Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
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Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Murió en París. Sus restos siguen en el exilio que el ex presidente padeció en los últimos años de su vida. La demoledora imagen de su tumba en Montparnasse, sirvió a la productora Patricia Arriaga como argumento para realizar un documental sobre el ejercicio del poder de Díaz en el gobierno mexicano.
Rosario Reyes
04.05.2015
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Porfirio Díaz falleció el 2 de julio de 1915 en París. Sus restos siguen en el exilio que el expresidente padeció en los últimos años de su vida. La demoledora imagen de su tumba en Montparnasse -de verdad, perturbadora- sirvió a la productora Patricia Arriaga como argumento para realizar un documental sobre el ejercicio del poder de Díaz en el gobierno mexicano.
El modesto nicho con flores frescas donde ella descubrió una gran cantidad de mensajes escritos por los visitantes, en los que manifestaban su admiración, agradecimiento y el deseo de que sus restos descansen aquí, la intrigó al grado de diseñar esta nueva propuesta para Discovery Channel.
“Pensé: aquí hay algo, un sentimiento del que no se habla en México, eso me motivó a escarbar un poco, para poder hacer una reflexión colectiva, que es lo que la buena televisión hace”, cuenta a propósito del documental grabado en el DF y la capital francesa, bajo la dirección de Emilio Maillé, quien actualmente trabaja en la posproducción del programa de una hora, cuya salida al aire aún está por definirse.
“Si Díaz le entregó la Ciudad de México a Benito Juárez y fue un héroe contra la intervención francesa, ¿qué es lo que pasa a lo largo de esos 30 años que logra modernizar al país, construir el México que conocimos durante todo el siglo XX desde el punto de vista de infraestructura, industria e inversión pública? ¿por qué termina en el exilio y por qué sigue en el exilio?”, se pregunta la productora, quien en estas interrogantes sitúa el hilo conductor del documental, que persiste en la discusión sobre el “perdón” al coronel, que propuso hace algunos años Enrique Krauze.
Héctor Bonilla interpreta a Díaz en esta pieza, que cuenta con las actuaciones de Patricia Reyes Spíndola y Sergio Bonilla. “Hay que analizar la parte positiva, que es indudable, de este héroe del 2 de abril, y luego ver qué le sucede con el poder, que no es un fenómeno privativo de Porfirio Díaz. Yo creo que es una gran tentación. El poder es una bebida que lo vuelve a uno loco”, considera Bonilla, para quien el guión de esta producción resulta objetivo. “Hay un análisis de la ambivalencia de este personaje apasionante, basado en entrevistas con sus descendientes y con analistas de la historia, que nos dan un panorama equidistante”.
Tras una investigación de un año y medio, Patricia Arriaga encontró diversas posturas alrededor de la repatriación de los restos de Díaz. Las razones por las que permanecen en París desde hace casi 100 años son complejas. “En un principio el gobierno de la Revolución Mexicana no lo quería aquí. Eventualmente se permitió que se repatriaran los restos, pero de una manera privada, y la familia no quiso. Dijo: ‘Si fue el héroe del 2 de abril (que en 1867 adelantó la caída del imperio de Maximiliano), merece regresar de otra manera’. Otra posición dice que regrese con los honores que el pueblo de México decida, pero no puede regresar escondido. Es una figura muy polémica, hay quien dice que si regresa, lo sacan de la tumba y lo cuelgan en el Zócalo”, advierte la productora.
“Seguramente, en el centenario luctuoso va a haber un movimiento de la ultraderecha para traer los restos de Díaz –dice Bonilla-, como una forma de decir: ‘esto es lo que debería haber sido’. Pero lo que estamos viendo es el peligro de revivir el porfiriato: imponer las cosas a pesar de todo es gravísimo”.
La reflexión de historiadores y analistas como Javier Garciadiego, Paul Garner y Teresa Matabuena hilvanan una narración apoyada en recreaciones históricas dramatizadas. Esta reconstrucción se hizo con ayuda del acervo fotográfico y las cartas del propio Díaz que posee la Universidad Iberoamericana, entre otros materiales de archivo de la época.
El documental aborda la vida del hombre en el poder, con voces que, más que ser opuestas, detallan con matices lo que pasó, advierte Patricia Arriaga, quien produjo también para Discovery Channel el documental El asesinato de Villa. La conspiración, y está por estrenar en Canal Once la serie Leona Vicario. Para ella, las opiniones sobre el ex presidente pasan por los extremos, quienes lo admiran y quienes lo repudian. “Y en medio, están los que no saben quién es Porfirio Díaz, pero él carga con todo el peso de la Revolución Mexicana, y ahí es donde te cuestionas sí o no debe cargar con esa carga, esa es la parte del análisis que propone el documental”.
La también productora de la serie XY concluye que Porfirio Díaz no atinó en retirarse a tiempo. “Creo que envejeció y ya no supo entender el México moderno que había construido. Si se hubiera retirado tres o cuatro años antes, sería el gran constructor de este país y estaría enterrado con honores aquí. La típica contradicción del capitalismo europeo ante las nuevas clases sociales que surgieron a principios de siglo, no las pudo entender. Mi reflexión más importante es que debemos entender ese pasado para poder entender el presente. Tengo la sensación de que estamos igual que hace 100 años y, ¿qué hacemos, cómo construimos una nación? ¿cuál es la visión que tenemos de país? Si algo tuvo Porfirio Díaz fue una visión de país. La podemos cuestionar, pero es lo que estamos buscando hoy”.
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Rosario Reyes
04.05.2015
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Porfirio Díaz falleció el 2 de julio de 1915 en París. Sus restos siguen en el exilio que el expresidente padeció en los últimos años de su vida. La demoledora imagen de su tumba en Montparnasse -de verdad, perturbadora- sirvió a la productora Patricia Arriaga como argumento para realizar un documental sobre el ejercicio del poder de Díaz en el gobierno mexicano.
El modesto nicho con flores frescas donde ella descubrió una gran cantidad de mensajes escritos por los visitantes, en los que manifestaban su admiración, agradecimiento y el deseo de que sus restos descansen aquí, la intrigó al grado de diseñar esta nueva propuesta para Discovery Channel.
“Pensé: aquí hay algo, un sentimiento del que no se habla en México, eso me motivó a escarbar un poco, para poder hacer una reflexión colectiva, que es lo que la buena televisión hace”, cuenta a propósito del documental grabado en el DF y la capital francesa, bajo la dirección de Emilio Maillé, quien actualmente trabaja en la posproducción del programa de una hora, cuya salida al aire aún está por definirse.
“Si Díaz le entregó la Ciudad de México a Benito Juárez y fue un héroe contra la intervención francesa, ¿qué es lo que pasa a lo largo de esos 30 años que logra modernizar al país, construir el México que conocimos durante todo el siglo XX desde el punto de vista de infraestructura, industria e inversión pública? ¿por qué termina en el exilio y por qué sigue en el exilio?”, se pregunta la productora, quien en estas interrogantes sitúa el hilo conductor del documental, que persiste en la discusión sobre el “perdón” al coronel, que propuso hace algunos años Enrique Krauze.
Héctor Bonilla interpreta a Díaz en esta pieza, que cuenta con las actuaciones de Patricia Reyes Spíndola y Sergio Bonilla. “Hay que analizar la parte positiva, que es indudable, de este héroe del 2 de abril, y luego ver qué le sucede con el poder, que no es un fenómeno privativo de Porfirio Díaz. Yo creo que es una gran tentación. El poder es una bebida que lo vuelve a uno loco”, considera Bonilla, para quien el guión de esta producción resulta objetivo. “Hay un análisis de la ambivalencia de este personaje apasionante, basado en entrevistas con sus descendientes y con analistas de la historia, que nos dan un panorama equidistante”.
Tras una investigación de un año y medio, Patricia Arriaga encontró diversas posturas alrededor de la repatriación de los restos de Díaz. Las razones por las que permanecen en París desde hace casi 100 años son complejas. “En un principio el gobierno de la Revolución Mexicana no lo quería aquí. Eventualmente se permitió que se repatriaran los restos, pero de una manera privada, y la familia no quiso. Dijo: ‘Si fue el héroe del 2 de abril (que en 1867 adelantó la caída del imperio de Maximiliano), merece regresar de otra manera’. Otra posición dice que regrese con los honores que el pueblo de México decida, pero no puede regresar escondido. Es una figura muy polémica, hay quien dice que si regresa, lo sacan de la tumba y lo cuelgan en el Zócalo”, advierte la productora.
“Seguramente, en el centenario luctuoso va a haber un movimiento de la ultraderecha para traer los restos de Díaz –dice Bonilla-, como una forma de decir: ‘esto es lo que debería haber sido’. Pero lo que estamos viendo es el peligro de revivir el porfiriato: imponer las cosas a pesar de todo es gravísimo”.
La reflexión de historiadores y analistas como Javier Garciadiego, Paul Garner y Teresa Matabuena hilvanan una narración apoyada en recreaciones históricas dramatizadas. Esta reconstrucción se hizo con ayuda del acervo fotográfico y las cartas del propio Díaz que posee la Universidad Iberoamericana, entre otros materiales de archivo de la época.
El documental aborda la vida del hombre en el poder, con voces que, más que ser opuestas, detallan con matices lo que pasó, advierte Patricia Arriaga, quien produjo también para Discovery Channel el documental El asesinato de Villa. La conspiración, y está por estrenar en Canal Once la serie Leona Vicario. Para ella, las opiniones sobre el ex presidente pasan por los extremos, quienes lo admiran y quienes lo repudian. “Y en medio, están los que no saben quién es Porfirio Díaz, pero él carga con todo el peso de la Revolución Mexicana, y ahí es donde te cuestionas sí o no debe cargar con esa carga, esa es la parte del análisis que propone el documental”.
La también productora de la serie XY concluye que Porfirio Díaz no atinó en retirarse a tiempo. “Creo que envejeció y ya no supo entender el México moderno que había construido. Si se hubiera retirado tres o cuatro años antes, sería el gran constructor de este país y estaría enterrado con honores aquí. La típica contradicción del capitalismo europeo ante las nuevas clases sociales que surgieron a principios de siglo, no las pudo entender. Mi reflexión más importante es que debemos entender ese pasado para poder entender el presente. Tengo la sensación de que estamos igual que hace 100 años y, ¿qué hacemos, cómo construimos una nación? ¿cuál es la visión que tenemos de país? Si algo tuvo Porfirio Díaz fue una visión de país. La podemos cuestionar, pero es lo que estamos buscando hoy”.
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phanter- Señalero
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Fecha de inscripción : 21/11/2012
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
De Porfirio Díaz, la primera imagen filmada en México
Aunque fue el primer protagonista de película, el general ha sido presentado de una forma maniquea, lo que impide comprenderlo en todas sus tonalidades.
VERÓNICA DÍAZ
14/06/2015 01:37 AM
Explica Jorge Ayala Blanco: “Me parece totalmente irrelevante
que vengan o no los restos (de Porfirio Díaz, sepultado en París), porque
el personaje seguirá siendo presa de la misma ambigüedad que siempre.
“Los primeros contactos que tuve con esa figura pública fueron cuando
yo era niño. Uno, de una hipocresía total, era una calle cerca del Parque
Hundido que se llama ‘Coronel Porfirio Díaz’, porque se cree que cuando
era coronel era bueno y cuando era general era malo. Eso es un
maniqueísmo insostenible”.
La polémica surgió luego de que la Comisión Especial de los Festejos
Centenario Luctuoso de Díaz propusiera la repatriación de los restos del
general.
La segunda experiencia de Ayala Blanco con Porfirio Díaz fue en los
cines, en los años 40 y 50: “Cuando aparecía su figura en pantalla,
espontáneamente el cine popular totalmente lleno atronaba en aplausos”.
Paradójicamente, aquella imagen del general Díaz paseando en el bosque de Chapultepec sobre un caballo blanco fue la primera registrada en México por Gabriel Leyve y Claude Ferdinand Bon Bernard, los primeros contactos que tuve con esa figura pública fueron cuando yo era niño. Uno, de una hipocresía total, era una calle cerca del Parque Hundido que se llama ‘Coronel Porfirio Díaz’, porque se cree que cuando era coronel era bueno y cuando era general era malo. Eso es un maniqueísmo insostenible”. La polémica surgió luego de que la Comisión Especial de los Festejos Centenario Luctuoso de Díaz propusiera la repatriación de los restos del general. La segunda experiencia de Ayala Blanco con Porfirio Díaz fue en los cines, en los años 40 y 50: “Cuando aparecía su figura en pantalla, espontáneamente el cine popular totalmente lleno atronaba en aplausos”. Paradójicamente, aquella imagen del general Díaz paseando en el bosque de Chapultepec sobre un caballo blanco fue la primera registrada en México por Gabriel Leyve y Claude Ferdinand Bon Bernard, los proyectistas enviados por Louis y Auguste Lumiére, los inventores del
cinematógrafo.
La noche del 6 de agosto de 1896, en uno de los salones del Castillo de
Chapultepec, las imágenes en movimiento fueron mostradas al
presidente Díaz, familia y miembros de su gabinete. Después siguió una
sucesión de filmaciones en las que el general era la figura central.
“Las imágenes donde está paseando a caballo duraron más de un año en
exhibición; por eso se dice que él fue el primer actor, pero en realidad fue
el primer protagonista, pues la primera película actuada se hizo casi 10
años después”, dice el investigador Aurelio de los Reyes, a quien le es
indiferente la repatriación.
En la Filmoteca de la UNAM se conservan fragmentos de estas
secuencias y de varias obras inauguradas por el presidente Díaz, así
como de las fiestas del Centenario, además de la entrevista que sostuvo
con el presidente de Estados Unidos en 1909.
“Las últimas imágenes que tenemos de Díaz fueron adquiridas por
Salvador Toscano e integran un fragmento de 1913 o 1914, en que se le
ve paseando en un bosque de Francia, a un par de años de haberse ido
de México”, dice Ángel Martínez, jefe del Departamento de Catalogación
de esta institución.
Sin matices
En la parte documental se encuentran Porfirio Díaz (1944), Porfirio Díaz
(1984), El verdadero Porfirio Díaz (1999) y De Porfirio Díaz a Lázaro
Cárdenas: 30 años de historia (1940), entre otros.
Pero lo más trascedente es lo que Ayala Blano llama “La añoranza
porfiriana”, que desarrolló como uno de los capítulos de su libro La
aventura del cine mexicano.
“Lo que marcó el inconsciente de varias generaciones que consumieron
el cine fue la idea de que el mejor momento de la vida mexicana, por lo
menos en el siglo XIX y principios del XX, era la de Porfirio Díaz, tanto
así que la gente aplaudía en el cine apenas aparecía él en pantalla.
“Eso es un contrasentido porque finalmente en las escuelas, incluso en
las confesionales, se mostraba la figura del dictador pavoroso, casi
exclusivo durante 35 años en la vida de México”.
Para el historiador, esta dualidad “nunca se va a resolver” mientras no se analice a fondo la figura de Díaz: “Mucho más importante que regresen o no los restos es revisar realmente la figura de una manera objetiva”, asegura.
Eso es posible porque solo en la cinta más reciente que aborda al
personaje, El atentado (2010), de Jorge Fons, Díaz es tan compasivo
que cuando van a ultimar a su posible asesino lo defiende para que tenga
un juicio justo.
Por eso Ayala Blanco distingue el filme Cinco de mayo. La batalla (2013),
de Rafael Lara, en el que el personaje aparece como uno de tantos
militares que participan en esa contienda, no como el hombre que
conocemos. “Es mucho más objetiva: es un personaje visto de una
manera neutral, y no trata de engrandecerlo ni deturparlo sino que está un
poco en camino de poder revisar su figura”.
Otra cinta digna de mencionar es Tierra en trance (1967), de Glauber
Rocha, una fantasía sobre las revoluciones en América Latina y las
grandes dictaduras, donde al tirano emblemático, una especie de Tirano
Banderas, se le puso el nombre de Porfirio Díaz.
“Nos hemos quedado con la visión de los buenos y los malos, pero la
historia de México no sirve para ser vista de esa manera porque se
empobrece. Tenemos que buscar estos acercamientos más inteligentes,
un poco más objetivos. Nunca ha sido abordada la figura del dictador
Díaz en el cine nacional. Esa es una asignatura pendiente”, concluye
Ayala Blanco.
Añoranzas porfirianas
¡Ay, qué tiempos aquellos, señor don Simón! (1941), de Julio Bracho.
México de mis recuerdos (1943), de Juan Bustillo Oro.
La guerra de los pasteles (1943), de Emilio Gómez Muriel.
Yo bailé con don Porfirio (1942), de Gilberto Martínez Solares.
Si me viera don Porfirio (1950), de Fernando Cortés
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Aunque fue el primer protagonista de película, el general ha sido presentado de una forma maniquea, lo que impide comprenderlo en todas sus tonalidades.
VERÓNICA DÍAZ
14/06/2015 01:37 AM
Explica Jorge Ayala Blanco: “Me parece totalmente irrelevante
que vengan o no los restos (de Porfirio Díaz, sepultado en París), porque
el personaje seguirá siendo presa de la misma ambigüedad que siempre.
“Los primeros contactos que tuve con esa figura pública fueron cuando
yo era niño. Uno, de una hipocresía total, era una calle cerca del Parque
Hundido que se llama ‘Coronel Porfirio Díaz’, porque se cree que cuando
era coronel era bueno y cuando era general era malo. Eso es un
maniqueísmo insostenible”.
La polémica surgió luego de que la Comisión Especial de los Festejos
Centenario Luctuoso de Díaz propusiera la repatriación de los restos del
general.
La segunda experiencia de Ayala Blanco con Porfirio Díaz fue en los
cines, en los años 40 y 50: “Cuando aparecía su figura en pantalla,
espontáneamente el cine popular totalmente lleno atronaba en aplausos”.
Paradójicamente, aquella imagen del general Díaz paseando en el bosque de Chapultepec sobre un caballo blanco fue la primera registrada en México por Gabriel Leyve y Claude Ferdinand Bon Bernard, los primeros contactos que tuve con esa figura pública fueron cuando yo era niño. Uno, de una hipocresía total, era una calle cerca del Parque Hundido que se llama ‘Coronel Porfirio Díaz’, porque se cree que cuando era coronel era bueno y cuando era general era malo. Eso es un maniqueísmo insostenible”. La polémica surgió luego de que la Comisión Especial de los Festejos Centenario Luctuoso de Díaz propusiera la repatriación de los restos del general. La segunda experiencia de Ayala Blanco con Porfirio Díaz fue en los cines, en los años 40 y 50: “Cuando aparecía su figura en pantalla, espontáneamente el cine popular totalmente lleno atronaba en aplausos”. Paradójicamente, aquella imagen del general Díaz paseando en el bosque de Chapultepec sobre un caballo blanco fue la primera registrada en México por Gabriel Leyve y Claude Ferdinand Bon Bernard, los proyectistas enviados por Louis y Auguste Lumiére, los inventores del
cinematógrafo.
La noche del 6 de agosto de 1896, en uno de los salones del Castillo de
Chapultepec, las imágenes en movimiento fueron mostradas al
presidente Díaz, familia y miembros de su gabinete. Después siguió una
sucesión de filmaciones en las que el general era la figura central.
“Las imágenes donde está paseando a caballo duraron más de un año en
exhibición; por eso se dice que él fue el primer actor, pero en realidad fue
el primer protagonista, pues la primera película actuada se hizo casi 10
años después”, dice el investigador Aurelio de los Reyes, a quien le es
indiferente la repatriación.
En la Filmoteca de la UNAM se conservan fragmentos de estas
secuencias y de varias obras inauguradas por el presidente Díaz, así
como de las fiestas del Centenario, además de la entrevista que sostuvo
con el presidente de Estados Unidos en 1909.
“Las últimas imágenes que tenemos de Díaz fueron adquiridas por
Salvador Toscano e integran un fragmento de 1913 o 1914, en que se le
ve paseando en un bosque de Francia, a un par de años de haberse ido
de México”, dice Ángel Martínez, jefe del Departamento de Catalogación
de esta institución.
Sin matices
En la parte documental se encuentran Porfirio Díaz (1944), Porfirio Díaz
(1984), El verdadero Porfirio Díaz (1999) y De Porfirio Díaz a Lázaro
Cárdenas: 30 años de historia (1940), entre otros.
Pero lo más trascedente es lo que Ayala Blano llama “La añoranza
porfiriana”, que desarrolló como uno de los capítulos de su libro La
aventura del cine mexicano.
“Lo que marcó el inconsciente de varias generaciones que consumieron
el cine fue la idea de que el mejor momento de la vida mexicana, por lo
menos en el siglo XIX y principios del XX, era la de Porfirio Díaz, tanto
así que la gente aplaudía en el cine apenas aparecía él en pantalla.
“Eso es un contrasentido porque finalmente en las escuelas, incluso en
las confesionales, se mostraba la figura del dictador pavoroso, casi
exclusivo durante 35 años en la vida de México”.
