piloto de combate frances, heroe de guerra, solo encuentra alivio en la confesion
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piloto de combate frances, heroe de guerra, solo encuentra alivio en la confesion
«La única solución era volverme a Dios»
Un piloto de combate cuenta cómo la confesión y la oración le liberaron tras matar a dos talibanes
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Brice Erbland es un héroe en Francia. Lideró misiones en Afganistán y Libia. Matar le produjo un gran sufrimiento. Un capellán le dio la clave.
Actualizado 16 junio 2013
Javier Lozano / ReL
Brice Erbland es considerado un héroe en Francia. Este capitán del Ejército de 32 años y padre de cuatro hijos ha sido doblemente condecorado por su país e incluso ha sido nombrado Caballero de la Legión de Honor.
Es piloto de helicóptero, concretamente de las aeronave de ataque Tigre. En Afganistán y Libia ha sido jefe de misión y dada su situación se vio obligado a utilizar fuego real en sus incursiones.
Sus miedos y angustias en la guerra
¿Qué sintió? ¿Experimentó contradicciones? ¿Cómo vivió el atacar al enemigo? ¿Cuáles fueron sus reparos y sus sentimientos? Brice Erbland lo cuenta todo en un pequeño libro titulado Dans les griffes du Tigre (En las garras del Tigre).
En él este joven capitán no intenta justificar estas acciones militares o engrandecer al Ejército francés. Más bien abre su corazón y con humildad este piloto habla de sus miedos, sus angustias y también de su orgullo durante estas misiones.
En las decenas de ataques en los que participó llegar a acabar con la vida de dos talibanes y disparó contra los tanques de Gadafi. Matar, aunque fuera durante una operación militar y protegiendo al más débil, produjo en él una experiencia muy dura. Y en una parte de su libro relata la importancia que en esos momentos tuvo el capellán católico destinado en el destacamento. Igualmente, en estas circunstancias tuvo un importante encuentro con Dios. Y él orgulloso lo relata.
La importancia del capellán
“Matar a alguien, incluso en una misión militar adecuada y controlada nunca te deja indiferente”. Para Brice este acontecimiento supuso un auténtico “cuestionamiento personal” que le transformó desde dentro.
En este sentido, a la vuelta de esta misión tenía sentimientos de lo más extraños. Recordaba de manera constante y casi obsesiva la imagen de los talibanes aplastados bajo sus misiles. En su interior persistía una gran turbación. El psicólogo militar le explicó que todo aquello era normal. Sin embargo, él quiso hablar con el capellán. Tuvo una larga conversación y más tarde una “confesión auténtica”.
“La oración me había liberado”
Esa confesión le liberó y le cambió totalmente. Algo en él había ocurrido desde el preciso instante en el que en medio de su angustia fue al encuentro con el Señor. “De repente, se volvió evidente. En mi habitación de Kaia (el aeropuerto de Kabul) todas las palabras del Padre Nuestro volvieron a mi mente. Evidentes, naturales. Y se me aparecieron más claras que nunca. La oración me había liberado. Había mal en la tierra. Había mal en mí. La única solución era volverme a Dios”.
Por todo ello, en su experiencia plasmada en el libro destaca sobremanera el importante papel que desempeñan los sacerdotes castrenses, popularmente conocidos como pater. De “estas buenas personas” destaca su capacidad de escucha y su poder de sanación ante el trauma causado por la muerte. “Una sociedad sin Dios es como un barco sin brújula”, afirma el capitán francés.
La lucha interior
Sin embargo, esta lucha interna no ha sido nada fácil para él. El combate en su interior ha sido igual o mayor que el realizado por su helicóptero en tierras libias o afganas. La tentación en caer en la venganza o el odio es grande.
