Félix Díaz Mori: Quién a hierro mata.....
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Félix Díaz Mori: Quién a hierro mata.....
Vida y muerte del general Félix Días Mori
Alejandro Rosas*
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“El Chato”, como era conocido, fue un destacado militar y combatió la invasión francesa iniciada en 1862. Tras la restauración de la República, fungió como férreo mandatario de su natal Oaxaca, aunque su liberalismo radical y sus ataques contra el clero le acarrearon la enemistad de los juchitecos, creyentes y aguerridos, quienes le hicieron ver su suerte en uno de los asesinatos más crueles de la historia política nacional. Ah, una cosa más: era hermano de don Porfirio
No se les fue el santo al cielo, como decía la conseja popular; el asunto era más grave. Cuando la gente de Juchitán (Oaxaca) abrió la desvencijada caja de madera, pudieron observarlo desmembrado. Los pedazos, acomodados indistintamente dentro del cajón, hablaban de la saña con que había sido tratado; una saña que laceraba las almas, la fe, la devoción, nada más. La escena fue aún más trágica cuando uno de los presentes notó que le faltaba la cabeza.
Algunos lugareños ni siquiera se atrevieron a mirarlo; otros derramaron lágrimas de dolor y de ira, de impotencia, clamando la justicia de Dios, pidiéndole que dejara caer la espada flamígera sobre aquellos miserables impíos que habían destruido la imagen de madera del santo patrono de los juchitecos, San Vicente Ferrer (ver pág. 95 de esta edición).
Los habitantes de Juchitán sabían que más temprano que tarde el destino se encargaría de redimirlos. Así, con la paciencia de quienes han esperado por siglos, juraron tomar venganza en contra del hombre que arrasó con su pueblo y se ensañó con su santo. Su nombre era temido en la región: Félix Díaz Mori, hermano del gran caudillo militar vencedor de los franceses, Porfirio Díaz.
El Chato
Llevaba la guerra tatuada en el alma. Lucia con orgullo una cicatriz provocada por un flechazo que significó su bautizo de fuego en la lucha contra los indios bárbaros de la región septentrional de San Luis Potosí. Nacido en mayo de 1833, en Oaxaca, Félix Díaz tenía los dotes del buen guerrero: gran fortaleza física, montaba extraordinariamente, era valiente, temerario y por momentos, demasiado impulsivo.
Félix enfrentó la orfandad paterna cinco meses después de su nacimiento, cuando la terrible epidemia de cólera morbus de 1833 arrastró a la tumba a José Faustino Díaz, su padre. A partir de entonces, vio en su hermano —tan solo tres años mayor— la figura paterna. Aunque las dotes intelectuales de Félix eran escasas, intentó seguir los mismos pasos que Porfirio. Comenzó sus estudios en el Seminario de Oaxaca, del que pronto salió para inscribirse en el Instituto de Ciencias y Artes, el cual era considerado por entonces como “casa de herejes” debido a las ideas liberales que se respiraban en sus pasillos.
A diferencia de Porfirio, a Félix poco importaban los cursos de latinidad, las ciencias y mucho menos la filosofía o el derecho. No se veía cargando un código civil o las leyes del estado, sino blandiendo un sable y cargando contra el enemigo. Decidió entonces incorporarse como voluntario a un batallón de artillería. Sin embargo, Porfirio consideraba que para ser un buen soldado no era suficiente la pasión por las armas; era necesaria una buena instrucción, por lo que, ayudado por su mentor, Marcos Pérez, logró inscribirlo en el Colegio Militar.
Cuando Félix Díaz llegó a la ciudad de México ya era conocido como “el Chato”. Se contaba que, siendo niño, un accidente con pólvora había marcado su rostro. Desde entonces, su nombre de pila fue cediendo lugar a! sobrenombre. Incluso años después, la emperatriz Carlota de Bélgica, esposa de Maximiliano de Habsburgo, en su correspondencia se refería al hermano menor de Porfirio como “el Chato”.
En el Colegio Militar, Félix tuvo la oportunidad de conocer y entablar una relación cercana con quien sería la mejor espada del partido conservador: Miguel Miramón. Como capitán de su compañía, el “Joven Macabeo” —como le llamaban— mostró a Félix sus dotes naturales de estratega. Al sobrevenir la Revolución de Ayutla contra Santa Anna y posteriormente la Guerra de Reforma, Félix siguió el mismo camino que la mayoría de los miembros del Colegio Militar: apoyó a! gobierno de Santa Anna y defendió la causa de los conservadores.