Para el historiador, esta dualidad “nunca se va a resolver” mientras no se analice a fondo la figura de Díaz: “Mucho más importante que regresen o no los restos es revisar realmente la figura de una manera objetiva”, asegura.
Eso es posible porque solo en la cinta más reciente que aborda al
personaje, El atentado (2010), de Jorge Fons, Díaz es tan compasivo
que cuando van a ultimar a su posible asesino lo defiende para que tenga
un juicio justo.
Por eso Ayala Blanco distingue el filme Cinco de mayo. La batalla (2013),
de Rafael Lara, en el que el personaje aparece como uno de tantos
militares que participan en esa contienda, no como el hombre que
conocemos. “Es mucho más objetiva: es un personaje visto de una
manera neutral, y no trata de engrandecerlo ni deturparlo sino que está un
poco en camino de poder revisar su figura”.
Otra cinta digna de mencionar es Tierra en trance (1967), de Glauber
Rocha, una fantasía sobre las revoluciones en América Latina y las
grandes dictaduras, donde al tirano emblemático, una especie de Tirano
Banderas, se le puso el nombre de Porfirio Díaz.
“Nos hemos quedado con la visión de los buenos y los malos, pero la
historia de México no sirve para ser vista de esa manera porque se
empobrece. Tenemos que buscar estos acercamientos más inteligentes,
un poco más objetivos. Nunca ha sido abordada la figura del dictador
Díaz en el cine nacional. Esa es una asignatura pendiente”, concluye
Ayala Blanco.
Añoranzas porfirianas
¡Ay, qué tiempos aquellos, señor don Simón! (1941), de Julio Bracho.
México de mis recuerdos (1943), de Juan Bustillo Oro.
La guerra de los pasteles (1943), de Emilio Gómez Muriel.
Yo bailé con don Porfirio (1942), de Gilberto Martínez Solares.
Si me viera don Porfirio (1950), de Fernando Cortés
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phanter- Señalero
- Cantidad de envíos : 965
Fecha de inscripción : 21/11/2012
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
ah, Don Porfirio. Nuestro Stalin de bolsillo.
No tan inteligente, pero uno de los grandes que hemos tenido.
No tan inteligente, pero uno de los grandes que hemos tenido.
szasi- Inspector [Policia Federal]
- Cantidad de envíos : 213
Fecha de inscripción : 01/06/2015
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Pues Licenciado en Derecho. Genio militar y estuvo 30 años en pleno dominio del poder político en México.
Mas que inteligente. Una de esas figuras que se dan cada generación o dos.
Mas que inteligente. Una de esas figuras que se dan cada generación o dos.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Era muy inteligente, como se le puede comparara con Stalin cuando no tenían nada que ver. Se le compararía con un De Gaulle si acaso.
Militarmente se me hio superior Miramón pero por mucho, pero como político fue un genio. Sólo él y nadie más concilió todas las facciones.
ogmios03- Comisario General [Policía Federal]
- Cantidad de envíos : 1147
Fecha de inscripción : 17/01/2014
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Pues yo a stalin ya Don Porfirio los veo bastantes similares. En personalidad y en espiritu. Aunque eso si, con ideologias completamente diferentes.
Y si, muy inteligente. Ojala hubiera llegado 30 años antes. No dije que fuera tarado, ni nada, es que comparado con un Ben Gurión...Bueno, cuestión de opinion.
alguno de ustedes sabe como le lavo el coco el arzobispo labastida en el lecho de muerte de su sobrina?
Y si, muy inteligente. Ojala hubiera llegado 30 años antes. No dije que fuera tarado, ni nada, es que comparado con un Ben Gurión...Bueno, cuestión de opinion.
alguno de ustedes sabe como le lavo el coco el arzobispo labastida en el lecho de muerte de su sobrina?
szasi- Inspector [Policia Federal]
- Cantidad de envíos : 213
Fecha de inscripción : 01/06/2015
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Yo si lo puedo comparar como un Ben Gurion. Ganó mas batallas que el. (Le dan por ahí de las 80 y tantas victorias) Desde las escaramuzas hasta dirigir todo un Cuerpo de Ejército. Hasta en personalidad se me hace que salen ahi dandose el llegue.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Stalin era muy enfermo, muy desconfiado, mandó a ejecutar a medio mundo, hasta sus familiares. Porfirio confiaba y tenía amigos, ya de entrada da para dos personalidades muy diferentes.
ogmios03- Comisario General [Policía Federal]
- Cantidad de envíos : 1147
Fecha de inscripción : 17/01/2014
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Leer más: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]La herencia de don Porfirio
Arno Burkholder
Distrito Federal (28 junio 2015).- Porfirio Díaz falleció en París el 2 de julio de 1915. A partir de entonces, el recuerdo del general ha estado presente en la historia de México. En este centenario de su muerte es importante responder tres preguntas: ¿qué pasó con la imagen histórica de Porfirio Díaz en estos 100 años?; ¿cuáles son las diferencias y similitudes entre su régimen y el que vivimos ahora? Y ¿qué puede aprender el México del siglo XXI del México porfirista?
Como señala el historiador inglés Paul Garner (el mayor experto contemporáneo en la figura de Díaz), la imagen del general se transformó en estos 100 años de acuerdo a los cambios políticos que vivió el país. En su afamado estudio Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia (1), Garner propone que el recuerdo de Díaz ha pasado por tres grandes etapas: "porfirista", "antiporfirista" y "neoporfirista".
La primera etapa duró de 1876 (cuando Díaz llega al poder) hasta 1910, cuando comienza la Revolución mexicana. En ese periodo se escribieron muchos libros sobre el general, creció un enorme culto a su personalidad y hasta se convirtió en una "estrella" del cine nacional, ya que los primeros filmes lo mostraban cabalgando en Chapultepec o inaugurando diversas obras públicas.
El objetivo era convertir a Díaz en el nuevo padre de la patria, el "héroe de la paz" que al fin había terminado con las guerras y la barbarie que asolaron a México desde su nacimiento como Estado en 1821.
La longevidad del régimen, el orden y el progreso, y especialmente los atributos morales de Díaz eran ensalzados por su gobierno para legitimar sus acciones.
Sin embargo, la Revolución mexicana transformó todo eso. Luego del estallido de 1910, y especialmente durante los festejos por la consumación de la Independencia en 1921, Díaz se convirtió en el gran villano de la historia nacional. Autores como Luis Lara Pardo y John Kenneth Turner contribuyeron a crear la imagen de un Díaz asesino, tiránico y dispuesto a esclavizar a su pueblo para favorecer a la élite porfirista y al capital extranjero.
Hay que enfatizar que esta postura no fue homogénea. A partir del gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, el Estado de la Revolución permitió que hubiera algunas expresiones de "añoranza inocente" por el régimen de Díaz, siempre y cuando no se convirtieran en una crítica al orden establecido. El mejor ejemplo de esto es la película México de mis recuerdos de 1943.
El gobierno de Carlos Salinas de Gortari intentó usar la imagen de Porfirio Díaz para justificar las políticas modernizadoras que chocaban con los postulados de la Revolución mexicana, como la apertura económica, el final del ejido, el acercamiento a la Iglesia y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La realización de la telenovela El vuelo del águila en 1994, en la que se cuenta la vida de Díaz, debía servir para legitimar a este sexenio priista que se alejaba de sus bases históricas.
Sin embargo, luego del sexenio de Salinas no hubo un intento claro por parte del Estado mexicano para usar a su conveniencia la imagen del general. Parece que hemos entrado a una cuarta etapa: un "postneoporfirismo". Los gobiernos de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón prefirieron ignorar a Porfirio Díaz. Ni siquiera en los desangelados festejos por el centenario de la Revolución mexicana, en 2010, el gobierno se planteó hacer algo con su imagen histórica.
Todo indica que el gobierno de Enrique Peña Nieto seguirá la misma conducta. No hay hasta ahora una postura oficial ante el centenario de la muerte de Porfirio Díaz.
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Ante el desdén gubernamental, la figura de Díaz ha sido recuperada por dos grupos: los historiadores y la sociedad civil. En el primer caso, los estudios sobre el general se incrementaron desde los años 80 del siglo XX. Dejó de ser un tema ignorado para convertirse en un riquísimo filón que nos ayuda mucho para entender al México de los siglos XIX y XX.
Pero es en el segundo grupo, la sociedad civil, donde están ocurriendo fenómenos muy interesantes con respecto al rescate de la figura del general Díaz. De una manera parecida a lo que ocurrió con las imágenes de los grandes líderes populares de la Revolución -Emiliano Zapata y Francisco Villa-, es la gente la que está rescatando al viejo gobernante. Hay cerca de 525 mil entradas en Google sobre Porfirio Díaz y casi 477 mil acerca del porfiriato; y en Facebook constantemente surgen nuevas páginas dedicadas a ese personaje y su vida.
Sin embargo, hay un problema con este "resurgimiento popular" que también se presenta en los casos de Villa y Zapata: más que comprender al personaje, todo parece indicar que se trata de añorarlo sin tomar en cuenta su contexto histórico. Es como si, ante los problemas que vive el Estado mexicano contemporáneo, hubiera un deseo de reencontrarse con el "padre benevolente de la nación", lo que a la larga supone un riesgo para la difícil construcción democrática que ha vivido nuestro país desde finales del siglo pasado.
Se ha puesto de moda decir que "vivimos un nuevo porfiriato". Pero una comparación entre esa época y la nuestra nos demuestra que no es así. La gran diferencia entre esos años y el presente está en que nosotros no tenemos ni una Presidencia fuerte ni un régimen apoyado en un "hombre necesario". El régimen de Porfirio Díaz se caracterizó por un poder centralizado; nosotros vivimos una etapa de poder atomizado: la toma de decisiones está repartida entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, las gubernaturas, los partidos políticos, los grupos clientelares, la Iglesia, el Ejército, los medios de comunicación, el crimen organizado y la sociedad civil.
Si Díaz era el "héroe de la paz" que concentraba todas las decisiones y era ensalzado por su país, nosotros tenemos una élite política que en su mayoría no tiene contenta a su sociedad por sus acciones y es constantemente cuestionada. Esto no nos ha convertido aún en esa democracia que soñábamos a finales del siglo XX, pero sí nos coloca a una gran distancia del paternalismo autoritario que caracterizó al gobierno de Díaz. México ha cambiado mucho en cien años, aunque no lo haya hecho a la velocidad ni del modo que nos gustaría.
Heredamos del porfiriato una serie de instituciones creadas o modernizadas durante ese periodo (como la Secretaría de Educación Pública, la Universidad Nacional, la Secretaría de Hacienda y el Banco Nacional de México); también contamos con diversas prácticas políticas que el porfiriato formó o recibió también como herencia del pasado: ahí están la corrupción, la inequidad económica, las redes clientelares, el laicismo y el liberalismo como doctrina de Estado.
Pero una de las grandes contribuciones del porfiriato que sigue viva hasta el día de hoy fue crear una idea de la historia nacional que sirviera para aglutinar al Estado y legitimar sus acciones. Esta historia lineal y ascendente, que comenzaba con los pueblos prehispánicos y terminaba con el gobierno de Díaz, pudo incluir a la Revolución mexicana y luego al México posrevolucionario a pesar de los conflictos entre las distintas etapas históricas.
* * *
México puede sacar muy buenas lecciones de su etapa porfirista. Señalaré sólo tres: a) tarde o temprano los "hombres providenciales" decepcionan a sus sociedades, les provocan más problemas de los que les habían prometido resolver y sólo atrasan su desarrollo; b) el crecimiento económico debe ir de la mano con los avances políticos y sociales para garantizar el bienestar de los ciudadanos, y c) una nación sólo podrá aspirar a un buen futuro si es capaz de reconciliarse con su pasado.
Porfirio Díaz no fue "el hombre necesario" ni "el peor de los dictadores". Fue un presidente mexicano que concentró mucho poder y por eso se reeligió constantemente hasta que renunció en 1911; que pudo crear una amplia red clientelar para gobernar este país y desarrollarlo económicamente; que gobernó con la Constitución de 1857 como su bandera, pero recurrió a las prácticas paternalistas y autoritarias para sostenerse en el poder; que intentó equilibrar los intereses norteamericanos con los europeos para favorecer al país, pero que al final no tomó en cuenta que su tiempo vital estaba terminando y no pudo garantizar una transición pacífica y armoniosa que evitara una guerra civil como la que estalló en 1910.
_______________________________
El autor es historiador.
1. Paul Garner Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia, México, Editorial Crítica, 2015.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Porfirio Díaz, en el centenario de su muerte
Carmelita y Porfirio, en dos fotos de estudio tomadas en los días de la cúspide del Porfiriato, inseparable pareja hasta la muerte de él ocurrida en París.
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SIGLOS DE HISTORIA
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Diversos historiadores y escritores han enjuiciado a la dictadura de Porfirio Díaz. Octavio Paz, escribió que "el 'soldado del 2 de abril´ se convirtió en el 'héroe de la paz'. Suprimió la anarquía, pero sacrificó la libertad'. José Vasconcelos, asentó: "entró por la fuerza y tuvo que sostenerse por la fuerza. Duró más que Santa Anna, porque a diferencia de su Alteza, Porfirio Díaz no se enriquecía, no se tomaba para sí los fondos públicos".
Y en 1994, anotó sentencioso y especulativo, Enrique Krauze: "Sus restos permanecen todavía sepultados en una sencilla tumba del panteón de Montparnasse en París, proscritos de la patria cruel que contribuyó a salvar, edificar y consolidar. Su exilio póstumo ha sido largo: quizá será eterno".
LA RENUNCIA Y LA SALIDA
José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (1830-1915), había concedido una interesante entrevista al periodista norteamericano James Creelman, en los días de marzo de 1908; Creelman, trabajaba para la revista neoyorquina Pearson's Magazine. El encuentro con el septuagenario presidente de México que llevaba más de tres décadas en el poder, se desarrolló en uno de los elegantes salones del histórico Castillo de Chapultepec, el texto periodístico que apareció en los Estados Unidos se leyó con interés, fue reproducido por algunos diarios de la prensa mexicana y causó efervescencia política.
Díaz, declaró a Creelman que no pensaba continuar en el poder y planteó su aspiración a un retiro digno como exmandatario, sus frases dejaron entrever la aparición de un nuevo gobernante que lo sucediera y que representara la voluntad democrática del pueblo mexicano, posibilidad que él mismo canceló. La oligarquía que gobernaba México, entre la que destacaba el grupo de Los Científicos, influyeron sobre él para que se volviera a postular como candidato a la presidencia por séptima ocasión. (México Tierra de Volcanes. Autor: Joseph L. Schlarman. Editorial Jus. México, 1950).
Francisco I. Madero se presentó como el candidato opositor, y después de un proceso electoral amañando en el que Díaz resultó ganador, el aspirante derrotado convocó a una rebelión armada mediante el Plan de San Luis. Fuertemente presionado por el violento y sangriento estallido revolucionario del 20 de noviembre de 1910, el anciano estadista tomó la decisión de abandonar el poder el 22 de mayo de 1911, después de afrontar estresantes días de inquisitivas cavilaciones y haber sostenido pláticas con sus asesores y familiares.
Para colmo de desgracias, lo afligía un fuerte dolor de muela que soportó recluido en las habitaciones de su casa de la calle de Cadena, todo México estuvo colgado de un hilo hasta que se dio a conocer su renuncia que provocó el júbilo popular; su domicilio, estaba acordonado por un fuerte cordón de seguridad integrado por soldados.
Emotivo es uno de los renglones del histórico documento donde comunicaba su retiro de la presidencia, manifestó su preocupación de que el pueblo mexicano una vez concluido el conflicto, se formara sobre él "un juicio correcto que me permita morir". El Príncipe de la Paz y el Progreso experimentaba, como todos los dictadores al momento de la caída, su temor ante el fallo de la historia más aún cuando se abandona el poder entre baños de sangre, desgarrador sentimiento que tuvo durante los más de cuatro años de su destierro y que se llevó al sepulcro. (Historia Gráfica de la Revolución Mexicana. Autor: Gustavo Casasola. Editorial Trillas. México. 1973).
Díaz Mori, salió de la presidencia de México al inicio de la segunda década del siglo XX, a lo largo de esta centuria el mapa político de América Latina fue el paraíso de las dictaduras. La época que conocemos como El Porfiriato principiaría en 1876, la permanencia del general Díaz en el poder se interrumpió en el cuatrienio del general Manuel González (1880-1884), quien fuera su compadre y títere durante su régimen. En el mandato de González, Porfirio manipuló y obtuvo la reforma del texto constitucional para permitir la reelección presidencial, maniobra que le reportó retomar las riendas del país. Su autoridad fue omnímoda, ningún asunto público de relevancia se resolvía sin su aprobación, fue el supremo árbitro de la vida nacional y a su opresora espada el populacho la bautizó como La Matona.
La dictadura porfiriana tuvo una duración semejante a la de Alfredo Stroessner, en Paraguay, quien ocupó la presidencia de ese país durante treinta y cinco años (1954-1989). Y a la del tirano Rafael Trujillo, en la República Dominicana, que murió asesinado en el poder que detentó por décadas. La atmósfera del culto al presidencialismo totalitario de que se rodearon Porfirio Díaz y Rafael Trujillo, fue semejante durante sus autocracias, contribuyó para que el primero en un desplante de megalomanía a la capital dominicana (Santo Domingo), la rebautizara con el nombre que llevaría su apellido paterno: Ciudad Trujillo.
En el caso de México, a la fronteriza población de Piedras Negras la corte aduladora y servil del Porfiriato, le sustituyó su antigua denominación por la de Ciudad Porfirio Díaz que ostentó de 1888 a 1911. Cuando estos dictadores fueron derrocados, ambas ciudades recuperaron sus nombres originales, Venustiano Carranza -enemigo de Díaz- ordenó el trámite legislativo desde su cargo de gobernador de Coahuila.
Como lo anotó el tataranieto del Héroe del 2 de Abril, Carlos Tello Díaz, en su magnífico libro El Exilio, Un Retrato de Familia, Porfirio y Carmelita convencieron a sus sirvientas Juana Serrano y Nicanora Cedillo para que los acompañaran a vivir con ellos en el exilio. Poseedoras de una fidelidad canina, cumplían con las faenas domésticas como lo hicieron en la casa de Cadena en la ciudad de México y presenciarían el deceso del anciano caudillo en París, junto con su familia, el 2 de julio de 1915.
Amparado por el silencio y las tinieblas de la noche del 25 de mayo de 1911, el ya expresidente acompañado de su inseparable esposa Carmen Romero Rubio y Castellot -"Carmelita", como era llamada popularmente-, abordó un coche Mercedes negro en las afueras de su desaparecida casa de la calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza); iban con él varios baúles que contenían su documentación pública y privada. Días antes, la que fuera la pareja presidencial que durara más tiempo en el poder, había ordenado a su servidumbre para que los auxiliaran a empacar sus pertenencias, fueron horas de nerviosismo que preludiaron el destierro.
Sigilosa y fuertemente custodiada para evitar algún violento incidente durante el trayecto, la comitiva del exdictador arribó a la desaparecida estación de San Lázaro, localizada en los terrenos que ocupa el actual edificio de la Cámara de Diputados; el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana, cuando el convoy ferroviario salió rumbo a Veracruz. Victoriano Huerta, quien mediante la traición a Madero lo sucedería casi dos años después en la presidencia, iba al frente de la escolta que lo protegió hasta su destino en el puerto jarocho.
EL ADIÓS
Weethman Pearson, el amigo inglés de Porfirio Díaz a quien éste le concediera durante su gobierno muchísimos privilegios para que invirtiera en México y lograra cuantiosas ganancias con su compañía petrolera El Águila, consolidándolo como uno de los hombres más ricos de Inglaterra, le prestó para su seguridad su chalet en Veracruz; se temía un atentado. Pero la estancia fue grata, Díaz recibió muestras de afecto sobre todo de la alta clase social y no faltaron la música, los comités de despedida, los ramilletes florales, los discursos laudatorios, los honores militares y las salvas de cañonazos a la hora del adiós. (6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Autor: Gustavo Casasola. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México. 1976).
Finalmente, en la soleada mañana del 31 de mayo de 1911, fue accionado y resonó por los aires veracruzanos el silbato del Ypiranga que anunciaba su partida rumbo a Europa, era un buque comercial de bandera alemana que cubría la ruta Hamburgo-Río de Janeiro y Hamburgo-México. Este barco estaría ligado a la historia mexicana no solamente porque llevó al exdictador a su exilio. En 1914, transportó de Alemania a nuestro país, armamento y municiones que el gobierno del Victoriano Huerta empleó para combatir a las tropas revolucionarias.
El diario capitalino, El Imparcial, anunció como nota principal en su edición del primero de junio, el suceso: "Con honores de presidente de la república fue despedido el señor general don Porfirio Díaz". Hasta el que fuera su hijo fuera de matrimonio y a quien siempre protegió, Federico Ramos, fue a despedirlo acompañado de su padre adoptivo Antonio Ramos; el vástago y su progenitor, jamás se volverían a ver.
