Crónicas desde “La Antesala del Infierno”
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Crónicas desde “La Antesala del Infierno”
http://www.animalpolitico.com/2012/12/oye-compa-tu-eres-de-la-mara-cronicas-desde-la-antesala-del-infierno-parte-1/Crónicas desde “La Antesala del Infierno” (parte 1)
Animal Político viaja hasta Tierra Blanca, la ciudad con mayor índice de secuestros de indocumentados en el estado de Veracruz junto a Coatzacoalcos, Orizaba y Medias Aguas. En las siguientes tres crónicas convergen historias de delincuencia, esperanza, compasión y desaliento con un único y terrible protagonista: La Bestia.
diciembre 26, 2012Manu Ureste (@ManuVPC)
Foto: Manu Ureste
Miguel es uno de los 400 mil indocumentados que, se calcula, intentan cruzar al año de manera ilegal la frontera de Estados Unidos.
Un escapulario con diferentes representaciones de la Virgen de Guadalupe y Los Cinco Misterios de la Santa Fe le abraza con delicadeza las filosas vértebras del cuello. Se trata de un rosario sencillo, moldeado en madera común y pintado a mano con un barniz de tonalidad oscura, que le bordea por entre los sobresalientes huesos de la clavícula, baja por el torso robusto y amplio cincelado a base de press banca, y culmina junto a la cara de un grotesco payaso en la boca del estómago.
Miguel –llamémosle así- tiene tatuajes por todo el cuerpo.
Por el pecho, abdomen, hombros, brazos, manos, y hasta por los pómulos y las orejas, le afloran caras demoníacas que se entremezclan con hojas de mariguana, emblemas en inglés y español –When I ride on my enemies, en el costado derecho; Qué falta me hace mi padre, en el izquierdo; Mi querida madre Alba, en la espalda-; retratos tipo Manga de mujeres empuñando pistolas, calaveras que ríen, y una lágrima perenne que se desliza por el ojo derecho junto a tres escalofriantes puntos que dan cuenta, sobre el pómulo izquierdo, de una frenética vida loca.
-Oye compa, ¿y tú eres de la mara?
La pregunta retumba en medio de un sepulcral silencio que es únicamente interrumpido por un ay-ya-ya-yaí, al estilo mariachi, que sale del altavoz de uno de esos celulares que pueden adquirirse en cualquier tienda de autoservicio.
“Esta gente es peligrosa –narra el corrido entre alegres notas de acordeón- no toleran ni un reclamo/ al que les falta el respeto, lueguito les dan pa’bajo/ ellos ajustan cuentas, siempre al estilo italiano”.
Miguel no dice nada.
Sólo sonríe de medio lado mientras permanece apoyado contra el vagón de la compañía Cemex que lo resguarda del intenso calor, y mantiene los ojos negros y ligeramente rasgados fijos en el sendero hipnótico que forman los durmientes de la vía. En el suelo, otros tres migrantes y un joven que dice tener 16 años y nacionalidad mexicana miran de reojo algo malhumorados al periodista que se les aproxima, mientras descansan tumbados entre piedras angostas, latas de cerveza, un par de tenis que se secan al sol, dos bolsas por las que asoma ropa, los restos de un pantalón sucio hecho jirones, y dos botellas de plástico con el cuello degollado y restos de pegamento Resistol en su interior.
-No, mi hermano. ¿Cómo crees? –Miguel responde con un tono de molestia-. Perdí a alguien y lo sigo llorando –se explica-. Por eso me tatué la lágrima.
“Viví mis años locos por mi cuenta, como una forma de sobrevivir a la calle”
Tras la respuesta, el hondureño “criado en California” saca la mano del bolsillo del pantalón ancho que lleva caído por debajo de la cintura y que deja a la vista el elástico de un calzón azul, y se rasca el pómulo con la uña del dedo meñique.
-Ah wey, ¿lo dices por esto? –Pregunta con una amplia sonrisa, como si acabara de percatarse de que lleva los tres puntos locos dibujados en la piel-. Bueno, sí. He vivido mi vida loca –encoge los hombros con las manos metidas de nuevo en los bolsillos-. Pero nunca he andado con la Mara Salvatrucha, ni con Barrio 18, ni con ninguna pandilla. Viví mis años locos yo solito y por mi cuenta, como una forma de sobrevivir a la calle”.
Hace ahora una pausa de varios segundos y ladea la vista rasgada hacia ese punto infinito donde convergen las vías.
“No lo niego –se arranca de nuevo sin dejar de mirar el sendero-, viví mi vida loca... Pero no soy un delincuente”.
