5 de mayo de 1862 – Aniversario de la Batalla de Puebla
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5 de mayo de 1862 – Aniversario de la Batalla de Puebla
Fecha
05 de Mayo de 2013
En enero de 1862 las tropas francesas, españolas y británicas invadieron México en protesta por la suspensión de los pagos de la deuda extranjera decretada por el Presidente Benito Juárez.
Los representantes de los gobiernos involucrados negociaron entre sí, logrando el mexicano que españoles y británicos desalojaran el territorio nacional. Sin embargo el 17 de abril los franceses iniciaron su avance en nuestro país. Aunque la deuda era un elemento importante, lo esencial en esta invasión era el interés de Napoleón III en establecer un imperio americano que contuviera la expansión anglosajona.
El 5 de mayo los invasores franceses bajo el mando del general francés Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez atacaron Puebla que era la última posibilidad de detener a los invasores antes de la Ciudad de México y el control del país. Puebla estaba protegida por los fuertes de Loreto y Guadalupe en los que el General Ignacio Zaragoza tenía casi 6 000 hombres con la orden de impedir el avance francés. El así llamado “ejercito mexicano”, tenía sólo un tercio de militares entrenados, el resto eran reclutas y voluntarios animados por el deseo de servir al país y no ser dominados por Francia; los generales Porfirio Díaz y Zaragoza tenían sólo 32 años pero mucha experiencia en la Guerra de Reforma. Antes de entrar en combate el General Zaragoza se dirigió a sus tropas diciendo:
“Soldados, os habéis portado como héroes combatiendo por la Reforma. Vuestros esfuerzos han sido siempre coronados por el éxito. Hoy vais a pelear por un objeto sagrado, vais a pelear por la Patria y yo os prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de gloria. Vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México. Soldados, leo en vuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!"
Tres veces los franceses asaltaron las posiciones mexicanas, sin lograr su objetivo y sufriendo numerosas pérdidas. Los contingentes de los generales Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Felipe Berriozábal y la caballería del coronel Antonio Álvarez derrotaron al que en ese entonces era considerado el mejor ejército del mundo. La soberbia y falta de visión de Lorencez que subestimó a su bien motivado enemigo fueron determinantes en la derrota como también lo fueron la estrategia y el valor de los generales mexicanos.
El resultado de esta batalla alentó el ánimo de los mexicanos. Sin embargo, Napoleón III envió
30,000 soldados más, que finalmente lograron tomar la ciudad de Puebla al siguiente año, defendida por el general Jesús González Ortega en sustitución de Zaragoza, que murió de tifo poco después de la gran victoria.
El 5 de mayo es día de fiesta y solemne para la nación. La Bandera Nacional deberá izarse a toda asta.
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05 de Mayo de 2013
En enero de 1862 las tropas francesas, españolas y británicas invadieron México en protesta por la suspensión de los pagos de la deuda extranjera decretada por el Presidente Benito Juárez.
Los representantes de los gobiernos involucrados negociaron entre sí, logrando el mexicano que españoles y británicos desalojaran el territorio nacional. Sin embargo el 17 de abril los franceses iniciaron su avance en nuestro país. Aunque la deuda era un elemento importante, lo esencial en esta invasión era el interés de Napoleón III en establecer un imperio americano que contuviera la expansión anglosajona.
El 5 de mayo los invasores franceses bajo el mando del general francés Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez atacaron Puebla que era la última posibilidad de detener a los invasores antes de la Ciudad de México y el control del país. Puebla estaba protegida por los fuertes de Loreto y Guadalupe en los que el General Ignacio Zaragoza tenía casi 6 000 hombres con la orden de impedir el avance francés. El así llamado “ejercito mexicano”, tenía sólo un tercio de militares entrenados, el resto eran reclutas y voluntarios animados por el deseo de servir al país y no ser dominados por Francia; los generales Porfirio Díaz y Zaragoza tenían sólo 32 años pero mucha experiencia en la Guerra de Reforma. Antes de entrar en combate el General Zaragoza se dirigió a sus tropas diciendo:
“Soldados, os habéis portado como héroes combatiendo por la Reforma. Vuestros esfuerzos han sido siempre coronados por el éxito. Hoy vais a pelear por un objeto sagrado, vais a pelear por la Patria y yo os prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de gloria. Vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México. Soldados, leo en vuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!"
Tres veces los franceses asaltaron las posiciones mexicanas, sin lograr su objetivo y sufriendo numerosas pérdidas. Los contingentes de los generales Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Felipe Berriozábal y la caballería del coronel Antonio Álvarez derrotaron al que en ese entonces era considerado el mejor ejército del mundo. La soberbia y falta de visión de Lorencez que subestimó a su bien motivado enemigo fueron determinantes en la derrota como también lo fueron la estrategia y el valor de los generales mexicanos.
El resultado de esta batalla alentó el ánimo de los mexicanos. Sin embargo, Napoleón III envió
30,000 soldados más, que finalmente lograron tomar la ciudad de Puebla al siguiente año, defendida por el general Jesús González Ortega en sustitución de Zaragoza, que murió de tifo poco después de la gran victoria.
El 5 de mayo es día de fiesta y solemne para la nación. La Bandera Nacional deberá izarse a toda asta.
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Invitado- Invitado
Puebla muestra su historia con desfile del 5 de Mayo
PUEBLA, PUEBLA (05/MAY/2013).- Al celebrar los 151 años de la Batalla del 5 de Mayo con el desfile cívico-militar, Puebla mostró su historia desde el descubrimiento del maíz, hasta la actualidad.
De acuerdo al parte del comandante de la XXV Zona Militar, Marco Antonio Barrón Ávila, en el desfile participaron 12 mil 711 peronas de las cuales cuatro mil 748 fueron elementos del Ejército Mexicano y cinco mil 695 civiles.
El acto fue presidido por el presidente Enrique Peña Nieto; el gobernador del estado, Rafael Moreno Valle Rosas, funcionarios de federales, estatales y municipales, así como de los Poderes Legislativo y Judicial.
Participaron 24 aeronaves y algunas de ellas formaron la flor de lis, además desfilaron 83 vehículos, 42 caballos y nueve canes.
Marcharon 25 carros alegóricos con distintas temáticas como el descubrimiento del maíz que era seguido por carritos con anafres con las tradicionales chalupas.
Otros fueron la Cantona; la pirámide de Cholula con la Iglesia en la cima, la biblioteca Palafoxiana; el barroco de Tonanzintla; el Árbol de la Vida y los ejércitos Franceses con su llegada en barcos.
También desfiló un carro alegórico con el General Ignacio Zaragoza y el Ejército de Oriente representando la Batalla del 5 de Mayo, la representación de la carta de Víctor Hugo invitando a los poblanos a resistir, la representación del sitio de 1853, Juárez y la República itinerante, hasta la representación de las siete regiones de Puebla.
Participaron alumnos y maestros de 34 instituciones educativas, así como personajes, actores y bailarines, representantes de los grupos étnicos, técnicos y personal de apoyo.
La parada cívico-militar inició a las 11:10 horas, en donde el público apreció el desfile de tres kilómetros desde el Arco de Loreto en la Calzada Ignacio Zaragoza, hasta el Boulevard 5 de Mayo en su cruce con la avenida 25 Oriente.
El gobierno del estado colocó gradas sobre los camellones centrales, con capacidad para nueve mil personas y sillería gratis para 20 mil espectadores, distribuida a los costados del recorrido del desfile.
Para dicho acto fueron desplegados 700 efectivos policiales y de vialidad, así como 170 cierres en la capital poblana, de todas las calles primarias y secundarias que conectan a la Calzada Ignacio Zaragoza y al Boulevard 5 de Mayo, hacia las laterales en la zona poniente y oriente, a partir de las 5:00 horas y hasta las 15:00 horas.
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De acuerdo al parte del comandante de la XXV Zona Militar, Marco Antonio Barrón Ávila, en el desfile participaron 12 mil 711 peronas de las cuales cuatro mil 748 fueron elementos del Ejército Mexicano y cinco mil 695 civiles.
El acto fue presidido por el presidente Enrique Peña Nieto; el gobernador del estado, Rafael Moreno Valle Rosas, funcionarios de federales, estatales y municipales, así como de los Poderes Legislativo y Judicial.
Participaron 24 aeronaves y algunas de ellas formaron la flor de lis, además desfilaron 83 vehículos, 42 caballos y nueve canes.
Marcharon 25 carros alegóricos con distintas temáticas como el descubrimiento del maíz que era seguido por carritos con anafres con las tradicionales chalupas.
Otros fueron la Cantona; la pirámide de Cholula con la Iglesia en la cima, la biblioteca Palafoxiana; el barroco de Tonanzintla; el Árbol de la Vida y los ejércitos Franceses con su llegada en barcos.
También desfiló un carro alegórico con el General Ignacio Zaragoza y el Ejército de Oriente representando la Batalla del 5 de Mayo, la representación de la carta de Víctor Hugo invitando a los poblanos a resistir, la representación del sitio de 1853, Juárez y la República itinerante, hasta la representación de las siete regiones de Puebla.
Participaron alumnos y maestros de 34 instituciones educativas, así como personajes, actores y bailarines, representantes de los grupos étnicos, técnicos y personal de apoyo.
La parada cívico-militar inició a las 11:10 horas, en donde el público apreció el desfile de tres kilómetros desde el Arco de Loreto en la Calzada Ignacio Zaragoza, hasta el Boulevard 5 de Mayo en su cruce con la avenida 25 Oriente.
El gobierno del estado colocó gradas sobre los camellones centrales, con capacidad para nueve mil personas y sillería gratis para 20 mil espectadores, distribuida a los costados del recorrido del desfile.
Para dicho acto fueron desplegados 700 efectivos policiales y de vialidad, así como 170 cierres en la capital poblana, de todas las calles primarias y secundarias que conectan a la Calzada Ignacio Zaragoza y al Boulevard 5 de Mayo, hacia las laterales en la zona poniente y oriente, a partir de las 5:00 horas y hasta las 15:00 horas.
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Invitado- Invitado
Re: 5 de mayo de 1862 – Aniversario de la Batalla de Puebla
El del año pasado con el Presidente Calderón, mientras estaba como remiso en el SMN fue de esas veces que se te eriza la piel con el discurso, con las palabras. A pesar que por varios factores que no mencionare no se tomo en cuenta a mi unidad para ir a la ceremonia de celebración, la escuchamos en vivo mientras jurábamos bandera desde nuestra unidad, y fue una experiencia muy solemne. Nada que ver el de este año con el anterior.
belze- Staff
- Cantidad de envíos : 6135
Fecha de inscripción : 10/09/2012
Re: 5 de mayo de 1862 – Aniversario de la Batalla de Puebla
Inche zorra andabas de remiso y no entraste al activo asi belze? Cha-le. Disculpen por el off topic.
