‘¿Quiere justicia..? Aquí está mi .45, ¡quiébrelo!’
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‘¿Quiere justicia..? Aquí está mi .45, ¡quiébrelo!’
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Juan de Dios Olivas
El Diario | 2013-07-27 | 23:04
Eran las 10:00 de la noche de un buen día de 1947, cuando una patrulla de la Policía salió de la Presidencia Municipal y se dirigió al poniente de la ciudad, a un lugar conocido como La Piedrera, de donde se extraían materiales para obras públicas.
En la unidad viajaban el alcalde Carlos Villarreal Ochoa; el comandante de la Policía, el coronel Rosendo de Anda y un padre de familia que, horas antes, acudió ante el primero para pedir justicia porque violaron y mataron a su hija de 14 años. También iba el acusado de cometer esos crímenes.
“¿Quiere justicia?, aquí está mi .45, ¡quiébrelo!”, dijo Villarreal al afligido padre de familia, quien no esperaba estar en una situación como esa y apenas exclamó un “no puedo señor presidente”.
“¡Ah, cómo será usted culebra!”, le reprendió el edil. Entonces, Villarreal Ochoa le arrebató el arma, cortó cartucho y apuntó a la cabeza del malhechor. El estruendo rompió la quietud de la noche en aquel apartado lugar. Fue un solo tiro. El acusado cayó sin vida.
Segundos después la patrulla se alejó del lugar con un ocupante menos, para regresar a la Presidencia municipal.
La anécdota es contada años después por él mismo ex alcalde al licenciado Filiberto Terrazas Sánchez, entonces juez penal en Juárez y en la actualidad el cronista de la ciudad.
Con un carácter forjado en los años de La Prohibición de alcohol en Estados Unidos, durante los cuales llegó a estar preso por contrabando de licor, Villarreal Ochoa fue presidente municipal del 1 de enero al 17 de febrero de 1947 y luego del 25 de febrero de 1947 al 31 de diciembre de 1949.
Al recibir el gobierno, la ciudad pasaba por un periodo de inseguridad y violencia generada nuevamente por el auge de bares y prostíbulos que daban servicio a soldados estadounidenses, y la proliferación de drogas y pandillas.
La “mano dura” que aplicó contra la delincuencia fue facilitada por la oportunidad de obviar procedimientos judiciales, que le permitieron aplicar juicios sumarios contra infractores del orden público y enemigos políticos; logró que en seis meses la ciudad se pacificara al grado de que sus habitantes dormían con ventanas y puertas abiertas, refiere Terrazas Sánchez.
El sello que imprimió a su gobierno le generó una fama que trasciende hasta la actualidad, rodeada de mitos y leyendas, pero sustentada en la violencia que utilizó para combatir a la misma violencia.
De Durango a la frontera...
Originario de Indé, Durango, donde nació el 23 de diciembre de1904, Villareal Ochoa llega a Ciudad Juárez a la edad de 19 años. Pronto encontró trabajo en los grupos que se formaron en la frontera para consolidar la industria del alcohol, que surtía al oeste de los Estados Unidos durante la Ley Volstead. De esos grupos también emergerían políticos.
En ese periodo Juárez experimentó un auge económico que disminuyó al ser derogada La Ley Volstead en 1933. Sin embargo, a partir de 1941 hay un resurgimiento cuando el gobierno norteamericano se involucra en la Segunda Guerra Mundial. El impacto económico en la frontera es directo, ya que Fort Bliss crece hasta convertirse en la tercera mayor base militar estadounidense, con cerca de 25 mil soldados acantonados de manera permanente y de los que cada fin de semana, al menos 10 mil cruzan a Juárez para relajarse ante la posibilidad de ser enviados al frente.
A la par, se implementa el Programa Bracero y miles de mexicanos son atraídos para obtener un empleo. Sin embargo, al concluir el programa, cientos siguieron llegando, muchos para quedarse en Ciudad Juárez.
Los desmanes no se hicieron esperar, se presentaron problemas de inseguridad generados por pandillas, narcos, carteristas y rijosos de los bares. De las gangas, las más representativas eran Los Pachucos y Los Tirilones, mientras que el consumo de heroína y mariguana se arraigaba cada vez más.