Miguel lleva numeroso tatuajes por todo el cuerpo. //Foto: Manu Ureste
Foto: Manu UresteMiguel asegura que vivió su ‘vida loca’ como una forma de sobrevivir a la calle, y no como una forma de pertenencia a una pandilla
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Estamos en Tierra Blanca, un municipio del hermoso pero convulsionado estado de Veracruz, el cual suma algo más de 90 mil habitantes que platican con un agradable y bullanguero acento cantadito –difícil de captar a la primera, sobre todo para el foráneo- propio de estas latitudes alegres donde se baila un rápido y rítmico Son Jarocho, y al que, cuentan las crónicas locales, los poetas llamaban La novia del sol debido a que en esta zona de la cuenca del Papaloapan en la que predomina el cultivo de caña de azúcar, la cría de ganado, y la industria vidriera, el mercurio puede dilatarse hasta los 50 centígrados… a la sombra.
“A Tierra Blanca también se la conoce como La antesala del infierno“, comenta ajustándose la guayabera un veterano periodista local mientras camina por la vieja estación donde se encuentra uno de los símbolos más representativos de la ciudad: Mi Prieta Linda, una locomotora de vapor, “orgullosa y preciosa como una Diosa”, a la que grupos de música como Los socios del ritmo le dedican canciones con “puro ritmo caliente” para ensalzar la tradición ferrocarrilera de este municipio.
Sin embargo, la referencia a esta tierra con fama de bronca y hospitalaria a partes iguales como la antesala del infierno va mucho más allá de las temperaturas que soportan los parroquianos incluso durante el relativo invierno: de acuerdo con organismos como la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y ONG´s como Amnistía Internacional, y el albergue Hermanos en el Camino –liderado por el sacerdote Alejandro Solalinde-, Tierra Blanca es, junto a Coatzacoalcos, Orizaba y Medias Aguas, la ciudad con mayor índice de secuestros de indocumentados en Veracruz, estado que, a su vez, se encuentra dentro de la lista negra de entidades más peligrosas para quienes buscan alcanzar la frontera norte arriba del tren al que llaman La Bestia.
De ahí que a la ruta conformada por Tuxtepec-Tres Valles-Tierra Blanca se la conozca, debido al incesante número de secuestros y asesinatos de indocumentados, con el sobrenombre de El Triángulo de las Bermudas.
-Me asaltaron dos veces en el ferrocarril –empieza a narrar Miguel, que acepta la entrevista con la condición de que el resto de los presentes también participe en la plática, como si de una reunión informal entre amigos se tratara –”tá bien, si es así como platicando sí te la acepto”, dice-. Fue más para abajo, por el sur. Estábamos como ahora, descansando mientras esperábamos a que llegara el tren para subirnos al vagón y seguir con el camino, y de pronto aparecieron unos pandilleros de la nada –chasquea los dedos-. Nos empezaron a golpear y a gritar que les diéramos todo cuanto traíamos, o si no… ahí mismo todos nos moríamos.
Tierra Blanca es, junto a Coatzacoalcos, Orizaba y Medias Aguas, la ciudad con mayor índice de secuestros de indocumentados en Veracruz
Esta es la segunda vez que Miguel sale de Honduras rumbo a California, Estados Unidos.
A pesar de haberse criado durante buena parte de su vida en la glamurosa ciudad de Los Ángeles –allí trabajaba cambiando el tejado de las casas-, él es uno de los 2.6 millones de sin papeles hispanos que se buscan la vida en la llamada tierra de las oportunidades. Por lo que, explica, a pesar de tener una casa y una familia que lo espera “del otro lado”, no tuvo más remedio que entrar de nuevo a México ilegalmente subido a bordo de un neumático de camión que hacía las veces de balsa para atravesar el río Suchiate, un estrecho y poco profundo afluente que separa la frontera de Guatemala con México, al que también se le conoce como Paso del Coyote por ser ruta habitual para el trasiego de todo tipo de mercancías: desde refrescos, tabaco o azúcar, hasta drogas, armas, y por supuesto, seres humanos.
Una vez en suelo azteca –refiere el hondureño-, se aferró a los hierros de La Bestia, un ferrocarril de mercancías que se calcula transporta al año a más de 400 mil indocumentados que marchan en una desesperada búsqueda por alcanzar la frontera Norte, a pesar del riesgo de quedar fatalmente mutilados por las ruedas del tren o sufrir a manos de los cárteles del crimen organizado un muy probable atraco, secuestro, violación, asesinato… o todo ello a la vez.
