiscriminada y brutal en contra de la sociedad, ejercida por sus múltiples grupos paramilitares entrenados originalmente por Los Zetas (y, posteriormente, por ex miembros de Los Zetas) en técnicas atroces, muy probablemente extraídas de los manuales de los kaibiles guatemaltecos. Arrestado en 2010, Miguel Ortiz, alias El Tyson, reveló cómo participaba en el entrenamiento de los sicarios recién reclutados y entregó unos videos que fueron divulgados. En uno, Ortiz aparece degollando un cadáver enfrente de un grupo de jóvenes que iniciaban su capacitación, para enseñarles cómo hacerlo de manera rápida o lenta y dolorosa. En otro curso que le dio a 40 reclutas en una montaña cerca de Morelia, les llevó un grupo de enemigos capturados para que los nuevos sicarios aprendieran a perderle miedo a la sangre:
Así los ponemos a prueba: los hacemos que maten a los prisioneros y luego les pedimos que los descuarticen; de esa manera, cortando un brazo o una pierna es como los nuevos le pierden el miedo a la sangre. No es fácil. Tienes que cortar los huesos y todo, pero necesitamos que sufran un poco, pero es para que vayan perdiendo el miedo poco a poco. Usábamos cuchillos de carnicero o pequeños machetes de 30 centímetros de largo. A los nuevos reclutas les llevaba como 10 minutos cortar un brazo pues se ponían nerviosos, cuando yo hacía lo mismo en tres o cuatro minutos.11
Eran técnicas para convertir sicarios en máquinas de asesinar; era un entrenamiento que los deshumanizaba por completo. La trayectoria de El Tyson comenzó en 1999 a la edad de 18 años, cuando entró en la policía estatal; tres años después comenzó a trabajar para La Familia que apenas comenzaba a formarse; durante el conflicto con Los Zetas, escogió a El Chayo y en los años siguientes se mantuvo como policía estatal con el encargo de arrestar enemigos de La Familia para entregárselos o, en algunas ocasiones, ejecutarlos. Ortiz dejó la policía estatal en 2008 para incorporarse de tiempo completo en la organización, pero aun así seguía utilizando patrullas y uniformes de la policía estatal y trabajando con sus ex compañeros. En 2009 participó en una emboscada que le prepararon a un convoy de la Policía Federal cerca de Zitácuaro, donde fueron asesinados 15 federales. Su premio fue nombrarlo jefe de la plaza de Morelia.
La Familia estaba dividida en plazas (Morelia, Uruapan, Apatzingán, Lázaro Cárdenas, Zitácuaro, etcétera) y cada una tenía su célula de varias decenas de sicarios. Su ejército se complementaba con el tradicional sistema de información, compuesto por cientos o miles de “halcones” —taxistas, despachadores de gasolina, policías municipales— que mantienen una estrecha y rigurosa vigilancia sobre los cuarteles militares y de la Policía Federal, de manera que siempre tienen un registro de todos los movimientos de las fuerzas federales. Por esta razón el mapa del crimen organizado en torno al narcotráfico mexicano no puede explicarse sin la referencia a esta organización: encontró la manera de liberarse de sus antiguos dueños, Los Zetas, y darle un giro al modelo criminal aprendido de éstos mediante nuevas estrategias que le garantizaran una implantación diferente en el tejido social michoacano. n
Guillermo Valdés Castellanos. Licenciado en Ciencias Sociales. En 2012 fue investigador de la Fundación Ortega y Gasset. De enero de 2007 a septiembre de 2011 fue director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN).
Este texto es un extracto del libro Historia del narcotráfico en México que comenzará a circular en estos días bajo el sello editorial Aguilar.
Para la elaboración del fragmento dedicado a la organización del Golfo-Zetas se recurrió a la información de los siguientes autores: Jorge Fernández Menendez, El otro poder; Ricardo Ravelo, Osiel. Vida y tragedia de un capo; Ma. Idalia Gómez y Darío Fritz, Con la muerte en el bolsillo; George Grayson y Samuel Logan, The Executioner’s Men. Los Zetas, Rogue Soldiers, Criminal Entrepreneurs, and The Shadow State They Created.
En el apartado de La Familia Michoacana aparece información consultada en William Finnegan, “The Mexican Cartel: La Familia Michoacana”, publicado en la revista The New Yorker, el 31 de mayo de 2010, y en George Grayson y Samuel Logan, op. cit.
1 Si se recuerda la distribución de las plazas mencionadas por varios autores, entre ellos Jesús Blancornelas, tendríamos que en dos de ellas el control correspondió a agentes de la DFS: Rafael Aguilar Guajardo (Ciudad Juárez) y Rafael Chao López (Mexicali) y que la Policía Judicial Federal tendría participación de primer nivel en la del Golfo. Con base en estos datos es prácticamente imposible negar que cuando menos una parte del Estado favoreció la fragmentación del narcotráfico. También habría que señalar lo efímero que resultaron los liderazgos de agentes estatales en esas organizaciones en comparación con la permanencia de los clanes familiares al frente de las organizaciones.
2 Jorge Fernández Menéndez, El otro poder. Las redes del narcotráfico, la política y la violencia en México, Aguilar, México, 2001, p. 207.
3 Grayson y Logan afirman en su estudio sobre Los Zetas que el hermano mayor de Juan García Ábrego, Mario, fue amigo de la infancia de González Calderoni quienes crecieron juntos en Reynosa (George Grayson y Samuel Logan, The Executioner’s Men. Los Zetas, Rogue Soldiers, Criminal Entrepreneurs, and The Shadow State They Created, Transaction Publishers, New Brunswick, 2012, p. 3.
4 No obstante que desde 1989 la DEA había catalogado a García Ábrego como líder de un cártel y pasaba información a las autoridades mexicanas, fue hasta 1993 cuando la PGR decide buscarlo; cuatro años de protección, que un colombiano explica de la siguiente manera: el subprocurador Javier Coello Tello Trejo había recibido pagos por un millón y medio de dólares; el amigo que traicionó a García Ábrego, Juan Carlos Reséndez, confirmó los pagos que le hacían a Coello y añadió que García Ábrego mandaba gente suya a McAllen, Texas, a comprar hasta 100 mil dólares en cosas para Coello. El mediador con Coello era Guillermo González Calderón, y sobre él el capo aseguró que Memo era como su hermano. Calderoni respondió: “Sí. Yo era su amigo, pero no su socio” (Héctor de Mauleón, Marca de sangre, p. 168).
5 Ricardo Ravelo, Osiel. Vida y tragedia de un capo, p. 71.
6 Ibíd., p. 145.
7 Ioan Grillo, El Narco Inside Mexico’s Criminal Insugency, Bloomsbury Press, Nueva York, 2011, p. 159.
8 George Grayson y Samuel Logan, op. cit., p. 6.
9 Ioan Grillo, op.cit., p. 167.
10 Jorge Fernández Menéndez señala que existía una relación importante de García Ábrego con Mario Ruiz Massieu que llegó a ser subprocurador general de la República en el gobierno salinista, por medio de Guillermo González Calderoni y del director de la Policía Judicial Federal, Adrián Carrera (éste se encargó de eliminar cualquier mención de Raúl Salinas en las investigaciones del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, cometido en septiembre de 1994); también dice que Humberto García Ábrego, hermano de Juan y cerebro financiero de la organización, era proveedor oficial de Conasupo, la empresa estatal comercializadora de productos de primera necesidad en zonas marginadas, a la cual vendió dos mil millones de viejos pesos de productos agrícolas; cuando fue hecho preso en Estados Unidos, Mario Ruiz Massieu tenía cuentas bancarias por más de nueve millones de dólares cuyo origen no pudo comprobar claramente; el abogado defensor de Mario también defendía a García Ábrego; un empresario de Salti
Última edición por belze el Octubre 14th 2013, 13:10, editado 7 veces
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A Camarena lo ejecutó la CIA, no Caro Quintero
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yo no mate a camarena bien decía el cabrón
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A "Kiki" Camarena lo ejecutó la CIA, no Caro Quintero
Una historia que parece sacada de una compleja novela de espionaje acaba de estallar en la televisión estadunidense: Enrique Kiki Camarena, el policía de la DEA asesinado en México en febrero de 1985, aparentemente no fue víctima del capo mexicano Rafael Caro Quintero sino de un oscuro integrante de la CIA. Este sujeto fue el encargado de silenciar al agente antinarcóticos por una grave razón: había descubierto que Washington se asoció con el narcotraficante y usaba las ganancias del trasiego de estupefacientes para financiar las actividades de la contrarrevolución nicaragüense.
