Una historia mas de la prision militar.
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Una historia mas de la prision militar.
Era de madrugada, en abril, cuando los sacaron de sus dormitorios. A empujones y golpes, sin previo aviso, los trasladaron de la prisión del Campo Militar Número Uno, al penal de mediana seguridad de Nayarit.
El traslado se ordenó porque a decir de las autoridades militares, el General RICARDO MARTÍNEZ PEREA, el Capitán PEDRO MAYA DÍAZ y el Teniente de Caballería JOSÉ ANTONIO QUEVEDO habían adquirido cierto “poder”, cierta preeminencia entre los cerca de 400 internos de esa prisión militar, una de las tres con que cuenta el EJÉRCITO MEXICANO en el país.
De repente se sintieron muy seguros, muy superiores y daban permisos para que los internos metieran o sacaran cosas, relataban sus compañeros.
El traslado fue hace unos seis meses. Al general, detenido en Matamoros, Tamaulipas, y a sus coacusados de haber servido al cartel del Golfo en 2003 los tenían bajo observación desde que se corrió la voz sobre un fallido intento de amotinamiento en la prisión.
Los que estaban ahí y salieron meses después recuerdan como un rumor oscuro, como una historia contada de madrugada, entre sombras, que varios militares estaban alterados por las indagatorias y por los resultados que no solo manchaban sus Hojas de Servicio, sino sobre todo sus reputaciones familiares y sociales y todas las que surgieran.
Dicen que entre esos militares estaba el General MARTÍNEZ PEREA.
La historia es truculenta y algunos dicen que es inverosímil. Otros que ya salieron la contaron como una de esas cosas de las que alguien se entera sin querer saber más nada o lo menos posible. El problema es que no ha ocurrido una o dos veces, dicen.
Los inconformes no eran ajenos al escándalo que en los medios de comunicación suscitó CONSEJO DE GUERRA ORDINARIO en contra del General RICARDO MARTÍNEZ PEREA, de PEDRO MAYA y ANTONIO QUEVEDO.
El alto mando que encabezaba el General CLEMENTE VEGA GARCÍA estaba ansioso por demostrar que las purgas y las lecciones a los militares metidos al narco estaban también en su agenda.
Además, tenía ya la presión de las agencias de inteligencia antidroga norteamericanas y de la Embajada de los ESTADOS UNIDOS sobre él. Conocía a través de sus colaboradores más cercanos los expedientes y pistas que la DEA y otras agencias tenían sobre ciertos hechos ocurridos en la GUARNICIÓN MILITAR DE NUEVO LAREDO que comandaba MARTÍNEZ PEREA.
El golpe iba a ser duro para la SEDENA porque involucraba ni más ni menos que a un General, y para ser más precisos, al ÚLTIMO GENERAL TÁCTICO de la Defensa Nacional, es decir, a un mando no cursante del Diplomado de ESTADO MAYOR en el Ejército, un militar formado y forjado sobre el terreno de operaciones. Prácticamente una reliquia viviente.
Pero al final la imagen del Ejército iba a salir fortalecida porque se iba a dar una lección sin precedentes a la que tendría acceso la prensa nacional y extranjera.
Todo parecía pintar bien para el General VEGA GARCÍA, salvo por la manera en que se dio al CONSEJO y la forma en que las revelaciones ahí vertidas abrieron las puertas no solo a los usos y costumbres de narco para corromper y enredar a militares de cualquier grado.
Por si fuera poco, el tema del HOMOSEXUALISMO no solo entre militares sino de militares con o para capos de la droga apareció de manera inusitada durante el proceso.
La Fiscalía Militar mostró durante una de las sesiones varias fotos del Capitán PEDRO MAYA DÍAZ vestido con ropa de bailarina hawaiiana y bailando presuntamente en una fiesta para OSIEL CÁRDENAS o para sus operadores.
El fiscal se regodeó aquella noche forrando la humanidad del Capitán con toda clase de adjetivos y recriminaciones sobre la decencia y el honor militar manchados por actos de homosexualismo que pisoteaban el honor militar.