“Pasamos las fiestas aquí, en la vía. Tanto Nochebuena como Navidad –recuerda Miguel y a continuación señala, haciendo un gesto con la barbilla, a otro connacional que está sentado sobre el durmiente-. Aquí estuvimos los dos celebrando como pudimos. No teníamos nada que comer, ni para beber, ni tampoco ropa limpia, ni abrigo para la noche. Pero, gracias a Dios, algunas personas que viven por aquí –apunta hacia las casitas de techo de lámina y paredes de madera que se levantan junto a los rieles- se acercaban de vez en cuando y nos daban un taco, un refresco para el calor, una botella de agua… Todo estuvo bien, aunque sí fue triste, para qué digo que no. Muy triste. Porque uno tiene la familia lejos…
Miguel guarda silencio esquivando la mirada para dirigirla nuevamente a ese punto imaginario en el horizonte donde el óxido anaranjado de los raíles se funde con el azul intenso de esta calurosa mañana.
“Pero bueno -se arranca de nuevo-, mejor no acordarse mucho de la familia, ¿no? Es lo mejor para que no haigan tristezas. Por eso ni les hablo. Yo creo que cuando esté en la frontera les marcaré por teléfono, pero antes no. Sufren demasiado“.
Tierra Blanca //Foto: Manu Ureste
Foto: Manu UresteA la ruta conformada por Tuxtepec-Tres Valles-Tierra Blanca se la conoce, debido al número de secuestros de indocumentados registrados en la zona, con el sobrenombre de ‘El Triángulo de las Bermudas’.
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Jorge jura que tiene 18 años y una fe ciega en Jesús Malverde, una especie de Robin Hood mexicano el cual, cuenta la leyenda, a principios del siglo XX fue un popular bandolero que se dedicaba a robar a los hacendados y familias más adineradas de los Altos de Culiacán, en el norteño estado de Sinaloa, para repartir el botín entre los más pobres.
-Él era una buena persona -balbucea el natural de Puerto Cortés, Honduras, masticando las palabras y entreabriendo muy lentamente los párpados sin dejar de acariciar con los dedos la efigie de este Ángel de los Pobres, que luce un largo y frondoso mostacho vernáculo, cejas rectangulares muy pobladas, una impoluta camisa vaquera blanca, y cara de galán al estilo Jorge Negrete, cuya leyenda se ha visto alimentada en la actualidad en gran parte por las historias que cuentan narcotraficantes y sicarios, quienes aseguran haber visto a este santo –aunque la Iglesia lo considera una superstición- en medio de balaceras en las que ha intervenido salvándoles la vida. De ahí que en la cultura del barrio, Malverde sea más conocido como El santo de los narcos.
“Malverde era muy bueno –insiste-. Una persona de la que solo se puede hablar bien bonito. A mí siempre me ha protegido, por eso lo llevo aquí conmigo.
“Malverde siempre me ha protegido, por es lo llevo aquí conmigo”
A continuación, Jorge guarda silencio. Bebe pausadamente cerveza de una lata que tiene a su derecha y rebusca, a petición de Miguel, otro corrido en la memoria de su teléfono celular.
-¿A qué te dedicabas en tu país? ¿Estudiabas?
Jorge sonríe como si acabara de escuchar una estupidez. Toma otro trago, se limpia con el dorso de la mano el hilillo que se le escapa por la comisura de los labios gruesos, se ajusta la gorra negra en la que lleva un gallo de pelea bordado en hilo blanco junto al emblema Nunca gano, pero cómo me divierto, y lanza a continuación una mirada vidriosa, glauca, mientras empieza a frotarse una y otra vez el tobillo del pie derecho que trae sujeto bajo el calcetín con un aparatoso vendaje.
“¿Qué qué hacía? –pregunta, retórico-. Pues trabajá, qué voy hacé” –contesta lentamente, casi en un balbuceo y con los ojos macilentos y enrojecidos -. Yo nunca pude estudiá. Me hacía mucha falta el billete“.
Indocumentados descansan al amparo de un vagón, en espera a que llegue el tren que los lleve hasta Orizaba. //Foto: Jesús Lazcano, periodista veracruzano.
Foto: Jesús Lazcano, periodista veracruzano.Indocumentados descansan al amparo de un vagón, en espera a que llegue el tren que los lleve hasta Orizaba.
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Plac-plac. Plac-plac. El sonido del obturador abriéndose y cerrándose mecánicamente congela la imagen de Miguel en la retina de la cámara fotográfica.
-Oye, güero: ¿Y estás fotos se van a ver en el periódico? -pregunta entre las risas de sus compañeros, como quien va a salir por primera vez en la televisión y pide permiso para saludar en directo a su familia y a los amigos del barrio-.
-Entonces, pérame wey -se quita la camiseta de tirantes con la que seca el sudor que le empapa la frente, mete las manos en los bolsillos del pantalón bombacho, y adopta una pose de superstar que recuerda a una de esas portadas de revistas especializadas en hip hop.
-Ya estoy listo, dispara -fija la vista con naturalidad en el lente mientras el cañón del teleobjetivo hace un ruido robótico y lo pone a cuadro para dar paso a los primeros flashes de la improvisada sesión fotográfica.