WASHINGTON (Proceso).- Tres exagentes federales estadunidenses decidieron acabar con un silencio de 28 años y confiaron simultáneamente a este semanario y a la cadena estadunidense Fox News una información “bomba”: Enrique Kiki Camarena no habría sido asesinado por Rafael Caro Quintero –capo que purgó una sentencia por ese crimen– sino por un agente de la CIA. La razón: el integrante de la DEA descubrió que su propio gobierno colaboraba con el narco mexicano en su negocio ilícito.
En entrevistas con Proceso Phil Jordan, exdirector del Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC); Héctor Berrellez, exagente de la administración antidrogas de Estados Unidos (DEA), y Tosh Plumlee, expiloto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aseguran tener las pruebas de que el propio gobierno estadunidense ordenó la ejecución de Kiki Camarena en 1985, y además señalan al siniestro personaje cubano Félix Ismael Rodríguez como el asesino.
“Fui yo quien dirigió la investigación de la muerte de Camarena”, dice Berrellez y agrega: “Durante esta investigación descubrimos que algunos efectivos de una agencia de inteligencia de Estados Unidos, infiltrados en la DFS (la mexicana Dirección Federal de Seguridad), participaron también en el secuestro de Camarena. Dos testigos identificaron a Félix Ismael Rodríguez. Ellos eran de la DFS y nos dijeron que incluso él (Rodríguez) se había identificado como ‘inteligencia norteamericana’”.
La historia oficial y la versión que sigue sosteniendo la DEA es que a Kiki Camarena lo secuestró, torturó y asesinó Caro Quintero en febrero de 1985 en venganza porque el estadunidense había descubierto sus enormes sembradíos de mariguana y su centro de procesamiento en el famoso rancho El Búfalo.
Félix Ismael Rodríguez, El Gato, tiene uno de los historiales más turbios de la intervención de Estados Unidos en Centroamérica, principalmente en Nicaragua. A este cubano –quien participó en la frustrada invasión a Bahía de Cochinos y luego en la Guerra de Vietnam– se le atribuye la captura y por ende el asesinato del Che Guevara en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Facilidades a Caro
En entrevistas por separado Jordan, Berrellez y Plumlee coinciden en muchos de los detalles de la reconstrucción de los hechos que habrían llevado a la CIA a decidir la eliminación de Camarena.
La historia que describen los tres exagentes se inicia con el señalamiento de que El Gato Rodríguez, además de estar infiltrado en la DFS llevó a México a un hondureño llamado Juan Matta Ballesteros, figura conocida por los narcotraficantes colombianos.
En México, según los entrevistados, la misión de Matta era conseguir droga en Colombia para el Cártel de Guadalajara, dirigido por Caro Quintero en los ochenta. Al narcotraficante mexicano el gobierno estadunidense le daba facilidades para vender cocaína, mariguana y otros estupefacientes donde quisiera. A Washington le convenía, porque participaba de las ganancias.
La parte del dinero que recibía la CIA –representada en México por Rodríguez a través de Matta– se hacía llegar a los contrarrevolucionarios de Nicaragua, La Contra, en forma de armas y otros equipos militares. Así Estados Unidos financiaba la lucha irregular contra el régimen sandinista, encabezado entonces por el actual presidente del país centroamericano, Daniel Ortega.
FUENTE:
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WASHINGTON (Proceso).- Tres exagentes federales estadunidenses decidieron acabar con un silencio de 28 años y confiaron simultáneamente a este semanario y a la cadena estadunidense Fox News una información “bomba”: Enrique Kiki Camarena no habría sido asesinado por Rafael Caro Quintero –capo que purgó una sentencia por ese crimen– sino por un agente de la CIA. La razón: el integrante de la DEA descubrió que su propio gobierno colaboraba con el narco mexicano en su negocio ilícito.
En entrevistas con Proceso Phil Jordan, exdirector del Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC); Héctor Berrellez, exagente de la administración antidrogas de Estados Unidos (DEA), y Tosh Plumlee, expiloto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aseguran tener las pruebas de que el propio gobierno estadunidense ordenó la ejecución de Kiki Camarena en 1985, y además señalan al siniestro personaje cubano Félix Ismael Rodríguez como el asesino.
“Fui yo quien dirigió la investigación de la muerte de Camarena”, dice Berrellez y agrega: “Durante esta investigación descubrimos que algunos efectivos de una agencia de inteligencia de Estados Unidos, infiltrados en la DFS (la mexicana Dirección Federal de Seguridad), participaron también en el secuestro de Camarena. Dos testigos identificaron a Félix Ismael Rodríguez. Ellos eran de la DFS y nos dijeron que incluso él (Rodríguez) se había identificado como ‘inteligencia norteamericana’”.
La historia oficial y la versión que sigue sosteniendo la DEA es que a Kiki Camarena lo secuestró, torturó y asesinó Caro Quintero en febrero de 1985 en venganza porque el estadunidense había descubierto sus enormes sembradíos de mariguana y su centro de procesamiento en el famoso rancho El Búfalo.
Félix Ismael Rodríguez, El Gato, tiene uno de los historiales más turbios de la intervención de Estados Unidos en Centroamérica, principalmente en Nicaragua. A este cubano –quien participó en la frustrada invasión a Bahía de Cochinos y luego en la Guerra de Vietnam– se le atribuye la captura y por ende el asesinato del Che Guevara en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Facilidades a Caro
En entrevistas por separado Jordan, Berrellez y Plumlee coinciden en muchos de los detalles de la reconstrucción de los hechos que habrían llevado a la CIA a decidir la eliminación de Camarena.
La historia que describen los tres exagentes se inicia con el señalamiento de que El Gato Rodríguez, además de estar infiltrado en la DFS llevó a México a un hondureño llamado Juan Matta Ballesteros, figura conocida por los narcotraficantes colombianos.
En México, según los entrevistados, la misión de Matta era conseguir droga en Colombia para el Cártel de Guadalajara, dirigido por Caro Quintero en los ochenta. Al narcotraficante mexicano el gobierno estadunidense le daba facilidades para vender cocaína, mariguana y otros estupefacientes donde quisiera. A Washington le convenía, porque participaba de las ganancias.
La parte del dinero que recibía la CIA –representada en México por Rodríguez a través de Matta– se hacía llegar a los contrarrevolucionarios de Nicaragua, La Contra, en forma de armas y otros equipos militares. Así Estados Unidos financiaba la lucha irregular contra el régimen sandinista, encabezado entonces por el actual presidente del país centroamericano, Daniel Ortega.
FUENTE:
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Invitado- Invitado
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Pues es obvio. Quien quiera que haya leido La Charola, de Sergio Aguayo; La CIA en Mexico (que tambien causo que mataran a su autor, Enrique Buendia, poco despues de haber sido publicado) y Los Señores del Narco y despues de haber visto el escandalo del asunto Narco-Iran-Contras, le queda claro esto: que la CIA son unos weyes de lo mas p****e culero. Y que cagados de la risa lo pudieron haber hecho de la forma señalada en el video.
