‘De carnaval, reinas y narco’
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‘De carnaval, reinas y narco’
Capítulo de regalo: ‘De carnaval, reinas y narco’
En las páginas de este libro, el lector recorrerá con asombro una tierra que ha visto nacer a grandes iconos de la cultura popular -desde Pedro Infante y los Tigres del Norte hasta Élmer Mendoza-, a numerosas reinas de belleza y también a varios de los más poderosos señores del narco.
MAYO 3, 2014
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Animal Político presenta este sábado un capítulo de regalo de la obra ‘De carnaval, reinas y narco. El terrible poder de la belleza’ (editorial Random House), del autor Arturo Santamaría Gómez.
Este libro es una sugerente invitación para adentrarnos en los laberintos de una región explosiva y festiva: el estado de Sinaloa. En sus páginas, el lector recorrerá con asombro una tierra que ha visto nacer a grandes iconos de la cultura popular -desde Pedro Infante y los Tigres del Norte hasta Élmer Mendoza-, a numerosas reinas de belleza y también a varios de los más poderosos señores del narco.
Una de las escalas es Mazatlán, donde se celebra el carnaval más antiguo del país y cada año se corona a la mujer más agraciada del puerto. Con todo, la exploración no apunta hacia la acumulación de los hechos frívolos de una fiesta, sino a un ritual social relevante donde se conjuntan múltiples símbolos culturales y una profunda exaltación de la belleza femenina.
Así, a partir de una justa mezcla de crónicas y testimonios, Arturo Santamaría pone de manifiesto la glamorosa imaginería del carnaval y cuenta las sorprendentes y muchas veces trágicas historias de las reinas: como Laura Elena Zúñiga, la ganadora de Nuestra Belleza Sinaloa que fue detenida y vinculada de manera cuestionable con el crimen organizado, o María Susana Flores Gámez, la primera miss en morir bajo el fuego del Ejército en 2012.
Lee aquí el capítulo de regalo:
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CAPÍTULO 3
El poder del narcotráfico y de las reinasde belleza
En los años setenta aparecen los primeros grandes personajes del narcotráfico sinaloense, los que empiezan a merecer corridos con su nombre. En Culiacán se dio a conocer oficialmente una “campaña contra el narcotráfico” ante la presencia de Richard Kleindienst, procurador de justicia de Estados Unidos, y un periodista de la NBC. Ésta fue la década de Manuel Salcido, Cochiloco, oriundo de San Ignacio, Sinaloa, y de Pedro Avilés, nacido en la Ciénega de Silva, Durango, este último convertido en el chaca de la droga en Sinaloa. Ésta fue la década de la colonia Tierra Blanca, la legendaria guarida de los narcos en Culiacán, y de la Operación Cóndor, una de las campañas militares más famosas que se hayan lanzado contra los narcotraficantes en el Triángulo de Oro mexicano, donde colindan los estados de Sinaloa, Durango y Chihahua, que conformaba el co-rredor de la industria de la droga más importante de aquel entonces.
El Cochiloco había establecido sus dominios en Mazatlán, ciu-dad que le era más cercana que Culiacán por haber nacido en un poblado aledaño al puerto. Manuel Salcido, encarcelado en 1974, muy pronto se convirtió en una figura célebre por conducto de los corridos que le compusieron, como el del Gallo de San Juan, y de las múltiples leyendas que se tejían en su nombre. De Pedro Avilés, una de las composiciones escritas en su honor decía que era “el más grande de los siete del reinado” y, efectivamente, la DEA, la famosa agencia antidrogas estadounidense, lo tenía en sus listas al lado del Cochiloco.
En esa época los narcos, además de su crecien-te poderío económico, empezarían a tener una cada más visible influencia social y cultural en la sociedad estatal.La narcocultura sinaloense comenzó a tomar brío alrededor de Miguel Ángel Félix Gallardo, el Jefe de Jefes, y el Cochiloco.
Una de las primeras historias épicas cantadas a un narco fue el corrido dedicado a Manuel Salcido, quien, dice la canción, fue “un amigo muy bragado / de esos que nacen muy pocos / nacido allá en Sinaloa / en el pueblo de San Juan / distrito de San Ignacio / cerca de Coyotitán / pero al correr de los años se fue para Mazatlán / de Sinaloa a Jalisco todo mundo lo respeta / [...] Dicen que ese hombre es muy malo / señores, yo no lo creo / porque es sagaz y valiente / por eso le tienen miedo / pero en el fondo de su alma / es un amigo sincero [...] Aquí termina el corrido / de Manuel el Cochiloco / amigo de los amigos / y azote de los malosos”. Esta apología al Gallo de San Juan, como también era conocido, no al-canzó la notoriedad nacional del corrido “La banda del carro rojo” cuando lo empezaron a interpretar, en 1975, Los Tigres del Nor-te, el famoso conjunto norteño de Rosamorada, pequeño pueblo del municipio de Mocorito. “Este corrido —dice Luis Astorga, el más acucioso investigador del narcotráfico mexicano— marca el comienzo de una versión histórica y musical inédita, que crea y recrea la sociodisea del tráfico de drogas y de los traficantes...”
El Cochiloco acumuló tanto poder que se rodeó de una sólida coraza social y una impunidad que sólo podía entenderse por la protección tección policiaca que había comprado. En un artículo periodístico de 1976, escrito por Javier López Moreno en El Día, diario capita-lino, se daba cuenta de que Manuel Salcido había asistido al sepelio de su padre en Mazatlán: “Ninguna autoridad lo molestó. Todos su-pieron que ahí estaba y hasta lo vieron desfilar en el cortejo fúnebre, pero nadie intentó su reaprehensión [ya que antes se había fugado de la cárcel de Culiacán]. Asistió protegido por una docena de tipos que portaban armas de alto poder”, terminaba diciendo la nota.
