La Intervención Francesa
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Zaragoza, la defensa de puebla
Recuerdo del primer mensaje :
Saludos. Con orgullo presento un estudio que me tomó casi ocho meses en terminar, sobre la Intervención Francesa en México. Espero os agrade
¡¡ZARAGOZA!!: LA DEFENSA DE PUEBLA
Una de las más grandes batallas que haya librado nuestro país, tuvo lugar en la tres veces Heroica Ciudad de Puebla de Zaragoza. De ella, como veremos posteriormente, destacaron grandiosas personas que se convirtieron en héroes nacionales. La Batalla del Cinco de Mayo nos recuerda que alguna vez, hace ya muchos años, fuimos capaces de, aunque sólo fuera por una ocasión, vencer al más fuerte del mundo. La que sigue es una historia digna de novela, la historia de unos indígenas que, con coraje y valor lucharon contra el entonces ejército más poderoso del mundo, y mejor aún, lo venció; la historia de un grupo de hombres de pueblo armados que no tuvo reparo en defender la milenaria tierra de Cuahutémoc, sus hogares y su libertad, tan necesitada de victorias militares sobre alguna potencia extranjera. Francia fue quien levantó la mano. De esta historia se desprenden nombres como los de Negrete, Díaz, Berriózabal y La Madrid, comandados por el inolvidable General Ignacio Zaragoza, a cuya memoria Puebla rinde homenaje incluyendo el histórico apellido en el nombre oficial de la ciudad.
Cuando Benito Juárez tomó el poder, los mexicanos habían sufrido más de medio siglo de conflictos políticos y guerras casi constantes. Casi todas las familias estaban de luto y disfrutar de un periodo de paz era el más caro de sus anhelos. Pero, por desgracia, aún les aguardaban varios años más de acontecimientos sangrientos. El país estaba en total bancarrota, y no podía hacer frente ni a las necesidades más urgentes, tras lo cual Juárez siguió con su política austera al rebajar más los sueldos de los funcionarios del Estado. Pero aún se necesitaba dinero. Por esa causa, el 17 de julio de 1861, el presidente Juárez expidió un decreto en el que se prorrogaba dos años el pago de la deuda externa. Gran Bretaña, Francia y España protestaron y representantes de los tres gobiernos celebraron la Convención de Londres, donde decidieron exigir el pago por la fuerza de las armas. Desde aquí comenzaron los problemas entre los tres países, ya que si bien se había acordado la llegada conjunta al litoral del Golfo de México, las fuerzas españolas desembarcaron en Veracruz el 17 de diciembre de 1861, sin esperar a sus aliados. Las tropas mexicanas que guardaban la ciudad al mando del Gobernador del Puerto, General La Llave, se replegaron hacia el interior de la República, desoyendo las súplicas de los tenaces veteranos de la Intervención Americana, quienes pedían defender el puerto de las flotas enemigas, desviviéndose y anhelando escuchar una vez más el rugir de los cañones de las Baterías Costeras y la Artillería de San Juan de Ulúa, mientras sus valerosos hijos cargaban, como antaño, a punta de lanza y filo de sable, contra los invasores, rechazando el desembarco. Pero no eran más que sueños imposibles, al menos por el momento. El 9 de enero arribaron los franceses, al mando del Almirante Jurien de la Graviere, mientras que días después hizo su aparición la flota inglesa, dirigida por el Comodoro Dunlop. Como ya se mencionó, el país estaba agotado por la Guerra de Reforma y la Intervención Americana y no podía afrontar más conflictos internacionales. Pero en lugar de ceder, Benito Juárez se mantuvo firme en su resolución de mantener el decreto de suspensión de pagos. La real causa de la retirada de las flotas española e inglesa era que no se podían ver ni en pintura al lado de los franceses. El General Manuel Doblado firmó con Juan Prim, Conde de Reus, comandante en jefe de las fuerzas francesas, los Tratados Preeliminares de La Soledad, el 19 de febrero, aceptándose que las negociaciones comenzarían en Orizaba el 15 de abril. Esto hizo enojar de sobremanera a Dubois de Saligny. Es bien sabido que Mr. Saligny, quien debía llevar las negociaciones por la parte francesa, tuvo serio altercado en Córdoba con Prim, el cual había firmado los Premilitares Tratados de La Soledad. Saligny tuvo el cinismo de desconocer su propia firma que había plasmado en el documento, diciendo textualmente “Lo desfirmo”. Prim y Sir Charles Wyke estuvieron a punto de atravesarle de parte a parte con sus sables, de no ser porque Lorencez, atinadamente, había puesto Infantes de Marina fuera de la sala; era de todos conocido que los franceses querían que hispanos y británicos apoyaran a sus fuerzas al marchar hacia Ciudad de México. Si bien Prim tenía orden de Isabel II de marchar a la Capital si fuera necesario, lo último que quería Wyke era un altercado aún mayor con las crecientes fuerzas mexicanas.