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Hasta hubo un conflicto inter agencias CIA-DEA por aquello del financiamiento a los movimientos centroamericanos, suena creible la suposicion.
chon_defense- Clases/Maestres
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
No, se me sigue haciendo raro, no se me fue la fuente. La pego y la pego, se publica la nota y no aparece ni madres. Checale tu. A mi se me hace muy raro.
belze- Staff
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A Camarena lo ejecutó la CIA, no Caro Quintero
A Camarena lo ejecutó la CIA, no Caro Quintero
LUIS CHAPARRO Y J. JESÚS ESQUIVEL
12 DE OCTUBRE DE 2013
DESTACADO
Una historia que parece sacada de una compleja novela de espionaje acaba de estallar en la televisión estadunidense: Enrique Kiki Camarena, el policía de la DEA asesinado en México en febrero de 1985, aparentemente no fue víctima del capo mexicano Rafael Caro Quintero sino de un oscuro integrante de la CIA. Este sujeto fue el encargado de silenciar al agente antinarcóticos por una grave razón: había descubierto que Washington se asoció con el narcotraficante y usaba las ganancias del trasiego de estupefacientes para financiar las actividades de la contrarrevolución nicaragüense.
WASHINGTON (Proceso).- Tres exagentes federales estadunidenses decidieron acabar con un silencio de 28 años y confiaron simultáneamente a este semanario y a la cadena estadunidense Fox News una información “bomba”: Enrique Kiki Camarena no habría sido asesinado por Rafael Caro Quintero –capo que purgó una sentencia por ese crimen– sino por un agente de la CIA. La razón: el integrante de la DEA descubrió que su propio gobierno colaboraba con el narco mexicano en su negocio ilícito.
En entrevistas con Proceso Phil Jordan, exdirector del Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC); Héctor Berrellez, exagente de la administración antidrogas de Estados Unidos (DEA), y Tosh Plumlee, expiloto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aseguran tener las pruebas de que el propio gobierno estadunidense ordenó la ejecución de Kiki Camarena en 1985, y además señalan al siniestro personaje cubano Félix Ismael Rodríguez como el asesino.
“Fui yo quien dirigió la investigación de la muerte de Camarena”, dice Berrellez y agrega: “Durante esta investigación descubrimos que algunos efectivos de una agencia de inteligencia de Estados Unidos, infiltrados en la DFS (la mexicana Dirección Federal de Seguridad), participaron también en el secuestro de Camarena. Dos testigos identificaron a Félix Ismael Rodríguez. Ellos eran de la DFS y nos dijeron que incluso él (Rodríguez) se había identificado como ‘inteligencia norteamericana’”.
La historia oficial y la versión que sigue sosteniendo la DEA es que a Kiki Camarena lo secuestró, torturó y asesinó Caro Quintero en febrero de 1985 en venganza porque el estadunidense había descubierto sus enormes sembradíos de mariguana y su centro de procesamiento en el famoso rancho El Búfalo.
Félix Ismael Rodríguez, El Gato, tiene uno de los historiales más turbios de la intervención de Estados Unidos en Centroamérica, principalmente en Nicaragua. A este cubano –quien participó en la frustrada invasión a Bahía de Cochinos y luego en la Guerra de Vietnam– se le atribuye la captura y por ende el asesinato del Che Guevara en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Facilidades a Caro
En entrevistas por separado Jordan, Berrellez y Plumlee coinciden en muchos de los detalles de la reconstrucción de los hechos que habrían llevado a la CIA a decidir la eliminación de Camarena.
La historia que describen los tres exagentes se inicia con el señalamiento de que El Gato Rodríguez, además de estar infiltrado en la DFS llevó a México a un hondureño llamado Juan Matta Ballesteros, figura conocida por los narcotraficantes colombianos.
En México, según los entrevistados, la misión de Matta era conseguir droga en Colombia para el Cártel de Guadalajara, dirigido por Caro Quintero en los ochenta. Al narcotraficante mexicano el gobierno estadunidense le daba facilidades para vender cocaína, mariguana y otros estupefacientes donde quisiera. A Washington le convenía, porque participaba de las ganancias.
La parte del dinero que recibía la CIA –representada en México por Rodríguez a través de Matta– se hacía llegar a los contrarrevolucionarios de Nicaragua, La Contra, en forma de armas y otros equipos militares. Así Estados Unidos financiaba la lucha irregular contra el régimen sandinista, encabezado entonces por el actual presidente del país centroamericano, Daniel Ortega.
Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Me parece que esto ya se habia publicado en "Los Señores del Narco". Existira la posibilidad de que se hizo mas publica esta informacion para asi justificar un poco su liberacion?
belze- Staff
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US intelligence assets in Mexico reportedly tied to murdered DEA agent
FOREIGN POLICY
US intelligence assets in Mexico reportedly tied to murdered DEA agent
By William La Jeunesse, Lee Ross
Published October 10, 2013FoxNews.com
Few remember Enrique 'Kiki' Camarena, the DEA agent killed in the line of duty almost 30 years ago, when the War on Drugs was the talk of Washington.
"On February 7, 1985, Special Agent Camarena was kidnapped by the traffickers," then First Lady Nancy Reagan somberly told a room full of anti-drug advocates. "He was tortured and beaten to death."
Camarena's killer was sentenced to 40 years in jail. Now, he's free after serving only 28 years. And those who knew the agent and became close to his family are fighting to see that his story is not forgotten.
"I think the American people, at least, owe him for the sacrifice that he made to ensure that the people that took his life, that subjected him to torture over a three day period of time are held accountable and brought to justice, says Jimmy Gurule’, the former Assistant U.S. Attorney in Los Angeles.
Gurule’ indicted Rafael Caro Quintero for Camerena’s murder. But it would be in a federal Mexican courtroom that the powerful drug cartel leader was convicted of murder.
Today, however, Quintero is gone, released from jail by Mexican judges nine weeks ago on a legal technicality. In doing so, Mexico ignored a U.S. extradition request and also never informed Washington of his release. Two days later, the White House released a statement saying it was "deeply concerned" Quintero was free.
"I'm deeply disappointed about a lot of things," Gurule’ told Fox News. "But we're talking about the release of the murderer of a DEA agent. I think that's a very shameful statement. The government should be outraged. I'm outraged. The DEA is outraged. The Camarena family is outraged."
Outraged because of how Camarena died and the role Quintero played.
"Quintero is such a psychopath that he makes Charles Manson appear to be a cub scout," former DEA agent Hector Berrellez said.
According to an internal government report obtained by Fox News, Quintero's drug operation stretched 2,000 miles, establishing "a cocaine pipeline from Colombia, shipping multi-ton quantities of cocaine into the United States via Mexico."
Using a series of wiretaps, the DEA and Camarena were making sizeable drug busts inside Mexico, including one that cost Quintero $2.5 billion.
"Camarena was kidnapped and murdered because he came up with the idea that we needed to chase the money not the drugs," said Berrellez, who led the investigation into Camarena's murder. "We were seizing a huge amount of drugs. However, we were not really disrupting the cartels. So he came up with the idea that we should set up a task force and target their monies."
In February 1985, as Camarena left to meet his wife for lunch outside the U.S. consulate in Guadalajara, he was surrounded by Mexican intelligence officers from the DFS, a Mexican intelligence agency that no longer exists.
"Back in the middle 1980's, the DFS, their main role was to protect the drug lords," Berrellez claims.
U.S. intelligence documents obtained by Fox News support that assessment: "Drug smugglers/transporters employed by Rafael Caro Quintero were always provided protection prior to moving a drug load....two DFS agents (would) accompany the smugglers at all times to avoid any problems."
Blindfolded and held at gunpoint, the DFS agents took Camarena to one of Quintero's haciendas five miles away.
Over 30 hours, Quintero and others crushed Camarena's skull, jaw, nose and cheekbones with a tire iron. They broke his ribs, drilled a hole in his head and tortured him with a cattle prod. As Camarena lay dying, Quintero ordered a cartel doctor to keep the U.S. agent alive.
"At that point he administered lidocaine into his heart to keep him alert and awake during the torture," said Berrellez.
After the cartel dumped Camarena's body on a nearby ranch, the DEA closed in on Quintero at the Guadalajara airport.
"Upon arrival we were confronted by over 50 DFS agents pointing machine guns and shotguns at us--the DEA. They told us we were not going to take Caro Quintero," says Berrellez, recalling the stand-off. "Well, Caro Quintero came up to the plane door waved a bottle of champagne at the DEA agents and said, 'My children, next time, bring more guns.' And laughed at us."