El Ypiranga zarpó de Veracruz y su timón lo llevó a deslizarse apaciblemente hacia el interior del Golfo de México, para luego navegar sobre la grandiosidad marítima del Atlántico, predominó durante la travesía un clima sereno que ofreció tranquilidad a sus tripulantes y pasajeros. Son diversos los relatos que narran que Porfirio Díaz se quedó contemplando desde el buque el horizonte, hasta que con tristeza vio desaparecer el último punto de las costas mexicanas, su tierra natal a la que nunca pudo regresar como siempre lo deseó.
Fueron varias las ofertas que recibió de sus amistades el general Porfirio Díaz, horas antes de salir de México, para vivir su exilio en Europa. Destacan la del empresario y terrateniente español Iñigo Noriega Lasso, quien le quiso obsequiar una finca en las afueras de su natal Colombres, en el Principado de Asturias. Y la de Weetman Pearson, el magnate inglés que después ostentó el título nobiliario de Vizconde de Cowdray y que le puso a su disposición su lujoso castillo de Paddockhurst en la región de Sussex, en Inglaterra.
Díaz, amablemente rechazó tales ofrecimientos y eligió para vivir su destierro la ciudad de París, a donde llegó después de desembarcar del Ypiranga en el puerto de El Havre. México se afrancesó en casi todos los ámbitos de su vida durante su gobierno, quizá por eso prefirió la hermosa capital de Francia, allí evocaría en múltiples ocasiones emotivas imágenes del pasado en su patria. Al caminar por la aristocrática avenida de los Campos Elíseos en la que primeramente residió, y a la que le vio gran parecido con el Paseo de la Reforma, recordaría cuando en su días de primer mandatario transitaba por esta arteria del centro histórico de la capital mexicana rumbo al legendario Castillo de Chapultepec.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]La tumba de Porfirio Díaz
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Silencio. La pequeña capilla que guarda en su interior la tumba de Porfirio Díaz. NTX / G. Belleza
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París. En el cementerio de Montparnasse
El camposanto francés cuenta con criptas, tumbas y capillas de personalidades clave en la historia mexicana
GUADALAJARA, JALISCO (28/JUN/2015).- Por estas fechas, el clima en París está arriba de los 25º, pero siempre se siente un poco más caliente. Sus avenidas, callejones y puentes se encuentran vibrando con el bullicio usual de una de las principales capitales de Europa. Pero incluso en dentro de este remolino de sonidos y movimientos, hay un lugar donde siempre cae una pesada cortina de silencio: El cementerio de Montparnasse.
Es cierto, un cementerio no exactamente el primer lugar que un turista tapatío pensaría en visitar si va a recorrer medio mundo. Pero el del barrio de Montparnasse no es un cementerio cualquiera. Ya que entre sus “inquilinos” se encuentran personalidades del mundo de la literatura, la ciencia, la política y el arte militar. Uno de los allí sepultados es una de las personalidades de la historia de nuestro país que más ha polarizado a los mexicanos por generaciones: Porfirio Díaz, de quien el próximo 2 de julio se cumple un siglo de su fallecimiento.
Peregrinación, reclamos... y reconocimientos
Muerto durante su exilio francés el 2 de julio de 1915, a los 85 años de edad, los restos de Porfirio Díaz permanecen en Montparnasse, en una tumba relativamente sencilla, si se toma en cuenta que fue presidente de México durante más de tres décadas.
Para llegar a ella hay que caminar por la Avenue de I’ouest 15 división del cementerio y doblar a la izquierda. Allí se encuentra la capilla, sencilla en color gris como tantas que la rodean. El Águila devorando a la serpiente se encuentra sobre la puerta, en cuyo marco y con letras bien grandes se lee el nombre de “Porfirio Díaz”.
Los restos de Díaz llegaron a Montparnasse en 1921, luego de que su familia se convenció de que iba a ser imposible a corto o mediano plazo la repatriación del cuerpo a nuestro país.
Aunque la tumba es sencilla, es una de las más visitadas del lugar. Y claro, son los mexicanos los turistas más asiduos, aunque de acuerdo al testimonio de los empleados de Montparnasse, paseantes de toda América Latina y Europa también son atraídos por este personaje. Los trabajadores del cementerio suelen recoger cada año cientos de papeles, boletos, medallas, estampas de la Virgen de Guadalupe y hasta piedras que le dejan a quien lo mismo fue héroe, general, presidente y dictador de nuestro país. Los mensajes allí depositados van desde el franco odio a todo lo que hizo y representó, hasta quienes añoran su figura política y gloria militar.
Mucho por ver
Aunque es la tumba de Porfirio Díaz la que más llama la atención, no es en lo absoluta la única en atraer turistas al lugar. Por ejemplo, En Montparnasse también se encuentran los restos de grandes figuras de la literatura como Charles Boudelaire, Samuel Beckett, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Jean Paul Sartre, César Vallejo y Tristan Tzara.
En la larga lista de personalidades que dejaron huella en sus respectivos campos artísticos y profesionales también se cuentan los nombres de Jean Giraurd (Moebius, artista de cómics), Jean Giraud (dibujante y escritor), Bernard Lacoste (empresario textil) y Julio Ruelas (pintor mexicano).
Si bien la entrada al cementerio es gratuita, y se ha convertido en un atractivo turístico para París, también es importante señalar que hay que respetar ciertas normas de comportamiento en su interior.
PARA QUEDARTE
Hoteles cercanos
xxy Hôtel De La Paix Montparnasse. Se encuentra en el 225 boulevard Raspail, Montparnasse, 14º distrito.
xxy Lenox Montparnasse. Está ubicado en 15 rue Delambre, Montparnasse.
xxy Hôtel Mistral. Se encuentra en 24, rue Cels, Montparnasse.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Dinero: Homenaje nacional a don Porfirio Díaz
jun 22, 2015 - 4:42 am Enrique Galván Ochoa Dinero, Opinión .
¿Decepción por el cuestionable éxito de la Revolución Mexicana? No cumplió su principal promesa: liquidar la desigualdad económica. Si en el porfiriato hubo un general Terrazas que decía ‘‘yo no soy de Chihuahua, Chihuahua es mío’’, ahora hay un Carlos Slim que afirma que ‘‘todo México es territorio Telcel’’. ¿Ya le fueron perdonados al caudillo Porfirio Díaz sus errores y excesos, y han sido reconocidos sus méritos? El próximo 2 de julio se cumplen 100 años de la muerte de Porfirio Díaz. Habrá un misa en su memoria en el Distrito Federal y el Congreso de Oaxaca le tributará un homenaje. En el contexto del centenario luctuoso del oaxaqueño conversé con su tataranieto, el historiador Carlos Tello Díaz. Dijo esto:
‘‘El general Porfirio Díaz es un personaje con luces y sombras que le dio a México cosas buenas y cosas malas, y el centenario luctuoso es buen momento para discutir al personaje, para discutir al régimen, más que para conmemorarlo.
‘‘Sus virtudes hay que verlas por un lado como soldado y por otro como estadista. Como soldado tuvo un destacado papel en la guerra de Reforma por el bando liberal; fue colaborador cercano del presidente Juárez y figura clave en el Istmo y Oaxaca. Durante la guerra de intervención (francesa)fue el general más importante del ejército de la República; estaba a cargo de la Línea de Oriente, que empezaba en la ciudad de México y acababa en Chiapas.
‘‘Como gobernante, Díaz construyó un régimen que le dio al país décadas de progreso y estabilidad. Ambas cosas eran completamente desconocidas desde la Independencia. Bajo ese régimen se dio la integración de México por medio de la infraestructura de ferrocarriles, telégrafos, carreteras, teléfonos, y con el resto del mundo mediante la construcción de puertos.
‘‘Sus defectos: construyó un régimen que giraba alrededor de su persona, que lo volvió imprescindible, y no se supo adaptar a los cambios. Las clases media y trabajadora que emergieron con la industrialización que él promovió no se sentían representadas en la dictadura, y con razón. Su inflexibilidad provocó el estallido de la Revolución.’’
–¿Fue Díaz un presidente nacionalista?
–Sí, era una de sus virtudes como soldado, desde luego. Defendió a su país en contra de los franceses. Como presidente buscó equilibrar la influencia de Estados Unidos con inversión británica y sobre todo francesa. Mostró que era un patriota –considera Tello Díaz.
–¿Cree que la historia le ha sido justa?
–Díaz es un personaje del que existen más de 100 biografías. Muchas de ellas son apologías escritas durante la dictadura, otras son diatribas elaboradas durante o después de la Revolución. Daniel Cosío Villegas hizo un esfuerzo por estudiar la figura de Díaz a partir de los archivos. Desde los años 80 ha habido entre los historiadores una actitud crítica hacia la demonización de Díaz y del porfiriato, que se dio a partir de la Revolución. En el discurso oficial, en la nomenclatura de calles y en los libros de texto de historia lo que hay es satanización.
‘‘La Revolución Mexicana triunfó contra el régimen y la dictadura de Porfirio Díaz. A partir de ahí se escribió su historia para justificar el movimiento armado, para la consolidación de la Revolución.’’
–¿Cómo se compararía el gobierno de Díaz con los gobiernos mexicanos del siglo XXI?
–Se parecen en que en ambos casos hay un esfuerzo de apertura hacia el exterior; hay menos miedo al extranjero; se le ve como fuente de oportunidades para el país. Pero también de alguna manera Díaz inauguró una larga tradición en México, que perdura hasta hoy, en el sentido de negociar problemas al margen y en contra de la ley.
‘‘Yo creo que las reformas actuales surgieron a partir de un consenso de fuerzas en el Congreso, y mucho de lo que se hizo en el porfiriato, a pesar de ser una dictadura, gozó al principio del régimen de un consenso que se fue diluyendo.’’
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Otorgarán reconocimiento “José de la Cruz Porfirio Díaz Mori” al cuerpo de tránsito municipal
Dom, 06/28/2015 - 03:03
Como parte del homenaje al Soldado de la Patria Porfirio Díaz Morí en el marco de su centenario luctuoso, el Municipio de Oaxaca de Juárez, a través Comisión de los Festejos del Aniversario Luctuoso de Porfirio Díaz, otorgará por única ocasión un reconocimiento “José de la Cruz Porfirio Díaz Mori”, al cuerpo de tránsito municipal por su destaca trayectoria laboral y de servicio.
El próximo 2 julio, el Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez entregará el reconocimiento a los cuerpos policiacos de vialidad, ya que durante el periodo presidencial del General Porfirio Díaz Mori, se crea el primer reglamento de tránsito para la Circulación de Automóviles en la Ciudad de México, en el mes de agosto del año 1903.
Asimismo, como parte de las actividades se realizará una sesión Solemne de Cabildo conmemorativa, en la que se enaltecerá el legado del general oaxaqueño.
En este marco, a partir de las 8:30 horas de la mañana se llevará a cabo un evento cívico y guardia de honor en el Obelisco a Porfirio Díaz, ubicado sobre la calzada del mismo nombre.
Ya por la tarde, realizarán la premiación a los primeros lugares de los concursos de Artes Plásticas y Corto realizados en el marco de los festejos conmemorativos al centenario luctuoso del ex presidente de la República.
También se llevará a cabo la presentación del libro “El Último Brindis de Porfirio Díaz”, que presenta Rafael Tovar y de Teresa, para finalizar los actos conmemorativos con la presentación de la Orquesta Primavera de Oaxaca y el Coro de Oaxaca.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Porfirio Díaz a 100 años de su muerte. ¿Héroe o villano?
JAVIER JOSÉ RODRÍGUEZ VALLEJO
sábado, 27 de junio de 2015
El próximo jueves 2 de julio se cumplen 100 años del aniversario luctuoso del general Porfirio Díaz. ¿Por qué se conmemoran los aniversarios luctuosos? México es un pueblo con historias. Luego de la consumación de la Independencia en 1821, hubo naciones extranjeras que invadieron el territorio. En dichas guerras hubo militares que sacrificaron su vida en batallas, Porfirio Díaz participó en múltiples guerras, estuvo en la Batalla de Puebla junto con Ignacio Zaragoza (contra Francia). Es importante intentar hacer un juicio sobre el general Díaz.
Porfirio Díaz, después de haber tenido una gran carrera militar, ocupó varias veces la Presidencia de México (es difícil definirlo), para muchos fue un asesino y para otros un estadista (es complicado darle su justa dimensión). La historia oficial tiende a magnificar la obra de sus personajes de bronce. Hay quienes comparan su labor política con la del inglés Oliver Cromwell (personaje controvertido de la historia británica, de pensamientos maquiavélicos).
El general Díaz es una figura polémica, en sus obras relevantes destaca lo siguiente: mandó poner la primera línea de teléfono en México (1878), mejoró las vías de comunicación, impulsó la obra pública (edificó monumentos que hoy en día siguen en pie), impulsó la construcción del ferrocarril, le dio auge a las actividades de ocio (teatro y circo).
Al final su carrera se fue al precipicio (manchada por asesinatos). Bernardo Reyes pudo haber sido un prospecto para relevarlo en el poder, pero el ego y la gloria no le permitieron ver la realidad. Más adelante Francisco I. Madero, un coahuilense soñador, apodado "El Apóstol de la Democracia" vendría a iniciar la Revolución de 1910 que acabaría con la dictadura del porfiriato.
Entrando en la historia biográfica de don Porfirio hubo una serie de momentos significativos que fueron forjando una personalidad de hierro. Uno de los episodios importantes en la vida de don Porfirio fue aquel primer encuentro con Benito Juárez (culpable de que Porfirio estudiara la carrera de abogado), ahí el "Benemérito de las Américas" lo saludó cordialmente y ofreció un discurso liberal. Porfirio Díaz expresa en sus memorias: "…cosa que no había yo visto en el Seminario, en donde no se podía ni saludar a los profesores (…) Oí en seguida, en la distribución de los premios, discursos muy liberales (…), discursos en que se trataba a los jóvenes como amigos, como hombres que tenían derechos, y entusiasmado entonces por lo que había visto y oído, formé la resolución de no seguir la carrera eclesiástica. (…) Mi madre, como era natural, se afligió mucho: me consideró un muchacho perdido y creyó que mi conducta no podría ser buena puesto que había operado en mí un cambio tan radical".
En sus memorias el general Díaz comenta que en el año de 1846, estando en una clase de Lógica (con su maestro Macario Rodríguez), éste les hizo reflexionar sobre la importancia de tomar las armas al servicio militar para defender al país que vivía una guerra contra los Estados Unidos (fundamental en la vida militar del joven Porfirio).
Algunos poetas contemporáneos que vivieron el porfiriato fueron: Díaz Mirón, J.J. Tablada, Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío. Algunos novelistas extranjeros que estaban publicando sus mejores novelas en tiempos de Porfirio Díaz fueron los siguientes: Marcel Proust, Emile Zola, León Tolstoi, Benito Pérez Galdós, etc.
Indudablemente la juventud ateneísta (Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y Vasconcelos) que se educó en el porfiriato más adelante en la Revolución Mexicana y de las Letras jugaría un papel protagónico.
Algunos de los principales críticos de don Porfirio fueron los hermanos Flores Magón, que escribían en el semanario "El Socialista" (San Diego, Texas), decían que los periódicos adulaban al general Díaz. "Los monumentos grandiosos (…) no significan bienestar popular. Italia, en tiempo de los Césares, tuvo también grandes monumentos y una Roma dorada; los faraones sembraron de palacios, esfinges, pirámides (…), pero el pueblo no es feliz con sólo la contemplación de obras (…) Las tiranías, por lo tanto, conducen a los pueblos a una sima. Por esa razón decimos en diferentes tonos que es necesario educar al pueblo para que aprenda a ser libre".
Martín Luis Guzmán en su obra "Muertes históricas", evoca en el "tránsito sereno de Porfirio Díaz" los últimos días del general antes de morir. Habla de sus paseos nocturnos, de sus charlas con amigos y la felicidad que le producía convivir junto a sus nietos.
El general Díaz muere el día 2 de julio de 1915 en la ciudad francesa de Biarritz. Actualmente sus restos descansan en el cementerio parisino de Montparnasse. Porfirio Díaz a 100 años de su muerte. ¿Héroe o villano?, para los hermanos Flores Magón, José Vasconcelos y Fco. I, Madero fue un asesino, para otros es un héroe, en fin, la pregunta sigue abierta, habrá nuevas discusiones y nuevas investigaciones que permitirán esclarecer un juicio más certero sobre el dictador.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Porfirio Díaz Morí en su centenario luctuoso
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Con una serie de actividades culturales, deportivas y sociales, el Municipio de Oaxaca de Juárez y el Comité del Aniversario Luctuoso de Porfirio Díaz, rendirán un homenaje a la figura del llamado Soldado de la Patria en el Centenario de su fallecimiento.
El próximo 2 de julio, el Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez realizará una sesión Solemne de Cabildo conmemorativa en el salón que lleva su nombre en el Palacio Municipal en donde se enaltecerá el legado del general oaxaqueño Porfirio Díaz, quien fue un hombre visionario y adelantado a su tiempo, cuyo trabajo permitió a la República Mexicana avanzar en su desarrollo tecnológico.
En este marco, se propondrán hermanamientos entre el Municipio de Oaxaca de Juárez y los municipios de Miahuatlán, Puebla y París, Francia, sitios que fueron significativos para las batallas más importantes que tuvo el General.
Asimismo, se pedirá la repatriación de los restos del expresidente de la República, que actualmente se encuentra en el cementerio de Montparnasse en París, para colocarlo en la iglesia de la Soledad.
A partir de las 8:30 horas se llevará a cabo un evento cívico y guardia de honor en el Obelisco a Porfirio Díaz, además de la presentación de la Exposición de Documentos Históricos “La Grandeza del Ser Humano, Porfirio Díaz”, en punto de las 12:30 horas en el Salón Expresidentes del Palacio Municipal.
Por la tarde, el teatro Macedonio Alcalá será sede de la entrega del reconocimiento “José de la Cruz Porfirio Díaz Mori” al agente de tránsito con trayectoria destacada, así como de la premiación a los primeros lugares de los concursos de Artes Plásticas y Corto realizados en el marco de los festejos conmemorativos al centenario luctuoso del ex presidente de la República.
También se realizará la plática del libro “El Último Brindis de Porfirio Díaz”, que presenta Rafael Tovar y de Teresa, para finalizar los actos conmemorativos con la presentación de la Orquesta Primavera de Oaxaca y el Coro de Oaxaca.
Luego de varios meses de sufrir problemas de salud, el 2 de julio de 1915, Don Porfirio Díaz Mori falleció a la edad de ochenta y cuatro años. Fue enterrado en la iglesia de Saint Honoré l’Eylau, y el 27 de diciembre de 1921 sus restos fueron trasladados al cementerio de Montparnasse en París, donde permanecen hasta la fecha.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Excelente recopilación de opiniones.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Como me hubiera gustado vivir en esa época. Ha de haber sido una gran fortuna haber vivido en una hacienda, en una provincia, en un pueblo. aunque me hubiera gustado visitar el Imperio Británico también.
En fin la Belle Epoque.
ogmios03- Comisario General [Policía Federal]
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Como hacendado. Como peon u obrero la verdad no.
Pero si, como dice, la Belle Epoque.
Pero si, como dice, la Belle Epoque.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Eso de que era todo malo para peones y campesinos era una gran mentira emanda de la revolución, sí hubo explotados í hubo de todo. Pero muchos eran como una gran familia, la propaganda vino después-
Por cierto deberían ver esa película de México de mis recuerdos.
Por cierto deberían ver esa película de México de mis recuerdos.
ogmios03- Comisario General [Policía Federal]
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Fecha de inscripción : 17/01/2014
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
A partir de mañana, Clío ofrecerá cinco programas sobre Porfirio Diaz, ya sea que los transmitan por el cana de las estrellas o Foro Tv.
La entrevista que vi sobre Enrique Krauze creador de dicha miniserie, hace suponer que serán excelentes.
La entrevista que vi sobre Enrique Krauze creador de dicha miniserie, hace suponer que serán excelentes.
SHACK-AL- Comisario [Policia Federal]
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Fecha de inscripción : 09/10/2012
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Y que será de derecha el corte de la misma serie. Digo, Krauze es un conocido Porfiriófilo.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Santifiquemos a Don Porfirio… esa es la moda.
Por vida del 7 de espadas, a cualquier ser humano lo pueden hacer un Paladín… previo pago claro.
Y ahora todos enfilan sus baterías para defender a sangre y fuego a un asesino, que como todo, si era soldado pues su papel era defender a su Patria, pero eso de que sea un ejemplo a seguir…
Lo dudo y es posible que lo pongan en circulación otra vez… pero la sangre derramada por el lo hará volver a las penumbras del infierno. (que drástico me vi, jajaja)
Que viva Don Porfirio…. Donde me formo para cobrar mi coima?
