Teresa De Villa Mijares, mujer con sangre de revolución
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Teresa De Villa Mijares, mujer con sangre de revolución
Teresa De Villa Mijares, mujer con sangre de revolución
19 de noviembre del 2014Arteleaks, México de conciencia
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Teresa De Villa Mijares, la mujer que peleó por la vida de su esposo en revolución. Foto: especial
Miguel Alonso Rivera Bojórquez*
Primera Parte
Eran las cinco de una tarde gris y somnolienta del año de 1892. Temporada de lluvias en Culiacán y todo parecía tranquilo. Teresita De Villa Mijares, con el encanto de sus 18 años, se asomaba por la ventana de su recámara. La casa de sus padres Justo De Villa y Delfina Mijares se ubicaba por las calles de “La Libertad”, atrás del antiguo Palacio de Gobierno.
En un momento, Teresita vuelve la vista hacia el interior de la recámara, para fijarla en un tabernáculo donde se ostenta la imagen de un Corazón de Jesús. Le sorprende ver que sobre la imagen del santo, gira de un lado a otro, un punto de luz. Transcurren algunos segundos y ella continúa absorta, de manera hipnótica, sigue el punto de luz. De pronto, su cuerpo es violentamente sacudido y luego, como lanzada por una fuerza tan potente como invisible, rueda por el suelo.
Después es levantada por esa energía nuevamente con violencia para luego volver a rodar por el piso, donde queda exánime e inconsciente.
Una centella se había precipitado desde la atmósfera para caer fulminante sobre Teresita incendiando su vestido y las quemaduras en forma de listas rojas le invaden el rostro, los brazos y las piernas. Su padre, en el paroxismo de la consternación, la lleva al baño donde la coloca bajo la regadera para apagar el fuego de sus ropas con el agua.
En tanto, la casa empieza a llenarse de personas que se han dado cuenta del siniestro. Una de esas personas es nada menos que el general Francisco Cañedo, gobernador del estado, que vive cerca, frente al Palacio de Gobierno.
Gritos, llanto, incertidumbre.
"¡Teresita no debe morir!, gritan sus padres y sus plegarias parecen ser escuchadas".
Y así fue. El milagro lo realizan los eminentes médicos Ruperto L. Paliza y Ramón Ponce de León.
Un peso de plata, de aquellos grandes pesos de la época porfiriana, que tenía Teresita en la pretina de su falda, se convirtió, derretido por el fuego eléctrico de la centella, en una mágica bolita de plata. Esa bolita la conservó su padre Don Justo De Villa por el resto de su vida hasta que regresó, tras su deceso, a las manos de su hija.
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Familia Zazueta Aréchiga. Foto: especial
Amado A. Zazueta acusado de conspiración contra Porfirio Díaz
El tiempo pasó y Teresita se enamoró de un hombre con ideas revolucionarias: Amado A. Zazueta. El matrimonio había hecho amistad con Madero y su esposa Sara Pérez Romero.
Amado A. Zazueta, esposo de Teresa, compró de su propio peculio, armamento para la rebelión armada que ya estaba en ciernes. Mandó llamar a Juan M. Banderas, jefe de los rurales en la Villa de Sinaloa, para que fuese el Jefe Supremo del Movimiento Maderista, quien sin ninguna reticencia, aceptó el cargo. Habían trabajado juntos con De la Vega.
También invitó en Culiacán a José María R. Cabanillas, humilde carpintero y apasionado demócrata.
Banderas y Cabanillas invitaron a Ramón F. Iturbe a participar en el movimiento rebelde. En esa época Iturbe estaba en prisión pero se le permitía salir a la calle por estar próximo a finalizar su reclusión.
Cuando salía iba a las juntas que se mantenían en secreto. Ahí le pidieron que pusiera en libertad a los presos durante el movimiento proyectado para que estallara a las 2 de la mañana del día 6 de enero de 1911.
Ramón F. Iturbe era un convicto. La noche del 19 de noviembre fue descubierto el complot, por la denuncia que hiciera, curiosamente, un recluso.
Las autoridades catearon el domicilio particular de Iturbe, donde había ocultado armas y parque, pero logró escapar.
Uno de los conspiradores, llamado Epifanio Chávez, dio aviso a varios implicados en el movimiento, entre ellos a Banderas y al mismo Iturbe, quienes se lanzaron por diferentes rumbos a la Revolución. Amado A. Zazueta no recibió el aviso de alerta, fue aprehendido y acusado de complicidad con los conspiradores, su ejecución parecía inevitable.
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Amado Zazueta Villa y su madre Teresa Villa. Foto: especial
Se salva el pelotón de fusilamiento
Teresa De Villa Mijares salió en defensa de su esposo quien estaba en peligro de muerte. Los soldados solamente esperaban la orden del General Higinio Aguilar (1835-1927) para preparar las armas y poner al prisionero frente al pelotón de fusilamiento.
Para luchar por la vida de su esposo se hizo acompañar de su padre Justo De Villa quien creía en los poderes mágicos de la bolita de plata y en la personalidad de su hija.
Quien conozca la genética de estas mujeres valientes, comprenderá la situación del general Higinio Aguilar.
Un militar veterano, intransigente, incapaz de acceder a sus deseos. Un obstinado anciano divisionario de 75 años de edad que había combatido contra las fuerzas invasoras francesas en 1862 en Puebla y que tres veces había salvado la vida del General Porfirio Díaz, que en ese momento ya había acumulado 31 años como Presidente de la República.