The kidnapping and death of a U.S. drug agent was, until then, unprecedented. Mexico initially did little, until President Reagan shut down the U.S. border, paralyzing the Mexican economy. Within weeks, Quintero was behind bars.
The details of the case are not new. However, those involved in investigating the case, have until now remained silent about the role U.S. intelligence assets played in Camarena’s capture and Quintero's escape.
"Our intelligence agencies were working under the cover of DFS. And as I said it before, unfortunately, DFS agents at that time were also in charge of protecting the drug lords and their monies," said Berrellez.
"After the murder of Camarena, (Mexico's) investigation pointed that the DFS had been complicit along with American intelligence in the kidnap and torture of Kiki. That's when they decided to disband the DFS."
Complicit is a strong term that Berrellez doesn't shy away from. However, when he raised the issue internally, his supervisors told him to drop it. Eventually he was transferred to Washington D.C., and was ordered to stop pursuing any angle that suggested U.S. assets knew of Camarena's capture.
"I know and from what I have been told by a former head of the Mexican federal police, Comandante (Guillermo Gonzales) Calderoni, the CIA was involved in the movement of drugs from South America to Mexico and to the U.S.," says Phil Jordan, former director of DEA's powerful El Paso Intelligence Center.
"In (Camarena’s) interrogation room, I was told by Mexican authorities, that CIA operatives were in there. Actually conducting the interrogation. Actually taping Kiki."
Eventually, the prosecution did obtain tapes of Camarena's torture and murder.
"The CIA was the source. They gave them to us," said Berrellez. "Obviously, they were there. Or at least some of their contract workers were there."
On Thursday night, a CIA Spokesman told Fox News that “it’s ridiculous to suggest that the CIA had anything to do with the murder of a U.S. federal agent or the escape of his killer.”
Berrellez says two informants from the Mexican state police, who witnessed Camarena's torture, independently and positively identified a photo of one man, a Cuban, who worked as a CIA operative who helped run guns and drugs for the Contras.
Tosh Plumlee claims he was hired to fly covert missions on behalf of U.S. intelligence. He says he flew C-130s in and out of Quintero's ranch and airports throughout Central America in the 1980s.
"The United States government played both ends against the middle. We were running guns. We were running drugs. We were using the drug money to finance the gun running operation," says Plumlee, who now works in Colorado.
Plumlee flew for SETCO, which according to a CIA Inspector General's report delivered "military supplies to Contra forces inside Nicaragua."
In 1998, CIA Inspector General Fred Hitz told Congress he "found no evidence...of any conspiracy by CIA or its employees to bring drugs into the United States. However, it worked with a variety of ...assets (and) pilots who ferried supplies to the Contras, who were alleged to have engaged in drug trafficking activity."
Hitz said the "CIA had an operational interest" in the Contras. And while aware the rebels were trading "arms-for-drugs" the CIA "did nothing to stop it."
Plumlee puts it more directly.
"You want me to say this on camera? Alright. Those entities were cut outs financed and operated by the Central Intelligence Agency," he said. "Our operations were sanctioned by the federal government, controlled out of the Pentagon. The CIA acted in some cases as our logistical support team."
In the past the CIA has insisted, it was not involved supplying or helping the Contras.
However, all three men, say it was an American pilot - who worked for the CIA as well as the Contras and drug cartels - who flew Quintero to freedom from Guadalajara.
“You have the CIA employees,which are your badge, carrying CIA personnel and then you have all of these subcontract employees that work with these intelligence agencies,” Berrellez explains. “Some of them are pilots, some of them run boats, but they are contract employees. Now, the pilot that flew Caro Quintero to Costa Rica was a contract employee.”
"Absolutely," agreed Jordan. "That's a fact."
"That's absolutely right," added Plumlee.
Plumlee says the pilot now lives in New Mexico and regrets that flight.
Quintero’s escape was short-lived. After significant pressure from the Reagan administration, including shutting down the border, in April 1985 the Mexicans nabbed Quintero in Costa Rica and brought him back to stand trial.
He was convicted and sent to prison. Two months ago a Mexican court ordered his release on a legal technicality - that his trial should have taken place in state not federal court. He hasn’t been seen since.
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Me pregunto si Nazar Haro menciona algo en las entrevistas que recientemente se publicaron en su libro.
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Revelan en EU que CIA grabó tortura a Enrique Camarena
Revelan en EU que CIA grabó tortura a Enrique Camarena
La agencia de noticias FOX asegura que oficiales mexicanos y de EU presenciaron y participaron en la tortura del policía de la DEA
12/10/2013 06:18 José Carreño Figueras
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CIUDAD DE MÉXICO, 12 de octubre.- Algunos de los participantes en la tortura y asesinato del agente antinarcóticos estadunidense (DEA) Enrique Kiki Camarena, en 1985, estaban vinculados con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), afirmó la cadena de noticias FOX.
De acuerdo con la versión de FOX, policías mexicanos y particulares estadunidenses relacionados con la CIA (por sus siglas en inglés) presenciaron e incluso participaron en la tortura de Camarena, en marzo de 1985, cerca de Guadalajara.
Asimismo, agentes de la Dirección Federal de Seguridad de México (DFS), vinculada con la CIA, protegieron la huida de Rafael Caro Quintero, el jefe narcotraficante responsable de la muerte de Camarena.
La CIA rechazó las aseveraciones. “Es ridículo”, dijo un portavoz a la propia cadena FOX.
Pero FOX citó declaraciones de varios ex agentes federales estadunidenses participantes en la investigación en ese entonces, incluso Jimmy Gurule, quien fue el fiscal federal adjunto de Los Ángeles que llevó el caso; Phil Jordan, quien era jefe de la oficina de la Agencia Antinarcóticos (DEA, por sus siglas en inglés) en El Paso (Texas), y el también ex agente de la DEA Héctor Berrellez.
Nuestras agencias de inteligencia trabajaban entonces bajo cubierta de la DFS. Y como he dicho antes, desgraciadamente, los agentes de la DFS en ese tiempo también se encargaban de proteger a los jefes narcotraficantes y su dinero”, dijo Berrellez.
El ex agente aseguró además que la investigación mexicana después de la muerte de Camarena apuntó a que la DFS y agencias de inteligencia de EU tenían responsabilidad en el secuestro y asesinato del agente de la DEA.
El reporte de FOX fue motivado por la indignación causada en EU por la reciente liberación de Caro Quintero, que cumplió 28 años de una condena de 40 años, debido a lo que se considera como un tecnicismo legal.
Las autoridades mexicanas pidieron una revisión del fallo, pero ahora se ignora el paradero de Caro Quintero, reclamado, además, por las autoridades del vecino país del norte.
En ese marco, Phil Jordan dijo haber sido informado que colaboradores de la CIA que aseguró que Guillermo González Calderoni, ex comandante de la Policía Federal mexicana, le dijo que “assetts” (colaboradores o informantes) de la CIA habían conducido el interrogatorio y hasta grabado la tortura de Camarena.
Siempre, de acuerdo con la versión de FOX, a lo largo de 30 horas, Camarena sufrió la fractura del cráneo, quijada, nariz y los pómulos; se le taladró la cabeza y se le torturó con una macana eléctrica para el ganado.
Además, cuando Camarena perdió el sentido, Caro Quintero ordenó que se le inyectara lidocaína para mantenerlo despierto durante la tortura.
Jordan dijo también que Calderoni le confió que la CIA estaba envuelta en el movimiento de drogas de América del Sur a México y a EU. La versión fue ampliamente difundida en los años 80 y 90, pero desmentida por las autoridades de la Unión Americana en general y la CIA en particular.
Una serie del reportero Gary Webb en el diario San Jose Mercury News, en específico, que vinculó el tráfico de cocaína con la red de apoyo a los “contras”, fue desvirtuada por The New York Times y The Washington Post.
El reporte de FOX afirmó que un hombre identificado como Tosh Plumlee dijo que había hecho vuelos encubiertos en Centroamérica bajo contrato de las agencias de inteligencia estadunidenses y consignó que cargamentos de armas entregadas a los “contras” antisandinistas habían sido financiadas con tráfico de drogas.