Para explicar esto, Brice Erbland pone un ejemplo de un hecho que le ocurrió en Afganistán. En una operación militar liderada por él mataron a un jefe talibán pero al llegar a la base se enteraron de que los mismos talibanes habían matado antes a un soldado francés. “Le hemos vengado”, fueron las palabras que le salieron de la boca. “Inmediatamente me arrepentí de mis palabras pues había caído inexorablemente en la ley del talión”. “¡Dios mío, es muy difícil!”, exclamaba.
Del mismo modo, otro hecho que le hacía sufrir era la posibilidad de poder hacer daño a gente inocente. “Todavía conservo en el corazón el temor de matar a un hombre inocente. Matar a un soldado enemigo ya es suficientemente duro así que no me puedo imaginar cómo debe pesar en la conciencia la muerte de un civil”.
Pese a los cursos que recibió para superar estas situaciones confiesa que “he estado afectado por emociones que nunca había pensado”. “Cuando era joven y soltero imaginaba que el problema mora podría evitarse con el sentido del deber y el marco legal. Diez años después, como padre, reacciono con el corazón y pienso que sus oponentes tienen también una familia, un ideal, una esperanza. A pesar de nuestras diferencias, me identifico con ellos. Lo que más recuerdo es que podía correr la misma suerte que ellos. Este miedo persistente sigue rondando mis pensamientos”.
La disyuntiva de la guerra y de matar
El tema de la guerra y en definitiva de matar es un tema complicado y que genera no pocas controversias. Sin embargo, la Iglesia contempla todas estas posibilidades y enseña cómo y en qué circunstancias sería lícito poder acabar con la vida de otra persona.
En este sentido, se estaría permitido matar, y aún así habría que leer la letra pequeña, en tres supuestos: en una guerra justa, en defensa propia y en la justa aplicación de la pena de muerte.
En el caso de la guerra la Iglesia explica que no debe ser el medio normal para acabar con un conflicto. El Catecismo añade que “todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras”.
En este sentido, los expertos aseguran que para que la guerra sea justa se deben cumplir varias condiciones:
Imposibilidad de solución pacífica
Causa justa, como sería la legítima defensa, mientras no haya una autoridad supranacional competente y eficaz.
Que la decisión sea tomada por la autoridad a quien corresponde velar por el bien común de la nación.
Intención recta buscando la justicia y no la venganza
Que sean superiores los bienes que se van a conseguir a los males que se pueden producir
Sin embargo, lo mejor es acudir a la fuente y consultar estas cuestiones sensibles en el Catecismo de la Iglesia Católica.
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Brice Erbland es un héroe en Francia. Lideró misiones en Afganistán y Libia. Matar le produjo un gran sufrimiento. Un capellán le dio la clave.
Actualizado 16 junio 2013
Javier Lozano / ReL
Brice Erbland es considerado un héroe en Francia. Este capitán del Ejército de 32 años y padre de cuatro hijos ha sido doblemente condecorado por su país e incluso ha sido nombrado Caballero de la Legión de Honor.
Es piloto de helicóptero, concretamente de las aeronave de ataque Tigre. En Afganistán y Libia ha sido jefe de misión y dada su situación se vio obligado a utilizar fuego real en sus incursiones.
Sus miedos y angustias en la guerra
¿Qué sintió? ¿Experimentó contradicciones? ¿Cómo vivió el atacar al enemigo? ¿Cuáles fueron sus reparos y sus sentimientos? Brice Erbland lo cuenta todo en un pequeño libro titulado Dans les griffes du Tigre (En las garras del Tigre).
En él este joven capitán no intenta justificar estas acciones militares o engrandecer al Ejército francés. Más bien abre su corazón y con humildad este piloto habla de sus miedos, sus angustias y también de su orgullo durante estas misiones.
En las decenas de ataques en los que participó llegar a acabar con la vida de dos talibanes y disparó contra los tanques de Gadafi. Matar, aunque fuera durante una operación militar y protegiendo al más débil, produjo en él una experiencia muy dura. Y en una parte de su libro relata la importancia que en esos momentos tuvo el capellán católico destinado en el destacamento. Igualmente, en estas circunstancias tuvo un importante encuentro con Dios. Y él orgulloso lo relata.
