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Mensaje por Centurio Julio 22nd 2012, 21:18

No siempre fue una vergüenza
Arturo Pérez Reverte
XLSemanal - 16/7/2012

Como saben, me gusta recordar viejos episodios de nuestra Historia. Sobre todo si
causan respeto por lo que algunos paisanos nuestros fueron capaces de hacer. O intentar.
Situaciones con posible lectura paralela, de aplicación al tiempo en que vivimos. Les
aseguro que es un ejercicio casi analgésico; sobre todo esos días funestos, cuando creo
que la única solución serían toneladas de napalm seguidas por una repoblación de
parejas mixtas compuestas, por ejemplo, de suecos y africanos. Sin embargo, cuando
una de esas viejas historias viene a la memoria, concluyo que quizás no sea
imprescindible el napalm. Siempre hubo aquí compatriotas capaces de hacer cosas que
valen la pena, me digo. Y en alguna parte estarán todavía. Como estuvieron.

Era un navío de 70 cañones y tenía un bonito nombre: Glorioso. Lo mandaba el capitán
don Pedro Mesía de la Cerda, y en 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en
monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se topó con un convoy
inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el
navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín. En aquel tiempo, un navío de América
era un bombón: solía llevar caudales a bordo, así que los ingleses le dieron caza.
Manteniendo el barlovento con mucho arte, el Glorioso se batió toda la noche, tuvo un
respiro al caer el viento durante el día, y volvió a pelear la noche siguiente: primero dejó
fuera de combate a la fragata, que se hundió; y tras hora y media de combate con
el Warwick en la oscuridad, sin otra luz que los fogonazos artilleros -los españoles
dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil-, el navío inglés se retiró con el
rabo entre las piernas. Que no siempre Britania, aunque lo venda con trompetas, parió
leones.

Sin embargo, la odisea del Glorioso no había hecho más que empezar. Siguiendo rumbo
a Finisterre, el 14 de agosto volvió a dar con una fuerza británica: el navío Oxford, la
fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como en el caso anterior, los ingleses le fueron
encima igual que lobos. Pero el comandante Mesía y su gente eran de esa casta de
colegas que aprietan los dientes y venden caro el pellejo. Por segunda vez asomaron los
cañones y batieron el cobre como los buenos: después de tres horas de arrimar candela,
pese a haber perdido el bauprés, una v&#!@ y tener la popa hecha una piltrafa,
el Glorioso continuó navegando hacia España mientras los ingleses se retiraban con
graves daños.

Fondeó el navío en Corcubión, desembarcando los caudales, y volvió a la mar para
reparar averías en Cádiz, pues vientos contrarios descartaban El Ferrol. Y el 17 de
octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una fuerza enemiga.
Esta vez eran cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa y bajo el mando del
comodoro Walker: King George, Prince Frederick, Princess Amelia y Duke, que
sumaban 960 hombres y 120 cañones. Inmediatamente le dieron caza, aunque el
español, resabiado, no reveló su nacionalidad -treta común del mar- hasta que la King
George se acercó a preguntársela. Entonces Mesía izó pabellón de combate y le largó al
rubio una andanada que le desmontó dos cañones y el palo mayor. Siguieron tres horas
de carnicería muy bien sostenida por el Glorioso; pero al rato se unieron a la fiesta las
otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y
el Russell: seis barcos y 250 cañones contra los 70 del solitario español, maltrecho y
corto de gente por los combates anteriores y la travesía del Atlántico. Aun así, el
comandante Mesía y su tripulación, a quienes a esas alturas daban ya igual seis guiris
que sesenta, se defendieron como gato panza arriba bajo un fuego horroroso durante dos
días y una noche. Que se dice pronto. Aún tuvieron la satisfacción de acertar en una
santabárbara y ver volar al Darmouth, que se fue a tomar por saco con 314 de sus 325
tripulantes. Y al fin, el 19 de octubre -33 muertos y 130 heridos a bordo, agotada la
munición, el barco desarbolado, chorreando sangre por los imbornales, raso como un
pontón y a punto de hundirse-, el comandante convocó a los oficiales que seguían vivos,
los puso por testigos de que la tripulación había hecho lo imposible, y arrió la bandera.
De tal modo, fiel a su nombre, acabó viaje el navío español Glorioso. Había librado tres
combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro; pero la
hazaña final no corresponde sólo a quienes con tanta decencia lo defendieron, sino al
navío mismo: remolcado a Lisboa por los vencedores para repararlo e izar en él su
pabellón, los destrozos se revelaron tan graves que se negó a flotar y fue desguazado.
Ningún inglés navegó jamás a bordo de ese barco.

este artículo me lo manda un amigo así que no tengo la cita, supongo que fué publicado en el blog de Pérez Reverte.