Los abogados de los acusados reviraron la andanada de ataques asegurando que las fotos eran un montaje, que no se lesionaba el honor militar y tampoco se había cometido ningún delito. Demasiado tarde. El daño estaba hecho y la prensa local y extranjera se había encargado de difundir las revelaciones del CONSEJO DE GUERRA que desacreditaban, entre otras cosas, la hombría de OSIEL CÁRDENAS GUILLÉN cuando el fiscal militar afirmó que el entonces líder del CARTEL DEL GOLFO tenía ese tipo de gustos e inclinaciones.
La argumentación fue bien recibida en las oficinas del alto mando. No se le consideró un exceso. Se basó, según las propias justificaciones castrenses, en evidencias y hallazgos del comportamiento del jefe del cartel en fiestas en las que sus invitados aparecían vestidos como el Capitán MAYA.
Allá, en la Sala de Consejos de Guerra, todo marchaba más o menos lo planeado, de no ser por la sobre reacción de la prensa ante las revelaciones del homosexualismo, de inmediato fueron desviadas por las versiones en torno al comportamiento de CÁRDENAS GUILLÉN.
Pero el problema se estaba gestando en otro lado, no muy lejos de ahí, detrás de los muros y torres de vigilancia de la Prisión Militar que uno podía mirar a simple vista, a unos 30 o 40 metros de la sala de Consejos de Guerra.
Para cuando el escándalo del affaire PEREA y MAYA y QUEVEDO estaba al rojo vivo y la sentencia de 15 años de prisión encendía más los ánimos, el verdadero asunto radicaba en la forma en que se había exhibido a los militares ante la prensa, mostrando a los uniformados como corruptos en extremos, desleales, desviados y hasta degenerados ANTE y CON EL PROPIO ENEMIGO INTERNO, el NARCO.
Por eso los ánimos se exacerbaron y alguien afuera sugirió la idea que alguien de adentro apoyó.
En una acción hormiga que duró cerca de dos semanas, cerca de una veintena (otros dicen que fueron 30) de armas de fuego automáticas fueron ingresadas a la Prisión del Campo Militar Número Uno “A” para organizar un motín en protesta por el manejo circense del CONSEJO DE GUERRA.
Las armas llegaron del norte. La mayoría pieza por pieza. Otras entraban completas. Eran lubricadas una o dos veces porque los emisarios las mandaban ya limpias, listas para la acción.
Brownings, Colts, Eagles y Berettas. Sin marcas ni huellas o manchas. Los que salieron cuentan que una vez listas, eran enterradas en bolsas de plástico en las áreas verdes de la prisión.
El plan era aparentemente sencillo; reventar el lugar durante uno de los CONSEJOS DE GUERRA en los que seguro iban a estar los reporteros. Disparar hacia las torres de vigilancia tratando de anular (ilusamente) a los francotiradores apostados ahí, y luego buscar la atención de la prensa con panfletos y otros mecanismos para contar “su verdad”.
El pequeño problema era que uno de los organizadores había decidido ocultarse en su dormitorio el día elegido para el jale. Quedó claro entonces que aquello iba a ser un en realidad un matadero con otros fines que nada tenían que ver con la denuncia de abusos.
Más pronto que como había comenzado, el intento de intento de motín fue abortado. Las armas salieron del penal como habían entrado. Con o sin la complacencia de quienes resguardaban el reclusorio militar.
Del enojo y de los intentos fallidos se enteraron el alto mando y sus colaboradores (entre ellos el General GUILLERMO GALVÁN GALVÁN, entonces Subsecretario de la Defensa Nacional).
Vinieron el aislamiento, el endurecimiento y las acciones internas para enfrentar lo ocurrido.
Por eso, quizá en los próximos meses la historia vuelva a dar giros inesperados, sobre todo en Nayarit, en donde el General MARTÍNEZ PEREA y otros militares aguardan la libertad que se acerca por desvanecimiento de pruebas y por la aparente incapacidad para demostrarles el enriquecimiento personal como consecuencia de sus nexos con el narcotráfico.