Por vida del 7 de espadas, a cualquier ser humano lo pueden hacer un Paladín… previo pago claro.
Y ahora todos enfilan sus baterías para defender a sangre y fuego a un asesino, que como todo, si era soldado pues su papel era defender a su Patria, pero eso de que sea un ejemplo a seguir…
Lo dudo y es posible que lo pongan en circulación otra vez… pero la sangre derramada por el lo hará volver a las penumbras del infierno. (que drástico me vi, jajaja)
Que viva Don Porfirio…. Donde me formo para cobrar mi coima?
Don Cachas Flojas- Clases/Maestres
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Chale, a alguien le pego duro la SEP aqui
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
El punto es que no pueden separar los dos lados. Simplemente humano. El hombre es el y sus circunstancias.
Y si mato y mato. Pero la Ley lo permitía. (Y si violó la Ley, pero desde un punto de vista socio político las Leyes de Reforma "no permitian gobernar" -Agobados constitucionalistas dixit-). Asi que se iba a tener que violar dla Ley como lo hizo repetidas ocasiones Juárez. Y si, reprimió y reprimió, pero tambien en EUA mataron, tambien en Inglaterra, tambien en Francia. Y exactamente por los mismos motivos en las mismas épocas. Vean las matanzas de trabajadores en todos los países. Es el mismo periodo.
Lo que la gente no acaba de entender es que NADIE sabia como manejar eso. Cuando sucede la Revolución Industrial y se cambian por completo los medios de produccion y se entra de lleno al capitalismo, nadie sabía lo que iba a pasar, el derecho no estaba preparado, y solo se hizo lo que Dios les dió a entender.
Tan es así que nosotros fuimos los primeros en hacer una Constitución Social, antes que la de Weimar.
Fue pues una víctima del liberalismo, porque nadie supo ver o preveer las fallas de ese sistema antes de que se diesen, nunca en la Historia se dieron tales fenómenos. Se siguieron los ideales del liberalismo y del positivismo y se llego a donde se tuvo que llegar. Fue una lástima. Pero aún asi. El es responsable de salvar a México y de crear la conciencia de unidad nacional. Pesele a quien le pese y haya sido como haya sido.
Y como dije en Facebook. No es el mejor ni el peor, pero es Porfirio Diaz.
Su obra sobrevivió a dos guerras (Revolución y Cristera) y una epidemia y fué tan grande para seguir impresionandonos un siglo despues. Alguien diga eso del régimen que usurpo la bandera.
Para acabar el discurso de su demonisación es un recurso que se valió -se sobreexploto hasta el extremo- por el PRI de Calles en adelante para legitimar el régimen.
Lo más triste es que acabaron siendo exactamente iguales. Fomentando la desigualdad, reprimiendo, limitando la libertad, coartando la democracia, pero siendo más corruptos y dejando una obra mucho menor a la de Diaz. Y claro, en unas guerras de facciones donde todos se mataron contra todos. ¿El pueblo mejoro? ¿El país progresó?
Entonces ¿Que de bueno tuvo que lo quitaran? Mas aún ¿Que habría hecho cualquiera que gobernara México sin Díaz? Seguiríamos
Y si mato y mato. Pero la Ley lo permitía. (Y si violó la Ley, pero desde un punto de vista socio político las Leyes de Reforma "no permitian gobernar" -Agobados constitucionalistas dixit-). Asi que se iba a tener que violar dla Ley como lo hizo repetidas ocasiones Juárez. Y si, reprimió y reprimió, pero tambien en EUA mataron, tambien en Inglaterra, tambien en Francia. Y exactamente por los mismos motivos en las mismas épocas. Vean las matanzas de trabajadores en todos los países. Es el mismo periodo.
Lo que la gente no acaba de entender es que NADIE sabia como manejar eso. Cuando sucede la Revolución Industrial y se cambian por completo los medios de produccion y se entra de lleno al capitalismo, nadie sabía lo que iba a pasar, el derecho no estaba preparado, y solo se hizo lo que Dios les dió a entender.
Tan es así que nosotros fuimos los primeros en hacer una Constitución Social, antes que la de Weimar.
Fue pues una víctima del liberalismo, porque nadie supo ver o preveer las fallas de ese sistema antes de que se diesen, nunca en la Historia se dieron tales fenómenos. Se siguieron los ideales del liberalismo y del positivismo y se llego a donde se tuvo que llegar. Fue una lástima. Pero aún asi. El es responsable de salvar a México y de crear la conciencia de unidad nacional. Pesele a quien le pese y haya sido como haya sido.
Y como dije en Facebook. No es el mejor ni el peor, pero es Porfirio Diaz.
Su obra sobrevivió a dos guerras (Revolución y Cristera) y una epidemia y fué tan grande para seguir impresionandonos un siglo despues. Alguien diga eso del régimen que usurpo la bandera.
Para acabar el discurso de su demonisación es un recurso que se valió -se sobreexploto hasta el extremo- por el PRI de Calles en adelante para legitimar el régimen.
Lo más triste es que acabaron siendo exactamente iguales. Fomentando la desigualdad, reprimiendo, limitando la libertad, coartando la democracia, pero siendo más corruptos y dejando una obra mucho menor a la de Diaz. Y claro, en unas guerras de facciones donde todos se mataron contra todos. ¿El pueblo mejoro? ¿El país progresó?
Entonces ¿Que de bueno tuvo que lo quitaran? Mas aún ¿Que habría hecho cualquiera que gobernara México sin Díaz? Seguiríamos
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Me platico el primo de un amigo, de como Don Porfirio emitía sus órdenes, las cuales eran codificadas y a su vez telegrafiadas y al recibirlas decodificadas y ejecutadas, ahí quedan para siempre sus acciones.
Y si, creo que nos hace falta un gobernante como ese, pues los políticos de hoy son muy escurridizos y con doble discurso, ni pactan y ni barren la casa, creen que las cosas se arreglaran solas, solo administran la ley y la violencia igual.
Y si, creo que nos hace falta un gobernante como ese, pues los políticos de hoy son muy escurridizos y con doble discurso, ni pactan y ni barren la casa, creen que las cosas se arreglaran solas, solo administran la ley y la violencia igual.
Don Cachas Flojas- Clases/Maestres
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Fecha de inscripción : 05/02/2011
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Pues ya lo dijo Lanceros, nadie sabía cómo manejar eso, pero de hecho no sólo es la pura ciencia en el psotivismo lo la economía, unas cosas no se dan sin la transformación social y lo cierto es que las tecnologías como la sociedad no sabían qué hacer. Ciertamente ni el derecho puede con todo eso simplemente es un factor que surge y si no va de acuerdo con lo que es una sociedad simplemente no va a funcionar.
Y sí, el imperialismo, las matanzas, invasiones todo eso se vivía en la época. El mundo se transformaba totalmente y esa violencia explotó en forma de la IGM.
Pero bueno a lo que toca a México, un país extremadamente brutla y slavaje, sólo hay que ver que violaciones, matanzas y saqueos eran comunes en todo el territorio por lo menos desde la segunda mitad del s. XVIII, cuando la independencia fue peor. Guerras matanzas, levantamientos. Todo eso sucedió con cada uno de los presidentes y quien sea, sucedió lo más grave estando Juárez.
Después de un siglo de pura violencia y fracciones ¿cómo se pretendía que alguien quien fuera podría gobernar? ¿un Madero iba a servir? No señores, los Maderos no sirven en países como este y si algun presidente fuerte hubiera estado en vez de él seguro y no sucedía la Revolución, pero hubo un timorato de primera, tuvo sus cosas buenas pero en ese sentido no.
Los mexicanos tan brutales y asesinos tenían en cada región sus bastiones sus poderes políticos. Todos antes de él y después cometieron barbaridades, hayan sido presidentes o no las cometieron. ¿de qué otra forma iban a obedecer y someterse todas esas aristocracias y facciones del país? Se vio muy claramente en la revolución o disque revolución.
Cuando se fue Díaz realmente los levantamientos no fueorn por una masa que se levantaba contra el itrano, la mayoría no sabía ni que hacía pero andaba en "la bola". Los que se levantaron fueron realmente caciques como Carranza, Obregón, etc y apoyados por las respectivas aristocracias de sus lugares, básicamente fue una guerra por el poder más que una revolución. Si en todos esos treinta años no se eliminó eso y aún así hoy vivimos fenómenos faccionistas ¿qué esperabamos en el gobierno de Díaz cuando recién tomó el poder y era guerra tras guerra?
Ni hoy podemos solucionar esos problemas, menos en ese entonces. Porque no es de un partido u otro, así son las cosas con nuestro país.
ogmios03- Comisario General [Policía Federal]
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Por cierto yo creo que en estos tiempos un Díaz haría mas daño que bien.
Bien que mas cien años ya pasaron y algo se ha avanzado. Pero las circunstancias ya no estan para ese tipo de autoritarismos. No asi.
Pero ciertamente se necesita alguien que sepa lo que se tiene que hacer y que lo haga. Esa es la firmeza que se necesita.
Bien que mas cien años ya pasaron y algo se ha avanzado. Pero las circunstancias ya no estan para ese tipo de autoritarismos. No asi.
Pero ciertamente se necesita alguien que sepa lo que se tiene que hacer y que lo haga. Esa es la firmeza que se necesita.
Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Porfirio Díaz, figura sin reconciliación histórica
Investigadores aseguran que hay una distorsión de su imagen
A 100 años de la muerte de Porfirio Díaz (2 de julio de 1915, París, Francia), la interpretación que se hace de él sigue siendo más política que histórica. De eso no tiene dudas el historiador inglés Paul Garner, autor del libro Porfirio Díaz, entre el mito y la historia.
Hace dos décadas, el doctor Garner era de los pocos que estudiaban los archivos de Díaz; de entonces a hoy ve un cambio en cuanto al número y tipo de estudios del periodo llamado porfiriato (término que, dice, hay que empezar a cuestionar por concentrarse en una figura: “No hablamos de un juariato, por ejemplo” ). Pero los cambios no han llegado al discurso oficial:
“No existe la reconciliación histórica, la historia patria es tan fuerte que no se entienden los matices que se necesita ver en cualquier época. Y 100 años después se sigue haciendo la pregunta, ¿fue dictador? Si se estudia, nadie pensaría que fue un tirano-dictador. El gobierno no ha hecho nada; la prueba más contundente de que la interpretación de Porfirio Díaz sigue siendo más política que histórica es que se mantienen sus restos en París”, dice Garner, investigador de la Universidad de Leeds y El Colmex.
“Díaz –dice la también doctora en historia María Eugenia Ponce, investigadora de la Universidad Iberoamericana (UIA)— fue un gobernante que supo negociar y cuyo régimen se caracterizó por un paternalismo autoritario; su régimen tuvo cosas positivas y negativas. Creo que los historiadores en años recientes empezaron a mostrar otro Porfirio Díaz, fue estudiado más objetivamente; la historia de los libros de texto ya hace un intento por presentarlo con cosas positivas y negativas. Pero va a tardar un poquito más en la historia oficial”.
El cambio de imagen. Al analizar la evolución de la imagen de Díaz a lo largo de la historia, el investigador Paul Garner separa lo que ha pasado desde el Estado con relación a lo que se ha construido desde el campo de investigación académica.
En el mundo político, la distorsión ha sido la constante en torno de esta figura: “Desde su época empezaron a distorsionar la imagen de Porfirio Díaz, a favor, a crear un culto a la personalidad. Las obras y comisiones para celebrar el centenario de la Independencia incluyeron monumentos —de esa época son el Ángel de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez, que todavía definen a los mexicanos— y hubo libros sobre Díaz como héroe”.
Uno de los que escribió acerca de Díaz fue León Tolstoi: Garner relata que decía que “era una figura que puso orden al caos, que era autócrata pero no dictador y que tenía el deseo de crear una democracia en México”.
En la primera década del siglo XX se empieza a hablar de dictadura, de la mano dura, de las huelgas. Garner detalla: “De esos años viene el discurso antiporfirista y en la Revolución se vuelve la figura satanizada, al tiempo que otros dicen que deben regresar. Con el discurso revolucionario se va construyendo una historia patria que se basa en la historia patria liberal que había construido y consolidado Porfirio Díaz —es él quien construye el culto a Juárez—. Pero la historia patria quita la figura de Porfirio Díaz, claro una revolución exitosa tiene que tener justificación en derrocar a un tirano”.
A lo largo del siglo, todo el discurso patriótico niega la figura de Porfirio Díaz. “Se olvida todo lo que hizo de positivo, sus contribuciones a la construcción del Estado; es el PRI el que construye ese discurso que plasma en los libros de texto”.
Sin embargo, es otro priísta, Carlos Salinas de Gortari, quien encabeza un neoporfirismo, en los 80, a la par de un cambio en la estructura de la economía. “Se busca a finales del XIX el éxito económico, pero lo que no dicen es que hay una gran diferencia con ese liberalismo del XIX, que es constructor del Estado y del nacionalismo, y el discurso neoliberal que es totalmente antinacionalista”.
En cuanto a los estudios, un cambio muy importante se dio con la obra de Daniel Cosío Villegas, Historia Moderna de México: “Con sus investigaciones dijo que Díaz no fue ni ángel ni demonio; la suya fue una visión más matizada; decía que había muchos documentos que se podían estudiar. Cossío Villegas criticó esas distorsiones en la historia”.
Los estudios hoy cuestionan esos calificativos que imperaron por años. “Los archivos muestran que Porfirio Díaz tuvo que negociar el poder constantemente, y alguien que tienen que negociar no es alguien que se impone”, expresa Paul Garner y reconoce que, de manera lenta, esas otras visiones construidas desde la academia llegan ahora al público.
Su archivo. Desde 1976, el archivo personal de Porfirio Díaz se encuentra en la Universidad Iberoamericana (UIA).
Son alrededor de 800 mil documentos, entre fotos, cartas que le llegaban de toda la República, algunas de personas que no escribían pero que pedían a otros hacerlo (entre 15% y 20% de la población sabía leer y escribir); le solicitaban, le informaban, le pedían desde ayuda económica hasta un puesto de maestra o un cargo de elección popular.
En el archivo también hay telegramas, 500 fotografías, folletos y documentos gráficos. Abarca, básicamente, de 1876 a 1911 y se encuentra en Acervos Históricos en la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Iberoamericana, a la que fue donado por las bisnietas de Díaz. Hoy se lleva a cabo una catalogación y se ha empezado la digitalización de los materiales. No presentan problemas de conservación los materiales que se encuentran en condiciones de resguardo controladas en humedad y temperatura.
María Eugenia Ponce, coordinadora del área de Acervos Históricos de la biblioteca de la UIA, ha analizado a partir de esas cartas la percepción que se tuvo de Díaz a lo largo de los años.
Encontró que él y sus colaboradores “construyeron una imagen de que él era indispensable”. Primero era la imagen del héroe de la intervención francesa, luego la del héroe y gobernante, hasta que al final hubo varias vertientes: unos lo tacharon de tirano y otros le expresaron su adhesión.
Ponce y Garner son parte del grupo de 90 investigadores que participará en el Coloquio sobre el porfiriato que del 2 al 4 de julio se realizará en Oaxaca. Ricardo Orozco Ríos, quien preside el Centro de Estudios Históricos del Porfiriato A. C., uno de los organizadores del coloquio, explica que ese centro tiene como objetivo propiciar el estudio, reflexión y análisis del porfiriato.
Sobre la relevancia de que se estudie el tema, Ricardo Orozco Ríos dice: “Cuando escuchamos la palabra porfiriato la asociamos con un viejito lleno de medallas, pero el porfiriato es una época de la historia de México que inició oficialmente en 1876 y concluyó en 1911; surgieron todo tipo de figuras que, sin embargo han sido arrastradas, por la satanización que se hizo de Díaz. En cuanto la Revolución triunfó, la enseñanza oficial en las escuelas dio por descontado que habiendo sido Díaz un dictador, todos los de ese tiempo no valían la pena”.
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Investigadores aseguran que hay una distorsión de su imagen
A 100 años de la muerte de Porfirio Díaz (2 de julio de 1915, París, Francia), la interpretación que se hace de él sigue siendo más política que histórica. De eso no tiene dudas el historiador inglés Paul Garner, autor del libro Porfirio Díaz, entre el mito y la historia.
Hace dos décadas, el doctor Garner era de los pocos que estudiaban los archivos de Díaz; de entonces a hoy ve un cambio en cuanto al número y tipo de estudios del periodo llamado porfiriato (término que, dice, hay que empezar a cuestionar por concentrarse en una figura: “No hablamos de un juariato, por ejemplo” ). Pero los cambios no han llegado al discurso oficial:
“No existe la reconciliación histórica, la historia patria es tan fuerte que no se entienden los matices que se necesita ver en cualquier época. Y 100 años después se sigue haciendo la pregunta, ¿fue dictador? Si se estudia, nadie pensaría que fue un tirano-dictador. El gobierno no ha hecho nada; la prueba más contundente de que la interpretación de Porfirio Díaz sigue siendo más política que histórica es que se mantienen sus restos en París”, dice Garner, investigador de la Universidad de Leeds y El Colmex.
“Díaz –dice la también doctora en historia María Eugenia Ponce, investigadora de la Universidad Iberoamericana (UIA)— fue un gobernante que supo negociar y cuyo régimen se caracterizó por un paternalismo autoritario; su régimen tuvo cosas positivas y negativas. Creo que los historiadores en años recientes empezaron a mostrar otro Porfirio Díaz, fue estudiado más objetivamente; la historia de los libros de texto ya hace un intento por presentarlo con cosas positivas y negativas. Pero va a tardar un poquito más en la historia oficial”.
El cambio de imagen. Al analizar la evolución de la imagen de Díaz a lo largo de la historia, el investigador Paul Garner separa lo que ha pasado desde el Estado con relación a lo que se ha construido desde el campo de investigación académica.
En el mundo político, la distorsión ha sido la constante en torno de esta figura: “Desde su época empezaron a distorsionar la imagen de Porfirio Díaz, a favor, a crear un culto a la personalidad. Las obras y comisiones para celebrar el centenario de la Independencia incluyeron monumentos —de esa época son el Ángel de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez, que todavía definen a los mexicanos— y hubo libros sobre Díaz como héroe”.
Uno de los que escribió acerca de Díaz fue León Tolstoi: Garner relata que decía que “era una figura que puso orden al caos, que era autócrata pero no dictador y que tenía el deseo de crear una democracia en México”.
En la primera década del siglo XX se empieza a hablar de dictadura, de la mano dura, de las huelgas. Garner detalla: “De esos años viene el discurso antiporfirista y en la Revolución se vuelve la figura satanizada, al tiempo que otros dicen que deben regresar. Con el discurso revolucionario se va construyendo una historia patria que se basa en la historia patria liberal que había construido y consolidado Porfirio Díaz —es él quien construye el culto a Juárez—. Pero la historia patria quita la figura de Porfirio Díaz, claro una revolución exitosa tiene que tener justificación en derrocar a un tirano”.
A lo largo del siglo, todo el discurso patriótico niega la figura de Porfirio Díaz. “Se olvida todo lo que hizo de positivo, sus contribuciones a la construcción del Estado; es el PRI el que construye ese discurso que plasma en los libros de texto”.
Sin embargo, es otro priísta, Carlos Salinas de Gortari, quien encabeza un neoporfirismo, en los 80, a la par de un cambio en la estructura de la economía. “Se busca a finales del XIX el éxito económico, pero lo que no dicen es que hay una gran diferencia con ese liberalismo del XIX, que es constructor del Estado y del nacionalismo, y el discurso neoliberal que es totalmente antinacionalista”.
En cuanto a los estudios, un cambio muy importante se dio con la obra de Daniel Cosío Villegas, Historia Moderna de México: “Con sus investigaciones dijo que Díaz no fue ni ángel ni demonio; la suya fue una visión más matizada; decía que había muchos documentos que se podían estudiar. Cossío Villegas criticó esas distorsiones en la historia”.
Los estudios hoy cuestionan esos calificativos que imperaron por años. “Los archivos muestran que Porfirio Díaz tuvo que negociar el poder constantemente, y alguien que tienen que negociar no es alguien que se impone”, expresa Paul Garner y reconoce que, de manera lenta, esas otras visiones construidas desde la academia llegan ahora al público.
Su archivo. Desde 1976, el archivo personal de Porfirio Díaz se encuentra en la Universidad Iberoamericana (UIA).
Son alrededor de 800 mil documentos, entre fotos, cartas que le llegaban de toda la República, algunas de personas que no escribían pero que pedían a otros hacerlo (entre 15% y 20% de la población sabía leer y escribir); le solicitaban, le informaban, le pedían desde ayuda económica hasta un puesto de maestra o un cargo de elección popular.