“Traficábamos con armas. Traficábamos con drogas. Usábamos el dinero de la droga para financiar la operación de armas”, dijo el piloto, que ahora trabaja en el estado de Colorado y hace casi 30 años lo hacía para la empresa SETCO que, de acuerdo con un reporte del inspector general de la CIA, entregaba suministros militares a los “contras” dentro de Nicaragua.
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belze- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
LOL yo ya habia puesto muchas notas sobre esto en historicos del narco sin darme cuenta de este tema. Ahorita lo fusiono.
belze- Staff
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La historia secreta detrás del asesinato de Camarena
La historia secreta detrás del asesinato de Camarena
J. JESÚS ESQUIVEL
19 DE OCTUBRE DE 2013
REPORTAJE ESPECIAL
Todo se revuelve… para enseguida aclararse: El asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena por parte de la CIA; el homicidio del periodista Manuel Buendía; la triangulación de recursos del narco mexicano destinados a la Contra nicaragüense con el concurso de esa agencia de espionaje, el entrenamiento de mercenarios centroamericanos en ranchos mexicanos, desde los cuales, por cierto, también despegaban aviones cargados de droga hacia Estados Unidos; los nombres de los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari como presuntos implicados en asesinatos, la protección de la DFS a delincuentes… En entrevista con Proceso el exagente Héctor Berrellez habla de todo esto, confirma su denuncia de que la CIA mandó matar a Camarena y cuenta paso a paso lo ocurrido.
LOS ÁNGELES, Cal. (Proceso).- Durante más de un cuarto de siglo el gobierno estadunidense sepultó toda información relativa al asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena, cometido en Guadalajara en febrero de 1985. No es para menos: de haberse destapado la cloaca, el nombre que hubiera quedado peor parado sería el de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), implicada en los hechos más turbios del narcotráfico mexicano.
En una prolongada entrevista con Proceso, Héctor Berrellez, uno de los tres exagentes federales estadunidenses que la semana antepasada señalaron a la CIA como autora del asesinato de Kiki Camarena (Proceso 1928), abunda en el tema.
Habla con fundamento, toda vez que supervisó la Operación Leyenda, articulada por la agencia antidrogas estadunidense (DEA) precisamente para investigar el secuestro, tortura y asesinato de Camarena Salazar.
Berrellez, ahora dueño de una empresa de entrenamiento y asesoría en seguridad y estrategia, recibe en sus oficinas en California al corresponsal para contarle los detalles alusivos a dicho plan, que llegó a la siguiente conclusión: la CIA se coludió con el Cártel de Guadalajara para eliminar a Camarena.
El nombre de Buendía
“Fui director de la Operación Leyenda, creada para investigar el secuestro, tortura y homicidio de Enrique Camarena Salazar. Trabajé en la DEA 27 años. No doy esta información porque quiera glorificarme o favorecer a algún grupo político de Estados Unidos. Tampoco por dinero. Lo que digo lo digo de corazón, porque tengo información y la he tenido desde que me retiré de la DEA (en 1996); la traigo clavada como una espina y quiero desahogarme”, aclara. “Voy a decir sólo lo que sé y voy a explicar cómo y por qué lo sé, pues para mí es muy importante la credibilidad.
“Como supervisor de la Operación Leyenda y de la investigación tuve acceso a la agenda de Kiki Camarena, la cual me entregó la oficina de la DEA en Guadalajara.
“La agenda tenía muchos nombres y números telefónicos. Uno de ellos, el de Manuel Buendía. Cuando empecé la investigación ese nombre no me decía nada.
“Cuando pregunté quién era Manuel Buendía me dijeron que se trataba de un periodista mexicano asesinado por la CIA y por la Dirección Federal de Seguridad (DFS) de México.”
–¿Quién le dijo esto? –le pregunta el reportero.
–Fuentes mexicanas que obviamente conocían el asunto.
–¿Le dijeron por qué lo mataron?
–Investigué y llegué a la conclusión de que lo mataron porque publicó unas columnas en las cuales acusaba a la DFS de proteger a narcotraficantes, y a la CIA de estar asociada con la Federal de Seguridad en negocios turbios. Incluso identificó por nombre a algunos agentes de la Agencia Central de Inteligencia.
Berrellez hace una pausa y vuelve al caso Camarena:
“Dejando de lado lo de Buendía, porque no era mi asunto, iniciamos las investigaciones sobre el caso de Kiki. Sospechábamos de los narcotraficantes más notorios de entonces: Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, del Cártel de Guadalajara.
“Los investigamos, comprobamos (sus delitos) y los arrestamos. Por esa investigación minuciosa supimos en dónde habían interrogado y matado a Camarena: una casa perteneciente a Rubén Zuno Arce en la calle Lope de Vega, de Guadalajara. Ahí se halló sangre, vellos, huellas digitales y muchas pistas más.
“Descubrimos así que una de las personas que había estado allí era el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros. Y también hallamos rastros de sangre de Camarena y de otras personas, entre ellas del piloto mexicano Alfredo Zavala”.
–¿Camarena estaba registrado como agente de la DEA ante la Secretaría de Relaciones Exteriores? –se le pregunta.
–Exacto. Tenía su carnet. No tenía pasaporte diplomático porque en aquellos tiempos (el gobierno de México) no los daba.
“Relaciones Exteriores nos daba un carnet y con éste nos garantizaban protección, privilegios similares a los de un diplomático. Eso traía Kiki”.
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Algo les sorprende?
belze- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
p$#@ madre, estos gringos estan cabrones. ya ni cagar a gusto se puede, porque en una de esas hasta los del mismo bando te sacan la mierda!
ivan_077- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Manuel Buendia, para los que no saben, es el cabron que escribio "La CIA en Mexico"
Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Famoso por sus columnas en Excelsior, se llamaba Red Privada creo. El tema ya lo saben...colusión entre narcotráfico, gobierno mexicano y CIA.
belze- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
o sea que básicamente, murio sirviendo a la verdad, al honor, y a la república.... una muerte de héroe, más o menos.
ivan_077- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
Si, se lo c****o la DFS por orden de la CIA.
belze- Staff
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Re: Reseñas historicas del narco en Mexico. MUST SEE.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Rojos, golfos y zetas pelean por controlar municipios tamaulipecos
Traiciones y venganzas, constante en la disputa por el poder en el cártel del Golfo.
Gustavo Castillo García
Periódico La Jornada
Domingo 10 de noviembre de 2013, p. 5
Desde los años 90, cuando fue detenido Juan García Ábrego, el liderazgo en el cártel del Golfo se ha definido por traiciones y venganzas de sus integrantes. Los hermanos Cárdenas Guillén, que después comandaron la organización, se enfrentaron luego al grupo de sicarios que ellos crearon para defender sus territorios hasta de los zetas, quienes se habían separado de la banda comandada por Ezequiel Cárdenas y formaron su "compañía".
Funcionarios que participan en el gabinete de seguridad nacional revelaron que la estrategia en Tamaulipas se dirigirá a la zona de la frontera chica, donde tres grupos, los rojos, golfos y zetas llevan a cabo extorsiones a comerciantes y migrantes, así como enfrentamientos por el control de los municipios fronterizos de Tamaulipas.
Hasta febrero de 1996, cuando fue detenido Juan García Ábrego y entregado al gobierno de Estados Unidos, el cártel del Golfo operaba en 10 entidades, y el gobierno mexicano estimaba que introducía a territorio estadunidense 20 por ciento de la cocaína y mariguana que traficaban las organizaciones delictivas.
El liderazgo del cártel fue disputado entonces por Salvador Chava Gómez y Adán Medrano, El licenciado, y durante dos años se consideró que el primero de ellos tomó el mando de la organización y en ese lapso permitió que se sumara al cártel su amigo Osiel Cárdenas Guillén, quien trabajaba como madrina en el grupo de la Policía Judicial Federal adscrita a Tamaulipas.