Llegaron a Nayarit en abril, pero les tomó un buen tiempo restañar las heridas físicas que les dejó el cálido recibimiento en su nueva morada, dicen los que ya salieron.
El traslado se ordenó porque a decir de las autoridades militares, el General RICARDO MARTÍNEZ PEREA, el Capitán PEDRO MAYA DÍAZ y el Teniente de Caballería JOSÉ ANTONIO QUEVEDO habían adquirido cierto “poder”, cierta preeminencia entre los cerca de 400 internos de esa prisión militar, una de las tres con que cuenta el EJÉRCITO MEXICANO en el país.
De repente se sintieron muy seguros, muy superiores y daban permisos para que los internos metieran o sacaran cosas, relataban sus compañeros.
El traslado fue hace unos seis meses. Al general, detenido en Matamoros, Tamaulipas, y a sus coacusados de haber servido al cartel del Golfo en 2003 los tenían bajo observación desde que se corrió la voz sobre un fallido intento de amotinamiento en la prisión.
Los que estaban ahí y salieron meses después recuerdan como un rumor oscuro, como una historia contada de madrugada, entre sombras, que varios militares estaban alterados por las indagatorias y por los resultados que no solo manchaban sus Hojas de Servicio, sino sobre todo sus reputaciones familiares y sociales y todas las que surgieran.
Dicen que entre esos militares estaba el General MARTÍNEZ PEREA.
La historia es truculenta y algunos dicen que es inverosímil. Otros que ya salieron la contaron como una de esas cosas de las que alguien se entera sin querer saber más nada o lo menos posible. El problema es que no ha ocurrido una o dos veces, dicen.
Los inconformes no eran ajenos al escándalo que en los medios de comunicación suscitó CONSEJO DE GUERRA ORDINARIO en contra del General RICARDO MARTÍNEZ PEREA, de PEDRO MAYA y ANTONIO QUEVEDO.
El alto mando que encabezaba el General CLEMENTE VEGA GARCÍA estaba ansioso por demostrar que las purgas y las lecciones a los militares metidos al narco estaban también en su agenda.
Además, tenía ya la presión de las agencias de inteligencia antidroga norteamericanas y de la Embajada de los ESTADOS UNIDOS sobre él. Conocía a través de sus colaboradores más cercanos los expedientes y pistas que la DEA y otras agencias tenían sobre ciertos hechos ocurridos en la GUARNICIÓN MILITAR DE NUEVO LAREDO que comandaba MARTÍNEZ PEREA.
El golpe iba a ser duro para la SEDENA porque involucraba ni más ni menos que a un General, y para ser más precisos, al ÚLTIMO GENERAL TÁCTICO de la Defensa Nacional, es decir, a un mando no cursante del Diplomado de ESTADO MAYOR en el Ejército, un militar formado y forjado sobre el terreno de operaciones. Prácticamente una reliquia viviente.
Pero al final la imagen del Ejército iba a salir fortalecida porque se iba a dar una lección sin precedentes a la que tendría acceso la prensa nacional y extranjera.
Todo parecía pintar bien para el General VEGA GARCÍA, salvo por la manera en que se dio al CONSEJO y la forma en que las revelaciones ahí vertidas abrieron las puertas no solo a los usos y costumbres de narco para corromper y enredar a militares de cualquier grado.
Por si fuera poco, el tema del HOMOSEXUALISMO no solo entre militares sino de militares con o para capos de la droga apareció de manera inusitada durante el proceso.
La Fiscalía Militar mostró durante una de las sesiones varias fotos del Capitán PEDRO MAYA DÍAZ vestido con ropa de bailarina hawaiiana y bailando presuntamente en una fiesta para OSIEL CÁRDENAS o para sus operadores.
El fiscal se regodeó aquella noche forrando la humanidad del Capitán con toda clase de adjetivos y recriminaciones sobre la decencia y el honor militar manchados por actos de homosexualismo que pisoteaban el honor militar.