Para el Chato, el asunto, más que de principios políticos, de ideologías o proyectos de nación, era de lealtad a las instituciones. De ahí que, al enterarse de la adhesión de su hermano Porfirio a la causa liberal, se enemistara con él durante algún tiempo. El falso rumor de la muerte de Porfirio en los primeros meses de i86o, llevó a Félix a dejar las filas conservadoras y viajar a Oaxaca para despedir a su hermano. Sin embargo, al llegar a la antigua Antequera se percató de la falsedad de la información. Su reencuentro con Porfirio y una larga conversación significaron su incorporación a la causa liberal, la cual no dejaría nunca.
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Félix Díaz era un centauro. Jinete y caballo formaban un todo, un solo cuerpo indisoluble, el hombre fundido con la bestia. No había mejor arma para él que la caballera; con su grado de teniente coronel fue de los primeros mexicanos en enfrentar a los franceses, días antes de la batalla del 5 de Mayo de 1862.
Al igual que Porfirio, el Chato participó en los principales combates contra el imperio de Maximiliano. Cuando su hermano cayó en manos de los franceses en Oaxaca y fue trasladado a Puebla, Félix continuó la resistencia. Juntos derrotaron al imperio en la vieja Antequera y en Puebla, y finalmente ocuparon la ciudad de México el 21 de junio de 1867, dos días después del fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Tomás Mejía en Querétaro.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Desde antes del triunfo de la República, los hermanos Díaz pudieron percibir que, una vez alcanzada la paz, su futuro se encontraba en la vida política. Poco después de la caída del imperio presentaron sus candidaturas en las elecciones que se avecinaban para restablecer el orden constitucional en todo el país. Porfirio se postuló para ocupar la presidencia de la República, la cual perdió frente a Benito Juárez; Félix para el gobierno de Oaxaca, mismo que ganó sin problemas, ocupando el cargo el i de diciembre de 1867.
El Señor gobernador
“Tengo la más firme certeza de exterminar a los sublevados aun cuando se retiren al bosque”, escribió el gobernador Díaz al presidente Benito Juárez el 19 de noviembre de 1870. Su intención era marchar a la región de istmo de Tehuantepec y “en veinte días” acabar con un levantamiento juchiteco que amenazaba con desestabilizar la región. A su juicio, era necesario terminar con “ese vandalismo y cortarlo de raíz”.
El Chato estaba por cumplir tres años al frente del gobierno del estado y mostraba un autoritarismo y una intolerancia que hacia temblar a propios y extraños. Muy atrás hablan quedado aquellos años en los que defendió la bandera de los conservadores. Incluso sus colaboradores cercanos lo consideraban atrabiliario, violento y cruel. Desde la silla de gobernador, Félix se alzaba como uno de los liberales más radicales y jacobinos del momento. Pero a diferencia de otros políticos que mostraban su anticlericalismo por medio de sus escritos, en discursos o en artículos periodísticos, él lo llevaba a la práctica limitando los actos de culto religioso y mofándose de los sacerdotes y miembros del clero.
En uno de sus muchos excesos jacobinos, un año antes, el Chato Díaz había autorizado la destrucción de 14 retablos del magno templo de Santo Domingo en Oaxaca, lo cual permitió, además, el saqueo y la destrucción de pinturas, muebles, esculturas y un sinnúmero de obras de arte colonial. Gran parte de la población oaxaqueña, con una fuerte raigambre religiosa, veía con malos ojos la falta de respeto del gobernador hacia la fe de los católicos.
Frente a su anticlericalismo, sin embargo, destacaba su obsesión por el progreso material. Durante sus años al frente del gobierno oaxaqueño, no solo apoyó a los soldados que defendieron a la patria contra el imperio de Maximiliano, sino que puso en marcha varios proyectos de obra pública, inauguró una línea telefónica entre Tehuacán y Oaxaca, fundó un montepío, inició los trabajos de construcción de un camino entre Oaxaca y Tehuantepec, y estableció juzgados de la primera instancia en todos los distritos del estado.