E interesante eso que mencionas de escuchar la transmision en vivo.
Pero si es bien solemne eso de jurar bandera. El 5 de Mayo es si acaso, el dia mas importante para todo conscripto.
E interesante eso que mencionas de escuchar la transmision en vivo.
Pero si es bien solemne eso de jurar bandera. El 5 de Mayo es si acaso, el dia mas importante para todo conscripto.
Ese sueño de unir dos océanos sedujo a osados polacos y tenaces científicos
La derrota francesa en Puebla retrasó casi un año el avance de los invasores y obligó a Napoleón III a enviar a México, en septiembre del mismo año, un nuevo ejército de 30 mil hombres al mando del general Élie-Frédéric Forey, con lo cual la fuerza expedicionaria francesa llegó a los 40 mil efectivos. En esa nueva oleada venían soldados polacos y científicos que pretendían emular las glorias vividas en Egipto por Napoleón Bonaparte. Ninguno de ellos imaginaba que la osadía gala, gracias a la Guerra de Secesión en Estados Unidos, tenía los días contados y terminaría de manera funesta para un despistado aristócrata austríaco llamado Maximiliano de Habsburgo y su corte de ilusos.
México, 10 de mayo.- Una tensa espera flotaba en el ambiente del Palacio Nacional el 5 de mayo de 1862. El presidente Benito Juárez y su gabinete seguían en vilo por el último telegrama enviado por Ignacio Zaragoza desde el campo de batalla en Puebla hacia las 12:30 del día. En el cable se informaba que el fuego de artillería de ambos bandos se había desatado.
Luego se instauró entre ellos el reino del silencio.
Ese silencio que avivaba incertidumbre y malos augurios. Por eso Juárez mandó al general Florencio Antillón, al mando de los Batallones de Guanajuato, para apoyar a Zaragoza. Y de esta manera sólo 2 mil hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados se quedaron para defender la Ciudad de México. No era esperanzador para nadie saber que, si las tropas de Antillón se perdían, la capital sería presa fácil del invasor.
Esa era la realidad mexicana y de su ejército. El país estaba exhausto por la Guerra de Reforma (1858-1861), donde el bando liberal, encabezado por Benito Juárez, impuso a los conservadores la Constitución Liberal de 1857, la cual, entre otras transformaciones, explica el etnohistoriador Venancio Armando Aguilar Patlán, separaba los asuntos religiosos de los asuntos civiles en la vida social mexicana.
Ese proceso llamado secularización y cuya primera y principal medida fue desposeer a la Iglesia católica mexicana de la gran masa de bienes raíces y de capitales que administraba, ya que el dominio y posesión de dichos bienes le habían conferido a la Iglesia católica tal poder, que ésta lo utilizaba para oponerse a las medidas que el gobierno liberal trataba de aplicar para propiciar el progreso económico y social.
En suma, la guerra entre liberales y conservadores había mermado la paupérrima economía del país, el Gobierno estaba en bancarrota —como ya era una tradición, “La Patria está pobre” se decían unos a otros, madres a hijos, dueños a trabajadores— y los recursos que la administración juarista podría obtener de la venta de los bienes de la Iglesia tenían tantos problemas legales que era imposible captar recursos de ahí porque, con diferentes artimañas, la jerarquía religiosa recurría a prestanombres para cambiar la posesión de diferentes bienes y tierras, una y otra vez, como se dan misas y se reparten bendiciones por la mañana y al caer el sol.
En esa espiral de pobreza y conflictos se encontraba la joven generación que defendió al país durante la invasión estadounidense y que ahora tenía entre 30 y 40 años de edad y tomaba sobre sus hombros la defensa del país ante el invasor francés. Así, con una escalofriante falta de recursos económicos y un hambre endémica, el país conjuntaba en la Ciudad de Puebla su única y última resistencia, ante la inminente toma de la Ciudad de México.
Un primer enfrentamiento, bastante menor, ocurrió en Acultzingo, en donde Ignacio Zaragoza al frente de 3 mil hombres, enfrentó a una avanzada del ejército francés y, en la refriega, les causó 32 bajas. La pequeña escaramuza apenas duró unas tres horas. Ya lejos de la refriega, Zaragoza comprobó con desaliento que el ejército mexicano era una mezcla de militares mal armados e indígenas peor armados.
Por eso la victoria de la batalla del 5 de mayo fue aleccionadora en varios sentidos. Primero logró posponer la intervención de las fuerzas napoleónicas durante un año, lo cual dio tiempo al gobierno de Juárez para medir sus fuerzas, organizar la inminente salida de la Ciudad de México y preparar la resistencia, explica el historiador Humberto Morales Moreno, catedrático de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y coordinador del libro de ensayos históricos Puebla en la época de Juárez y el Segundo Imperio, publicado por El Colegio de Puebla.
—La batalla dejó en evidencia que México no contaba todavía con un ejército de envergadura profesional pero el ánimo patriótico estaba por primera vez conectando con un sentimiento de identidad republicana que ya no era simplemente el patriotismo criollo de la etapa postvirreinal —explica el investigador en una entrevista concedida a El Universal el 28 de abril de 2012.
Dos millones 400 mil soldados bajo el mando de Abraham Lincoln derrotaron al ejército que defendía la esclavitud en los 11 estados del sur de Estados Unidos con un millón 227 mil hombres en armas. El conflicto fortalecería el temperamento guerrero del vecino país y definiría su papel de potencia a nivel mundial porque la razón básica de las diferencias entre la Unión del Norte y los Estados Confederados de América fue económica. Los norteños impusieron tras la victoria una economía industrial-abolicionista por encima de la anacrónica economía agraria-esclavista del sur.
Los Estados Confederados de América
La intervención francesa está estrechamente ligada a la Guerra de Reforma y a un suceso que cambió la historia de Estados Unidos: la Guerra de Secesión entre un norte liberal e industrial y un sur esclavista y tradicional, conflicto que duró del 12 de abril de 1861 al 9 de abril de 1865 y que distrajo a la naciente potencia industrial de su “Destino Manifiesto” de gobernar toda América.
El riesgo de otra invasión estadounidense, tras la guerra de 1847, siempre permaneció latente. Y, de haber invadido México, los sureños estadounidenses se hubiesen fortalecido y, entrando a la arena de las especulaciones, podrían haber vencido a los unionistas —los del norte comandados por Abraham Lincon— y habrían creado un país que habrían llamado Estados Confederados de América, fracturando así a los Estados Unidos en dos naciones.
Pero eso no ocurrió para fortuna de Juárez, quien, desesperado por tener recursos económicos y armas para vencer a sus enemigos conservadores, estableció el Tratado Ocampo-MacLane el 14 de diciembre de 1859 para ceder a Estados Unidos y a perpetuidad, el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, de un mar al otro, por cualquier camino existente o por existir, además de los derechos de tránsito entre la ciudad de Guaymas, en el Golfo de California al rancho de Nogales, y de Camargo y Matamoros, sobre el río Bravo del Norte, al puerto de Mazatlán por la vía de Monterrey, relata el prolífico escritor chihuahuense José Fuentes Mares en su libro Biografía de una nación. De Cortés a De la Madrid. Tanta fue la suerte del oaxaqueño que el Congreso de Estados Unidos no ratificó los tratados y la marina de ese país le ayudó a hundir la flota de sus adversarios en Veracruz. Así, de golpe, los conservadores mexicanos fueron derrotados y tuvieron que buscar ayuda, como Juárez, en el extranjero y en Europa hallaron el apoyo de Francia.
Gracias a la Guerra de Secesión, Napoleón III, Emperador del Segundo Imperio Francés, vio la oportunidad perfecta para establecer en México una monarquía afín a él. El padre del periodismo cultural mexicano, Fernando Benítez, describe en Un indio zapoteco llamado Benito Juárez de qué estaba hecho hombre que el novelista francés Víctor Hugo siempre llamó “Napoleón el Pequeño”.
Tras favorecer la creación del Canal de Suez, que partía en dos África y Asia y unía el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo, Napoleón III soñaba con acortar las distancias entre los continentes, facilitar las comunicaciones y poner en circulación riquezas aún inexploradas. Por eso su mirada se posó en América para abrir un canal interoceánico que uniera el Océano Pacífico con el Caribe y el Atlántico y que se llamaría, por supuesto, Canal Napoleón.
Otra razón que lo anima era detener el arrollador avance del expansionismo militar y el poderío industrial de los Estados Unidos —su creciente competidor comercial— hacia el sur del continente americano. “En su opinión”, escribe Benítez, “era indispensable evitar la destrucción de la raza latina en América, establecer gobiernos fuertes en estas naciones, que brandaran paz y seguridad, y así llevar a cabo una grandiosa empresa en continente para gloria de su Imperio y de Europa”.
Incluso, ya desatadas las hostilidades en suelo mexicano, Napoleón III, refiere Celia Salazar Exaire, autora del libro Los fuertes de Loreto y Guadalupe, recibió el ofrecimiento de la confederación sureña de recibir algodón por el monto de 12 millones de dólares si la armada francesa levantaba el bloqueo que tenían los puertos secesionistas por parte de barcos norteños. Pero su genio militar le hizo desoír la oferta y concentrarse primero en México.
Por eso, reitera el historiador Aguilar Patlán, Napoleón III decidió aprovechar el divisionismo entre los mexicanos para intervenir con su poderoso ejército y fundar en la joven y desgarrada nación mexicana una colonia o protectorado francés, encabezado por un príncipe extranjero, papel que recayó en el aristócrata austríaco Maximiliano de Habsburgo.
Todo se tramó en Londres el 31 de octubre de 1861. Ese día, representantes de los gobiernos de España, Francia e Inglaterra se reunieron para exigirle al gobierno de Juárez el pago de la deuda contraída con anterioridad. Preocupados por el incumplimiento de sus créditos, delegaciones militares de cada uno de los países demandantes llegaron a México. España lo hizo en diciembre de 1861 y las fuerzas inglesas y francesas en enero del año siguiente.
Los batallones de los tres países acreedores desembarcaron en el puerto de Veracruz a principios de 1862, en un evidente intento de invasión. Juárez llegó a un acuerdo diplomático con ingleses y españoles, estableciendo los acuerdos de La Soledad, y sus escuadras fueron repatriadas, pero no sucedió lo mismo con los franceses. Tropas adicionales al ejército francés, integradas por belgas, austriacos, polacos y soldados de La Legión Extranjera desembarcaron en Veracruz en marzo de 1862.
Los invasores estadounidenses requirieron dos años (1846-48) y 10 mil hombres para invadir México hasta ocupar la Ciudad de México el 16 de septiembre de 1847. Los militares franceses, guiados por las consejos de Juan Almonte, hijo de Morelos sumado al bando conservador, y Dubois de Saligny, embajador francés nombrado por Napoleón, pensaban que serían recibidos por lluvias de flores cuando lo encontraron siempre fueron balas y repudio.