El caso es que el 16 de abril de 1862, Prim escribía a Zaragoza que, no habiéndose puesto de acuerdo los representantes de los tres países, españoles e ingleses aceptarían los términos que Juárez decretara para con la deuda externa y se retirarían de Tehuacán y Córdoba, bases de las fuerzas aliadas, y se reembarcarían de regreso a casa. También puso en alerta a Zaragoza que los franceses comenzarían una invasión hacia la capital de la República.
Después del fracaso de los Tratados Preliminares de La Soledad y el retiro de las flotas española e inglesa tras la escaramuza entre galos e hispanos en Córdoba, el ejército francés, al mando del General Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, sale de Orizaba hacia el oeste. Habían llegado envueltos en laureles de victoria, colgando de sus blasones los nombres de sus triunfos obtenidos en Jena, Marengo, Argelia y Sebastopol, con la insolencia de Lorencez de enviar al Mariscal de Francia, Lannes, “Anunciarle a su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de sus ocho mil hombres, soy dueño de México”. Era un sueño absurdo el de Lorencez querer conquistar un país cinco veces más poblado que Francia con una triste Brigada.
A toda prisa, el gobierno federal de Benito Juárez García organiza el Ejército de Oriente, compuesto de cerca de 10 mil hombres, escaso número para el vasto territorio que deben cubrir. El General Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar durante la Guerra con los Estados Unidos, toma el mando del cuerpo, y se dirige hacia los límites entre Veracruz y Puebla, a fin de reconocer el avance del ejército francés, que ya traba disputa con las tenaces guerrillas veracruzanas, las que no dejan de acosarle.
El 22 de marzo ordena el fusilamiento de Manuel Robles Plezuela, detenido en Toxtepec junto con algunos jefes conservadores, que logran escapar de las tropas del General Arteaga. Acusado de Alta Traición al buscar alianzas con los invasores, Plezuela se niega a creer que la sentencia será ejecutada, ya que piensa que a Arteaga no le convendría darle un mártir a los conservadores. Sin embargo, palidece y su esperanza desaparece cuando se entera que la orden no es de Arteaga, sino de Zaragoza. Fusilado el General Plezuela en un costado de la Iglesia de San Andrés Chalchicomula, los conservadores reúnen tropas en orden de 1,200 hombres cerca de Atlixco.
Por otro lado, un cuerpo del Ejército de Oriente de 4,000 efectivos, con Zaragoza a la cabeza, sale de la Cañada de Ixtapa para cortarle el paso a los franceses. El 28 de abril, en las Cumbres de Acultzingo tiene su primer encuentro con las fuerzas europeas. Zaragoza no pretende disputarle el paso al contrario, sino más bien foguear a sus soldados, faltos de experiencia, y al mismo tiempo causarle algunas pérdidas al enemigo. Las águilas napoleónicas pierden quinientos hombres, mientras las bajas mexicanas ascienden a medio centenar, entre ellos el bravo General Arteaga quien, tras haber barrido una columna francesa y llegado a solo cincuenta pasos de la reserva de Lorencez, ésta hizo fuego sobre la tropa mexicana y Arteaga cae del caballo, herido en la pierna derecha, que más tarde le sería amputada. Cumplida la misión. Zaragoza retorna con sus hombres a Ixtapa. “Pelean bien los franceses” afirma Zaragoza, “Pero los nuestros matan bien”. Sin embargo, aún tiene recelo sobre la real valía de sus tropas en un combate en campo abierto.