Los abogados de los acusados reviraron la andanada de ataques asegurando que las fotos eran un montaje, que no se lesionaba el honor militar y tampoco se había cometido ningún delito. Demasiado tarde. El daño estaba hecho y la prensa local y extranjera se había encargado de difundir las revelaciones del CONSEJO DE GUERRA que desacreditaban, entre otras cosas, la hombría de OSIEL CÁRDENAS GUILLÉN cuando el fiscal militar afirmó que el entonces líder del CARTEL DEL GOLFO tenía ese tipo de gustos e inclinaciones.
La argumentación fue bien recibida en las oficinas del alto mando. No se le consideró un exceso. Se basó, según las propias justificaciones castrenses, en evidencias y hallazgos del comportamiento del jefe del cartel en fiestas en las que sus invitados aparecían vestidos como el Capitán MAYA.
Allá, en la Sala de Consejos de Guerra, todo marchaba más o menos lo planeado, de no ser por la sobre reacción de la prensa ante las revelaciones del homosexualismo, de inmediato fueron desviadas por las versiones en torno al comportamiento de CÁRDENAS GUILLÉN.
Pero el problema se estaba gestando en otro lado, no muy lejos de ahí, detrás de los muros y torres de vigilancia de la Prisión Militar que uno podía mirar a simple vista, a unos 30 o 40 metros de la sala de Consejos de Guerra.
Para cuando el escándalo del affaire PEREA y MAYA y QUEVEDO estaba al rojo vivo y la sentencia de 15 años de prisión encendía más los ánimos, el verdadero asunto radicaba en la forma en que se había exhibido a los militares ante la prensa, mostrando a los uniformados como corruptos en extremos, desleales, desviados y hasta degenerados ANTE y CON EL PROPIO ENEMIGO INTERNO, el NARCO.
Por eso los ánimos se exacerbaron y alguien afuera sugirió la idea que alguien de adentro apoyó.
En una acción hormiga que duró cerca de dos semanas, cerca de una veintena (otros dicen que fueron 30) de armas de fuego automáticas fueron ingresadas a la Prisión del Campo Militar Número Uno “A” para organizar un motín en protesta por el manejo circense del CONSEJO DE GUERRA.
Las armas llegaron del norte. La mayoría pieza por pieza. Otras entraban completas. Eran lubricadas una o dos veces porque los emisarios las mandaban ya limpias, listas para la acción.
Brownings, Colts, Eagles y Berettas. Sin marcas ni huellas o manchas. Los que salieron cuentan que una vez listas, eran enterradas en bolsas de plástico en las áreas verdes de la prisión.
El plan era aparentemente sencillo; reventar el lugar durante uno de los CONSEJOS DE GUERRA en los que seguro iban a estar los reporteros. Disparar hacia las torres de vigilancia tratando de anular (ilusamente) a los francotiradores apostados ahí, y luego buscar la atención de la prensa con panfletos y otros mecanismos para contar “su verdad”.
El pequeño problema era que uno de los organizadores había decidido ocultarse en su dormitorio el día elegido para el jale. Quedó claro entonces que aquello iba a ser un en realidad un matadero con otros fines que nada tenían que ver con la denuncia de abusos.
Más pronto que como había comenzado, el intento de intento de motín fue abortado. Las armas salieron del penal como habían entrado. Con o sin la complacencia de quienes resguardaban el reclusorio militar.
Del enojo y de los intentos fallidos se enteraron el alto mando y sus colaboradores (entre ellos el General GUILLERMO GALVÁN GALVÁN, entonces Subsecretario de la Defensa Nacional).
Vinieron el aislamiento, el endurecimiento y las acciones internas para enfrentar lo ocurrido.
Por eso, quizá en los próximos meses la historia vuelva a dar giros inesperados, sobre todo en Nayarit, en donde el General MARTÍNEZ PEREA y otros militares aguardan la libertad que se acerca por desvanecimiento de pruebas y por la aparente incapacidad para demostrarles el enriquecimiento personal como consecuencia de sus nexos con el narcotráfico.
Llegaron a Nayarit en abril, pero les tomó un buen tiempo restañar las heridas físicas que les dejó el cálido recibimiento en su nueva morada, dicen los que ya salieron.
mary3377- Policia Primero [Policia Federal]
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