Con una economía destruida por casi 50 años de guerras civiles, con un Estado débil y una población dividida por las pugnas entre facciones liberales y conservadoras, la conquista del país parecía una empresa factible con un contingente reducido de soldados. Habían pasado solamente 13 años desde la última invasión que costó al país la pérdida de territorios de 2.4 millones de km cuadrados. Esa última invasión había brindado una amarga lección que establecía que los mexicanos no debían enfrentar a sus enemigos desunidos. Las tropas francesas ocuparon el territorio de México, con una resistencia que nunca cesó, entre 1862 y 1867.
Por eso, el primer objetivo militar de los invasores fue capturar la aduana de Veracruz porque la actividad económica de México era agrícola primordialmente, ya que el 80 por ciento de la población vivía en el campo y la industria prácticamente no existía porque, tanto la minería como los textiles, se habían colapsado por tantas guerras e inseguridad en los caminos. Después de Veracruz, los caminos que siguieron los franceses fueron de asaltos guerrilleros y raros momentos de sosiego y descanso.
Las tropas de Napoleón III fueron reforzadas con soldados de otras nacionalidades. Tanto belgas, austriacos, polacos y soldados de La Legión Extranjera se batieron junto con checos, eslovacos y otros pueblos eslavos en aquel sueño imperial.
Galán, atolondrado y polaco
Edward Adam Subikurski se ganó la simpatía mexicana el 14 de octubre de 1853 cuando venció en Sonora a los franceses dirigidos por Gaston Raousset-Boulbon, aunque los dos, el galo Raousset-Boulbon y el polaco Subikurski, eran tan aventureros como hombres de armas, a cual más osado, en un país convulso llamado México.
El historiador Krzysztof Simolana, en el ensayo “Los soldados polacos en la Intervención Francesa en México”, publicado en la revista Istor en octubre de 2012, retoma la historia de Subikurski como la de otros paisanos suyos que participaron, tanto en el bando liberal como en el conservador, en la intervención francesa de 1862.
Aunque es Subikurski el que atrae más su atención por su vida es azarosa y sobrante de pasajes dignos de la mejor de las novelas de aventuras de ese siglo donde los escritores románticos, a la manera del británico Lord Byron, fusionaron las armas de la literatura con las de la milicia.
Edward Adam Subikurski nació el 24 de diciembre de 1826 en Hussakowo, en el distrito de Przemysl, en el seno de una familia noble empobrecida y, casi todo el tiempo, desde su temprana infancia, estaba fuera de la casa familiar dada la pésima situación que afrontaban como podían Józef Mieczyslaw Losakowski y Leokadia Charczewska, que tenían ante sí ocho almas que alimentar, vestir y educar. Un día, Józef Losakowski fue detenido junto con sus hijos mayores, Maciej y Józef, acusado de formar parte del complot contra el regimiento austriaco de Mazzucheti, estacionado en Lvov. Desesperado, sin tener ningún recurso económico fijo, Edward Adam se unió a los verdugos de su padre y hermanos y entró voluntariamente al ejército austríaco, lo cual le acarreó el desprecio de los suyos y sus compatriotas que veían a los austríacos como invasores.
Seweryn siempre dijo de su hermano Edward Adam que su carácter era atolondrado y donjuanesco. Por ello, en cuanto pudo, desertó del regimiento Batoletów. Era 1848, durante una sublevación que fue llamada la Primavera de los Pueblos, cuando se unió a los insurgentes de Hungría. Pero no se sabe si esa decisión la tomó individualmente o como parte de la ayuda organizada desde Galitzia a la revolución húngara. Para su mala fortuna fue capturado por las tropas imperiales y, pese a ser desertor, no fue condenado y sólo fue trasladado a Praga a un nuevo regimiento.
Como se lamenta el historiador Simolana se desconocen las circunstancias de todos esos sucesos, pero esas zonas oscuras en la vida de Subikurski serán normales en él y no serán las únicas que lo acompañarán a lo largo de su existencia. Baste el ejemplo de los amoríos que tuvo con la esposa del mariscal Alfred Windischgrätz (1787-1862), duque y mariscal austriaco, quien comandaba las tropas austriacas que aplastaron la revolución húngara en 1849. Si en los campos de batalla de Europa central, los austriacos eran amos y soberanos, en la cama de su mayor guerrero era otro quien reinaba.
Ascendido a oficial en 1854, Subikurski marchó a Italia para formar parte de las operaciones militares austriacas, pero en cuanto pudo volvió a huir a Suiza, de donde también se fugó tras la posibilidad de ser deportado y halló refugio en París hasta marchar hacia el Nuevo Mundo.
En Estados Unidos, según cuenta su hermano Seweryn, Subikurski enseñaba hipismo y, tan buena fue su buena estrella, que se volvió bibliotecario de una sabia estadunidense que tenía el don de lenguas porque ella podía hablar polaco con él. Luego, en otra vuelta de la vida, Seweryn cuenta que su hermano estaba como otros gambusinos buscando oro en la costa oeste, en la salvaje California.
El 15 de diciembre de 1851, el presidente de México Mariano Arista nombra a Edward Adam Subikurski teniente coronel e instructor en las colonias militares ubicadas en el norte de México y fue entonces que empezó a usar el apellido Subikurski y los nombres de Edward Adam, quizá para no tener problemas con la pronunciación del apellido con el que nació: Lusakowski.
En enero de 1856 ya servía con el grado de capitán en la caballería mexicana. “¿Cómo y por qué se encontró precisamente en México y qué lo había traído?”, se pregunta Simolana. “No se sabe. Quizás el republicanismo de Benito Juárez o el conservadurismo de sus adversarios, o tal vez otra cosa”.
Tras vencer la expedición punitiva de Gaston Raousset, Subikurski fue condecorado como defensor de “la integridad territorial del estado”. Luego fue enviado en 1860 a Oaxaca para que organizara las tropas de caballería del gobierno constitucional y allí se batió victoriosamente con los conservadores rebeldes. Por tales méritos, en agosto de 1860, ascendió, por orden de Benito Juárez, al grado de coronel de caballería y se unió a esa pequeña galaxia de militares polacos que guerrearon para liberales y conservadores antes de la llegada de otros compatriotas suyos junto con las tropas francesas: Jan Hiz, Augustyn Jakubowski, Seweryn Galezowski, Ferdynand Gutt, Teofil Berthier, Antoni Piotrowski de Vilna, Aleksander Stachorski, Augustyn Wegierski, Antoni Jablonski y Stanislaw Kersikowski, estos dos últimos de probada lealtad conservadora.
Polacos entre los franceses
Aunque jamás sea posible determinar el número exacto de los polacos que participaron en la expedición colonial francesa, advierte Simolana, hay ciertos registros que prueban su presencia dispersa porque nunca fueron agrupados en una formación militar bajo la bandera polaca sino que formaron parte de varias formaciones en distintos períodos, al igual que ocurrió con soldados checos, eslovacos y otros pueblos eslavos.
En la Legión Extranjera Francesa, formación creada durante el reino de Luis Felipe, en 1831, y con exitosas apariciones en África del Norte, España, Crimea e Italia, había 143 polacos, según estudio de R. Bielecki, que llegaron en diferentes momentos del conflicto.
En 1863 había 37. En 1864 eran 59. En 1865 fueron 102. En 1866 había 94 y para 1867 la cifra era de 66. 14 de ellos perdieron la vida en México, 12 por enfermedades que afectaban masivamente al ejército intervencionista. Uno murió en la lucha en Zacatecas, en 1867. Solamente uno murió directamente en batalla y fue al principio de la participación de la Legión Extranjera en la campaña mexicana. El 30 de abril de 1863, la compañía del I Batallón, que tenía alrededor de 60 soldados, se defendía de los ataques de las tropas mexicanas cerca de Camarón Tejeda, en el estado de Veracruz. En esa batalla guerrearon tres polacos.
“Es curioso que de los 143 polacos, casi una cuarta parte desertó o por lo menos se alejó y nunca más volvió a la tropa”, explica Simolana. “Desgraciadamente no tenemos, por lo menos hasta ahora, información sobre los motivos de la fuga, en qué grado era efecto de la situación interna de las tropas y en qué medida resultado del deseo de unirse a las tropas mexicanas para mantener la independencia de México. No obstante, sin importar los motivos, el juramento militar y el contrato fueron incumplidos por un alto porcentaje de los polacos que servían en la Legión, lo cual vale la pena recordar”.
Otra formación que contó con soldados polacos fue el Cuerpo de Voluntarios Austríaco Belga que empezó su reclutamiento en junio de 1864, cuando se supo que Maximiliano de Habsburgo iba a México para calzarse la corona imperial. En total, a Liubliana, donde se concentraron las tropas, llegaron 7 mil 400 hombres. 945 eran polacos, según las investigaciones de M. Kulcykowski.
541 de aquellos hombres eran los insurgentes de la Sublevación de enero de 1863 y que fueron hechos prisioneros por los austríacos. 404 eran voluntarios de Galitzia. De ese total, 840 salieron para México, todos los insurgentes y 299 de Galitzia. De todo aquel grupo, 470 servían en la infantería. Al país llegaron sólo 824 porque algunos desertaron durante el traslado de Liubliana a México y porque también las condiciones de viaje eran tan duras que las comisiones médicas reconocieron como incapaces para el servicio a 375 voluntarios y nueve oficiales.
Casi todos los combatientes polacos exudaban juventud. Entre los insurgentes prisioneros, en su mayoría con formación militar, el 13.3 por ciento tenían menos de 20 años de edad. 57.2 por ciento estaba entre los 21 y los 25 años. 21.5 por ciento entre los 26 y los 30. 30.6 por ciento estaba entre los 31 y los 35, y sólo 2 por ciento eran mayores de 35 años.
Esas fuerzas se agotaron con cierta rapidez ante las enfermedades y el ataque constante y fiero de la guerrilla mexicana que los mantuvo en un estado de alerta y vigilancia, sin reposo y sin refuerzos.
El fin de la Guerra de Secesión en 1865 produjo que Estados Unidos tuviera una participación más activa en el conflicto y empezaron a ejercer presiones diplomáticas sobre los países europeos para que Francia se retirara de México. A fines de 1866, Napoléon III dejó a su protegido Maximiliano. Éste decidió quedarse en México y continuar luchando por mantener el poder. En diciembre de 1866, Maximiliano dio libertad a los soldados y oficiales para decidir si querían permanecer en el país y luchar en su ejército o regresar a Europa. Apenas cuatro oficiales y 110 voluntarios polacos decidieron quedarse con las tropas de Maximiliano de Habsburgo, aunque una parte de ellos se retiraron y regresaron a Europa en 1867. Probablemente se quedaron en México alrededor de 100 o 120 polacos.