En el archivo también hay telegramas, 500 fotografías, folletos y documentos gráficos. Abarca, básicamente, de 1876 a 1911 y se encuentra en Acervos Históricos en la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Iberoamericana, a la que fue donado por las bisnietas de Díaz. Hoy se lleva a cabo una catalogación y se ha empezado la digitalización de los materiales. No presentan problemas de conservación los materiales que se encuentran en condiciones de resguardo controladas en humedad y temperatura.
María Eugenia Ponce, coordinadora del área de Acervos Históricos de la biblioteca de la UIA, ha analizado a partir de esas cartas la percepción que se tuvo de Díaz a lo largo de los años.
Encontró que él y sus colaboradores “construyeron una imagen de que él era indispensable”. Primero era la imagen del héroe de la intervención francesa, luego la del héroe y gobernante, hasta que al final hubo varias vertientes: unos lo tacharon de tirano y otros le expresaron su adhesión.
Ponce y Garner son parte del grupo de 90 investigadores que participará en el Coloquio sobre el porfiriato que del 2 al 4 de julio se realizará en Oaxaca. Ricardo Orozco Ríos, quien preside el Centro de Estudios Históricos del Porfiriato A. C., uno de los organizadores del coloquio, explica que ese centro tiene como objetivo propiciar el estudio, reflexión y análisis del porfiriato.
Sobre la relevancia de que se estudie el tema, Ricardo Orozco Ríos dice: “Cuando escuchamos la palabra porfiriato la asociamos con un viejito lleno de medallas, pero el porfiriato es una época de la historia de México que inició oficialmente en 1876 y concluyó en 1911; surgieron todo tipo de figuras que, sin embargo han sido arrastradas, por la satanización que se hizo de Díaz. En cuanto la Revolución triunfó, la enseñanza oficial en las escuelas dio por descontado que habiendo sido Díaz un dictador, todos los de ese tiempo no valían la pena”.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Porfirio Díaz: una sílaba
A pesar de los esfuerzos de Carmelita, su esposa, y del trato con los científicos y oligarcas criollos que lo rodearon, el general Porfirio Díaz nunca dejó de decir “mais”. Esa sílaba, que brilló en sus labios hasta su muerte en el exilio, en París, esclarece a su modo el sistema político que construyó el general: sus raíces en el mundo “tradicional” y la indudable, inalterable afiliación modernizadora y liberal.
A 100 años de su fallecimiento, al decir “Porfirio Díaz”, dos palabras que en un siglo no han perdido su polaridad, positiva o negativa, surge de inmediato en nuestras mentes una certeza, una urgencia: orden —la única posible tras medio siglo de guerras. Y a la vez, una perplejidad: ¿pero, cuál orden? Esa debió ser la pregunta con la que el general se desayunara en Chapultepec todos los días.
Se presentaría ante él como la disyuntiva a la que se ha enfrentado la imaginación política, artística, social, espiritual e histórica de México en los últimos 300 años. La que opuso, para ponerla en perspectiva, al mundo de los Borbones con el de los de Austria.
Como oaxaqueño, Díaz ocupaba una posición de privilegio para conocer el orden digamos “barroco” que crearon los Habsburgo y que de ningún modo es algo del pasado. Mucho más que un estilo, el barroco es un modo de sentir, pensar y estar juntos; una espiritualidad, una filosofía y una política. El barroco supo integrar, de un modo masivo, a esa heterogeneidad extrema, única, casi imposible de Oaxaca —y de México y del Imperio— en un asombroso caleidoscopio, asimétrico, diverso, altamente sofisticado de visiones del mundo y de prácticas de los más diversos orígenes.
Como estudiante de derecho, más tarde jefe militar, diputado, gobernador de Oaxaca y finalmente presidente de la República, Díaz se preguntaría: ¿cuál fue el cemento de ese edificio, de ese orden?
Resulta difícil resumirlo: un intrincado tejido de fueros y privilegios, jerarquías y poderes de hecho, cacicazgos, estamentos, gremios, pueblos, barrios, cofradías, milicias, corporaciones, órdenes, repúblicas de indios, parroquias y un sinfín de organismos sociales únicos. Se trata, sin duda, de un orden. Y de un orden que ha perdurado.
Para los ilustrados del siglo 18 y sus descendientes, los liberales del siglo 19, el mundo barroco se presentó como un exorbitante desorden, un sinsentido inadmisible y con una convicción y voluntad impresionantes, desde su minoría intelectual y desde el Estado, se dieron a la tarea de transformar de un modo racional, a la sociedad y a la naturaleza. Es decir, de modernizar. Muy pronto el proyecto adquirió en nuestro país una legitimidad inquebrantable. Surgió, en contraste, el edificio neoclásico con su poética y su política.
Como alumno directo de Benito Juárez, quien lo sumó a su grupo masónico y político, Díaz hizo suya la pasión por las libertades, por el individuo autónomo, por encima de la familia, del gremio, de la corporación, de la colectividad y desde luego, del cacique; por los derechos y deberes iguales para todos, por la idea de democracia, por la elección de gobernantes y representantes, por la separación de poderes. Imposibles de erradicar, ambos imaginarios, el barroco y el neoclásico, el tradicional y el moderno, se excluyen, contradicen y extrañamente, coexisten en México. En este sentido, Oaxaca fue para Díaz un laboratorio del país.
Base del Estado, venerada por muchos, la Constitución de 1857 era, más bien, letra muerta de un país empobrecido por salvajes desigualdades económicas y continuas guerras; en ese México herido por la delincuencia, al igual que hoy día, el reclamo profundo de unos y otros, por encima de las facciones, era “orden”.
Volvamos al desayuno en Chapultepec: “¿Cuál orden?” El borbónico, librepensador, neoclásico, diría sin duda Díaz. Con todo, tendría a la vista el precedente de la generación de Juárez, partidaria de la aplicación irrestricta, quizá doctrinaria, de la ley, que elevó la tensión con el mundo “tradicional” hasta la ruptura: la Guerra de los Tres Años y la segunda Intervención francesa. Por otro lado, ceder ante el modelo tradicional en una sociedad mayoritariamente rural, campesina, católica, jerárquica, representaba el suicidio del proyecto liberal. La tercera opción, la guerra, después de medio siglo tampoco tenía salida.
Había que construir con urgencia un sistema entre los dos extremos. La solución del general fue negociar, por fin, entre ambos mundos. Su solución fue: ni uno ni el otro. Tampoco plenamente ambos. Fue construyendo un paradójico sistema de conciliación entre principios contradictorios: caciqueley, jerarquíademocracia, fuerosigualdad, tradiciónmodernidad, religiónlaicismo. Una doble institución: la explícita, liberal y democrática y la implícita, tradicional. Ficciones, ambas. En este sentido, más que un dictador, Díaz fue un extraordinario conciliador.
Los jóvenes Justo Sierra y José Yves Limantour vieron de un modo novedoso al sistema del general a través del “positivismo”, la ciencia de Auguste Comte, que lo deslindaba del liberalismo, ahora calificado de ingenuo y del conservadurismo, a la vez que los resolvía y superaba. La dicotomía de 200 años se disolvía en razón pura, que se traducía en autoridad. Como era previsible, la concertación, ese orden transitorio, intermedio, terminó por dejar insatisfechos a unos y a otros. Sus ángulos ciegos quizá hayan sido muchos, uno de ellos fue el no haber visto los límites mismos de la negociación: más allá de la coexistencia entre los dos mundos, era necesario un esfuerzo mayor de imaginación política, superar el conflicto de siglos en un nuevo orden.
Hoy día la exigencia, sin duda, vuelve a estar allí: orden. Lo mismo que la disyuntiva: ¿cuál? El escenario es más fluido y complejo: surge una concepción vanguardista de los derechos humanos, la propia globalización, los desafíos tecnológicos y energéticos, la vertiginosa pulverización de paradigmas, matizan las relaciones entre los dos imaginarios mexicanos.
Quizá haya llegado la hora de intentar que los principios más valiosos de unos y otros, lejos de oponerse, se complementen en el ejercicio de un orden que tenga, como base, un estado de derecho efectivo: que se disfruten con plenitud las libertades y derechos reconocidos por las leyes —leyes que se cumplan por ser leyes— y a la vez se fortalezcan las identidades y la cohesión de las comunidades; que la igualdad, incluida la de géneros, el derecho a una vida digna, en paz, justa, sin violencia, no sea una ficción y a la vez que se respete y cultive la riqueza y la diversidad cultural; que la innovación social se alimente de y aporte a los conocimientos, habilidades y saberes celosamente heredados; que se abra una perspectiva de futuro en los retos centrales de hoy día, incluida la energía sustentable, sin hacer tabla rasa del pasado.
Es un acto de imaginación colectiva. Y en esta dirección, Oaxaca tiene todo para ser, de nuevo,un laboratorio del país. ¡Hasta luego, general!
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A pesar de los esfuerzos de Carmelita, su esposa, y del trato con los científicos y oligarcas criollos que lo rodearon, el general Porfirio Díaz nunca dejó de decir “mais”. Esa sílaba, que brilló en sus labios hasta su muerte en el exilio, en París, esclarece a su modo el sistema político que construyó el general: sus raíces en el mundo “tradicional” y la indudable, inalterable afiliación modernizadora y liberal.
A 100 años de su fallecimiento, al decir “Porfirio Díaz”, dos palabras que en un siglo no han perdido su polaridad, positiva o negativa, surge de inmediato en nuestras mentes una certeza, una urgencia: orden —la única posible tras medio siglo de guerras. Y a la vez, una perplejidad: ¿pero, cuál orden? Esa debió ser la pregunta con la que el general se desayunara en Chapultepec todos los días.
Se presentaría ante él como la disyuntiva a la que se ha enfrentado la imaginación política, artística, social, espiritual e histórica de México en los últimos 300 años. La que opuso, para ponerla en perspectiva, al mundo de los Borbones con el de los de Austria.
Como oaxaqueño, Díaz ocupaba una posición de privilegio para conocer el orden digamos “barroco” que crearon los Habsburgo y que de ningún modo es algo del pasado. Mucho más que un estilo, el barroco es un modo de sentir, pensar y estar juntos; una espiritualidad, una filosofía y una política. El barroco supo integrar, de un modo masivo, a esa heterogeneidad extrema, única, casi imposible de Oaxaca —y de México y del Imperio— en un asombroso caleidoscopio, asimétrico, diverso, altamente sofisticado de visiones del mundo y de prácticas de los más diversos orígenes.
Como estudiante de derecho, más tarde jefe militar, diputado, gobernador de Oaxaca y finalmente presidente de la República, Díaz se preguntaría: ¿cuál fue el cemento de ese edificio, de ese orden?
Resulta difícil resumirlo: un intrincado tejido de fueros y privilegios, jerarquías y poderes de hecho, cacicazgos, estamentos, gremios, pueblos, barrios, cofradías, milicias, corporaciones, órdenes, repúblicas de indios, parroquias y un sinfín de organismos sociales únicos. Se trata, sin duda, de un orden. Y de un orden que ha perdurado.
Para los ilustrados del siglo 18 y sus descendientes, los liberales del siglo 19, el mundo barroco se presentó como un exorbitante desorden, un sinsentido inadmisible y con una convicción y voluntad impresionantes, desde su minoría intelectual y desde el Estado, se dieron a la tarea de transformar de un modo racional, a la sociedad y a la naturaleza. Es decir, de modernizar. Muy pronto el proyecto adquirió en nuestro país una legitimidad inquebrantable. Surgió, en contraste, el edificio neoclásico con su poética y su política.
Como alumno directo de Benito Juárez, quien lo sumó a su grupo masónico y político, Díaz hizo suya la pasión por las libertades, por el individuo autónomo, por encima de la familia, del gremio, de la corporación, de la colectividad y desde luego, del cacique; por los derechos y deberes iguales para todos, por la idea de democracia, por la elección de gobernantes y representantes, por la separación de poderes. Imposibles de erradicar, ambos imaginarios, el barroco y el neoclásico, el tradicional y el moderno, se excluyen, contradicen y extrañamente, coexisten en México. En este sentido, Oaxaca fue para Díaz un laboratorio del país.
Base del Estado, venerada por muchos, la Constitución de 1857 era, más bien, letra muerta de un país empobrecido por salvajes desigualdades económicas y continuas guerras; en ese México herido por la delincuencia, al igual que hoy día, el reclamo profundo de unos y otros, por encima de las facciones, era “orden”.
Volvamos al desayuno en Chapultepec: “¿Cuál orden?” El borbónico, librepensador, neoclásico, diría sin duda Díaz. Con todo, tendría a la vista el precedente de la generación de Juárez, partidaria de la aplicación irrestricta, quizá doctrinaria, de la ley, que elevó la tensión con el mundo “tradicional” hasta la ruptura: la Guerra de los Tres Años y la segunda Intervención francesa. Por otro lado, ceder ante el modelo tradicional en una sociedad mayoritariamente rural, campesina, católica, jerárquica, representaba el suicidio del proyecto liberal. La tercera opción, la guerra, después de medio siglo tampoco tenía salida.
Había que construir con urgencia un sistema entre los dos extremos. La solución del general fue negociar, por fin, entre ambos mundos. Su solución fue: ni uno ni el otro. Tampoco plenamente ambos. Fue construyendo un paradójico sistema de conciliación entre principios contradictorios: caciqueley, jerarquíademocracia, fuerosigualdad, tradiciónmodernidad, religiónlaicismo. Una doble institución: la explícita, liberal y democrática y la implícita, tradicional. Ficciones, ambas. En este sentido, más que un dictador, Díaz fue un extraordinario conciliador.
Los jóvenes Justo Sierra y José Yves Limantour vieron de un modo novedoso al sistema del general a través del “positivismo”, la ciencia de Auguste Comte, que lo deslindaba del liberalismo, ahora calificado de ingenuo y del conservadurismo, a la vez que los resolvía y superaba. La dicotomía de 200 años se disolvía en razón pura, que se traducía en autoridad. Como era previsible, la concertación, ese orden transitorio, intermedio, terminó por dejar insatisfechos a unos y a otros. Sus ángulos ciegos quizá hayan sido muchos, uno de ellos fue el no haber visto los límites mismos de la negociación: más allá de la coexistencia entre los dos mundos, era necesario un esfuerzo mayor de imaginación política, superar el conflicto de siglos en un nuevo orden.
Hoy día la exigencia, sin duda, vuelve a estar allí: orden. Lo mismo que la disyuntiva: ¿cuál? El escenario es más fluido y complejo: surge una concepción vanguardista de los derechos humanos, la propia globalización, los desafíos tecnológicos y energéticos, la vertiginosa pulverización de paradigmas, matizan las relaciones entre los dos imaginarios mexicanos.
Quizá haya llegado la hora de intentar que los principios más valiosos de unos y otros, lejos de oponerse, se complementen en el ejercicio de un orden que tenga, como base, un estado de derecho efectivo: que se disfruten con plenitud las libertades y derechos reconocidos por las leyes —leyes que se cumplan por ser leyes— y a la vez se fortalezcan las identidades y la cohesión de las comunidades; que la igualdad, incluida la de géneros, el derecho a una vida digna, en paz, justa, sin violencia, no sea una ficción y a la vez que se respete y cultive la riqueza y la diversidad cultural; que la innovación social se alimente de y aporte a los conocimientos, habilidades y saberes celosamente heredados; que se abra una perspectiva de futuro en los retos centrales de hoy día, incluida la energía sustentable, sin hacer tabla rasa del pasado.
Es un acto de imaginación colectiva. Y en esta dirección, Oaxaca tiene todo para ser, de nuevo,un laboratorio del país. ¡Hasta luego, general!
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
El legado antidemocrático de don Porfirio
ALEJANDRO ROSAS - Historiador.
Don Susanito Peñafiel y Somellera no es el Porfiriato –aunque en el imaginario colectivo aquellos 31 años de gobierno estén más cercanos al México de mis recuerdos que al México bárbaro. El Porfiriato tampoco es los combates florales en San Ángel o la Alameda; ni las tandas del Principal, ni las temporadas de ópera y de zarzuelas, ni el cinematógrafo, ni los primeros automóviles, ni el asfalto en las calles, ni el alumbrado y los tranvías eléctricos, ni los bailes en Palacio, o la moda que presumían las damas en el Hipódromo de la Condesa. Esas sólo son las piezas que forman la cara amable y nostálgica de la dictadura.
En poco más de 100 años, la imagen de Porfirio Díaz y su época transitó por el infierno cívico, luego por el purgatorio de la indiferencia y hoy se encuentra en el paraíso de la reivindicación.
En un siglo, la persecución de los indios yaquis y mayas, la esclavitud en Valle Nacional o la brutal explotación en Yucatán y Morelos se desvanecieron para hacer del Porfiriato una época sofisticada, romántica y glamorosa. Poco importa si Tlatlaya es la versión posmoderna del famoso telegrama que nadie nunca vio, pero cuya orden sí fue ejecutada sobre un grupo de conspiradores antiporfiristas en 1879: “Mátalos en caliente”.
A 100 años de la muerte de don Porfirio, definirlo como un dictador se vuelve casi una afrenta; en todo caso, bajo la lógica eufemística que nutre el discurso actual, el Porfiriato fue un régimen autoritario y paternalista que gobernó a los mexicanos con “un mínimo de terror y un máximo de benevolencia” –como en su momento escribió el historiador Francisco Bulnes.
Y sin embargo, durante los 31 años que duró el régimen porfirista, más los cuatro de su compadre González (18761911), nadie tuvo problema en utilizar el término “dictadura” para referirse al régimen porfirista. Hablar de un “dictador” no era mal visto, porque los mexicanos no podían ser gobernados más que con mano firme. Aunque la Constitución señalaba que México era una república representativa y democrática, para nadie era un secreto que era un régimen dictatorial, aunque Justo Sierra lo definió más románticamente: “monarquía con ropajes republicanos”.
Los intelectuales arropados por el gobierno justificaron la necesidad de la dictadura y escribieron cientos de líneas para demostrar históricamente que México había llegado al máximo grado de su desarrollo histórico gracias a don Porfirio. “La dictadura benévola –escribió Emilio Rabasa– podía desenvolverse entonces en medio del asentimiento general, formado de respeto y de admiración, de temor y desconfianza... México vivió la dictadura más fácil, más benévola y más fecunda de que haya ejemplo en la historia del continente americano”. Otro de los intelectuales del régimen, Francisco Bulnes, expresó en 1888: “El buen dictador es un animal tan raro que la nación que posee uno debe prolongarle no sólo el poder sino hasta la vida” –Porfirio dejó el poder casi con 81 años de edad.
El propio don Porfirio no tuvo problema en reconocer la naturaleza de su gobierno frente al periodista James Creelman: “Yo recibí el mando de un ejército victorioso –dijo en 1908–, en una época en que el pueblo se hallaba dividido y sin preparación para el ejercicio de los principios de un gobierno democrático. Confiar en las masas toda la responsabilidad del gobierno hubiera traído consecuencias desastrosas que hubieran producido el descrédito de la causa del gobierno libre”. Un gobierno libre que, por cierto, nunca llegó.
El otro legado
Pero más allá de los ferrocarriles, de la modernización de los puertos, de la red telegráfica, del sistema de correos, del establecimiento de la banca, del Ángel de la Independencia, del Paseo de la Reforma, obras todas que definieron el progreso material del Porfiriato y muchas de las cuales fueron destruidas por la propia necedad del dictador de no retirarse a tiempo, hay un legado intangible que definió a toda una generación de mexicanos: la construcción de una cultura política que sobrevivió a la caída de don Porfirio.
Cuando Díaz asumió la presidencia y los resultados comenzaron a ser visibles –seguridad pública, crecimiento, paz social y estabilidad–, la sociedad renunció a sus derechos políticos o al menos no le interesó ejercerlos, y las libertades públicas fueron desapareciendo bajo la sombra de la represión. A la sociedad no le importó si la ley se aplicaba; no le importó si las instituciones fueron supeditadas a la figura del dictador, ni le importó si la paz había sido construida por la violencia sistemática ejercida por la autoridad. Le importaron los resultados.
“Empezamos por castigar el robo con pena de muerte –expresó Díaz en 1908–, y esto de una manera tan severa, que momentos después de aprehenderse al ladrón, era ejecutado. Fuimos severos y en ocasiones hasta la crueldad, pero esa severidad era necesaria en aquellos tiempos para la existencia y progreso de la nación. Si hubo crueldad, los resultados la han justificado. Para evitar el derramamiento de torrentes de sangre, fue necesario derramarla un poco. La paz era necesaria, aun una paz forzosa, para que la nación tuviese tiempo para pensar y para trabajar. La sangre derramada era mala sangre, la que se salvó, era buena. La paz era indispensable, aun cuando fuera una paz forzada, para que la nación tuviese tiempo de reflexionar”.