El Cochiloco y en general el conjunto de los narcotraficantes recurrieron a una amplia gama de mecanismos y actividades para forjar su legitimación social: son incontables las anécdotas acerca de la dispendiosa generosidad de los narcos para regalar dinero entre la población rural de sus dominios territoriales. El semanario mazatleco
La Talacha decía el 17 de octubre de 1991:
[El Cochiloco] llegó a tener tanta fama que la mayoría de los ciudada-nos sinaloenses lo consideraban una leyenda [...] por todo Sinaloa se conocían los hechos delictivos que cometía gente al mando de Salcido Uzueta, pero también volaban de boca en boca relatos de la bondad del traficante, que ayudaba a todos los que se acercaban a pedirle algún favor. Su fama creció aún más cuando se contaban en tertulias serranas y campesinas las muchas conquistas que hacía entre bellas jóvenes de la región.
Ciertas o no, hay cientos de versiones populares acerca de cómo Manuel Salcido, Rafael Caro Quintero, Amado Carrillo Fuentes, el Mayo Zambada y el Chapo Guzmán, invertían cientos de millones en obras públicas para beneficio de sus pueblos.
En numerosas ocasiones estos legendarios narcos y otros menos carismáticos pero igual de poderosos, como los hermanos Arellano Félix, apadrinaron a generaciones de estudiantes universitarios y a reinas de belleza, incluidas aspirantes a la monarquía carnavalera de Mazatlán. Por ejemplo, en 1988 el Cochiloco se empeñó en que Rosa María Zataráin se convirtiera en la soberana, pero el azar decidió que lo fuera Rebeca Barros de Cima, perteneciente a una familia de la alcurnia pata salada. Una flor escogida a la suerte y un apagón que dejó en penumbras el escenario de la competencia al momento de saber quién era la afortunada, establecieron que la ganadora era la señorita Barros de Cima; sin embargo, el Gallo de San Juan, mediante varios de sus pistoleros, impuso que la joven dama que él promovía apareciera durante el desfile de los carros alegóricos por delante de la reina de las carnestolendas, violen-tando el ritual monárquico carnavalero. Aunque a medias, el capo hizo sentir su poder en la más grande de las fiestas sinaloenses.
Fuera de Sinaloa, en 1980, una reina de belleza chihuahuense, María Dolores Camarena, quien se quedó con el quinto lugar del concurso Señorita México, a pesar de ser “excepcionalmente discre-ta”, escribe el periodista Francisco Cruz en su libro El cártel de Juárez, se hizo novia de un policía federal que le regaló un carro último modelo y dio así sus primeros pasos en el resbaladizo y peligroso mundo del narco. La prensa de la capital del país halagaba su talle, los ojos oscuros y sus dientes blancos y perfectos: “Lolita —narra Francisco Cruz— tenía una cara hermosa, simétrica, de seda, dulce de formas, limpia de maquillaje. Sus medidas se acercaban a la perfección”.
Lolita Camarena, como muchas más reinas de belleza, no pudo evitar que comandantes de la policía, políticos y narcos, que con frecuencia son los mismos, pegaran sus ojos en ella y desataran una persecución para conquistarla. Y así fue: cayó en las redes de un co-mandante-narco. Pronto fue atrapada y juzgada en Estados Unidos, donde depositaba dinero de los narcos de Ciudad Juárez; cincuenta y ocho veces registró ingresos en los bancos texanos y por eso el juez pidió para ella más de doscientos cincuenta años en una prisión federal, narra la prensa fronteriza de 1987. Ésta no sería la primera ni la única tragedia de una reina de belleza ligada al narco, seguirían varias más. La belleza y el dinero se atraen, como la miel y las abejas.
CONCHITA Y REGINA GONZÁLEZ FRANCO
La proliferación de los concursos ha permitido que algunas jóvenes de origen humilde se conviertan en reinas del carnaval, señoritas Sinaloa, señoritas México, modelos o destaquen en alguna otra profesión de la imagen. De los años ochenta en adelante, bellas adolescentes como Elizabeth Broden, Señorita México; Leticia Arellano, reina del Carnaval de Mazatlán y Señorita Sinaloa; Abris Ileana Tiznado, reina del Carnaval de Mazatlán; Laura Zúñiga, Reina Hispanoamericana en 2008, surgieron de modestos barrios sinaloenses para apoderarse de los símbolos de la belleza y la ad-miración, máximos reconocimientos públicos que ha otorgado la cultura regional a sus mujeres.
A escala de los municipios o de poblaciones menores también se manifiesta tal hecho: cualquier población del estado puede con-tar una historia en la que la joven y bella mujer de condición mo-desta logra el reconocimiento social mediante la conquista de un trono de relevancia. Así sucedió con Conchita y Regina González Franco, hermanas y señoritas Cosalá.
Conchita narra su historia:
Fui princesa del Colegio de Bachilleres de Sinaloa, reina de la Universidad de Occidente en Culiacán, reina de las embajadoras en La Cruz de Elota y Señorita Cosalá en 1986. Soy de la primera genera-ción de reinas de la familia; anteriormente mi mamá no participaba porque eso como que era sólo para ciertas familias. Esta inquietud...
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