En abril de 1867, desembarcaron en Europa, entre otros soldados del Cuerpo, 419 polacos. Es decir, apenas 50.8 por ciento de los que habían salido a México. ¿Qué pasó con los más de 400 faltantes? M. Kulczykowski calculó que 83 antiguos insurgentes habían desertado.
“No cabe duda que muchos soldados, antiguos insurgentes, sobrevivían una gran tragedia y se dieron cuenta ya en México, durante las luchas, cuán alto precio tenían que pagar por el paso insensato de acceder como voluntarios al Cuerpo”, advierte Kulczykowski. “Ellos mismos se consideraban veteranos de las luchas por la independencia de su propia patria y sirvieron a la causa de subyugar a otro pueblo que luchaba contra los intervencionistas europeos”.
La caballería era el arma más versátil que tenían las dos fuerzas beligerantes dada su movilidad y acumulada experiencia de sus integrantes. Diestros en el uso de la lanza, las espadas y la letal sorpresa.
P. Miranda, S. Hernández, Santos Degollado, litografía del siglo XIX. Imagen tomada del libro: Eduardo Báez, La pintura militar de México en el siglo XIX, México, SDN, 1992, p. 65.
No todos los polacos son gatopardos
¿Y qué fue del atolondrado Edward Adam Subikurski cuando los franceses invadieron México? Una vez más, fiel a su carácter ambivalente, decidió volver a Polonia en 1864. Como coronel le pidió al mismo presidente Juárez que le liberara el servicio y, en cuanto pudo, partió hacia Veracruz para unirse a las tropas conservadoras y el general Leonardo Márquez lo incluyó en su Estado Mayor. Para 1866 fue confirmado como coronel de caballería en el ejército imperial y fue fiel al emperador hasta el final porque cayó preso el 15 de mayo de 1867 en Querétaro. Su buena estrella no lo abandonó otra vez porque su traición no fue castigada y fue aceptado nuevamente en el ejército. Como broche de oro en su atribulada existencia, en 1880, Porfirio Díaz volvió a otorgarle su grado de coronel de caballería que mantuvo en sosiego hasta su muerte en 1901.
Acabada la Guerra de Secesión otro grupo de polacos vino a México a guerrear por la causa juarista. Algunas estimaciones hablan de varias centenas de hombres, pero la cifra, ondulante e imprecisa, parece exagerada.
Lo que es cierto es que uno de esos hombres fue clave en la victoria sobre Maximiliano de Habsburgo. El coronel Jan —conocido como John— Sobieski formó parte del Estado Mayor del general Mariano Escobedo, quien conquistó la última fortaleza del imperio en Querétaro. Según una leyenda repetida entre los polacos residentes en México, Sobieski dirigió el pelotón de ejecución que fusiló a Maximiliano. Lo último es sólo una leyenda, aunque es posible que hubiera sido testigo de aquel suceso.
Aquel 19 de junio de 1867 estuvo presente durante la ejecución otro polaco: un soldado de la guardia de la emperatriz Carlota, Jan Smolka. Fue uno de los que regresó a su país natal, donde murió en 1930 a la edad de 90 años.
Otros voluntarios de Estados Unidos que destacaron fueron los oficiales mayores Szmidt y Pytlakowski. Hay otro hecho que sobresale en la participación polaca en el conflicto mexicano. Los integrantes de la Sublevación de enero de 1863, particularmente de raíces republicanas, que estuvieron en Francia y en desacuerdo total con la política de Napoleón III, querían crear su propia formación militar que luchara por la defensa del México independiente.
Hay un documento de esta iniciativa y forma parte de la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional. Se trata del manuscrito del proyecto de formar una legión polaca que iba a luchar al lado de Benito Juárez. Se atribuye su autoría al general Hauke-Bosak. El texto está dirigido a un general mexicano, cuyo nombre y apellido se desconocen. La existencia del proyecto comprueba que hubo discusiones, por lo menos en los círculos de inmigrantes “rojos”, sobre el problema de la intervención en México.
La pasión científica de Vicente Riva Palacio
A Napoleón III le obsesionaba su grandeza y su lugar en la historia, por eso emuló en todo lo que pudo a su tío Napoleón Bonaparte y quiso que el cuerpo expedicionario enviado a México fuera como el contingente que fue a Egipto en 1798 con 154 científicos y que realizó los primeros estudios para construir el Canal de Suez y que halló, el 19 de julio de 1799, la Piedra Rosetta cuyos jeroglíficos egipcios e inscripciones demóticas y griegas permitieron la creación de un código para descifrar la escritura de los tiempos faraónicos.
Así, tan pronto sus tropas ya están en México, le pide a su ministro de Instrucción Pública, el historiador Victor Duruy, estudiar la realización de dicho proyecto. El Ministerio de Instrucción Pública, por medio de su división de Ciencias y Letras, tiene entonces, entre otras atribuciones, el apoyo a las misiones científicas y literarias en tierras lejanas. Sin embargo, al enumerar todas las riquezas naturales de México en el reporte que rinde ante el emperador, Duruy deja entrever otras ambiciones para nada científicas:
“Quizá México no tenga para ofrecernos el interés histórico que presentaba la tierra de Egipto… Sin embargo, México también tiene muchos secretos qué revelarnos: una civilización extraña, que la ciencia se encargará de revivir, razas cuyo origen se nos escapa, lenguas desconocidas, inscripciones misteriosas y monumentos grandiosos. Pero si vemos la expedición desde el punto de vista de las ciencias naturales… es una región inmensa, bañada por dos océanos, atravesada por grandes ríos y altas montañas que, al ubicarse cerca del ecuador, tiene todos los climas, pues tiene todas las altitudes, en donde la poderosa vegetación de los trópicos abriga innumerables tribus de seres animados, en donde finalmente la riqueza del subsuelo responde a la de la superficie, pues los miles de millones que, desde hace tres siglos, México ha entregado a Europa no son más que las premisas de los tesoros que reserva para ella…. Cuando nuestros soldados abandonen esas tierras, dejando tras ellos gloriosos recuerdos, nuestros científicos terminarán de conquistarla para la ciencia”.
Armelle Le Goff, en un texto llamado “Por una historia de las relaciones intelectuales franco-mexicanas. Los archivos de la Comisión de Exploración Científica de México: 1864-1867”, publicado en la revista Istor en otoño de 2012, reconstruye lo que fue aquella expedición y su legado porque el desprestigio de Francia por la intervención militar en México y la caída del Segundo Imperio ocultaron en los registros el papel que desempeñó esta comisión en el ámbito científico.
Aún así, numerosas publicaciones científicas fueron realizadas después de dicha expedición gracias a que los científicos realizaron una recolección metódica de datos y objetos en todos los sitios a los que pudieron ir. Sus aportes abarcan varias disciplinas: zoología, botánica, geografía, lingüística, antropología, entre otras. Algunos volúmenes con sus trabajos tardaron cerca de veinte años en aparecer, lo cual pudo hacer creer que los trabajos de la Comisión Científica de México no habían sido muy fructíferos.
Esa Comisión estaba compuesta por 26 miembros, personalidades políticas o científicos, que se reunían en comisión central en París y que se hallaban distribuidos en cuatro comités. El primer comité se ocupaba de las ciencias naturales y médicas, el segundo de las ciencias físicas y química, el tercero de la historia, la lingüística y de la arqueología y el cuarto de la economía política, de la estadística, de los trabajos públicos y de las cuestiones administrativas. 14 “viajeros” de diferentes especialidades, entre los cuales el más célebre es el abad Brasseur de Bourbourg, viajaron en misión a México. La Comisión también trabajó con unos 40 corresponsales en México, entre ellos 15 científicos mexicanos.
Los expedientes de sus informes permiten seguir el control de la administración sobre las actividades de la Comisión, así como el arbitraje del ministro Victor Duruy. Éste se involucró mucho en los trabajos de la Comisión que presidía: su correspondencia y las numerosas anotaciones al margen escritas en los documentos recibidos concernientes a esta expedición científica son prueba de ello. Nada escapaba a su vigilancia; como en los otros sectores de su Ministerio, insistía en leerlo todo.
El gobierno francés gastó para la expedición de México y sus publicaciones hasta 1878 un total de casi 700 mil francos-oro, completamente justificados con facturas y órdenes de pago. Los presupuestos provisionales y las órdenes presupuestales excepcionales representan aproximadamente un millón de francos.
Lejos de encontrar un territorio árido y hostil a la ciencia, los integrantes de la expedición contaron con el apoyo de sus paisanos que hacían la guerra. Antes de que lleguen los primeros científicos, el coronel Louis Toussaint Simon Doutrelaine (1820-1881), delegado oficial de la Comisión Científica de México y comandante del equipo expedicionario francés, escribe el 14 de abril de 1864:
“Hay en el ejército francés oficiales que, sin ser científicos, tienen ciertos gustos, ciertas aptitudes y ciertos conocimientos que los vuelven casi especialistas. Algunos de ellos se han hecho de colecciones de aves, de reptiles, de lepidópteros, de coleópteros, de minerales, etc., y para reunir esas colecciones que serían muy curiosas en Francia, se pusieron en contacto con indígenas, mestizos o indios, que se han acostumbrado a estas investigaciones. Por otra parte, entre los mexicanos hay hombres enormemente sobresalientes en todas las ramas de la ciencia, y nos brindarán su colaboración; porque la comisión será franco-mexicana. Si no estamos en condiciones de realizar trabajos científicos, al menos nos bastará realizar algunas observaciones sencillas, reunir materiales de toda naturaleza, y eso ya es mucho. Si al final llega aquí una comisión de verdaderos científicos, al menos ya les habremos preparado el camino, y su tarea será más fácil; sólo tendrá que coordinar, dirigir y profundizar nuestros trabajos siguiendo algunas indicaciones sobre el plan de organización de la futura comisión.
Entre los viajeros científicos se encuentran los geólogos Edmond Guillemin-Tarayre, Auguste Dollfus, Eugène de Monserrat y Paul Pavie. El ingeniero de minas Edmond Guillemin-Tarayre. Los botánicos Adolphe Boucard, Eugène Bourgeau y Louis Hahn. El arqueólogo Léon Méhédin. El artista estatuario Alphonse Lami y el meteorólogo Andrès Poey. El zoólogo Marie-Firmin Bocourt.
Aunque Maximiliano veía con malos ojos a estos expedicionarios científicos, la cooperación científica con los franceses fue deseada y practicada por una parte de los científicos mexicanos. Fruto de esos contactos, donde prevalece el fervor por la investigación científica, son la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, fundada el 18 de abril de 1833, es decir, la primera sociedad de geografía creada en el continente americano, y la cuarta en el mundo.