Cuando Porfirio partió al exilio, dejó tras de sí una sociedad que se había acostumbrado a la simulación política, al autoritarismo, al paternalismo, a la impunidad; que era desdeñosa de la ley y de las instituciones y para la que la democracia no tenía más valor que el retórico. Por eso, todos los caudillos de la Revolución, y los gobiernos que surgieron de ella, fueron profundamente antidemocráticos; siempre se sintieron incómodos con el sufragio efectivo; con el equilibrio de poderes, con la libertad de expresión, con las libertades públicas; estaban más cerca del sistema político porfirista que de la construcción de un nuevo sistema basado en la democracia.
Ese otro legado de Díaz, determinó para bien y para mal la forma de hacer política en el siglo XX y la forma en que la sociedad lo aceptó. Francisco Bulnes pudo percibirlo luego de la caída de don Porfirio y lo hizo con tanta claridad que en1920 –cuando el sistema político priísta aún estaba lejos de comenzar su historia– escribió: “Ningún gobernante de México ha gobernado democráticamente por la sencilla razón de que el pueblo mexicano no es demócrata”. Y el tiempo le dio la razón.
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ALEJANDRO ROSAS - Historiador.
Don Susanito Peñafiel y Somellera no es el Porfiriato –aunque en el imaginario colectivo aquellos 31 años de gobierno estén más cercanos al México de mis recuerdos que al México bárbaro. El Porfiriato tampoco es los combates florales en San Ángel o la Alameda; ni las tandas del Principal, ni las temporadas de ópera y de zarzuelas, ni el cinematógrafo, ni los primeros automóviles, ni el asfalto en las calles, ni el alumbrado y los tranvías eléctricos, ni los bailes en Palacio, o la moda que presumían las damas en el Hipódromo de la Condesa. Esas sólo son las piezas que forman la cara amable y nostálgica de la dictadura.
En poco más de 100 años, la imagen de Porfirio Díaz y su época transitó por el infierno cívico, luego por el purgatorio de la indiferencia y hoy se encuentra en el paraíso de la reivindicación.
En un siglo, la persecución de los indios yaquis y mayas, la esclavitud en Valle Nacional o la brutal explotación en Yucatán y Morelos se desvanecieron para hacer del Porfiriato una época sofisticada, romántica y glamorosa. Poco importa si Tlatlaya es la versión posmoderna del famoso telegrama que nadie nunca vio, pero cuya orden sí fue ejecutada sobre un grupo de conspiradores antiporfiristas en 1879: “Mátalos en caliente”.
A 100 años de la muerte de don Porfirio, definirlo como un dictador se vuelve casi una afrenta; en todo caso, bajo la lógica eufemística que nutre el discurso actual, el Porfiriato fue un régimen autoritario y paternalista que gobernó a los mexicanos con “un mínimo de terror y un máximo de benevolencia” –como en su momento escribió el historiador Francisco Bulnes.
Y sin embargo, durante los 31 años que duró el régimen porfirista, más los cuatro de su compadre González (18761911), nadie tuvo problema en utilizar el término “dictadura” para referirse al régimen porfirista. Hablar de un “dictador” no era mal visto, porque los mexicanos no podían ser gobernados más que con mano firme. Aunque la Constitución señalaba que México era una república representativa y democrática, para nadie era un secreto que era un régimen dictatorial, aunque Justo Sierra lo definió más románticamente: “monarquía con ropajes republicanos”.
Los intelectuales arropados por el gobierno justificaron la necesidad de la dictadura y escribieron cientos de líneas para demostrar históricamente que México había llegado al máximo grado de su desarrollo histórico gracias a don Porfirio. “La dictadura benévola –escribió Emilio Rabasa– podía desenvolverse entonces en medio del asentimiento general, formado de respeto y de admiración, de temor y desconfianza... México vivió la dictadura más fácil, más benévola y más fecunda de que haya ejemplo en la historia del continente americano”. Otro de los intelectuales del régimen, Francisco Bulnes, expresó en 1888: “El buen dictador es un animal tan raro que la nación que posee uno debe prolongarle no sólo el poder sino hasta la vida” –Porfirio dejó el poder casi con 81 años de edad.
El propio don Porfirio no tuvo problema en reconocer la naturaleza de su gobierno frente al periodista James Creelman: “Yo recibí el mando de un ejército victorioso –dijo en 1908–, en una época en que el pueblo se hallaba dividido y sin preparación para el ejercicio de los principios de un gobierno democrático. Confiar en las masas toda la responsabilidad del gobierno hubiera traído consecuencias desastrosas que hubieran producido el descrédito de la causa del gobierno libre”. Un gobierno libre que, por cierto, nunca llegó.
El otro legado
Pero más allá de los ferrocarriles, de la modernización de los puertos, de la red telegráfica, del sistema de correos, del establecimiento de la banca, del Ángel de la Independencia, del Paseo de la Reforma, obras todas que definieron el progreso material del Porfiriato y muchas de las cuales fueron destruidas por la propia necedad del dictador de no retirarse a tiempo, hay un legado intangible que definió a toda una generación de mexicanos: la construcción de una cultura política que sobrevivió a la caída de don Porfirio.
Cuando Díaz asumió la presidencia y los resultados comenzaron a ser visibles –seguridad pública, crecimiento, paz social y estabilidad–, la sociedad renunció a sus derechos políticos o al menos no le interesó ejercerlos, y las libertades públicas fueron desapareciendo bajo la sombra de la represión. A la sociedad no le importó si la ley se aplicaba; no le importó si las instituciones fueron supeditadas a la figura del dictador, ni le importó si la paz había sido construida por la violencia sistemática ejercida por la autoridad. Le importaron los resultados.
“Empezamos por castigar el robo con pena de muerte –expresó Díaz en 1908–, y esto de una manera tan severa, que momentos después de aprehenderse al ladrón, era ejecutado. Fuimos severos y en ocasiones hasta la crueldad, pero esa severidad era necesaria en aquellos tiempos para la existencia y progreso de la nación. Si hubo crueldad, los resultados la han justificado. Para evitar el derramamiento de torrentes de sangre, fue necesario derramarla un poco. La paz era necesaria, aun una paz forzosa, para que la nación tuviese tiempo para pensar y para trabajar. La sangre derramada era mala sangre, la que se salvó, era buena. La paz era indispensable, aun cuando fuera una paz forzada, para que la nación tuviese tiempo de reflexionar”.
Cuando Porfirio partió al exilio, dejó tras de sí una sociedad que se había acostumbrado a la simulación política, al autoritarismo, al paternalismo, a la impunidad; que era desdeñosa de la ley y de las instituciones y para la que la democracia no tenía más valor que el retórico. Por eso, todos los caudillos de la Revolución, y los gobiernos que surgieron de ella, fueron profundamente antidemocráticos; siempre se sintieron incómodos con el sufragio efectivo; con el equilibrio de poderes, con la libertad de expresión, con las libertades públicas; estaban más cerca del sistema político porfirista que de la construcción de un nuevo sistema basado en la democracia.
Ese otro legado de Díaz, determinó para bien y para mal la forma de hacer política en el siglo XX y la forma en que la sociedad lo aceptó. Francisco Bulnes pudo percibirlo luego de la caída de don Porfirio y lo hizo con tanta claridad que en1920 –cuando el sistema político priísta aún estaba lejos de comenzar su historia– escribió: “Ningún gobernante de México ha gobernado democráticamente por la sencilla razón de que el pueblo mexicano no es demócrata”. Y el tiempo le dio la razón.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
PEDRO ÁNGEL PALOU - Ni perdón ni olvido
Autor de Pobre Patria mía. La novela de Porfirio Díaz
Migran impacto al encontrarme frente a la tumba de don Porfirio en París fue el devocionario. La gente escribe peticiones de todo tipo: salud, dinero, viajes, que me acepten en la universidad, y peregrina hasta el cementerio a pedirle el favor a su santo laico. Educado en los libros de textos gratuito –con su Madre Patria mestiza de Libro Vaquero y su Cornucopia invertida que arrojaba la riqueza más allá del Río Bravo–, mi animadversión por la figura del dictador me impedía conciliar las dos visiones. O bien los mexicanos en el extranjero extrañaban a su padre putativo o los mexicanos en su terruño hipócritamente decían odiarlo. Estudié a Díaz no con las armas del historiador, sino con las del escritor para mi novela Pobre patria mía, en donde quería darle voz al viejo abuelo enfermo y exiliado, con dolor de postemilla. Lo que menos esperaba, al irla presentando por pueblos y rancherías, ciudades y capitales, es la devoción de un sector impresionante de la población por la figura de Díaz. Gentes agradecidas conmigo como si la función del narrador hubiese sido la de devolverle su lugar en la historia al patriarca decrépito. El novelista, en mi caso, quería devolverle la voz para poder escucharlo como me había dicho Luis Gónzalez en Michoacán.
A Díaz, me queda claro, no solo parecemos haberlo perdonado sino que lo llevamos en un escondido escapulario. Las razones son curiosas: él pacificó al país –domó al tigre, en sus palabras–, el modernizó al bárbaro, nos dotó de infraestructura, cientos de calles, hospitales, escuelas, ferrocarriles. Era un adorador de la modernidad, nos la trajo. ¿Es que nos fascina el autoritarismo, la mano dura? Porque quienes así hablan olvidan el exterminio Yaqui, la inmensa pobreza, la injusta Hacienda que perpetuaba la encomienda colonial, las élites criollas y el viraje del liberal hacia la Iglesia del brazo de Carmelita Romero Rubio. Hay que cuidar el revisionismo, protegernos del olvido porque podemos perpetuar las taras que rigen nuestro sistema político.
Muchas de las razones esgrimidas para perdonar a Díaz se deben a su talento político, es cierto, y a que le tocó en suerte ejercer el poder en los últimos veinte años del siglo XIX en coincidencia con la más grande expansión del capitalismo mundial. Supo ver que la modernidad ayudaría a su país, pero no supo calcular el impacto en la brecha entre ricos y pobres y perpetuó el crecimiento de las élites y el olvido de todos los otros, como ocurría en toda América Latina en ese momento.
¿Traer sus restos como quieren muchos para finalmente perdonarlo políticamente y que ingrese al Panteón Mexicano? No le veo sentido. En el Monumento a la Revolución descansan los restos de enemigos casados que se hicieron la guerra durante once años y que sólo la mitologización de nuestra historia nos permite ver como una familia. Disfuncional, pero familia.
¿O si no cómo explicar que en letras de oro en la Cámara de Diputados estén juntos Carranza, Villa y Zapata? Agregar el nombre de Díaz o lo que quede de sus maltrechos huesos solo agregaría confusión a una historia mal contada, peor revisada y siempre oficializada al mejor postor.
La literatura hace otra cosa. La novela histórica en particular vuelve a contar e intenta penetrar en las razones del hombre, no en las causas del héroe, porque nadie es autoconsciente de su papel en la historia, algo de lo que ya nos prevenía Tolstoi. Además, la supuesta continuidad o hilo dramático de la historia de México es otro artificio positivista. En la historiografía contemporánea estas sucesiones de causasefectosorgánicos ya no se utilizan para aproximarse a la accidentada trayectoria de las sociedades humanas. Es decir, se prefiere enfocar el microscopio (y el telescopio) en un momento único y allí profundizar para debatir los eternos temas del poder: ambición, valentía, traición, destino, etc. La inconsistencia de los relatos progresistas no solo es patente si se mira con lupa la trágica historia de México. Podría apreciarse en cualquiera de las naciones poderosas, como Francia, Alemania o los Estados Unidos. Hay que sustituir el enfoque decimonónico de análisis histórico, por la fascinante experiencia de los pueblos. No tiene caso escribir la antihistoria Patria. Al contrario, se trata de ajustar cuentas con el futuro, no con el pasado.
¿Y en el futuro de México qué papel puede jugar Porfirio Díaz? Uno, creo yo, que sin revisionismo lo coloque en susitio. No es el villano por antonomasia, pero tampoco puede borrarse la parte siniestra de su tiempo en el poder. Por eso digo, ni perdón –que borra la historia– ni olvido, que también borra pero en clave traumática, sin resolver el accidente que causó el trauma histórico. Porfirio Díaz se va de México con calma. Sale de su casa en tren – acompañado de Victoriano Huerta– y todavía pasa cinco días en Veracruz a la espera del Ypiranga.
Lo visitan cónsules pero también el pueblo llano –no se nos olvide que él inventó el estilo unipersonal de gobernar en nuestras tierras–, hubo música y lágrimas mientras partía. En su exilio parisino recibió cientos de miles de cartas pidiéndole que volviese.
En algún momento de absoluto delirio pensó –después de la decena trágica– en regresar a encabezar la revolución que en realidad había comenzado con su caída. No supo ni quiso entender la mayoría de edad política de los mexicanos y pagó cara esa miopía tan repetida en los poderosos que terminan creyendo que ellos, solo ellos, entienden lo que necesita un país.
Joséde la Cruz Porfirio Díaz Mori murió de viejo, cansado, adolorido en un departamento cerca del Bois de Bulogne, escuchando una lengua que no entendía y en un país al que había combatido y derrotado. El héroe del 2 de abril había sido reconocido como figura militar pero el estadista era un fantasma. El káiser no quiso saludarlo o lo ignoró, váyase a saber a estas alturas. Sus restos pueden estar donde sea –en París o en Oaxaca, no importa– pero no podemos como país recibirlo con fastos (¿o donde está parte del pasado nefasto que entonces olvidaríamos?), ni incorporarlo a nuestro curioso y, ya dije, disfuncional Panteón laico; no tiene sentido. Los historiadores ya se han ido encargando de revisar con tino su papel múltiple en la vida mexicana y algunos desde la literatura hemos intentado darle voz para que se le escuche.
Es responsabilidad de cada quien hacer un juicio o muchos juicios, siempre pensando con humildad que la verdad es provisional e histórica y que se construye socialmente.
Al final de mi Pobre patria mía, Díaz monologa desde la muerte. Lo cito porque resume lo que, aún hoy, pienso.
Soy el desterrado hecho de tierra.
Todavía hay quien cree en la verdad. Y la escribe con mayúsculas, La Verdad. No existe la verdad. La verdad es mutable y plural.
Yo soy la mentira.
La mentira que grita y nadie la escucha ya. Los fantasmas no asustan, qué va. Los fantasmas son invisibles, sólo miran. Miran con sus ojos vacíos el río de sangre y destrucción en el que se ha convertido México. Los fantasmas lloran pero no tienen lágrimas. Los fantasmas están secos.
Los fantasmas siempre pierden Soy un fantasma de piedra que recuerda, que no olvida. ¡Qué tragedia que una y otra vez revivas lo ocurrido en tantos años! ¡Qué asco es la memoria, infinita y esdrújula! Cae la nieve hoy en París. Cae la nieve sobre mi pequeña tumba, pero no me puede tocar. No la siento, blanca y fría. Húmeda, la nieve.
Hace tanto tiempo que no siento el calor.
El invierno nunca termina en mi larga noche francesa. En mi interminable noche francesa.
Hubo un tiempo en que todos creían en mi palabra. Buscaban mi palabra. Iban al Palacio Nacional o a Chapultepec y pedían mi palabra. Querían escuchar mi voz, mi voz que era promesa. Era yo un ramillete de promesas. Era la promesa andante. Todos se iban contentos, habían hablado con el Presidente. Él arreglaría las cosas.
Hubo una vez que yo era Dios.
Y decía: "Hágase la luz", y la luz se hacia.
Y decía: "Hágase el dolor", y el dolor se hacía.
Y decía: "Hágase la muerte", y la muerte lo cubría todo de rojo. Es horrible el olor de la muerte.
Oigo los gritos de los indios. Los gritos de los Yaquis. Y me hago el sordo. Puedo dejar de escucharlos, pero no puedo olvidar.
Huelo el olor del la peste. El olor del cólera. El olor de los cadáveres después de la batalla.
Es un olor a podrido. Es el salvaje olor a Dios.
Un caballo me mira con sus ojos desorbitados. Estoy en Puebla, el 5 de mayo, subiendo a pie el cerro de Loreto. El animal está tirado, resopla. Me suplica que lo acabe de matar. Sangra y sufre y me mira con sus ojos pidiendo clemencia.
Y yo disparo.
Ese caballo huele a pólvora.
Hubo una vez que yo fui Dios, hace ya tanto tiempo.
Cada quien tiene al Don Porfirio que se merece.
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Autor de Pobre Patria mía. La novela de Porfirio Díaz
Migran impacto al encontrarme frente a la tumba de don Porfirio en París fue el devocionario. La gente escribe peticiones de todo tipo: salud, dinero, viajes, que me acepten en la universidad, y peregrina hasta el cementerio a pedirle el favor a su santo laico. Educado en los libros de textos gratuito –con su Madre Patria mestiza de Libro Vaquero y su Cornucopia invertida que arrojaba la riqueza más allá del Río Bravo–, mi animadversión por la figura del dictador me impedía conciliar las dos visiones. O bien los mexicanos en el extranjero extrañaban a su padre putativo o los mexicanos en su terruño hipócritamente decían odiarlo. Estudié a Díaz no con las armas del historiador, sino con las del escritor para mi novela Pobre patria mía, en donde quería darle voz al viejo abuelo enfermo y exiliado, con dolor de postemilla. Lo que menos esperaba, al irla presentando por pueblos y rancherías, ciudades y capitales, es la devoción de un sector impresionante de la población por la figura de Díaz. Gentes agradecidas conmigo como si la función del narrador hubiese sido la de devolverle su lugar en la historia al patriarca decrépito. El novelista, en mi caso, quería devolverle la voz para poder escucharlo como me había dicho Luis Gónzalez en Michoacán.
A Díaz, me queda claro, no solo parecemos haberlo perdonado sino que lo llevamos en un escondido escapulario. Las razones son curiosas: él pacificó al país –domó al tigre, en sus palabras–, el modernizó al bárbaro, nos dotó de infraestructura, cientos de calles, hospitales, escuelas, ferrocarriles. Era un adorador de la modernidad, nos la trajo. ¿Es que nos fascina el autoritarismo, la mano dura? Porque quienes así hablan olvidan el exterminio Yaqui, la inmensa pobreza, la injusta Hacienda que perpetuaba la encomienda colonial, las élites criollas y el viraje del liberal hacia la Iglesia del brazo de Carmelita Romero Rubio. Hay que cuidar el revisionismo, protegernos del olvido porque podemos perpetuar las taras que rigen nuestro sistema político.
Muchas de las razones esgrimidas para perdonar a Díaz se deben a su talento político, es cierto, y a que le tocó en suerte ejercer el poder en los últimos veinte años del siglo XIX en coincidencia con la más grande expansión del capitalismo mundial. Supo ver que la modernidad ayudaría a su país, pero no supo calcular el impacto en la brecha entre ricos y pobres y perpetuó el crecimiento de las élites y el olvido de todos los otros, como ocurría en toda América Latina en ese momento.
¿Traer sus restos como quieren muchos para finalmente perdonarlo políticamente y que ingrese al Panteón Mexicano? No le veo sentido. En el Monumento a la Revolución descansan los restos de enemigos casados que se hicieron la guerra durante once años y que sólo la mitologización de nuestra historia nos permite ver como una familia. Disfuncional, pero familia.
¿O si no cómo explicar que en letras de oro en la Cámara de Diputados estén juntos Carranza, Villa y Zapata? Agregar el nombre de Díaz o lo que quede de sus maltrechos huesos solo agregaría confusión a una historia mal contada, peor revisada y siempre oficializada al mejor postor.
La literatura hace otra cosa. La novela histórica en particular vuelve a contar e intenta penetrar en las razones del hombre, no en las causas del héroe, porque nadie es autoconsciente de su papel en la historia, algo de lo que ya nos prevenía Tolstoi. Además, la supuesta continuidad o hilo dramático de la historia de México es otro artificio positivista. En la historiografía contemporánea estas sucesiones de causasefectosorgánicos ya no se utilizan para aproximarse a la accidentada trayectoria de las sociedades humanas. Es decir, se prefiere enfocar el microscopio (y el telescopio) en un momento único y allí profundizar para debatir los eternos temas del poder: ambición, valentía, traición, destino, etc. La inconsistencia de los relatos progresistas no solo es patente si se mira con lupa la trágica historia de México. Podría apreciarse en cualquiera de las naciones poderosas, como Francia, Alemania o los Estados Unidos. Hay que sustituir el enfoque decimonónico de análisis histórico, por la fascinante experiencia de los pueblos. No tiene caso escribir la antihistoria Patria. Al contrario, se trata de ajustar cuentas con el futuro, no con el pasado.
¿Y en el futuro de México qué papel puede jugar Porfirio Díaz? Uno, creo yo, que sin revisionismo lo coloque en susitio. No es el villano por antonomasia, pero tampoco puede borrarse la parte siniestra de su tiempo en el poder. Por eso digo, ni perdón –que borra la historia– ni olvido, que también borra pero en clave traumática, sin resolver el accidente que causó el trauma histórico. Porfirio Díaz se va de México con calma. Sale de su casa en tren – acompañado de Victoriano Huerta– y todavía pasa cinco días en Veracruz a la espera del Ypiranga.