Al otro lado de la mirilla, como si acaso la cámara ofreciera un refugio desde el que poder mirar sin ser visto, el periodista escudriña de nuevo con detenimiento la minúscula lágrima que le cae por la hendidura del ojo derecho.
La Mara tiene presencia en México a través de cinco mil integrantes en 22 estados, siendo Chiapas, Oaxaca, Edomex, DF, Veracruz y Tamaulipas, “los focos rojos de alarma”
Tal vez sea cierto, y la marca se deba al luto por haber perdido a algún ser querido. Además, por su cuerpo no hay rastros de dibujos con las iniciales MS, MS-13, o las palabras Mara Salvatrucha escritas en letra gótica.
No obstante, tampoco es menos cierto que tatuajes como esa lágrima que congela el obturador de la cámara –la cual, dentro de la simbología pandillera, puede representar el grado que ocupa quien la porta dentro de la pandilla, así como el número de enemigos ultimados-, o los llamados tres puntos locos –que hacen referencia al sexo, el luto y la muerte en la vida del pandillero- son muy comunes entre los miembros de La Mara, una banda surgida en los años ochenta en Los Ángeles integrada principalmente por salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, considerada por el FBI como una organización transnacional de pandillas criminales con presencia en Estados Unidos, México, Centroamérica e incluso en España.
“Se trata de mercenarios que se alquilan a cualquier cártel con tal de ir beneficiando su pretensión, que es crear un corredor de la droga, desde Colombia, pasando por todos los países hasta llegar a Los Ángeles”, explica David Solís, presidente del Comité Ciudadano de Seguridad Pública de Tijuana, en la obra de los periodistas Jorge Fernández Menéndez y Víctor Ronquillo De los Maras a Los Zetas: Los secretos del narcotráfico, de Colombia a Chicago, quienes aseguran que, “de acuerdo con información oficial” la Mara Salvatrucha tiene presencia en México a través de cinco mil integrantes en 22 estados del país, siendo Chiapas, Oaxaca, estado de México, Distrito Federal, Veracruz y Tamaulipas, “los focos rojos de alarma”.
En otras palabras: estamos en un estado, y en un municipio, donde la presencia de estos pandilleros especializados en el secuestro exprés, robo a gran escala y tráfico de armas y seres humanos, es algo habitual. La cuestión es, surge la pregunta luego de lanzar la última foto y observarla congelada en la pequeña pantalla digital, si quien está frente a la cámara es quien dice ser –un migrante que va en busca de su familia y un futuro-, o si por el contrario, esa lágrima negra y esos tres inquietantes puntos encierran otra historia.
En el llamado 'patio de carga' es muy frecuente la presencia de indocumentados que esperan la llegada de La Bestia para continuar con el camino hacia la frontera norte. //Foto: Manu Ureste
Foto: Manu UresteEn el llamado ‘patio de carga’ es muy frecuente la presencia de indocumentados que esperan la llegada de La Bestia para continuar con el camino hacia la frontera norte.
-¿Y ya fueron al albergue?
Miguel, que tras la sesión fotográfica se ha puesto de nuevo la camiseta de tirantes, se refiere al centro de acogida para indocumentados que hay caminando unos diez minutos en dirección hacia el sur de la ciudad, junto a las omnipresentes vías del tren. Allí encontraremos a más indocumentados para entrevistar, sugiere el hondureño que incluso se ofrece –si quieren, yo les llevo- a darnos un tour por la zona.
-Gracias hermano, ya fuimos –pasamos de puntillas por el asunto-. Pero no nos quisieron abrir la puerta. Nos dijeron que se requería de una cita previa para poder acceder al inmueble y…
El hondureño se rasca la cabeza, contrariado.
-Pues es que –afirma con un cierto tono de lamento en su voz- la mera verdad, sí está habiendo un c****o de desmadre. Por eso no confían en nadie, ya sabes…
-Pero, ¿cómo desmadre?
-Pues… -duda por momentos si continuar con la frase y a continuación baja la voz- Es que llegan aquellos en la noche con la camioneta… y te levantan.
-¿Quiénes? ¿Migración?
-¡Cuál migra! –suelta espontáneo una carcajada y acto seguido vuelve a bajar la voz mirando a izquierda y derecha, como si temiera haber cometido una imprudencia-. Los maleantes son los que te levantan y te desaparecen pero rápido –chasquea de nuevo los dedos-. Aquí en las vías hay que tener mucho cuidado. Y más ustedes que son periodistas. Y si eres extranjero… menos debieras andar por aquí, güero. Porque te van a ver y luego, luego, van a pensar que traes mucho dinero encima o que tu familia tiene mucha plata en tu país. Así que mejor cuídate.
Hace una breve pausa.