Me manda en el mismo email la biografía de este bravo marino, que vale la pena leer

Biografía de don Pedro Mesía de la Cerda.
(Por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez y aportada por Antonio Luis Martinez Guanter).
Segundo marqués de la Vega de Armijo. Teniente General de la Real Armada Española.

Nació en Córdoba. Después de <<correr caravanas>> entró en la orden de San Juan de Jerusalén. Deseando servir en la Armada sentó plaza de guardiamarina en Cádiz el 10 de junio de 1717.

Recibió su bautismo de fuego en la expedición a Cerdeña, en la escuadra del marqués de Mari. También tomó parte en la conquista de Sicilia con la escuadra de Gaztañeta y en la desgraciada acción que la siguió en cabo Passaro contra la escuadra del almirante Byng. Fue hecho prisionero y canjeado. Al regreso a Cádiz en la división de Guevara combatió en el apresamiento de una fragata de guerra británica.

En 1719, en el Cantábrico y embarcado en la división de Rodrigo de Torres combatió con una fragata y una balandra británica, apresándolas. Sobre cabo San Vicente combatió durante cinco horas contra tres navíos británicos de superior porte al mando de Cavendish, que abandonaron el mar del combate.

Hizo viajes con caudales, desde América, con la flota mandada por Guevara y después el corso en el Mediterráneo contra buques berberiscos. Ascendió a alférez de fragata el 26 de noviembre de 1726. Con este grado embarcó en la escuadra de Rodrigo Torres, que operó por el canal de la Mancha, apresando cinco mercantes británicos.

En la escuadra del general Cornejo, ya de teniente de fragata, concurrió a la expedición contra Orán con las tropas del duque de Montemar, en junio de 1732.

Al año siguiente formó parte de una expedición a Italia en la escuadra del conde de Clavijo. Desembarcó con tropas de marina y tomó parte en diferentes hechos de armas.

En 1735, ascendió a capitán de fragata, navegó por aguas de América, en la protección de la recalada en San Vicente e islas Terceras (actuales Azores). Diez años más tarde con el grado de capitán de navío, tomó el mando del navío Glorioso. Venía el navío de América cuando en las Azores rechazó el ataque del navío ingles Warwich, de 60 cañones, y la fragata Lark, de 44, a los que desmanteló (25 de julio de 1747); en Finisterre volvió a rechazar otro ataque de un navío de 60 cañones y dos fragatas de la escuadra del almirante Byng, consiguiendo entrar en Corcubión y desembarcar su carga (16 de agosto de 1747). Abandonó este puerto para dirigirse a Cádiz; a la altura del cabo San Vicente fue atacado sucesivamente por dos fragatas corsarias inglesas (King George y Prince Frederick) —que tuvieron que retirarse destrozadas— y diez bajeles más que le daban caza, entre ellos los navíos Russel de 80 cañones, Darmouth de 50 cañones (este último se hundió en llamas salvándose solamente 14 personas) y dos fragatas, se rindió cuando había consumido sus municiones y tenía a bordo 33 muertos y 130 heridos (19 de octubre de 1747).

Por su proceder fue ascendido a jefe de escuadra, recibiendo también la llave de gentilhombre. En marzo de 1750 tomó el mando de una fuerza naval, destinada a combatir a los corsarios argelinos. La componían dos navíos y cuatro jabeques de nueva construcción.

No se obtuvieron en esta campaña los resultados que se esperaban y por defectos de construcción de los jabeques, tuvo que continuarla sólo con los navíos.

Tras un corto servicio en la escuadra del general Liaño, comandante general del departamento de Cartagena, reanudó el corso con los dos navíos primero y otra vez con los cuatro jabeques.

En 1755 arbolando su insignia en el navío "Tigre" y como comandante general de la escuadra del Mediterráneo, tomó el mando directo de una de sus dos divisiones, formadas por dos navíos, una fragata y cuatro jabeques.

En 1757, ya teniente general, fue nombrado consejero del Supremo de Guerra y sin desatender este cargo, virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada y presidente además de la Real Audiencia de Santa Fe.

Falleció en Madrid el 15 de abril de 1783.

y para rematar
https://www.youtube.com/watch?v=XUcKo_1CaN4
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