En 1998 Osiel Cárdenas, también llamado El mataamigos, asesinó a Chava Gómez, desplazó a la familia de García Ábrego del grupo y logró que Gilberto García Mena, El June, y Hugo Baldomero Medina Garza, El señor de los tráilers, se convirtieran en los operadores del cártel del Golfo en la frontera chica, controlando el tráfico de cocaína y mariguana en los municipios de Díaz Ordaz, Ciudad Mier, Miguel Alemán, Guerrero y Camargo.
Cárdenas Guillén creó Los Zetas, un grupo de desertores del Ejército Mexicano, a quienes utilizó como sus escoltas y luego como su brazo armado para enfrentar al El Chapo Guzmán y otros grupos criminales, tanto en Tamaulipas como en Nuevo León. Así logró ser considerado como uno de los narcotraficantes más poderosos de México, ya que su organización llegó a tener presencia en 20 entidades de la República, entre ellas Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche, Quintana Roo, Jalisco, Zacatecas, Chiapas y el Distrito Federal, de acuerdo con reportes de la Procuraduría General de la República.
En 2003 Osiel Cárdenas fue detenido y su lugar lo compartieron –a partir de enero de 2007, cuando fue extraditado a Estados Unidos– Gregorio Sauceda Gamboa, El Caramuela (detenido en 2009), Eduardo Costilla Sánchez, El Coss (aprehendido en 2012) y Antonio Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta (abatido en 2010).
Sin embargo, la disputa del cártel del Golfo con Los Zetas inició con la extradición de Osiel Cárdenas; entonces su poderío disminuyó a cinco entidades y estableció alianzas con La familia michoacana y otros grupos pequeños que operan en Jalisco, Michoacán y Guerrero, para abastecerse de cargamentos de cocaína y mariguana, y mantenerse como la organización que controla la frontera chica, ahora también cobrando a grupos antagónicos para dejarlos operar, señalaron funcionarios federales.
Violencia 2007-2011. La tormenta perfecta
01/11/2013
Violencia 2007-2011. La tormenta perfecta
Alejandro Hope ( Ver todos sus artículos )
En 2007 se calificaba a la primera generación del siglo XXI mexicano como la más pacífica en la historia del país. En los siguientes 48 meses se triplicó el número de asesinatos y en algunas regiones la violencia alcanzó rangos cercanos a los de una guerra civil. En el siguiente ensayo Alejandro Hope explora las circunstancias nacionales e internacionales que detonaron un infierno nunca antes visto.
Algo nos pasó. De ello no hay duda. Entre 1990 y 2007 la tasa de homicidios se redujo a la mitad. La primera generación del milenio apuntaba a ser la más pacífica de la historia de México. Apuntaba, claro, hasta que vino la explosión: en brutal cambio de tendencia, los asesinatos se triplicaron en apenas 48 meses. Homicidios en 2007: ocho mil 867. Homicidios en 2011: 27 mil 199. La tasa pasó de un moderado nueve por 100 mil habitantes a un escandaloso 24. De acercarnos a niveles estadunidenses a tener un perfil de violencia casi idéntico al de Brasil. Con regiones en tonalidades hondureñas. Con subgrupos de población enfrentando probabilidades de muerte violenta dignas de guerra civil. Todo en cuatro años.
¿Y que fue ese algo? A la fecha se han ensayado no menos de una decena de teorías para explicar el ascenso geométrico de violencia homicida entre 2007 y 2011. Cada una posee buenas dosis de sabiduría, cada una resulta insatisfactoria por sí misma. Tal vez no haya algo que sea el algo. Tal vez no haya respuesta única, elegante, simétrica. Puede ser que no fue algo sino todo, una confluencia inusual de demonios, el Ingrid y Manuel y Gilberto y Stan de las balas. La tormenta perfecta.
Las casas en las laderas
En el principio, todo es estructura. Social, de arranque. Con alta probabilidad la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades de empleo y la desigualdad social son criminógenas. Tener un ejército de desempleados y ninis, de hombres jóvenes sin mucho que hacer ni mucho que esperar, ciertamente no ayuda en una crisis de seguridad.
Sin embargo, la relación entre indicadores socioeconómicos e incidencia delictiva no es mecánica: algunos de los estados más pobres del país son también los más seguros (Yucatán, por ejemplo). De hecho, existe alguna evidencia de que el desarrollo económico puede generar incrementos en la incidencia delictiva.1
La tormenta perfecta
Cualquiera que sea el efecto de variables sociales sobre el delito violento, no son una explicación satisfactoria de la curva ascendente de los últimos años: no hay cambios suficientes en los niveles de pobreza, desempleo o marginación entre 2007 y 2008 para producir un vuelco radical en una larga tendencia histórica.
Algo similar vale para la estructura institucional. Nadie duda de las debilidades del aparato de seguridad y justicia. Sí, la impunidad es casi universal. Sí, las policías son una mezcla perfecta de corrupción e incompetencia. Sí, el Ministerio Público es presa de incapacidad consustancial. Sí, las prisiones son zona de desastre.
Pero nada de eso es nuevo. En 2002 el ICESI ubicaba ya la tasa de impunidad en 94%.2 En 2004 había 35% más reos que espacios en los reclusorios.3 No es imposible que haya habido un deterioro adicional del sistema en la última década, pero, si ocurrió, fue gradual. No parece explicación suficiente para un cambio abrupto de tendencia.
En resumen, es muy probable que diversos factores estructurales hayan tenido un impacto sobre la evolución de los indicadores de violencia en el periodo 2007-2011. Sin embargo, probablemente fueron más aceleradores que detonadores primarios del proceso.
La presión barométrica
Si no fueron la pobreza ni las carencias institucionales ni el narcotráfico los causantes de nuestro huracán (metafórico), ¿qué pudo haberlo sido? Una primera respuesta (tentativa): cambios en el entorno internacional.
La tormenta perfecta
Va un dato poco conocido: entre el primer trimestre de 2007 y el cuarto trimestre de 2008 el precio al menudeo de la cocaína se duplicó en Estados Unidos, de acuerdo a información de la DEA.4 Ese inusual disparo de precios no tiene causa única, pero muy probablemente sea consecuencia, en lo fundamental, de un cambio en la política colombiana de combate al narcotráfico. A partir de 2006 el gobierno del presidente Álvaro Uribe empieza a concentrar recursos en la interdicción de flujos de cocaína, por encima de la erradicación de cultivos ilícitos. Los decomisos de cocaína en Colombia aumentaron 60% en apenas un año.
A menor droga, mayor precio a lo largo de la cadena. Y, en condiciones de baja elasticidad-precio, eso implica mayor renta criminal y, por ende, razones más poderosas para disputarla a balazos. Esto no es simple especulación: en un trabajo reciente Daniel Mejía, Pascual Restrepo y Juan Camilo Castillo, investigadores de la Universidad de los Andes, encontraron una correlación estadística robusta entre incautaciones de cocaína en Colombia y homicidios en México (sujeta a algunas condiciones).5
Además, mientras la reina de las drogas se encarecía, las armas se abarataban. Como es bien conocido, Estados Unidos eliminó en 2004 la prohibición de la venta de rifles de asalto. El resultado: un aumento de la disponibilidad y uso de armas de grueso calibre en México, particularmente en comunidades fronterizas. Esto, de nuevo, no es mera elucubración. Dos trabajos académicos recientes llegaron, de manera independiente y con estrategias metodológicas distintas, a la misma conclusión: el reinicio de la venta legal de rifles de asalto en Estados Unidos explica parcialmente el incremento de la tasa de homicidios en México.6
Junto con las armas, Estados Unidos exportó a algunos de los hombres dispuestos y capacitados para utilizarlas. Entre 2002 y 2008 el número de ex convictos repatriados de Estados Unidos se incrementó 35%. Ese fenómeno puede haber generado un incremento de la incidencia delictiva en las comunidades receptoras, particularmente en la zona fronteriza, aunque en este caso resulta difícil evaluar la magnitud del impacto.
Todo esto, al tiempo en que los controles fronterizos estadunidenses se apretaban, como producto rezagado del 11 de septiembre. Entre 2001 y 2008 el número de agentes de la Patrulla Fronteriza prácticamente se duplicó.7 Su presupuesto siguió una trayectoria similar en el mismo periodo.