La importancia del capellán
“Matar a alguien, incluso en una misión militar adecuada y controlada nunca te deja indiferente”. Para Brice este acontecimiento supuso un auténtico “cuestionamiento personal” que le transformó desde dentro.
En este sentido, a la vuelta de esta misión tenía sentimientos de lo más extraños. Recordaba de manera constante y casi obsesiva la imagen de los talibanes aplastados bajo sus misiles. En su interior persistía una gran turbación. El psicólogo militar le explicó que todo aquello era normal. Sin embargo, él quiso hablar con el capellán. Tuvo una larga conversación y más tarde una “confesión auténtica”.
“La oración me había liberado”
Esa confesión le liberó y le cambió totalmente. Algo en él había ocurrido desde el preciso instante en el que en medio de su angustia fue al encuentro con el Señor. “De repente, se volvió evidente. En mi habitación de Kaia (el aeropuerto de Kabul) todas las palabras del Padre Nuestro volvieron a mi mente. Evidentes, naturales. Y se me aparecieron más claras que nunca. La oración me había liberado. Había mal en la tierra. Había mal en mí. La única solución era volverme a Dios”.
Por todo ello, en su experiencia plasmada en el libro destaca sobremanera el importante papel que desempeñan los sacerdotes castrenses, popularmente conocidos como pater. De “estas buenas personas” destaca su capacidad de escucha y su poder de sanación ante el trauma causado por la muerte. “Una sociedad sin Dios es como un barco sin brújula”, afirma el capitán francés.
La lucha interior
Sin embargo, esta lucha interna no ha sido nada fácil para él. El combate en su interior ha sido igual o mayor que el realizado por su helicóptero en tierras libias o afganas. La tentación en caer en la venganza o el odio es grande.
Para explicar esto, Brice Erbland pone un ejemplo de un hecho que le ocurrió en Afganistán. En una operación militar liderada por él mataron a un jefe talibán pero al llegar a la base se enteraron de que los mismos talibanes habían matado antes a un soldado francés. “Le hemos vengado”, fueron las palabras que le salieron de la boca. “Inmediatamente me arrepentí de mis palabras pues había caído inexorablemente en la ley del talión”. “¡Dios mío, es muy difícil!”, exclamaba.
Del mismo modo, otro hecho que le hacía sufrir era la posibilidad de poder hacer daño a gente inocente. “Todavía conservo en el corazón el temor de matar a un hombre inocente. Matar a un soldado enemigo ya es suficientemente duro así que no me puedo imaginar cómo debe pesar en la conciencia la muerte de un civil”.
Pese a los cursos que recibió para superar estas situaciones confiesa que “he estado afectado por emociones que nunca había pensado”. “Cuando era joven y soltero imaginaba que el problema mora podría evitarse con el sentido del deber y el marco legal. Diez años después, como padre, reacciono con el corazón y pienso que sus oponentes tienen también una familia, un ideal, una esperanza. A pesar de nuestras diferencias, me identifico con ellos. Lo que más recuerdo es que podía correr la misma suerte que ellos. Este miedo persistente sigue rondando mis pensamientos”.
La disyuntiva de la guerra y de matar
El tema de la guerra y en definitiva de matar es un tema complicado y que genera no pocas controversias. Sin embargo, la Iglesia contempla todas estas posibilidades y enseña cómo y en qué circunstancias sería lícito poder acabar con la vida de otra persona.
En este sentido, se estaría permitido matar, y aún así habría que leer la letra pequeña, en tres supuestos: en una guerra justa, en defensa propia y en la justa aplicación de la pena de muerte.
En el caso de la guerra la Iglesia explica que no debe ser el medio normal para acabar con un conflicto. El Catecismo añade que “todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras”.
En este sentido, los expertos aseguran que para que la guerra sea justa se deben cumplir varias condiciones:
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