Aguilar se oponía a ser misericordioso. El delito era grave: Amado A. Zazueta había sido detenido por financiar la sublevación popular y difícilmente se podía salvar de ser fusilado.
Increíblemente el temple de Teresa estuvo a la altura de tan difíciles circunstancias ante el Jefe de Armas de Sinaloa.
Hizo honor al significado milagroso de su nombre, algo mágico se dio en ese momento cuando la mirada del general se cruzó con la hipnótica y potente mirada de esa mujer.
Don Justo sintió cómo se calentaba la bolita de plata entre sus ropas y cómo fue bajando la temperatura cuando el general cedió.
¡Había llegado a tiempo para salvar el pecho de Amado, su esposo, de las balas asesinas del piquete de ejecución!
La muerte en esa naciente revolución tendría mucho trabajo, pero ese día, burlona y tranquila, no tenía prisa por enterrarlo y dejó a Amado para más adelante.
Amado, gracias al coraje de su esposa y el apoyo de su influyente suegro, sobrevivió. Quizás, gracias también, a la magia de esa bolita de plata unida al corazón de Teresa.
La historia de los condenados a ser fusilados, salvados en el último instante, es la constante del juego entre la vida y la muerte contra el destino.
Los argumentos de una vehemente Teresa convencieron al general Higinio Aguilar, quien le perdonó la vida a Amado A. Zazueta.
"Una mujer que lucha por la vida de su esposo como lo ha hecho usted, no merece verlo muerto", dijo el general a Teresa apartando su mirada de los encendidos ojos de esta testaruda mujer que en ese mismo momento se llevó del brazo a su esposo, acompañada de su padre.
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Teresa De Villa Mijares a sus 90 años de edad. Foto: espacial
Dos condenados a fusilamiento que se perdonan la vida mutuamente
Las fuerzas unidas de Ramón F. Iturbe, Juan M. Banderas y otros jefes, que sumaban más de 4,000 soldados, pusieron sitio a la ciudad de Culiacán y la tomaron el día 31 de mayo de 1911, el mismo día que Porfirio Díaz, después de renunciar a la Presidencia de la República y tras firmarse la paz con Madero, se embarcó a Europa en el vapor alemán “Ipiranga”, acompañado de su familia.
Derrocado el gobierno porfiriano, Francisco I. Madero nombró al ingeniero Manuel Bonilla como su delegado en Sinaloa.
Fue entonces cuando Amado A. Zazueta, luego de hablar con su esposa Teresa De Villa, le regresaría el favor al General Higinio Aguilar, al interceder para impedir su fusilamiento.
Los maderistas llevaron al General Higinio Aguilar, jefe porfirista vencido como comandante militar de Sinaloa, al Cuartel General de Juan M. Banderas.
Hombre justiciero y valiente, alto y corpulento, la presencia de Banderas imponía respeto. Cuando se acercó a Aguilar, Banderas fue caminando despacio y encorvado, defecto físico por el que le apodaban El Agachado.
El historiador Héctor R. Olea, sostiene en su libro La Revolución en Sinaloa, que Juan M. Banderas le dijo textualmente al general Higinio Aguilar, con actitud marcial pero respetuosa con el jefe vencido:
–Está usted libre porque don Amado A. Zazueta me lo solicita y sus palabras son órdenes para mí. El señor Zazueta me dice que usted fue corneta a las órdenes del General Ignacio Zaragoza en la batalla de Puebla.
El general Higinio Aguilar respondió:
–Sí, señor, y a honra lo tengo.
Banderas se cuadró y agregó:
–Entonces, usted es un héroe de la patria y merece nuestro respeto.
En la Estación del ferrocarril, Banderas puso en libertad al general Higinio Aguilar y ordenó, para evitar cualquier falta de respeto al anciano militar, que dos oficiales de su Estado Mayor acompañaran al general vencido al Hotel Palacio donde residía.
Esos oficiales fueron precisamente Amado A. Zazueta y su suegro Justo De Villa, que realizó el trayecto siempre protegido con la bolita de plata que guardaba entre sus ropas.
Teresa De Villa Mijares, el espíritu que había impedido ambas ejecuciones, le dio un postre al anciano militar despidiéndolo cordialmente. Hasta ese momento, ambos, descubrieron sus sonrisas.
Días después el general Higinio Aguilar fue enviado debidamente protegido al puerto de Guaymas, lugar donde se unió al general Joaquín Téllez, el día 12 de junio de 1911.
El general Higinio Aguilar vivió toda su existencia como guerrillero, pero la muerte no lo alcanzó en batalla, quizás la protección de la bolita de plata lo cubrió también a él: murió en la tranquilidad de su hogar a los 93 años de edad.
(Continuará)
* Periodista miembro de La Crónica de Sinaloa, A.C.
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ivan_077- Staff
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Re: Teresa De Villa Mijares, mujer con sangre de revolución
El señor Zazueta me dice que usted fue corneta a las órdenes del General Ignacio Zaragoza en la batalla de Puebla.
El general Higinio Aguilar respondió:
–Sí, señor, y a honra lo tengo.
Banderas se cuadró y agregó:
–Entonces, usted es un héroe de la patria y merece nuestro respeto.
Esta es sin duda una excelente muestra de honor.
ivan_077- Staff
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