En resumen: más hombres, más armas, más renta criminal, más riesgo en las operaciones de contrabando.
Cumulus nimbus
En paralelo, las nubes se ennegrecían en el submundo criminal. Con alta probabilidad, las tensiones entre y al interior de las organizaciones criminales iban al alza desde el final de la administración Fox. Desde 2005 los cárteles del Pacífico y Juárez estaban en conflicto abierto, producto de sendos asesinatos de hermanos de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, y Vicente Carrillo Fuentes, alias El Viceroy.8
Ese mismo año el Cártel del Pacífico intentó infructuosamente desplazar al Cártel del Golfo en Nuevo Laredo y otras poblaciones de Tamaulipas, lo cual motivó un operativo federal amplio, denominado “México Seguro”. La ruptura de la Familia Michoacana con el Cártel del Golfo y los Zetas se produjo igualmente en 2005 y 2006. Asimismo, la violenta reacción de Arturo Beltrán Leyva ante la detención de su hermano Alfredo en enero de 2008 habla de la existencia de un conflicto previo con sus socios del Cártel del Pacífico.9
Los conflictos entre grupos criminales no son cosa nueva, pero éstos no eran los narcos de antaño. Como documenta Guillermo Valdés en su reciente libro, las organizaciones del narcotráfico se habían militarizado desde finales de los noventa, al tiempo en que ampliaban su presencia territorial y diversificaban sus fuentes de ingreso.10 En esas circunstancias, se volvía probable que (como eventualmente sucedió) las disputas escalasen en intensidad y se extendiesen a buena parte de la geografía nacional.
Vientos huracanados
Las nubes tormentosas se tornaron en huracán con los cambios en la política de seguridad instrumentados por el gobierno del presidente Felipe Calderón. En términos prácticos, cinco medidas específicas pudieron haber incrementado involuntariamente los niveles de violencia:
a. Despliegue masivo de fuerzas federales: a solicitud de diversos gobernadores, empezando con el de Michoacán, el gobierno federal inició, a partir de diciembre de 2006, operativos conjuntos de las fuerzas armadas y de la Policía Federal en diversos puntos del territorio. Según algunos análisis, existe una correlación robusta entre el inicio de los operativos conjuntos y el disparo de violencia en los estados involucrados.11 Sin embargo, el mecanismo causal no está claro. Fernando Escalante sugiere que la presencia de elementos federales pudo haber roto arreglos preestablecidos entre autoridades locales y grupos delictivos. La teoría no es descabellada, pero se requiere más investigación sobre el tema.
b. Incremento del número de agencias involucradas en el combate al narcotráfico: durante décadas, la Procuraduría General de la República (PGR) fue la dependencia líder en el combate al narcotráfico. Las fuerzas armadas tenían roles auxiliares, acotados en lo fundamental a tareas de erradicación y decomiso. El crecimiento acelerado de la Policía Federal a partir de 2006 y la participación más activa del Ejército y la Marina en la persecución de delincuentes transformó ese panorama: la PGR se volvió una agencia más entre muchas involucradas en el combate al narcotráfico. Ello pudo haber tenido un efecto desequilibrante en las relaciones entre el Estado y el narcotráfico: al no existir ya un punto focal para la persecución de las bandas, posiblemente dejó de tener sentido, desde la perspectiva de los narcotraficantes, la corrupción sistémica. Si bien ese fenómeno pudo haber servido hasta cierto punto para proteger la integridad de las instituciones, pudo también haber orillado a los delincuentes a un uso más intensivo de la violencia.
c. Decapitación de organizaciones delictivas: a partir de 2007 el gobierno federal instrumentó una política activa de decapitación y desmembramiento de las bandas del narcotráfico. En espacio de cinco años se logró la captura o abatimiento de 23 de los 37 principales dirigentes de los cárteles, además de un número no cuantificado de operadores medios. En términos generales, una política de decapitación como la implementada puede conducir a la violencia por tres canales: 1) provocando una disputa sucesoria al interior de la organización; 2) incentivando la ruptura de mandos medios y la creación de nuevas organizaciones; 3) generando vacíos que pueden ser aprovechados por grupos rivales.12 Es posible que los tres fenómenos se hayan presentado en diversos casos.13
d. Interdicción marítima y aérea más intensa: tradicionalmente, la cocaína entraba a territorio nacional por puertos marítimos o en vuelos clandestinos, provenientes de Colombia. Esos métodos se vieron trastocados a finales de 2007 y principios de 2008: primero, por la intercepción de dos grandes embarques (37 toneladas en total) en Manzanillo, Colima y Altamira, Tamaulipas, en octubre de 2007; segundo, por la decisión del gobierno federal, en enero de 2008, de obligar a las aeronaves privadas provenientes de Centro y Sudamérica a aterrizar, para fines de inspección, en Cozumel o Tapachula. Esa combinación pudo haber tenido el efecto de desviar los flujos de cocaína hacia la frontera con Guatemala y, por tanto, alargar las rutas terrestres en México. Con rutas más largas, probablemente creció el número de bodegas intermedias y de transportistas, intensificando la necesidad de control armado en más zonas del país.
e. Incremento en el número de extradiciones a Estados Unidos: según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el número de personas extraditadas de México a Estados Unidos pasó de 12 en 2006 a 107 en 2009. Entre los extraditados del periodo 2007-2010 se cuentan algunos de los principales dirigentes del narcotráfico en México, como Osiel Cárdenas Guillén, Benjamín Arellano Félix y Vicente Zambada Niebla. Ese cambio en la política del gobierno pudo haber intensificado la violencia por tres vías: 1) eliminando el control que algunos de esos dirigentes ejercían sobre sus organizaciones desde cárceles mexicanas; 2) aumentando los riesgos de captura y con ello la disposición a la violencia preventiva (contra rivales, informantes potenciales, etcétera); 3) convirtiendo a algunos capos en informantes de la justicia estadunidense y generando con ello disputas internas en las organizaciones.
Por supuesto, no todo es responsabilidad del gobierno federal. Los gobiernos estatales contribuyeron a la crisis con una cauda radical de negligencia. En más de un caso simplemente abandonaron la plaza, impulsados en parte por la presencia de fuerzas federales.14 Frente al huracán y con algunas notables excepciones, agacharon la cabeza, a la espera de que el policía de última instancia (el gobierno federal) los sacara del embrollo.
La teoría de la tormenta perfecta
La tormenta perfecta
En resumen, para finales de 2007 existían condiciones para una tormenta perfecta: disputas crecientes en el submundo criminal, incremento de los precios de la cocaína y una mayor disponibilidad de armas y hombres en el norte del país. En ese entorno, la mayor agresividad del gobierno federal en la persecución de los cárteles pudo haber sido el catalizador de un aumento extraordinario del número de homicidios en el segundo trimestre de 2008. A partir de ese punto es probable que la violencia se haya alimentado a sí misma.
Para entender la mecánica de expansión, resulta útil recurrir a un concepto desarrollado por el criminólogo estadunidense Mark Kleiman: “enforcement swamping”.15 En principio, un delincuente potencial viola una ley sí y sólo sí el beneficio del acto es superior al castigo esperado.16 El castigo esperado se obtiene multiplicando la severidad del castigo por la probabilidad del mismo. Así, si la pena por cometer un homicidio es 40 años de prisión y la probabilidad de recibirla es de 20%, el castigo esperado sería de ocho años, multiplicado por el costo de oportunidad del delincuente. Si el beneficio para un delincuente de matar a una persona es igual o inferior a esa cifra, probablemente no lo cometa.
Pero, ¿qué pasa si, por razones exógenas, el beneficio traspasa ese umbral? Asumiendo como constante la capacidad de castigo en el corto plazo,17 el delincuente tenderá a cometer el homicidio y otros delincuentes harán lo mismo. Mientras más homicidios ocurran, menor será la probabilidad de que cualquier acto en lo individual sea castigado y, por tanto, el castigo esperado tenderá a disminuir, generando con ello un incremento adicional en el número de homicidios. El mecanismo es un bucle de retroalimentación.