Así, al llegar a la Presidencia municipal, entonces ubicada a espaldas de la Misión de Guadalupe, Carlos Villarreal nombra como jefe de la Policía al coronel Rosendo de Anda, egresado del Colegio Militar y quien tuvo de colaboradores a Raúl Mendiolea Cereceres y Teodoro Pérez Rivas, a quienes encomendó la tarea de traer paz y tranquilidad a los juarenses.
Los métodos iban desde rapar a los reincidentes, detenerlos por periodos de 15 días y en caso de que nadie los reclamara, desaparecerlos. En muchas de las intervenciones el mismo alcalde se involucraba para hacer “justicia” a petición de la parte afectada.
En una ocasión la mamá de una adolescente de 17 años que fue atacada sexualmente, acudió a pedirle justicia, pero la misma madre le solicitó al alcalde que no matara al agresor ya que ella era católica y conocía los métodos de Villarreal.
“Por caridad de Dios, no lo vayan a matar por que Dios es grande”, dijo la mujer.
“Le prometo que no lo mato, pero no va a volver a reincidir”, aseguró el edil. La promesa fue cumplida, pero el agresor fue mandado castrar, relata el cronista de la ciudad.
“A que no crees que no volvió a reincidir”, decía Villarreal al contar él mismo la anécdota a sus amigos.
“Limpiaron Ciudad Juárez al grado de que la gente dejaba una bicicleta en el frente de su casa o en el jardín y nadie las agarraba”, añade Terrazas Sánchez.
“A los narcos les advertían que debían dejar la ciudad, de lo contrario aparecerían muertos en La Piedrera; a los carteristas los detenían y rapaban para después ser enviados en un camión y abandonados cerca de Jiménez o en pleno desierto, no sin antes advertirles que de regresar a Juárez, encontrarían la muerte”.
“Váyanse de Ciudad Juárez. El clima no es saludable para ustedes...”, era la advertencia más común, refiere una crónica periodística.
Contribuciones forzosas
La inseguridad no fue la principal vertiente del gobierno de Carlos Villarreal, como alcalde. Ordenó la construcción de puentes sobre la Acequia Madre, el Hospital General, que posteriormente cada administración del Gobierno del Estado se adjudica como obra propia.
Construyó el Auditorio Municipal y las instalaciones de la Escuela de Mejoramiento Social para Menores, cedidas después al Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez; instaló alumbrado público con luz mercurial, hizo el Puente Libre, llamado después Carlos Villarreal.
En su periodo se edificaron las escuelas Miguel Hidalgo, Gregorio M. Solís, Félix U. Gómez, Toribio Benavente, y Francisco I. Madero, así como la estación número dos de Bomberos y el Supermercado.
También se adquirió el rastro.
La lista de obras sigue, pero en ella destaca la instalación del servicio de radiopatrullas con flamantes automóviles bien equipados.
Al concluir su mandato había pavimentado 350 mil metros cuadrados de calles y adquirido barredoras mecánicas para limpiarlas.
Para realizar algunas de las obras, impuso contribuciones obligatorias a empresarios, muchas veces con métodos poco ortodoxos.
En uno de estos casos, a un empresario que vendía licores adulterados, el alcalde lo citó en la Presidencia y le explicó que la ciudad requería de dinero para hacer obras públicas. El empresario se negó y el alcalde ordenó a su jefe de Policía vigilarlo las 24 horas del día.
Al tercer día, las cosas cambiaron, el empresario retornó y cedió a la presión del alcalde.
Carrera cortada
Tras dejar la Presidencia municipal, Carlos Villarreal siguió dentro de la política y aspiraba a ser gobernador, cargo al cual pudo haber llegado dada su amistad con Gustavo Díaz Ordaz, a la postre presidente de México.
Sin embargo, su vida fue cortada de tajo el 10 de febrero de 1963, cuando se encontraba en el interior del bar Mint, ubicado en la avenida Juárez, a escasa media cuadra del puente internacional Paso del Norte.
Ese día, Villarreal se encontraba desarmado. Estaba acompañado de Víctor Ortiz, también ex alcalde; Clemente Licón, el policía Gregorio Ogaz Téllez, y Francisco Olivera Castel, a la postre su verdugo.