El día 2 de mayo, los galos salen de San Agustín del Palmar y llegan a Amozoc. Entre ellos y la capital sólo se encuentra la Ciudad de Puebla de los Ángeles, por donde los franceses esperan pasar entre aplausos y exclamaciones de los opositores de Juárez. Este, sin embargo, ordena que ahí se les presente batalla.
El 3 de mayo Zaragoza arriba a Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una Brigada de Caballería, a fin de hostigar al invasor. La mayoría de la población de la clerical Puebla es partidaria a la intervención, y los civiles se encierran en sus casas, mientras los batallones mexicanos desfilan marcialmente entre las desiertas calles de la Angelópolis e ingresan en sus cuarteles. Zaragoza sube a lo alto del cerro de Guadalupe y en un instante tiene ya el plan de batalla que va a seguir para la defensa de la plaza. De inmediato fortifica los reductos que se encuentran en los cerros de Loreto y Guadalupe. La guarnición cuenta tan solo con 6,700 hombres, escasamente armados, y para empeorar las cosas, la mayoría de la población, partidaria a la intervención, se niega a apoyar al ejército mexicano, peligrosamente falto de recursos. Tal es la insolencia de los poblanos que Zaragoza, hombre prudente, exclama desesperado “Que bueno seria quemar Puebla”. Solo lo detiene el hecho que en la “ciudad también hay criaturas inocentes”. El 4 de mayo, los exploradores mexicanos vuelven con noticias de que los conservadores, al mando del General Márquez se disponen a socorrer a los franceses. Zaragoza envía una brigada de dos mil hombres al mando del General Tomas O´Horan a Atlixco, con el fin de detener a Márquez, y se dispone a preparar la pelea. Organiza sus fuerzas para la defensa de la plaza con una Batería de Batalla y dos de Montaña, cubriendo Loreto y Guadalupe con 1,200 hombres, formando a los otros 3,500 en cuatro columnas, con una Batería de Campaña, tres Brigadas de Infantería y una de Caballería. (continua)
Saludos. Con orgullo presento un estudio que me tomó casi ocho meses en terminar, sobre la Intervención Francesa en México. Espero os agrade
¡¡ZARAGOZA!!: LA DEFENSA DE PUEBLA
Una de las más grandes batallas que haya librado nuestro país, tuvo lugar en la tres veces Heroica Ciudad de Puebla de Zaragoza. De ella, como veremos posteriormente, destacaron grandiosas personas que se convirtieron en héroes nacionales. La Batalla del Cinco de Mayo nos recuerda que alguna vez, hace ya muchos años, fuimos capaces de, aunque sólo fuera por una ocasión, vencer al más fuerte del mundo. La que sigue es una historia digna de novela, la historia de unos indígenas que, con coraje y valor lucharon contra el entonces ejército más poderoso del mundo, y mejor aún, lo venció; la historia de un grupo de hombres de pueblo armados que no tuvo reparo en defender la milenaria tierra de Cuahutémoc, sus hogares y su libertad, tan necesitada de victorias militares sobre alguna potencia extranjera. Francia fue quien levantó la mano. De esta historia se desprenden nombres como los de Negrete, Díaz, Berriózabal y La Madrid, comandados por el inolvidable General Ignacio Zaragoza, a cuya memoria Puebla rinde homenaje incluyendo el histórico apellido en el nombre oficial de la ciudad.