Lo visitan cónsules pero también el pueblo llano –no se nos olvide que él inventó el estilo unipersonal de gobernar en nuestras tierras–, hubo música y lágrimas mientras partía. En su exilio parisino recibió cientos de miles de cartas pidiéndole que volviese.
En algún momento de absoluto delirio pensó –después de la decena trágica– en regresar a encabezar la revolución que en realidad había comenzado con su caída. No supo ni quiso entender la mayoría de edad política de los mexicanos y pagó cara esa miopía tan repetida en los poderosos que terminan creyendo que ellos, solo ellos, entienden lo que necesita un país.
Joséde la Cruz Porfirio Díaz Mori murió de viejo, cansado, adolorido en un departamento cerca del Bois de Bulogne, escuchando una lengua que no entendía y en un país al que había combatido y derrotado. El héroe del 2 de abril había sido reconocido como figura militar pero el estadista era un fantasma. El káiser no quiso saludarlo o lo ignoró, váyase a saber a estas alturas. Sus restos pueden estar donde sea –en París o en Oaxaca, no importa– pero no podemos como país recibirlo con fastos (¿o donde está parte del pasado nefasto que entonces olvidaríamos?), ni incorporarlo a nuestro curioso y, ya dije, disfuncional Panteón laico; no tiene sentido. Los historiadores ya se han ido encargando de revisar con tino su papel múltiple en la vida mexicana y algunos desde la literatura hemos intentado darle voz para que se le escuche.
Es responsabilidad de cada quien hacer un juicio o muchos juicios, siempre pensando con humildad que la verdad es provisional e histórica y que se construye socialmente.
Al final de mi Pobre patria mía, Díaz monologa desde la muerte. Lo cito porque resume lo que, aún hoy, pienso.
Soy el desterrado hecho de tierra.
Todavía hay quien cree en la verdad. Y la escribe con mayúsculas, La Verdad. No existe la verdad. La verdad es mutable y plural.
Yo soy la mentira.
La mentira que grita y nadie la escucha ya. Los fantasmas no asustan, qué va. Los fantasmas son invisibles, sólo miran. Miran con sus ojos vacíos el río de sangre y destrucción en el que se ha convertido México. Los fantasmas lloran pero no tienen lágrimas. Los fantasmas están secos.
Los fantasmas siempre pierden Soy un fantasma de piedra que recuerda, que no olvida. ¡Qué tragedia que una y otra vez revivas lo ocurrido en tantos años! ¡Qué asco es la memoria, infinita y esdrújula! Cae la nieve hoy en París. Cae la nieve sobre mi pequeña tumba, pero no me puede tocar. No la siento, blanca y fría. Húmeda, la nieve.
Hace tanto tiempo que no siento el calor.
El invierno nunca termina en mi larga noche francesa. En mi interminable noche francesa.
Hubo un tiempo en que todos creían en mi palabra. Buscaban mi palabra. Iban al Palacio Nacional o a Chapultepec y pedían mi palabra. Querían escuchar mi voz, mi voz que era promesa. Era yo un ramillete de promesas. Era la promesa andante. Todos se iban contentos, habían hablado con el Presidente. Él arreglaría las cosas.
Hubo una vez que yo era Dios.
Y decía: "Hágase la luz", y la luz se hacia.
Y decía: "Hágase el dolor", y el dolor se hacía.
Y decía: "Hágase la muerte", y la muerte lo cubría todo de rojo. Es horrible el olor de la muerte.
Oigo los gritos de los indios. Los gritos de los Yaquis. Y me hago el sordo. Puedo dejar de escucharlos, pero no puedo olvidar.
Huelo el olor del la peste. El olor del cólera. El olor de los cadáveres después de la batalla.
Es un olor a podrido. Es el salvaje olor a Dios.
Un caballo me mira con sus ojos desorbitados. Estoy en Puebla, el 5 de mayo, subiendo a pie el cerro de Loreto. El animal está tirado, resopla. Me suplica que lo acabe de matar. Sangra y sufre y me mira con sus ojos pidiendo clemencia.
Y yo disparo.
Ese caballo huele a pólvora.
Hubo una vez que yo fui Dios, hace ya tanto tiempo.
Cada quien tiene al Don Porfirio que se merece.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
SANDRA KUNTZ FICKER
Profesora investigadora por El Colegio de México
El exilio eterno
Hace unos días se cumplieron cien años de la muerte de Porfirio Díaz, quien falleció a los 84 años en el exilio en Paris. Dicen que su último deseo fue regresar a su patria y descansar para siempre en su natal Oaxaca. En este momento, todo lo que se pueda decir sobre él, sobre su vida y su obra, se reduce a una disyuntiva muy simple: ¿es hora de cumplir esa última voluntad, o merece seguir condenado a un exilio que si no es eterno, es ya centenario?
Es inútil tratar de fundamentar ese juicio en el recuento de su actuación histórica, pues sobre ella las posturas son irreconciliables. Quienes lo aprecian recordarán que es el héroe de la guerra contra la intervención francesa, el artífice de la estabilidad en una era convulsa, el gran modernizador que impulsó la primera época de prosperidad económica en la historia del país.
Sus detractores dirán que reprimió a opositores y rebeldes, persiguió a los yaquis, empleó mano de hierro para mantener la paz. Puestos a sumar y restar, incluso si todo lo malo que se dice de él fuera cierto, me parece que el saldo sonaría como un murmullo, no como un estruendo. Más aún, la investigación histórica ha matizado muchas de las peores acusaciones que solían hacerse contra el general Díaz. Sabemos ahora que más que un represor empedernido era un gran conciliador; que en el enfrentamiento secular entre comunidades y terratenientes, muchas veces se puso del lado de aquéllas y las protegió; que cuando la Revolución llamó a su puerta, prefirió el destierro que ver a su patria ensangrentada. Toda la evidencia no impedirá que políticos burdos, siempre en busca del enemigo fácil, sigan denostando la figura de Díaz para ensalzar la propia, seguramente plena de virtudes sin mácula.
Tampoco tiene sentido hacerlo relativizando sus más graves fallas. Recordando, por ejemplo, que su régimen autoritario no fue la excepción, sino la regla: salvo por la breve experiencia de Madero, ni antes ni después (digamos, hasta el año 2000) fue éste un país de democracia y derechos civiles. O también, que él no fue el único con un peculiar apego al poder. Otros líderes, como Santa Anna y Bustamante (para no mencionar a Benito Juárez, la máxima figura del santoral laico en México), fueron también afectos a la silla presidencial, unos con más méritos que otros, sin que esto tuviera consecuencia alguna después de su muerte.
Dejemos, pues, de lado estas consideraciones para reducir el punto a su expresión más elemental: ¿quién merece semejante pena? Miguel Miramón, fusilado como traidor a la patria por su colaboración con el imperio de Maximiliano, pudo ser enterrado en México. En los días que corren, secuestradores y asesinos a veces purgan una pena pero nunca son condenados al abandono en una tumba lejana. Incluso narcotraficantes que sufren una muerte violenta pueden ser visitados por sus hijos y nietos en el panteón de su pueblo. ¿Qué tendría que haber hecho alguien para merecer el exilio eterno?
Para no pecar de ingenuos, convengamos en que existe una dimensión simbólica en esta discusión. Para la élite priísta, repatriar los restos de Porfirio Díaz significa tanto como traicionar su linaje revolucionario, aunque sólo se acuerden de él en la retórica más trasnochada. Para los panistas tiene un costo que no vale la pena asumir: no es un muerto suyo, al fin y al cabo. Para un sector de la izquierda, tal idea parece despertar el temor de que el pueblo mexicano, largamente aleccionado para repudiar a Díaz, pudiera revalorar su legado y dejarse seducir por su figura. ¡Imagínense que de pronto la raza se volviera proporfirista! Un temor absurdo basado en el supuesto de que la gente no tiene herramientas mentales para discernir y vive en un parvulario. Sólo la mezquindad y la intolerancia explican que algunos sigan enfilando sus baterías contra un viejo muerto cuyo mayor defecto acaso fuera el haber vivido de más.
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Profesora investigadora por El Colegio de México
El exilio eterno
Hace unos días se cumplieron cien años de la muerte de Porfirio Díaz, quien falleció a los 84 años en el exilio en Paris. Dicen que su último deseo fue regresar a su patria y descansar para siempre en su natal Oaxaca. En este momento, todo lo que se pueda decir sobre él, sobre su vida y su obra, se reduce a una disyuntiva muy simple: ¿es hora de cumplir esa última voluntad, o merece seguir condenado a un exilio que si no es eterno, es ya centenario?
Es inútil tratar de fundamentar ese juicio en el recuento de su actuación histórica, pues sobre ella las posturas son irreconciliables. Quienes lo aprecian recordarán que es el héroe de la guerra contra la intervención francesa, el artífice de la estabilidad en una era convulsa, el gran modernizador que impulsó la primera época de prosperidad económica en la historia del país.
Sus detractores dirán que reprimió a opositores y rebeldes, persiguió a los yaquis, empleó mano de hierro para mantener la paz. Puestos a sumar y restar, incluso si todo lo malo que se dice de él fuera cierto, me parece que el saldo sonaría como un murmullo, no como un estruendo. Más aún, la investigación histórica ha matizado muchas de las peores acusaciones que solían hacerse contra el general Díaz. Sabemos ahora que más que un represor empedernido era un gran conciliador; que en el enfrentamiento secular entre comunidades y terratenientes, muchas veces se puso del lado de aquéllas y las protegió; que cuando la Revolución llamó a su puerta, prefirió el destierro que ver a su patria ensangrentada. Toda la evidencia no impedirá que políticos burdos, siempre en busca del enemigo fácil, sigan denostando la figura de Díaz para ensalzar la propia, seguramente plena de virtudes sin mácula.
Tampoco tiene sentido hacerlo relativizando sus más graves fallas. Recordando, por ejemplo, que su régimen autoritario no fue la excepción, sino la regla: salvo por la breve experiencia de Madero, ni antes ni después (digamos, hasta el año 2000) fue éste un país de democracia y derechos civiles. O también, que él no fue el único con un peculiar apego al poder. Otros líderes, como Santa Anna y Bustamante (para no mencionar a Benito Juárez, la máxima figura del santoral laico en México), fueron también afectos a la silla presidencial, unos con más méritos que otros, sin que esto tuviera consecuencia alguna después de su muerte.
Dejemos, pues, de lado estas consideraciones para reducir el punto a su expresión más elemental: ¿quién merece semejante pena? Miguel Miramón, fusilado como traidor a la patria por su colaboración con el imperio de Maximiliano, pudo ser enterrado en México. En los días que corren, secuestradores y asesinos a veces purgan una pena pero nunca son condenados al abandono en una tumba lejana. Incluso narcotraficantes que sufren una muerte violenta pueden ser visitados por sus hijos y nietos en el panteón de su pueblo. ¿Qué tendría que haber hecho alguien para merecer el exilio eterno?
Para no pecar de ingenuos, convengamos en que existe una dimensión simbólica en esta discusión. Para la élite priísta, repatriar los restos de Porfirio Díaz significa tanto como traicionar su linaje revolucionario, aunque sólo se acuerden de él en la retórica más trasnochada. Para los panistas tiene un costo que no vale la pena asumir: no es un muerto suyo, al fin y al cabo. Para un sector de la izquierda, tal idea parece despertar el temor de que el pueblo mexicano, largamente aleccionado para repudiar a Díaz, pudiera revalorar su legado y dejarse seducir por su figura. ¡Imagínense que de pronto la raza se volviera proporfirista! Un temor absurdo basado en el supuesto de que la gente no tiene herramientas mentales para discernir y vive en un parvulario. Sólo la mezquindad y la intolerancia explican que algunos sigan enfilando sus baterías contra un viejo muerto cuyo mayor defecto acaso fuera el haber vivido de más.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
MARCO RASCÓN -Ex diputado federal y fundador del PRD. Columnista en Milenio
Los restos de don Porfirio
En realidad, los restos de Don Porfirio nunca se han ido.
Nadie mejor para relatar esta verdad, que la letra de aquellas coplas de Judith Reyes cantada por ella en los auditorios de 1968 y que ahora recuerdo.
Los restos de Don Porfirio
en México los tenemos
hay que lo diga la historia
al ver lo que padecemos
Artículo 3º
no tiene vigencia plena
Pues hasta los sacristanes
le juegan su matatena
Artículo 27
parece bueno y sencillo
pa´matarlos en caliente
como a Rubén Jaramillo
Artículo nombrado
faltó el 123
ese con la charrería
es para andar al revés
Abiertas de par en par
las puertas al extranjero
roba gringo desgraciado
pero échale a mi sombrero
Perdonen la extravagancia
pero ese es mi delirio
es que ya no están en Francia
los restos de Don Porfirio.
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Los restos de don Porfirio
En realidad, los restos de Don Porfirio nunca se han ido.
Nadie mejor para relatar esta verdad, que la letra de aquellas coplas de Judith Reyes cantada por ella en los auditorios de 1968 y que ahora recuerdo.
Los restos de Don Porfirio
en México los tenemos
hay que lo diga la historia
al ver lo que padecemos
Artículo 3º
no tiene vigencia plena
Pues hasta los sacristanes
le juegan su matatena
Artículo 27
parece bueno y sencillo
pa´matarlos en caliente
como a Rubén Jaramillo
Artículo nombrado
faltó el 123
ese con la charrería
es para andar al revés
Abiertas de par en par
las puertas al extranjero
roba gringo desgraciado
pero échale a mi sombrero
Perdonen la extravagancia
pero ese es mi delirio
es que ya no están en Francia
los restos de Don Porfirio.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
Don Porfirio en perspectiva
ÁLVARO MATUTE - Miembro de la Academia Mexicana de Historia. Investigador emérito por la UNAM
A cien años de su “tránsito sereno”, como se refirió Martín Luis Guzmán a su partida, es claro que se ha ganado en perspectiva para juzgar, comprender y, de ser posible, explicar a Porfirio Díaz. Cuando se le pregunta a quien desee responder si “se ha perdonado a Porfirio Díaz”, se puede contestar ¿de qué? Es un poco ingenuo hacerlo, porque se sabe a qué se refiere quien interroga. Pero, como siempre, hace falta matizar. La culpa de don Porfirio fue establecida por la ideología de la Revolución para legitimarse como conductora de una lucha contra las innumerables injusticias cometidas por el régimen treintañero. De que las hubo, nadie duda. La nueva pregunta es si la Revolución no cometió las suyas o persistió en las mismas porfirianas
que supuestamente debió haber erradicado. Aquí entraría lo de que los libres de culpa arrojen la piedra. El caso es que muchas generaciones fueron formadas en la idea de la oposición binaria Porfirismo/Revolución, cuando paulatinamente se fue mostrando que no hubo tal oposición, sino que –más bien– la Revolución fue la continuación natural del régimen porfiriano. Ya lo avizoraba Andrés Molina Enríquez: a la dictadura personal le sucederá una dictadura partidista, y no se equivocó. Guardan en común haber sido dictaduras flexibles, con grados de tolerancia inimaginables en auténticas dictaduras, ya sean de derecha o izquierda. Por otra parte, los revolucionarios fueron a la escuela y se desarrollaron como jóvenes adultos dentro del Porfiriato, por lo cual no podían tener una idea muy clara de cómo debía ser el cambio y poco a poco incidieron en repetir fórmulas ensayadas desde el régimen que pretendieron erradicar.
Muchas veces se criticaba a un gobernante (Carranza, Obregón) de repetir fórmulas porfirianas. ¿Había otro modelo a seguir? Más tarde se acuñó, en perspectiva crítica, calificar de neoporfiristas a los gobiernos de los últimos años del siglo XX y principios del XXI.
¿Realmente lo son? En todo caso, recuerdo las palabras del poeta Enrique González Martínez, quien en su autobiografía escribió algo así como “el porfirismo, ese régimen tan injusto como el que lo pretendió derrocar”. O sea… Por otra parte, las bondades. Hacia los años 40, el cineasta Juan Bustillo Oro propuso una imagen nostálgica del porfirismo, sobre todo en México de mis recuerdos. Don Porfirio, encarnado por Antonio Frausto, alterna con don Susanito Peñafiel y Somellera (Joaquín Pardavé) para terminar favoreciendo al bohemio Chucho Flores (Fernando Soler). La película (1943) estuvo varias semanas en cartelera con buena recepción del público. Lo obvio es que había buena opinión de una parte de la sociedad mexicana, a poco más de treinta años del fin del régimen autocrático. Se evocaba al México que se modernizó y del que se recordaba el perfil que alcanzó como nación. La modernidad porfiriana estableció su belle époque, aunque, claro, privativa sólo de ciertos núcleos urbanos y de ciertos grupos sociales. Otras latitudes y otros grupos sociales no alcanzaron el beneficio que vivían los personajes de la película de Bustillo, que frecuentaban los teatros de revista, pendientes del debut de una nueva tiple. Pero el México moderno es porfiriano. El país hasta después del triunfo de la República (1867) había vivido de la supervivencia colonial en su urbanística y permanecía en gran medida incomunicado. Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, le da al lector ese perfil del país que cambió radicalmente a partir de los años 80. Lo porfiriano se convirtió en estilo. De ahí su evocación como una época con personalidad propia. La Revolución tardó en dejar su impronta y cuando lo hizo, no fue sino una suerte de proyección del régimen que la gestó, con sus propios añadidos y características. La modernidad mexicana, sinónimo de porfiriana, trajo beneficios aparejados con innumerables injusticias. Éstas no se le perdonan ni a Porfirio Díaz, pero tal vez menos a quienes supuestamente las iban a eliminar. Finalmente, es una época histórica que tiene carácter de imborrable. Su identificación con el personaje que la encabezó es irrenunciable. Bien haría la enseñanza de la historia en superar los restos de una ideología muy gastada para tratar de explicar mejor las cosas. Los restos del general Díaz descansan en el cementerio de Montmartre. Ahí está bien. En París sucedió su tránsito sereno.
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ÁLVARO MATUTE - Miembro de la Academia Mexicana de Historia. Investigador emérito por la UNAM
A cien años de su “tránsito sereno”, como se refirió Martín Luis Guzmán a su partida, es claro que se ha ganado en perspectiva para juzgar, comprender y, de ser posible, explicar a Porfirio Díaz. Cuando se le pregunta a quien desee responder si “se ha perdonado a Porfirio Díaz”, se puede contestar ¿de qué? Es un poco ingenuo hacerlo, porque se sabe a qué se refiere quien interroga. Pero, como siempre, hace falta matizar. La culpa de don Porfirio fue establecida por la ideología de la Revolución para legitimarse como conductora de una lucha contra las innumerables injusticias cometidas por el régimen treintañero. De que las hubo, nadie duda. La nueva pregunta es si la Revolución no cometió las suyas o persistió en las mismas porfirianas
que supuestamente debió haber erradicado. Aquí entraría lo de que los libres de culpa arrojen la piedra. El caso es que muchas generaciones fueron formadas en la idea de la oposición binaria Porfirismo/Revolución, cuando paulatinamente se fue mostrando que no hubo tal oposición, sino que –más bien– la Revolución fue la continuación natural del régimen porfiriano. Ya lo avizoraba Andrés Molina Enríquez: a la dictadura personal le sucederá una dictadura partidista, y no se equivocó. Guardan en común haber sido dictaduras flexibles, con grados de tolerancia inimaginables en auténticas dictaduras, ya sean de derecha o izquierda. Por otra parte, los revolucionarios fueron a la escuela y se desarrollaron como jóvenes adultos dentro del Porfiriato, por lo cual no podían tener una idea muy clara de cómo debía ser el cambio y poco a poco incidieron en repetir fórmulas ensayadas desde el régimen que pretendieron erradicar.
Muchas veces se criticaba a un gobernante (Carranza, Obregón) de repetir fórmulas porfirianas. ¿Había otro modelo a seguir? Más tarde se acuñó, en perspectiva crítica, calificar de neoporfiristas a los gobiernos de los últimos años del siglo XX y principios del XXI.