Y la sexta sección de la Comisión Franco-Mexicana, la de ciencias médicas, pone el ejemplo de una colaboración científica entre franceses y mexicanos. Dicha sección publicó de manera regular un boletín, La Gaceta Médica de México, que permite seguir sus trabajos desde su creación en 1864 y es responsable de la creación de la Academia de Medicina de México a finales del año 1865. Del mismo modo, en lo concerniente a la geografía, Doutrelaine se da cuenta del trabajo ya realizado en México y, en julio de 1865, transmite, apoyándolas después de haberlas verificado personalmente, las rectificaciones de Francisco Jiménez al informe del geógrafo Vivien de Saint-Martin sobre la geografía mexicana.
Incluso el interés de la ciencia prevaleció por encima de la división política, de esta manera, en el oficio de Doutrelaine fechado el 5 de febrero de 1866, se informa que el general liberal mexicano Vicente Riva Palacio, ferviente republicano juarista, hombre de ciencia ilustrado, facilitó el trabajo del botánico Louis Hahn, “viajero” francés de la Comisión Científica de México en el estado de Michoacán, al otorgarle un salvoconducto. De esta manera, Hahn pudo llevar a cabo una cosecha de plantas vivas con toda seguridad.
Sueño evanescente
La curiosidad se nutre de todo, escribió Pierre Larousse en el Grand dictionnaire universal du XIX cuando se refería a las “curiosidades” exóticas que podían hallarse en el mercado parisino. Eran los primeros días de 1870 y Francia ya había sido expulsada de México.
“La conquista de Argelia nos atiborró de objetos árabes; la expedición de China hizo afluir hacia París innumerables figuras orientales”, apuntaba Larousse. “No es sino hasta la expedición de México cuando se introdujeron entre nosotros ciertos monumentos del arte azteca, y ese es, en verdad, el mejor resultado que haya tenido (la invasión)”.
La reproducción de la pirámide de Xochicalco, la cual ocupaba un lugar predominante en la exposición universal de París en 1867, prueba la creciente fascinación que despiertan las culturas mesoamericanas entre los franceses y, tras el descalabro militar, llevan a varios a pensar que se trata de una consecuencia positiva de la intervención, considera la doctora en historia y conservadora general del patrimonio francés Christiane Demeulenaere-Douyère, autora del ensayo histórico “1867: Los parisinos descubren el México antiguo”, publicado en Istor en otoño de 2012.
Para ella, la réplica de la pirámide, realizada por el arquitecto y fotógrafo Léon Eugène Méhédin, era la única manifestación tangible de una expedición militar y científica acerca de la cual la prensa gala había informado con un entusiasmo que fue decayendo conforme se acumulaban las derrotas.
Tras realizar fotografías en gran formato de las batallas francesas en Sebastopol y reproducciones de esculturas egipcias, el 9 de agosto de 1864 Méhédin se convierte en “viajero” para la arqueología de la Comisión Científica de México, pero su enorme deseo de ir a Yucatán no se ve cumplido a causa de la guerrilla. En cambio, realiza numerosos apuntes de piezas antiguas, mediante el dibujo y la fotografía, reuniendo en pocos meses más de 200 dibujos y numerosas fotografías. Hace también excavaciones en la Isla de Sacrificios de Veracruz, realiza improntas en Teotihuacan y, a finales de 1865 y hasta agosto de 1866, trabaja en Xochicalco en el llamado templo de Quetzalcóatl. Para ello dibuja con exactitud el templo a colores y lo fotografía en calotipo gigante para luego realizar la impronta en su totalidad.
Cuando se va de México, el 8 de octubre de 1866, Méhédin hizo llegar a París una gran cantidad de envíos: de 1500 a 2000 dibujos y fotografías —algunos de gran formato—, calcos de los códices, numerosas obras y más de 600 metros cuadrados de improntas.
La reproducción de la pirámide de Xochicalco causa sensación en la exposición universal de París en 1867 no porque hay personal vestido con trajes típicos mexicanos ni porque se sirven antojitos desconocidos para el paladar francés, sino porque, como escribe un cronista de la época, Fr. Ducuing:
“Este monumento, tal como está reproducido con sus formas severas y primitivas, con sus caras cubiertas de bajorrelieves jeroglíficos, no es un edificio de fantasía, sino la restitución fiel de un monumento que se encuentra a aproximadamente 25 lenguas al sureste de México, y que ya ha sido descrito vagamente por el padre Alzate, por los señores Humboldt, Nebel, el coronel Dupaix, etc., antes de que el señor Léon Méhédin, el científico e ingenioso explorador, nos lo hubiese restituido mediante el moldeado, tal como lo vemos en el Cham de Mars. […] A pesar de que el piso superior estaba casi destruido cuando se descubrió, pudo hacerse la impronta piedra por piedra y reconstituirse así sin ninguna posibilidad de error, gracias a los restos encontrados intactos y en gran cantidad en las excavaciones realizadas en los escombros”.
La pirámide causa furor también porque es, a su vez, museo ya que en ella se exhiben reproducciones de piezas arqueológicas emblemáticas como la Piedra del Sol y la diosa Coatlicue. Los moldes de esas y otras piezas fueron depositados en el Museo de Etnografía del Trocadero en 1882, y hoy se encuentran en las reservas del Museo del Quai Branly.
Todo el conjunto desata una fascinación por los rituales aztecas y por los sacrificios humanos y la extracción del corazón cuando el visitante ve algunos cuchillos de obsidiana que, se asegura, tuvieron un uso sacrificial.
Aunque los últimos años de Méhédin son tristes, de decepción, amargura y soledad porque no consigue, como él quisiera, seguir promoviendo su trabajo y también porque, la huella del tiempo corroe las piezas y las va destruyendo de forma implacable.
Esos duplicados van pudriéndose como frutas, como el mismo sueño de Napoleón III de fundar un imperio de ultramar donde Francia dominara vastas regiones de América con la ayuda de las armas y la ciencia.
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México, 10 de mayo.- Una tensa espera flotaba en el ambiente del Palacio Nacional el 5 de mayo de 1862. El presidente Benito Juárez y su gabinete seguían en vilo por el último telegrama enviado por Ignacio Zaragoza desde el campo de batalla en Puebla hacia las 12:30 del día. En el cable se informaba que el fuego de artillería de ambos bandos se había desatado.
Luego se instauró entre ellos el reino del silencio.
Ese silencio que avivaba incertidumbre y malos augurios. Por eso Juárez mandó al general Florencio Antillón, al mando de los Batallones de Guanajuato, para apoyar a Zaragoza. Y de esta manera sólo 2 mil hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados se quedaron para defender la Ciudad de México. No era esperanzador para nadie saber que, si las tropas de Antillón se perdían, la capital sería presa fácil del invasor.
Esa era la realidad mexicana y de su ejército. El país estaba exhausto por la Guerra de Reforma (1858-1861), donde el bando liberal, encabezado por Benito Juárez, impuso a los conservadores la Constitución Liberal de 1857, la cual, entre otras transformaciones, explica el etnohistoriador Venancio Armando Aguilar Patlán, separaba los asuntos religiosos de los asuntos civiles en la vida social mexicana.
Ese proceso llamado secularización y cuya primera y principal medida fue desposeer a la Iglesia católica mexicana de la gran masa de bienes raíces y de capitales que administraba, ya que el dominio y posesión de dichos bienes le habían conferido a la Iglesia católica tal poder, que ésta lo utilizaba para oponerse a las medidas que el gobierno liberal trataba de aplicar para propiciar el progreso económico y social.
En suma, la guerra entre liberales y conservadores había mermado la paupérrima economía del país, el Gobierno estaba en bancarrota —como ya era una tradición, “La Patria está pobre” se decían unos a otros, madres a hijos, dueños a trabajadores— y los recursos que la administración juarista podría obtener de la venta de los bienes de la Iglesia tenían tantos problemas legales que era imposible captar recursos de ahí porque, con diferentes artimañas, la jerarquía religiosa recurría a prestanombres para cambiar la posesión de diferentes bienes y tierras, una y otra vez, como se dan misas y se reparten bendiciones por la mañana y al caer el sol.
En esa espiral de pobreza y conflictos se encontraba la joven generación que defendió al país durante la invasión estadounidense y que ahora tenía entre 30 y 40 años de edad y tomaba sobre sus hombros la defensa del país ante el invasor francés. Así, con una escalofriante falta de recursos económicos y un hambre endémica, el país conjuntaba en la Ciudad de Puebla su única y última resistencia, ante la inminente toma de la Ciudad de México.
Un primer enfrentamiento, bastante menor, ocurrió en Acultzingo, en donde Ignacio Zaragoza al frente de 3 mil hombres, enfrentó a una avanzada del ejército francés y, en la refriega, les causó 32 bajas. La pequeña escaramuza apenas duró unas tres horas. Ya lejos de la refriega, Zaragoza comprobó con desaliento que el ejército mexicano era una mezcla de militares mal armados e indígenas peor armados.
Por eso la victoria de la batalla del 5 de mayo fue aleccionadora en varios sentidos. Primero logró posponer la intervención de las fuerzas napoleónicas durante un año, lo cual dio tiempo al gobierno de Juárez para medir sus fuerzas, organizar la inminente salida de la Ciudad de México y preparar la resistencia, explica el historiador Humberto Morales Moreno, catedrático de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y coordinador del libro de ensayos históricos Puebla en la época de Juárez y el Segundo Imperio, publicado por El Colegio de Puebla.
—La batalla dejó en evidencia que México no contaba todavía con un ejército de envergadura profesional pero el ánimo patriótico estaba por primera vez conectando con un sentimiento de identidad republicana que ya no era simplemente el patriotismo criollo de la etapa postvirreinal —explica el investigador en una entrevista concedida a El Universal el 28 de abril de 2012.
Dos millones 400 mil soldados bajo el mando de Abraham Lincoln derrotaron al ejército que defendía la esclavitud en los 11 estados del sur de Estados Unidos con un millón 227 mil hombres en armas. El conflicto fortalecería el temperamento guerrero del vecino país y definiría su papel de potencia a nivel mundial porque la razón básica de las diferencias entre la Unión del Norte y los Estados Confederados de América fue económica. Los norteños impusieron tras la victoria una economía industrial-abolicionista por encima de la anacrónica economía agraria-esclavista del sur.
Los Estados Confederados de América
La intervención francesa está estrechamente ligada a la Guerra de Reforma y a un suceso que cambió la historia de Estados Unidos: la Guerra de Secesión entre un norte liberal e industrial y un sur esclavista y tradicional, conflicto que duró del 12 de abril de 1861 al 9 de abril de 1865 y que distrajo a la naciente potencia industrial de su “Destino Manifiesto” de gobernar toda América.