“Porque si aquellos te ven… te van a querer secuestrar”.
Re: Crónicas desde “La Antesala del Infierno”
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Una matrimonio que vive junto a las vías ayuda a los migrantes para que su paso por Tierra Blanca, una de las zonas más peligrosas de México dentro de la ruta del migrante, sea menos traumático. ¿Qué los motiva a compadecerse de estas personas ante la mirada crítica de sus vecinos?
diciembre 27, 2012Manu Ureste (@ManuVPC)
El sueño americano. Se estima que alrededor de 400 mil migrantes ilegales, procedentes en su mayoría de países centroamericanos, transitan al año por México en un intento desesperado por cruzar la frontera de los EUA. //Foto: Manu Ureste
Foto: Manu UresteEl sueño americano. Se estima que alrededor de 400 mil migrantes ilegales, procedentes en su mayoría de países centroamericanos, transitan al año por México en un intento desesperado por cruzar la frontera de los EUA.
Las notas del acordeón que componen la melodía de un nuevo corrido fluyen por el altavoz del teléfono celular de Jorge para diluirse progresivamente con cada pisada al frente. “Yo tengo fe en tu memoria –se alcanza a escuchar a lo lejos- y siempre me has protegido/ mis cargamentos me llegan sanos a Estados Unidos/ Por eso tú eres Malverde/ Mi santito preferido”.
En pocos minutos Miguel y Jorge, y los otros dos migrantes que no quisieron hablar –uno de ellos es un tipo de gesto sombrío que permaneció durante toda la entrevista acostado sobre una colcha, con los ojos ocultos bajo la visera de una gorra y con la mano derecha en alto para evitar que se manchara el aparatoso vendaje que la envolvía por completo- se quedan atrás, al amparo de la interminable fila de vagones que hay estacionados en el llamado patio de carga, un hangar al aire libre de varios kilómetros donde los operarios de la compañía Ferrosur dan mantenimiento a los trenes que desfilan cada hora por este punto de paso obligado para todo convoy que se dirija al Norte, y por el que se calcula transitan en un solo día hasta tres mil indocumentados a lomos de La Bestia.
Un dato este último, sin duda, demasiado jugoso para los cárteles del crimen organizado, los cuales han lanzado especialmente en los últimos tiempos auténticas oleadas de secuestros y asesinatos en esta zona tristemente considerada como la más peligrosa dentro de la llamada ruta del migrante.
Situación que, a su vez, ha obligado a que varios destacamentos del Ejército mexicano se instalen permanentemente en la ciudad, y a que reconocidos activistas como el sacerdote Alejandro Solalinde encabezara multitudinarias marchas como la Caravana Paso a Paso por La Paz, durante la cual unos trescientos centroamericanos se concentraron en la vieja estación de Tierra Blanca para exigir a las autoridades que se pusieran “la mano en la conciencia y el corazón” y tomaran de una vez “cartas en el asunto”.
“También Dios fue migrante. Y si Él lo fue… ¿por qué no vamos a mirar por los indocumentados?”
Hace un par de minutos que quedó atrás el ecuador imaginario que divide en dos la jornada.
A pocos metros de distancia, muy cerca de un cruce a desnivel, se levanta un establecimiento de dos pisos y fachada amplia pintada recientemente en un color blanco algo diluido. En la entrada, pasando por una larguísima puerta corrediza de hierro, Hilda e Isidro se afanan para descargar de la batea de una camioneta un par de grandes bolsas repletas de piezas de pan que van amontonando poco a poco sobre una mesa blanca de plástico junto a unos costalitos que contienen un par de kilogramos de arroz y frijoles negros.
“¿Por qué nació esta idea de ayudar a los migrantes? –Isidro repite en voz alta la pregunta mientras le pide a un joven que les ayude para terminar de bajar las bolsas-. La verdad, es una cosa que no sé muy bien cómo explicarla. Creo que se debe a un sentimiento de compasión que nos nace, tal vez en agradecimiento de lo bien que nos ha ido a nosotros en la vida…”. “Y además –añade Hilda cerrando los puntos suspensivos- porque también Dios fue un migrante. Y si Dios lo fue, ¿por qué no vamos a mirar por ellos?”.
Sin embargo, no todos profesan la fe de este matrimonio de edad madura, ni el mismo sentimiento de compasión hacia quienes llegan hasta la puerta de este establecimiento suplicando por una botella de agua, algo de comida, un medicamento para rebajar la fiebre, calzado con el que cubrir los pies desnudos, o un poco de alcohol cutáneo para tratar las múltiples heridas que les deja el camino.