¿Realmente lo son? En todo caso, recuerdo las palabras del poeta Enrique González Martínez, quien en su autobiografía escribió algo así como “el porfirismo, ese régimen tan injusto como el que lo pretendió derrocar”. O sea… Por otra parte, las bondades. Hacia los años 40, el cineasta Juan Bustillo Oro propuso una imagen nostálgica del porfirismo, sobre todo en México de mis recuerdos. Don Porfirio, encarnado por Antonio Frausto, alterna con don Susanito Peñafiel y Somellera (Joaquín Pardavé) para terminar favoreciendo al bohemio Chucho Flores (Fernando Soler). La película (1943) estuvo varias semanas en cartelera con buena recepción del público. Lo obvio es que había buena opinión de una parte de la sociedad mexicana, a poco más de treinta años del fin del régimen autocrático. Se evocaba al México que se modernizó y del que se recordaba el perfil que alcanzó como nación. La modernidad porfiriana estableció su belle époque, aunque, claro, privativa sólo de ciertos núcleos urbanos y de ciertos grupos sociales. Otras latitudes y otros grupos sociales no alcanzaron el beneficio que vivían los personajes de la película de Bustillo, que frecuentaban los teatros de revista, pendientes del debut de una nueva tiple. Pero el México moderno es porfiriano. El país hasta después del triunfo de la República (1867) había vivido de la supervivencia colonial en su urbanística y permanecía en gran medida incomunicado. Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, le da al lector ese perfil del país que cambió radicalmente a partir de los años 80. Lo porfiriano se convirtió en estilo. De ahí su evocación como una época con personalidad propia. La Revolución tardó en dejar su impronta y cuando lo hizo, no fue sino una suerte de proyección del régimen que la gestó, con sus propios añadidos y características. La modernidad mexicana, sinónimo de porfiriana, trajo beneficios aparejados con innumerables injusticias. Éstas no se le perdonan ni a Porfirio Díaz, pero tal vez menos a quienes supuestamente las iban a eliminar. Finalmente, es una época histórica que tiene carácter de imborrable. Su identificación con el personaje que la encabezó es irrenunciable. Bien haría la enseñanza de la historia en superar los restos de una ideología muy gastada para tratar de explicar mejor las cosas. Los restos del general Díaz descansan en el cementerio de Montmartre. Ahí está bien. En París sucedió su tránsito sereno.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
EUGENIO AGUIRRE -
La cultura del hueso
Autor de Hidalgo, entre la virtud y el vicio, Victoria y La gran traición
Con motivo del centenario de la muerte de Porfirio Díaz, acaecida el 2 de julio de 1915, vuelve a despertar la polémica acerca de su figura, pero sobre todo la actitud nostálgica de aquellos que desean la repatriación de sus restos, sepultados en el cementerio Pere Lachaise, en París, con los mismos honores que el protocolo político exige se brinden a la figura del Primer Mandatario de la Nación.
Respecto de la personalidad del ilustre dictador y su desempeño como gobernante del país por más de treinta años se han escrito decenas de textos, algunos profundamente sesudos y bien documentados y otros verdaderamente ramplones que, a pesar de su enjundia y vehemencia, no han aportado argumentos que sirvan para definir conclusiones que establezcan si don Porfirio debe ser exaltado o execrado de manera contundente. El debate constreñido a las polaridades de lo blanco y lo negro, de lo virtuoso y lo vicioso, de lo sublime y lo abominable, ha carecido de la objetividad necesaria para poder evaluar el comportamiento de un ser humano que, como todos, osciló entre los matices de gris de una conducta normal, aunque no exenta de exageraciones ortodoxas propias de una liturgia aristocratizante.
Existen, hoy por hoy, personas que ven en el dictador al mejor gobernante que ha tenido México, al promotor insigne de su ingreso a la modernidad y de su progreso, y añoran la mano dura con que doblegó a sus habitantes para que acatasen sus órdenes. Hablan, con voz engolada, de los 19 mil kilómetros de vías férreas, pero olvidan que cada durmiente se pagó con la vida y se regó con la sangre de un esclavo o trabajador masacrado; que la Pax porfiriana estuvo cimentada en la argamasa del dolor, la orfandad y la miseria de un pueblo que no tuvo siquiera la oportunidad de aprender las primeras letras para defenderse de las arbitrariedades, del saqueo oprobioso de sus tierras, y el desconocimiento absoluto de sus derechos laborales.
Valgan, como ejemplos, Cananea, Río Frío, la nómina de terratenientes que, bajo su beneplácito, explotaron a miles de campesinos inermes, y la llamada Guerra del Yaqui.
Mas volvamos al asunto de los restos, negocio que para mi gusto tiene el cariz de una zarzuela macabra. Los mexicanos somos proclives, de manera especial, al culto de la muerte y de los huesos que la representan, por supuesto siempre y cuando éstos no sean los propios. Los esqueletos y las calaveras forman parte sustancial del imaginario colectivo, y son componentes indispensables en la dieta azucarada de nuestras fiestas populares. ¡Vaya, hasta tenemos un pan de muertos! Sí, así es. Por ello, nos hemos visto enfrascados en el rescate histórico de los huesos de Cuauhtémoc, de Hernán Cortés, la cabeza de Pancho Villa y de los fiambres de otros muchos próceres. También, sólo que en avatares criminológicos, en la conservación y guarda de cráneos ilustres como el del Tigre de Santa Julia y la Osamenta del Encanto, por mencionar unos cuantos. El osario nacional es verdaderamente portentoso, sobre todo cuando en el rebumbio patriotero los cráneos, fémures, clavículas, tibias y peronés se revuelven y confunden, y se arman calacas arbitrarias con los restos entremezclados de contrincantes o enemigos acérrimos, para que, muy contentitos, bailen el último tango en las aras de la patria.
Entiendo, no faltaba más, el deseo de sus familiares y prosélitos de repatriar y colocar los huesecillos de don Porfirio, o lo que de ellos quede, en una tumba honorable en el panteón citadino de su predilección, a fin de que ahí, sin necesidad de gastar en pasajes de avión y hospedajes tasados en euros, puedan venerarlos, hacerles recuerdos, con lágrimas o sin ellas, y, por qué no, levantarle un altar de muertos en las fechas señaladas. En lo que no estoy de acuerdo es en que dicho fiambre sea recibido con tamborazos, cornetazos y 21 cañonazos, y adosado a algún monumento público. La verdad creo que no lo merece, porque ello sería tanto como si los cubanos rindieran honores a la carnaza de Fulgencio Batista, los nicaragüenses al huacal de Anastasio Somoza, etcétera, etcétera.
Don Porfirio Díaz, no podemos olvidar y menos perdonárselo, fue el tirano de ¡Mátalos en caliente!; el detractor de los derechos humanos con su connotada Ley Fuga; el padrino, por no llamarlo capo, de los asesinos de La Acordada; el tipo que, gracias a su obcecación y falta de probidad, no supo renunciar a tiempo y obviarnos once años de Revolución y más de un millón de muertos; un angelito, sí, que de la manita del Chacal Victoriano Huerta fracturó los límites de la honestidad para refugiarse en alguno de los círculos del Averno, en nuestro caso Mictlán, donde, sin importar que se traigan sus huesos, debe permanecer tatemándose las patas.
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La cultura del hueso
Autor de Hidalgo, entre la virtud y el vicio, Victoria y La gran traición
Con motivo del centenario de la muerte de Porfirio Díaz, acaecida el 2 de julio de 1915, vuelve a despertar la polémica acerca de su figura, pero sobre todo la actitud nostálgica de aquellos que desean la repatriación de sus restos, sepultados en el cementerio Pere Lachaise, en París, con los mismos honores que el protocolo político exige se brinden a la figura del Primer Mandatario de la Nación.
Respecto de la personalidad del ilustre dictador y su desempeño como gobernante del país por más de treinta años se han escrito decenas de textos, algunos profundamente sesudos y bien documentados y otros verdaderamente ramplones que, a pesar de su enjundia y vehemencia, no han aportado argumentos que sirvan para definir conclusiones que establezcan si don Porfirio debe ser exaltado o execrado de manera contundente. El debate constreñido a las polaridades de lo blanco y lo negro, de lo virtuoso y lo vicioso, de lo sublime y lo abominable, ha carecido de la objetividad necesaria para poder evaluar el comportamiento de un ser humano que, como todos, osciló entre los matices de gris de una conducta normal, aunque no exenta de exageraciones ortodoxas propias de una liturgia aristocratizante.
Existen, hoy por hoy, personas que ven en el dictador al mejor gobernante que ha tenido México, al promotor insigne de su ingreso a la modernidad y de su progreso, y añoran la mano dura con que doblegó a sus habitantes para que acatasen sus órdenes. Hablan, con voz engolada, de los 19 mil kilómetros de vías férreas, pero olvidan que cada durmiente se pagó con la vida y se regó con la sangre de un esclavo o trabajador masacrado; que la Pax porfiriana estuvo cimentada en la argamasa del dolor, la orfandad y la miseria de un pueblo que no tuvo siquiera la oportunidad de aprender las primeras letras para defenderse de las arbitrariedades, del saqueo oprobioso de sus tierras, y el desconocimiento absoluto de sus derechos laborales.
Valgan, como ejemplos, Cananea, Río Frío, la nómina de terratenientes que, bajo su beneplácito, explotaron a miles de campesinos inermes, y la llamada Guerra del Yaqui.
Mas volvamos al asunto de los restos, negocio que para mi gusto tiene el cariz de una zarzuela macabra. Los mexicanos somos proclives, de manera especial, al culto de la muerte y de los huesos que la representan, por supuesto siempre y cuando éstos no sean los propios. Los esqueletos y las calaveras forman parte sustancial del imaginario colectivo, y son componentes indispensables en la dieta azucarada de nuestras fiestas populares. ¡Vaya, hasta tenemos un pan de muertos! Sí, así es. Por ello, nos hemos visto enfrascados en el rescate histórico de los huesos de Cuauhtémoc, de Hernán Cortés, la cabeza de Pancho Villa y de los fiambres de otros muchos próceres. También, sólo que en avatares criminológicos, en la conservación y guarda de cráneos ilustres como el del Tigre de Santa Julia y la Osamenta del Encanto, por mencionar unos cuantos. El osario nacional es verdaderamente portentoso, sobre todo cuando en el rebumbio patriotero los cráneos, fémures, clavículas, tibias y peronés se revuelven y confunden, y se arman calacas arbitrarias con los restos entremezclados de contrincantes o enemigos acérrimos, para que, muy contentitos, bailen el último tango en las aras de la patria.
Entiendo, no faltaba más, el deseo de sus familiares y prosélitos de repatriar y colocar los huesecillos de don Porfirio, o lo que de ellos quede, en una tumba honorable en el panteón citadino de su predilección, a fin de que ahí, sin necesidad de gastar en pasajes de avión y hospedajes tasados en euros, puedan venerarlos, hacerles recuerdos, con lágrimas o sin ellas, y, por qué no, levantarle un altar de muertos en las fechas señaladas. En lo que no estoy de acuerdo es en que dicho fiambre sea recibido con tamborazos, cornetazos y 21 cañonazos, y adosado a algún monumento público. La verdad creo que no lo merece, porque ello sería tanto como si los cubanos rindieran honores a la carnaza de Fulgencio Batista, los nicaragüenses al huacal de Anastasio Somoza, etcétera, etcétera.
Don Porfirio Díaz, no podemos olvidar y menos perdonárselo, fue el tirano de ¡Mátalos en caliente!; el detractor de los derechos humanos con su connotada Ley Fuga; el padrino, por no llamarlo capo, de los asesinos de La Acordada; el tipo que, gracias a su obcecación y falta de probidad, no supo renunciar a tiempo y obviarnos once años de Revolución y más de un millón de muertos; un angelito, sí, que de la manita del Chacal Victoriano Huerta fracturó los límites de la honestidad para refugiarse en alguno de los círculos del Averno, en nuestro caso Mictlán, donde, sin importar que se traigan sus huesos, debe permanecer tatemándose las patas.
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Re: Exilio y espina: Centenario del fallecimiento del Gral. Don Porfirio Díaz
¿Qué Díaz regresará?
BERNARDO IBARROLA
Es notoria la distancia que hay entre el Porfirio Díaz de los historiadores y el Porfirio Díaz de los discursos políticos y de la cultura popular. Más allá de los textos encomiásticos anteriores a 1910 y de las catilinarias posteriores a ese año, el personaje y la época a la que da nombre han sido explicados muchas veces, a lo largo de más de un siglo, de manera mesurada y razonable.
Las plumas de Luis Lara Pardo, Fancisco Bulnes, José C. Valadés, el equipo encabezado por Daniel Cosío Villegas, Ralph Roeder, Enrique Krauze y Paul Garner, además de una gran cantidad de académicos contemporáneos interesados en asuntos específicos de la época,
ofrecen retratos y panoramas del caudillo decimonónico y del complejísimo proceso de formación de lo que Luis Medina llama el primer sistema político mexicano.
Por contraste, la figura del dictador autoritario, sanguinario y vendepatrias se ha mantenido al mismo tiempo con una persistencia reveladora: poco han importado el detalle minucioso, la información masiva, el matiz, la explicación sutil ofrecidos por la abundantísima historiografía sobre el periodo: Díaz sigue siendo el dictador que justifica el estallido –y en buena medida la existencia– de la Revolución Mexicana.
Este papel de antagonista principal en el discurso fundacional del México actual explica el particular nicho que Díaz y el Porfiriato ocupan en la memoria de los mexicanos, sobre todo de los que se dedican a la política.
Para el PRI el asunto siempre ha sido claro: el partido emanado de la Revolución no puede reconocer nada del dictador que la provocó. No obstante que a partir de los años 80 del siglo pasado el priísmo en el poder cambió sus paradigmas de gobierno y comenzó a desmontar las instituciones que había creado en nombre de la Revolución, ensayó toda clase de malabares retóricos para explicar que las reformas en curso –limitiación del ejido, apertura de la economía, desregulación de los capitales extranjeros, entre otras– eran parte del mismo proceso revolucionario, a pesar de que se parecieran muchísimo a algunos de los rasgos del Porfiriato que ellos mismos más habían denostado en las décadas anteriores.
Durante los dos sexenios de alternancia en el gobierno federal también se evitó a toda costa la posible analogía entre el neoliberalismo de principios del siglo XXI y el liberalismo de finales del XIX. El PAN, que entre los años 40 y 80 había argumentado la necesidad de un cambio verdadero y justo de la sociedad mexicana, no de la vuelta a un pasado prerrevolucionario más o menos idílico, no iba, una vez en el poder, a contradecirse: sus fobias ideológicas están en otro lado. El presidente Vicente Fox sustituyó el retrato de Juárez en Los Pinos por uno de Madero, no de Díaz.
En términos generales, el panismo en el poder se ocupó poco y mal de la historia patria; en lugar de emprender la reivindicación del conservadurismo mexicano del que podía considerarse heredero, la dejó en manos de aficionados que la llevaron a la increíble banalización de las conmemoraciones de 2010. Ése, que pudo haber sido el periodo de rehabilitación discursiva de Porfirio Díaz y su gobierno, se fue en espectáculos de televisión, procesiones de inspiración claramente religiosa con reliquias de héroes y funerales de Estado.
Un siglo después de su muerte, la reivindicación de Díaz y del porfiriato sigue fuera de las agendas políticas serias y no hay indicios de que esto vaya a cambiar. Al contrario. Aunque de vez en vez aparecen en su favor ensayos de opinión disfrazados de libros de historia, ningún político de importancia comete la torpeza de retomar sus argumentos; en sentido opuesto, Andrés Manuel López Obrador ha estructurado una parte de su discurso a partir de la equiparación de los sexenios neoliberales con el gobierno de Díaz y de una crítica en bloque de éste; con lo que, bien entrado el siglo XXI, refuerza, en el nivel discursivo, su carácter esencialmente negativo y retrógrado.
Por eso no creo que la efeméride de la muerte de Porfirio Díaz y las nuevas iniciativas para repatriar sus restos lleven a un debate político sobre el sentido de su gobierno ni sobre su legado histórico. Ningún personaje público con aspiraciones va a aventurar una sola palabra a su favor y sus admiradores, supongo, se van llevar un fiasco: los huesos de Díaz volverán, pero no a reposar en San Fernando como los de Juárez, ni a ocupar un lugar en el Rotonda de las personas ilustres, al lado de José María Iglesias y Sebastián Lerdo de Tejada, sus adversarios de 1876.
No habrá un monumento para Díaz en la ciudad de México ni el ritual de rehabilitación que esto supondría; la previsible vuelta de sus restos a Oaxaca tendrá el efecto contrario, puesto que el Porfirio Díaz oaxaqueño no es el viejo autócrata que vivía en la Calle de la Cadena, a unos pasos de Palacio Nacional, sino el impetuoso mixteco comandante de Guardia Nacional, el cacique que organizó su estado contra los conservadores mexicanos y los invasores extranjeros. Es decir, el Díaz liberal: el Díaz de antes del Porfiriato.
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BERNARDO IBARROLA
Es notoria la distancia que hay entre el Porfirio Díaz de los historiadores y el Porfirio Díaz de los discursos políticos y de la cultura popular. Más allá de los textos encomiásticos anteriores a 1910 y de las catilinarias posteriores a ese año, el personaje y la época a la que da nombre han sido explicados muchas veces, a lo largo de más de un siglo, de manera mesurada y razonable.
Las plumas de Luis Lara Pardo, Fancisco Bulnes, José C. Valadés, el equipo encabezado por Daniel Cosío Villegas, Ralph Roeder, Enrique Krauze y Paul Garner, además de una gran cantidad de académicos contemporáneos interesados en asuntos específicos de la época,
ofrecen retratos y panoramas del caudillo decimonónico y del complejísimo proceso de formación de lo que Luis Medina llama el primer sistema político mexicano.
Por contraste, la figura del dictador autoritario, sanguinario y vendepatrias se ha mantenido al mismo tiempo con una persistencia reveladora: poco han importado el detalle minucioso, la información masiva, el matiz, la explicación sutil ofrecidos por la abundantísima historiografía sobre el periodo: Díaz sigue siendo el dictador que justifica el estallido –y en buena medida la existencia– de la Revolución Mexicana.
Este papel de antagonista principal en el discurso fundacional del México actual explica el particular nicho que Díaz y el Porfiriato ocupan en la memoria de los mexicanos, sobre todo de los que se dedican a la política.
Para el PRI el asunto siempre ha sido claro: el partido emanado de la Revolución no puede reconocer nada del dictador que la provocó. No obstante que a partir de los años 80 del siglo pasado el priísmo en el poder cambió sus paradigmas de gobierno y comenzó a desmontar las instituciones que había creado en nombre de la Revolución, ensayó toda clase de malabares retóricos para explicar que las reformas en curso –limitiación del ejido, apertura de la economía, desregulación de los capitales extranjeros, entre otras– eran parte del mismo proceso revolucionario, a pesar de que se parecieran muchísimo a algunos de los rasgos del Porfiriato que ellos mismos más habían denostado en las décadas anteriores.
Durante los dos sexenios de alternancia en el gobierno federal también se evitó a toda costa la posible analogía entre el neoliberalismo de principios del siglo XXI y el liberalismo de finales del XIX. El PAN, que entre los años 40 y 80 había argumentado la necesidad de un cambio verdadero y justo de la sociedad mexicana, no de la vuelta a un pasado prerrevolucionario más o menos idílico, no iba, una vez en el poder, a contradecirse: sus fobias ideológicas están en otro lado. El presidente Vicente Fox sustituyó el retrato de Juárez en Los Pinos por uno de Madero, no de Díaz.
En términos generales, el panismo en el poder se ocupó poco y mal de la historia patria; en lugar de emprender la reivindicación del conservadurismo mexicano del que podía considerarse heredero, la dejó en manos de aficionados que la llevaron a la increíble banalización de las conmemoraciones de 2010. Ése, que pudo haber sido el periodo de rehabilitación discursiva de Porfirio Díaz y su gobierno, se fue en espectáculos de televisión, procesiones de inspiración claramente religiosa con reliquias de héroes y funerales de Estado.
Un siglo después de su muerte, la reivindicación de Díaz y del porfiriato sigue fuera de las agendas políticas serias y no hay indicios de que esto vaya a cambiar. Al contrario. Aunque de vez en vez aparecen en su favor ensayos de opinión disfrazados de libros de historia, ningún político de importancia comete la torpeza de retomar sus argumentos; en sentido opuesto, Andrés Manuel López Obrador ha estructurado una parte de su discurso a partir de la equiparación de los sexenios neoliberales con el gobierno de Díaz y de una crítica en bloque de éste; con lo que, bien entrado el siglo XXI, refuerza, en el nivel discursivo, su carácter esencialmente negativo y retrógrado.
Por eso no creo que la efeméride de la muerte de Porfirio Díaz y las nuevas iniciativas para repatriar sus restos lleven a un debate político sobre el sentido de su gobierno ni sobre su legado histórico. Ningún personaje público con aspiraciones va a aventurar una sola palabra a su favor y sus admiradores, supongo, se van llevar un fiasco: los huesos de Díaz volverán, pero no a reposar en San Fernando como los de Juárez, ni a ocupar un lugar en el Rotonda de las personas ilustres, al lado de José María Iglesias y Sebastián Lerdo de Tejada, sus adversarios de 1876.
No habrá un monumento para Díaz en la ciudad de México ni el ritual de rehabilitación que esto supondría; la previsible vuelta de sus restos a Oaxaca tendrá el efecto contrario, puesto que el Porfirio Díaz oaxaqueño no es el viejo autócrata que vivía en la Calle de la Cadena, a unos pasos de Palacio Nacional, sino el impetuoso mixteco comandante de Guardia Nacional, el cacique que organizó su estado contra los conservadores mexicanos y los invasores extranjeros. Es decir, el Díaz liberal: el Díaz de antes del Porfiriato.
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phanter- Señalero
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