El riesgo de otra invasión estadounidense, tras la guerra de 1847, siempre permaneció latente. Y, de haber invadido México, los sureños estadounidenses se hubiesen fortalecido y, entrando a la arena de las especulaciones, podrían haber vencido a los unionistas —los del norte comandados por Abraham Lincon— y habrían creado un país que habrían llamado Estados Confederados de América, fracturando así a los Estados Unidos en dos naciones.
Pero eso no ocurrió para fortuna de Juárez, quien, desesperado por tener recursos económicos y armas para vencer a sus enemigos conservadores, estableció el Tratado Ocampo-MacLane el 14 de diciembre de 1859 para ceder a Estados Unidos y a perpetuidad, el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, de un mar al otro, por cualquier camino existente o por existir, además de los derechos de tránsito entre la ciudad de Guaymas, en el Golfo de California al rancho de Nogales, y de Camargo y Matamoros, sobre el río Bravo del Norte, al puerto de Mazatlán por la vía de Monterrey, relata el prolífico escritor chihuahuense José Fuentes Mares en su libro Biografía de una nación. De Cortés a De la Madrid. Tanta fue la suerte del oaxaqueño que el Congreso de Estados Unidos no ratificó los tratados y la marina de ese país le ayudó a hundir la flota de sus adversarios en Veracruz. Así, de golpe, los conservadores mexicanos fueron derrotados y tuvieron que buscar ayuda, como Juárez, en el extranjero y en Europa hallaron el apoyo de Francia.
Gracias a la Guerra de Secesión, Napoleón III, Emperador del Segundo Imperio Francés, vio la oportunidad perfecta para establecer en México una monarquía afín a él. El padre del periodismo cultural mexicano, Fernando Benítez, describe en Un indio zapoteco llamado Benito Juárez de qué estaba hecho hombre que el novelista francés Víctor Hugo siempre llamó “Napoleón el Pequeño”.
Tras favorecer la creación del Canal de Suez, que partía en dos África y Asia y unía el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo, Napoleón III soñaba con acortar las distancias entre los continentes, facilitar las comunicaciones y poner en circulación riquezas aún inexploradas. Por eso su mirada se posó en América para abrir un canal interoceánico que uniera el Océano Pacífico con el Caribe y el Atlántico y que se llamaría, por supuesto, Canal Napoleón.
Otra razón que lo anima era detener el arrollador avance del expansionismo militar y el poderío industrial de los Estados Unidos —su creciente competidor comercial— hacia el sur del continente americano. “En su opinión”, escribe Benítez, “era indispensable evitar la destrucción de la raza latina en América, establecer gobiernos fuertes en estas naciones, que brandaran paz y seguridad, y así llevar a cabo una grandiosa empresa en continente para gloria de su Imperio y de Europa”.
Incluso, ya desatadas las hostilidades en suelo mexicano, Napoleón III, refiere Celia Salazar Exaire, autora del libro Los fuertes de Loreto y Guadalupe, recibió el ofrecimiento de la confederación sureña de recibir algodón por el monto de 12 millones de dólares si la armada francesa levantaba el bloqueo que tenían los puertos secesionistas por parte de barcos norteños. Pero su genio militar le hizo desoír la oferta y concentrarse primero en México.
Por eso, reitera el historiador Aguilar Patlán, Napoleón III decidió aprovechar el divisionismo entre los mexicanos para intervenir con su poderoso ejército y fundar en la joven y desgarrada nación mexicana una colonia o protectorado francés, encabezado por un príncipe extranjero, papel que recayó en el aristócrata austríaco Maximiliano de Habsburgo.
Todo se tramó en Londres el 31 de octubre de 1861. Ese día, representantes de los gobiernos de España, Francia e Inglaterra se reunieron para exigirle al gobierno de Juárez el pago de la deuda contraída con anterioridad. Preocupados por el incumplimiento de sus créditos, delegaciones militares de cada uno de los países demandantes llegaron a México. España lo hizo en diciembre de 1861 y las fuerzas inglesas y francesas en enero del año siguiente.
Los batallones de los tres países acreedores desembarcaron en el puerto de Veracruz a principios de 1862, en un evidente intento de invasión. Juárez llegó a un acuerdo diplomático con ingleses y españoles, estableciendo los acuerdos de La Soledad, y sus escuadras fueron repatriadas, pero no sucedió lo mismo con los franceses. Tropas adicionales al ejército francés, integradas por belgas, austriacos, polacos y soldados de La Legión Extranjera desembarcaron en Veracruz en marzo de 1862.
Los invasores estadounidenses requirieron dos años (1846-48) y 10 mil hombres para invadir México hasta ocupar la Ciudad de México el 16 de septiembre de 1847. Los militares franceses, guiados por las consejos de Juan Almonte, hijo de Morelos sumado al bando conservador, y Dubois de Saligny, embajador francés nombrado por Napoleón, pensaban que serían recibidos por lluvias de flores cuando lo encontraron siempre fueron balas y repudio.
Con una economía destruida por casi 50 años de guerras civiles, con un Estado débil y una población dividida por las pugnas entre facciones liberales y conservadoras, la conquista del país parecía una empresa factible con un contingente reducido de soldados. Habían pasado solamente 13 años desde la última invasión que costó al país la pérdida de territorios de 2.4 millones de km cuadrados. Esa última invasión había brindado una amarga lección que establecía que los mexicanos no debían enfrentar a sus enemigos desunidos. Las tropas francesas ocuparon el territorio de México, con una resistencia que nunca cesó, entre 1862 y 1867.
Por eso, el primer objetivo militar de los invasores fue capturar la aduana de Veracruz porque la actividad económica de México era agrícola primordialmente, ya que el 80 por ciento de la población vivía en el campo y la industria prácticamente no existía porque, tanto la minería como los textiles, se habían colapsado por tantas guerras e inseguridad en los caminos. Después de Veracruz, los caminos que siguieron los franceses fueron de asaltos guerrilleros y raros momentos de sosiego y descanso.
Las tropas de Napoleón III fueron reforzadas con soldados de otras nacionalidades. Tanto belgas, austriacos, polacos y soldados de La Legión Extranjera se batieron junto con checos, eslovacos y otros pueblos eslavos en aquel sueño imperial.
Galán, atolondrado y polaco
Edward Adam Subikurski se ganó la simpatía mexicana el 14 de octubre de 1853 cuando venció en Sonora a los franceses dirigidos por Gaston Raousset-Boulbon, aunque los dos, el galo Raousset-Boulbon y el polaco Subikurski, eran tan aventureros como hombres de armas, a cual más osado, en un país convulso llamado México.
El historiador Krzysztof Simolana, en el ensayo “Los soldados polacos en la Intervención Francesa en México”, publicado en la revista Istor en octubre de 2012, retoma la historia de Subikurski como la de otros paisanos suyos que participaron, tanto en el bando liberal como en el conservador, en la intervención francesa de 1862.
Aunque es Subikurski el que atrae más su atención por su vida es azarosa y sobrante de pasajes dignos de la mejor de las novelas de aventuras de ese siglo donde los escritores románticos, a la manera del británico Lord Byron, fusionaron las armas de la literatura con las de la milicia.
Edward Adam Subikurski nació el 24 de diciembre de 1826 en Hussakowo, en el distrito de Przemysl, en el seno de una familia noble empobrecida y, casi todo el tiempo, desde su temprana infancia, estaba fuera de la casa familiar dada la pésima situación que afrontaban como podían Józef Mieczyslaw Losakowski y Leokadia Charczewska, que tenían ante sí ocho almas que alimentar, vestir y educar. Un día, Józef Losakowski fue detenido junto con sus hijos mayores, Maciej y Józef, acusado de formar parte del complot contra el regimiento austriaco de Mazzucheti, estacionado en Lvov. Desesperado, sin tener ningún recurso económico fijo, Edward Adam se unió a los verdugos de su padre y hermanos y entró voluntariamente al ejército austríaco, lo cual le acarreó el desprecio de los suyos y sus compatriotas que veían a los austríacos como invasores.
Seweryn siempre dijo de su hermano Edward Adam que su carácter era atolondrado y donjuanesco. Por ello, en cuanto pudo, desertó del regimiento Batoletów. Era 1848, durante una sublevación que fue llamada la Primavera de los Pueblos, cuando se unió a los insurgentes de Hungría. Pero no se sabe si esa decisión la tomó individualmente o como parte de la ayuda organizada desde Galitzia a la revolución húngara. Para su mala fortuna fue capturado por las tropas imperiales y, pese a ser desertor, no fue condenado y sólo fue trasladado a Praga a un nuevo regimiento.
Como se lamenta el historiador Simolana se desconocen las circunstancias de todos esos sucesos, pero esas zonas oscuras en la vida de Subikurski serán normales en él y no serán las únicas que lo acompañarán a lo largo de su existencia. Baste el ejemplo de los amoríos que tuvo con la esposa del mariscal Alfred Windischgrätz (1787-1862), duque y mariscal austriaco, quien comandaba las tropas austriacas que aplastaron la revolución húngara en 1849. Si en los campos de batalla de Europa central, los austriacos eran amos y soberanos, en la cama de su mayor guerrero era otro quien reinaba.
Ascendido a oficial en 1854, Subikurski marchó a Italia para formar parte de las operaciones militares austriacas, pero en cuanto pudo volvió a huir a Suiza, de donde también se fugó tras la posibilidad de ser deportado y halló refugio en París hasta marchar hacia el Nuevo Mundo.
En Estados Unidos, según cuenta su hermano Seweryn, Subikurski enseñaba hipismo y, tan buena fue su buena estrella, que se volvió bibliotecario de una sabia estadunidense que tenía el don de lenguas porque ella podía hablar polaco con él. Luego, en otra vuelta de la vida, Seweryn cuenta que su hermano estaba como otros gambusinos buscando oro en la costa oeste, en la salvaje California.
El 15 de diciembre de 1851, el presidente de México Mariano Arista nombra a Edward Adam Subikurski teniente coronel e instructor en las colonias militares ubicadas en el norte de México y fue entonces que empezó a usar el apellido Subikurski y los nombres de Edward Adam, quizá para no tener problemas con la pronunciación del apellido con el que nació: Lusakowski.
En enero de 1856 ya servía con el grado de capitán en la caballería mexicana. “¿Cómo y por qué se encontró precisamente en México y qué lo había traído?”, se pregunta Simolana. “No se sabe. Quizás el republicanismo de Benito Juárez o el conservadurismo de sus adversarios, o tal vez otra cosa”.