Acompañado de mariachis y tragos, Villarreal bromeaba y le hacía bromas pesadas a Olivera Castel, quien en determinado momento se empezó a retirar de la mesa, aparentemente para no ser más el centro de burlas.
“Vuélale una oreja a ese rajón”, le dice Villarreal al otro ex alcalde quien desenfunda y dispara contra Olivera Castel atinando en el blanco.
No tuvo tiempo de disparar un segundo tiro. Olivera Castel sacó un arma y vació su carga contra Villarreal y Ortiz, quienes murieron al instante. Clemente Licón quedó mal herido.
El incidente se da mientras Ogaz Téllez se encontraba en el baño, de donde no salió hasta que Olivera Castel se retiró, aunque fue capturado en el puente internacional.
Las sospechas de que se trató de un crimen político se hicieron presentes desde el mismo momento del asesinato y se incrementaron cuando Olivera Castel fue condenado a un breve tiempo en prisión y cambiado a Villa Ahumada donde se le dio el “pueblo por cárcel” y se le nombró tiempo después Recaudador de Rentas del Gobierno del Estado en ese municipio.
Una época de balazos
Con la muerte de Villarreal Ochoa se cerró una época en Ciudad Juárez en la que los grupos políticos dirimían sus diferencias a balazos y en la que destacan los asesinatos, por ejemplo, el del senador Ángel Posada, en 1938, a manos del ex gobernador Rodrigo M. Quevedo, y la muerte del alcalde José Borunda, en un atentado con explosivos en la Presidencia municipal.
Sin embargo, nacería entre los juarenses la leyenda de Carlos Villarreal.
Hoy no faltan adultos mayores que recuerden la “mano dura” del ex alcalde…. y lo añoran. (Juan de Dios Olivas/El Diario) (Fuentes: Visión Historia de la Frontera Norte de México; Breve Historia de Ciudad Juárez; [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Juan de Dios Olivas
El Diario | 2013-07-27 | 23:04
Eran las 10:00 de la noche de un buen día de 1947, cuando una patrulla de la Policía salió de la Presidencia Municipal y se dirigió al poniente de la ciudad, a un lugar conocido como La Piedrera, de donde se extraían materiales para obras públicas.
En la unidad viajaban el alcalde Carlos Villarreal Ochoa; el comandante de la Policía, el coronel Rosendo de Anda y un padre de familia que, horas antes, acudió ante el primero para pedir justicia porque violaron y mataron a su hija de 14 años. También iba el acusado de cometer esos crímenes.
“¿Quiere justicia?, aquí está mi .45, ¡quiébrelo!”, dijo Villarreal al afligido padre de familia, quien no esperaba estar en una situación como esa y apenas exclamó un “no puedo señor presidente”.
“¡Ah, cómo será usted culebra!”, le reprendió el edil. Entonces, Villarreal Ochoa le arrebató el arma, cortó cartucho y apuntó a la cabeza del malhechor. El estruendo rompió la quietud de la noche en aquel apartado lugar. Fue un solo tiro. El acusado cayó sin vida.
Segundos después la patrulla se alejó del lugar con un ocupante menos, para regresar a la Presidencia municipal.
La anécdota es contada años después por él mismo ex alcalde al licenciado Filiberto Terrazas Sánchez, entonces juez penal en Juárez y en la actualidad el cronista de la ciudad.
Con un carácter forjado en los años de La Prohibición de alcohol en Estados Unidos, durante los cuales llegó a estar preso por contrabando de licor, Villarreal Ochoa fue presidente municipal del 1 de enero al 17 de febrero de 1947 y luego del 25 de febrero de 1947 al 31 de diciembre de 1949.
Al recibir el gobierno, la ciudad pasaba por un periodo de inseguridad y violencia generada nuevamente por el auge de bares y prostíbulos que daban servicio a soldados estadounidenses, y la proliferación de drogas y pandillas.
La “mano dura” que aplicó contra la delincuencia fue facilitada por la oportunidad de obviar procedimientos judiciales, que le permitieron aplicar juicios sumarios contra infractores del orden público y enemigos políticos; logró que en seis meses la ciudad se pacificara al grado de que sus habitantes dormían con ventanas y puertas abiertas, refiere Terrazas Sánchez.