“Aquí hemos atendido de todo –asegura Hilda con los ojos negros muy abiertos-. Desde niños, mujeres, ancianos, hombres que han perdido una pierna, un brazo… de todo. Muchos nos llegan con los pies destrozados y en sangre viva porque sudan y se les moja el calzado y se les rompe. Otros vienen con el cuerpo picoteado porque duermen en el monte, en el suelo, o en donde pueden. Otros llegan hirviendo en calentura y sin un peso para comprar una pastilla, y otros vomitando después de días enteros sin comer ni beber nada…”.
Quizá por ello, comenta, muchas de esas personas ven en esta modesta purificadora de agua un oasis –dicho de manera literal- en plena travesía por su particular desierto. “La mera verdad, si viera la desesperación que tiene esa gente por el hambre… no lo iba a creer”, continúa relatando esta veracruzana que “en épocas fuertes” ha llegado a preparar con lo que aporta de sus posibilidades y los donativos que recibe de algunas cadenas de súper mercados y de particulares, “comidas hasta para seiscientos o setecientos muchachos en un solo día”.
“Cualquiera puede pensar –se quita el delantal color rojo vino, lo enrolla entre las manos y se sienta en una silla de plástico- ¡cómo van a comer arroz así solo, sin nada más! Pero, para ellos es algo maravilloso poder comer algo, lo que sea. Si la gente saliera un poco de su mundo y viera esas escenas, estoy segura de que se volverían mucho más sensibles al dolor. Porque cuando no se sabe sufrir, no se aprecia lo que es en verdad. Me gustaría que supieran cómo vienen viajando en ese tren, las humillaciones a las que se ven sometidos. Muchos dicen que ‘quién los manda salir de sus países’. Pero ellos no salen por gusto, sino porque que se ven obligados a dejar atrás a sus padres, a sus hijos, a todos sus familiares y amigos que sufren mucho al verlos partir, obligados por la necesidad y el hambre”.
“Es duro ver cómo sufren los migrantes ahí arriba en el tren. Una cosa es verlo por la tele… y otra que tú lo vivas con ellos”
Tras la última respuesta, Hilda empieza a tragar saliva con dificultad y ladea la cabeza en dirección a los raíles del tren.
“Es duro de ver –repite varias veces casi en un susurro-. Porque una cosa es verlo por la tele y otra que tú lo vivas”. En una ocasión –recuerda en voz alta- estábamos friendo tortillas porque ya se nos había acabado la comida para repartir. ¿Y me podrás creer que así como salían las tortillas del aceite hirviendo, así se las comían? Yo les decía: ‘Oye mijo, que te va a hacer daño. Espérate un poquito a que se enfríen’. Pero ellos me respondían –hace una pausa y saca del bolsillo del pantalón de faena un pañuelo arrugado -: ‘No madrecita, es que si usted viera… ya traigo tres días ahí arriba sin comer nada. El hambre es tanta que no sentimos ni lo caliente’”.
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El patio de carga, en Tierra Blanca. //Foto: Jesús Lazcano, periodista
Foto: Jesús Lazcano, periodistaSe calcula que por el llamado ‘patio de carga’, en Tierra Blanca, transitan en un solo día hasta 3 mil indocumentados a lomos de La Bestia.
Todas las piezas de pan están desperdigadas sobre la mesa, listas para ser repartidas. Sin embargo, las grandes ollas de acero inoxidable permanecen apoyadas contra una pared de cemento sin estucar secándose al sol, mientras un par de mesas con publicidad de una compañía refresquera lucen vacías y en un completo silencio.
“Ayer atendimos solo a unos treinta migrantes”, comenta Hilda al percatarse que el repotero escudriña el local vacío y escribe algo en la libreta. “Es por la época de frío. Muchos ya van de vuelta para sus países de origen porque más para arriba el clima está muy duro y no lo soportan”.
Cuando habla de “más para arriba”, Hilda se refiere a la zona centro del contrastante Estado de Veracruz. En concreto, a la zona montañosa de Córdoba, Amatlán y Orizaba, lugares por los que el tren pasa cargado de indocumentados y en los que, a diferencia del calor asfixiante de Tierra Blanca, en invierno el termómetro puede llegar a marcar valores por debajo de los cero grados debido a la fuerte humedad y a la proximidad del majestuoso Pico de Orizaba, la montaña más alta de México con algo más de seis mil metros de altura. “Por allí el clima está muy duro. Y claro, imagínate. Con ese frío y con la lluvia cayéndoles fuerte… Muchos se tapan solo con una bolsa de plástico –hace otra pausa enfática-. Eso y la esperanza es todo el abrigo que traen“.