La tormenta perfecta
Eso es previsiblemente lo que le ocurrió a México entre 2007 y 2011. Diversos hechos relativamente menores se concatenaron para producir un incremento en el número de homicidios en el segundo trimestre de 2008. Como creció el número de homicidios, bajó la probabilidad de que cualquier asesinato en lo individual fuera castigado. Hubo entonces más homicidios, pero ahora con refinamientos de crueldad. Como las autoridades estaban ocupadas con los cadáveres, crecieron los secuestros, los cuales generaron más secuestros. Entre homicidios y secuestros no había con qué atender la extorsión o el robo de vehículos. Más negocios fueron extorsionados y más vehículos fueron robados. Entre secuestros, robos y extorsiones se multiplicaron las víctimas mortales. El desorden engendró desorden.
Después del huracán
Hasta que dejó de engendrarlo, claro está. La tormenta empezó a ceder hacia mediados de 2011. La curva de homicidios alcanzó su punto más alto en mayo de 2011.18 A partir de entonces inició un descenso gradual, pero sostenido: 28 meses después se ha acumulado una caída cercana a 20% en el número de homicidios a nivel nacional. En algunas regiones la mejoría ha sido dramática: en Ciudad Juárez el número de homicidios en 2012 fue 75% menor al total registrado en 2010.
No hay explicación única de esta inesperada disminución. Entre otras cosas, puede ser el efecto conjunto de:
1. Un aumento en las capacidades del Estado: entre 2006 y 2012 el gasto federal en seguridad y justicia se duplicó en términos reales. Resultaría sorprendente que ese incremento no hubiese tenido ningún efecto sobre la incidencia de algunos delitos.
2. Un cambio de tácticas: a partir de mediados de 2011 hubo un esfuerzo sostenido por detener a operadores en el segundo nivel de responsabilidad de los grupos criminales. La remoción de esos individuos pudo haber afectado las capacidades de comando y control de las bandas, sin crear los vacíos de poder que puede provocar la remoción de los líderes principales.
3. La demolición del grupo más violento: entre julio de 2011 y julio de 2013 fue detenido o abatido prácticamente todo el liderazgo de los Zetas. Esto no implica la destrucción de la banda, pero sí un debilitamiento significativo. Sobre todo, tiene tal vez un efecto disuasivo sobre las demás organizaciones criminales: la que haga gala de brutalidad se convertirá en el foco de atención de las autoridades.
4. Menos ingresos criminales: entre 2006 y 2012 el número de usuarios de cocaína en Estados Unidos disminuyó 40%.19 Además de menor volumen traficado, la disminución pudo haber redundado en menores precios ¿La consecuencia posible? Menor renta criminal y menos razones para matarse.
Y, tal vez, la paz engendró paz. Una disminución puntual en el número de homicidios provocó que, en el margen, la probabilidad de sanción de cualquier asesinato creciera, generando por tanto una reducción adicional en el volumen de muertos, provocando a su vez mayor riesgo de castigo. La espiral de ascenso, invertida.
¿Entonces ya salimos de la crisis? ¿La caída es imparable, la pacificación un hecho consumado? No, ni de cerca. Por una parte, estamos aún al doble del nivel de homicidios de 2007: falta aún largo trecho antes de cantar victoria. Por la otra, el homicidio no es todo. En otros delitos persiste una dinámica ascendente: este año impondrá un récord histórico en el número de secuestros denunciados.
Si alguna enseñanza deja la gran tormenta de 2007-2011 es que no hay nada labrado en piedra. Largas tendencias históricas pueden alterarse brutalmente de un momento a otro. Cierto, hubo una confluencia excepcional de condiciones adversas en 2007 y 2008. Pero, ¿hay algo que impida una combinación similar en el futuro?
En el principio todo es estructura. No podemos prevenir nuevas tormentas, pero sí podemos mitigar sus efectos destructivos: reformando nuestras instituciones de seguridad y justicia, transformando nuestra realidad social, impulsando un proceso civilizatorio amplio. Esta crisis nos dejó un tropel de víctimas. Ojalá nos deje también diques para contener la siguiente marejada.
Referencias bibliográficas
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De Mauleón, Héctor (2010): Marca de sangre: Los años de la delincuencia organizada, Editorial Planeta, México, DF.
Department of Homeland Security (2011): Yearbook of Immigration Statistics 2010. Versión digital. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] publications/yearbook.shtm. 03/10/2013.
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Escalante, Fernando (2011): “Homicidios 2008-2009: La muerte tiene permiso”, nexos, enero de 2011. Edición digital: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 03/10/2013
Felson, Marcus y Rachel Bora (2010): Crime and Everyday Life. Fourth Edition, Sage Publications, Thousand Oaks, California.
Guerrero, Eduardo (2011): “La raíz de la violencia”, nexos, junio de 2011. Edición digital: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 03/10/2013
Hope, Alejandro (2011): “La espiral infinita”, Más allá de los BRICS: Índice de Competitividad Internacional 2011. Versión electrónica: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] . 03/10/2013
Hope, Alejandro (2011): “¿Adiós a las armas?”, nexos, junio de 2012. Edición digital: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 03/10/2013.
Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI) (2002): Primera Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades Federativas. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ensi1_resultados_nacional_y_entidad_federativa.pdf.03/10/2013
Kleiman, Mark (2009): When Brute Force Fails, Princeton University Press, Princeton, New Jersey.
Merino, José (2011): “Los operativos conjuntos y la tasa de homicidios: Una medición”, nexos, junio de 2011. Edición digital: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 03/10/2013
National Drug Intelligence Center (2010): National Drug Threat Assessment 2010, Washington, DC.
Poiré, Alejandro (2011): “El tercer mito: Falso que la presencia de la autoridad detone sistemáticamente la violencia”. Blog de la Presidencia de la República. Publicado el 13 de junio de 2011. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] el-tercer-mito-falso-que-la-presencia-de-la-autoridad-detone-sistematicamente-la-violencia/ #more-67458. 03/10/2013
Valdés, Guillermo (2013): La historia del narcotráfico en México, Editorial Aguilar, México, DF. n
Alejandro Hope. Director de Política de Seguridad del IMCO.
1 Felson, 2010.
2 ICESI, 2002.
3 Bergman y Azaola, 2007.
4 NDIC, 2010.
5 Mejía, Castillo y Restrepo, 2013.
6 Dube, Dube y García Ponce, 2012; y Chicoine, 2011.
7 Ver [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] border_patrol/usbp_statistics/usbp_fy12_stats/ staffing_1993_2012.ctt/staffing_1993_2012.pdf
8 De Mauleón, 2010.
9 De Mauleón, 2010.
10 Valdés, 2013.
11 Ver Escalante, 2011, y Merino, 2011.
12 Las disputas internas y las escisiones en cadena que siguieron a la muerte de los principales dirigentes del cártel de Beltrán Leyva en 2009 es tal vez el mejor ejemplo de esos procesos.
13 Existe un debate sobre el impacto de la política de decapitación en los niveles de violencia. Eduardo Guerrero, por ejemplo, ha argumentado que en 22 de 28 casos analizados la detención o abatimiento de un capo produjo un incremento de violencia en su zona de influencia (Guerrero, 2011). En cambio, Alejandro Poiré, en ese entonces secretario técnico del Gabinete de Seguridad Nacional, analizó 10 detenciones o abatimientos de capos y encontró que en siete no hubo un incremento del número de homicidios posterior al hecho (Poiré, 2011).
14 Hope, 2012.
15 Kleiman, 2009.
16 El beneficio de un acto criminal puede ser material o psicológico. El modelo de “enforcement swamping” no requiere que los delincuentes sean plenamente racionales. Es suficiente que, en términos de sus objetivos y de la información limitada con la que disponen, decidan si pueden eludir un castigo que les pese más que el beneficio a obtener (cualquiera que sea).
17 En el corto plazo no se puede aumentar significativamente el número o la calidad de policías, agentes del Ministerio Público, jueces, tribunales, prisiones, etcétera.
18 Hope, 2012.
19 Ver [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] NationalFindings/NSDUHresults2012.pdf
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