Tras vencer la expedición punitiva de Gaston Raousset, Subikurski fue condecorado como defensor de “la integridad territorial del estado”. Luego fue enviado en 1860 a Oaxaca para que organizara las tropas de caballería del gobierno constitucional y allí se batió victoriosamente con los conservadores rebeldes. Por tales méritos, en agosto de 1860, ascendió, por orden de Benito Juárez, al grado de coronel de caballería y se unió a esa pequeña galaxia de militares polacos que guerrearon para liberales y conservadores antes de la llegada de otros compatriotas suyos junto con las tropas francesas: Jan Hiz, Augustyn Jakubowski, Seweryn Galezowski, Ferdynand Gutt, Teofil Berthier, Antoni Piotrowski de Vilna, Aleksander Stachorski, Augustyn Wegierski, Antoni Jablonski y Stanislaw Kersikowski, estos dos últimos de probada lealtad conservadora.
Polacos entre los franceses
Aunque jamás sea posible determinar el número exacto de los polacos que participaron en la expedición colonial francesa, advierte Simolana, hay ciertos registros que prueban su presencia dispersa porque nunca fueron agrupados en una formación militar bajo la bandera polaca sino que formaron parte de varias formaciones en distintos períodos, al igual que ocurrió con soldados checos, eslovacos y otros pueblos eslavos.
En la Legión Extranjera Francesa, formación creada durante el reino de Luis Felipe, en 1831, y con exitosas apariciones en África del Norte, España, Crimea e Italia, había 143 polacos, según estudio de R. Bielecki, que llegaron en diferentes momentos del conflicto.
En 1863 había 37. En 1864 eran 59. En 1865 fueron 102. En 1866 había 94 y para 1867 la cifra era de 66. 14 de ellos perdieron la vida en México, 12 por enfermedades que afectaban masivamente al ejército intervencionista. Uno murió en la lucha en Zacatecas, en 1867. Solamente uno murió directamente en batalla y fue al principio de la participación de la Legión Extranjera en la campaña mexicana. El 30 de abril de 1863, la compañía del I Batallón, que tenía alrededor de 60 soldados, se defendía de los ataques de las tropas mexicanas cerca de Camarón Tejeda, en el estado de Veracruz. En esa batalla guerrearon tres polacos.
“Es curioso que de los 143 polacos, casi una cuarta parte desertó o por lo menos se alejó y nunca más volvió a la tropa”, explica Simolana. “Desgraciadamente no tenemos, por lo menos hasta ahora, información sobre los motivos de la fuga, en qué grado era efecto de la situación interna de las tropas y en qué medida resultado del deseo de unirse a las tropas mexicanas para mantener la independencia de México. No obstante, sin importar los motivos, el juramento militar y el contrato fueron incumplidos por un alto porcentaje de los polacos que servían en la Legión, lo cual vale la pena recordar”.
Otra formación que contó con soldados polacos fue el Cuerpo de Voluntarios Austríaco Belga que empezó su reclutamiento en junio de 1864, cuando se supo que Maximiliano de Habsburgo iba a México para calzarse la corona imperial. En total, a Liubliana, donde se concentraron las tropas, llegaron 7 mil 400 hombres. 945 eran polacos, según las investigaciones de M. Kulcykowski.
541 de aquellos hombres eran los insurgentes de la Sublevación de enero de 1863 y que fueron hechos prisioneros por los austríacos. 404 eran voluntarios de Galitzia. De ese total, 840 salieron para México, todos los insurgentes y 299 de Galitzia. De todo aquel grupo, 470 servían en la infantería. Al país llegaron sólo 824 porque algunos desertaron durante el traslado de Liubliana a México y porque también las condiciones de viaje eran tan duras que las comisiones médicas reconocieron como incapaces para el servicio a 375 voluntarios y nueve oficiales.
Casi todos los combatientes polacos exudaban juventud. Entre los insurgentes prisioneros, en su mayoría con formación militar, el 13.3 por ciento tenían menos de 20 años de edad. 57.2 por ciento estaba entre los 21 y los 25 años. 21.5 por ciento entre los 26 y los 30. 30.6 por ciento estaba entre los 31 y los 35, y sólo 2 por ciento eran mayores de 35 años.
Esas fuerzas se agotaron con cierta rapidez ante las enfermedades y el ataque constante y fiero de la guerrilla mexicana que los mantuvo en un estado de alerta y vigilancia, sin reposo y sin refuerzos.
El fin de la Guerra de Secesión en 1865 produjo que Estados Unidos tuviera una participación más activa en el conflicto y empezaron a ejercer presiones diplomáticas sobre los países europeos para que Francia se retirara de México. A fines de 1866, Napoléon III dejó a su protegido Maximiliano. Éste decidió quedarse en México y continuar luchando por mantener el poder. En diciembre de 1866, Maximiliano dio libertad a los soldados y oficiales para decidir si querían permanecer en el país y luchar en su ejército o regresar a Europa. Apenas cuatro oficiales y 110 voluntarios polacos decidieron quedarse con las tropas de Maximiliano de Habsburgo, aunque una parte de ellos se retiraron y regresaron a Europa en 1867. Probablemente se quedaron en México alrededor de 100 o 120 polacos.
En abril de 1867, desembarcaron en Europa, entre otros soldados del Cuerpo, 419 polacos. Es decir, apenas 50.8 por ciento de los que habían salido a México. ¿Qué pasó con los más de 400 faltantes? M. Kulczykowski calculó que 83 antiguos insurgentes habían desertado.
“No cabe duda que muchos soldados, antiguos insurgentes, sobrevivían una gran tragedia y se dieron cuenta ya en México, durante las luchas, cuán alto precio tenían que pagar por el paso insensato de acceder como voluntarios al Cuerpo”, advierte Kulczykowski. “Ellos mismos se consideraban veteranos de las luchas por la independencia de su propia patria y sirvieron a la causa de subyugar a otro pueblo que luchaba contra los intervencionistas europeos”.
La caballería era el arma más versátil que tenían las dos fuerzas beligerantes dada su movilidad y acumulada experiencia de sus integrantes. Diestros en el uso de la lanza, las espadas y la letal sorpresa.
P. Miranda, S. Hernández, Santos Degollado, litografía del siglo XIX. Imagen tomada del libro: Eduardo Báez, La pintura militar de México en el siglo XIX, México, SDN, 1992, p. 65.
No todos los polacos son gatopardos
¿Y qué fue del atolondrado Edward Adam Subikurski cuando los franceses invadieron México? Una vez más, fiel a su carácter ambivalente, decidió volver a Polonia en 1864. Como coronel le pidió al mismo presidente Juárez que le liberara el servicio y, en cuanto pudo, partió hacia Veracruz para unirse a las tropas conservadoras y el general Leonardo Márquez lo incluyó en su Estado Mayor. Para 1866 fue confirmado como coronel de caballería en el ejército imperial y fue fiel al emperador hasta el final porque cayó preso el 15 de mayo de 1867 en Querétaro. Su buena estrella no lo abandonó otra vez porque su traición no fue castigada y fue aceptado nuevamente en el ejército. Como broche de oro en su atribulada existencia, en 1880, Porfirio Díaz volvió a otorgarle su grado de coronel de caballería que mantuvo en sosiego hasta su muerte en 1901.
Acabada la Guerra de Secesión otro grupo de polacos vino a México a guerrear por la causa juarista. Algunas estimaciones hablan de varias centenas de hombres, pero la cifra, ondulante e imprecisa, parece exagerada.
Lo que es cierto es que uno de esos hombres fue clave en la victoria sobre Maximiliano de Habsburgo. El coronel Jan —conocido como John— Sobieski formó parte del Estado Mayor del general Mariano Escobedo, quien conquistó la última fortaleza del imperio en Querétaro. Según una leyenda repetida entre los polacos residentes en México, Sobieski dirigió el pelotón de ejecución que fusiló a Maximiliano. Lo último es sólo una leyenda, aunque es posible que hubiera sido testigo de aquel suceso.
Aquel 19 de junio de 1867 estuvo presente durante la ejecución otro polaco: un soldado de la guardia de la emperatriz Carlota, Jan Smolka. Fue uno de los que regresó a su país natal, donde murió en 1930 a la edad de 90 años.
Otros voluntarios de Estados Unidos que destacaron fueron los oficiales mayores Szmidt y Pytlakowski. Hay otro hecho que sobresale en la participación polaca en el conflicto mexicano. Los integrantes de la Sublevación de enero de 1863, particularmente de raíces republicanas, que estuvieron en Francia y en desacuerdo total con la política de Napoleón III, querían crear su propia formación militar que luchara por la defensa del México independiente.
Hay un documento de esta iniciativa y forma parte de la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional. Se trata del manuscrito del proyecto de formar una legión polaca que iba a luchar al lado de Benito Juárez. Se atribuye su autoría al general Hauke-Bosak. El texto está dirigido a un general mexicano, cuyo nombre y apellido se desconocen. La existencia del proyecto comprueba que hubo discusiones, por lo menos en los círculos de inmigrantes “rojos”, sobre el problema de la intervención en México.
La pasión científica de Vicente Riva Palacio
A Napoleón III le obsesionaba su grandeza y su lugar en la historia, por eso emuló en todo lo que pudo a su tío Napoleón Bonaparte y quiso que el cuerpo expedicionario enviado a México fuera como el contingente que fue a Egipto en 1798 con 154 científicos y que realizó los primeros estudios para construir el Canal de Suez y que halló, el 19 de julio de 1799, la Piedra Rosetta cuyos jeroglíficos egipcios e inscripciones demóticas y griegas permitieron la creación de un código para descifrar la escritura de los tiempos faraónicos.
Así, tan pronto sus tropas ya están en México, le pide a su ministro de Instrucción Pública, el historiador Victor Duruy, estudiar la realización de dicho proyecto. El Ministerio de Instrucción Pública, por medio de su división de Ciencias y Letras, tiene entonces, entre otras atribuciones, el apoyo a las misiones científicas y literarias en tierras lejanas. Sin embargo, al enumerar todas las riquezas naturales de México en el reporte que rinde ante el emperador, Duruy deja entrever otras ambiciones para nada científicas:
“Quizá México no tenga para ofrecernos el interés histórico que presentaba la tierra de Egipto… Sin embargo, México también tiene muchos secretos qué revelarnos: una civilización extraña, que la ciencia se encargará de revivir, razas cuyo origen se nos escapa, lenguas desconocidas, inscripciones misteriosas y monumentos grandiosos. Pero si vemos la expedición desde el punto de vista de las ciencias naturales… es una región inmensa, bañada por dos océanos, atravesada por grandes ríos y altas montañas que, al ubicarse cerca del ecuador, tiene todos los climas, pues tiene todas las altitudes, en donde la poderosa vegetación de los trópicos abriga innumerables tribus de seres animados, en donde finalmente la riqueza del subsuelo responde a la de la superficie, pues los miles de millones que, desde hace tres siglos, México ha entregado a Europa no son más que las premisas de los tesoros que reserva para ella…. Cuando nuestros soldados abandonen esas tierras, dejando tras ellos gloriosos recuerdos, nuestros científicos terminarán de conquistarla para la ciencia”.