“En las vías hay de todo: nos ha tocado gente muy buena, pero también hay escorias… Pero nosotros no hacemos distinción entre buenos y malos“
- Oiga –interrumpe el reportero-. ¿Y nunca han tenido problemas estando tan cerca de las vías? Recientemente en el albergue para migrantes que hay en Lechería, en el estado de México, tuvo que cerrar sus instalaciones debido a que los pobladores denunciaron intentos de agresión, robos y violación por parte de los indocumentados hacia los lugareños. Asimismo, en Orizaba la casa del migrante fue cerrada en el 2009 también por las continuas quejas de los pobladores…
“Mira, desafortunadamente, ahí va de todo –interviene en la conversación Isidro mientras una ruidosa locomotora sin vagones pasa a muy pocos metros de distancia de la purificadora y un par de coches esperan pacientes frente a una señal corroída por el paso del tiempo y con forma de equis que les advierte, o más bien amenaza, que tengan Cuidado con el tren-. Nos ha tocado gente muy buena, muy honrada. Pero también hay escorias –admite con el gesto sombrío-. Inclusive, hay gente que se hace pasar por ellos y que luego va pidiendo dinero por las calles. A esos los llamamos ‘centroamericanos pirata’. Y sí, entre miles y miles de gentes que por aquí pasan, puede que por ahí haya hasta algún violador, ratero, asesino, pandillero, o no sé qué tanto. Pero nosotros no podemos señalar a nadie, ni hacemos distinción entre buenos y malos –vuelve a recuperar el tono amable-. La ayuda que nosotros brindamos es pareja para todos. No hacemos distinción. Mientras no se manifiesten contra nosotros… todo estará bien. Y hasta ahorita no hemos tenido problema”.
-¿Tampoco con los vecinos del municipio?
“Bueno… -encoje los hombros- parece que algunos se molestan con lo que hacemos, pero no nos importa. Nosotros, simplemente, tratamos de ayudar al pueblo”.
Por su parte, Hilda se muestra más crítica que su marido y lamenta que la gente todavía vea extraño que alguien ayude al prójimo sin obtener a cambio una retribución económica o algún tipo de beneficio. “¡Pero si son seres humanos!”, exclama frunciendo el ceño y dibujando en su rostro un gesto de no comprender nada. “Todos tenemos que ser más sensibles al dolor para que esto algún día cambie –dice con los dos puños cerrados-. Porque, de veras, ¡se siente tan bonito dar sin esperar nada a cambio! Te echan tantas bendiciones… que se siente maravilloso. ¿El dinero? –Pregunta, retórica- El dinero se va. Te mueres y no te llevas nada. Lo único que te llevas es el sentimiento de que serviste a alguien que lo necesitaba. A mí la verdad no me importa lo que la gente nos diga. Porque sólo Dios sabe por qué hace las cosas y yo, con su bendición, tengo suficiente pago“, concluye la veracruzana que, a pesar de que reitera en numeras ocasiones durante la conversación que “aún hay mucha gente de aquí que mira raro a los indocumentados, como si fueran seres extraños”, destaca por otra parte que en Tierra Blanca también hay gente solidaria “con los hermanos de Centroamérica”.
“No nos importa lo que la gente diga sobre nuestra labor. Sólo Dios sabe por qué hace las cosas y nosotros, con su bendición, tenemos suficiente pago”
“No somos nosotros solitos ¿eh? –Apunta con el dedo índice estirado hacia las bolsas llenas de arroz y frijoles que hay sobre la mesa-. Yo siempre les digo a los migrantes que esto es un equipo. Porque hay gente de aquí que vienen y nos apoyan donando doscientos o trescientos panes para que los repartamos entre ellos. Otros vienen y nos dan huevos, arroz y frijoles, y con eso nos completamos entre todos para que puedan comer algo”.
- ¿Pero, qué les parece que Tierra Blanca sea conocida a nivel nacional por ser un foco rojo en cuanto al secuestro y asesinato de indocumentados? Dicen que a esta zona se la conoce como El Triángulo de las Bermudas porque los cárteles del crimen organizado y los pandilleros desaparecen a cientos de personas y…
- Bueno, bueno –Isidro corta en seco la exposición de la pregunta con la palma de la mano en alto, como si no quisiera escuchar más al respecto-. Parece que últimamente ya no está tan mal la situación –comenta cauteloso y se ajusta los lentes-. Antes sí era una cosa horrible.
- ¿A qué se refiere?
- A muchas cosas feas. A cómo los golpeaban, los maltrataban, los correteaban por toda la ciudad…
- ¿Quiénes? ¿La Policía? ¿Migración?
- No… no –alza de nuevo la mano al aire en un gesto automático, eléctrico-. Los maleantes son los que van contra ellos. Ni la Policía ni Migración se meten ahí.
- Sí, pero en marzo del año 2010 diversos medios de comunicación se hicieron eco de la detención por parte del Ejército de al menos cien elementos de la Policía del municipio, acusados de presuntos nexos con el crimen organizado, así como de tráfico y extorsión de migrantes de origen centroamericano. (Cabe señalar que tras el operativo sorpresa, solo 13 de los 98 policías fueron puestos en arraigo preventivo, de acuerdo con la Procuraduría General de Justicia del Estado).