El sello que imprimió a su gobierno le generó una fama que trasciende hasta la actualidad, rodeada de mitos y leyendas, pero sustentada en la violencia que utilizó para combatir a la misma violencia.
De Durango a la frontera...
Originario de Indé, Durango, donde nació el 23 de diciembre de1904, Villareal Ochoa llega a Ciudad Juárez a la edad de 19 años. Pronto encontró trabajo en los grupos que se formaron en la frontera para consolidar la industria del alcohol, que surtía al oeste de los Estados Unidos durante la Ley Volstead. De esos grupos también emergerían políticos.
En ese periodo Juárez experimentó un auge económico que disminuyó al ser derogada La Ley Volstead en 1933. Sin embargo, a partir de 1941 hay un resurgimiento cuando el gobierno norteamericano se involucra en la Segunda Guerra Mundial. El impacto económico en la frontera es directo, ya que Fort Bliss crece hasta convertirse en la tercera mayor base militar estadounidense, con cerca de 25 mil soldados acantonados de manera permanente y de los que cada fin de semana, al menos 10 mil cruzan a Juárez para relajarse ante la posibilidad de ser enviados al frente.
A la par, se implementa el Programa Bracero y miles de mexicanos son atraídos para obtener un empleo. Sin embargo, al concluir el programa, cientos siguieron llegando, muchos para quedarse en Ciudad Juárez.
Los desmanes no se hicieron esperar, se presentaron problemas de inseguridad generados por pandillas, narcos, carteristas y rijosos de los bares. De las gangas, las más representativas eran Los Pachucos y Los Tirilones, mientras que el consumo de heroína y mariguana se arraigaba cada vez más.
Así, al llegar a la Presidencia municipal, entonces ubicada a espaldas de la Misión de Guadalupe, Carlos Villarreal nombra como jefe de la Policía al coronel Rosendo de Anda, egresado del Colegio Militar y quien tuvo de colaboradores a Raúl Mendiolea Cereceres y Teodoro Pérez Rivas, a quienes encomendó la tarea de traer paz y tranquilidad a los juarenses.
Los métodos iban desde rapar a los reincidentes, detenerlos por periodos de 15 días y en caso de que nadie los reclamara, desaparecerlos. En muchas de las intervenciones el mismo alcalde se involucraba para hacer “justicia” a petición de la parte afectada.
En una ocasión la mamá de una adolescente de 17 años que fue atacada sexualmente, acudió a pedirle justicia, pero la misma madre le solicitó al alcalde que no matara al agresor ya que ella era católica y conocía los métodos de Villarreal.
“Por caridad de Dios, no lo vayan a matar por que Dios es grande”, dijo la mujer.
“Le prometo que no lo mato, pero no va a volver a reincidir”, aseguró el edil. La promesa fue cumplida, pero el agresor fue mandado castrar, relata el cronista de la ciudad.
“A que no crees que no volvió a reincidir”, decía Villarreal al contar él mismo la anécdota a sus amigos.
“Limpiaron Ciudad Juárez al grado de que la gente dejaba una bicicleta en el frente de su casa o en el jardín y nadie las agarraba”, añade Terrazas Sánchez.
“A los narcos les advertían que debían dejar la ciudad, de lo contrario aparecerían muertos en La Piedrera; a los carteristas los detenían y rapaban para después ser enviados en un camión y abandonados cerca de Jiménez o en pleno desierto, no sin antes advertirles que de regresar a Juárez, encontrarían la muerte”.
“Váyanse de Ciudad Juárez. El clima no es saludable para ustedes...”, era la advertencia más común, refiere una crónica periodística.
Contribuciones forzosas
La inseguridad no fue la principal vertiente del gobierno de Carlos Villarreal, como alcalde. Ordenó la construcción de puentes sobre la Acequia Madre, el Hospital General, que posteriormente cada administración del Gobierno del Estado se adjudica como obra propia.
Construyó el Auditorio Municipal y las instalaciones de la Escuela de Mejoramiento Social para Menores, cedidas después al Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez; instaló alumbrado público con luz mercurial, hizo el Puente Libre, llamado después Carlos Villarreal.
En su periodo se edificaron las escuelas Miguel Hidalgo, Gregorio M. Solís, Félix U. Gómez, Toribio Benavente, y Francisco I. Madero, así como la estación número dos de Bomberos y el Supermercado.
