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Visita al pueblo del Señor.

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Mensaje por La Teniente Roca Marzo 28th 2013, 02:08

Visita al pueblo del Señor.

Su cabeza tenía precio, valía un millón de dólares y una tonelada de mariguana. La oferta la lanzó a principios de los años 90 Ramón Arellano Félix, uno de los jefes del llamado cartel de Tijuana. Fue durante una reunión en una de sus guaridas con su grupo de pistoleros del barrio Logan, a quienes anunció que el objetivo era su compadre, Ismael “el Mayo” Zambada.

27/Mar/2013 07:48 HRS

—Pin-che Ramón, pensó que iba a ser fácil—dice sin soltar las manos del volante de su desvencijado chevy un escritor sinaloense mientras conduce por la vieja carretera sur de Culiacán, la antigua vía que comunica con Mazatlán, sin dejar de sostener su mirada fija en el horizonte.



—Mira Juan, la bronca se originó porque Ramón acusó al Mayo, su compadre era su compadre, de haberse quedado con 20 millones de dólares que le quedó a deber. Y pa´ las pulgas de estos cabrones de los Arellano pues se la iban a cobrar. Pero el Mayo supo administrar la animadversión de los hermanos, los conocía bien a todos, a Enedina, a Eduardo, al Javiercillo, a Benjamín. Esperó un buen tiempo, calculó cada movimiento como jugador de Ajedrez, se tardó sí, pero mira ahora, Benjamín y Javiercillo están presos con los gringos, Ramón está muerto, Enedina negoció y pues Tijuana ya es de él—.



Avanzaba la mañana de un día de septiembre cuando este escritor sinaloense, con obra publicada sobre narcotráfico desde hace varios años, invitó al reportero a dar “una vuelta” por el rumbo sur de Culiacán. El destino era el poblado del Álamo, a escasos 10 minutos de la comunidad del Salado, la sindicatura de referencia en esta zona distante 30 minutos por carretera desde la capital del estado.



¿Por qué el Álamo?



—Porque es el pueblo del señor, ahí nació el viejón, es el pueblo del Mayo Zambada. Hace años que ya no vive ahí pero la gente lo venera. Lo quiere y verás cómo está el pueblito ese—.



Mientras el auto sorteaba los topes y daba vuelta a la izquierda y luego a la derecha para doblar un par de esquinas en las calles polvosas del Salado, como si se dirigiera rumbo a orillas del poblado, el escritor recordó que por aquellos años Zambada empezó a invertir sus ganancias en el “negocio” en la compra de ranchos, cabezas de ganado, gasolineras, gaseras. En una época en que la norma era la ostentación de la riqueza, “el Mayo” Zambada impuso entre sus huestes la discreción como regla.



—Nunca le ha gustado la ostentación, a sus hijos, los hijos que tuvo con doña “Chayito” Niebla, les impuso el respeto a sus semejantes, el ayudar a la gente. No por algo aquí en Sinaloa todo mundo sabe que al Mayo se le considera el ‘último reducto de generosidad’ que distinguió hasta hace pocos años a algunos de los jefes del narcotráfico—.



A estas alturas del recorrido el vehículo ya dejó atrás el último caserío del Salado, tomó una brecha polvosa de terracería, bien aplanada sin baches ni piedras, y en pocos minutos del lado del copiloto apareció un pequeño panteón que a la distancia, lucía lápidas y construcciones muy bien cuidadas. Llamaba la atención que la pared y la herrería de las rejas del lugar, estuvieran bien pintadas. Era como un aviso de que el Álamo era otra cosa entre las comunidades de la región.



—Hasta hace pocos años por el mes de diciembre, ya cercana la festividad de Navidad, el Mayo solía aparecer por estos caminos. Sabías que iba a llegar porque no dejaban de pasar las trocas grandes, venían varias camionetas donde traían cartones y cartones de cerveza, también regalos para las señoras y los niños. A la gente de aquí le entregaba dinero en efectivo, era para que cada familia del pueblo tuviera su feliz Navidad—.



Al entrar al Álamo lo primero que llamaba la atención eran las casas, la mayoría de un solo nivel y con jardín, algunas con tejado de dos aguas, otras lucían al frente una cerca de madera roja que hacía juego con los tejados y las fachadas. El color rojizo de esa madera era característico del palo de Brasil. “El Mayo” mandó traerlo y pagó para que las casas de la avenida principal lucieran ese decorado al frente para darle un tono peculiar a la fisonomía del pueblo, un pueblo donde viven alrededor de mil habitantes, comentaba el escritor.



En el centro hay una capilla con una sola torre que tenía en lo alto un campanario. La fachada, los costados y el fortín lucían un color blanco que ante el reflejo del sol, contrastaba con el rojizo de la madera tallada en estilo rústico colonial con que estaba construida la puerta de acceso al templo. Desde que el auto llegó, con los dos forasteros dentro, los pocos pobladores que se asomaron no apartaron su mirada cuando ambos descendieron. Fueron a asomarse al altar del templo, y por ahí un par de hombres ataviados con sombrero, comenzaron a caminar por un pasillo de una casona cercana.



—Creo que será mejor retirarnos—.



Las calles sin peatones, apenas con alguno que otro vehículo que por ahí transitaba, le daban un aire fantasmal al pueblo donde nació “el Mayo” Zambada. En aparente calma los forasteros subieron al auto, el conductor arrancó, y a vuelta de rueda comenzó a enfilar a la salida.



—Al Mayo no le gustan los escándalos. Tiene prohibido que en su pueblo haya escándalo, lo que sí es que la gente es muy celosa, lo cuidan mucho y desconfían de los fuereños cuando vienen a asomarse, tiene uno que venir con alguien que sea de aquí o que al menos lo conozcan para que se abran a platicar contigo—.



El auto salió del Álamo y regresó al Salado por la misma brecha, cuando comenzó el asfalto de la carretera rumbo a Culiacán, el conductor soltó aire por la boca y dijo: —En ningún otro pueblo donde haya nacido un personaje así, entras y sales sin que te chequen desde que llegas hasta que te vas. Es un asunto de control, ellos saben quien llega y quien sale. Es por seguridad. Sin mucho escándalo, aquí todo está bajo control—.



Twitter: @velediaz424



Fuente: http://www.lasillarota.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=63890&Itemid=185
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