A un año del final de su administración y en momentos en que ya se divisaba la primera rebelión de Porfirio Díaz contra Juárez, Félix no estaba dispuesto a permitir ningún tipo de alboroto en la región de Tehuantepec, mucho menos cuando las pretensiones de juchitecos y tehuanos eran que se les permitiera nombrar a sus autoridades sin intervención de la autoridad estatal, que el gobierno reconociera los gastos y créditos de la guerra y que les dejaran sus armas. Detrás del levantamiento había una clara intención separatista.(Nota de un servidor: lo dudo mucho, pero en fin) Para solucionar el conflicto no había más camino que el de las armas, único credo del gobernador Díaz.
En Juchitán
El iracundo carácter del Chato, su desprecio por la vida —propia o ajena—, el arrojo y la valentía eran prendas propias del guerrero, pero no del político. La distancia entre el gobernante y los gobernados se hizo inalcanzable desde el momento en que Félix Díaz decidió gobernar como militar en campaña. El corolario de sus arbitrariedades tomó forma en Juchitán. El problema en la región istmeña había surgido a mediados de 1870, cuando un grupo de juchitecos atacaron un retén del Ejército para protestar por los abusos cometidos por tropas del gobierno. A partir de entonces, los enfrentamientos fueron en aumento y cada vez con mayor violencia.
En los primeros días de diciembre, el gobernador decidió encabezar la campana y batir personalmente a los rebeldes. Para no romper con las formas constitucionales, esperó a que el Congreso local clausurara sus sesiones y por la tarde del 15 de ese mes dejó la ciudad de Oaxaca. Los juchitecos se defendieron con bravura. Tres días de intensos combates, del 27 al 29 de diciembre, se verificaron en la región. El día 28, luego de dos violentas car gas, las fuerzas del estado ocuparon Juchitán. Durante las siguientes horas tuvieron que resistir el asedio de los rebeldes, quienes in tentaron recuperar el pueblo. Sin embargo, las tropas del Chato Díaz finalmente doblegaron la resistencia del enemigo. Durante la madrugada del 29, Félix ordenó a sus hombres que le prendieran fuego al pueblo para obligar a los sublevados a salir de sus hogares “y luego exterminarlos”. La versión oficial del gobierno estatal señalaría que fueron los juchitecos los responsables de haber iniciado el incendio sin considerar la presencia del fuerte viento que propagó de inmediato las llamas.
El fuego iluminó por completo el pueblo. Las dantescas sombras proyectadas sobre el humo daban testimonio de la cacería desatada. El gobernador dio una orden definitiva: cargar a bayoneta calada. “Los rebeldes, y con ellos sus familiares—escribió el historiador oaxaqueño Jorge Fernando Iturribarría—, y desde luego, mucha gente inocente, mujeres, y niños, salieron despavoridos, buscando el bosque en donde se internaron para escapar de la conflagración. Pero hasta ahí fueron perseguidos y materialmente diezmados, por lo que la mortandad habida, fue incalculable”.
Con las llamas aun consumiendo los jacales y frente a decenas de familias que, concentradas en ci atrio de la parroquia, que miraban cómo la destrucción y la muerte se hablan apoderado de Juchitán, Félix Díaz hizo galopar su caballo y entró con él al templo. Tomó una soga de su silla de montar y con gran habilidad lazó al santo patrono del pueblo, San Vicente Ferrer. Ante la mirada atónita de los juchitecos, el gobernador arrastró al santo por las principales calles del pueblo y, satisfecho por la victoria, decidió regresar a Oaxaca, no sin antes dejar una proclama conciliadora y “magnánima” donde señalaba: “... considerando que multitud de familias inofensivas han quedado en la orfandad, vagando por los campos, sin esperanza de ninguna especie, y el pueblo privado de gran parte de sus brazos para atender a su engrandecimiento y felicidad, el gobierno de Oaxaca no puede menos que dirigirles la palabra, en cumplimiento de los deberes que tiene de conservar la sociedad, y ofrecerles ei indulto y olvido de sus pasajeros descarríos, a condición de que se presenten ante este Gobierno, haciendo entrega de las armas que existan en su poder”.