- Pues… –se ajusta de nuevo los lentes y cruza, visiblemente incómodo, los brazos sobre el abdomen-. Pues sí, en los periódicos puedes leer todo eso. Ya sabes, ¿no?
Isidro pone una sonrisa de partida de póker y da por zanjado el tema.
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Por Tierra Blanca es común la presencia de 'migrantes
Por Tierra Blanca es común la presencia de ‘centroamericanos pirata’.
Tres migrantes de aspecto campesino, de poco más de un metro sesenta de altura, muy morenos y vestidos con pantalón y camisa holgadas, cinturón apurado hasta el último agujero, tenis deportivos en aparente buen estado, gorra con propaganda electoral y mochilas color negro a la espalda, asoman la cara por entre los barrotes de la puerta corrediza de hierro, como no queriendo interrumpir la plática, y solicitan de buenas maneras unos pesos para la cabina de monedas que hay instalada en la esquina de la purificadora, a escasos metros del sendero por el que transita el tren del que probablemente acaban de bajar.
“Es para el teléfono”, dice con un tono de voz prácticamente inaudible el más joven de los tres. Isidro mete la mano en el bolsillo y les da varias monedas. De inmediato, el que aparenta más edad y jerarquía en el pequeño grupo de tres, descuelga el auricular, marca una larga serie de números, y empieza a hablar con alguien al otro lado del hilo.
- ¿Llegaron en el tren? –La pregunta va dirigida a los otros dos migrantes que permanecen en silencio junto a la cabina telefónica-.
Ninguno contesta.
- Que si vienen ustedes en el tren –repregunta un tanto brusco Isidro, elevando la voz-.
- Sí, llevamos tres días viajando –contesta al fin el de mayor edad que acaba de colgar de manera súbita el auricular del teléfono-. Desde Tapachula hasta aquí, tres días.
- ¿Tuvieron algún problema en el tren?
- No, no –menea la cabeza-. Ningún problema.
- ¿Nada? –Insiste el reportero-. ¿Nada de nada?
Pero sus ojos desconfían ante tanta pregunta.
- Nada –niega tajante-. Para qué le voy a decir que hay… si no hay. Está todo tranquilo. Más adelante… solo Dios sabe.
A continuación, los tres dan las gracias con una reverencia casi imperceptible y una sonrisa nerviosa, y ponen fin a la escueta conversación para comenzar a caminar hacia el interior de la ciudad y perderse en cuestión de segundos por los entresijos de Tierra Blanca.
- Ahí tienes tres centroamericanos pirata –comenta Isidro aún con los brazos cruzados y con una mueca burlona en la boca.
- ¿Por qué lo dice?
- Porque esos son más de Chiapas que todo.
Se carcajea.
****
Migrantes a su paso por Tierra Blanca. //Foto: Manu Ureste
Foto: Manu UresteMigrantes a su paso por Tierra Blanca.
“Seguiremos ayudando a los migrantes hasta que la fuerza nos acompañe. Pero no sabemos hasta cuándo será eso… Porque esta es la historia de nunca acabar”
Ha transcurrido más de hora y media de entrevista y los menesteres diarios del establecimiento empiezan a amontonarse. En la libreta quedaron anotados algunos detalles de la anterior anécdota con los tres centroamericanos supuestamente apócrifos y tras echar un rápido vistazo al reloj la prudencia, y el estómago, aconseja continuar con el camino y buscar algo para comer.
- Díganme –Se les pregunta a modo de despedida ya desde el otro lado de la puerta corrediza-: ¿Hasta cuándo piensan apoyar a los indocumentados?
- Hasta donde Dios nos dé vida –asevera Hilda mirando al cielo-. A veces se puede y a veces no, pero… hasta donde Dios nos dé vida acá vamos a seguir.
Por su parte, Isidro se muestra más terrenal que su esposa y, aunque no pierde la esperanza ni la fe que comparte con ella, es consciente de que la realidad en las vías no invita precisamente al optimismo.
-Seguiremos hasta que la fuerza nos acompañe. Pero no sabemos hasta cuándo será eso porque esta es la historia de nunca acabar –afirma tras pensar durante unos instantes la respuesta-. Sería muy bonito y maravilloso salir un día y ver que ningún indocumentado viene en ese tren, porque implicaría que en sus países hay mucho progreso y que estas personas tienen un buen trabajo para vivir sin necesidad de salir al extranjero a jugarse la vida por un pedazo de pan. Eso sería maravilloso, ¿no cree? –Se le ilumina la mirada-. Realmente maravilloso.
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