Los problemas de la policía.

Los problemas de la policía.

¿Quién se fija en detalles, evidentemente pequeños, ante el "montaje" que, usado convenientemente por los abogados, consiguió la libertad de una secuestradora condenada, originalmente, a 90 años de prisión?

por Juan Bustillos el 27 de marzo de 2013





La captura, en Durango, del sobrino de Ignacio Coronel ofrece la oportunidad de regresar un poco a los múltiples casos de quienes son confundidos por policías, marinos y soldados, con los delincuentes buscados por la autoridad.

Contra lo que se pueda suponer, el nombre Ignacio Coronel es común; de hecho, a pesar de que la noticia del abatimiento del capo del narcotráfico fue difundida ampliamente, quienes comparten el homónimo deben estremecerse aún al ver un policía o a un extraño rondando en las inmediaciones de sus hogares.

En los anales de la Policía Federal hay, por lo menos, tres confusiones de un ciudadano pacífico e inocente con el jefe mafioso; al final todo resulta chusco, excepto para don Ignacio Coronel (el don para diferenciarlo del delincuente) y los policías federales que lo atraparon una y otra vez víctimas, una y otra vez, de la “inteligencia” implementada por Genaro García Luna.

En la última visita que el señor Coronel recibió de los policías federales sólo acertó a rogar que por favor ya no lo confundieran, que lo dejaran en paz. De nada le servía cambiar de domicilio constantemente; la inteligencia policial lo localizaba una y otra vez.

Y, una y otra vez, su casa era reconstruida. Las puertas destrozadas, los cristales de las ventanas, los muebles. Todo lo que la fuerza policiaca destruía con el afán de que el “delincuente” no escapara.

¿Qué ha sido de don Ignacio Coronel? Ni idea, pero ¿qué habría sido de los policías si el ciudadano hubiese acudido a instancias judiciales para denunciar los constantes atropellos contra su persona y sus domicilios?

Peor aún, ¿qué habría sido del señor Coronel si, para lavar sus constantes errores, algún jefe policiaco hubiese decidido desaparecerlo o incriminarlo?

De estas historias están plagados los archivos policiacos; se platican sólo en confidencia porque servirían para zaherir, más aún, a una corporación golpeada por los enemigos de García Luna y por muchos de sus propios integrantes.

Sobran episodios tan comunes, como ingresar al domicilio equivocado, mientras, por la barda de la casa de junto, escapaba el delincuente perseguido.

¿Quién se fija en estos detalles, evidentemente pequeños, ante el ‘montaje’ que, usado convenientemente por los abogados, consiguió la libertad de una secuestradora condenada, originalmente, a 90 años de prisión?

Son los problemas inherentes a la actividad cotidiana de una policía, a la que sobran enemigos y en la se ensañan los reformistas de todos los días.

Pero es lo único que tenemos.