Armelle Le Goff, en un texto llamado “Por una historia de las relaciones intelectuales franco-mexicanas. Los archivos de la Comisión de Exploración Científica de México: 1864-1867”, publicado en la revista Istor en otoño de 2012, reconstruye lo que fue aquella expedición y su legado porque el desprestigio de Francia por la intervención militar en México y la caída del Segundo Imperio ocultaron en los registros el papel que desempeñó esta comisión en el ámbito científico.
Aún así, numerosas publicaciones científicas fueron realizadas después de dicha expedición gracias a que los científicos realizaron una recolección metódica de datos y objetos en todos los sitios a los que pudieron ir. Sus aportes abarcan varias disciplinas: zoología, botánica, geografía, lingüística, antropología, entre otras. Algunos volúmenes con sus trabajos tardaron cerca de veinte años en aparecer, lo cual pudo hacer creer que los trabajos de la Comisión Científica de México no habían sido muy fructíferos.
Esa Comisión estaba compuesta por 26 miembros, personalidades políticas o científicos, que se reunían en comisión central en París y que se hallaban distribuidos en cuatro comités. El primer comité se ocupaba de las ciencias naturales y médicas, el segundo de las ciencias físicas y química, el tercero de la historia, la lingüística y de la arqueología y el cuarto de la economía política, de la estadística, de los trabajos públicos y de las cuestiones administrativas. 14 “viajeros” de diferentes especialidades, entre los cuales el más célebre es el abad Brasseur de Bourbourg, viajaron en misión a México. La Comisión también trabajó con unos 40 corresponsales en México, entre ellos 15 científicos mexicanos.
Los expedientes de sus informes permiten seguir el control de la administración sobre las actividades de la Comisión, así como el arbitraje del ministro Victor Duruy. Éste se involucró mucho en los trabajos de la Comisión que presidía: su correspondencia y las numerosas anotaciones al margen escritas en los documentos recibidos concernientes a esta expedición científica son prueba de ello. Nada escapaba a su vigilancia; como en los otros sectores de su Ministerio, insistía en leerlo todo.
El gobierno francés gastó para la expedición de México y sus publicaciones hasta 1878 un total de casi 700 mil francos-oro, completamente justificados con facturas y órdenes de pago. Los presupuestos provisionales y las órdenes presupuestales excepcionales representan aproximadamente un millón de francos.
Lejos de encontrar un territorio árido y hostil a la ciencia, los integrantes de la expedición contaron con el apoyo de sus paisanos que hacían la guerra. Antes de que lleguen los primeros científicos, el coronel Louis Toussaint Simon Doutrelaine (1820-1881), delegado oficial de la Comisión Científica de México y comandante del equipo expedicionario francés, escribe el 14 de abril de 1864:
“Hay en el ejército francés oficiales que, sin ser científicos, tienen ciertos gustos, ciertas aptitudes y ciertos conocimientos que los vuelven casi especialistas. Algunos de ellos se han hecho de colecciones de aves, de reptiles, de lepidópteros, de coleópteros, de minerales, etc., y para reunir esas colecciones que serían muy curiosas en Francia, se pusieron en contacto con indígenas, mestizos o indios, que se han acostumbrado a estas investigaciones. Por otra parte, entre los mexicanos hay hombres enormemente sobresalientes en todas las ramas de la ciencia, y nos brindarán su colaboración; porque la comisión será franco-mexicana. Si no estamos en condiciones de realizar trabajos científicos, al menos nos bastará realizar algunas observaciones sencillas, reunir materiales de toda naturaleza, y eso ya es mucho. Si al final llega aquí una comisión de verdaderos científicos, al menos ya les habremos preparado el camino, y su tarea será más fácil; sólo tendrá que coordinar, dirigir y profundizar nuestros trabajos siguiendo algunas indicaciones sobre el plan de organización de la futura comisión.
Entre los viajeros científicos se encuentran los geólogos Edmond Guillemin-Tarayre, Auguste Dollfus, Eugène de Monserrat y Paul Pavie. El ingeniero de minas Edmond Guillemin-Tarayre. Los botánicos Adolphe Boucard, Eugène Bourgeau y Louis Hahn. El arqueólogo Léon Méhédin. El artista estatuario Alphonse Lami y el meteorólogo Andrès Poey. El zoólogo Marie-Firmin Bocourt.
Aunque Maximiliano veía con malos ojos a estos expedicionarios científicos, la cooperación científica con los franceses fue deseada y practicada por una parte de los científicos mexicanos. Fruto de esos contactos, donde prevalece el fervor por la investigación científica, son la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, fundada el 18 de abril de 1833, es decir, la primera sociedad de geografía creada en el continente americano, y la cuarta en el mundo.
Y la sexta sección de la Comisión Franco-Mexicana, la de ciencias médicas, pone el ejemplo de una colaboración científica entre franceses y mexicanos. Dicha sección publicó de manera regular un boletín, La Gaceta Médica de México, que permite seguir sus trabajos desde su creación en 1864 y es responsable de la creación de la Academia de Medicina de México a finales del año 1865. Del mismo modo, en lo concerniente a la geografía, Doutrelaine se da cuenta del trabajo ya realizado en México y, en julio de 1865, transmite, apoyándolas después de haberlas verificado personalmente, las rectificaciones de Francisco Jiménez al informe del geógrafo Vivien de Saint-Martin sobre la geografía mexicana.
Incluso el interés de la ciencia prevaleció por encima de la división política, de esta manera, en el oficio de Doutrelaine fechado el 5 de febrero de 1866, se informa que el general liberal mexicano Vicente Riva Palacio, ferviente republicano juarista, hombre de ciencia ilustrado, facilitó el trabajo del botánico Louis Hahn, “viajero” francés de la Comisión Científica de México en el estado de Michoacán, al otorgarle un salvoconducto. De esta manera, Hahn pudo llevar a cabo una cosecha de plantas vivas con toda seguridad.
Sueño evanescente
La curiosidad se nutre de todo, escribió Pierre Larousse en el Grand dictionnaire universal du XIX cuando se refería a las “curiosidades” exóticas que podían hallarse en el mercado parisino. Eran los primeros días de 1870 y Francia ya había sido expulsada de México.
“La conquista de Argelia nos atiborró de objetos árabes; la expedición de China hizo afluir hacia París innumerables figuras orientales”, apuntaba Larousse. “No es sino hasta la expedición de México cuando se introdujeron entre nosotros ciertos monumentos del arte azteca, y ese es, en verdad, el mejor resultado que haya tenido (la invasión)”.
La reproducción de la pirámide de Xochicalco, la cual ocupaba un lugar predominante en la exposición universal de París en 1867, prueba la creciente fascinación que despiertan las culturas mesoamericanas entre los franceses y, tras el descalabro militar, llevan a varios a pensar que se trata de una consecuencia positiva de la intervención, considera la doctora en historia y conservadora general del patrimonio francés Christiane Demeulenaere-Douyère, autora del ensayo histórico “1867: Los parisinos descubren el México antiguo”, publicado en Istor en otoño de 2012.
Para ella, la réplica de la pirámide, realizada por el arquitecto y fotógrafo Léon Eugène Méhédin, era la única manifestación tangible de una expedición militar y científica acerca de la cual la prensa gala había informado con un entusiasmo que fue decayendo conforme se acumulaban las derrotas.
Tras realizar fotografías en gran formato de las batallas francesas en Sebastopol y reproducciones de esculturas egipcias, el 9 de agosto de 1864 Méhédin se convierte en “viajero” para la arqueología de la Comisión Científica de México, pero su enorme deseo de ir a Yucatán no se ve cumplido a causa de la guerrilla. En cambio, realiza numerosos apuntes de piezas antiguas, mediante el dibujo y la fotografía, reuniendo en pocos meses más de 200 dibujos y numerosas fotografías. Hace también excavaciones en la Isla de Sacrificios de Veracruz, realiza improntas en Teotihuacan y, a finales de 1865 y hasta agosto de 1866, trabaja en Xochicalco en el llamado templo de Quetzalcóatl. Para ello dibuja con exactitud el templo a colores y lo fotografía en calotipo gigante para luego realizar la impronta en su totalidad.
Cuando se va de México, el 8 de octubre de 1866, Méhédin hizo llegar a París una gran cantidad de envíos: de 1500 a 2000 dibujos y fotografías —algunos de gran formato—, calcos de los códices, numerosas obras y más de 600 metros cuadrados de improntas.
La reproducción de la pirámide de Xochicalco causa sensación en la exposición universal de París en 1867 no porque hay personal vestido con trajes típicos mexicanos ni porque se sirven antojitos desconocidos para el paladar francés, sino porque, como escribe un cronista de la época, Fr. Ducuing:
“Este monumento, tal como está reproducido con sus formas severas y primitivas, con sus caras cubiertas de bajorrelieves jeroglíficos, no es un edificio de fantasía, sino la restitución fiel de un monumento que se encuentra a aproximadamente 25 lenguas al sureste de México, y que ya ha sido descrito vagamente por el padre Alzate, por los señores Humboldt, Nebel, el coronel Dupaix, etc., antes de que el señor Léon Méhédin, el científico e ingenioso explorador, nos lo hubiese restituido mediante el moldeado, tal como lo vemos en el Cham de Mars. […] A pesar de que el piso superior estaba casi destruido cuando se descubrió, pudo hacerse la impronta piedra por piedra y reconstituirse así sin ninguna posibilidad de error, gracias a los restos encontrados intactos y en gran cantidad en las excavaciones realizadas en los escombros”.
La pirámide causa furor también porque es, a su vez, museo ya que en ella se exhiben reproducciones de piezas arqueológicas emblemáticas como la Piedra del Sol y la diosa Coatlicue. Los moldes de esas y otras piezas fueron depositados en el Museo de Etnografía del Trocadero en 1882, y hoy se encuentran en las reservas del Museo del Quai Branly.
Todo el conjunto desata una fascinación por los rituales aztecas y por los sacrificios humanos y la extracción del corazón cuando el visitante ve algunos cuchillos de obsidiana que, se asegura, tuvieron un uso sacrificial.
Aunque los últimos años de Méhédin son tristes, de decepción, amargura y soledad porque no consigue, como él quisiera, seguir promoviendo su trabajo y también porque, la huella del tiempo corroe las piezas y las va destruyendo de forma implacable.
Esos duplicados van pudriéndose como frutas, como el mismo sueño de Napoleón III de fundar un imperio de ultramar donde Francia dominara vastas regiones de América con la ayuda de las armas y la ciencia.
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Ahí el tema con el video del desfile de este año.
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