Horas más tarde, el cielo azul de la ciudad de Oaxaca dio la bienvenida al gobernador. Con bombos, platillos y una banda de música que alegraba el día en la plaza central, fue recibido el Chato Díaz. Parecía un conquistador luego de haber realizado grandes y épicas hazañas militares, pero en el camino desde el Istmo de Tehuantepec había dejado una estela de sangre. En los días siguientes, cuando el presidente Juárez recibió el informe de lo sucedido, le ordenó a Félix Díaz que de inmediato devolviera a los juchitecos su santo patrono. El Chato obedeció, pero al percatarse de que el santo no cabía en la caja de madera, decidió cortarle pies, brazos y cabeza. Como trofeo de guerra, la testa del Santo quedó en poder de su suegro y el resto del cuerpo fue devuelto a Juchitán. Los juchitecos no perdonarían tal afrenta. Decidieron esperar, pacientemente, a que el destino les diera la oportunidad de tomar venganza.
Acuérdate de San Vicente
Vamos a perder, Juárez nos va a aplastar —expresó Félix Díaz—, pero quiero darle a mi hermano esta última prueba de afecto, porque lo que es el indio, nos friega”. En noviembre de 1871, menos de un año después de los sucesos de Juchitán, Porfirio Díaz se levantó en armas contra la reelección de don Benito. En los meses anteriores, la capital de Oaxaca se habla convertido en el centro de conspiración de los porfiristas, quienes gozaban de todas las seguridades gracias al poder local de Félix. Sin embargo, Porfirio era el único que creía ciegamente en el triunfo de la rebelión; la legitimidad de Juárez continuaba siendo indiscutible, sobre todo entre la ciase política y militar, lo cual le otorgaba una solidez a su gobierno difícil de resquebrajar. Porfirio inició la rebelión el 8 de noviembre de 1871, lanzando el Plan de la Noria. Tiempo después, Félix, desde su despacho de gobernador, mediante un decreto informó a los habitantes del estado que de acuerdo con el Congreso local, Oaxaca reasumía su soberanía desconociendo al presidente Juárez, lo cual era claramente su pronunciamiento a favor de la rebelión de Porfirio.
Como era de esperarse, los hermanos Díaz no recibieron el apoyo esperado para derrotar a Juárez y en pocas semanas, luego de varias derrotas, pudieron vislumbrar la debacle. En los últimos días de diciembre, el Chato recibió noticias del fracaso de la rebelión en el centro y sur del país, así como de las intenciones de Porfirio de dirigirse a Veracruz, por lo tanto consideró que todo estaba perdido y era necesario salir del país. El 4 de enero de 1872 Félix dejó Oaxaca, su ciudad natal, no sin antes despedirse de sus hermanas, su esposa y sus amigos. Con una pequeña escolta, se internó en la sierra buscando llegar a las costas del Pacifico. Luego de varias jornadas agotadoras y a salto de mata, ordenó a sus hombres que regresaran para no exponerlos. Solo permaneció a su lado Juan Robles, uno de sus hombres de mayor confianza.
Félix Díaz avanzaba hacia su muerte. Dirigirse hacia los puertos del Pacífico implicaba acercarse a la región del Istmo donde se encontraban los juchitecos, quienes no habían olvidado lo ocurrido poco más de un año antes. El audaz militar continuó su camino hasta Puerto Ángel, donde el destino se mostró nuevamente adverso. Al llegar le informaron que el barco estadunidense Adamay había partido y no existía otro transporte para sacarlo del país. Félix decidió jugar su última carta internándose en los bosques de Tonameca para ocultarse y regresar a Puerto Ángel cuando atracara Ia siguiente embarcación. Hasta Juchitán llegaron las noticias sobre la ruta que seguía el Chato Díaz. Habla llegado la hora de la venganza. De inmediato, dos fuerzas, una comandada por Albino Jiménez, jefe juchiteco, y otra por Benigno Cartas, avanzaron hacia la costa oaxaqueña y el 21 de enero lograron aprehender a Díaz y a su compañero en el cerro del Perico.
Félix se encontraba en un estado lamentable. Derrotado, mal comido y lejos de su familia, atravesaba por una profunda depresión que habla acabado con su ánimo guerrero. Ni siquiera sabiéndose a merced de sus peores enemigos hizo algo para evitar su captura. Una vez en manos de los juchitecos, no habla más alternativa que la muerte, pero la forma en cómo tenían preparada su ejecución rebasaba los límites de la imaginación.