Cuando Benito Juárez tomó el poder, los mexicanos habían sufrido más de medio siglo de conflictos políticos y guerras casi constantes. Casi todas las familias estaban de luto y disfrutar de un periodo de paz era el más caro de sus anhelos. Pero, por desgracia, aún les aguardaban varios años más de acontecimientos sangrientos. El país estaba en total bancarrota, y no podía hacer frente ni a las necesidades más urgentes, tras lo cual Juárez siguió con su política austera al rebajar más los sueldos de los funcionarios del Estado. Pero aún se necesitaba dinero. Por esa causa, el 17 de julio de 1861, el presidente Juárez expidió un decreto en el que se prorrogaba dos años el pago de la deuda externa. Gran Bretaña, Francia y España protestaron y representantes de los tres gobiernos celebraron la Convención de Londres, donde decidieron exigir el pago por la fuerza de las armas. Desde aquí comenzaron los problemas entre los tres países, ya que si bien se había acordado la llegada conjunta al litoral del Golfo de México, las fuerzas españolas desembarcaron en Veracruz el 17 de diciembre de 1861, sin esperar a sus aliados. Las tropas mexicanas que guardaban la ciudad al mando del Gobernador del Puerto, General La Llave, se replegaron hacia el interior de la República, desoyendo las súplicas de los tenaces veteranos de la Intervención Americana, quienes pedían defender el puerto de las flotas enemigas, desviviéndose y anhelando escuchar una vez más el rugir de los cañones de las Baterías Costeras y la Artillería de San Juan de Ulúa, mientras sus valerosos hijos cargaban, como antaño, a punta de lanza y filo de sable, contra los invasores, rechazando el desembarco. Pero no eran más que sueños imposibles, al menos por el momento. El 9 de enero arribaron los franceses, al mando del Almirante Jurien de la Graviere, mientras que días después hizo su aparición la flota inglesa, dirigida por el Comodoro Dunlop. Como ya se mencionó, el país estaba agotado por la Guerra de Reforma y la Intervención Americana y no podía afrontar más conflictos internacionales. Pero en lugar de ceder, Benito Juárez se mantuvo firme en su resolución de mantener el decreto de suspensión de pagos. La real causa de la retirada de las flotas española e inglesa era que no se podían ver ni en pintura al lado de los franceses. El General Manuel Doblado firmó con Juan Prim, Conde de Reus, comandante en jefe de las fuerzas francesas, los Tratados Preeliminares de La Soledad, el 19 de febrero, aceptándose que las negociaciones comenzarían en Orizaba el 15 de abril. Esto hizo enojar de sobremanera a Dubois de Saligny. Es bien sabido que Mr. Saligny, quien debía llevar las negociaciones por la parte francesa, tuvo serio altercado en Córdoba con Prim, el cual había firmado los Premilitares Tratados de La Soledad. Saligny tuvo el cinismo de desconocer su propia firma que había plasmado en el documento, diciendo textualmente “Lo desfirmo”. Prim y Sir Charles Wyke estuvieron a punto de atravesarle de parte a parte con sus sables, de no ser porque Lorencez, atinadamente, había puesto Infantes de Marina fuera de la sala; era de todos conocido que los franceses querían que hispanos y británicos apoyaran a sus fuerzas al marchar hacia Ciudad de México. Si bien Prim tenía orden de Isabel II de marchar a la Capital si fuera necesario, lo último que quería Wyke era un altercado aún mayor con las crecientes fuerzas mexicanas.
El caso es que el 16 de abril de 1862, Prim escribía a Zaragoza que, no habiéndose puesto de acuerdo los representantes de los tres países, españoles e ingleses aceptarían los términos que Juárez decretara para con la deuda externa y se retirarían de Tehuacán y Córdoba, bases de las fuerzas aliadas, y se reembarcarían de regreso a casa. También puso en alerta a Zaragoza que los franceses comenzarían una invasión hacia la capital de la República.
Después del fracaso de los Tratados Preliminares de La Soledad y el retiro de las flotas española e inglesa tras la escaramuza entre galos e hispanos en Córdoba, el ejército francés, al mando del General Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, sale de Orizaba hacia el oeste. Habían llegado envueltos en laureles de victoria, colgando de sus blasones los nombres de sus triunfos obtenidos en Jena, Marengo, Argelia y Sebastopol, con la insolencia de Lorencez de enviar al Mariscal de Francia, Lannes, “Anunciarle a su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de sus ocho mil hombres, soy dueño de México”. Era un sueño absurdo el de Lorencez querer conquistar un país cinco veces más poblado que Francia con una triste Brigada.
A toda prisa, el gobierno federal de Benito Juárez García organiza el Ejército de Oriente, compuesto de cerca de 10 mil hombres, escaso número para el vasto territorio que deben cubrir. El General Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar durante la Guerra con los Estados Unidos, toma el mando del cuerpo, y se dirige hacia los límites entre Veracruz y Puebla, a fin de reconocer el avance del ejército francés, que ya traba disputa con las tenaces guerrillas veracruzanas, las que no dejan de acosarle.