También se adquirió el rastro.
La lista de obras sigue, pero en ella destaca la instalación del servicio de radiopatrullas con flamantes automóviles bien equipados.
Al concluir su mandato había pavimentado 350 mil metros cuadrados de calles y adquirido barredoras mecánicas para limpiarlas.
Para realizar algunas de las obras, impuso contribuciones obligatorias a empresarios, muchas veces con métodos poco ortodoxos.
En uno de estos casos, a un empresario que vendía licores adulterados, el alcalde lo citó en la Presidencia y le explicó que la ciudad requería de dinero para hacer obras públicas. El empresario se negó y el alcalde ordenó a su jefe de Policía vigilarlo las 24 horas del día.
Al tercer día, las cosas cambiaron, el empresario retornó y cedió a la presión del alcalde.
Carrera cortada
Tras dejar la Presidencia municipal, Carlos Villarreal siguió dentro de la política y aspiraba a ser gobernador, cargo al cual pudo haber llegado dada su amistad con Gustavo Díaz Ordaz, a la postre presidente de México.
Sin embargo, su vida fue cortada de tajo el 10 de febrero de 1963, cuando se encontraba en el interior del bar Mint, ubicado en la avenida Juárez, a escasa media cuadra del puente internacional Paso del Norte.
Ese día, Villarreal se encontraba desarmado. Estaba acompañado de Víctor Ortiz, también ex alcalde; Clemente Licón, el policía Gregorio Ogaz Téllez, y Francisco Olivera Castel, a la postre su verdugo.
Acompañado de mariachis y tragos, Villarreal bromeaba y le hacía bromas pesadas a Olivera Castel, quien en determinado momento se empezó a retirar de la mesa, aparentemente para no ser más el centro de burlas.
“Vuélale una oreja a ese rajón”, le dice Villarreal al otro ex alcalde quien desenfunda y dispara contra Olivera Castel atinando en el blanco.
No tuvo tiempo de disparar un segundo tiro. Olivera Castel sacó un arma y vació su carga contra Villarreal y Ortiz, quienes murieron al instante. Clemente Licón quedó mal herido.
El incidente se da mientras Ogaz Téllez se encontraba en el baño, de donde no salió hasta que Olivera Castel se retiró, aunque fue capturado en el puente internacional.
Las sospechas de que se trató de un crimen político se hicieron presentes desde el mismo momento del asesinato y se incrementaron cuando Olivera Castel fue condenado a un breve tiempo en prisión y cambiado a Villa Ahumada donde se le dio el “pueblo por cárcel” y se le nombró tiempo después Recaudador de Rentas del Gobierno del Estado en ese municipio.
Una época de balazos
Con la muerte de Villarreal Ochoa se cerró una época en Ciudad Juárez en la que los grupos políticos dirimían sus diferencias a balazos y en la que destacan los asesinatos, por ejemplo, el del senador Ángel Posada, en 1938, a manos del ex gobernador Rodrigo M. Quevedo, y la muerte del alcalde José Borunda, en un atentado con explosivos en la Presidencia municipal.
Sin embargo, nacería entre los juarenses la leyenda de Carlos Villarreal.
Hoy no faltan adultos mayores que recuerden la “mano dura” del ex alcalde…. y lo añoran. (Juan de Dios Olivas/El Diario) (Fuentes: Visión Historia de la Frontera Norte de México; Breve Historia de Ciudad Juárez; [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Epsilon- Miembro Honorario
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Fecha de inscripción : 25/10/2009
Re: ‘¿Quiere justicia..? Aquí está mi .45, ¡quiébrelo!’
Como hacen falta de esos...
Powah- Miembro Honorario
- Cantidad de envíos : 2741
Fecha de inscripción : 22/10/2010 Edad : 92
Re: ‘¿Quiere justicia..? Aquí está mi .45, ¡quiébrelo!’
Duro, pero justo
Criminologo- Miembro Honorario
- Cantidad de envíos : 517
Fecha de inscripción : 12/03/2013
Re: ‘¿Quiere justicia..? Aquí está mi .45, ¡quiébrelo!’
Tss, muy buena, esa es la esencia de la justicia.
Sirkov- Inspector [Policia Federal]
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Fecha de inscripción : 12/05/2013
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