- Spoiler:
La afilada hoja del cuchillo rebano por completo la planta del pie. El grito fue desgarrador. Habían transcurrido apenas algunos segundos cuando Félix sintió cómo le arrancaban la otra planta. Era solo el principio. Los juchitecos lo incorporaron y lo obligaron a caminar sobre la tierra, disfrutando de su dolor, dándole de latigazos, escupiéndole en el rostro, tirándolo al suelo para que volviera a incorporarse. Entre gritos e insultos, se acercaban para decirle: “Acuérdate de San Vicente”. Eran las primeras horas del 23 de enero de 1872.
Paradójicamente, la figura en piedra de un San Vicente había sido utilizada por Porfirio Díaz en 1865 para escapar de su cautiverio en Puebla. Ahora la imagen de un San Vicente mostraba el camino del martirio a su hermano Félix. El festín de sangre seguía su curso. Luego de la dolorosa marcha, los juchitecos ataron de los pies al Chato Díaz y lo arrastraron con la misma saña que el gobernador había utilizado con la figura de madera de San Vicente Ferrer. La fortaleza física del guerrero fue insuficiente para resistir, la piel de su cuerpo se mostraba hecha jirones; la sangre apenas era perceptible por la cantidad de tierra que se había pegado a su piel. Minutos después sobrevinieron los estertores, hasta que finalmente falleció.
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Los jefes juchitecos decidieron entregar el cadáver en las mismas condiciones en las que recibieron a su San Vicente: el cuerpo de Félix fue mutilado y sus genitales fueron cortados y colocados en su boca. Después de la siniestra orgia de sangre, los cadáveres del Chato y su compañero Robles —a quien solo ejecutaron—, fueron llevados a Pochutla, en donde se les dió cristiana sepultura. Los partes oficiales sobre la muerte de Félix Díaz sólo mencionaron su ejecución. Ningún detalle del tormento. Días más tarde, el nuevo gobernador de Oaxaca, Félix Romero, leal al presidente Juárez, escribió: “Si bien es sensible la muerte de un hombre, la de este señor era necesaria, por tantos males que ha causado y hoy Oaxaca respirará”. Tiempo después, los restos de Díaz fueron exhumados por su viuda Rafaela Varela y depositados en el panteón de la ciudad de Oaxaca, junto a su madre.
Foto de Porfirio Díaz
El crimen quedó impune. Junto con el homicidio de Gustavo A. Madero en 1913, el asesinato de Felix Díaz es uno de los más brutales y sangrientos de la historia política mexicana. En alguna ocasión, cuando Porfirio Díaz ya era presidente de México, le presentaron a uno de los asesinos de su hermano. Don Porfirio simplemente lo miró y ordenó que lo soltaran. Su frase dejó helados a los presentes y paso a la posteridad: “En política no tengo amores ni odios”.
* Escritor dedicado a la divulgación histórica desde hace más de veinte años. Es autor de 365 días para conocer la historia de México (2011), México Bicentenario (2010), Las dos caras de la historia de la Revolución Mexicana (2010), Mitos de la historia mexicana de Hidalgo a Zedillo (2010), A sangre y fuego (2009) y Cartas desde el Atlántico: el Titanic y Revolución mexicana (2007).
Rosas, Alejandro; “Vida y muerte de Féliz Díaz Mori” Revista Relatos e Historias de México, México, Año VI, número 68, abril del 2014, pág 54-63.
Vaya, ahora pienso menos mal de Don Porfirio. “En política no tengo amores ni odios”, vaya. Pragmatismo puro. Pero si se tienen que tener ideales y un proyecto de nación muy pero muy chingón.
Pero me sigue encabronando que su p****e de su vieja y sus amistades le hayan lavado el coco.
Y ahora que lo pienso, se me hace extraño que Don Porfirio se apellidara Mori y haya abierto relaciones amistosas con Japón. También lo hizo con los chinos, pero se me hace algo curioso….." />
ivan_077- Staff
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Re: Félix Díaz Mori: Quién a hierro mata.....
Ay mijo no se puede pensar mal de Porfirio Diaz, sus errores fueron los mismos de los de todos los de su tiempo. No se habia llegado como humanidad a un punto de avance como para que se le exigiera algo mas.
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