El 22 de marzo ordena el fusilamiento de Manuel Robles Plezuela, detenido en Toxtepec junto con algunos jefes conservadores, que logran escapar de las tropas del General Arteaga. Acusado de Alta Traición al buscar alianzas con los invasores, Plezuela se niega a creer que la sentencia será ejecutada, ya que piensa que a Arteaga no le convendría darle un mártir a los conservadores. Sin embargo, palidece y su esperanza desaparece cuando se entera que la orden no es de Arteaga, sino de Zaragoza. Fusilado el General Plezuela en un costado de la Iglesia de San Andrés Chalchicomula, los conservadores reúnen tropas en orden de 1,200 hombres cerca de Atlixco.
Por otro lado, un cuerpo del Ejército de Oriente de 4,000 efectivos, con Zaragoza a la cabeza, sale de la Cañada de Ixtapa para cortarle el paso a los franceses. El 28 de abril, en las Cumbres de Acultzingo tiene su primer encuentro con las fuerzas europeas. Zaragoza no pretende disputarle el paso al contrario, sino más bien foguear a sus soldados, faltos de experiencia, y al mismo tiempo causarle algunas pérdidas al enemigo. Las águilas napoleónicas pierden quinientos hombres, mientras las bajas mexicanas ascienden a medio centenar, entre ellos el bravo General Arteaga quien, tras haber barrido una columna francesa y llegado a solo cincuenta pasos de la reserva de Lorencez, ésta hizo fuego sobre la tropa mexicana y Arteaga cae del caballo, herido en la pierna derecha, que más tarde le sería amputada. Cumplida la misión. Zaragoza retorna con sus hombres a Ixtapa. “Pelean bien los franceses” afirma Zaragoza, “Pero los nuestros matan bien”. Sin embargo, aún tiene recelo sobre la real valía de sus tropas en un combate en campo abierto.
El día 2 de mayo, los galos salen de San Agustín del Palmar y llegan a Amozoc. Entre ellos y la capital sólo se encuentra la Ciudad de Puebla de los Ángeles, por donde los franceses esperan pasar entre aplausos y exclamaciones de los opositores de Juárez. Este, sin embargo, ordena que ahí se les presente batalla.
El 3 de mayo Zaragoza arriba a Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una Brigada de Caballería, a fin de hostigar al invasor. La mayoría de la población de la clerical Puebla es partidaria a la intervención, y los civiles se encierran en sus casas, mientras los batallones mexicanos desfilan marcialmente entre las desiertas calles de la Angelópolis e ingresan en sus cuarteles. Zaragoza sube a lo alto del cerro de Guadalupe y en un instante tiene ya el plan de batalla que va a seguir para la defensa de la plaza. De inmediato fortifica los reductos que se encuentran en los cerros de Loreto y Guadalupe. La guarnición cuenta tan solo con 6,700 hombres, escasamente armados, y para empeorar las cosas, la mayoría de la población, partidaria a la intervención, se niega a apoyar al ejército mexicano, peligrosamente falto de recursos. Tal es la insolencia de los poblanos que Zaragoza, hombre prudente, exclama desesperado “Que bueno seria quemar Puebla”. Solo lo detiene el hecho que en la “ciudad también hay criaturas inocentes”. El 4 de mayo, los exploradores mexicanos vuelven con noticias de que los conservadores, al mando del General Márquez se disponen a socorrer a los franceses. Zaragoza envía una brigada de dos mil hombres al mando del General Tomas O´Horan a Atlixco, con el fin de detener a Márquez, y se dispone a preparar la pelea. Organiza sus fuerzas para la defensa de la plaza con una Batería de Batalla y dos de Montaña, cubriendo Loreto y Guadalupe con 1,200 hombres, formando a los otros 3,500 en cuatro columnas, con una Batería de Campaña, tres Brigadas de Infantería y una de Caballería. (continua)
Última edición por Mr Raton el Julio 25th 2009, 13:37, editado 1 vez
Mr Raton- Tropa/Marineria
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Fecha de inscripción : 03/07/2009 Edad : 39
Re: La Intervención Francesa
El Sitio de Puebla en 1863
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